creadordesensaciones
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Este relato lo publiqué en el antiguo foro.
Yo había perdido los archivos, lo sé, que mala cabeza... pero gracias a SALGAS, que me los envió, puedo volver a subirlos.
Empiezo por "SIEMPRE", como es lógico, por ser el primero que escribí y publiqué, aunque en realidad, daría igual...
Espero que, a los que no lo leísteis, os guste. Y a los que ya lo leísteis, que lo volváis a saborear.
CREADORDESENSACIONES
SIEMPRE.
Prologo
Los árboles del parque agitaban sus copas, al ritmo que marcaba el viento que soplaba. Era principios de marzo, y la primavera que en breve llegaría, aun se hacía de rogar.
Alberto se debatía entre levantarse de aquel sillón, tras el ventanal, o quedarse en él, y seguir observando cómo anochecía, poco a poco.
Su vida era, ahora, más tranquila que antaño, se había acostumbrado a su soledad, a su mundo dentro de su piso frente al parque. Se había acostumbrado a sus pocas salidas con amigos de siempre, a sus escarceos esporádicos con mujeres de una sola noche y ningún día, y los también esporádicos polvos con su amiga Ruth.
La música, casi un susurro, se escuchaba como un rumor lejano, impregnando el ambiente de acordes en quintas y riffs. “El rock hay que escucharlo alto” Alberto lo usaba de música ambiente.
Mientras apuraba, sorbo a sorbo su cerveza fría, contemplando por la ventana el rítmico movimiento de las ramas de los árboles, pensaba en su vida, en sus recuerdos. Ahora a sus casi cincuenta años, echaba la vista atrás, ¿había cosas que cambiar? Quizás, pero ¿para qué cambiarlas? Alberto siempre pensó que sus actos, para bien o mal, eras suyos, los había elegido él. Con eso bastaba.
Su vida era cómoda, arquitecto con trabajo en un prestigioso estudio. Su trabajo, desde hace más de 20 años, consistía en dirigir obras, coordinar oficios, tomar decisiones sobre los problemas de ejecución que pudieran surgir, y seguía haciéndolo con gusto, le gustaba su trabajo, le encantaba la sensación de entregar un proyecto acabado, bien acabado.
Durante su vida laboral había conocido a mucha gente. La mayoría aves de paso que como vienen se van. Pero también había conocido gente con la que había trabado una amistad que perduraba con los años. Había creado un grupo variopinto de personas de distintas provincias. Se conocieron en una obra en Zaragoza, cuando a Alberto le encargaron su primer gran proyecto y desde entonces, seguían quedando para verse, para charlar, para reírse, para lo que surgiera.
Todas esas personas pertenecían a diferentes empresas que habían trabajado en su primer gran proyecto, empresas que, con el paso del tiempo, se habían convertido en fijas en cualquier proyecto que a Alberto le encomendaran. La gente había ido haciendo su vida, se habían casado, habían tenido hijos, había algún divorciado, pero ahí seguían, amigos de siempre.
¿Cómo se conocieron? ¿Cómo llegaron a ser lo que son?
El tiempo había pasado, ahora peinaba unas canas sobre las sienes, que nunca quiso ocultar. Ya no salía tanto como antes, prefería la tranquilidad de su casa, su música, su cerveza.
En breve volverían a verse… el móvil emitió un pitido, mensaje de WhatsApp.
*Hola guapo. Que ganas de verte y darte un abrazo*
Era Charo, una de sus amigas del grupo, gallega, casada, y muy apetecible con el paso de los años, a ojos de Alberto.
*Ya no queda nada, en breve estaré por allí, y te comeré a besos y lo que tú te dejes*
*Ja, ja, ja, Siempre estás igual*
*No como tú, que cada día estás mejor*
*Ja, ja, ja, te veo en nada, besos*
CAPITULO 1
El principio de las cosas.
Madrid 2003
Alberto subió a la planta doce, la planta de dirección.
Salió del ascensor, miró alrededor, y se encaminó hacia la mesa negra con anagrama de la empresa, que hacía las veces de mostrador de recepción de la planta noble.
- Hola Lourdes. Me han llamado…
- Alberto guapo.
Lourdes era la señorita de la recepción en dirección, el filtro, el infranqueable filtro de los jefes. Menudita, delgada, con un precioso cabello negro, largo y rizado. Unos ojos negros brillantes, pequeños y pizpiretas y una sonrisa perfecta de dientes muy bien colocados y muy blancos.
Tenía un cuerpo menudo, muy bien conformado, con unas tetas pequeñas y duras coronadas por un pezón oscuro, pequeño y siempre duro.
Alberto la conocía muy bien, no en vano había tonteado, y algo más, con ella en más de una ocasión. Salían juntos, como si fueran pareja, unos meses, y lo dejaban, por incompatibilidad de caracteres. Pero al tiempo, volvían a coincidir, volvían a sucumbir y volvían a ser “pareja”
Estaban en una de esas rupturas en aquel momento. Pero nada más verse, su chispa esa que siempre tenían, volvió a chisporrotear.
Lourdes salió de detrás de su mesa, y abrazó a Alberto, éste correspondió su abrazo, y tras mirar a un lado y otro de aquel hall, y notando los pechos duros de Lourdes, la besó y mientras lo hacía deslizó su mano hasta alcanzar el culo pequeño, duro y respingón de la chica. Ella apartó la mano con un gesto rápido.
- Hacía mucho que no te veía Alberto.
- Ya, he estado liado.
- Lo sé, has estado en Sevilla ¿No?
- Llegué la semana pasada.
- Pues anda que has llamado.
- Lo siento, llegué el jueves, el viernes dormí, el sábado también y el domingo…
- Ya, ya, anda Don Julio te espera en su despacho.
- ¿Sabes para qué?
- Siendo tú, para felicitarte jajaja.
- Anda tonta, en serio…
- No lo sé. Le digo que estás aquí.
Y volviendo a su mesa, tecleó en el teléfono y mandó a Alberto hacia el despacho de Don Julio.
Don Julio, el gran jefe, uno de los socios del estudio. Alberto solo había hablado con él en algunas ocasiones contadas, y siempre en obras o celebraciones, pero nunca en su despacho.
- ¿Don Julio? Buenos días.
- Buenos días Alberto, pasa, pasa y siéntate. Le dijo mientras le señalaba un sillón de cortesía frente a su gran mesa.
- Gracias.
- ¿Te preguntarás qué haces aquí?
- Bueno…
- Al grano, nos han aceptado el proyecto del palacio de la música y las artes en Zaragoza. Es un proyecto complejo, con diversas fases y como si dijéramos diferentes proyectos dentro del mismo. Está el gran edificio del palacio de música, además de la sala de exposiciones, de los almacenes, restaurantes, jardines…
Don Julio hablaba y hablaba y Alberto le oía, pero no le escuchaba, estaba mirando por detrás de él, a una gran maqueta sobre una gigantesca mesa…
- Como te digo Alberto, hemos pensado que eres la persona ideal para ejecutar este ambicioso proyecto que a la larga va a dar mucho prestigio a este estudio…
Alberto oía palabras, hemos pensado, ideal, prestigio…
- En breve haremos una reunión con Salgado y con Sanchís, e iremos tomando decisiones sobre los diferentes responsables, pero para empezar, esta noche haremos la presentación oficial a la empresa del proyecto y tu nombramiento…
Salgado y Sanchís, presentación, nombramiento…
- Alberto, de verdad, para mí es un orgullo nombrarte responsable de este proyecto…
- Don Julio, Perdone…
- ¿Si? ¿Alguna duda? Alberto.
- Todas. No he visto el proyecto, no sé de qué se trata, no conozco la envergadura del mismo, ni los plazos… ¿cómo saben que estoy capacitado? Ni yo mismo sé si estoy preparado.
- Lo estás Alberto, Lo estás.
- Pero…
- Alberto, hemos seguido tu trayectoria en esta empresa, llevas aquí casi seis años, conocemos todo lo que has hecho para nosotros, desde los diseños, hasta las ejecuciones. Eres un gran arquitecto con un don especial para dirigir a los equipos de trabajo, jamás hemos recibido una queja sobre ti, ni de clientes, ni de contratas, ni de empleados…
- ¿Es ese? Dijo Alberto señalando la maqueta.
- Ven que te lo enseñe.
Don Julio se puso en pie y esperó a Alberto con el brazo en alto, que colocó sobre sus hombros en cuanto éste estuvo a su alcance.
Fue enseñándole los distintos edificios, las diferentes secciones… El complejo era grande, constaba de un edificio principal de planta ovalada y casi 4 pisos de altura, rodeado de varios edificios más pequeños en los lados y la trasera del principal. Además, unos jardines y un lago artificial.
- Hemos habilitado la séptima planta entera para este proyecto. Tienes un despacho allí, a donde hemos enviado ya todo el proyecto para que lo vayas conociendo.
- Pero…
- Alberto confiamos en ti. Esta noche a las ocho en la sala de cocktail será la presentación. Te quiero aquí en mi despacho a las siete y media, desde aquí bajaremos juntos. Ahora ve a instalarte, dile a Lourdes que avise a Mercedes Prieto, desde hoy es tu mano derecha… va Alberto va. Hasta esta tarde.
Alberto salió de aquel despacho más preocupado que alegre.
- Lourdes, me ha dicho Don Julio que…
- Te está esperando en tu nuevo despacho. Enhorabuena Alberto. Me alegro un montón…
- Me habías dicho que no sabías nada.
- Lo llaman discreción, Alberto, discreción. Jajajaja.
- Que… Entonces sabrás que esta noche…
- A las ocho te veo, es tu gran día, no me lo pierdo por nada. Merche te espera en tu despacho. Por cierto, cuidado que te conozco, y Merche está muy buena…
- Lourdes tú yo no somos nada, vamos que…
- Ya, ya, pero por si acaso. Y bajando el tono y en plan confidencial añadió.
- Merche es la sobrina de Sanchís, ten cuidado y no te pases, ¿o creías que eran celos?
- Gracias guapa, esta noche te veo.
- Espera. Ten, esto es para ti.
Y le entregó una caja de cartón verde. Sobre la tapa con perfecta caligrafía a mano habían escrito:
Con su caja bajo su brazo izquierdo y apoyada en la cadera, Alberto se dirigió al ascensor.
Apretó el botón 2, su planta de siempre, y mientras el ascensor descendía, y la música sonaba emitiendo una melodía barroca súper cursi, miró en la pantalla del ascensor que el reloj marcaba ya las diez y media.
Entró en su departamento, y de repente todos se pusieron en pie y comenzaron a aplaudirle.
Alberto se quedó parado un instante mientras miraba hacia todas las direcciones.
¿Cómo se habían enterado?
- Alberto, me alegro muchísimo por ti.
Era Alicia, su secretaria desde hacía tres años, cuando le colocaron en aquel departamento, que colgándose de su cuello le abrazaba.
- Gracias, gracias, pero ¿Joder las noticias vuelan?
- Ha sido Lourdes, nos acaba de llamar.
- Gracias a todos de verdad. Alicia ven conmigo por favor.
Alberto se encaminó al que hasta hoy había sido su despacho, entró, dejó a Alicia entrar y cerró tras de sí.
- Alicia, necesito que me hagas el favor más grande del mundo ahora mismo.
- Lo que necesites, dime.
- Necesito que a las dos, tengas preparado un catering para todos estos, señalando hacia fuera del despacho. Como tú sabes hacerlo… ahora tengo que subir al despacho nuevo… ah otra cosa, necesito…
Y le pidió algo más personal que ella escuchó con atención, mientras afirmaba con la cabeza.
- Alberto, te vamos a echar de menos…
- Aún no sé cómo han organizado esto, ni sé si poder contar con gente de mi entorno… Alicia, voy a hacer todo lo posible porque subas conmigo…
- Si es lo que quieres, ya sabes que voy a donde tú digas. Déjalo en mis manos, a las dos en la sala de reuniones.
Alberto le dio un beso en la mejilla a Alicia, ella se ruborizó.
- Albertooo.
- Aliciaaaa.
Alicia tenía casi cincuenta años, estaba casada con 2 hijos, era muy recatada y nunca vestía provocativamente, al contrario. Era rubia, con unos ojos azules muy claros y muchas pecas sobre las mejillas. Alberto nunca se había fijado en ella como mujer, era casi como una madre que le cuidaba.
- A las dos vengo, Alicia, no me falles…
- Gracias Alberto.
Le guiñó un ojo y salió del despacho, con su caja.
Unos instantes después estaba saliendo del ascensor en la planta siete.
Un gran espacio se abrió ante él. Prácticamente toda la planta estaba diáfana, tan solo a la derecha, en la lejanía, había una puerta, Se dirigió hacia ella.
- Buenos días Señor Lozano.
- Alberto por favor, dijo sin ver aun a la mujer que le hablaba.
- Buenos días Alberto, soy Mercedes…
Cuando la vio, se quedó petrificado, ante él había una mujer perfecta, con unos tacones finísimos y muy altos, que hacían que casi igualará su uno ochenta de altura, metida en una falda gris, ajustada por encima de la rodilla, y con un suéter de lana blanco con el cuello en pico que dejaba ver un más que apetecible canalillo. Unas tetas grandes, redondas, perfectas. Un cuello infinito que sostenía la cara más bonita que había visto hasta ese día. Unos preciosos ojos marrones claro, el pelo castaño claro liso cortado en media melena, recogida en una coleta. Una nariz delgada y sutilmente proporcionada al tamaño de la cara, y una boca sensual con los labios ligeramente carnosos, pintados en un carmín rojo.
- Bu bu buenos días.
- Don Alberto, ya le habrán dicho…
- Alberto, por favor, solo Alberto.
- Alberto ya le habrán dicho…
- Alberto ya te habrán dicho.
- Perdón, Alberto ya te habrán dicho que voy a ser su secretaria.
- Mercedes, por favor. Trátame de Tu y no vas a ser mi secretaria, vas a ser mi ayudante.
- ¿Ayudante? Pero yo…
- Vamos a ver qué nos han traído, y nos organizamos.
- Vale. Pero…
- Pero. Vamos a organizarnos y a ver qué necesitamos. Puedes ir haciendo una lista…
- Ya la he hecho.
- Mercedes, Tú y yo vamos a hacer buen equipo.
- Merche por favor, Alberto, llámame Merche.
- De acuerdo Merche. ¿Quieres un café? Vamos a la cafetería, apunta en la lista, queremos una cafetera en la planta 7.
- Ja, ja, Apuntado. Vamos.
Desde ese momento Alberto y Merche formaron un tándem perfecto en el trabajo, él no necesitaba decir algunas cosas, ella ya las tenía en cuenta. Merche era arquitecto técnico, no había ejercido en ningún proyecto propio, y en los que había participado, nunca fue como profesional de la arquitectura. Se desenvolvía muy bien con los proveedores y con los clientes en tareas meramente organizativas. Además, estaba muy buena, Alberto se fijaba en ella, en sus movimientos, pero hasta unos días después no se atrevió a preguntar sobre su vida, de momento, con tomarse aquel café le servía.
En un momento dado, Alberto recibió una llamada en su móvil, la atendió, separándose de Merche, mientras respondía con monosílabos y afirmaciones de cabeza.
- Vale ahora miro el correo, gracias.
A continuación entró al despacho que le habían asignado, encendió el portátil, buscó algún sitio donde conectarse a la red de la empresa y buscó en su correo.
Lo que leyó, le dejo satisfecho y sonriente.
Era casi la una, y Alberto y Merche, tenían desplegados un montón de papeles en la mesa gigante reuniones que les habían colocado en uno de los despachos. Merche iba apuntando cosas en una lista que ya ocupaba 4 hojas de su cuaderno. Algunas de las cuales, ya se había encargado de pedir y las tenía tachadas.
Alberto la veía manejarse con el teléfono, en la forma de hablar con la gente, de expresarse, y le daba la impresión de que iba ser muy útil para él.
- Merche. Deberíamos hacer una lista del personal que vamos a necesitar aquí con nosotros.
- Me han dado una lista de personal que se incorpora mañana… mira.
Merche le extendió una subcarpeta azul, dentro un listado de personas y los departamentos a los que pertenecían.
- También me han dicho que esta tarde vendrán a instalar mobiliario…
- ¿Quién ha hecho esta lista?
- No lo sé, me la dieron ayer cuando me…
- Voy a subir.
Y Alberto salió del despacho dejando a Merche con la palabra en la boca.
Se dirigió a la planta 12, visiblemente enfadado.
- Avisa a Don Julio Por favor.
- ¿Estás bien Alberto?
- Avísale por favor.
- Sí, claro ¿Pero estás bien? ¿Ha pasado algo? ¿Merche?
- Lourdes, por favor… Avisa a Don Julio que quiero verle.
Lourdes tecleó en el teléfono.
- Don Julio, Está aquí Alberto Lorenzo, quiere verle… Sí. Si. Ajam Sí.
Dirigiéndose a Alberto Lourdes dijo:
- Espera que sale. No sé qué le has hecho, pero él nunca sale a recibir.
- Alberto, ¿Qué ocurre?
- ¿Podemos hablar?
- Claro, cuéntame, mientras bajamos a ver los avances.
- No. Hablemos…
- Bajamos y me cuentas.
Don Julio enfiló hacia el ascensor con Alberto a su lado.
- Lourdes, si me llama alguien estoy en la 7.
- Si Don Julio.
- Dime Alberto ¿Qué ocurre?
- Si yo dirijo el proyecto, yo elijo a mi gente.
- Ya, pero tenemos compromisos.
- O elijo a mi gente, o no quiero el proyecto…
Esto último lo dijo mirando fijamente a Don Julio, justo cuando la puerta se abría en la planta 7.
- ¿Estás seguro Alberto?
- Seguro.
- Mercedes… Buenos días. ¿Qué tal con Alberto?
- Buenos días Don Julio, - mirando a Alberto que permanecía detrás de Don Julio -. Muy Bien.
- Pues me alegro, recoge tus cosas, Alberto no quiere a nadie que no haya escogido el.
- Pero…
Alberto, sorprendido, miró a Merche, a Don julio:
- No. Merche, Mercedes se queda.
- Alberto decídete ¿elijes tú o elige la empresa?
- A ella la elijo…
Don Julio permaneció un rato callado, como examinando la circunstancia, y finalmente dijo:
- Alberto. Tienes carácter, eso me encanta. Prepárame una lista con la gente que necesitas.
- También necesitamos reordenar esta planta vacía…
- Esta tarde vienen los muebles…
- Me gustaría, nos gustaría re ordenarlo nosotros…
- Alberto tú decides. Merche guapa, habla con quien corresponda y anula el mobiliario de esta tarde. Cuando decidáis lo que queréis, lo encargáis y que lo monten. Desde ahora mismo, respondéis, los dos, ante mí. Todas las decisiones son vuestras, una vez a la semana quiero informes. No me defraudéis.
Y dándose media vuelta, pulsó el botón del ascensor y añadió:
- Merche, te dije que con Alberto no te valdría eso de ser secretaria. Ahora sois Equipo, vosotros sabréis cómo os organizáis.
Y entrando en el ascensor, desapareció.
Merche y Alberto se miraron, sonrieron, rieron y se fundieron en un abrazo de alegría.
Alberto sintió las tetas de Merche, y se separó de ella. Se miraron a los ojos y notaron cierta conexión.
- Tenemos que preparar el listado de personal que necesites Alberto.
- Que necesitamos Merche, Somos equipo.
- De acuerdo.
- Ostias ¿qué hora es?
- Casi las dos.
- Me voy tengo celebración con… ¿Te vienes?
- ¿Debería? Es tu equipo…
- Ahora será también el tuyo.
Y sonriendo bajaron a la planta 2.
Yo había perdido los archivos, lo sé, que mala cabeza... pero gracias a SALGAS, que me los envió, puedo volver a subirlos.
Empiezo por "SIEMPRE", como es lógico, por ser el primero que escribí y publiqué, aunque en realidad, daría igual...
Espero que, a los que no lo leísteis, os guste. Y a los que ya lo leísteis, que lo volváis a saborear.
CREADORDESENSACIONES
SIEMPRE.
Prologo
Los árboles del parque agitaban sus copas, al ritmo que marcaba el viento que soplaba. Era principios de marzo, y la primavera que en breve llegaría, aun se hacía de rogar.
Alberto se debatía entre levantarse de aquel sillón, tras el ventanal, o quedarse en él, y seguir observando cómo anochecía, poco a poco.
Su vida era, ahora, más tranquila que antaño, se había acostumbrado a su soledad, a su mundo dentro de su piso frente al parque. Se había acostumbrado a sus pocas salidas con amigos de siempre, a sus escarceos esporádicos con mujeres de una sola noche y ningún día, y los también esporádicos polvos con su amiga Ruth.
La música, casi un susurro, se escuchaba como un rumor lejano, impregnando el ambiente de acordes en quintas y riffs. “El rock hay que escucharlo alto” Alberto lo usaba de música ambiente.
Mientras apuraba, sorbo a sorbo su cerveza fría, contemplando por la ventana el rítmico movimiento de las ramas de los árboles, pensaba en su vida, en sus recuerdos. Ahora a sus casi cincuenta años, echaba la vista atrás, ¿había cosas que cambiar? Quizás, pero ¿para qué cambiarlas? Alberto siempre pensó que sus actos, para bien o mal, eras suyos, los había elegido él. Con eso bastaba.
Su vida era cómoda, arquitecto con trabajo en un prestigioso estudio. Su trabajo, desde hace más de 20 años, consistía en dirigir obras, coordinar oficios, tomar decisiones sobre los problemas de ejecución que pudieran surgir, y seguía haciéndolo con gusto, le gustaba su trabajo, le encantaba la sensación de entregar un proyecto acabado, bien acabado.
Durante su vida laboral había conocido a mucha gente. La mayoría aves de paso que como vienen se van. Pero también había conocido gente con la que había trabado una amistad que perduraba con los años. Había creado un grupo variopinto de personas de distintas provincias. Se conocieron en una obra en Zaragoza, cuando a Alberto le encargaron su primer gran proyecto y desde entonces, seguían quedando para verse, para charlar, para reírse, para lo que surgiera.
Todas esas personas pertenecían a diferentes empresas que habían trabajado en su primer gran proyecto, empresas que, con el paso del tiempo, se habían convertido en fijas en cualquier proyecto que a Alberto le encomendaran. La gente había ido haciendo su vida, se habían casado, habían tenido hijos, había algún divorciado, pero ahí seguían, amigos de siempre.
¿Cómo se conocieron? ¿Cómo llegaron a ser lo que son?
El tiempo había pasado, ahora peinaba unas canas sobre las sienes, que nunca quiso ocultar. Ya no salía tanto como antes, prefería la tranquilidad de su casa, su música, su cerveza.
En breve volverían a verse… el móvil emitió un pitido, mensaje de WhatsApp.
*Hola guapo. Que ganas de verte y darte un abrazo*
Era Charo, una de sus amigas del grupo, gallega, casada, y muy apetecible con el paso de los años, a ojos de Alberto.
*Ya no queda nada, en breve estaré por allí, y te comeré a besos y lo que tú te dejes*
*Ja, ja, ja, Siempre estás igual*
*No como tú, que cada día estás mejor*
*Ja, ja, ja, te veo en nada, besos*
CAPITULO 1
El principio de las cosas.
Madrid 2003
Alberto subió a la planta doce, la planta de dirección.
Salió del ascensor, miró alrededor, y se encaminó hacia la mesa negra con anagrama de la empresa, que hacía las veces de mostrador de recepción de la planta noble.
- Hola Lourdes. Me han llamado…
- Alberto guapo.
Lourdes era la señorita de la recepción en dirección, el filtro, el infranqueable filtro de los jefes. Menudita, delgada, con un precioso cabello negro, largo y rizado. Unos ojos negros brillantes, pequeños y pizpiretas y una sonrisa perfecta de dientes muy bien colocados y muy blancos.
Tenía un cuerpo menudo, muy bien conformado, con unas tetas pequeñas y duras coronadas por un pezón oscuro, pequeño y siempre duro.
Alberto la conocía muy bien, no en vano había tonteado, y algo más, con ella en más de una ocasión. Salían juntos, como si fueran pareja, unos meses, y lo dejaban, por incompatibilidad de caracteres. Pero al tiempo, volvían a coincidir, volvían a sucumbir y volvían a ser “pareja”
Estaban en una de esas rupturas en aquel momento. Pero nada más verse, su chispa esa que siempre tenían, volvió a chisporrotear.
Lourdes salió de detrás de su mesa, y abrazó a Alberto, éste correspondió su abrazo, y tras mirar a un lado y otro de aquel hall, y notando los pechos duros de Lourdes, la besó y mientras lo hacía deslizó su mano hasta alcanzar el culo pequeño, duro y respingón de la chica. Ella apartó la mano con un gesto rápido.
- Hacía mucho que no te veía Alberto.
- Ya, he estado liado.
- Lo sé, has estado en Sevilla ¿No?
- Llegué la semana pasada.
- Pues anda que has llamado.
- Lo siento, llegué el jueves, el viernes dormí, el sábado también y el domingo…
- Ya, ya, anda Don Julio te espera en su despacho.
- ¿Sabes para qué?
- Siendo tú, para felicitarte jajaja.
- Anda tonta, en serio…
- No lo sé. Le digo que estás aquí.
Y volviendo a su mesa, tecleó en el teléfono y mandó a Alberto hacia el despacho de Don Julio.
Don Julio, el gran jefe, uno de los socios del estudio. Alberto solo había hablado con él en algunas ocasiones contadas, y siempre en obras o celebraciones, pero nunca en su despacho.
- ¿Don Julio? Buenos días.
- Buenos días Alberto, pasa, pasa y siéntate. Le dijo mientras le señalaba un sillón de cortesía frente a su gran mesa.
- Gracias.
- ¿Te preguntarás qué haces aquí?
- Bueno…
- Al grano, nos han aceptado el proyecto del palacio de la música y las artes en Zaragoza. Es un proyecto complejo, con diversas fases y como si dijéramos diferentes proyectos dentro del mismo. Está el gran edificio del palacio de música, además de la sala de exposiciones, de los almacenes, restaurantes, jardines…
Don Julio hablaba y hablaba y Alberto le oía, pero no le escuchaba, estaba mirando por detrás de él, a una gran maqueta sobre una gigantesca mesa…
- Como te digo Alberto, hemos pensado que eres la persona ideal para ejecutar este ambicioso proyecto que a la larga va a dar mucho prestigio a este estudio…
Alberto oía palabras, hemos pensado, ideal, prestigio…
- En breve haremos una reunión con Salgado y con Sanchís, e iremos tomando decisiones sobre los diferentes responsables, pero para empezar, esta noche haremos la presentación oficial a la empresa del proyecto y tu nombramiento…
Salgado y Sanchís, presentación, nombramiento…
- Alberto, de verdad, para mí es un orgullo nombrarte responsable de este proyecto…
- Don Julio, Perdone…
- ¿Si? ¿Alguna duda? Alberto.
- Todas. No he visto el proyecto, no sé de qué se trata, no conozco la envergadura del mismo, ni los plazos… ¿cómo saben que estoy capacitado? Ni yo mismo sé si estoy preparado.
- Lo estás Alberto, Lo estás.
- Pero…
- Alberto, hemos seguido tu trayectoria en esta empresa, llevas aquí casi seis años, conocemos todo lo que has hecho para nosotros, desde los diseños, hasta las ejecuciones. Eres un gran arquitecto con un don especial para dirigir a los equipos de trabajo, jamás hemos recibido una queja sobre ti, ni de clientes, ni de contratas, ni de empleados…
- ¿Es ese? Dijo Alberto señalando la maqueta.
- Ven que te lo enseñe.
Don Julio se puso en pie y esperó a Alberto con el brazo en alto, que colocó sobre sus hombros en cuanto éste estuvo a su alcance.
Fue enseñándole los distintos edificios, las diferentes secciones… El complejo era grande, constaba de un edificio principal de planta ovalada y casi 4 pisos de altura, rodeado de varios edificios más pequeños en los lados y la trasera del principal. Además, unos jardines y un lago artificial.
- Hemos habilitado la séptima planta entera para este proyecto. Tienes un despacho allí, a donde hemos enviado ya todo el proyecto para que lo vayas conociendo.
- Pero…
- Alberto confiamos en ti. Esta noche a las ocho en la sala de cocktail será la presentación. Te quiero aquí en mi despacho a las siete y media, desde aquí bajaremos juntos. Ahora ve a instalarte, dile a Lourdes que avise a Mercedes Prieto, desde hoy es tu mano derecha… va Alberto va. Hasta esta tarde.
Alberto salió de aquel despacho más preocupado que alegre.
- Lourdes, me ha dicho Don Julio que…
- Te está esperando en tu nuevo despacho. Enhorabuena Alberto. Me alegro un montón…
- Me habías dicho que no sabías nada.
- Lo llaman discreción, Alberto, discreción. Jajajaja.
- Que… Entonces sabrás que esta noche…
- A las ocho te veo, es tu gran día, no me lo pierdo por nada. Merche te espera en tu despacho. Por cierto, cuidado que te conozco, y Merche está muy buena…
- Lourdes tú yo no somos nada, vamos que…
- Ya, ya, pero por si acaso. Y bajando el tono y en plan confidencial añadió.
- Merche es la sobrina de Sanchís, ten cuidado y no te pases, ¿o creías que eran celos?
- Gracias guapa, esta noche te veo.
- Espera. Ten, esto es para ti.
Y le entregó una caja de cartón verde. Sobre la tapa con perfecta caligrafía a mano habían escrito:
“Alberto Lorenzo
ZARPAMA
Palacio de la Música y las Artes de Zaragoza”
ZARPAMA
Palacio de la Música y las Artes de Zaragoza”
Con su caja bajo su brazo izquierdo y apoyada en la cadera, Alberto se dirigió al ascensor.
Apretó el botón 2, su planta de siempre, y mientras el ascensor descendía, y la música sonaba emitiendo una melodía barroca súper cursi, miró en la pantalla del ascensor que el reloj marcaba ya las diez y media.
Entró en su departamento, y de repente todos se pusieron en pie y comenzaron a aplaudirle.
Alberto se quedó parado un instante mientras miraba hacia todas las direcciones.
¿Cómo se habían enterado?
- Alberto, me alegro muchísimo por ti.
Era Alicia, su secretaria desde hacía tres años, cuando le colocaron en aquel departamento, que colgándose de su cuello le abrazaba.
- Gracias, gracias, pero ¿Joder las noticias vuelan?
- Ha sido Lourdes, nos acaba de llamar.
- Gracias a todos de verdad. Alicia ven conmigo por favor.
Alberto se encaminó al que hasta hoy había sido su despacho, entró, dejó a Alicia entrar y cerró tras de sí.
- Alicia, necesito que me hagas el favor más grande del mundo ahora mismo.
- Lo que necesites, dime.
- Necesito que a las dos, tengas preparado un catering para todos estos, señalando hacia fuera del despacho. Como tú sabes hacerlo… ahora tengo que subir al despacho nuevo… ah otra cosa, necesito…
Y le pidió algo más personal que ella escuchó con atención, mientras afirmaba con la cabeza.
- Alberto, te vamos a echar de menos…
- Aún no sé cómo han organizado esto, ni sé si poder contar con gente de mi entorno… Alicia, voy a hacer todo lo posible porque subas conmigo…
- Si es lo que quieres, ya sabes que voy a donde tú digas. Déjalo en mis manos, a las dos en la sala de reuniones.
Alberto le dio un beso en la mejilla a Alicia, ella se ruborizó.
- Albertooo.
- Aliciaaaa.
Alicia tenía casi cincuenta años, estaba casada con 2 hijos, era muy recatada y nunca vestía provocativamente, al contrario. Era rubia, con unos ojos azules muy claros y muchas pecas sobre las mejillas. Alberto nunca se había fijado en ella como mujer, era casi como una madre que le cuidaba.
- A las dos vengo, Alicia, no me falles…
- Gracias Alberto.
Le guiñó un ojo y salió del despacho, con su caja.
Unos instantes después estaba saliendo del ascensor en la planta siete.
Un gran espacio se abrió ante él. Prácticamente toda la planta estaba diáfana, tan solo a la derecha, en la lejanía, había una puerta, Se dirigió hacia ella.
- Buenos días Señor Lozano.
- Alberto por favor, dijo sin ver aun a la mujer que le hablaba.
- Buenos días Alberto, soy Mercedes…
Cuando la vio, se quedó petrificado, ante él había una mujer perfecta, con unos tacones finísimos y muy altos, que hacían que casi igualará su uno ochenta de altura, metida en una falda gris, ajustada por encima de la rodilla, y con un suéter de lana blanco con el cuello en pico que dejaba ver un más que apetecible canalillo. Unas tetas grandes, redondas, perfectas. Un cuello infinito que sostenía la cara más bonita que había visto hasta ese día. Unos preciosos ojos marrones claro, el pelo castaño claro liso cortado en media melena, recogida en una coleta. Una nariz delgada y sutilmente proporcionada al tamaño de la cara, y una boca sensual con los labios ligeramente carnosos, pintados en un carmín rojo.
- Bu bu buenos días.
- Don Alberto, ya le habrán dicho…
- Alberto, por favor, solo Alberto.
- Alberto ya le habrán dicho…
- Alberto ya te habrán dicho.
- Perdón, Alberto ya te habrán dicho que voy a ser su secretaria.
- Mercedes, por favor. Trátame de Tu y no vas a ser mi secretaria, vas a ser mi ayudante.
- ¿Ayudante? Pero yo…
- Vamos a ver qué nos han traído, y nos organizamos.
- Vale. Pero…
- Pero. Vamos a organizarnos y a ver qué necesitamos. Puedes ir haciendo una lista…
- Ya la he hecho.
- Mercedes, Tú y yo vamos a hacer buen equipo.
- Merche por favor, Alberto, llámame Merche.
- De acuerdo Merche. ¿Quieres un café? Vamos a la cafetería, apunta en la lista, queremos una cafetera en la planta 7.
- Ja, ja, Apuntado. Vamos.
Desde ese momento Alberto y Merche formaron un tándem perfecto en el trabajo, él no necesitaba decir algunas cosas, ella ya las tenía en cuenta. Merche era arquitecto técnico, no había ejercido en ningún proyecto propio, y en los que había participado, nunca fue como profesional de la arquitectura. Se desenvolvía muy bien con los proveedores y con los clientes en tareas meramente organizativas. Además, estaba muy buena, Alberto se fijaba en ella, en sus movimientos, pero hasta unos días después no se atrevió a preguntar sobre su vida, de momento, con tomarse aquel café le servía.
En un momento dado, Alberto recibió una llamada en su móvil, la atendió, separándose de Merche, mientras respondía con monosílabos y afirmaciones de cabeza.
- Vale ahora miro el correo, gracias.
A continuación entró al despacho que le habían asignado, encendió el portátil, buscó algún sitio donde conectarse a la red de la empresa y buscó en su correo.
Lo que leyó, le dejo satisfecho y sonriente.
Era casi la una, y Alberto y Merche, tenían desplegados un montón de papeles en la mesa gigante reuniones que les habían colocado en uno de los despachos. Merche iba apuntando cosas en una lista que ya ocupaba 4 hojas de su cuaderno. Algunas de las cuales, ya se había encargado de pedir y las tenía tachadas.
Alberto la veía manejarse con el teléfono, en la forma de hablar con la gente, de expresarse, y le daba la impresión de que iba ser muy útil para él.
- Merche. Deberíamos hacer una lista del personal que vamos a necesitar aquí con nosotros.
- Me han dado una lista de personal que se incorpora mañana… mira.
Merche le extendió una subcarpeta azul, dentro un listado de personas y los departamentos a los que pertenecían.
- También me han dicho que esta tarde vendrán a instalar mobiliario…
- ¿Quién ha hecho esta lista?
- No lo sé, me la dieron ayer cuando me…
- Voy a subir.
Y Alberto salió del despacho dejando a Merche con la palabra en la boca.
Se dirigió a la planta 12, visiblemente enfadado.
- Avisa a Don Julio Por favor.
- ¿Estás bien Alberto?
- Avísale por favor.
- Sí, claro ¿Pero estás bien? ¿Ha pasado algo? ¿Merche?
- Lourdes, por favor… Avisa a Don Julio que quiero verle.
Lourdes tecleó en el teléfono.
- Don Julio, Está aquí Alberto Lorenzo, quiere verle… Sí. Si. Ajam Sí.
Dirigiéndose a Alberto Lourdes dijo:
- Espera que sale. No sé qué le has hecho, pero él nunca sale a recibir.
- Alberto, ¿Qué ocurre?
- ¿Podemos hablar?
- Claro, cuéntame, mientras bajamos a ver los avances.
- No. Hablemos…
- Bajamos y me cuentas.
Don Julio enfiló hacia el ascensor con Alberto a su lado.
- Lourdes, si me llama alguien estoy en la 7.
- Si Don Julio.
- Dime Alberto ¿Qué ocurre?
- Si yo dirijo el proyecto, yo elijo a mi gente.
- Ya, pero tenemos compromisos.
- O elijo a mi gente, o no quiero el proyecto…
Esto último lo dijo mirando fijamente a Don Julio, justo cuando la puerta se abría en la planta 7.
- ¿Estás seguro Alberto?
- Seguro.
- Mercedes… Buenos días. ¿Qué tal con Alberto?
- Buenos días Don Julio, - mirando a Alberto que permanecía detrás de Don Julio -. Muy Bien.
- Pues me alegro, recoge tus cosas, Alberto no quiere a nadie que no haya escogido el.
- Pero…
Alberto, sorprendido, miró a Merche, a Don julio:
- No. Merche, Mercedes se queda.
- Alberto decídete ¿elijes tú o elige la empresa?
- A ella la elijo…
Don Julio permaneció un rato callado, como examinando la circunstancia, y finalmente dijo:
- Alberto. Tienes carácter, eso me encanta. Prepárame una lista con la gente que necesitas.
- También necesitamos reordenar esta planta vacía…
- Esta tarde vienen los muebles…
- Me gustaría, nos gustaría re ordenarlo nosotros…
- Alberto tú decides. Merche guapa, habla con quien corresponda y anula el mobiliario de esta tarde. Cuando decidáis lo que queréis, lo encargáis y que lo monten. Desde ahora mismo, respondéis, los dos, ante mí. Todas las decisiones son vuestras, una vez a la semana quiero informes. No me defraudéis.
Y dándose media vuelta, pulsó el botón del ascensor y añadió:
- Merche, te dije que con Alberto no te valdría eso de ser secretaria. Ahora sois Equipo, vosotros sabréis cómo os organizáis.
Y entrando en el ascensor, desapareció.
Merche y Alberto se miraron, sonrieron, rieron y se fundieron en un abrazo de alegría.
Alberto sintió las tetas de Merche, y se separó de ella. Se miraron a los ojos y notaron cierta conexión.
- Tenemos que preparar el listado de personal que necesites Alberto.
- Que necesitamos Merche, Somos equipo.
- De acuerdo.
- Ostias ¿qué hora es?
- Casi las dos.
- Me voy tengo celebración con… ¿Te vienes?
- ¿Debería? Es tu equipo…
- Ahora será también el tuyo.
Y sonriendo bajaron a la planta 2.