Hedonista78
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Capítulo 5
A la mañana desperté hacia las ocho de la mañana. Por un momento tuve que pensar si todo lo que recordaba había ocurrido de verdad. Y debía ser cierto, porque jamás habría llegado a fantasear si quiera con la mitad de todo lo vivido en solo unas horas.
Me levanté desnudo de la cama y me puse una camiseta, unos pantalones de deportes y las zapatillas. En la casa no se escuchaba un ruido, aunque es posible que sí hubiera ya gente activa en la planta de abajo.
Pasé por la cocina y me preparé un café antes de enfilar escaleras abajo hacia el jardín. Estaba a dos pasos de pisar el césped cuando mi cuñado giró la esquina de la casa y ambos nos sobresaltamos.
-Ey, Dani, ¡qué susto! Buenos días, tío.
Él me miró con recelo antes de saludarme con una voz gruesa por el sueño y el primer cigarro de la mañana. Yo no di importancia a su actitud y señalé la mochila que llevaba al hombro.
-¿Os vais de ruta a la sierra? -pregunté.
-Me voy yo con los colegas. A Ana no le apetece.
-Vaya, pues nada, que lo paséis bien. Hoy parece que no hará tanto calor como ayer.
Dani se limitó a mirarme una extraña mueca en su cara. Después asintió y pasó de largo de camino a la calle.
-Serás gilipollas… -musité mientras lo veía alejarse.
Le di un sorbo a mi café y me interné en el jardín para disfrutar del poco fresco que aún hacía y que pronto barrería el dichoso calor. Pasé de largo de la casetilla de la cocina y fui a la zona de las hamacas. Di otro sorbo al café y dejé la taza sobre un escalón. Me estiré a conciencia mientras suspiraba, y luego metí la mano bajo los holgados pantalones de deporte y me acaricié el capullo, que aún estaba sensible por la excitación vivida. Mmmm… qué sensación tan rica.
-Déjala descansar, que la vas a desgastar, salidorro.
Aquella voz, dado lo inapropiado de mi postura, me hizo dar un respingo. A mi espalda, oculta a mi visión por unos arbustos, estaba Ana, acomodada en una tumbona, aprovechando los primeros rallos de sol.
-Muy buenos días -dije mientras me acercaba a ella.
-Desde luego para ti lo son -respondió.
-¿Y eso?
-Bueno, tú verás.
Me encogí de hombros y agité la cabeza.
-No sé qué os pasa esta mañana a Dani y a ti que estáis tan raros -dije.
-¿Dani?
-Sí, me lo he cruzado ahora cuando salía, y me ha mirado…
-Jajajaja… Te ha mirado cabreado, ¿verdad?
-No sé si cabreado, pero sí parecía molesto. ¿Qué coño le pasa?
-Pues que anoche no le sentó nada bien la sesión que te marcaste con su hermana ahí a pleno pulmón. Decía que ya te valía cortarte un poco, que sus padres no tenían por qué escucharos haciendo guarradas. Y eso de escuchar cómo disfrutas a costa de su hermana… pues ya sabes cómo sois los tíos.
-¿Tanto se nos escuchó?
Ana sonrió.
-Ay, Alex, si es que cuando estás a tono eres como un niño, te dejas ir por completo. Enhorabuena a tu señora, se ve que tiene talento para hacerte feliz.
-Bueno, bueno, no hablemos de talentos, que diez minutos antes no era yo el que estaba a tu espalda mugiendo como un mulo.
Ana me observó y se estiró en la hamaca como una gata.
-Te pusiste cachondo, ¿eh?
-¿Y tú no?
-¿Yo?
-Bueno, digo yo que si no hubiera sido así le hubieras dicho a Dani que yo estaba allí.
-Sí, claro, para que te matara.
Sonreí y me llevé la mano a la entrepierna. El cosquilleo en el capullo se acentuaba y comenzaba a notar cómo la polla empezaba a endurecerse.
-Vaya, veo que no llevas nada debajo de ese pantalón de deporte, algo está campaneando.
-Lo siento -dije-, la naturaleza…
Anita sonrió y bajo la vista. Se incorporó en la hamaca hasta quedar sentada justo delante de mí. Levantó la cabeza y me lanzó una de esas miradas traviesas que me desarmaban.
-Anda -dijo-, sube un poco la tela que le eche un vistazo, ¿no? Que recuerde cómo era. Hace mucho que no veo a mi pequeñita…
Dios, fue escuchar eso y notar cómo la polla me daba un respingo y hacía agitarse el pantalón de algodón. Me volví hacia la casa para comprobar que no había nadie a la vista. Entonces, despacio, comencé a subir la pernera derecha del pantalón corto, hasta que el capullo comenzó a asomar y, con él, la polla ya erecta y los huevos. Por mi parte, no podía apartar los ojos de Ana y aquel vicio desbordante de su mirada.
-¡Hola, bonita! ¡Cuánto tiempo! -le dijo a mi polla-. ¿Me has echado de menos? -Y levantando la cabeza-: ¿Me ha echado de menos?
-Desde luego -dije.
-Mmmmmm… ¿Puedo comprobar una cosa.
-Adelante.
Anita bajó la cabeza y llevó su mano despacio hasta agarrar mi polla. Suave al principio, pero apretando cada vez con más rotundidad.
-Mmmm… No sé qué decirte -dijo mientras retiraba el prepucio con cuidado hasta dejar todo el glande al descubierto. Observó el miembro con atención científica, moviéndolo a un lado y al otro-. No estoy segura.
Yo estaba desbordado de excitación pero también extrañamente avergonzado ante lo raro de la situación.
-¿Qué pasa? -dije.
-Nada, la estaba comparando con la de Dani. Creo que la tiene igual de pequeña que tú, aunque la suya… sí, definitivamente es algo más gruesa.
Sonreí y agité la cabeza.
-¡Qué puta eres! -dije.
-Eh, guapo, no te pases conmigo.
-Te encanta dar caña.
-Aha -asintió-, y en vista de lo dura que la tienes creo que a ti te sigue encantando. Venga, va, deja que me asegure -se inclinó un poco hacia delante sin soltarme la polla y de pronto se detuvo y alzó la mirada-. Esto es solo una prueba, ¿eh? ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a chuparte la polla como se la comí ayer a tu cuñado. Lo voy a hacer cerrando los ojos e imaginando que eres él. A ver cuál es la sensación.
-Yo no sé si eh… -antes de que pudiera decir nada Anita había apartado la mano y se había metido toda mi polla en su boca. ¡Diosssss qué sensación! Con sus labios enterrados en mi pubis, me dejó sentir su lengua alrededor de mi sexo, jugando con ella adelante y atrás, a un lado y a otro. Entonces fue retrocediendo hasta que fue el glande lo único que quedó dentro de su boca. Esta parecía arder, calentando una saliva que resbalaba por mi tronco hasta mojarme los huevos. Anita succionó el capullo a conciencia. Abrió los ojos y los levantó. Aquello era demasiado. Creo que era consciente de que me estaba llevando al límite porque entonces lanzó ambas manos a mis caderas, se afianzó bien y comenzó a mamármela con brío, adelante y atrás, adelante y atrás.
Perdí el equilibrio. Tuve que inclinarme para apoyarme en sus hombros. La mezcla de placer físico y excitación erótica era una combinación arrolladora. Entonces sacó la polla de su boca y comenzó a masturbarme a mayor velocidad.
-Estás cachondo, ¿eh? ¿Cuántas veces te has pajeado imaginando que volvía a comerte la polla?
-Muchas, muchas…
-Mmmm… joder, qué dura se te ha puesto, Alex. Aunque es cierto que no es tan gorda como la de Dani. ¿Te pone imaginarme comiéndole la polla a tu cuñadito? Ayer te pusiste cachondo al vernos, ¿eh? Y luego tu pobre mujercita tuvo que aliviarte.
Ana seguía pajeándome con ritmo, y apretaba cada vez más la mano como queriendo estrangularme la polla. Yo estaba tan excitado que esta empezó a babear.
-¿Y cómo vas de leche? Tu cuñadito también es un toro con eso, no le dejo que se corra en mi boca porque me desborda. ¿Y tú, precioso? Creo recordar que no eras muy lechero.
-Ana, si sigues así yo…
-¿Cómo me has llamado? -dijo acelerando aún más la paja.
-¡Anita, Anita!
-Anita, ¿qué?
-Que me voy a correr, Anita. Si sigues así me voy a correr…
-A ver, ayer Dani me dio la leche antes de dormir y hoy su cuñadito me va a dar la del desayuno.
Y dicho eso, se metió la polla en la boca sin dejar de pajear, girando la mano alrededor del tronco mientras lo hacía. Con la otra mano me agarró los huevos y comenzó a masajearlos.
Me apoyé sobre los hombros de Ana y apreté las manos sobre estos. La excitación me llevó a ponerme de puntillas mientras escuchaba los ruidos que ella emitía, como quien no puede hablar por tener la boca llena. Había llegado a mi límite.
-Me corro, Anita. ¡Me voy a correr en tu bocaaaaa!
Y descargué con todo lo que había rellenado mis pelotas en aquellos escasos pero intensos minutos de conversación.
Anita lo recibió con sonidos de placer y succionando con suavidad. La escuché tragar en dos golpes seguidos de garganta. Luego apartó la mano de la polla y dedicó ambas a masajear mis huevos mientras seguía chupando cada vez más despacio. Siguió haciéndolo un buen rato, con mucho cuidado, hasta que mi polla comenzó a decrecer dentro de su boca y acabó por sacarla, dándole un beso en el capullo antes de retirarse. Después levantó la mirada y fingió limpiarse con los dedos la comisura de los labios. Solo lo fingió, porque había tragado hasta la última gota.
-Sí, definitivamente Dani es más macho que tú. Me da más caña, la tiene más gorda, me da más leche…
Yo estaba en tal estado de éxtasis que me daba igual todo.
-¿Ah, sí? Mira qué bien, pues me alegro por ti.
-Ya, y por ti, porque creo que me vas a servir.
La miré extrañado mientras recolocaba mi pantalón.
-He estado hablando con él sobre ti y se ve que no te tiene en mucha estima -me dijo Ana.
-Ya supongo, el sentimiento es mutuo.
-Por eso eres perfecto -dijo-. Un tipo al que considera un creído pusilánime y que encima es menos macho que él. Desde luego eres el candidato ideal.
-¿Yo, ideal para qué?
Anita sonrió y se dejó caer sobre la tumbona.
-Para hacerlo cornudo -anunció.
Aquella frase no tenía sentido. No refiriéndose a alguien como Dani, autentico cuñado machista y homófogo de manual. O esa era la imagen que daba. Claro que la capacidad de Anita para hacer lo que quería con los hombres estaba fuera de toda duda para mí. La fantasía de liarse con un tío que va de dominante y descubrir que ansiaba ser dominado podía resultar verdaderamente potente.
-Te has quedado mudo -dijo Anita-. Algo raro en ti.
Al reclinarse más, separó las piernas desnudas, apenas tapada por el escueto pantalón del pijama. Llevó las manos a sus rodillas y comenzó a subirlas por el interior de ambos muslos.
-Me has puesto cachonda, Alex. Va a ser verdad que echaba de menos tu pollita.
-¿Ah, sí?
-Pues sí. Últimamente todo han sido pollones, y ya sabes que me resulta entrañable tener una churrita de niño entre las manos.
-¡Qué zorra estás hecha, Anita! ¿A Dani también le gusta que lo humillen así?
-¿También? Es decir, que a ti te gusta…
Sonreí y recordé nuestros juegos de antaño.
-Ya sabes que sí.
Entonces Anita echó a un lado el pantalón del pijama y las braguitas que llevaba debajo, dejando a la vista su glorioso coño peludo, una delicia sonrosada rodeada de un pelaje negro azabache reluciente que me hizo babear al instante como al puto perro de Pavlov.
-Y tú, ¿no tienes ganas de desayunar? -dijo moviendo las piernas sutilmente a un lado y a otro-. Hay otra cosa que me gustaría comprobar.
-¿Sí, el qué? -respondí llevándome la mano a la polla para controlar los brincos que comenzaba a dar.
Anita se puso en pie y se acercó a mí. Echó un vistazo a la casa y luego bajó el brazo hasta alcanzar mi mano y llevarla a su entrepierna.
-Quiero comprobar que tú sigues siendo el mejor comecoños de todos los tíos con los que he estado. Incluyendo a Dani.
Resoplé y tomé aire. Por fortuna no padecía dolencias cardiacas, porque aquel nivel de excitación tal vez no fuera del todo sano.
Miré hacia la casa para comprobar que seguía sin haber movimientos. Entonces eché un vistazo alrededor y tuve una idea. Agarré a Ana del brazo y eché a andar tirando de ella.
-Ven conmigo, anda -dije.
Fuimos hasta la casetilla de la cocina. Entramos y abrí la ventana opuesta a la de la otra noche, la que daba a la casa. Desde allí podríamos ver acercarse a cualquiera y nos daría tiempo a reaccionar.
Tras hacerlo, me volví y quedé frente a Ana. Nos miramos un instante y mi excitación tomó posesión de mi voluntad. Le lancé las manos a las tetas, que agarré por encima de la camiseta del pijama. ¡Dios, qué ricas esas tetas! Levanté la camiseta y las volvía a agarrar. En cierto modo se parecían a las de Lucía, aunque algo más pequeñas y firmes en el caso de Ana, muy turgentes.
-¿Te alegras de verlas? -preguntó.
A modo de respuesta me lancé a comerlas. Primero una, luego otra y finalmente metí la cara entre ambas. Mordí, lamí, chupé… Estaba jadeando de excitación y la escuchaba a ella disfrutar del mismo modo. Entonces me incorporé y le comí la boca por unos segundos. Añoraba el sabor de aquella boca tanto como el de esas tetas. Y esperaba seguir recuperando sabores exquisitos.
Me separé de sus labios y le di la vuelta de forma abrupta. La dejé de cara a la ventana. Con una mano la rodeé a la altura del pecho, para poder masajear ambas tetas, mientras que la otra la introduje bajo el pijama y las bragas hasta alcanzar su coño y ese sedoso vello público; lo tenía empapado. Empecé a jugar con él mientras trabajaba las tetas, y el cuerpo de Anita comenzó a retorcerse. No pasaron más de unos segundos antes de que se pusiera a implorar; más bien a ordenar:
-Cómemelo… ¡Cómemelo, joder!
Le agarré ambas muñecas y la incliné hacia delante, hasta hacerla quedar apoyada con ambas manos en el marco de la ventana, con sus tenazas colgando, de cara a la casa donde aún despertaba la familia de su novio y de mi mujer. Entonces, de un golpe, le bajé el pijama y las bragas en un movimiento violento que hizo soltar un gemido casi felino de placer. Le liberé una pierna de la ropa y metí mi pie entre los suyos para hacer que los separara dándole golpecitos a un lado y otro. Con las piernas abiertas como columnas de un templo griego, la tomé de las caderas y se las levanté, haciéndole bajar la columna. Entonces me arrodillé y vi que tenía el desayuno servido.
Despacio, me metí entre sus piernas y alargué la lengua, bien empapada en saliva. La posé sobre su clítoris y subí, despacio pero con la presión suficiente, a lo largo de todo su coño hasta terminar en su culo. Aquello la hizo dar un respingo. Decidí recalar un poco allí, así que comencé a rodear su ano con mi lengua, cada vez más próximo al punto clave. Entonces, despacio, comencé a penetrarla analmente con la punta empapada de mi lengua.
Anita se retorcía. Encogía las piernas, se estiraba, volvía a recogerse… Bajé hacia su coño y repasé todos sus pliegues con mi lengua mientras llevaba un dedo a su ano y proseguía la estimulación alrededor.
-Méteme el dedo -suplicó-. ¡Méteme el dedo en el culo, por favor!
Obedecí, naturalmente. Recogí un poco de saliva con mis dedos y humedecí la zona antes de introducir el dedo corazón. Al mismo tiempo, dejé que el dedo pulgar de la misma mano se fuese aproximando a la entrada de su coño hasta sumergirse en su interior. Y así, con un dedo en cada orificio en un célebre candado, concentré mis esfuerzos en el juego de mi lengua a lo largo y ancho de su coño, rodeando su clítoris, acariciándolo, mordiéndolo, chupándolo… hasta que los movimientos del cuerpo de Anita se tornaron sacudidas propias de una película de exorcismos.
-Sigue, Alex, sigue… ¡Qué bueno eres, cabrón! Nadie me ha comido el coño como tú, nene. Sigue por el culo, mueve ese dedo. Ay…
Anita lanzó las manos hacia atrás para agarrarme la cabeza y enterrar mi cara en su culo, como si quisiera colarme en su interior.
-Sigue, sigue… Me voy a correr… Ah, me corro… Dani te va a matar… Dani te va a matar… Qué bien me lo comes… ¡Qué bien me lo comes! Me corro, Alex, ¡me corroooo…!
Anita perdió entonces el control sobre sus piernas y estas se plegaron por completo, dejándola en cuclillas, casi en posición fetal, mientras respiraba con dificultad y su cuerpo describía pequeñas convulsiones.
-¿Alguien quiere churros, familia?
Era la voz del primo de Lucía la que llegaba desde el exterior de la casa. Yo podía verlo desde nuestra posición pero era evidente que él miraba hacia todos lados, ignorando nuestra presencia.
-Mira, parece que tenemos desayuno -dije observando a Ana mientras seguía disfrutando del momento.
Despacio, se puso en pie, aunque sin poder dejar de mantener un punto de apoyo.
-Me has hecho que me temblaran las piernas, cabrón -me dijo.
-Gracias, supongo.
-Bueno, dame dos minutos que me recupere.
-Tranquila -dije señalándole la tienda de campaña bajo mi pantalón de deporte-. Por ahora no creo que pueda ir a ninguna parte.
Y ambos nos reímos.
Estábamos tan nerviosos y excitados que no reparamos en el movimiento que hubo en el exterior de la casetilla, cuando un testigo de excepción de lo que había ocurrido allí se escabullía para no ser descubierto.