PARTE 4
Capítulo 25
El guiri cogió el móvil y se puso a grabar mientras Javier tenía a Sara a cuatro patas en medio de la cama. No dejaba de afirmar con la cabeza y de sonreír; después le dio un trago a una cerveza para seguir grabando cómo mi jefe se la follaba de manera burda y soez.
Ni tan siquiera había tenido que subirle la falda roja de lo corta que era, tan solo con apartar su tanguita le bastó para podérsela meter. Javier me miró y le soltó un buen azote en el culo, jactándose de mí.
―Ya te dije que esta tenía muuuuchas horas de vuelo, Pablito, ja, ja, ja…, lo que no sabía es que fuera tu novia…, ya lo siento…
Y el americano con cara de salido asentía con la camisa abierta y un bañador que le llegaba hasta las rodillas.
―Your wife is very pretty… and very very bitch…, she's a hotwife, mmmmm…
Javier le sacó la polla y la golpeó con ella en las nalgas. Tenía una verga enorme que por lo menos le debía medir veinte centímetros y Sara gimoteaba buscando que se la clavara de nuevo.
―¿Has visto, Pablito?, tu novia me deja que se la meta sin condón…, ¿qué hago, me corro dentro o no?
―Yes, yes, yes ―afirmó el pervertido, que cada vez acercaba más el móvil al coño de mi novia.
―Vamos, aaaaah, métemela, métemela ―le pidió Sara desesperada alargando el brazo para cogerle ella misma la polla.
No se lo quiso hacer desear y de un golpe seco se la clavó hasta el fondo, haciendo rebotar su barriga contra el culazo de la de prácticas. De repente alguien llamó en la puerta de la habitación del hotel y fui a abrir.
Allí estaban Abel y Álvaro, desnudos, con sus cuerpos perfectos y sujetándose sus enormes y empalmadas pollas.
―Hola, Pablito, ¿se puede? ―Y los dos se colaron en el interior sin esperar mi respuesta.
Entonces Álvaro se subió a la cama y se quedó recostado en el cabecero, lo que aprovechó Sara para comérsela mientras Javier la embestía.
―Ufff, qué bueno, ¿la chupa bien, eh, Pablo? ―me dijo Álvaro.
―No sé, a mí nunca me la…
―¿Quééééé…?, ¿no te la ha chupado?, pues no sabes lo que te pierdes… porque es una puta máquina… Si es que eres demasiado bueno, Pablito, que te lo tengo dicho, ja, ja, ja… ―se burlaba de mí Javier sin dejar de follársela―. Esta niñata se la ha comido a todos de los presentes menos a ti…
De repente sonó el despertador. Estaba empapado en sudor frío y me quedé unos segundos en la cama, con la respiración acelerada y una extraña sensación de miedo, pero a la vez terriblemente excitado, con una erección tremenda bajo el pijama y bajé la mano para agarrármela.
Recordaba el sueño a la perfección y no comprendía por qué la tenía tan dura.
Tuve que pegarme una ducha bien fría y después de un café salí de casa con las energías renovadas. Siempre estaba muy contento cuando sabía que iba a ver a Sara y aquella mañana ella tenía que pasar por la auditoría para la entrevista con el de recursos humanos.
Sobre las diez, mientras estaba trabajando con Javier en nuestro despacho, alguien tocó en la puerta y cuando nos giramos allí se encontraba Sara. Preciosa con un vaquero ajustado, un jersey negro de cuello alto, pero bien ceñido a su cuerpo, botas hasta las rodillas y un abrigo negro en la mano.
―¿Holaaa?, ¿se puede?
―Pero buenooo, Sara, ¡qué alegría verte! ―Me hice el sorprendido levantándome hacia ella―, ¿qué haces por aquí?
―¡Sorpresa!, el mes que viene empiezo a trabajar otra vez en la auditoría.
―Enhorabuena. ―Y nos dimos dos besos.
Después vino Javier, que se abrazó con ella y la felicitó por la contratación.
―¡Qué buenas noticias!, te hemos echado de menos… ―afirmó Javier―. Me alegro un montón de tu vuelta…
―Jo, muchas gracias, chicos…, tendría que irme ya, que me he escapado del trabajo… ―Entonces se dirigió a mí, obviando a Javier, que seguía delante de ella―. Eh, Pablo, ¿te tomas un cafelito rápido?, te quería comentar una cosa…
―Sí, claro…
―Bueno, Javier, pues dentro de poco nos vemos…
―Vale, estaremos impacientes con tu vuelta ―comentó Javier, que puso cara de no entender lo que estaba pasando allí.
Me encogí de hombros, dándole a entender que no sabía qué es lo que me quería decir Sara y después salí de la oficina con ella. Tuve que guardar las apariencias y comportarme con Sara como si fuéramos dos excompañeros que se llevaban muy bien, pero se me hacía raro y quería gritar a los cuatro vientos que aquel pibonazo, que movía su culo perfecto por los pasillos de la auditoría, era mi novia.
Bajamos a la cafetería y nos sentamos en una mesita apartada con un par de cafés.
―Bueno, pues enhorabuena, me va a encantar tenerte en el trabajo, así vamos a poder vernos todos los días…
―Gracias, Pablo, estoy muy contenta, la verdad.
―¿Así que al final has aceptado?
―Sí, ya te comenté ayer que me pagan unos 600 netos más que en la gestoría, aunque me han dicho que me quieren sobre todo para hacer auditorías externas…
―Ya, vas a tener que salir casi cada semana.
―Sí, pero bueno, no me importa viajar…, lo malo es que no voy a tener un equipo fijo como antes con vosotros, cada día me tocará salir con un compañero distinto…
―Al principio se te hará raro, pero tampoco somos tantos y en poquito tiempo ya nos conocerás a todos…
―Sí, eso es verdad…
―Pues qué bien…, me encanta que trabajes otra vez con nosotros…
―Tendré que ponerme las pilas al principio…
―Enseguida lo volverás a coger, ya verás, y para lo que necesites, aquí me tienes…
―Contaba con ello ―dijo haciéndome una pequeña caricia en la pierna por debajo de la mesa―, aunque también me gustaría pedirte una cosa…
―Sí, lo que quieras…
―Bueno…, eh… de momento preferiría que nadie en la auditoría sepa que…, bueno, ya sabes, que nos estamos viendo…
―Claro, sin problema.
―No quiero que se piensen que me han cogido porque me acuesto contigo.
―Te han contratado porque eres muy buena, Sara.
―Ya, pero ya sabes cómo es la gente, enseguida empezaría a haber habladurías y tal… y no me gustan esas cosas…, ya quedaría marcada para siempre… y quiero que me respeten como profesional.
―Te entiendo perfectamente y me parece muy bien.
―Solo era eso…, me alegra que lo comprendas…, para mí es muy importante…, sé que va a ser difícil, pero tenemos que guardar las apariencias…
Luego nos quedamos mirando unos segundos sin decir nada. Se notaba la tensión sexual entre nosotros y Sara apuró el café.
―Aunque me va a costar mucho controlarme ―susurré acercándome a ella―. ¿Cuándo nos vemos?
―¿Te parece bien si esta tarde me paso por tu casa y lo celebramos como se merece?
―Mmmmm, me parece perfecto…
―Y luego podrías ayudarme a buscar piso, en un par de meses, como mucho, quiero independizarme.
―Cuenta con ello…
―Bueno, Pablo, pues hasta la tarde…
―Luego nos vemos. ―Y nos despedimos con dos besos a la puerta de la cafetería.
Por allí había muchos compañeros de la auditoría y ya teníamos que empezar a disimular que estábamos juntos, como me había pedido Sara.
Subí tranquilo y feliz al trabajo y en cuanto entré al despacho, Javier me preguntó qué es lo que me quería decir Sara, por lo que tuve que inventarme una excusa sobre la marcha que sonara bastante creíble.
―Nada, me ha estado diciendo que la han cogido para las auditorías externas… y eso, me ha pedido que si la podía ayudar para ponerse otra vez al día lo más rápido posible…
―Aaaah, tú siempre tan buenazo, Pablito… Estoy deseando que vuelva a trabajar con nosotros, uf, ¡qué buenísima está!, me ha puesto muy burro con esas botas altas…
En ese momento le hubiera dicho que dejara de hablar así de Sara, que estábamos saliendo, pero casualmente no habían pasado ni quince minutos desde que ella me había pedido discreción en cuanto a nuestra relación; así que no me quedó más remedio que aguantar las gilipolleces de Javier.
Y esto tan solo era el principio. Me había caído una buena con el impresentable de mi jefe.
Por la tarde Sara se pasó por casa, como me había prometido, y celebramos su reciente contratación en la auditoría. Dos veces. Después nos metimos en varias páginas de inmobiliarias y le ayudé a buscar piso.
Ella también iba a sufrir un cambio radical en su vida, de trabajar en una gestoría y vivir con sus padres a independizarse y convertirse en una de nuestras auditoras externas con un salario ya bastante importante.
El mes se pasó bastante rápido y cuando me quise dar cuenta, Sara ya estaba trabajando en la auditoría. Desde el principio ella eligió quedarse en nuestro despacho, así que nos tocó compartir espacio con Javier, que estuvo muy educado con Sara y yo intenté que se integrara con rapidez y que en poquitas semanas ya funcionara a pleno rendimiento.
Me encantaba tenerla conmigo, ver su sonrisa todos los días, y teníamos que cortarnos para no hacernos caricias cuando estábamos uno al lado del otro o nos cruzábamos en el pequeño despacho. Nos mantuvimos todo lo discretos que pudimos y no levantamos la más mínima sospecha sobre lo nuestro.
Ni tan siquiera Javier, que se pasaba ocho horas con nosotros, se percató de nada.
Todo estaba yendo de maravilla, incluso mejor de lo previsto, y ahora los fines de semana que no podía ver a Sara porque me tocaba a las niñas, los llevaba mucho mejor, sabiendo que el lunes nos encontraríamos en la oficina.
Pero tres semanas después, una mañana a primera hora Javier entró en el despacho, y aprovechando la ausencia momentánea de Sara, me dejó caer la noticia que me estaba esperando, pero para la que todavía no me había preparado mentalmente.
―El miércoles tengo salida con la niñata, me he ofrecido voluntario para acompañarla y no han puesto ninguna objeción, ¿qué te parece, Pablito?, ni más ni menos que dos noches… ―me soltó con un asqueroso tono que me repateó el estómago.
El muy cabrón había hecho que le pusieran con Sara en su primera auditoría externa desde su regreso, y yo no había visto venir esa jugada, pero tampoco es que pudiera haber hecho nada. Unos minutos más tarde entró Sara en el despacho y Javier le dio la «buena» noticia.
―El miércoles tenemos auditoría externa en Bilbao, vamos a quedarnos allí dos noches…
En cuanto escuché la ciudad a la que viajaban se me heló la sangre, y creo que a Sara le pasó lo mismo, porque su cara se transformó de repente. ¡Menuda coincidencia!, en Bilbao había sido la primera vez que Sara salió a auditar con nosotros y allí se acostó con Javier, en aquella fatídica noche que lo cambió todo, cuando escuché cómo follaban en la habitación de al lado.
―Anda, ¡qué bien! ―exclamó Sara fingiendo muy mal su supuesta alegría.
―¡Qué buenos recuerdos me trae esa ciudad! ―dijo el cabrón de Javier con un tono que no me gustó―. Voy a bajar a tomar un café y en cuanto suba nos ponemos con la documentación…
―Claro… ―afirmó Sara.
Nos quedamos callados, mirándonos en silencio cuando Javier salió del despacho. No sabíamos ni qué decirnos y Sara enseguida entendió mi preocupación.
―¿Estás bien? ―me preguntó acercándose a mí y pasándome la mano por la espalda…
―Sí, claro, sabíamos que esto iba a pasar tarde o temprano.
―Ey, Pablo, sé que parece una jodida broma de mal gusto que justo me toque con Javier y encima en Bilbao, pero…
―No quiero darle vueltas a eso…, estoy bien, de verdad. Por cierto, y cambiando de tema, el sábado les había propuesto a Daniel e Isa que se pasaran por casa, hace tiempo que no cenamos con ellos, ¿te parece bien?
―Eh, sí, el finde no tenía ningún plan especial, así que sin problema…
―Guay, y, si quieres, te puedes pasar por casa y me ayudas con los preparativos…
―Mmmmm, me encantaría.
Intenté quitarle importancia a esa salida de trabajo, tendría que acostumbrarme a que era algo que iba a ocurrir muy a menudo y no hablamos de lo que eso suponía, lo dejamos correr; para Sara tampoco debía ser una situación fácil de gestionar y también evité quedarme a solas con Javier para no escuchar ninguna de sus impertinencias, que podían haber terminado con uno de mis puños golpeando en su cara.
El martes les ayudé a preparar la documentación y el miércoles a primera hora Sara y Javier salieron para Bilbao. Ahora estaban solos y ya no podía hacer nada más. Los dos días se me iban a hacer muy largos hasta su regreso y tendría que confiar en Sara.
No supe nada de ellos ni el miércoles ni el jueves por la noche. Yo no la llamé y ella tampoco, y el viernes a media mañana estaba como un flan en el despacho, sabiendo que Sara no tardaría en regresar de su viaje con Javier.
Sobre las doce apareció sola con una pequeña maleta y dejó caer la documentación en su mesa. Estaba imponente con un vaquero ajustado, americana oscura, camiseta blanca y unos zapatos con muchísimo tacón que realzaban su culazo.
―Ey, hola, ¿qué tal ha ido todo?
―La auditoría genial…, mejor de lo que pensaba ―dijo Sara en un tono muy apagado.
―¿Estás bien?
―Sí, sí…, solo que estoy un poco cansada, ya sabes que estos viajes son muy estresantes…
―Ya, ¿y Javier?
―Se ha ido a casa, me ha dicho que, como ya estaba casi todo el trabajo hecho, que no hacía falta que viniera, así que… tengo mucho que hacer y no sé a qué hora voy a salir hoy…, y encima viernes…
―¡Qué impresentable!, pero bueno, no me extraña, a mí me lo ha hecho muchas veces. Anda, deja que te ayude, así terminas antes…
―Jo, Pablo, pues te lo agradezco de verdad.
Hasta casi las cuatro de la tarde no finalizamos con el papeleo y luego bajamos juntos al bar a picar algo y tomarnos un par de cañas.
―Creo que me voy a meter en la cama y hasta las doce de la mañana no me pienso levantar…, ya llevaba el cansancio acumulado desde el martes por la noche, que me costó dormir… ―comentó Sara.
―Sí, tienes mala cara…
Es verdad que Sara estaba muy apagada, no tenía su vitalidad y ese brillo en la piel, pero después de dos días de mucho trabajo, varios madrugones y un viaje en tren de más de cuatro horas, era lo más normal del mundo.
―Mañana era la cena con Isa y Daniel, ¿no? ―me preguntó mientras se incorporaba a la vez que se ponía la americana―. Me voy ya para casa…
―Sí…
―¿Me paso y te ayudo con los preparativos?
―No hace falta, pero me gustaría que vinieras un rato antes, así estamos juntos.
―Claro, pues mañana nos vemos.
―¿Quieres que te acerque?
―No hace falta, además, hoy con las dietas y tal me cubre el taxi hasta casa. ―Nos dimos dos besos en la mejilla y dejé que Sara se fuera arrastrando su pequeña maleta.
En un principio no había querido darle importancia al comportamiento de Sara, pero una vez solo en casa no hacía más que darle vueltas. No quería creerme que ella me hubiera podido engañar con Javier a las primeras de cambio.
¡Pero si no llevaba ni un mes en la auditoría! Eso no era posible.
Estuve con el móvil en la mano varias horas, tentado de mandarle un mensaje y preguntarle cómo se encontraba; incluso dudé si llamar a Javier para ver qué tal les había ido en la auditoría de Bilbao. Estaba convencido de que, si había pasado algo entre ellos, mi jefe me lo hubiera espetado en la cara sin pestañear, pero no podía hacer eso, tenía que confiar en Sara y no actuar como un celoso patológico; así que decidí dejarlo correr.
No fue una de mis mejores noches y estuve pensando en el mismo asunto una y otra vez. No sé ni la de vueltas que di en la cama, hasta que ya vencido por el sueño me dormí de madrugada.
Al día siguiente me levanté decidido a obviar el asunto y se me pasó la mañana en un suspiro limpiando la casa y con los preparativos de la cena y tras una leve siesta me sorprendió que Sara se presentara en mi casa dos horas antes de la que habíamos quedado con la pareja invitada.
Me quedé en la puerta esperando a que saliera del ascensor y me gustó mucho su look cañero, con una chupa de cuero, camiseta negra, pantalones vaqueros grises y botines por encima de los tobillos.
―¡Guau!, estás espectacular, Sara. ―Ella sonrió y me soltó un pico en los labios antes de entrar en casa.
Ya estaba recuperada del viaje y desprendía otra vitalidad, lo que me pareció muy buena señal. Nos servimos un vino, fuimos hasta el salón y nos sentamos en el sofá con un poco de música para amenizar la velada.
―Me encanta que estés aquí, lo estoy pasando muy mal en el trabajo, eso de verte todos los días y no poder darte ni un beso… ―dije.
―Ya, a mí me pasa lo mismo, se me hace extraño, pero ya te comenté que para mí era muy importante que piensen que me han contratado por méritos propios, no porque tú y yo…
―Y me parece lo más normal del mundo… Estás muy guapa ―afirmé acercándome a ella para darle un beso en los labios.
Sara me correspondió y nos estuvimos enrollando un buen rato en el sofá, solo besos y unas leves caricias por encima de la ropa. El vino y la música ayudaban a que el ambiente estuviera más desinhibido entre los dos, pero yo me empecé a pillar un calentón importante.
―Va a ser mejor que paremos o… te voy a tener que follar ahora mismo…
―Todavía tenemos hora y media, ¿no?
―Sí…
―Mmmmm, yo tampoco voy a poder aguantar tanto tiempo ―añadió Sara poniéndose de pie y estirando el brazo para que yo también me levantara.
Agarrados de la mano fuimos hasta mi habitación y terminamos echando un polvo lento y tranquilo, en el que como siempre Sara se puso sobre mí y me cabalgó hasta que me corrí dentro de ella. Todavía nos dio tiempo a preparar la mesa y tomarnos otro vino antes de que vinieran Daniel e Isabel, que llegaron puntuales a la hora a la que habíamos quedado con ellos.
La cena fue superagradable, como no podía ser de otra manera y dimos buena cuenta de otro par de botellas de vino mientras escuchábamos las anécdotas de Isabel en su trabajo y el pique continuo entre Daniel y Sara, que se gastaban bromas mutuamente, lo que hacía que el ambiente fuera muy distendido.
Sara e Isabel habían sintonizado muy bien, incluso ya habían quedado un día juntas la semana anterior para ir de compras. Podíamos hablar de cualquier cosa sin que hubiera malos rollos, de política, de deporte, de cine, de música, de libros y terminamos la velada con un juego de mesa con el que nos dieron casi las tres de la mañana.
En cuanto nos despedimos de ellos, a mí me apetecía volver a follar con Sara, pero esta vez de manera mucho más salvaje. Estaba muy cachondo y no veía la hora de llevarla hasta mi cama y ponerla a cuatro patas, aunque Sara tenía otras intenciones y al regresar al salón, después de cerrar la puerta, ella sirvió otras dos copas de vino y me pasó una a mí.
Nos sentamos en el sofá, con las luces bajas y música blues a volumen muy bajito sonando de fondo. Y entonces Sara se quedó cabizbaja y casi en silencio.
―¿Estás bien?, ¿ha pasado algo durante la cena que te haya molestado? A Daniel no le hagas ni caso, eh, que todo lo que te dice es de broma…
―No, no es por ellos, tus amigos son encantadores, es solo que…, bueno…, que, joder, ¡qué difícil va a ser decirte esto!
Y yo, viendo la cara que tenía Sara y después de esas palabras, enseguida me puse en lo peor: Javier.
―Sara, dime lo que pasa…, me estás preocupando…
―Pues nada… que en Bilbao…
―Noooo, Sara, nooo…, ¡¡mierda puta, nooo!!, no me digas que te has vuelto a… ―Y me puse de pie sin tan siquiera poder terminar la frase.
Ella se quedó recostada de medio lado en el sofá dándole un trago a su copa de vino, no se atrevía a mirarme y yo me volví a sentar a su lado y le cogí la cara con las dos manos para que me mirara.
―Sara, no me digas eso, por favor…
―Lo siento, Pablo ―dijo retirándome la cara―, pero… me he vuelto a acostar con Javier ―susurró tan bajito que creí que no lo había escuchado bien.
Pero claro que lo había entendido. Perfectamente. Y de repente sentí esa misma sensación de ahogo y de vacío en el estómago igual que el día en que mi exmujer me dijo que me quería dejar porque se había encoñado con otro tío.
No podía ser. Otra vez no.