La noche que cambió a Carmen

La verdad no me estrañaría que Javier termine compartiendo a Carmen con sus amigos en alguna orgia organizada por ellos (No lo veo como algo imposible). 🤫

Lo que me causa mucha curiosidad es lo que ha estado haciendo Luis durante todo este tiempo, por lo que hemos leido solo se lo ve leyendo informes y trabajando en su computador. Esto me huele a que Luis en algún momento va aspirar 1 tonelada de cocaina, va a tomar una metralleta y va salir a hacer justicia al mejor estilo de Tony Montana en Scarface, mientras ríe de forma desquiciada. (saquen caps). 😎
Buen punto.

Quizás su principal problema no es ella, sino su jefe 😅
 
Luis, ese esposo tranquilo y aparentemente absorto en su trabajo, da la impresión de vivir ajeno a todo lo que sucede a su alrededor. Su silencio y su rutina inmutable pueden hacer creer que no percibe las señales, que no sospecha nada. Sin embargo, esa calma puede ser engañosa. No hay que confiarse demasiado, porque en el instante en que comprenda la verdad, su reacción podría ser cualquier cosa menos predecible. Lo inesperado suele venir de quienes menos lo aparentan.
 
Y ojo, porque hasta ahora ha tenido suerte Javier de que cuando la adúltera ha aparecido, el no estaba con los amigos y alguna mujer, pero en cualquier momento, va a coincidir y entonces verá su verdadera cara.
 
Esa idea cobra cada vez más fuerza. Que Luis puede que tenga otra cara que desconocemos

Pues yo confío en que Luis, del que sabemos poco, tenga una amante. Se lo tendría bien merecido Carmen.
Carmen vive en los mundos de yuppie y si se va con ese no es lo que ella piensa.
Te aseguro de que si Luis confrontara a Carmen sobre su traición esta le saldría con el discurso de:
- Me sentia sola bla-bla-bla....., fue un error bla-bla-bla..... ó es todo tu culpa y bla-bla-bla...
Ahora si Carmen descubriera que Luis es quien tiene una amante, esta le armaría la III, IV, V y VI guerra Mundial sin siquiera arugarse.

Como menciona Javieron acerca de la cara que no vemos de Luis. Estoy muy de acuerdo con eso y tambien creo que Luis sabe más de lo que vemos.
 
Sea como sea, creo que Luis cuando lo sepa, debe tener tomada ya la decisión de divorciarse de ella.
 
Carmen conducía el Audi de vuelta a Madrid, las manos aferradas al volante con una fuerza que blanqueaba sus nudillos. La autovía se extendía ante ella como un lienzo vacío, pero su mente era un torbellino imposible de silenciar. El fin de semana había sido una montaña rusa: el éxtasis animal con Javier en el apartamento, sus manos marcándola, sus gritos resonando aún en sus oídos; y luego, el horror del domingo, Carlos y su asalto en el descampado, su aliento rancio y sus palabras sucias clavándose en ella como agujas.

A mitad de camino, el peso de todo la golpeó de golpe. Tuvo que parar en un área de descanso, el motor zumbando mientras apoyaba la frente en el volante, respirando entrecortada. Las imágenes se mezclaban: el placer salvaje con Javier, el miedo visceral con Carlos. Intentó procesarlo, pero no había espacio para ordenar tanto caos.
Llegó a Chamberí al anochecer, el cielo gris reflejando su estado. Entró al piso con pasos pesados, las mallas rozándole las piernas como un recordatorio de lo que había vivido, pegándose a su piel sudorosa tras horas al volante. Luis estaba en la cocina, calentando algo en el microondas, y la recibió con un “Hola” distraído. “¿Qué tal el finde?” preguntó, girándose apenas. Carmen dejó el bolso en la encimera, su voz saliendo plana, casi mecánica. “Cansada. Mucho trabajo, el viaje... Necesito descansar.” Él asintió, sin indagar, y ella se sintió aliviada y vacía a la vez. No había entusiasmo en su saludo, solo una máscara que apenas sostenía.

Se sentó a la mesa para la cena, un plato que Luis había improvisado. Él empezó a hablar, animado por una vez. “Aproveché hoy para comer con un viejo amigo, Paco, ¿te acuerdas? Está igual, sigue con sus historias de la uni.” Carmen asentía, el tenedor moviéndose lento entre sus dedos, pero su mente estaba a kilómetros. Veía a Javier, su polla erecta frente a ella, su orden cruda resonando; y luego a Carlos, su mano en su muslo, su amenaza disfrazada de deseo. “Qué bien,” murmuró, ausente, cuando Luis hizo una pausa. Él la miró, frunciendo el ceño. “Estás rara, ¿seguro que estás bien?” Ella forzó una sonrisa, los labios tensos. “Solo agotada, no te preocupes.” Luis dudó, pero no insistió, retomando su relato mientras ella se perdía en su propia cabeza.

Tras la cena, Carmen se encerró en el baño. El espejo le devolvió una imagen que no reconocía: los ojos apagados, la piel pálida bajo la luz cruda, la coleta deshecha desde Zaragoza. Se metió en la cama temprano, buscando refugio en las sábanas, y silenció el móvil con un gesto automático, deseando apagar el mundo entero. Pero justo entonces, la pantalla se iluminó. Un mensaje de Javier, a las once en punto:
Javier: "¿Llegaste bien a Madrid? Me ha preocupado no tener noticias."

El corazón de Carmen dio un vuelco, una mezcla de alivio y confusión agitándola bajo las mantas. Lo leyó dos veces, los dedos rozando la pantalla como si pudiera tocarlo. La voz de Javier, grave y cálida, resonó en su memoria, pero también lo hicieron las palabras de Carlos, ¿Sabía él lo que había pasado? ¿Era su preocupación sincera o solo un juego más? No respondió. Dejó el móvil boca abajo, el mensaje brillando en la oscuridad como un faro que no sabía si seguir.

Luis entró al dormitorio poco después, deslizándose a su lado con un suspiro cansado. “Buenas noches,” murmuró, apagando la luz, y pronto su respiración se volvió rítmica, un ronquido suave llenando el silencio. Él no sabía nada: ni del apartamento, ni de los gritos que habían roto el aire, ni del descampado donde su mujer había llorado.

 
¿Y QUIÉN ES LUIS?


Luis tiene 43 años, dos más que Carmen, y lleva 14 años a su lado: dos de novios y doce de casados. Es un hombre de estructura sólida, no tanto física como mental, alguien que encuentra consuelo en las líneas rectas de los números y las certezas de las hojas de cálculo. Estudió Económicas en la facultad, un camino natural para él, porque los números siempre se le dieron bien, como si fueran un idioma que hablaba desde niño. Ese talento lo llevó a un puesto estable en una empresa de contabilidad, un trabajo mecánico pero bien remunerado que le permite pagar la hipoteca del piso en Chamberí y mantener una vida cómoda. No es ambicioso en el sentido clásico; no sueña con ascensos ni con hacerse rico, sino con la tranquilidad de saber que todo está en orden, que los balances cierran y las cuentas cuadran.

Cuando conoció a Carmen, él tenía 29 y ella 27. Era una catalana vibrante, con una melena rubia que atrapaba la luz y una energía que lo deslumbró. Él, madrileño de cuna, más reservado, encontró en ella un contraste que lo completaba. La quería, la amaba de verdad, con esa devoción callada pero firme que no necesita grandes gestos para demostrarse. Siempre fue respetuoso con ella, un hombre que nunca alzó la voz ni impuso su voluntad, que la dejaba brillar porque sabía que era su naturaleza. Se casaron tras dos años de noviazgo, una boda sencilla pero sentida, y al principio todo fluía: las noches de risas, los paseos, el sexo que, aunque nunca fue salvaje, tenía una ternura que los unía.

En algún momento, hablaron de tener hijos. Fue una conversación tranquila, sin urgencia, algo que surgió más por inercia que por un deseo ardiente. Pero no fluyó. Quizá fue un problema de fertilidad suyo —los médicos lo insinuaron una vez, y él lo aceptó con un encogimiento de hombros—, aunque nunca lo confirmaron ni les importó demasiado. No tener hijos no los atormentó, no fue la grieta que rompió su matrimonio. La apatía llegó después, silenciosa, como un polvo fino que se acumula en los muebles sin que nadie lo note hasta que es demasiado tarde. Doce años de rutina, de mañanas con café y noches frente al televisor, habían erosionado lo que eran. No era que no la quisiera; era que había olvidado cómo verla.

Luis es un hombre predecible, de hábitos fijos: respetuoso hasta el extremo, quizás demasiado; nunca ha presionado a Carmen por explicaciones, ni siquiera cuando sus respuestas se volvieron evasivas. La ama, sí, pero su amor se ha vuelto pasivo, un sentimiento que vive en él como un mueble heredado: está ahí, pero no lo cuestiona ni lo limpia a menudo.

Últimamente, sin embargo, algo ha cambiado. La nota extraña, y eso lo desconcierta. Carmen llega cansada, dice, con excusas de trabajo o visitas a Ana que no terminan de encajar. Hay noches en que apenas lo mira, perdida en su móvil o en pensamientos que no comparte. Pero también la ve diferente, atractiva de un modo que lo sacude. A veces, cuando se quita la ropa, abraza sus caderas, o cuando su melena rubia cae desordenada tras un día largo, siente un destello de deseo que no recordaba. Es como si ella brillara más, como si algo la hubiera encendido, y eso lo intriga tanto como lo inquieta. La otra noche, en la cama, la sorprendió mirándose al espejo con una intensidad que no reconocía, y por un instante quiso tocarla, pero no supo cómo empezar.

En este momento, Luis está dividido. Por un lado, siente cariño, una lealtad arraigada hacia la mujer con la que ha construido una vida. Cuando comió con Paco el otro día, habló de ella con orgullo: “Carmen está bien, trabajando mucho, ya sabes cómo es.” Pero por otro, hay una sombra de duda que no nombra. La nota rara, distante, y aunque no quiere agobiarla —nunca lo ha hecho—, una parte de él se pregunta si hay algo que no ve. No sospecha de Javier, no tiene pruebas ni imaginación para algo tan concreto, pero sí percibe un vacío. Intenta acercarse, con torpeza: un “¿Estás bien?” en la cena, un roce en el hombro al pasar. Pero ella asiente, esquiva, y él retrocede, porque así ha sido siempre: respetuoso, paciente, quizás demasiado confiado.

Luis no sabe de los cuernos, de las dimensiones descomunales de la mentira que Carmen teje. No sabe del Audi cruzando España, de los gritos en el apartamento, del horror con Carlos. Cree en los viajes de trabajo, porque es más fácil que dudar. Pero en el fondo, bajo su calma de números y rutina, hay un hombre que aún ama a su esposa, que la encuentra más atractiva que nunca, y que empieza a sentir, aunque sea vagamente, que algo se le escapa. No lo dice, no lo enfrenta, pero está ahí, latiendo en silencio mientras teclea sus balances, ajeno a la tormenta que Carmen lleva dentro.
 
Y conociendo más a Luis, tengo que decir que es bastante mejor persona que Carmen.
Pero tranquila Carmen, en esta vida, los malos comportamientos, se pagan, a veces antes y a veces después, pero el karma actuará y te pondrá en tu sitio.
 
Carmen despertó el miércoles con un peso en el pecho que no se iba. El shock del fin de semana seguía agarrado a ella como una sombra, pero se obligó a levantarse, a ponerse en marcha. Quería retomar su vida diaria, esa rutina que, aunque monótona, le ofrecía un refugio. Se vistió con unas mallas grises y una sudadera, metió las deportivas en la mochila y salió al gimnasio antes de trabajar. En la cinta, corrió hasta que el sudor le empapó la piel, los auriculares zumbando con un ritmo que ahogaba sus pensamientos. Luego, en la oficina, tecleó informes y atendió llamadas con una precisión casi obsesiva. Machacarse en el gimnasio y cumplir en la multinacional la mantenía serena, o al menos lo intentaba. Pero bajo esa fachada, la ansiedad bullía, un nudo que apretaba más con cada hora.

A mitad de semana, no pudo más. Necesitaba soltarlo, dejar que las palabras salieran como un torrente antes de que la ahogaran. Llamó a Ana, su amiga de siempre, la única que sabía leerla sin juzgarla demasiado. “¿Te tomas un café conmigo esta tarde?” preguntó, la voz temblándole un poco. Ana aceptó, y quedaron en una cafetería discreta cerca de Sol, un rincón con mesas de madera y luz suave. Carmen llegó con jeans oscuros y una blusa, el pelo suelto cayendo en ondas que no había peinado con ganas. Ana ya estaba allí, con una taza humeante entre las manos, sus ojos oscuros fijándose en ella al instante.

Se saludaron con un abrazo breve, y tras pedir un cortado, Carmen empezó a hablar. Titubeó al principio, las palabras tropezando en su lengua, pero luego tomó aire y se lanzó con determinación. Le contó todo, desde el viernes hasta el domingo, detalle a detalle. Primero, el apartamento con Javier: los besos feroces contra la pared, sus manos apretándole el culo, las órdenes crudas que aún le quemaba los oídos, el sexo salvaje que la había hecho gritar hasta rasgarse la garganta. Ana escuchaba atenta, una sonrisa sorprendida asomando en su rostro, alegrándose por su amiga, por esa chispa que veía en sus ojos al hablar de él. “Madre mía, Carmen, qué locura,” dijo, casi riendo, inclinándose sobre la mesa para no perderse nada.

Pero entonces llegó el domingo, y el tono cambió. Carmen bajó la voz, las manos temblándole sobre la taza mientras describía a Carlos: el Seat León, el descampado, su mano subiéndole por el muslo, el pene erecto frente a ella, sus palabras sucias y la amenaza velada. “Me puse a llorar, Ana, no sabía qué hacer,” confesó, los ojos brillando con lágrimas contenidas. Ana se quedó helada, la sonrisa borrándose de golpe. “¿Qué? ¿Ese hijo de puta hizo qué?” exclamó, su voz subiendo un tono, indignada. Carmen siguió, relatando cómo lo había frenado, cómo él se disculpó torpemente, cómo la llevó al Audi entre súplicas de silencio.

“¿Y no has hablado con Javier?” preguntó Ana, los ojos abiertos de incredulidad. Carmen negó con la cabeza, la mirada fija en el café que ya se enfriaba. “No le voy a decir nada. Lo de Carlos fue algo que ocurrió, pero ya es pasado. Solo te lo cuento en confianza.” Su voz era firme, pero había un quiebre en ella, una vulnerabilidad que no podía esconder. Ana frunció el ceño, la indignación creciendo en su pecho. “Lo que te ha hecho ese cerdo no se puede olvidar, Carmen. ¿Cómo lo dejas pasar así? ¡Tienes que sacarlo a la luz! Que Javier le recrimine, que no lo vea más, y si hace falta que le dé una hostia.” Su tono era agresivo, las palabras cortando el aire como cuchillas.

Carmen se hundió en la silla, las manos apretándose en su regazo. “No me lo pongas más difícil, Ana. Lo pasado, pasado está,” respondió, casi suplicando, su voz temblando bajo el peso de lo que intentaba enterrar. Pero Ana no cedía, inclinándose más, los ojos encendidos. “No entiendo lo que te está pasando, Carmen. No te reconozco. ¿De verdad vas a seguir como si nada después de eso? ¡Ese tío te acosó!” La discusión se calentó, las voces subiendo lo justo para que la camarera las mirara de reojo. Carmen negó con la cabeza, vulnerable, atrapada entre la necesidad de olvidar y la furia de su amiga. “No quiero removerlo, Ana. Déjalo estar.”

No hubo acuerdo. Pagaron la cuenta en un silencio tenso, cada una dejando unas monedas sobre la mesa. Ana se levantó primero, el bolso al hombro, y murmuró un “Cuídate” que sonó más a advertencia que a despedida. Carmen asintió, los labios apretados, y salió tras ella. Caminaron en direcciones opuestas bajo el cielo gris de Madrid, el eco de la discusión pesando en sus pasos. Ana, indignada, no podía creer que su amiga guardara silencio; Carmen, agotada, solo quería seguir adelante, aunque el fin de semana la perseguía como un fantasma que no podía exorcizar.

 
A mí lo que me parece increíble y vergonzoso es que hablan tan tranquilas como si Javier fuera su pareja y Luis no existiera.
Esto es surrealista.
Es que es tremendo vamos, y anda que la amiga le va a preguntar si le parece bien lo que está haciendo a Luis, que habría que recordarle, que es su marido.
 
A mí lo que me parece increíble y vergonzoso es que hablan tan tranquilas como si Javier fuera su pareja y Luis no existiera.
Esto es surrealista.
Es que es tremendo vamos, y anda que la amiga le va a preguntar si le parece bien lo que está haciendo a Luis, que habría que recordarle, que es su marido.
También es cierto que Ana está sorprendida, veo que también la atacas
 
A mí lo que me parece increíble y vergonzoso es que hablan tan tranquilas como si Javier fuera su pareja y Luis no existiera.
Esto es surrealista.
Es que es tremendo vamos, y anda que la amiga le va a preguntar si le parece bien lo que está haciendo a Luis, que habría que recordarle, que es su marido.
Ana es amiga de Carmen, no comparte lo que hace, pero al final es su vida. A mí me faltan dedos de las manos las veces que me cuentan algo así, y les digo lo que pienso, pero tampoco voy a exaltarme.

Donde si me exaltaría, algo así como Ana, es por la pasividad de Carmen por el episodio que tuvo. Le diría que eso es inconcebible dejarlo pasar, ese abusador no puede quedar como si nada, debería decirlo a Javier si o sí. Nada justifica ni explica ese ataque. Ese enfermo de Carlos es un peligro.
 

📢 Webcam con más espectadores ahora 🔥

Atrás
Top Abajo