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creadordesensaciones

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Este relato lo publiqué en el antiguo foro.
Yo había perdido los archivos, lo sé, que mala cabeza... pero gracias a SALGAS, que me los envió, puedo volver a subirlos.
Empiezo por "SIEMPRE", como es lógico, por ser el primero que escribí y publiqué, aunque en realidad, daría igual...
Espero que, a los que no lo leísteis, os guste. Y a los que ya lo leísteis, que lo volváis a saborear.
CREADORDESENSACIONES





SIEMPRE.
Prologo

Los árboles del parque agitaban sus copas, al ritmo que marcaba el viento que soplaba. Era principios de marzo, y la primavera que en breve llegaría, aun se hacía de rogar.

Alberto se debatía entre levantarse de aquel sillón, tras el ventanal, o quedarse en él, y seguir observando cómo anochecía, poco a poco.

Su vida era, ahora, más tranquila que antaño, se había acostumbrado a su soledad, a su mundo dentro de su piso frente al parque. Se había acostumbrado a sus pocas salidas con amigos de siempre, a sus escarceos esporádicos con mujeres de una sola noche y ningún día, y los también esporádicos polvos con su amiga Ruth.

La música, casi un susurro, se escuchaba como un rumor lejano, impregnando el ambiente de acordes en quintas y riffs. “El rock hay que escucharlo alto” Alberto lo usaba de música ambiente.

Mientras apuraba, sorbo a sorbo su cerveza fría, contemplando por la ventana el rítmico movimiento de las ramas de los árboles, pensaba en su vida, en sus recuerdos. Ahora a sus casi cincuenta años, echaba la vista atrás, ¿había cosas que cambiar? Quizás, pero ¿para qué cambiarlas? Alberto siempre pensó que sus actos, para bien o mal, eras suyos, los había elegido él. Con eso bastaba.

Su vida era cómoda, arquitecto con trabajo en un prestigioso estudio. Su trabajo, desde hace más de 20 años, consistía en dirigir obras, coordinar oficios, tomar decisiones sobre los problemas de ejecución que pudieran surgir, y seguía haciéndolo con gusto, le gustaba su trabajo, le encantaba la sensación de entregar un proyecto acabado, bien acabado.

Durante su vida laboral había conocido a mucha gente. La mayoría aves de paso que como vienen se van. Pero también había conocido gente con la que había trabado una amistad que perduraba con los años. Había creado un grupo variopinto de personas de distintas provincias. Se conocieron en una obra en Zaragoza, cuando a Alberto le encargaron su primer gran proyecto y desde entonces, seguían quedando para verse, para charlar, para reírse, para lo que surgiera.

Todas esas personas pertenecían a diferentes empresas que habían trabajado en su primer gran proyecto, empresas que, con el paso del tiempo, se habían convertido en fijas en cualquier proyecto que a Alberto le encomendaran. La gente había ido haciendo su vida, se habían casado, habían tenido hijos, había algún divorciado, pero ahí seguían, amigos de siempre.

¿Cómo se conocieron? ¿Cómo llegaron a ser lo que son?

El tiempo había pasado, ahora peinaba unas canas sobre las sienes, que nunca quiso ocultar. Ya no salía tanto como antes, prefería la tranquilidad de su casa, su música, su cerveza.

En breve volverían a verse… el móvil emitió un pitido, mensaje de WhatsApp.

*Hola guapo. Que ganas de verte y darte un abrazo*

Era Charo, una de sus amigas del grupo, gallega, casada, y muy apetecible con el paso de los años, a ojos de Alberto.

*Ya no queda nada, en breve estaré por allí, y te comeré a besos y lo que tú te dejes*

*Ja, ja, ja, Siempre estás igual*

*No como tú, que cada día estás mejor*

*Ja, ja, ja, te veo en nada, besos*



CAPITULO 1
El principio de las cosas.
Madrid 2003

Alberto subió a la planta doce, la planta de dirección.

Salió del ascensor, miró alrededor, y se encaminó hacia la mesa negra con anagrama de la empresa, que hacía las veces de mostrador de recepción de la planta noble.

- Hola Lourdes. Me han llamado…

- Alberto guapo.


Lourdes era la señorita de la recepción en dirección, el filtro, el infranqueable filtro de los jefes. Menudita, delgada, con un precioso cabello negro, largo y rizado. Unos ojos negros brillantes, pequeños y pizpiretas y una sonrisa perfecta de dientes muy bien colocados y muy blancos.

Tenía un cuerpo menudo, muy bien conformado, con unas tetas pequeñas y duras coronadas por un pezón oscuro, pequeño y siempre duro.

Alberto la conocía muy bien, no en vano había tonteado, y algo más, con ella en más de una ocasión. Salían juntos, como si fueran pareja, unos meses, y lo dejaban, por incompatibilidad de caracteres. Pero al tiempo, volvían a coincidir, volvían a sucumbir y volvían a ser “pareja”

Estaban en una de esas rupturas en aquel momento. Pero nada más verse, su chispa esa que siempre tenían, volvió a chisporrotear.

Lourdes salió de detrás de su mesa, y abrazó a Alberto, éste correspondió su abrazo, y tras mirar a un lado y otro de aquel hall, y notando los pechos duros de Lourdes, la besó y mientras lo hacía deslizó su mano hasta alcanzar el culo pequeño, duro y respingón de la chica. Ella apartó la mano con un gesto rápido.

- Hacía mucho que no te veía Alberto.

- Ya, he estado liado.

- Lo sé, has estado en Sevilla ¿No?

- Llegué la semana pasada.

- Pues anda que has llamado.

- Lo siento, llegué el jueves, el viernes dormí, el sábado también y el domingo…

- Ya, ya, anda Don Julio te espera en su despacho.

- ¿Sabes para qué?

- Siendo tú, para felicitarte jajaja.

- Anda tonta, en serio…

- No lo sé. Le digo que estás aquí.


Y volviendo a su mesa, tecleó en el teléfono y mandó a Alberto hacia el despacho de Don Julio.

Don Julio, el gran jefe, uno de los socios del estudio. Alberto solo había hablado con él en algunas ocasiones contadas, y siempre en obras o celebraciones, pero nunca en su despacho.

- ¿Don Julio? Buenos días.

- Buenos días Alberto, pasa, pasa y siéntate. Le dijo mientras le señalaba un sillón de cortesía frente a su gran mesa.

- Gracias.

- ¿Te preguntarás qué haces aquí?

- Bueno…

- Al grano, nos han aceptado el proyecto del palacio de la música y las artes en Zaragoza. Es un proyecto complejo, con diversas fases y como si dijéramos diferentes proyectos dentro del mismo. Está el gran edificio del palacio de música, además de la sala de exposiciones, de los almacenes, restaurantes, jardines…


Don Julio hablaba y hablaba y Alberto le oía, pero no le escuchaba, estaba mirando por detrás de él, a una gran maqueta sobre una gigantesca mesa…

- Como te digo Alberto, hemos pensado que eres la persona ideal para ejecutar este ambicioso proyecto que a la larga va a dar mucho prestigio a este estudio…

Alberto oía palabras, hemos pensado, ideal, prestigio…

- En breve haremos una reunión con Salgado y con Sanchís, e iremos tomando decisiones sobre los diferentes responsables, pero para empezar, esta noche haremos la presentación oficial a la empresa del proyecto y tu nombramiento…

Salgado y Sanchís, presentación, nombramiento…

- Alberto, de verdad, para mí es un orgullo nombrarte responsable de este proyecto…

- Don Julio, Perdone…

- ¿Si? ¿Alguna duda? Alberto.

- Todas. No he visto el proyecto, no sé de qué se trata, no conozco la envergadura del mismo, ni los plazos… ¿cómo saben que estoy capacitado? Ni yo mismo sé si estoy preparado.

- Lo estás Alberto, Lo estás.

- Pero…

- Alberto, hemos seguido tu trayectoria en esta empresa, llevas aquí casi seis años, conocemos todo lo que has hecho para nosotros, desde los diseños, hasta las ejecuciones. Eres un gran arquitecto con un don especial para dirigir a los equipos de trabajo, jamás hemos recibido una queja sobre ti, ni de clientes, ni de contratas, ni de empleados…

- ¿Es ese? Dijo Alberto señalando la maqueta.

- Ven que te lo enseñe.


Don Julio se puso en pie y esperó a Alberto con el brazo en alto, que colocó sobre sus hombros en cuanto éste estuvo a su alcance.

Fue enseñándole los distintos edificios, las diferentes secciones… El complejo era grande, constaba de un edificio principal de planta ovalada y casi 4 pisos de altura, rodeado de varios edificios más pequeños en los lados y la trasera del principal. Además, unos jardines y un lago artificial.

- Hemos habilitado la séptima planta entera para este proyecto. Tienes un despacho allí, a donde hemos enviado ya todo el proyecto para que lo vayas conociendo.

- Pero…

- Alberto confiamos en ti. Esta noche a las ocho en la sala de cocktail será la presentación. Te quiero aquí en mi despacho a las siete y media, desde aquí bajaremos juntos. Ahora ve a instalarte, dile a Lourdes que avise a Mercedes Prieto, desde hoy es tu mano derecha… va Alberto va. Hasta esta tarde.


Alberto salió de aquel despacho más preocupado que alegre.

- Lourdes, me ha dicho Don Julio que…

- Te está esperando en tu nuevo despacho. Enhorabuena Alberto. Me alegro un montón…

- Me habías dicho que no sabías nada.

- Lo llaman discreción, Alberto, discreción. Jajajaja.

- Que… Entonces sabrás que esta noche…

- A las ocho te veo, es tu gran día, no me lo pierdo por nada. Merche te espera en tu despacho. Por cierto, cuidado que te conozco, y Merche está muy buena…

- Lourdes tú yo no somos nada, vamos que…

- Ya, ya, pero por si acaso. Y bajando el tono y en plan confidencial añadió.

- Merche es la sobrina de Sanchís, ten cuidado y no te pases, ¿o creías que eran celos?

- Gracias guapa, esta noche te veo.

- Espera. Ten, esto es para ti.


Y le entregó una caja de cartón verde. Sobre la tapa con perfecta caligrafía a mano habían escrito:

“Alberto Lorenzo

ZARPAMA

Palacio de la Música y las Artes de Zaragoza”

Con su caja bajo su brazo izquierdo y apoyada en la cadera, Alberto se dirigió al ascensor.

Apretó el botón 2, su planta de siempre, y mientras el ascensor descendía, y la música sonaba emitiendo una melodía barroca súper cursi, miró en la pantalla del ascensor que el reloj marcaba ya las diez y media.

Entró en su departamento, y de repente todos se pusieron en pie y comenzaron a aplaudirle.

Alberto se quedó parado un instante mientras miraba hacia todas las direcciones.

¿Cómo se habían enterado?

- Alberto, me alegro muchísimo por ti.

Era Alicia, su secretaria desde hacía tres años, cuando le colocaron en aquel departamento, que colgándose de su cuello le abrazaba.

- Gracias, gracias, pero ¿Joder las noticias vuelan?

- Ha sido Lourdes, nos acaba de llamar.

- Gracias a todos de verdad. Alicia ven conmigo por favor.


Alberto se encaminó al que hasta hoy había sido su despacho, entró, dejó a Alicia entrar y cerró tras de sí.

- Alicia, necesito que me hagas el favor más grande del mundo ahora mismo.

- Lo que necesites, dime.

- Necesito que a las dos, tengas preparado un catering para todos estos, señalando hacia fuera del despacho. Como tú sabes hacerlo… ahora tengo que subir al despacho nuevo… ah otra cosa, necesito…


Y le pidió algo más personal que ella escuchó con atención, mientras afirmaba con la cabeza.

- Alberto, te vamos a echar de menos…

- Aún no sé cómo han organizado esto, ni sé si poder contar con gente de mi entorno… Alicia, voy a hacer todo lo posible porque subas conmigo…

- Si es lo que quieres, ya sabes que voy a donde tú digas. Déjalo en mis manos, a las dos en la sala de reuniones.


Alberto le dio un beso en la mejilla a Alicia, ella se ruborizó.

- Albertooo.

- Aliciaaaa.


Alicia tenía casi cincuenta años, estaba casada con 2 hijos, era muy recatada y nunca vestía provocativamente, al contrario. Era rubia, con unos ojos azules muy claros y muchas pecas sobre las mejillas. Alberto nunca se había fijado en ella como mujer, era casi como una madre que le cuidaba.

- A las dos vengo, Alicia, no me falles…

- Gracias Alberto.


Le guiñó un ojo y salió del despacho, con su caja.

Unos instantes después estaba saliendo del ascensor en la planta siete.

Un gran espacio se abrió ante él. Prácticamente toda la planta estaba diáfana, tan solo a la derecha, en la lejanía, había una puerta, Se dirigió hacia ella.

- Buenos días Señor Lozano.

- Alberto por favor, dijo sin ver aun a la mujer que le hablaba.

- Buenos días Alberto, soy Mercedes…


Cuando la vio, se quedó petrificado, ante él había una mujer perfecta, con unos tacones finísimos y muy altos, que hacían que casi igualará su uno ochenta de altura, metida en una falda gris, ajustada por encima de la rodilla, y con un suéter de lana blanco con el cuello en pico que dejaba ver un más que apetecible canalillo. Unas tetas grandes, redondas, perfectas. Un cuello infinito que sostenía la cara más bonita que había visto hasta ese día. Unos preciosos ojos marrones claro, el pelo castaño claro liso cortado en media melena, recogida en una coleta. Una nariz delgada y sutilmente proporcionada al tamaño de la cara, y una boca sensual con los labios ligeramente carnosos, pintados en un carmín rojo.

- Bu bu buenos días.

- Don Alberto, ya le habrán dicho…

- Alberto, por favor, solo Alberto.

- Alberto ya le habrán dicho…

- Alberto ya te habrán dicho.

- Perdón, Alberto ya te habrán dicho que voy a ser su secretaria.

- Mercedes, por favor. Trátame de Tu y no vas a ser mi secretaria, vas a ser mi ayudante.

- ¿Ayudante? Pero yo…

- Vamos a ver qué nos han traído, y nos organizamos.

- Vale. Pero…

- Pero. Vamos a organizarnos y a ver qué necesitamos. Puedes ir haciendo una lista…

- Ya la he hecho.

- Mercedes, Tú y yo vamos a hacer buen equipo.

- Merche por favor, Alberto, llámame Merche.

- De acuerdo Merche. ¿Quieres un café? Vamos a la cafetería, apunta en la lista, queremos una cafetera en la planta 7.

- Ja, ja, Apuntado. Vamos.


Desde ese momento Alberto y Merche formaron un tándem perfecto en el trabajo, él no necesitaba decir algunas cosas, ella ya las tenía en cuenta. Merche era arquitecto técnico, no había ejercido en ningún proyecto propio, y en los que había participado, nunca fue como profesional de la arquitectura. Se desenvolvía muy bien con los proveedores y con los clientes en tareas meramente organizativas. Además, estaba muy buena, Alberto se fijaba en ella, en sus movimientos, pero hasta unos días después no se atrevió a preguntar sobre su vida, de momento, con tomarse aquel café le servía.

En un momento dado, Alberto recibió una llamada en su móvil, la atendió, separándose de Merche, mientras respondía con monosílabos y afirmaciones de cabeza.

- Vale ahora miro el correo, gracias.

A continuación entró al despacho que le habían asignado, encendió el portátil, buscó algún sitio donde conectarse a la red de la empresa y buscó en su correo.

Lo que leyó, le dejo satisfecho y sonriente.

Era casi la una, y Alberto y Merche, tenían desplegados un montón de papeles en la mesa gigante reuniones que les habían colocado en uno de los despachos. Merche iba apuntando cosas en una lista que ya ocupaba 4 hojas de su cuaderno. Algunas de las cuales, ya se había encargado de pedir y las tenía tachadas.

Alberto la veía manejarse con el teléfono, en la forma de hablar con la gente, de expresarse, y le daba la impresión de que iba ser muy útil para él.

- Merche. Deberíamos hacer una lista del personal que vamos a necesitar aquí con nosotros.

- Me han dado una lista de personal que se incorpora mañana… mira.


Merche le extendió una subcarpeta azul, dentro un listado de personas y los departamentos a los que pertenecían.

- También me han dicho que esta tarde vendrán a instalar mobiliario…

- ¿Quién ha hecho esta lista?

- No lo sé, me la dieron ayer cuando me…

- Voy a subir.


Y Alberto salió del despacho dejando a Merche con la palabra en la boca.

Se dirigió a la planta 12, visiblemente enfadado.

- Avisa a Don Julio Por favor.

- ¿Estás bien Alberto?

- Avísale por favor.

- Sí, claro ¿Pero estás bien? ¿Ha pasado algo? ¿Merche?

- Lourdes, por favor… Avisa a Don Julio que quiero verle.


Lourdes tecleó en el teléfono.

- Don Julio, Está aquí Alberto Lorenzo, quiere verle… Sí. Si. Ajam Sí.

Dirigiéndose a Alberto Lourdes dijo:

- Espera que sale. No sé qué le has hecho, pero él nunca sale a recibir.

- Alberto, ¿Qué ocurre?

- ¿Podemos hablar?

- Claro, cuéntame, mientras bajamos a ver los avances.

- No. Hablemos…

- Bajamos y me cuentas.


Don Julio enfiló hacia el ascensor con Alberto a su lado.

- Lourdes, si me llama alguien estoy en la 7.

- Si Don Julio.

- Dime Alberto ¿Qué ocurre?

- Si yo dirijo el proyecto, yo elijo a mi gente.

- Ya, pero tenemos compromisos.

- O elijo a mi gente, o no quiero el proyecto…


Esto último lo dijo mirando fijamente a Don Julio, justo cuando la puerta se abría en la planta 7.

- ¿Estás seguro Alberto?

- Seguro.

- Mercedes… Buenos días. ¿Qué tal con Alberto?

- Buenos días Don Julio,
- mirando a Alberto que permanecía detrás de Don Julio -. Muy Bien.

- Pues me alegro, recoge tus cosas, Alberto no quiere a nadie que no haya escogido el.

- Pero…


Alberto, sorprendido, miró a Merche, a Don julio:

- No. Merche, Mercedes se queda.

- Alberto decídete ¿elijes tú o elige la empresa?

- A ella la elijo…


Don Julio permaneció un rato callado, como examinando la circunstancia, y finalmente dijo:

- Alberto. Tienes carácter, eso me encanta. Prepárame una lista con la gente que necesitas.

- También necesitamos reordenar esta planta vacía…

- Esta tarde vienen los muebles…

- Me gustaría, nos gustaría re ordenarlo nosotros…

- Alberto tú decides. Merche guapa, habla con quien corresponda y anula el mobiliario de esta tarde. Cuando decidáis lo que queréis, lo encargáis y que lo monten. Desde ahora mismo, respondéis, los dos, ante mí. Todas las decisiones son vuestras, una vez a la semana quiero informes. No me defraudéis.


Y dándose media vuelta, pulsó el botón del ascensor y añadió:

- Merche, te dije que con Alberto no te valdría eso de ser secretaria. Ahora sois Equipo, vosotros sabréis cómo os organizáis.

Y entrando en el ascensor, desapareció.

Merche y Alberto se miraron, sonrieron, rieron y se fundieron en un abrazo de alegría.

Alberto sintió las tetas de Merche, y se separó de ella. Se miraron a los ojos y notaron cierta conexión.

- Tenemos que preparar el listado de personal que necesites Alberto.

- Que necesitamos Merche, Somos equipo.

- De acuerdo.

- Ostias ¿qué hora es?

- Casi las dos.

- Me voy tengo celebración con… ¿Te vienes?

- ¿Debería? Es tu equipo…

- Ahora será también el tuyo.


Y sonriendo bajaron a la planta 2.
 
Capítulo 2
Viejas rutinas
Madrid 2019


Apuró la cerveza y pensó que debería cenar algo, cuando le entró un mensaje al móvil.

Ruth *Hola bobo, ¿dónde estás?*

Alberto. *Hola boba, En casa ¿y tú?*

*Por tu zona, Salí con unas amigas. ¿Quieres una cerve?*

*¿Por aquí? Dime dónde y bajo*

*Ábreme y subo*

*¿Estás aquí?*

*Abre*


En ese instante comenzó a sonar el video portero, Alberto se acercó y por la pantalla vio a Ruth mostrando un pack con cervezas, y pulsó el botón abrir.

- Boba, ¿qué haces aquí? Joder ¿cuánto hace que no nos vemos?

- Déjame entrar coño.

- Pasa. Coña.

- Dame un abrazo, que ya hace mucho.


Ruth era amiga desde el proyecto de Zaragoza, por aquel entonces formaba parte de la empresa que se encargó de seleccionar el personal para mantenimiento de las instalaciones. Se incorporó al grupo cuando ya casi habían terminado, y desde el primer día Alberto y ella trabaron una buena amistad, y algo más.

Era una mujer de su edad, morena, de mediana estatura, con algunos kilos de más, los justos, caderas anchas, siempre pantalón, no era guapa, muy suya, introvertida, pero cuando la conocías se abría como una flor y dejaba ver su alegría y simpatía. Tenía el pelo corto oscuro, unos ojos marrones que te examinaban en cada mirada. Las tetas nunca expuestas, siempre ocultas en camisas anchas o jerséis grandes. Eran de un tamaño ligeramente grande, coronadas por un enorme pezón rosado, que al sentir el contacto se endurecía brutalmente.

- Joder Ruth, hace un montón que no sé de ti.

- Pues aquí me tienes.

- ¿Vas a venir a la quedada de Mayo?

- Seguramente no. No me apetece.

- Pero yo voy…

- A ti te tengo aquí cuando quiera.


En ese momento le estampó un beso en la boca.

- Ja, ja, estás loca.

- Ya lo sabes. ¿Tienes vasos fríos? Éstas vienen frías pero…

- En el congelador, espera.


Alberto trajo dos jarras congeladas y las puso sobre la mesa.

- ¿Qué andas haciendo ahora?

- ¿De qué?

- Voy a ver.


Ruth paseaba por casa de Alberto como si fuera suya, de hecho, la distribución y decoración, la hicieron juntos cuando Alberto compró aquel piso hace ya 10 años.

Entró en la habitación que Alberto usaba de estudio. Varios tableros recorriendo las paredes hacían las veces de mesa corrida en tres de las cuatro paredes, sobre las paredes, infinidad de estanterías, con infinidad de libros, todos de decoración, arquitectura, dibujo, escultura…

Sobre uno de los tableros, había un tablero portátil de dibujo inclinable, en él, un dibujo a medias.

- Está bien. Te ha dado por estas… ¿cajas? ¿cubos?

- Son cubos, en perspectiva, formando redes de cubos…

- Ya. Cajas apiladas sin ordenar.

- Jajaja eso, un almacén desordenado.

- Pero bonito jajajja.


Ruth salió del estudio y se dirigió al sofá del salón, se quitó la chaqueta la tiró sobre una silla y se sentó en el sofá, mientras llenaba su jarra.

- Joder Ruth, qué ajustada esa camiseta, ¿qué ha pasado?

- Que me queda pequeña, coño.

- Que bruta eres.

- Así te gusto, ¿qué te importa?


Ruth era así, sin filtros, sin novio conocido, sin marido abandonado o que la abandonara, pero con un hijo de casi 14 años. Nunca se supo quién era el padre, y ella nunca quiso saber quién era. En una ocasión Alberto insinuó que quizás él, pero Ruth rápidamente le respondió que era imposible, que por aquel entonces casi no habían tenido relaciones, y que, además, era imposible y punto.

Nunca más volvió a preguntar.

- Si te aprieta, te la puedes quitar.

- Si quisiera ponerte cachondo…

- Cachondo me pones siempre, lo sabes.

- Alberto. ¿A ti qué te gusta de mí?

- Tú.

- En serio tío. Yo no soy un pivón, no estoy buena…

- ¿Eso se lo preguntas a todos?

- Eso te lo pregunto a ti, bobo.

- No sé Ruth. Me gusta cómo eres, me gusta cómo me miras, me gusta como… follas.

- Ah ¿entonces estás conmigo por follar?

- Ahhh ¿entonces estás aquí porque quieres que te folle?

- Sabes que eres bobo ¿verdad?

- Sí, y tú más. Bebe y calla Boba.


Así eran siempre sus citas, se querían de aquel modo. Sus caracteres eran tan parecidos, tan cortantes con la gente, pero increíblemente amables y simpáticos en las distancias cortas, cuando se ha roto la barrera que montan alrededor de ellos.

Podían pasar meses, años sin verse, pero cuando se veían, cuando se hablaban, era como si no hubiera pasado el tiempo. En todos los malos momentos se habían hecho compañía. Siempre habían puesto su hombro para las lágrimas del otro, y nunca se habían pedido nada más.

- ¿Entonces qué? ¿Te quitas la camiseta?

- Alberto…

- ¿Que?

- Quiero follar. Llevo unos días pensando en ti. No sé porque, pero quiero follar, hace mucho que no follamos.


Y se quitó la camiseta, se quitó el sujetador y se acercó a Alberto para besarle.

Por supuesto, Alberto no se quedó atrás, se quitó el jersey que llevaba puesto, la camiseta y poniéndose de pie, el pantalón.

Ruth le miró a los ojos, se mordió el labio y retirando la tela del calzoncillo, dejó a la vista el rabo de Alberto. Aquel que tanto placer le había dado en el pasado. Aquel con el que llevaba varios días haciéndose dedos en las noches solitarias.

Lo rodeó con los labios, y comenzó a chupar, con movimientos rítmicos. Él se dejaba hacer, mientras ella con una mano acariciaba sus huevos y con la otra pajeaba la polla a la vez que la metía y la sacaba de su boca.

Finalmente, Ruth, la sacó de la boca, se levantó del sofá y agarrando de la mano a Alberto le llevó al dormitorio.

- Fóllame como antes, como al principio.

- ¿Cómo?

- Como si me quisieras.

- Sabes que te quiero.

- Sabes a que me refiero.


Se desnudaron por completo y Alberto empujó levemente a Ruth sobre la cama.

Le abrió ligeramente las piernas, y comenzó a acariciar los muslos, despacio, mientras desde allí abajo la miraba a los ojos. Sacó la lengua y recorrió todo el costado de Ruth hasta llegar al lateral de su teta. Siguió avanzando con su lengua por aquella teta grande y blanda hasta llegar al pezón, ahora duro, mientras seguía acariciando los muslos, uno, el otro, el primero, el otro…

Justo cuando metió aquel pezón en la boca, un dedo se posó sobre los carnosos labios vaginales de la mujer, y frotando de arriba abajo y de abajo arriba, fue abriéndolos para encontrase con una raja húmeda y brillante.

Cambió a la otra teta, al otro pezón, a cada mordisquito ella respondía con un gemido ahogado, a cada gemido él respondía introduciendo el dedo en el coño jugoso de Ruth.

Después de un rato de alternar un pezón y otro, volvió a dedicarse a acariciar los labios húmedos de aquel coño apetecible. Bajó la cabeza, se enterró entre sus piernas, y mientras con los dedos abría el húmedo coño, pasaba la lengua a lo largo de toda la raja, absorbiendo líquidos y humedades. Mientras chupaba, introducía un dedo, lo sacaba, cuando por fin apretó su clítoris con los labios, ella dio un respingo un gritito, él se recreó entonces con aquel botón maravilloso, a la vez que metía y sacaba los dedos. Los grititos de ella aumentaron, el aumento la velocidad. Un grito más alto, una contracción en la pelvis, y un temblor en las piernas fueron el preludio de un orgasmo en forma de templo, mientras de aquel coño rezumaban líquidos, no fue un chorro, Ruth nunca echaba chorro, era una humedad intensa, y toda la carne alrededor del coño se mojó. Alberto pasaba la lengua por todas partes, engullendo aquel preciado néctar. Ruth con los ojos cerrados, temblaba, gemía, temblaba, le daban pequeños espasmos.

- Que cabrón, como te quiero, cabrón, como te quiero.

Alberto subió hasta su cara y la besó, entrelazaron sus lenguas, se comieron la boca.

Ella se separó un poco, se incorporó y recostada de lado le miró de arriba a abajo.

Su mano agarró el miembro gordo de Alberto, aun sin empalmar completamente, pero suficientemente ancho. Lo acariciaba, lo sobaba, lo subía y lo bajaba. Ahora aparecía el glande, ahora se escondía bajo la piel. Ella lo observaba. Aquella polla se iba endureciendo, iba creciendo. No era excesivamente larga, pero tenía un grosor considerable.

- Me encanta este rabo.

- Tuyo es.


Y como suyo que era, lo introdujo en la boca, todo lo que pudo. Lo succionaba y cuando consideró que era suficientemente duro y grande, colocándose sobre él, se lo metió dentro, sin miramientos, sin preparación, se sentó sobre él y toda aquella masa de carne dura se abrió paso en el coño caliente y mojado de Ruth. Quedó sobre él, solo los huevos estaban fuera, se reclinó hacia delante y le besó la boca.

- No te imaginas cuánto te quiero.

Y comenzó a moverse, a mover el culo de adelante a atrás, de arriba a abajo. En círculos.

Se movía y cada movimiento la notaba llenándola por dentro. Notaba la piel de aquella polla, caliente dentro de ella. Subía y bajaba, entraba y salía. Se incorporó, agarrándose las tetas y comenzó a cabalgar, deprisa, más deprisa. Más deprisa, más deprisa. Cuando el sudor comenzó a impregnar su cuerpo, y su respiración estaba sumamente acelerada, paro. Le volvió a besar y le desmontó.

- Fóllame. Fóllame mucho.

Se tumbó, abrió las piernas y Alberto colocándose sobre ella, la penetró despacio, recreándose en cada centímetro que entraba en aquella cueva caliente.

- Fóllame cabrón. Fóllame como tú sabes.

Él agarró las piernas de Ruth, las subió sobre sus hombros, y empujó, la polla se hundió por completo, ella gritó, y él comenzó un mete saca frenético. La hundía entera y la sacaba prácticamente toda, y volvía a empujar. Ruth con los ojos cerrados, gemía y suspiraba.

- Así. Así, dámela, dámela.

Alberto recogió las piernas de ella, las dobló, y apoyándose en ellas, volvió a meterla, ahora, en esta posición notaba el coño más apretado.

- Joder. Cómo me follas, cómo me follas, así dámela toda.

De nuevo comenzó la penetración, dentro fuera, dentro, fuera. El sudor era ya una constante en todo su cuero, en el de ambos. Pero seguía bombeando con fuerza.

Cuando notó que Ruth volvía a temblar, interpretó que era el momento, empujó, empujó como si quisiera partirla entera. Y justo cuando más fuerza hacía contra ella, un grito de Ruth anunció que se corría, intensamente, con sus temblores. En ese momento Alberto la sacó, le estiró las piernas, se agarró la polla y dándose dos sacudidas y mientras la miraba a los ojos, se corrió sobre las tetas de Ruth.

- Joder que gusto cabronazo.

- Ya te digo, hacía mucho…

- Buff, ¿por qué espero tanto para venir a verte?

- Porque tienes a otros…

- Alberto. Tú eres el que me folla. A los otros me los follo yo. Y los tiro.

- Que bruta eres.

- Joder, cómo me he quedado.


Y así tumbados uno junto al otro, desnudos, dejaron correr el tiempo.

- Coño, ¿qué hora es?

- No sé. Espera, las ocho y media.

- Mierda, no llego, me voy.

- Pero…

- Joder, que Lucas sale de entrenar ahora, tengo que irme.

- Avisa a tu madre.

- Me voy, joder, me tengo que ir.


Ni quince minutos después, Ruth estaba vestida, con su chaqueta sobre el brazo y apoyada en la puerta para irse, mientras Alberto la besaba la boca.

- ¿Te vendrás a Zaragoza?

- No creo.

- Tú misma.

- Te llamo, un beso.


Y abriendo la puerta salió de la casa.

Alberto se asomó al balcón, y la vio correr mientras cruzaba la calle, se giró y le lanzó un beso desde lejos, desapareciendo por la esquina.

 
Capítulo 3
De dónde venimos.
Madrid 2003

A las 2 en punto, Alberto y Merche entraban en la sala de juntas de la planta 2.

Sobre la gran mesa central habían dispuesto platos con canapés, jamón, chorizo, diferentes quesos y pinchos de varias clases. Ahí estaban todos los empleados de la planta 2, todos los que, de una u otra forma, habían formado parte de los distintos equipos de trabajo de Alberto en los últimos 3 años.

Alicia, con una gran sonrisa en la cara, se acercó a Alberto.

- Están todos aquí.

- Gracias Alicia.

- Tendrás que decirles algo. ¿Un discurso quizás? Jajaja.

- Ahora, no tengas prisa, mira Alicia te presento a Merche.


Y separándose un poco de Alicia, hizo un gesto a Merche para que se acercara, ya que ésta se había quedado discretamente atrás.

- Hola Merche, Es un placer.

- Mío, el placer es mío. Tenía ganas de conocerte, Alberto te nombra todo el rato.

- Espero que para bien.

- Para muy bien.


Alberto intervino:

- Alicia, luego más tranquilos hablamos, pero prepara tus cosas que te vienes con nosotros.

La cara de Alicia se encendió de un rojo brillante, Ruborizada dijo:

- ¿Yo? Pero... con vosotros, al proyecto del palacio…

- Venga Alicia. Bébete algo y brindemos.


Merche miraba la escena y no pudo evitar emocionarse, ver como Alicia se ruborizaba simplemente porque Alberto la había seleccionado para su proyecto, ahora entendía a todos los que le habían contado que Alberto se hacía querer, que era muy buen jefe… Allí había por lo menos 20 personas, algunos de los cuales iban a ser, a partir de ahora, compañeros suyos. Los miraba y trataba de averiguar cuáles serían y a qué se dedicaría cada uno. Allí había ingenieros, arquitectos, especialistas en diseño de interiores, había administrativos que escrutaban cada presupuesto y se peleaban con los proveedores por un descuento, ¿Quiénes serían los elegidos’ y qué pensarían los demás?

- Merche, vamos tómate algo. ¿Quieres vino, una cerveza?

- Una cerveza, gracias.


Alberto se acercó a un lateral del espacio de reuniones y de un armario refrigerado sacó dos botes de cerveza y los sirvió en dos vasos, cuando se disponía a llevarlos, Carlos se acercó a él.

- Alberto… Campeón. Enhorabuena.

- Gracias.

- Ahora que estás en plantas nobles, ¿te acordarás de los pobres? ¿No?

- De los pobres no lo sé, pero de los que curran y saben trabajar, por supuesto.

- A ver si tengo suerte.

- No deberías contar mucho con ello.


Y dándose la vuelta se acercó a Merche.

- Siempre están los trepas, que creen por ser hijos de alguien tienen puesto fijo…

- Yo, Alberto, deberías saber que soy…

- Sé quién eres.

- ¿Sabes quién es mi tío?

- Claro. Pero tú no estás aquí por ser su sobrina, tú te lo has ganado.

- Solo hemos estado una mañana juntos…

- Pero ¿tú con quien te crees que te han colocado? Yo he hecho mis deberes, jajaja.

- Entonces sabes que mi tío…

- A mí quien sea tu tío me da igual, lo que me importa es que eres Arquitecta técnica, que hiciste un master en dirección de obra, que has trabajado en varios proyectos dentro de esta empresa, que me traigas café por la mañana y que sonrías.

- Ja ja ja.


Las risas de Merche hicieron que más de uno se girara hacia ellos. Merche se puso un poco colorada y tapándose la boca.

- Perdón, sin poder aguantarse la risita.

- Alicia me consigue lo que le pida, y esta mañana, le pedí tus referencias.

- Vaya con Alicia… No me extraña que la quieras contigo.


Ya por la tarde, cuando habían recogido todo, Alicia pidió a Alberto que les dedicara una palabra a sus compañeros.

- Bueno, pues a ver qué se me ocurre decir.

Y comenzó con un discurso improvisado en el que citó prácticamente a todos los presentes, le dedicó palabras a cada uno de ellos. En las caras de sus, hasta hoy compañeros, se reflejaba la ilusión, la emoción. Cuando Alberto terminó de hablar, había dejado claro que algunos irían con él a su proyecto, pero que aún no había decidido quiénes, cosa que no era cierta, desde el primer momento se había hecho una lista en la cabeza con los nombres de los cuatro que les acompañarían.

- Mañana, o a lo sumo pasado, os comunicará la empresa vuestra nueva ubicación. A los que no os haya podido escoger, sabed que no es porque no me valgáis, no es porque no sepáis, es porque no puedo llevarme a todos. Y a los que se vengan conmigo, os voy a putear hasta que me canse.

Todos echaron a reír y empezaron a dispersarse por la planta, algunos fueron recogiendo sus cosas para marcharse.

A media tarde quedaban seis personas en aquella planta.

Alicia, Alberto, Merche, Arenas, José Alberto y Sebas.

- Qué casualidad, al final siempre quedamos los mismos, dijo Alberto.

- Es por si de algún armario sacas el ron. Replicó Sebas.

- Pues va a ser que no, en un rato tengo la presentación con Don Julio…

- Lo sabemos, estamos invitados jejeje ahora era Arenas.

- Y por cierto Alberto, ¿nos vas a presentar a la morena?

- La morena se llama Merche, es Arquitecta técnica, y desde esta mañana es mi segunda de abordo en este proyecto.

- En realidad, me dijeron que sería la ayudante de Alberto, o sea la secretaria. A eso es a lo que vengo…

- En realidad, yo decido a qué vienes, y qué vas a hacer aquí.

- Pero Don Julio y el Sr Sanchís…

- A ver Merche. ¿Tú ves por aquí algún Don Julio? ¿Algún Sr Sanchís?

- Ya pero…


Arenas intervino:

- Merche cielo. Si Alberto ha dicho que eres su segunda, ya está dicho. Eres su segunda, nuestra jefa y estamos a tus órdenes…

- Pero yo…

- Señorita Merche, somos sus esbirros jajajja.


Ese era el equipo que Alberto había formado, habría que añadir más gente, pero ya eran puestos que a Alberto le daban un poco igual. Los importantes eran esos.

Sebas, Ingeniero Industrial, se encargaba de coordinar las instalaciones de suministros electricidad, agua, gas, comunicaciones, clima etc.

Arenas era Arquitecto técnico especialista en diseño de interiores y ejecución de obra. Su trabajo consistía principalmente en coordinar la obra civil y llegado el caso elegir materiales para el acabado final, si es que no estaba ya decidido en el proyecto, raras veces era así.

Luego estaba José Alberto, un tipo listo y ágil, tan pronto estaba metido en una zanja supervisando cimentaciones, como estaba en un despacho diseñando cubiertas. Era ingeniero industrial y además había estudiado dos años de arquitectura, que abandonó para entrar en la empresa merced a su título de ingeniería.

Y Alicia, Alicia era, aunque poca gente lo sabía, Delineante proyectista, técnico especialista en edificios y obras, además había recibido formación en dirección de equipos de obra e instalaciones, pero nunca ejercía por su falta de confianza en sí misma y finalmente había quedado relegada a un puesto más de secretariado que técnico.

Alberto los conocía a todos desde casi el día que entró en aquella empresa hace ahora seis años. Pero en el mismo equipo desde hacía tres, cuando Alberto los pidió para su departamento.

- Don Julio, Está aquí Alberto.

- Dile que pase Lourdes, gracias.

- Dice Don Julio que pases. Te veo luego guapo.

- Gracias guapa.

- Buenas tardes. Don Julio…


Alberto entró en aquel despacho y se sorprendió al ver, además de a Don Julio al Sr Sanchís y al Sr Salgado. Los tres eran los fundadores y propietarios de aquella empresa. Nunca había estado con los tres a la vez, de hecho, al Sr Salgado no le había visto jamás en persona.

Fue precisamente Salgado quien habló:

- Buenas tardes Alberto, ya tenía ganas de conocerte.

- Buenas tardes Sr Salgado un placer.

- ¿Cómo va la organización?
Era Sanchís el que hablaba.

- Bien, bien muy bien.

- Nos ha comentado Julio que habéis tenido una pequeña disputa esta mañana…


Don Julio intervino.

- Yo no diría disputa Elías, ha sido un intercambio de opiniones. Alberto, y me parece que, con buen criterio, quería elegir a su equipo…

- Entonces ¿no te ha parecido bien Mercedes?

- No, no, que va, o sea Sí, sí me ha parecido…

- Elías, Alberto y Mercedes van a formar un equipo grandioso, ya lo verás. Han conectado perfectamente, forman una pareja increíble.

- ¿Una pareja?
Don Elías Sanchís miró fijamente a Alberto.

Alberto con la cara completamente roja, no sabía qué decir.

- Yo… Merch Mercedes, no, ehhh.

- Era una broma chico, No le desearía a nadie una mujer con el carácter de Mercedes, es hija de su madre, Ya te digo, Son iguales, mi hermana me ha tenido siempre acojonado jajajajajaja.


Todos rieron con la ocurrencia del Sr Sanchís.

Sanchís se acercó a Alberto y en voz más baja, casi al oído le dijo:

- Cuídala, parece fuerte, pero se derrumba, no tiene confianza, pero verás que es muy buena en su trabajo, verás.

- Lo sé Señor, Lo poco que he visto me ha parecido…

- Pues cuídala, luego si tiene que pasar algo…

- No Sr Sanchís, yo no…

- Alberto… Que soy su tío, pero tengo ojos en la cara y aunque sea mayor sé ver a una mujer guapa jajajaj.

- Pero yo no…


Todos reían, menos Alberto que no sabía si reír, esconderse. Estaba haciéndose pequeñito en aquel despacho, cuando Don julio sugirió ir bajando.

- Vamos para abajo, A ver que nos han preparado.

- Quisar por la 8, por la… por la 7
Pidió Sanchís.

- Paremos pues.

Y se encaminaron hacia aquella planta 7.

Merche estaba ordenando papeles cuando oyó el ascensor.

- ¿Hola? ¿Hay Alguien?

- Mercedes somos nosotros los abuelos jajajaj.


Merche salió del despacho y vio allí frente a ella a su tío, al Sr Salgado y a Don Julio. Alberto un poco detrás parecía esconderse.

- ¿Qué tal sobrina? ¿Qué haces aquí? La presentación…

- Estaba terminando de ordenar…

- Alberto, que me la cuides, no es que la explotes jajajaja.


Alberto volvió a ruborizarse.

Los tres empresarios, decidieron examinar aquel despacho y el contiguo. Miraron los papeles que estaban ordenados, incluso vieron los apuntes de Merche, finalmente Don Julio preguntó:

- ¿Te llevas a Alicia Montes, a Sebastian Díaz y Joaquín Arenas?

- Sí, los conozco... además de a José Alberto Cuesta.

- Si no recuerdo mal has hecho varias obras con ellos, la última esta de Sevilla.

- Sí Señor, son los mejores.

- ¿Alicia Montes también? Ella no ha salido de Madrid que yo sepa…

- Alicia es la mejor coordinadora que se pueda desear, además a Merch, a Mercedes, le vendrá bien otra mujer en el equipo…

- Alberto, Alberto. Sigue así que llegarás lejos. Fue Sanchís el que dictaminó.


Siguieron viendo y observando, paseando entre los papeles.

Alberto les observaba desde la distancia, Merche a la derecha de Alberto, pero al otro lado de la mesa también les observaba. Era como una inspección, las miradas de ambos se cruzaban, mientras los propietarios seguían inspeccionando. Tras un rato de silencio cortante, en un cruce de miradas entre Merche y Alberto, fruto de los nervios, surgió una sonrisa, que se fue transformando en risa, Merche y Alberto cada uno en un lado de aquella sala, se reían, mientras aquellos señores paseaban y examinaban documentación.

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Cuál es el chiste? Preguntó Don Julio.

- No es nada Don Julio, perdónenos, es que esto parece un registro, a ver si escondemos drogas o algo.

Merche se puso a reír, y los tres empresarios se miraron entre ellos e hicieron lo mismo.

- Vamos al cóctel, venga vamos, dijo Don Julio secándose los ojos con un pañuelo.

- Vayan bajando, nosotros recogemos y bajamos.

- No os retraséis.


Y se perdieron por el ascensor.

Merche y Alberto se miraron y volvieron a reír.

- ¿Has visto qué examen? Decía Merche.

- De verdad, ni en la mili he pasado tanto miedo.

Estaban uno frente al otro, agarrados de las manos, con las miradas fijas el uno en la otra y la otra en el uno.

Alberto sintió un escalofrío y soltó las manos de Merche. Ella cambió la mirada hacia el suelo, y notó que se ponía colorada.

- Vámonos dijo Alberto.

- Vamos.
 
Entre Alberto y Merche ha surgido algo más que una atracción.
Recuerdo más o menos está historia de haberla leído en la web desaparecida. A ver cómo sigue.
 
Será un placer volver a leerte. Recuerdo que era una especie de trilogía pero no recuerdo si la trilogía quedó terminada por el tema del disco duro.
Sea como sea, una lectura más que recomendable, es aconsejable tener una libreta a mano para seguir convenientemente los flashbacks.
 
Ah. Cómo extrañaba esta historia; lastima que no tuve el atino de guardarla en su tiempo pero con la ayuda de estos grandes compañeros (uno que la guardó y otro que nos la vuelve a presentar) puedo revivir los sentimientos que me generó en su momento esta historia.

Porque he de decir que de las tres mi favorita es "Siempre". Los temas que trata y como los desarrolla hacen que mi interior se emocione al releer sus lineas.

Cómo envidio al que lo leerá por primera vez. Solo puedo decirles que se amarren los cinturones.
 
Capítulo 4
¿15 años ya?
MADRID 2019

Alberto despertó aquel viernes temprano, aún no había salido el sol.

Se preparó un café y salió al balcón a tomárselo, mientras veía el sol salir por entre los árboles del parque. Refrescaba, demasiado, y Alberto se cerró la chaqueta del chándal que llevaba puesta, subiéndose el cuello de la misma.

Una hora después, estaba de camino a la oficina, andando como cada día, llegó hasta el edificio de 12 plantas que albergaba en su interior a la empresa que pagaba su sueldo.

En el hall, remodelado hacía poco tiempo, se habían colocado los retratos de los tres socios fundadores de la empresa, Don Julio, el bueno de Don Julio, el señor Sanchís y el Sr Salgado.

Salgado fue el primero que falleció, hacía unos 15 años, aun recordaba aquel día que pararon la obra de Zaragoza y todos volvieron a Madrid al funeral y posterior entierro del Señor Salgado.

Le siguió Don Julio, hace solo un par de años. Aquella pérdida fue muy llorada por los veteranos de la empresa, por la cercanía de Don Julio con todo el mundo, era muy querido.

Sólo quedaba el Señor Sanchís, ya casi no iba por la empresa, pero cuando lo hacía, siempre paraba en la planta 7, siempre. Saludaba a todos y se iba directo al despacho de Alberto. Los dos habían creado una amistad, mucho más allá de la relación Jefe-empleado, se habían hecho amigos.

Alberto subió a su planta, la 7, no quiso cambiar de planta cuando crearon aquel departamento de dirección de proyectos. Ahora ya no viajaba, su trabajo consistía en coordinar todos los proyectos en los que estuviera inmersa la empresa, ahora era él, el que decidía a quien encargaban cada proyecto.

Salió del ascensor y en el enorme cristal frente a él, leyó “la 7” y una sonrisa le iluminó el rostro.

Laura, la chica de recepción, le saludó alegremente.

- Buenos días Don Alberto.

Alberto con resignación respondió:

- Buenos días Laura, Alberto, por favor, solo Alberto.

- Alberto, le ha llamado Isaac, de Newcomputer dice que por favor le llame, que es muy urgente…


Alberto se negó a corregirle por segunda vez el tratamiento, todos los días era lo mismo.

- Ya ya, tan urgente como que se queda sin comisión.

- Eso, que le llame usted.

- Gracias.


En su despacho, se sentó tras su mesa negra, reclinó un poco el asiento y recordó a Alicia. “Ahora estaría aquí con un café para mí”, pensó. Y recordó aquel día que él y Merche decidieron que necesitaban una cafetera para la 7. Alicia se había jubilado hacía un par de años, no tenía la edad aun, pero una enfermedad aceleró su retirada.

- ¿Se puede?

Era José Alberto, el único de su equipo que quedaba allí.

- Pasa golfo.

- Me han mandado las previsiones de la obra de Reinosa, y yo creo que no…

- José, ¿Cuánto hace que nos conocemos?

- Yo qué sé, ¿quince años?

- ¿Y cuándo me han interesado a mí las previsiones de la obra de no sé dónde?

- Ya, pero es que.

- Vete a contárselo a los de arriba, a los que manejan los cuartos.

- Vale. ¿Nos tomamos un café?

- Venga, vamos a la cafetería.

- ¿No se lo pides a Laura? Joder me quedo sin admirarla, qué buena esta la criatura.

- José, podría ser tu hija.

- Pero no lo es, y tiene edad de follar.

- Borrico, vamos a la cafetería y admiras a la camarera jajajja que tiene tus años o más jajajja.


Entraron en la cafetería y Alberto se fijó en la gente que andaba por ella, la mayoría era gente joven, que casi ni conocía, quedaban pocos rostros conocidos por él en la empresa, aun así, parecía que todo el personal le conociera a él, la mayoría se giraban y le saludaban, aunque fuera solo con un movimiento de cabeza.

Buscaron una mesa tranquila, en un costado, junto al gran ventanal de la fachada lateral del edificio, desde esa primera planta, en la que se ubicaba la cafetería, donde antes estaba la sala de cóctel, se veían los jardines que en su día diseñó su equipo para que el personal pudiera pasear y relajarse entre plantas y árboles. Les costó convencer a Sanchís, pero después buenos paseos se daban por aquellos jardines Don Julio y Sanchís. Al Sr. Salgado solo le dio tiempo a negarse una vez, después falleció. En un rincón de los jardines hay una placa con su nombre.

Ahora con el pasar de los años, Alberto veía muy lejanos aquellos años, desde la obra de Zaragoza, anda que no se hicieron después obras y proyectos. Don Julio tenía razón, esto dará prosperidad a la empresa, y vaya si la tuvo.

- Bueno Alberto, ¿preparado para ir a Zaragoza?

- Claro.

- Yo al principio, no sé, estaba receloso, pero… sí, creo al final sí que voy.

- Vamos que tu mujer te dijo que una polla, y por eso dudabas.

- Que no tío, que Lucía no ha dicho nada, le parece bien.

- ¿La llamo? ¿Le pregunto si va a venir ella?

- No seas cabrón, Alberto. Vale estaba enfadada, pero he podido convencerla.

- ¿Qué has ofrecido a cambio?

- Joder Alberto…

- ¿Qué has ofrecido?

- Este verano la llevo a un crucero…

- Ja, ja, ja.

- ¿Sabes que no estaba enfadada? ¿Verdad? Lo ha usado para sacarte el viaje…

- Que mamón eres, de todas formas, yo voy por ti, yo en realidad casi no participé allí en la obra…

- ¿Cómo qué no? Quizás no fuiste a Zaragoza, pero desde aquí hiciste mucho trabajo.

- Sí, pero no es igual.


La camarera se acercó a su mesa.

- Hola chicos, ¿qué va a ser?

Alberto mirando divertido a la camarera le respondió:

- Quiero un café con leche. Pero dentro de diez minutos vuelve a preguntarnos. A mí eso de “chicos” me rejuvenece diez años por lo menos.

- Don Alberto, está usted mejor que muchos jovencitos de esos musculosos de por aquí.

- Otra. Alberto coño, solo Alberto.

- A mí me pones un café solo y un zumo de naranja
Pidió José Alberto.

- Ahora mismo mis chicos.

- Tú sí que sabes ganarte a los clientes, al final te llevo a la 7 jajajja.


- Yo iría Don Albe… Alberto, yo iría, pero éste, señalando a José, estará allí y no me fio de él. Jajajja.

- Anda si soy un cacho de pan.

- Duro, sí señor, de pan duro.

- Te tiene calado José.


Entre risas y charlas sin importancia pasaron el rato hasta terminar sus cafés.

- José te dejo que tengo que subir a ver al jefe.

- ¿Al chaval?

- Chaval o no chaval, es nuestro jefe.

- Anda que… Por lo menos podía enterarse de a qué nos dedicamos.

- José, Miguel Salgado sabe de sobra cómo dirigir una empresa, está preparado, ha sabido rodearse de gente, no le subestimes…

- Ya, Ya, solo digo que…

- Solo dices que no sabe. Y no tiene que saber, tiene que dirigir, tiene que saber dejarse aconsejar, y él lo hace. No lo está haciendo mal.

- Hay veces que creo que tienes acciones y vas a heredar…

- ¿Lo dudas? Jajajaja.


Salieron de la cafetería y subieron al ascensor, José se bajó en la 7 y Alberto continuó a la planta alta, a dirección. Tenía una reunión, como cada viernes, con Miguel Salgado, hijo de Sr Salgado y actual CEO de la compañía. Era un chico joven de unos cuarenta años, muy preparado universitariamente hablando, con carrera de económicas y dirección de empresas, varios masters, evidentemente en las mejores universidades. Se incorporó a la empresa antes de que su padre falleciera, y al faltar éste, el consejo de administración le colocó en los puestos de dirección, donde empezó a colaborar con Sanchís y Don Julio, en la dirección de la empresa. Alberto le conocía bien, habían coincidido en muchas reuniones y comidas de empresa. El Sr Sanchís le dijo en una ocasión, que si quería saber realmente cómo funcionaba aquella empresa que se arrimara a Alberto, y lo hizo, vaya si lo hizo, estuvo yendo a obras con Alberto casi un año, Viaje de Alberto, dos billetes. Ahora que era el jefe, había tomado decisiones, que al principio no parecían acertadas, pero que a la larga se habían demostrado efectivas, como por ejemplo, poner a Alberto a coordinar los proyectos, evitando los continuos viajes de éste.

Llegó a la planta 12.

- Buenos días, vengo a ver a Salgado.

- Buenos días Don Alberto…


Saliendo del despacho, justo al lado de recepción apareció Lourdes.

- No le llames Don Alberto que se ve mayor.

- Lourdes Guapa.

- Alberto, tu sí que eres guapo, ¿verdad Lidia?

- Sí, yo creo que sí, o sea… ¿Don Alberto, aviso al Sr Salgado?

- Alberto Solo Alberto.

- Alberto solo Alberto.


Dijeron Lourdes y Alberto al unísono.

- Perdón.

- No espera, voy a charlar con mi amiga antes. Ella sí que es guapa ¿A que sí Lidia?

- Sí, también. Son los dos muy guapos.

- La tenemos bien entrenada Alberto.


Lourdes y Alberto entraron al despacho de Lourdes, junto a la recepción, aquel era otro de los cambios que hizo Miguel Salgado. Decidió que Lourdes fuera su enlace en la empresa con todos los departamentos, ella coordinaba todas las reuniones entre departamentos que tuvieran relación con la dirección.

- ¿Cómo te va Alberto? Hace mucho que no te veo.

- Subo aquí cada viernes…

- Ya pero he estado ocupada, con los cambios en el consejo de administración, he tenido que visitar a socios en sus empresas, he tenido que viajar, no sabía yo que a la vejez viruela me iba a mover tanto, con lo tranquila que vivía yo en mi mesita recibiendo visitas.

- Y filtrando a los incordios, y enterándote de todos los tejemanejes de…

- Pero con discreción, Alberto, con discreción.

- Ya te digo, nos conocemos desde hace…

- Un montón.

- Nunca me has avanzado ni una noticia, nunca, aunque mi vida fuera a cambiar por ella.

- Es mi trabajo, no puedo decir nada.

- Joder Lourdes, ¿te acuerdas cuando me asignaron Zaragoza? Pero si en mi puta cara me dijiste que no sabías, jajajjaja.

- Discreción Alberto Discreción.

- Ya, ya ¿Qué tal Manolo? ¿estáis bien?

- Como siempre, él a lo suyo y yo a lo mío.

- ¿Entonces bien?

- Muy bien.

- Ya sabes que si no te da lo que tú necesitas…

- Para eso estas tú, serías el primero en enterarte…

- Discreción Lourdes discreción.

- Serás tonto, anda ve a ver a Don Miguel.

- Hasta luego guapa, ¿sabes que te quiero un montón verdad?

- Casi tanto como yo a ti.


Se dieron un abrazo y dos besos y Alberto volvió al mostrador de recepción.

- Lidia por favor, ¿avisas al Sr Salgado?

- Sin Don al… Si Alberto ahora mismo.

- Gracias Lidia.

- Puedes pasar, hasta ahora.


Alberto se dirigió a aquel despacho que hacía años que visitó por primera vez, ya no estaba igual, habían hecho reformas, pero era el mismo, con las mismas vistas y los mismos recuerdos.

- Bueno días Miguel, ¿se puede?

- Pasa Alberto.


Miguel estaba tras la mesa del despacho, hablaba por teléfono con alguien y le hacía gestos para que tomara asiento al otro lado del despacho, en una mesa grande de reuniones,

Alberto, antes de sentarse, se entretuvo en mirar las fotos que colgaban de la pared, eran instantáneas de diferentes obras realizadas. En algunas salía él, e incluso en alguna salía Don Julio. Se fijó en una concreta, “Zaragoza, abril de 2004” en el hall del palacio de la música de Zaragoza, casi terminada la obra principal, Alicia, Alberto, Merche, Sebas, Arenas, José Alberto y Don Julio. Que jóvenes se veían.

- Qué recuerdos ¿no?

- Buff, Esa obra fue especial, por tantas cosas…

- Ya me imagino. Mi padre siempre hablaba de ella, de lo que supuso para el estudio…

- El estudio ya era importante. Aquello fue… fue importante para mí, para el equipo, pero para la empresa, en realidad ya hacía obras importantes.

- Fue importante para lo bueno y para lo malo, pero por alguna razón, mi padre siempre hablaba de aquella obra. Aparte de todo, hicisteis un trabajo de la ostia.

- Pues sí, para qué engañarnos, pero joder a qué precio.


Después de casi tener que secarse las lágrimas, ambos se sentaron y comenzaron una reunión informal, como todos los viernes, donde Alberto informaba a Miguel de los avances o retrasos de las instalaciones y obras que se estaban ejecutando.

- Alberto tengo que contarte… Nos han llamado del ministerio de fomento, quieren que participemos en unas charlas sobre desarrollo. Quiero que des tú las charlas.

- Ni de coña.

- Alberto… Por favor.

- No, tienes gente aquí súper capacitada para eso.

- Ya, pero yo quiero que seas tú.

- Pero es que…

- Sería a mediados de Mayo, en Uruguay.

- ¿En Mayo?, ahora sí que no.

- ¿Por qué?

- La segunda semana de Mayo, me voy de viaje, personal. He cogido tres semanas de vacaciones, llevo mucho tiempo organizando mi viaje.

- ¿No lo puedes cambiar?

- No.

- Alberto, sabes que puedo obligarte.

- Pero no lo vas a hacer. Si pudiera, aunque no me guste el plan, iría a dar esas charlas. Pero de verdad, no puedo ni quiero cancelar mi viaje.

- Está bien, buscaré… ¿a dónde vas?

- Es personal.

- Vas a Zaragoza. ¿a qué sí?

- ¿Y si fuera así?

- Ya hace quince años ¿verdad?

- ¿De la obra? No, acabamos en febrero de 2005.

- Ya. Entonces… ¿no lo cambias?

- No.

- Que cabezón eres Alberto. No te preocupes, ya buscaré a alguien.

- Lo siento Miguel, sabes que no puedo.

- No te preocupes. ¿Nos vemos el próximo viernes?

- Claro, como todos los viernes.


Y se despidieron, con la cordialidad de siempre pero hoy no estaba la sonrisa que acompañaba aquella cordialidad cada viernes, en su cara.

- Lidia, hasta luego.

- Don… perdón Alberto, hasta luego.


Al entrar en el ascensor, una nostalgia le invadió, llevaba un rato aguantando sus ganas de llorar, pero se estaba rompiendo.

Llegó a la 7, salió del ascensor y entró al aseo, ni si quiera atravesó la planta para llegar a su despacho e ir al suyo.

Se encerró en un habitáculo, y lloró, lloró como hacía años que no lloraba.
 
Capítulo 5
La presentación
Madrid 2003


La sala de cóctel estaba llena, había gente de todos los departamentos. Aquella sala enorme con una especie de escenario, tarima, en el fondo, está rebosante.

Todos sabían ya cuál era el anuncio de la empresa, aquello iba a ser muy importante para el estudio. El estudio, que ya era grande, iba a crecer después de aquella obra. Aunque en realidad, la mayoría de la gente que estaba allí, se alegraban mucho más por Alberto. Aquel tipo callado, educado, que siempre que le necesitabas, te ayudaba. Aquel compañero que había enseñado a algunos más de lo que habían aprendido en la facultad.

Las luces se apagaron, la música ambiente que había estado sonando, se apagó. Los murmullos de gente se fueron enmudeciendo, y finalmente una oscuridad prácticamente total y un silencio casi sepulcral.

Comenzó a sonar “Así habló Zarathustra”, mientras sobre una pantalla, sobre el fondo de la tarima, se empezaron a emitir imágenes del proyecto, fotos del solar, fotos de los planos, fotos del entorno, una recreación del edificio principal, una recreación de uno de los edificios aledaños, así imagen tras imagen, y casi al ritmo de aquella música, ante todos apareció una imagen general del proyecto. Casi a la vez que la música llegaba a su fin, un gran letrero. “PALACIO DE LA MUSICA Y LAS ARTES DE ZARAGOZA”, “SANCHÍS-SALGADO-NERVION Arquitectos.”

Todo el mundo comenzó a aplaudir, la música paró y los focos empezaron a iluminar aquella tarima, escenario. Por un costado aparecieron los tres arquitectos, mientras una voz anunciaba:

- Señoras y señores, reciban a los señores Elías Sanchís, Miguel Ángel Salgado y Julio Nervión.

Tras los aplausos, Don Julio comenzó a hablar:

- Buenas noches a todos, tras mucho pelear y mucho esfuerzo por parte de todos los que han participado en este proyecto. Nos complace informarles que hemos sido designados como adjudicatarios…

Y así siguió hablando y hablando durante un buen rato, habló de los diseños, de los que habían participado en la elaboración de los planos, del buen trabajo de todos.

A un lado del escenario, tras una puerta entreabierta del lateral, Merche y Alberto escuchaban a Don Julio.

- ¿Estás nervioso?

- Te mentiría si digo que no, pero no parecería un machote.

- Ja Ja yo no tengo que salir y estoy acojonadita.

- Espero no tener que hablar.

- Pues espera sentado, a Don Julio le encantan estas presentaciones.

- Buff, me tiembla todo el cuerpo.


En ese momento Don julio decía:

- Es un placer y un honor presentarles a don Alberto Lorenzo, el arquitecto principal encargado de llevar esta obra a buen puerto.

Merche miró a Alberto y le notó realmente nervioso, en un impulso se acercó y le dio un beso en los labios.

- Vamos, es tu momento.

Alberto estaba ahora si cabe más nervioso, pero la miró, sonrió y le dijo:

- No te muevas aquí.

Y salió a aquel escenario, los focos le deslumbraban, la gente aplaudía… Cuando las luces que le cegaban desde el frente se apagaron, y mientras la gente seguía vitoreando y aplaudiendo, él empezó a reconocer las caras.

La primera que vio fue la de Alicia, estaba sonriente, radiante, emocionada. A su lado vio a Sebas y a Arenas que aplaudían y vitoreaban, Un poco más allá, Lourdes, su Lourdes, estaba guapísima y al lado de Lourdes un José Alberto sonriente, al igual que sus compañeros.

- Muchas gracias. De verdad. No tengo palabras para agradecer este recibimiento. Para mí es un privilegio y un honor que estos caballeros me hayan elegido a mí, pero como siempre digo, este trabajo que me ha tocado realizar, nunca lo podría hacer sin la gente de mi equipo. Sebas, Arenas, José, Alicia… Sois mi equipo, somos el equipo, juntos vamos a darlo todo. Además, desde hoy mismo, este equipo, viejo equipo, tiene una nueva integrante, una nueva jefa para mandaros más y mejor. Mercedes Prieto. Por favor Merche…

Merche desde el lateral miraba con los ojos empapados tras escuchar los piropos a sus amigos, y ahora abiertos como si se fueran a salir, haciendo gestos de no, no, no.

Don Julio bajó de la tarima, agarró a Merche del brazo con suavidad.

- Vamos cariño, Alberto te necesita ahí con él.

- Pero yo…


Mientras todo el mundo aplaudía y miraba hacia el lateral, una nerviosísima Merche, subió los dos escalones y apareció en el escenario.

- Merche Prieto, desde hoy co-directora de proyecto.

- Gracias, yo… No sé qué decir.


Sebas desde abajo gritó:

- Pídenos un aumento de sueldo.

- Ja, ja, Ahora no creo que pudiera hacerlo, no sabría qué decir.


Alberto se acercó al micro:

- Gracias a todos, intentaremos que este proyecto esté a la altura de este estudio. Gracias a todos.

Y acercándose a Los 3 empresarios, les dio la mano uno a uno. Sanchís, le abrazó y le dijo al oído:

- Gracias.

- Gracias a ustedes.

- Merche se lo merece, pero si se lo diera yo, nadie la respetaría. Gracias, gracias, gracias.

En el cuarto lateral, mientras fuera volvía la música y se volvían a oír los murmullos de gente, Sanchís, Salgado y Don Julio, muy sonrientes hablaban con Alberto y Merche.

- Muy buen detalle Alberto, decía Don Julio.

- ¿Quién va a pagar el sueldo de directora de proyecto?
Inquirió Sanchís.

- No hace falta, yo…

- Merceditas, Alberto te da de su sueldo, ya verás.


Todos rieron.

Y Salgado, tan parco en palabras siempre añadió:

- Ahora solo hace falta, que hagáis esa obra, y la hagáis bien.

Todos callaron y él añadió:

- Joder, para eso estáis aquí ¿No?

Las risas volvieron.

Una hora después, en aquella sala de coctel no quedaba casi nadie, solo “los de siempre”

Estaban sentados en el borde de la tarima, repartidos por todo aquel escenario.

Alicia, que se había maquillado ligeramente estaba pensativa, fue Sebas quien la interrogó:

- Alicia ¿Qué piensas?

- No sé, es que, ¿no os parece que este proyecto es súper grande?


Alberto. Que estaba recostado sobre la tarima, con la cabeza apoyada en las piernas de Lourdes, se incorporó, dio un trago a su cerveza y les dijo:

- Es grande si lo miras en conjunto, pero imaginad. Separad el edificio principal, los jardines, los almacenes… en fin varios proyectos.

- Visto así, es como hacer varias obras
… decía José Alberto.

- Ya pero somos pocos para tanta obra a la vez añadió Arenas.

Lourdes escuchaba atenta, ella no entendía de obras, de cimentaciones, de cubiertas, de estructuras. Miraba a Alberto y le parecía ver cierta dispersión en su mirada, estaba allí, participaba de la conversación, como siempre, pero era como si su cabeza estuviera en otro sitio.

Merche, que estaba sentada en un lateral, con las piernas recogidas de lado y los tacones aparcados a su lado les dijo:

- Creo que lo lógico sería que cada uno se encargue de un proyecto, aunque luego entre todos lo coordinemos… habría que evaluar cada proyecto y ver cual se adecua mejor a las cualidades de cada uno…

Lourdes observaba a Merche mientras ésta hablaba, era realmente guapa, tenía un cuerpazo.

- El lunes, lo vemos, hoy ha sido un día muy largo, descansamos el fin de semana y el lunes a primera hora lo hablamos. Alberto dio por terminada la conversación.

- Pues hala, cada mochuelo a su olivo
dijo Sebas.

Se fueron levantando, recogiendo sus cosas y saliendo de la sala.

Alberto se quedó esperando a que Merche se acercara, tras ponerse de nuevo los tacones.

- Tú y yo tenemos algo que hablar.

- Algo que hablar’ ¿Qué he hecho mal?

- No, No no has hecho nada mal.

- ¿Entonces?


Y Alberto mirando hacia el resto de la sala, y viendo que ya habían salido el resto, acercó su cara a la de Merche y la besó.

- De esto quería hablar.

- Alberto yo…

- Antes de subir al escenario…

- Fue un impulso, no sé, pensaba que te ayudaría.


Mientras le hablaba, le miraba con sus ojos marrones directamente a los ojos.

- Merche, me gustas, me gustas mucho.

- Y tú a mí, Alberto, pero…

- Ya hablaremos, hoy es muy tarde, ha sido un día muy largo.

- Sí, es lo mejor. Pero si tú quieres…

- Merche, el lunes… ¿vale?


Al salir de la sala se acercó Lourdes.

- En otras circunstancias, te pediría que me acompañaras a casa…

- Te acompaño, si quieres.

- No Alberto, es mejor que no. Te quiero mucho y lo sabes, quiero que seas el tío más feliz del mundo…

- Lourdes ¿Qué pasa?

- Nada, estoy cansada
. Le dio un beso en la mejilla y se dirigió a las escaleras para bajar hacia la salida.

A la mañana siguiente, mientras Alberto se estiraba en la cama, sonó su teléfono. Era un SMS de Lourdes.

*/Mira el correo/*

Alberto miró la hora, las once menos cuarto, se volvió a estirar, y se levantó.

Mientras preparaba café, fue a la salita y encendió el portátil, lo conecto a la red y volvió a la cocina a por su café.

Bandeja de entrada 12 mails.

Frunció el ceño, y miró aquella lista. Fue marcando uno tras otro los correos de los proveedores, que ya estaban ofreciéndose para la obra, y finalmente le quedaron dos por leer.

Uno era de Lourdes, el otro de Merche.

Con su parsimonia habitual, miró la pantalla, pero no seleccionó ninguno. Miró la pantalla, se acarició la barbilla. Volvió a mirar la pantalla.

Mentalmente repasó el día anterior, recostándose en la silla. Se levantó con su taza de café y se acercó al balconcito, diminuto de su piso y pensó “en mi próxima casa quiero un balcón grande con vistas a un parque”

Abrió el balcón, una ráfaga de aire fresco le golpeó la cara, dejó la taza en la unión de las barandillas del balcón y entró a la salita, abrió el mueble en el que guardaba el alcohol y cogió un paquete de tabaco y un mechero, hacía meses que no fumaba, pero hoy lo necesitaba.

Volvió al balcón, dio un sorbo al café, se sentó en el suelo, como otras tantas veces, y se encendió el cigarrillo.

Mientras miraba las volutas de humo, trataba de imaginar su futuro, con Merche, con Lourdes.

Su relación con Lourdes era, la que era, no era relación era ¿pasión? ¿Y Merche? ¿Qué quería con Merche? Joder es la sobrina de Sanchís, menudo jardín.

Otro sorbo al café.

“¿Y la charla de Lourdes? ¿Qué me había querido decir?”

Otra calada al cigarro, le vino una tos. Un trago al café.

“Me tengo que centrar en la obra”

Apagó el cigarro, apuró el café, y se dirigió al ordenador, que seguía encendido mostrando la página del correo, aquellos dos mails, seguían en la pantalla amenazantes.

Movió el ratón y pasándolo por encima del mail de Lourdes, lo abrió.

“Buenos días Alberto, aunque para mí aún sean noches.

Llevo un rato pensando si escribirte o no.

Sabes que te quiero mucho, que eres una persona muy especial para mí.

Sabes que no te engaño si te digo que pasaría toda mi vida contigo.

Pero también sé, que nosotros no podemos formar una pareja, ya lo hemos intentado muchas veces.

Quiero que seas feliz, y para ti la felicidad es tu trabajo, los ratos con los amigos, y ojalá espero que los ratos conmigo. Pero me he fijado en cómo la miras, cómo la observas y cómo la admiras, nunca te había visto mirar a alguien así. Y te entiendo, ella es preciosa, inteligente, está buenísima y encima… es como tú. Podéis hablar de las obras, no como conmigo, que no distingo un ladrillo de un bote de cerveza.

Alberto, céntrate en la obra, céntrate en ella, por mí que no sea, yo estaré siempre para cualquier cosa que necesites, siempre estaré a tu lado cuando sea necesario.

Te quiero. Se feliz.”

“Buff, ¿ahora qué?”
Si ya estaba hecho un lio, esto le dejaba peor aún. En el fondo Lourdes tenía razón, no valían para ser pareja, pero la quería, aunque quizás esa forma de querer no era la de una pareja enamorada, era más como se quiere a una amiga, “sí, vale, algunas veces follamos, pero joder, es que está buena, y yo no soy de piedra”

Miró la pantalla del ordenador, pulsó atrás y volvió a la bandeja de entrada.

Abrió el mail de Merche.

“Buenos días.

No sé por dónde empezar.

Lo primero quiero darte las gracias, por todo, por integrarme en tu equipo, por dejarme estar a tu lado en la obra, por todo… No puedes imaginar cuánto supone para mí...

Cuando hace unos días, mi tío me dijo que iba a trabajar contigo, joder, cómo te explicaría lo que sentí. Es como trabajar con Dios, todo el mundo habla bien de ti.

Yo nunca había coincidido contigo, te había visto por la empresa, claro, como todo el mundo. Me habían hablado de ti, incluso había investigado obras tuyas.

La gente del último proyecto en el que estuve hablaba muy bien de ti, todos querían, algún día, estar en algún equipo de trabajo tuyo. Incluso el idiota de Carlos, el trepa que tú dijiste, ese un día estaba hablando de ti, y parecía que eras Norman Foster. Ahora imagino, después del corte de esta mañana, ya no querrá saber nada de ti.

Pero… después de pasar todo el día a tu lado, no sé qué me has hecho. Me has dejado…

Es que no sé explicarlo. No sé si me he enamorado, no sé si me he enchochado, solo sé que no hago otra cosa que pensar en ti.

Cuando te besé, antes de subir al escenario, fue un impulso, una necesidad. Pero cuando me has besado tú, hace un rato, joder, me has derrumbado.

Si por mí fuera ahora mismo me iría hasta donde estés y te comería a besos.

Alberto. Haré lo que tú me pidas, respetaré cualquier decisión que tomes, si crees que no podemos trabajar juntos, lo entenderé.

Si crees que no es bueno para el proyecto, lo entenderé, si crees…

Mis disculpas por aquel beso, no debería haberlo hecho, pero ya no lo puedo cambiar. Ojalá no cambie la impresión que tienes de mí.

Merche”


Alberto miró la pantalla sin verla, volvió a acariciarse la barbilla, se atusó el pelo. Cerró el mail y volvió al balcón. Meses sin fumar y en un rato… Se encendió el segundo cigarrillo.

Miraba la calle, sin verla. Su mente estaba dando vueltas de un mail al otro, veía la cara de Lourdes, luego la cara de Merche y volvía a Lourdes. Realmente quería a Lourdes, era… ”joder ¿qué era Lourdes?”

Así estuvo un buen rato, dando tumbos de una imagen a la otra, entre medias se dispersaba y su mente se marchaba a Zaragoza, a la obra. Se imaginaba con Merche en la obra y volvía a Lourdes.

Tras casi media hora de devaneos, volvió a la habitación, cogió el móvil y escribió un SMS.

*/Te veo en ACAPULCO a las 2. Te invito a comer/*
 
Ya voy recordando está historia, pero no voy a decir nada que pueda hacer spoiler.
Lo que si digo es que es una bonita historia que me alegro de que se haya recuperado aquí.
Como siempre, empatizo con algunos personajes y aquí ya no es menos, y soy team Alberto.
 
Yo también lo voy recordando. Pero como la recuerdo mal, es como si fuera nueva.
Muchas gracias al autor, a los que le pasaron los capítulos escritos y a la Providencia que lo trajo a este foro
 
Capítulo 6
Antes y ahora
Madrid 2019

- Alberto tenemos que vernos, me tienes muy abandonado. Esto no es bueno para los abuelos mayores como yo. Jajajajaj.

- Elías, llevo toda la semana pensando en ti.

- Pues el domingo te vienes a casa a comer.

- ¿A tu casa? Sal de la cueva Elías, vamos a comer al club ese que te gusta…

- No, no, mejor en casa. La chica esta que contraté cocina muy bien...

- Como quieras, el domingo voy a verte. Cuídate.

- Ya tengo ganas de que sea Domingo.


Había sido una conversación telefónica breve, pero a Alberto que llevaba aquel viernes tan “triste” le vino bien. Eran casi las seis de la tarde, en la empresa casi no quedaba nadie. Pero allí estaba él. “no tengo vida social” y una sonrisa le iluminó la cara.

Salió del despacho, atravesó el enjambre de mesas, se detuvo frente a una de ellas y observó los dibujos que había sobre la misma. Eran unas vistas a mano, bocetos, se veía una fachada con letras, parecía un restaurante… aquello le hizo acordarse del día, aquel puto día, que, en Zaragoza, hacían una especie de concurso, en su mesa de siempre del bar, para decidir cómo quedaría mejor la entrada al restaurante del palacio de la música.

Llamó al ascensor y al abrirse, se encontró con Lourdes de bruces.

- O no te veo, o te veo a todas horas dijo ella sonriendo.

- Es el destino, que nos une y no nos separara.

- Tú eres tonto…

- Lourdes… te haces mayor y pierdes el sentido del humor.

- Mayor… ya ves. Hace nada éramos jóvenes… y ahora nos llaman de usted.

- Jode Lourdes, a mi llevan llamando de usted toda mi puta vida en esta empresa…

- Jajaja hasta Lidia, pobrecita, que cara ha puesto…

- ¿Te apetece una cañita rápida?, antes de irte a casa.

- Buff no se si debería alternar contigo. Jajaja.

- Lourdes por favor. Que no soy un acosador.

- Ains que tontito eres.


Y con la mirada divertida y señalando con el dedo cada afirmación le dijo:

- No solo vamos a tomar una caña, ¿sabes? Vamos a cenar juntos, ¿y sabes qué más? Después nos vamos a ir a tomar una copa.

- Pero Lourdes ¿Qué dices?

- Que Manolo se ha ido al pueblo de su madre, por no sé qué mierdas de una tierra de su tía, o yo qué sé.

- Tú quieres…

- Alberto, quiero pasar un rato contigo, reírnos, como antes. Bueno como antes, pero después, Ya me entiendes…

- O sea que quieres que vayamos a cenar como antes, pero no como antes antes, si no como después de antes…

Lourdes le dio un manotazo en el brazo riendo.

- Que sé que me has entendido.

- Que sí. Entonces ¿nos tomamos la caña? O vamos a cambiarnos y quedamos luego…

- ¿Es que acaso no voy suficientemente guapa para el señor Lorenzo?

- Tú estás siempre guapa.

- Pues vamos a tomar esas cañas.

- Perfecto, ¿llevas coche? Porque yo hace un siglo que no lo saco del garaje jajajja.

- Vamos andando, ¿a dónde vamos?

- ¿Acapulco?


Lourdes miró a Alberto entre seria y divertida, se mordió el labio, le miró a los ojos y le dio un beso en la mejilla, largo súper cariñoso.

- Acapulco.

Mientras salían del edificio, Alberto la dejó pasar delante de él, mientras le abría la puerta y se despedía del señor de seguridad.

Realmente estaba preciosa, llevaba un vestido azul oscuro, ajustado a su cuerpo, una larga cremallera recorría todo el vestido por la parte de atrás, desde el cuello hasta el bajo de la falda, aquella falda cortita, a medio muslo, no llevaba medias y se le veían una piernas suaves y morenas. Sobre la parte de arriba se echaba ahora una chaqueta fina de color beige, que le impidió apreciar el contorno de sus tetas pequeñas con aquel pezón duro que él ahora recordaba. Los tacones sonaban sobre el suelo al ritmo de sus pasos y sus rizos negros caían sobre el cuello, tapando aquel tatoo que se hizo hacía tantos años con unas letras pequeñas muy caligrafiadas “Siempre”

Madrid 2003

Alberto entró en aquel restaurante, al que tantas veces habían ido. Cuando Paco el dueño le vio, se acercó.

- Hombre Alberto hacía mucho que no venías por aquí.

- Pues aquí estoy.

- ¿Vienes solo?

- Espero que no, pero… en un rato te lo digo.

- Siéntate ahí, que te llevo una cerveza y unos torreznillos que vas a flipar.

- Venga va.


Se sentó en la mesa que le indicó Paco, justo al final del local, antes de la entrada al comedor. Estaba de lado al ventanal de la calle, y desde allí veía la salida del metro y la parada del bus. Seguro que si venia en cualquiera de esos medios, la vería.

- Toma, ya verás qué buenos están.

- Gracias Paco.


Alberto dio un trago a la cerveza y repasó mentalmente lo que le iba a decir, si finalmente ella venía.

Se acabó la cerveza, y pidió otra.

- Pues de momento parece que sí vienes solo.

- A ver… habíamos quedado a las 2.

- Pues solo pasan 10 minutos.


Miraba por la cristalera, pero nadie conocido pasaba por allí. Empezaba a pensar que comería solo, o quizás se iría a casa a comer.

- Hola.

La voz femenina que tanto esperaba sonó a su lado, no la había visto llegar.

- Hola Lourdes.

Se levantó y le dio dos besos.

- No iba a venir.

- Era una posibilidad.

- Joder Alberto… es que.

- Calla. Ya hablaremos, tomate una cerveza. Paco. Ponnos dos cervezas.

- Hola Lourdes, cada día estás más guapa, yo no sé porque pierdes el tiempo con este…

- Pacooooo, Lourdes se acercó y dio dos besos a Paco.

- Si es que lo que yo digo, el mundo está mal repartido, a mí me dio esta tasca y a este tío le dio una mujer como tú.

- Gracias cielo, eres un sol.


Paco se retiró de la mesa y siguió con sus quehaceres, mientras Lourdes y Alberto se miraban, pero ninguno decía nada.

Fue Alberto el primero en hablar.

- Lourdes te quiero, te quiero más que a mí mismo.

- Y a tu trabajo Alberto, a tu trabajo también lo quieres más que a ti mismo.

- Es distinto.

- A ver que lo entiendo. Tú y yo nunca hemos sido…

- Porque no has querido.

- Joder Alberto. Porque no congeniamos, follamos de puta madre, vale, pero no valemos para tener una relación.

- Pero…

- Y luego está ella, ¿tú la has visto? Claro que la has visto, es un monumento, alta, guapa, lista, con unas tetas para flipar. Joder Alberto, que me la follaría yo misma.

- Que bruta eres.

- Esa es la mujer que tú necesitas, te lo digo yo, que te conozco como si te hubiera parido.

- No sé qué decir.

- Pues no digas nada coño. Pacooo por favor.

- Dime cariño, preciosa, cielo.

- Adulador, nos preparas una mesa para comer, que me invite este…

- Claro que sí reina, ahora os aviso.

- Pon otras dos cervezas mientras ¿quieres no?

- Marchando.


La comida transcurrió entre bromas y miradas, entre gestos y reproches. Pero estaban tratando su problema como personas civilizadas. Aunque en realidad, ¿Qué problema era ese? Si ellos no eran nada, no eran pareja, no eran marido y mujer, eran amigos, siempre se lo dejaban claro el uno al otro.

Al terminar la comida, tras pagar y despedirse de Paco, comenzaron a andar sin dirección fija, llegaron al parque del torreón y entraron en el mismo. Pasearon entre árboles, llegaron al estanque, cruzaron al otro lado por el puente de madera… a mitad del puente…

- Mira, ¿ves aquel edificio?

- Sí.

- Ahí me compraré yo un piso algún día. Para poder ver el parque todos los días.

- Estaría bien.

- Ya lo verás.


Lourdes se agarró del brazo de Alberto y se acurrucó junto a él.

- Llévame a tu casa.

- Lourdes…

- Anda… llévame.


Salieron del parque y en menos de cinco minutos cruzaban la puerta del viejo portal.

Madrid 2019

No había pasado mucho tiempo cuando dos sonrientes Alberto y Lourdes, entraban en el restaurante Acapulco. No había mucha gente y nada más entrar Paco los vio, sonrió como si acabara de ver al mejor futbolista del mundo y se acercó a ellos.

- Madre mía, Madre mía Joder sois vosotros. Cuánto tiempo hacía… Joder.

- Paco, tío tranquilo.

- Joder, No os podéis ni imaginar la de veces que he pensado en vosotros.

- Jajaja echas de menos nuestra cuenta.

- Nooo, a vosotros de verdad. Venga va, sentaos aquí. Niñooo, pon 3 cervezas, ¿queréis cerveza verdad? Yo me tomo una con vosotros. ¿Qué tal todo?

- A ver Paco tranquilo… relájate. Cuéntanos tú, ¿Qué tal el negocio?

- Bueno, como siempre, unas veces bien, otras mal. Pero vamos puedo pagar los sueldos, tengo para vivir…

- Me alegro Paco dijo Lourdes.

- Que guapa estás Lourdes bonita, la clienta más guapa que he tenido siempre.

- Este sigue igual, jajaja.


Hablaron un buen rato, lo que iba a ser una cerveza con ellos fueron tres.

- Pero contadme, ¿os casasteis verdad? ¿tenéis críos?

- Ella sí se casó, yo no.

- ¿Cómo? Ella…

- Pacooo, que no somos pareja, lo dejamos hace mucho.

- Sí, justo la última vez que estuvimos aquí.

- Pero ¿cómo? ¿La pareja más perfecta del mundo, y no os casasteis?

- A ver Paco, la vida da muchas vueltas… ya sabes.

- En fin. Que me alegro mucho de que estéis aquí. De verdad. Entonces ¿ahora volvéis a estar…

- No Paco, Lourdes está felizmente casada, pero hoy hemos decidido salir a cenar juntos y venir a verte.

- Esos son mis chicos. Esto está pagado.

- Prepáranos una mesa que cenemos.

- Por supuesto, la vuestra. Que alegría que estéis aquí.


Y cenaron, y charlaron, y rieron. Sacaron muchas anécdotas a relucir. Recordaron algunas discusiones con Don Julio, ella le contó cómo se había tomado la llegada del nuevo CEO.

En realidad, ahora se daban cuenta, que hacía muchos años que dejaron de contarse cosas, sí, trabajaban en la misma empresa, se veían muy a menudo, se tomaban cafés muy a menudo en la empresa. Pero habían perdido la complicidad de antes.

Lourdes le confesó que sabía todo lo que hacía él, conocía todas las obras en las que había estado, los problemas que habían surgido, las broncas con otros compañeros.

Cuando Alberto le pregunto por cómo se enteraba.

- Alicia, desde siempre, hemos sido buenas amigas, ella venía me contaba cosas de ti.

- Nunca me dijo nada.

- Alberto. Ya sabes discr…

- Discreción, Alberto, discreción. Jajajjaja.

- Alicia siempre te ha querido mucho, para ella eras especial.

- Alicia es especial.

- Esa mierda de enfermedad, joder, la vi hace una semana, antes de irme a Valencia… que bajón.

- Pero su marido…

- ¿Su marido? Joder que tío, ese no se merece a Alicia.

- Pero sus hijos.

- El mayor se fue a Canadá, con una beca que le gestionó, por cierto Sanchís, y se quedó allí a vivir… el pequeño… ese es como el padre, pasa de todo, da más disgustos que…

- Joder, yo pensaba que conocía a mi gente…

- Y los conoces Alberto, pero conoces lo que ellos quieren que conozcas…

- Ya, pero Alicia, cuando fuimos a Zaragoza, joder aun me acuerdo de la cena que organizamos para explicarle a su marido que tenía que viajar con nosotros…

- Y se hizo el ofendido, pero le vino a ver Dios, ya tenía vía libre para sus rollitos.


Alberto estaba descubriendo cosas que ni se imaginaba, allí mismo decidió que iría a visitar a Alicia.

Marzo 2003

Nada más entrar en el piso, Alberto empujó a Lourdes contra la pared y la besó. La besó como si aquel fuera el último beso que la iba a dar. Ella le respondió moviendo la lengua sobra la de Alberto. Se abrazaban, se besaban se miraban.

Fueron dando trompicones con todos los muebles, hasta llegar a la habitación de Alberto.

Junto a la puerta, Alberto se separó de Lourdes, mientras agarraba con su mano la mano de ella y la examinaba como una pieza de arte.

- Joder Lourdes, que buena estás.

- Alberto…


Pero Alberto no la dejó hablar, le tapó la boca con la suya y comenzó a desabrochar botones de su camisa, ella se dejaba hacer y así cuando no quedaron botones, se apartó de él y se la quitó, dejando antes los ojos de Alberto un sujetador blanco con encajes coronado justo en el centro por un pezón durísimo que se transparentaba.

Alberto la volvió a abrazar y con habilidad le desabrochó el sostén, que cayó a los pies. Ahora notaba sus pechos calientes contra él. Él se quitó el polo que llevaba puesto y desabrochó el vaquero, que cayó a los pies junto a la ropa de ella, dando saltos fue desabrochándose las deportivas, ella le miraba divertida y se quitó sus zapatitos de suela plana con cordones.

Luego mientras él seguía luchando con su ropa, ella se deshizo de la falda, aquellas braguitas hacían juego con el sujetador que ahora estaba en algún lugar del suelo de aquella habitación.

Alberto le bajó las braguitas, acariciando toda la piel durante el trayecto hasta los tobillos, miró aquella rajita, con su fina línea de pelitos que acababan sobre un triangulito de pelos justo encima de su coñito.

La atrajo hacia él y comenzó a pasar la lengua por aquel coñito húmedo. Él sentado en cama y ella de pie, en frente. Las manos de Alberto en el culo de Lourdes atrayéndola hacia él, que la comía poco a poco. Lourdes tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, suspiraba, gemía y se dejaba hacer.

Cuando Alberto decidió que aquello era suficiente, la atrajo hacia él y apartándose la echó en la cama. Se quitó el calzoncillo y Lourdes vio la polla de Alberto, su polla, aquella polla gorda completamente dura y tiesa. La agarró y comenzó a chupársela como si se fuera a acabar. La metía en la boca, la mamaba, pasaba la lengua por el capullo. Después de un buen rato de chupar y chupar, se dejó caer hacia atrás y mirándole a los ojos le dijo:

- Métemela.

Alberto no se lo pensó, agarró su polla y la dirigió hacia el coñito húmedo de la chica. La apoyó en la entrada, y con mucho cuidado fue metiéndola, poco a poco. Poco a poco, cuando llegó hasta el final, cuando no quedó nada que meter, la fue sacando poco a poco, otra vez poco a poco.

- Alberto fóllame el coño, fóllame.

Alberto, metió solo el capullo en aquel coñito caliente, la miró a los ojos y empujó. De un golpe metió todo el rabo en aquella cueva cálida.

Ella gritó de gusto y él comenzó a follarla, con fuerza, a golpes de riñón la perforaba mientras Lourdes gritaba de placer, a cada embestida un sonido de encharcamiento, estaba empapadísima.

Siguió empujando, y a los pocos minutos ella gritó, arqueó la espalda, las tetas pequeñas y duras con aquellos pezones puntiagudos señalaron al techo, él dio una última embestida y rápidamente la sacó y empezó a correrse sobre el vientre plano de Lourdes.

Ella cerró los ojos, intentó recuperar el ritmo de la respiración y abrió los ojos.

Alberto seguía sobre ella, mirándola.

- Te quiero tanto Alberto.

- Y yo a ti Lourdes.

- Joder, cuánto te echaré de menos.

- No digas eso.

- Ha sido la última vez Alberto, la última.


Lourdes empujó levemente a Alberto para que se separara y se levantó de la cama.

Alberto desde el lecho, la observaba, ella salió de la habitación y entró en el aseo. Cuando volvió, se puso sus braguitas y le pidió a Alberto un cigarro.

- No sé si hay, espera.

Alberto se levantó, y desnudo como estaba, buscó en la mesa de la habitación, hasta encontrar el paquete de fortuna con apenas 4 o 5 cigarros que había dejado allí esa misma mañana. Se lo dio y ella salió de la habitación.

Alberto fue al baño, se aseó un poco, volvió al dormitorio se puso el calzoncillo y un pantalón corto y salió al salón en busca de Lourdes.

La encontró en el balconcillo, apoyada a la barandilla, en tetas, solo con las braguitas y fumando.

Alberto la agarró por la cintura y le besó el cuello. Ella se dejaba hacer.

- Ha sido la última vez, Alberto.

- No digas eso por favor.

- Lo siento tanto Alberto.

- Lourdes…

- Lo siento, me voy.


Y tirando el cigarro a la calle desde el balcón, giró sobre si misma y se metió en la habitación, para salir pocos minutos después, completamente vestida.

- Lourdes, no te vayas.

- Lo siento Alberto, y mientras una lágrima corría por su mejilla, abrió la puerta de aquel piso y salió.


Madrid 2019

Terminaron de cenar y decidieron ir a tomar una copa, hacía años que no lo hacían, ninguno de los dos.

Como no sabían dónde ir, pidieron consejo a Paco, y éste les indicó un pub que había dos calles más allá para gente carrocillas como ellos.

Se despidieron de Paco, no sin antes prometer que volverían a verle sin tardar tanto y se encaminaron a aquel garito.

Llegaron al Pub y al entrar se sorprendieron del buen ambiente que había, no había mucho público, pero el ambiente invitaba a quedarse. Buscaron una mesa en un lateral y Alberto fue a pedir.

- ¿Qué quieres tomar?

- No sé. ¿Un gin tonic?

- Tú sabrás, yo voy a pedir una cerveza.

- Pues yo otra.


Alberto se acercó a la barra y pidió, mientras le servían se giró y desde lejos observó a Lourdes, estaba preciosa, la falda se le había subido bastante más arriba de mitad de muslo, se había quitado la chaqueta y se adivinaban sus tetitas. Además, con la luz que le daba, se veían sus rizos negros brillantes.

Cuando volvió a la mesa, acercándose a ella le dijo.

- Estas preciosa.

Ella sonrió, pero no dijo nada.

Charlaron, como en el restaurante, pero Alberto ahora estaba mirando a Lourdes con otros ojos.

Ella lo notó, ella en su fuero interno sabía que aquella salida con Alberto iba a acabar como antes. Solo que ahora estaba casada.

- ¿Qué piensas? Preguntó Alberto.

- Nada, estoy bien.

- ¿Seguro?

- Sí. ¿Nos acabamos esto y damos un paseo?

- Claro.


Se terminaron las cervezas y salieron de aquel pub. Caminaron por la acera hasta llegar al final de la calle, al otro lado, el parque del torreón.

Se miraron y los dos sonrieron. No se dijeron nada y entraron al parque.

Tras unos minutos andando llegaron al estanque, y al puente de madera. Cruzaron y a mitad del puente, Alberto le dijo:

- ¿Ves aquel edificio?

- Claro.

- Las dos ventanas de la izquierda, el balcón y las dos siguientes ventanas, de la última planta…

- Ya.

- Son mi casa. Te lo dije.

- Lo sé, he estado en tu casa imbécil.

- Ya, pero nunca la has visto desde aquí.

- Eso es cierto.

- Algunas veces, salgo a pasear, a pensar y termino aquí, en el puente de madera, mirando hacia mi casa.


Una cierta humedad recorría los ojos de Alberto. Lourdes le miraba y se daba cuenta de lo mucho que le había echado en falta. Pensó en lo mucho que había sufrido aquel hombre al que tanto quería.

- Y miro hacia mi casa, y me acuerdo de aquel día, aquí contigo...

Ambos se apoyaron en la barandilla de madera, mirando hacia aquel edificio. Alberto pasó su brazo por la cintura de Lourdes, y ésta al notarlo sintió un latigazo. Cerró los ojos y pensó “lo que tenga que ser, será. Siempre"

Alberto se giró sobre Lourdes, y aunque ella seguía con los ojos cerrados, Él, la besó.

Cuando Lourdes sintió aquellos labios sobre los suyos, pensó “Siempre" y abrió su boca lo suficiente para que la lengua de Alberto se entrelazara con la suya.

Se besaron y ya no hubo marcha atrás, ya estaba todo dicho.

Un rato después, la ropa de ambos estaba esparcida por el suelo y ambos, desnudos, estaban sudando en la cama.

Lourdes estaba feliz.

- Alberto, te he echado de menos, mucho.

- Y yo a ti Lourdes.

- He pensado en ti, cada día desde aquella última vez.

- ¿Cada día?

- Cada día. Eres el amor de mi vida. Ni mil maridos me harían cambiar lo que siento por ti.

- Pero… ¿Tu marido?

- Mi marido lleva teniendo líos por ahí, desde el día siguiente de la boda…

- ¿Y por qué nunca has hecho nada?

- No sé. A mi modo, yo le era infiel a él, porque todos los días pensaba en ti.

- Y nunca me has dicho nada.

- ¿Que querías que te dijera?

- No sé. Lourdes… joder, ¿y ahora qué?

- ¿Ahora? Nada. Esta noche voy a dormir aquí, contigo, abrazada a ti sin soltarte ni un poco. Y mañana… mañana me levantaré y me iré a mi casa, a esperar a mi marido, a que me cuente no sé qué mierdas de sus tierras, mientras yo pensaré en ti.

- Ja ja ja No sé qué eres, pero me gusta.

- Lo sé, estoy buena, mayor, pero buena.


Y Alberto girándose, la observó de arriba abajo.
 
Capítulo 7
Nos ponemos en marcha
Madrid 2003

Aquel domingo pasó entre la amargura por la despedida de Lourdes y la ilusión de empezar la obra. Daba bandazos emocionales, tan pronto pensaba en Lourdes, como se ilusionaba con su posible futuro con Merche.

Cada vez que pensaba en Merche y su mente, irremediablemente, la imaginaba desnuda en la cama, su raciocinio le quitaba esa imagen recordándole quién era, y dónde se estaba metiendo.

Al final terminaba recordando la obra.

Ese domingo no fue productivo, aunque había encendido el portátil, no llegó a apuntar ni una sola idea, ni un recordatorio para el lunes en la oficina.

Al anochecer, apagó el ordenador, se preparó un sándwich y junto al balconcillo, su balconcillo, se sentó a cenar. No quiso dar más vueltas a la cabeza y en cuanto terminó, se fue a dormir.

A la mañana siguiente, tras haber pasado una noche en duermevela, decidió que no intentaría conquistar a Merche, aquella obra era lo más importante en ese momento e iba a dar el todo por el todo, se iba a dejar la vida en hacer que llegara a ser un referente en el estudio.

Llegó temprano a la oficina, dudó si pasar por la planta 2, pero decidió que mejor dejar la 2 atrás, ya no era su planta.

Al entrar en el despacho de la 7, se encontró con Merche. Todos sus planes se fueron al garete. Nada más verla, allí, de pie, ordenando documentación en una estantería, se dio cuenta que estaba atrapado.

- Buenos días Merche.

- Buenos días Alberto.


Merche llevaba ese día unos vaqueros súper ajustados que realzaban su figura, su perfecta figura. Una camiseta blanca ajustada que atrapaba sus tetas, aquellas tetas. Llevaba el pelo recogido en una coleta, perfectamente cepillada. No llevaba maquillaje, y aun así le pareció una belleza. Era perfecta, trabajadora, y sabía que estaba enamorada de él.

- ¿Qué tal el finde?

- Bueno, bien. ¿Y tú?

- Eh bien, sí, bien.

- El viernes te mandé un correo, no sé si lo habrás…

- Sí, perdona no respondí…

- No, no, da igual, no debería… estaba confusa…

- No te preocupes, ya hablaremos.

- Mejor.

- Vamos al tema. El miércoles me voy a Zaragoza para ir viendo el solar…

- He estado viendo la zona, buscando dónde alojarnos, he visto…

- Que rápida, pensaba decirle a Alicia que se pusiera con eso.

- Lo siento, quería adelantar…

- Está bien.


En ese instante entraban Sebas y Alicia.

- Ya estamos aquí dijo Sebas.

- Pues ya que estás aquí, ponte a distribuir la planta, necesitamos una zona de diseño, y la zona de documentación…

- Alberto. Ya sé qué necesitamos. Me pongo.

- No espera, ahora cuando lleguen estos, vamos a hablar y a distribuirnos…


José Alberto entró en ese momento y dos minutos después Arenas.

Alicia, que había salido, regresó con una bandeja con café y tazas.

- Cuando no haya nadie, podíamos robar la cafetera de la 2 decía Alicia mientras iba sirviendo cafés en aquella enorme mesa.

Mercedes, mientras ayudaba a Alicia les informó:

- No hace falta, hoy nos traen cafetera, nevera, un microondas y…

- Hala que eficaz, esta mujer es una joya. Sentenció Sebas, añadiendo.

- ¿Del aumento has mirado algo?


Todos rieron y con ese buen ambiente, fueron pasando los días.

A cada hora que pasaba aquella planta iba pareciendo más un estudio.

Llegaron muebles, mamparas, los electrodomésticos…

El miércoles, Alberto se marchó a Zaragoza, solo, se reunió con algún constructor de la zona, examinó el solar de la obra, tomó muchas fotos, y recogió todos los planos de urbanismo del ayuntamiento. A última hora de la noche regresó a su casa. Fue el primero de muchos viajes.

El jueves convocó reunión con el equipo.

- El lunes empezamos la excavación, ¿Quién se va para allá para ir coordinando con construzar?

Merche abrió una página en su portátil y añadió:

- Según lo que acordamos el otro día, todas las excavaciones y cimentaciones eran de José Alberto.

José Alberto movió la cabeza afirmativamente.

- Merche pásale el contacto de la empresa esta.

- Construzar, perfecto. Javier Magalán, te paso un correo con el contacto.


El primer paso estaba dado. El resto del día pasó sin contratiempos, cada uno enfrascado en sus tareas.

El viernes a media mañana, Alberto les dijo:

- A las 2 tenemos mesa en el restaurante de al lado. Amorebieta.

- Almobieta, le corrigió José Alberto.

- ¿Cómo se va a llamar así? Es más lógico Amorebieta
repuso Sebas.

- Pues ahora se lo dices al dueño le espetó Arenas.

A las 2 estaban los 6 sentados en una mesa del restaurante.

Alberto levantó su cerveza y recorriendo con la mirada a todos y cada uno de ellos les dijo:

- Señoras, Señores, Nos ponemos en marcha.

Todos jalearon y sonrieron.

Comieron, charlaron de muchas cosas, pero cada vez que alguno intentaba decir algo sobre la obra, Alberto le cortaba:

- Aquí no. Las comidas del viernes son para desconectar.

Y luego añadió:

- Por cierto, José Alberto, y esto no es de trabajo. En Zaragoza hay un restaurante a tres minutos de la obra andando, está justo al lado del Ebro. No recuerdo el nombre, luego te lo digo que lo apunté…

- Gran Rio Ebro
añadió Merche.

Alberto la miró interrogándola curioso y divertido.

- Pasé los apuntes a limpio y me acuerdo.

- ¿Pasaste mis apuntes a limpio? ¿Cuándo?

- ¿Qué más da? No sé, ayer creo.


Alberto miró al resto con cara de asombro y Alicia riendo le dijo:

- A mí no me mires, yo bastante que te traigo café, no paso tus notas a limpio jajajaja.

- Vale, vale, a ver que lo que quería decirte José es que te pases por allí, para hablar con ellos y les reservas una sala de las que vi que tenían al fondo. De aquí a que acabe la obra, que te digan cuanto te van a cobrar y negocia, que te conozco.

- ¿Que negocie? Y qué se yo…

- Cuando hables con ellos, les das mi teléfono y que me llamen,
añadió Merche.

Todos la miraron divertidos y Sebas añadió:

- Perdónanos Merche, no estamos acostumbrados a tener a alguien tan bien dotado… eso también, me refiero a bien dotado para organizar todo eso que no es de la obra… ¿no sé si me he explicado?

- Te has explicado muy bien
le dijo Merche con una muesca divertida y un gesto haciendo que se colocaba las tetas.

Y así entre risas pasaron aquella primera comida.

Casi 3 horas después, Sebas, José Alberto y Alicia se marchaban, quedando Merche y Arenas que hablaban distendidamente y Alberto que estaba girado hacia el ventanal, con la mirada perdida a través del mismo.

- Me voy jefes, os dejo dijo Arenas levantándose.

- Descansa, Buen finde le dijo Merche.

- Buen finde añadió Alberto también.

Y quedaron los dos solos. Alberto había evitado aquel momento toda la semana, pero allí estaban.

- ¿Qué plan tienes? Le dijo Merche.

- Ninguno, irme a casa, poner música y relajarme.

- ¿Quieres que vayamos a tomar algo?

- ¿Te apetece?

- Vamos a tomar un café a alguna terraza.

- Venga.

- Así hablamos.


Ya estaba, lo había dicho…

Alberto se acercó a la barra, tras unos minutos hablando con el encargado y entre risas y bromas, éste le dio la nota, Alberto la firmó y le dijo:

- Como siempre la pasas al estudio con el resto al final de mes, pero cambia la referencia, ahora es La 7.

- Ok Alberto. La 7. Por cierto, joder con la nueva ¿no?

- Anda… hasta luego.


Alberto y Merche salieron del restaurante.

- ¿Hacia dónde? Dijo ella.

- Vamos para allá, al lado del parque del torreón hay varias terrazas a la sombra.

Y juntos, mientras Alberto le contaba que iban a ese restaurante desde hacía mucho tiempo, fueron caminando hasta llegar a las inmediaciones del parque.

- Pues para venir mucho, no sabes cómo se llama.

- Es que voy a comer, no a leer jajajja.

- Que excusa, no fastidies.

- Es verdad.


Se sentaron en una mesa de una terraza, pidieron unos cafés y Alberto empezó a hablar:

- Bueno, cuéntame cosas de ti.

- ¿Cosas? ¿Cómo qué?

- ¿Estás casada? ¿Tienes novio?

- No, no estoy casada, no tengo novio.

- ¿Y vives en?

- En casa.

- Ya, pero ¿dónde?

- Vivo en casa de mi madre, desde que murió mi padre, me mudé con ella.

- Lo siento.

- Da igual, ya hace tiempo. Yo vivía con una compañera de la carrera… estaba buscando para irme a vivir sola a mi propia casa, y murió…

- Y te fuiste con tu madre.

- Exacto. Mi tío quería que ella se fuera a vivir con él, pero mi madre no quiso.

- Tu tío vive solo ¿no?

- Lleva toda la vida solo. Solo vive para su trabajo.


Alberto recordó la conversación con Lourdes, cuando le echó en cara que solo quería a su trabajo, y se imaginó a si mismo viviendo solo como Sanchís.

- ¿Estás bien?

- Sí, sí, perdona.

- Y tú, ¿qué me cuentas de ti?

- Pues no hay mucho que contar, llevo toda vida viviendo solo.

- Tus padre no viven…

- Murieron cuando tenía 15 años, primero ella y a los pocos meses él.

- Joder, que putada ¿no?

- Buff imagínate con 15 años. Me quedé perdido… no sabía qué iba a hacer.

- ¿No tienes hermanos?

- Ni hermanos, ni tíos, ni primos…

- Madre mía, no me lo puedo imaginar.

- Bueno, me llevaron a un centro de acogida de menores, con los salesianos.

- ¿Y vivías allí?

- Claro, estudié allí con ellos hasta que fui a entrar en la facultad… El padre Soler, que siempre se preocupó de mí, me consiguió alojamiento en una casa donde éramos varios críos sin padres, bueno que ya no éramos tan críos.

- ¿Vivíais solos?

- No que va, había una señora que nos hacía la comida y cuidaba de la casa, además estaba Ramón que era el señor que hacía las ñapas de la casa…

- Joder. Qué vida.

- Estuvo bien, me centré en estudiar, y no había nada que me descentrase. Aprendes a valerte por ti mismo.

- Y al acabar la carrera empezaste aquí.

- No exactamente.

- Cuéntame, que estoy en ascuas.

- ¿Quieres otro café?

- No, vamos a dar un paseo y me sigues contando.


Y entraron al parque, al mismo parque donde una semana antes había estado con Lourdes.

- Sigue, ¿por qué has dicho no exactamente?

- A ver, la casa en la que vivía se financiaba con las aportaciones de benefactores, gente que se preocupa de la gente. Y uno de ellos era arquitecto…

- ¿De nuestro estudio? ¿No jodas? ¿Quién?

- No, lista, no.

- Ah joder qué historia.


Llegaron al estanque, y antes de entrar al puente.

- ¿Nos sentamos ahí?

- Venga va, pero sigue contando.


Se sentaron y Merche se agarró a su brazo y reclinó la cabeza en su hombro.

- Bueno pues este señor tenía un estudio, pequeño, y me dijeron que fuera a trabajar allí.

- ¿Y ahí empezaste?

- No. Ahí me tenían pasando planos a limpio, era delineante, no me dejaban diseñar nada.

- Que mal ¿no?

- Bueno ni bien ni mal era un curro. Un día fui a ver al padre Soler, y a la gente del centro. El padre Soler me preguntó por la casa, por el trabajo. Y cuando se enteró que trabajaba allí, que la mitad de mi sueldo lo tenía que entregar en la casa, que ni siquiera trabajaba de lo mío…

- ¿La mitad del sueldo a la casa? Que jeta ¿no?

- Bueno, yo no sabía nada de la vida.

- Aun así, que cabrones.

- El caso es que el Padre Soler habló con un conocido suyo de la parroquia y terminé en el estudio.

- Ese sí es uno de los nuestros.

- Claro.

- ¿Cuál?

- ¿Qué más da?

- Joder Alberto, mi tío no era, porque no ha pisado una parroquia…

- Jajjaj no, te quedan dos.

- Y Salgado… no le veo. Es el único que tiene una familia. O sea hijos y eso.

- Pues ya lo tienes ¿no?

- ¿Don Julio?

- Don Julio.

- O sea que Don Julio y tú…

- No. Don Julio me recomendó, me hicieron pruebas de acceso, como a todo el mundo, pero jamás hablé con él.

- ¿Nunca?

- De eso no, siempre que he hablado con él ha sido en alguna obra, o en alguna celebración, pero como de pasada. La primera vez que entré en su despacho fue el otro día…

- Y él sabrá que tú…

- No lo sé.


Ya era casi de noche, las farolas del parque se encendieron.

- ¿Nos vamos?

- Me has dejado… Claro vamos.


Se levantaron y echaron a andar, ahora sí cruzaron el puente, pero esta vez no paró en mitad del mismo.

- Bueno, así nos hemos conocido le dijo Alberto.

- Tenemos otra charla pendiente.

- Lo sé.

- ¿Y?

- ¿Y qué? ¿De qué?

- ¿Algún día lo hablaremos?

- ¿De verdad tenemos que hablarlo? ¿No lo tienes claro?

- No sé… es que…


Alberto se paró, se giró hacia ella y mirándola a los ojos, la besó.

Se fundieron en un largo beso, abrazados. Sintiéndose el uno al otro.
 
Capítulo 8
Ahí está tu futuro
MADRID 2019


Alberto abrió los ojos y sintió el cuerpo de Lourdes a su lado, hacía tanto tiempo que no dormía acompañado, que no recordaba la sensación de tener compañía al despertar. No recordaba esa sensación de tener un cuerpo caliente a tu lado. No recordaba la sensación de bienestar al sentir la respiración pausada y tranquila de una mujer a tu lado.

Con la sensación de bienestar instalada en su cabeza, apartó con suavidad el brazo de Lourdes que le abrazaba por encima de la cintura, y se levantó con cautela.

Observó aquel cuerpo femenino, aquel cuerpo que hacía mucho tiempo compartió con él más de una noche. Recorrió con la mirada cada centímetro de la piel de Lourdes.

Tenía la sensación de que, quizás, todo volviera a ser como antes, quería tener esa sensación, quería sentir que, a lo mejor, no volvía a amanecer solo en aquella cama.

Fue a la cocina, y preparó café. Y como cada mañana, salió a su balcón a tomárselo. Mientras miraba el parque, aquel parque del torreón, con la mirada buscó el puente de madera.

- Buenos días.

Se giró y vio a Lourdes, se había puesto una camiseta de él. Estaba preciosa…

- Bueno días cielo.

Ella se acercó y le abrazó por detrás, agarrándose a su pecho. Sintió sus tetas pequeñas y duras en la espalda y su miembro, hasta ahora aletargado, despertó.

- Yo también quiero café.

- ¿Quieres comer algo?

- No, solo café.

- Espera aquí, está recién hecho.


Mientras Alberto se marchaba a por el café, Lourdes ocupó el lugar que tenía Alberto hacía unos minutos, y contempló sus mismas vistas, los árboles, el paseo, los parterres llenos de flores y a lo lejos, el puente de madera, y no pudo evitar una sonrisa de felicidad.

- Toma cariño.

- Gracias. ¿Qué vas a hacer hoy? ¿Quieres que me quede contigo?

- Tengo una cita para comer.

- ¿Una cita? ¿Con quién?

- Ja ja ja ¿Celosa?

- Yo no soy celosa, lo sabes.

- Lo sé.

- ¿Con quién?

- Con Elías, me llamó ayer, para que fuera a comer a su casa.

- ¿Elías? Hace mucho que no viene por la oficina…

- Sale muy poco. Le dije de ir al club y me dijo que no, que mejor en su casa…

- Ese hombre me cae bien.

- Tú le conoces mejor que yo, sabrás más de él que yo.

- Sé lo que hacía en el trabajo, de su vida personal, poco o nada.

- Y aunque supieras…

- Discreción Alberto.

- Discreción jajaja.


Y ambos rieron.

Alberto pensaba en tantas veces que habían despertado juntos, tantos findes compartidos, que luego se iban a la mierda por tonterías, por gestos, por conversaciones, que al final siempre estaban relacionados con el trabajo.

- Pues me voy a ir a mi casa.

- Pero te duchas antes, que hueles jajajja.

- Idiota, claro que me ducho. ¿Te duchas conmigo?


Y la ducho derivó, como no podía ser de otra forma, en otro polvo. Lo que comenzó siendo enjabonamiento y toqueteo se trasformó en pasión desatada, y empapados de agua, acabaron en la cama. Y lo que en la cama empezó como un misionero lleno de besos y caricias, dio paso a un carrusel de posturas, que terminó con Lourdes de pie, apoyada contra en marco de la ventana, y Alberto dando golpes de riñón desde atrás.

Cuando Lourdes no aguantó más y gritó de placer, Alberto la sacó, ella se giró, se agachó y comenzó a chuparla con suavidad, mirando desde abajo a Alberto directamente a los ojos.

Él se dejaba hacer, y ella masajeaba los huevos mientras chupaba y chupaba.

- Me corro, Lourdes, me corro.

Ella la metió más a dentro de su boca y succionó, pasaba la lengua por el capullo, mientras le pajeaba.

- Ya, Lourdes, me voy.

Un chorro de semen inundó la boca de Lourdes, luego otro, y finalmente y tras varios espasmos, dejó de expulsar leche. Ella sonreía, mientras seguía mirándole, se la sacó de la boca y desde allí abajo, sin dejar de mirar a Alberto y con una mirada lasciva, abrió la boca y se la enseñó a Alberto, llena de semen, la cerró, sonrió y se lo tragó.

Una hora después, Lourdes salía de aquella casa, contenta, feliz, pensando que quizás aquello pudiera ser el comienzo de algo… si fuera capaz de tomar decisiones, de abandonar a aquel hombre que no la hacía feliz…

Alberto, ya solo, mientras tomaba su segundo café de la mañana, pensaba en lo acontecido. No tenía claro qué había pasado, evidentemente sabía que se había vuelto a acostar con Lourdes, pero… ¿Qué significaba aquello?

A las dos menos cuarto, Alberto, a través de la ventanilla de su coche, pulsaba el botón del portero automático en la puerta de hierro de entrada a casa de Elías Sanchís.

- Buenos días, soy Alberto.

- Buenos días, adelante.


Recorrió los metros que separaban la entrada, del aparcamiento de aquella inmensa casa y estacionó bajo un árbol de frondosas ramas, que daba sombra al coche.

- Buenos días Don Alberto, el señor le espera.

- Gracias.


Y aquella chica latina, de mediana edad, le acompañó hasta una sala, en la que Elías, sentado en un butacón, esperaba a Alberto.

Al verle, se levantó y salió a su encuentro.

- Alberto. Que alegría verte. Mira te voy a presentar. Ella es Ana Lucia. Lucia este es mi amigo Alberto.

- Es un placer Lucia
, Dijo Alberto extendiéndole la mano.

Ella, dejando la mano de lado, se acercó a él, y le dio dos besos en las mejillas.

- Un placer Sr Alberto. ¿Quiere que le sirva algo de beber?

- Gracias, una cerveza, si puede ser.

- Yo también quiero.

- Enseguida se las traigo.


Y Lucia giró sobre sí misma, y sin perder la sonrisa, salió de la sala.

- ¿A qué es guapa?

- Sí. Mucho.

- Si yo fuera más joven…

- Si fueras más joven, en vez de estar metido en casa, estarías por ahí…

- Ya vuelves a lo mismo.

- Tienes que salir…

- Alberto, aquí tengo todo lo que necesito, mis libros, ese jardín, no necesito salir…

- Te vendría bien.


Lucia entró con una bandeja y las dos cervezas, además dejó un cuenco con aceitunas y unos pistachos.

- Sr Elías, usted los pistachos los mira pero no los toca.

- ¿Ves? Alberto, todos mandáis en mí.

- Si ella dice que no los tomes, por algo será.

- Me lo dijo el doctor, Don Alberto, que cuidara lo que come…

- No te preocupes Lucia, yo me encargo de este cabezota.


Alberto se sentó junto a Elías, y comenzaron a hablar de fútbol, del Atleti, el equipo de Sanchís, y Alberto le seguía el juego, no entendía nada de fútbol, nunca le llamó la atención, pero le daba la razón a Elías.

Cuando Lucia les avisó de que la comida estaba lista, ambos fueron al comedor, en la sala contigua, con unos grandes ventanales que daban al jardín, al fondo se veía una piscina. Alberto recordó que nunca había visto a nadie bañarse en ella y pensó que quizás Merche se hubiera bañado allí alguna vez…

- Albertoooo, hazme caso coño.

- Perdona Elías, estaba…

- Que ¿cómo va el estudio?

- Bien, ya sabes, trabajando, no faltan las obras.

- ¿Qué tal con Miguelito?

- ¿Miguelito? Jode Elías, que es el CEO de tu empresa.

- Es Miguelito, y es un imbécil, del que todo sea dicho, tienes que tener cuidado.

- ¿Cuidado? ¿Por qué?

- Tú hazme caso, no le des mucha confianza, mantén las distancias con él. Es muy…

- ¿Qué dices Elías? Por favor.


Sanchís, se incorporó en la mesa, y muy serio, sin dejar de mirar a Alberto a los ojos le dijo:

- Alberto, te quiero como si fueras un hijo. He hecho todo lo que en mi mano estaba para que no tuvieras nunca problemas en el estudio, claro que tú has hecho también tu parte, trabajando y velando por los intereses de la empresa, pero no todo el mundo es como tú, hay gente que piensa en su interés, no en el de la empresa…

- Elías, no sé qué me estás contando…

- Que Miguel no es lo que parece… Es una persona que solo piensa en su beneficio.

- Pues yo no le veo así…

- Vigila y a ese que ha puesto conl… ¿Cómo se llama? El tal…

- No sé quién dices…

- Luciaaa, Lucia ven por favor.


Lucia entró en la sala.

- Dígame Don Elías.

- Hazme el favor, en mi despacho hay una carpeta, sobre la mesa… azul, con gomas. Tráemela por favor.

- Ahora mismo.


A los pocos minutos Lucia le entregaba una carpeta.

Sanchís, con las manos inseguras por la edad, soltó las gomas y la abrió, sacó un montón de papeles, rebuscó y finalmente leyó en unos.

- Junta del consejo de administración y tal y tal… esto, esto. Mmm aquí. Se asigna a Sr Carlos Buendía Pérez como asesor de dirección con la aprobación de los miembros del consejo a excepción de Sr Elías Sanchís que así lo ha indicado, y con un salario, aprobado por la junta con el voto en contra de Sr Elías Sanchís de tal, tal, tal.

- Quién es Carlos…

- Carlos Buendía… es un arquitectucho del tres al cuarto, un imberbe cualquiera, lleva ahí toda la vida, y no ha hecho nada digno, pero se hizo muy amigo de Miguel…

- ¿Carlos? No será… me acuerdo de un Carlos.

- Lleva ahí, sin hacer nada meritorio… Hazme caso, ten cuidado.

- Lo tendré.

- Ahora cuando acabemos te tengo que dar una carta… Te la tendría que haber dado hace mucho, pero Julio me pidió que no lo hiciera hasta… bueno que te la diéramos cuando no estuviéramos ninguno de los dos.

- Qué me estas intentando decir Elías.

- Nada, nada, cosas de viejos.

- No entiendo qué me tratas de contar…

- A ver Alberto, Julio y yo… hace mucho que te apreciamos, que nos dimos cuenta que eras… eras… eres, no me quiero poner sentimental…

- Elías… ¿Qué está pasando? Me pones nervioso.

- Comamos, y luego te enseño, luego…


Elías hizo un gesto con la mano, como queriendo dejar pasar lo que estaba diciendo, A Alberto le parecía un gesto de que a su amigo se le empezaba a ir la cabeza.

Prosiguieron con la comida, volvieron al fútbol, a las mujeres…

- ¿Quieren un café?

- Sí, sí Lucia, pero vamos a fuera, hace un día para disfrutar del sol.

- Pues lo sirvo allí.


Los dos hombres se levantaron y Alberto ayudó a Sanchís a salir al porche trasero de la casa, allí en una mesa de cristal, Lucia sirvió los cafés. Pero Sanchís antes de sentarse:

- Voy a por… espera aquí Alberto.

Y volvió a entrar en la casa. Alberto se dirigió a Lucia.

- Esta raro, ¿no? El médico ha dicho algo.

- Está empeorando Señor. El doctor dijo que vigilara, creo Señor que está empezando con la demen…


Sanchís volvió y les interrumpió.

- Ya está, ya está.

Alberto le dirigió a Lucia una mirada de preocupación y le hizo un gesto de que después hablaría con ella.

- Alberto, este sobre es una copia de otro que está en la notaria. El contenido se te tiene que hacer entrega el día que Julio y yo no estemos. Julio no está y a mí me queda poco.

- No digas eso Elías.

- Déjame seguir… Yo te lo doy, tú si quieres lo abres y si no, esperas a que yo muera. Pero esto es tu futuro...

- ¿Qué dices Elías?

- Tómate el café.


Y Elías echó su cabeza hacia atrás… y musitó.

- Tengo sueño, que malas son las sobremesas.

- Te dejo Elías, me voy a marchar para que descanses.

- No hace falta. Pero sus ojos se cerraron y se quedó dormido.


Alberto se levantó y fue en busca de Lucia.

- Se ha dormido. Me marcho pero…

- Todos los días le pasa igual.

- Lucia, tenme informado de todo lo que le pase, por favor. Toma esta es mi tarjeta...

- Tengo su teléfono, María, la señora que servía antes que yo, me dijo que usted era como si fuera su hijo, que cualquier cosa que le llamara a usted.

- Pues eso, pase lo que pase, me llamas.

- Sí señor.

- Buenas tardes Lucia, ha sido un placer conocerte.

- Igualmente Don Alberto, igualmente.


Alberto no se molestó en corregir a Lucia en el tratamiento.

Salió de la casa y regresó a la suya.
 
Capítulo 9
Vamos a Zaragoza
Madrid 2003


Ya estaba dado el paso, aquel beso fue la confirmación de una relación. Cuando, tras varios minutos de besarse, abrazados, se separaron el uno del otro, ambos sabían que aquel había sido un punto de no retorno.

Cogidos de la mano, siguieron paseando… Alberto pensaba en llevar a Merche a casa, desnudarla y follar como loco, llevaba deseando ese cuerpo desde que la conoció, pero no quería precipitarse, no quería que pareciera que estaba desesperado por follársela.

Merche intentaba que no se notara su excitación, las ganas que tenia de acostarse con Alberto. Que Alberto no notara que estaba realmente cachonda, que necesitaba sentir aquel cuerpo dentro de ella.

Caminaron sin hablar…

- ¿Te acompaño a tu casa? Dijo Alberto.

- Vale. No es muy lejos.

- Vamos dando un paseo.


Y guiados por ella, salieron del parque, caminaban como dos enamorados, abrazados por la cintura. Cada ciertos pasos se paraban y se volvían a besar. No hablaban, cada uno en sus elucubraciones.

- Aquí es.

- Que cerca, vivimos muy cerca. Mi calle es aquella.

- Anda, pues sí es cerca.

- Así cuando te eche de menos, te puedo llamar para que vengas.

- Yo ya te echo de menos. Se volvieron a besar.

- ¿Te veré mañana?

- Mañana tengo que ir con mi madre a ver a mi tío. Pero por la tarde quizás…

- Mañana hablamos, si quieres…


Otro beso y finalmente se separaron, ella entró en aquel portal y el camino hasta su casa, efectivamente muy cerca, tan solo dos calles más allá.

A Alberto aquella noche le costó dormir, ¿Por qué no la he traído a casa? ¿Qué hará ella ahora?… y empezó a tocarse lentamente, por encima del calzoncillo, notando cómo se le endurecía la polla. ¿Se estará tocando?, no cómo va a ser eso. Y siguió acariciándose la polla, que ya estaba realmente dura.

Merche se metió en la cama, antes había saludado a su madre con un beso y ella le había preguntado.

- Te he visto llegar.

- ¿Si?

- Estaba en la ventana. ¿Quién es ese chico?

- Es Alberto.

- ¿El arquitecto?

- Sí mamá.

- Pero me dijiste que no querías… ¿qué ha pasado?

- Es que mamá, es tan… es muy buena persona, guapo, sencillo…

- Te gusta mucho ¿verdad?

- Me encanta, mamá. Me encanta.

- ¿Y qué haces en casa? ¿Cómo es que no estás en la suya?

- Mamaaaaa.

- Yo estaría en su casa…

- Mamaaaa por favor. Es la primera cita.

- Que antigua eres cariño. Tú le quieres, él te quiere, os gustáis…


- Mamá, mañana hablamos, te quiero.

- Y yo a ti hija. Te quiero mucho.

Ya en la cama, metida bajo las sábanas, con sus braguitas de algodón y su camiseta de dormir, pensaba en las palabras de su madre. ¿Qué haces aquí? Con lo que le hubiera gustado meterse en su cama… y su mano se deslizó bajo la camiseta, acariciando su pezón. Deberíamos estar follando, y deslizó la mano hasta su rajita, por encima de las bragas, notó su humedad. Y cerró los ojos, y se imaginó a Alberto, desnudo encima de ella, besándola, y penetrándola. Metió la mano bajo las braguitas y un dedo se deslizó dentro de su coñito húmedo. Un pensamiento la asaltó en ese momento, estaba sin depilar, notaba los pelos duros alrededor de su coño, menos mal que no he ido a su casa. Qué vergüenza, mañana iré a depilarme… pero a su mano eso no le importó y sus dedos jugaban dentro de su coño.

Alberto, ya no tenía calzoncillo, tenía la polla durísima, y su mano la agitaba de arriba a abajo. Los ojos cerrados, pensando en Merche, en sus tetas grandes y redondas, se las imaginaba con unos pezones grandes, y él los chupaba. Y su mano subía y bajaba.

El móvil sonó.

*/Ya te echo de menos./*

*/Y yo a ti/*

*/Buenas noches*/

*/Buenas noches*/


Aceleró su mano y cuando notó que le venía, se levantó de la cama, y en mitad de la habitación, de pie, se terminó de pajear, con fuerza, pensando que la follaba, que la tenía en su cama, con las piernas abiertas, recibiéndole.

Un primer chorro de semen salió disparado, un segundo chorro cayó a sus pies, otro chorreaba por el miembro hasta pringarle los huevos. Notó la respiración agitada, el corazón acelerado…

Ella dejó el móvil, abrió las piernas, ahora ya sin bragas, y se acarició con fuerza, metía los dedos en el chochito mientras con la otra mano daba golpecitos a su clítoris, cada vez más rápido, hasta que notó cómo le venía un escalofrío, se inclinó sobre un lado, puso la cara sobre la almohada y ahogó un grito, mientras cerraba las piernas y apretaba su mano sobre su coño empapadísimo.

Se notó acelerada, sudada y sonrió. Para dos minutos después quedar completamente dormida.

Aquel domingo pasó, como los demás, sin novedades, pero dando vueltas a cómo reaccionaría la próxima vez que la viera.

A final no pudieron verse aquel día, y Alberto lo pasó trabajando con el portátil, mientras pensaba en ella.

El lunes a primera hora, entraba en el edificio, directo a la 7. Al entrar notó que no había nadie.

Pasó entre las mesas que alguno ya se había encargado de colocar en su sitio y entró a la sala de reuniones.

Sacó el portátil y se puso a buscar información.

- Buenos días.

Merche estaba en la puerta, con su sonrisa de oreja a oreja, preciosa. Aquel día se había dejado el pelo suelto. Llevaba una falda ajustada a la altura de las rodillas, con una raja lateral, y una camiseta blanca con la palabra LOVE en rojo dentro de unos labios también rojos.

- Buenos días.

Merche miró alrededor, vio que en la enorme sala no había nadie, y entró a la sala de reuniones, y le besó.

- Deberíamos decir algo, o sea somos…

- Luego cariño, yo me encargo, mejor decirlo.


El resto del equipo fue llegando, al igual que los distintos empleados que iban ocupando sus mesas.

Al rato de estar allí, y después de que Alicia hubiera preparado café con la nueva cafetera les comentó:

- José ya va camino de Zaragoza. Es una pena que aún no esté en marcha el ave.

- ¿Hay Ave a Zaragoza?
Repuso Sebas.

- Están en ello añadió Alicia para proseguir.

- Le he dicho que cuando esté allí nos llame.

Y así pasó la mañana, a la hora de comer cada uno fue por su cuenta, como todos los días, a excepción de los viernes. Merche y Alberto no pudieron comer juntos porque Alberto había quedado con un proveedor.

Por la tarde, antes de despedirse Alberto les dijo:

- Antes de que os vayáis, Merche y yo queríamos decir…

- ¿Ya sois pareja?
Dijo Arenas.

- ¿Cómo? Replicó Merche.

- Sois los únicos que no os habéis visto miraros, decía Sebas.

- Bueno pues eso. Para que estéis enterados.

La semana transcurrió con mucho trabajo, muchas reuniones y el viernes antes de ir a comer, Alberto informó de los avances:

- La próxima semana hay que ir Zaragoza, José ya vuelve, pero nos vamos Sebas, Arenas y yo.

Merche le miró interrogándole con la mirada, ella pensaba que iría a la obra...

- Merche, Alicia y José se quedan aquí para coordinar los presupuestos y…

Sebas le interrumpió.

- Me quedo yo, si quieres y que vaya Merche.

- Prefiero... ¿tú que dices Merche?

- A mí no me importa ir, de hecho, prefiero obra que oficina…


Tras un rato de debatir, decidieron que irían Merche y Alberto, que el resto se quedaba en Madrid.

Arenas tampoco iría porque aún quedaba tajo en Madrid.

Como era viernes, fueron todos a comer al restaurante. Otra comida de compañeros, amigos y risas. E igual que el anterior viernes, al final quedaron solos Merche y Alberto.

- ¿Vamos a dar una vuelta? Dijo Alberto.

- Claro, ¿volvemos a la terraza aquella del parque?

- Venga.


Como el viernes anterior salieron del restaurante en dirección al parque, pero esta vez, abrazados. Llegaron a la terraza y tomaron asiento, junto a la entrada del parque.

- No hemos sacado los billetes del tren Dijo Merche dándose cuenta de su error.

- No hace falta, vamos en coche, así no dependemos de horarios.

- ¿Y el hotel?


- Merche, cariño, que Alicia trabaja con nosotros.

- Ja, ja, ja, no me acostumbro… en otras obras yo me encargaba, pero ahora hago otras cosas y no doy abasto.

- Alicia es la que se encarga, no hay que decirle nada ella…


En ese momento sonó el móvil de Alberto.

- Es Alicia.

- /Dime Alicia.

- /Hola Alberto, ¿llamo para cambiar las dos habitaciones por una?

- /Ah sí, sí, claro, pero hazme el favor. Cógelas para entrar mañana.


Merche le miró…

- /¿Para mañana?

- /Sí, nos vamos mañana a primera hora.

- /Perfecto, ahora te lo confirmo.

- /Gracias Alicia.


Merche, mirando con cara de asombro a Alberto:

- ¿Mañana? ¿Nos vamos mañana? Pero…

- ¿Tienes algo mejor que hacer?

- No, pero. Mi madre, tengo que avisarla.

- ¿A tu madre? Merche eres ya mayorcita ¿no?

- Idiota, por si había hecho planes…

- Vale, vale.


Al rato entró un sms.

*Confirmado, Habitación doble entrada mañana sábado*

*Gracias*


Pasaron un rato más charlando, entre miradas cómplices y arrumacos. Cuando empezaba a caer la tarde Alberto le dijo:

- Vámonos yendo, que habrá que descansar.

- Y preparar la maleta.

- Eso también.


Echaron a andar por el parque, como la semana anterior, parándose cada pocos metros a besarse.

Al llegar a su portal se despidieron con un beso, esta vez más largo.

- Mañana a las ocho te recojo aquí.

- A las ocho estaré preparada.

- Hasta mañana cariño.

- Hasta mañana.


Merche entró al portal, sonriendo, pensando en la sorpresa de Alberto…

- Mamá ya estoy aquí.

- Hola Merche.

- Mañana me voy a la obra…

- ¿Con Alberto? ¿En sábado?

- Mamaaaa. No empieces.

- Merche cielo, que me parece muy bien, que ya tienes una edad, y ese chico, dice tu tío que…

- Has hablado con el tío ¿de Alberto?

- Sí, me llamó esta mañana… y aproveché.

- ¿Te llamó el tío?

- Bueno, quizás le llamé yo…

- Mamá, eres la caña…

- El caso es que me ha dicho que es muy trabajador, muy buena gente.

- Vale mamá, haberme preguntado a mí.

- Ains hija cómo eres de arisca cuando quieres.

- Me voy a preparar la maleta.

- ¿Cuánto tiempo vais a estar allí?

- En principio una semana, pero depende de la obra.


Merche entró a su cuarto a preparar la maleta y mientras la hacía, fantaseaba con aquel viaje. Seguramente sería su primera vez con él, estaba como una adolescente, enamorada. ¿Cómo sería pasar la noche con Alberto?, ¿qué se pondría?, ¿la llevaría a cenar por ahí?

A las 8 en punto, Alberto paraba frente al portal de Merche, miró la hora y pensó para sí Que puntual soy. Llevaba puesta una cazadora fina vaquera sobre su camisa de cuadros, pensó que quizás le iba a molestar para conducir, y salió del coche para quitársela.

En ese momento se abrió el portal y salió Merche, la miró, preciosa como siempre, llevaba una camiseta de tirantes ajustada y sobre la camiseta una camisa abierta como si fuera una chaqueta. Además, por primera vez, veía sus piernas, largas con aspecto sedoso, las bermudas azul marino que se había puesto, le permitía aquella imagen.

Justo detrás de ella salió una mujer, mas mayor, enormemente guapa y elegante.

- Alberto, hola, mira te presento, ésta en mi madre , Irene.

- Encantado señora.

- Igualmente Alberto, me han hablado tan bien de ti…

- No se crea todo lo que le digan…

- Además de guapo, simpático.


Alberto cogió la maleta de Merche y la llevó al maletero del coche.

- Mamá nos vamos.

- Cuidado en la carretera. Llámame cuando lleguéis.

- Sí mamá. Hasta luego.


Alberto se acercó a la mujer, le dio dos besos en la mejilla y añadió:

- Ha sido un placer Irene. Yo cuidaré de ella.

Se metieron en el coche y cuando no habían llegado ni a la esquina, Merche completamente colorada:

- Lo siento Alberto, lo siento, se ha puesto muy pesada…

- No pasa nada.

- Sí pasa, vas a pensar...

- Voy a pensar que se preocupa por ti. Te vas con un tío, quería ver con quién.

- Eres un sol. Cuando te enteres que ha pedido información de ti a mi tío…

- Jajajaja Ostias con tu madre.

- No te rías.


Y así, comenzó el primero de muchos viajes a Zaragoza.
 
Yo no sé a que espera Alberto para empezar algo ya con Lourdes. Los dos se aman y es absurdo que no estén juntos
 
Capítulo 10
Tenemos un problema
Madrid 2019

Aquella comida con Sanchís le había dejado preocupado. En casa, mientras sonaba la música, se abrió una cerveza y se asomó al balcón. Como tantas veces, se encontraba en su mundo, mirando a la lejanía…

El móvil emitió un sonido y vibró. Lo encendió y vio el icono de WhatsApp encendido.

El grupo - “Zaragoza” - mostraba mensajes sin leer.

Javier* Chavalotes, ¿todo preparado?*

Charo*Con ganas de veros y abrazaros a todos*

Javier*Ya a alguno más que a otros*

Charo*A todos imbécil*

Julia *Queda más de un mes aun*

Luis*Ya tengo ganas, no queda naaadaaaa Julia*

Y así seguía el grupo con varios mensajes de Javier, Charo, Julia y Luis en los que comentaban las ganas que tenían de que llegara mayo.

Entró otro mensaje, esta vez al grupo –“Javi Luis Alberto”-

Javi * El próximo finde, voy a Madrid, si Luis se anima y os apetece, nos vemos*

Luis* Si queréis, me acerco, no tengo planes*

Javi* Pues a ver que dice Alberto*

Este grupo lo crearon los tres para sus quedadas, sin los demás, solo ellos, habían hecho amistad tras la obra y muy a menudo quedaban, ya fuera en Madrid, Valencia o Zaragoza, incluso en ciudades alternativas donde se iban los tres a pasar el fin de semana y echarse unas risas juntos.

Alberto escribió:

*Pues nos vemos el finde, os quedáis en casa ¿verdad?*

Javi*Si nos alojas, nos evitamos el hotel*

Luis* Pues allí nos vemos, vamos hablando*

Esta última conversación le alegró la tarde, añadió algún mensaje en el otro grupo y dejo el móvil sobre la mesa. Siguió con su cerveza y entonces se acordó del sobre.

Había dejado el sobre en el mueble de la entrada, y se había olvidado de él.

Lo debía abrir, ¿o no? Fue a por el sobre. Lo observó, hasta ese momento, no le había prestado atención. Era un sobre del tamaño de medio folio, blanco, perfectamente cerrado. Parecía que tenía muchos papeles dentro, porque estaba abultado. En el frontal del sobre, se leía NOTARIA AGUIRRE impreso y un escudo negro con hojas de laurel y todo. En mitad del sobre, con una caligrafía perfecta: Alberto Lorenzo.

Dio un trago a su cerveza y se sentó en el sillón junto al ventanal.

Volvió a mirar el sobre, lo sopesó, y lo dejó sobre la mesita auxiliar, a su lado.

Como otras veces, se acarició la barbilla, mientras pensaba, se mesó el cabello. Otra vez con sus dudas, y su parsimonia.

Se levantó, apuró la cerveza y fue a la cocina a por otra cerveza.

Volvió al sillón, miró el sobre otra vez. Empezó a repasar la conversación con Sanchís, aquel “ten cuidado” le sobresaltó. “¿A qué tengo que tener cuidado?” y luego recordó, “Carlos Buendía

Decidió no dar más vueltas. El sobre allí se quedaba, “tengo tiempo hasta que falte Elías” y lo otro,” ya veré que hago, tendré que investigar”

A primera hora, como siempre, entraba en el edificio, pero esta vez, en lugar de ir a su planta, como siempre, se dirigió a la cafetería.

- Buenos días Don Alberto.

- Buff. Alberto, solo Alberto
dijo con resignación.

La camarera, divertida le repitió:

- Buenos días, solo Alberto. ¿Qué te pongo?

- Ja, ja, ja, eso me pasa por listo. Tráeme un café con leche.

- ¿Algo de comer?

- No, gracias, solo el café.


Sacó el móvil, vio que había más mensajes en el grupo, pero no los leyó. Buscó en la agenda y marcó.

- Hola Lourdes. ¿Estás aquí ya?

- Hola Alberto, Sí, en mi despacho, preparando una documentación…

- ¿Bajas a tomarte un café conmigo?

- ¿Ahora?

- Estoy en la cafetería.

- ¿Pasa algo?

- Tengo que hablar contigo.

- Oye, lo que pasó, pasó. No hace falta…

- No es sobre eso.

- Me estás intrigando y preocupando.

- Pues baja.

- Dame 5 minutos. Acabo unas cosas y bajo. Bueno 10 minutos mejor.

- Te espero.


Guardó el móvil, sin mirar los mensajes, y esperó que le trajeran el café.

- Solo Alberto, su café.

- Gracias.


Seguía dándole vueltas a la cabeza, cuando vio entrar a José en la cafetería, miraba hacia los lados, como buscando… Al verle, le hizo un gesto con la mano y se acercó.

- Buff menos mal que te encuentro, tío tenemos un problema.

- Buenos días, José.

- Buenos días. ¿Tú no lees los mensajes?

- ¿Los del grupo? No, de vez en cuando.

- Los míos, Alberto, los míos. Te he mandado cinco mensajes, y te he llamado dos veces.

- ¿Qué pasa?

- Don José, ¿un café?
La camarera se había acercado a la mesa.

- Hola guapa, sí, por favor y un zumo natural.

- Enseguida.

- José, ¿qué pasa?

- Te acuerdas que te di las previsiones de la obra de…

- Me acuerdo, que te dije que las subieras.

- Pues las subí. Y esta mañana tenía un mail…


En ese momento llegó Lourdes.

- Hola chicos, ¿puedo?

- Claro, siéntate le espetó Alberto.


José miró a Alberto interrogándole con la mirada.

- Sigue José.

- ¿Sigo?

- ¿Qué ocurre? Preguntó Lourdes.

- José me está contando un problema.

- Pero…

- Joder José, ¿a estas alturas? Que es Lourdes, coño.

- Ya pero de arriba, el mail es de dirección.


Lourdes, frunció el ceño, justo en el momento en que traían los cafés y el zumo.

- Señorita Lourdes, le he traído un café con leche, pero si prefiere otra cosa…

- Está muy bien, Gracias Dori.

- ¿Dori?, ¿Te llamas Dori?
Preguntó José.

- Sí señor, Dorotea Domínguez, desde pequeña.

- Ja, ja, ja,
rieron Lourdes y Alberto.

- Vaaaleeee.

Dori se despidió y siguió con lo suyo.

Alberto poniéndose serio, y mirando a Lourdes:

- A ver, Yo tenía que preguntarte una cosa, pero luego hablamos, este me está contando que tenemos un problema con las previsiones de una obra.

- El otro día se las di para que las revisara, pasó de mí, me dijo a contabilidad directamente.

- ¿Y os las han echado para atrás?

- Noooo, nos abren expediente.


Alberto, miró a José, luego a Lourdes.

- ¿Cómo dices?

- Que nos abren expediente, a la 7.


Alberto se quedó callado, en su cabeza daba vueltas la frase “ten cuidado” “ten cuidado”

- ¿A vosotros, a la 7? Tiene que ser un error.
Preguntó Lourdes

- Mira,
José sacó el móvil y se lo pasó a Lourdes.

- Joder, joder, Dijo Lourdes mientras seguía leyendo.

- Pero ¿pone por qué? Preguntó Alberto.

Lourdes continuó:

- Pone que abren expediente de investigación “para depurar posibles cobros fraudulentos y extractos poco claros o confusos que invitan a pensar en posibles acciones ilegitimas. Lo que se investigará, y si llegara el caso, se pondría en conocimiento de las autoridades oportunas”

- ¿Qué ha pasado José?

- ¿Que ha pasado de qué? No hemos hecho nada que no hagamos habitualmente.

- ¿De esto querías que habláramos Alberto?

- No, no es otra cosa
. Alberto daba vueltas por su cabeza tratando de entender.

Mirando a Lourdes le dijo:

- ¿Sabes quién es Carlos Buendía?

- Claro, y tú también.


A lo que José añadió:

- Y yo.

Alberto pensó, quizás aquel…

- No será el imbécil aquel…

- Sí.
Dijo José.

- Sí, casi al unísono repitió Lourdes.

- No os he dicho…

- Ese, en el que estás pensando.


Alberto recordó algún incidente con el tal Carlos.

Después de que se creara la 7, Intentó entrar en el grupo de Zaragoza, y Alberto siempre le dijo que no. Después hubo más incidentes…

- Lourdes, ¿podrías recopilar información de él? Ya sé que la discreción…

- No hay problema, esta vez haré de Alicia…


Los dos compañeros rieron con la ocurrencia.

José, entonces, levantándose la manga de la camisa y poniendo el brazo encima de la mesa con la muñeca hacia arriba, enseñando su tatuaje "siempre" dijo:

- Siempre.

Lourdes, le miró, luego a Alberto y añadió:

- Siempre.

Alberto, con la mirada perdida, como recordando episodios lejanos.

- Siempre, juntos, amigos, unidos.

Los tres sonrieron y se citaron para la hora de la comida en el restaurante de siempre…

Cada uno cogió entonces un camino, Lourdes subió a su planta noble, José a la 7 y Alberto, dejándoles en el edificio, salió en dirección a su casa.

Por el camino, ahora recorriéndolo más aprisa fue haciendo balance de lo acaecido. El sobre, las advertencias de Sanchís, y ahora aquello del expediente, y Buendía, seguro que algo tenía que ver, seguro que había una relación.

Llegó a casa cogió el sobre, y bajó al aparcamiento a por su coche. Antes, llamó a Sanchís:

- ¿Elías? ¿Estás en casa?

- Qué tontería, claro, ¿dónde quieres que esté?

- Voy a verte. Tenemos que hablar.

- ¿Ya ha empezado?

- ¿Qué ha empezado?

- Ahora hablamos. Te espero.


Alberto cogió su coche y salió del garaje en dirección a casa de Sanchís.
 
Capítulo 11
Alberto y Merche
ZARAGOZA 2003

Pasaban unos minutos de las doce y media, cuando el coche de Alberto entraba en el recinto del hotel en Zaragoza.

Salieron del coche, y entraron en recepción.

- Buenos días, Bienvenidos al Hotel Emperador.

- Buenos días, tenemos una reserva.

- ¿A nombre de?

- Alberto Lorenzo, de la empresa Sanchís Salgado Nervión arquitectos.

- Sí, sí, los del palacio de la música. Si, un momento por favor.


La recepcionista, sin perder la sonrisa de la cara, telefoneó.

- Señor, han llegado, Si. Si claro, si.

- ¿Ocurre algo? ¿Hay algún problema? La reserva se hizo…

- No, perdón, todo está bien, El director quería saludarles.

- Ah. ¿A nosotros?


Alberto miró a Merche e hizo un gesto de extrañeza.

- Señores, Bienvenidos a Zaragoza, Bienvenidos al Hotel Emperador.

La voz provenía de un señor bajito, gordo, con un bigotito pequeño, que quedaba realmente ridículo en aquella cara gorda y redonda.

Alberto le extendió la mano.

- Gracias.

Merche se acercó he hizo lo propio.

- Quiero que sepan que para nosotros en un honor que hayan decidido alojarse en nuestro establecimiento, cualquier cosa que necesiten, solo tienen que pedirla. Estamos a su disposición a cualquier hora del día.

- Gracias, pero de momento, con que nos den la llave de…

- Sí, sí, por supuesto. Les reitero nuestro agradecimiento, además me complace comunicarles, que su primera comida en nuestro restaurante, corre por cuenta del hotel.

- Pues muchas gracias, aunque no lo veo necesario…

- Les reitero nuestra disponibilidad para con su empresa…

- Bueno, pues gracias. De verdad muchas gracias.

- Señor, su llave.

- Gracias, ¿por dónde?

- Ah sí perdón, 5 planta, al fondo del pasillo está el ascensor.

- Gracias.


Merche y Alberto se dirigieron hacia el ascensor, nada más entrar al mismo, estallaron en risas.

- Pero ¿y esto? ¿No me digas que siempre es así?

- Te juro, que es la primera vez que me pasa.

- Ja, ja, ja, y la cara que tenía ese hombre, tan…

- Tan redondo y tan pelota.

- Eso jajajaja.


Entre risas llegaron a su habitación, al entrar se quedaron impresionados.

Aquello era una suite en toda regla, con una sala en la que había un sofá y dos sillones frente a una gran pantalla de televisión, había un baño enorme con una bañera gigante y la habitación, con un vestidor, y una cama súper grande. Por una puerta se salía a una gran terraza con una mesa y dos sillas, a la que también había acceso desde la sala anterior.

Los dos miraban la habitación y pensaban que aquello era un error.

Merche dijo.

- Voy a llamar, para mí que se han confundido.

- Sí, mejor.

- Recepción dígame.

- Hola señorita, les llamo de la 507, acabamos de llegar. Creemos que ha habido un error, teníamos reserva de una habitación doble…

- Sí señorita, no es un error, es cortesía del hotel.

- Pero…

- Está todo correcto.

- Gracias.


Miró a Alberto, encogió los hombros y le dijo.

- Que es cortesía del hotel.

Salieron a la terraza, tenía unas vistas espectaculares, se veía el Ebro, y el solar de la obra.

Alberto desde la terraza, señalando a lo lejos le iba indicando,

- Aquello es el solar, que parece que ya están las excavaciones hechas, luego si quieres nos pasamos.

- Hoy es sábado, no trabajamos.


Alberto la abrazó, pasando el brazo sobre los hombros de la mujer.

- Tienes razón, Mira allí, junto al río, a la derecha de la obra, está el restaurante ese que dije.

- Gran río Ebro.

- Ese jajajaj.

- ¿Has vuelto a pasar mis notas a limpio?

- A diario, por eso me acuerdo.


Alberto la besó.

- Eres la caña, no sabes cuánto me gustas.

- ¿Y hoy me lo vas a demostrar?


Alberto la miró, sorprendido.

- ¿Cómo dices?

- ¿Que si hoy me vas a enseñar cuánto te gusto?

- Señorita, ¿está usted insinuándoseme?

- No Señor Lorenzo, en absoluto, solo pregunto si me va a cortejar hoy para ver si me meto en su cama con usted…

- Ja, ja, ja.

- Chica, yo te meto en mi cama, ¿pero tú has visto ese tamaño? No nos vamos a encontrar en toda la noche.

- Pues vamos a meternos ya, que es de día y así me ves.


Y tirando de él, entraron en la habitación. Merche se colgó de su cuello, besándole.

Le daba besos por toda la cara, por el cuello y Alberto se dejaba hacer.

Merche entonces, comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Alberto, de uno en uno, con tranquilidad, a cada botón correspondía un beso largo y húmedo en la boca de Alberto. Éste a su vez, aprovechando entre botón y botón, le quitó la camisa a Merche, dejándola con la camiseta de tirantes ajustada. Las tetas de Merche se veían enormes, apretadas tras la tela de la camiseta.

Ella terminó de desabrocharle la camisa y se la quitó. Se dedicó entonces a besar el pecho del hombre, que se dejaba hacer. Cuando llegó a sus tetillas, se las besó, las lamió, le daba mordisquitos. Alberto entonces tiró de la camiseta de Merche hacia arriba, fue apareciendo la piel del vientre liso de Merche, el ombligo, pequeñito y profundo, las costillas y empezó a divisar la tela del sujetador. Blanco. Inmaculado. Era un sujetador deportivo, de esos que sujetan el pecho y lo oprimen. Cuando la camiseta salió por la cabeza de Merche, Alberto se separó de ella, contemplándola, quedaba muy poco para admirar sus tetas, al natural, por fin. ¿Serían como él había imaginado?

Merche, por su parte, pareció entender la mirada de Alberto. Y sujetando su sujetador deportivo, por la parte de abajo dijo.

- ¿Me lo quito?

- Ya estás tardando.

- ¿Seguro?


Alberto la besó, y agarrando sus manos las guio por el camino correcto hacia arriba. Se apartó y vio como por debajo de aquella tela asomaban los pechos de Merche, no quedaba nada. Y de repente, una explosión de carne, unas tetas grandes, redondas, con unos pezones rosados, unas aureolas grandes, en consonancia con aquellos pechos. Los pezones escondidos en la piel, como no queriendo salir.

La mirada de Alberto era un poema, llevaba soñando con aquellas tetas un montón de tiempo, y las tenía frente a él.

- Joder que tetas tienes.

- ¿Te gustan?

- Me encantan.


Y se lanzó a por ellas, estaban duras, eran grandes, pero no colgaban, estaban perfectamente colocadas, al contacto con las manos de Alberto, aquellos pezones escondidos, empezaron a parecer. Alberto empezó a chupar, primero el pezón de su izquierda, mientras amasaba la teta derecha, luego al revés.

Merche suspiraba, daba gemiditos casi insonoros. Agarraba la cabeza de Alberto contra sus pechos. Y se sentó en la cama. Desabrochó el botón del pantalón chino de Alberto, que marcaba un gran bulto en la entrepierna, aquel pantalón cayó por su peso.

Ante la mirada de Merche el calzoncillo de Alberto, negro, con un gran aparato escondido detrás. Puso su mano sobre él, lo acarició, recorriendo la dimensión del mismo, mientras mordiéndose el labio, miraba hacia arriba.

- La quiero toda.

- Cógela, es tuya.


Merche retiró la tela, y de un salto apareció ante ella la polla de Alberto, como presentándose, firme.

- Umm que polla. Es gorda.

La agarró y la recorrió de arriba a abajo, tirando de la piel hacia abajo, hizo aparecer el gran capullo casi morado y acercó su lengua, lo recorrió de la punta hacia abajo, recorrió todo el glande, lo babeó.

Alberto se separó un poco, y se quitó las deportivas, el pantalón, los calzoncillos, los calcetines. Quedando desnudo completamente ante ella. Mientras Merche, sentada en la cama enorme, le observaba con picardía, y deseo. Los pezones, antes escondidos, ahora estaban perfectamente duros, erguidos, orgullosos.

Él la cogió de las manos y tiró de ella hacia arriba, abrazándola y besándola. Ella notaba el pene de él contra su entrepierna, aun protegida por las bermudas.

No tardó nada Alberto en desabrochar con maestría aquel botón y dejar caer el trozo de tela al suelo. La volvió a mirar, llevaba un tanga blanco. Con suavidad la dejó caer sobre la cama, y siguió besándola, y comenzó a recorrer su cuerpo con la boca. El cuello, el pecho, los pezones, las tetas, los pezones, la boca, el cuello, la oreja, el cuello, y vuelta a los pezones, durísimos y grandes. Siguió bajando y llegó al ombligo, hundió la lengua, lo babeó, y siguió bajando. Tenía las manos en sus caderas y agarró el borde del tanga, ella arqueó el cuerpo, levantó el culo y él tiró de la prenda hacia abajo, lentamente, esperando ver aparecer aquel tesoro escondido.

Ante él apareció un coñito delicioso, completamente depilado, con unos labios grandes, que salían buscando aire, y un clítoris grande que observaba desde su ubicación expectante.

Hundió la cabeza entre las piernas de Merche, y pasó su lengua de abajo hacia arriba, recogiendo humedad en cada milímetro de rajita. Al llegar al botón, lo absorbió. Ella se contrajo, y gimió con fuerza. Inició el recorrido a la inversa, de arriba hacia abajo, pero ahora su dedo se abría camino hacia el interior. Estaba empapada. Repitió el proceso varias veces, y fue añadiendo dedos. Cuando la velocidad de subida y bajada de su lengua era ya muy rápida y eran tres los dedos que literalmente follaban aquel coño, ella dio un grito, un gemido, una sucesión de grititos, recogió las piernas, apretó la cabeza de Alberto contra ella, y de aquel coño impoluto de pelos comenzó a salir un líquido espeso, viscoso. Primero un chorrito, con poca fuerza, luego un hilillo se deslizaba por todo el coño, recorría la piel hasta su ano, y finalmente goteaba sobre la cama.

Alberto, lo recogía con su lengua, desde el ano hasta el coño. Ella se estremecía.

- Déjame a mí. Dijo Merche.

Alberto se levantó, abandonando su postura en rodillas, para erguirse. Su falo, volvió a aparecer frente a los ojos de Meche, que sentada al borde de la cama, miraba con deseo.

Le tumbó boca arriba, y se colocó sobre él. Le besó la boca, e inició un recorrido similar al que previamente había realizado él.

Al llegar a su polla, la agarró con la mano izquierda, y comenzó a masajearla, mientras la lengua recorría los huevos de Alberto, luego el tronco y llegaba al prepucio, metía el capullo en su boca, lo aprisionaba, succionaba y otra vez para abajo.

Alberto cerró los ojos, y se dejó hacer, ya no quería mirar, solo sentir. Ella siguió chupando y meneando aquella polla. Le subió las piernas y comenzó a chupar los huevos, la piel bajo ellos, todo el perineo. Alberto suspiraba y su reparación se aceleraba. Merche siguió babeando toda la piel a su paso, seguía con la mano en la polla subiendo y bajando lentamente. Su lengua alternaba un huevo, el otro y se acercaba peligrosamente a su oscuro agujero. Y llegó a él. Alberto abrió los ojos de golpe, pero no dijo nada, ella esperó la reacción, ninguna, ni buena ni mala, se dejaba hacer.

- ¿Sigo?

- Hazme lo que quieras.

- ¿Lo que quiera?

- Lo que quieras cariño, lo que quieras.


Aquello fue como abrir las compuertas de una presa. Merche comenzó a chupar y lamer su agujero, mientras agitaba la polla, dejó aquel ano mojado, muy mojado, y dirigió una mirada a Alberto, que desde lejos la observaba. Ella bajó su mano derecha hasta su coño, y comenzó a tocarse, a meterse los dedos en el coño, para luego volver a subirla hasta aquel agujero. La mano izquierda seguía el masaje de polla, un arriba abajo lento y constante.

Merche volvió a mirar a Alberto a los ojos, una sonrisa maliciosa, pícara, lasciva y apoyó un dedo en su culo, lo giró, y apretó. Se resistió. Vuelta a empezar, círculos, presión, y un poquito dentro. La mano izquierda seguía lentamente pajeando. Se chupó el dedo, lo volvió a acercar, círculos, presión y esta vez entró más, vuelta a empezar, círculos, presión y entro otro poco. Sacó la mano, la volvió a bajar, y mientras seguía la paja constante, volvió a meterse los dedos en el coño.

Una nueva mirada, Alberto estaba como loco, acelerado, expectante, nunca había sentido nada igual.

Mientras seguía la paja, el dedo fue nuevamente a su culo, masaje, círculos, presión y aquel dedo entró perfectamente acoplado en el culo de Alberto. Él dio un respingo y gimió. Ella comenzó lentamente a meter y sacar el dedo, despacio, despacio, más deprisa, más deprisa.

Alberto aceleró la respiración, comenzó a emitir gemidos.

Ella aceleró la penetración, metía el dedo y lo giraba haciendo circulitos dentro de su culo, mientras aceleraba la paja de su mano izquierda. Cuando le pareció que ya estaba suficientemente cachondo, enterró el dedo lo más hondo que pudo, apretándolo desde dentro contra la base de la polla. Y comenzó a subir y bajar la polla con fuerza, a cada bajada con fuerza, le seguía un gemido de Alberto, le miraba desde abajo.

Alberto abrió los ojos, la miró con cara de asombro.

- Dios, ¿qué me estás haciendo?

- Goza cariño.

- Ummm sigue cielo sigue.


Merche se metió la polla en la boca, y comenzó a mamar con si no hubiera un mañana, con fuerza, la chupaba entera. Notaba el capullo tocando fondo en su garganta y volvía a salir. La volvía a meter y cuando la punta de aquel rabo se empezaba a abrir camino por la garganta, apretaba, aguantaba las arcadas y volvía a sacarla.

- Me corro Merche.

Ella no dijo nada, siguió con su juego, siguió con su mamada espectacular.

- Merche, no aguanto, me corro.

Entonces ella la sacó de la boca, la agarró con fuerza y la meneó, cada golpe hacia abajo hacía que el capullo pareciera que iba a despegarse del resto de la polla. Una vez, dos veces, con la mirada fija en la cara de Alberto, hasta que, por fin, entre gemidos y bufidos, aquella polla comenzó a soltar leche caliente espesa, que cayó por la cama, por su pecho, por la cara de Merche, por su cabello.

- Ese es mi niño. Suéltalo todo.

- Joder, joder que cabrona.

- ¿Te ha gustado? Decía Merche sin soltar la polla de Alberto, mientras seguía, ahora despacio, acariciándola, pajeándola.

- Ha sido la ostia, joder.


Ella soltó por fin su trofeo, trepó hasta la cara de Alberto y le besó.

- Eres un campeón.

- Tú eres la ostia Merche, ¿Qué me has hecho?

- ¿Te ha gustado?

- Mucho, nunca me habían hecho…

- Nunca habías estado conmigo.

- Madre mía, no me imaginaba que fueras…

- Yo soy una señorita en público, y una puta en la cama.
 
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