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Capítulo 28
Rencor
Madrid 2019
Antes de ir a casa de Alicia, los tres hombres decidieron pasar a comprar algo para Alicia.
En el centro comercial que les pillaba de camino, compraron un par de botellas de vino, algunas cervezas, unos pasteles y un ramo de flores.
De camino a casa de Alicia, una población de la zona sur, iban debatiendo sobre la actitud que deberían mostrar con Manolo. Javier era el más beligerante.
- Un tipo que no se ha preocupado por ella ni en estas circunstancias, no merece mi respeto.
- Ya, pero que no se te olvide, que te guste o no, es su marido añadió Luis.
- Y que ella permanezca con él, lo decidió ella dijo Alberto.
Al llegar, bajaron del coche y se aproximaron a la verja, justo cuando un coche llegaba, y aparcaba al lado del suyo.
- Es Lourdes, dijo Javier.
- Sí, con ese añadió Alberto.
- El mismo caso continuó Javier.
- No, no jodas, este es distinto se defendía Alberto.
- Es igual, corroboró Luis.
Lourdes y Gerard se bajaron del coche, mientras Luis apretaba el timbre de la verja.
- Hola, buenos días decía Lourdes.
- Buenos días respondieron ellos.
Alberto se acercó a Gerard y le extendió la mano.
- ¿Cómo estás? ¿Todo bien?
- De momento sí, respondió Gerard - ¿y tú?
- Pues bien. Gracias.
Manolo salió a abrir la verja y los saludó con cierto desdén.
- Hola.
- Buenos días Manolo, dijo Lourdes.
- Pasad, pasad, Alicia está en la barbacoa, esperándoos.
- Pues vamos para dentro. Dijo Alberto.
Cruzaron la casa y salieron desde el salón al jardín trasero, una parcela amplia con una piscina, unas tumbonas, la mesa para comer a medio poner y la barbacoa.
Alicia, nada más verlos, se acercó a ellos, limpiándose las manos con un trapo que dejó en el borde de la mesa.
- Lourdes guapa, gracias por venir.
- Guapa tú. Y gracias a ti. Le decía Lourdes mientras se abrazaban y besaban en la mejilla.
Gerard le dio dos besos a Alicia.
- Buenos días.
Así se fueron sucediendo los saludos, hasta llegar a Javier.
Alicia le abrazó, con toda la fuerza que tenía, y al oído le decía.
- Me alegro tanto de tenerte aquí.
- Y yo de estar aquí.
El abrazo fue más largo que los del resto, pero nadie hizo comentario alguno, ni siquiera Manolo, que parecía que ni se había dado cuenta. Una vez más, no se enteraba porque no prestaba atención.
Alicia invitó a la gente a sentarse, agradeció los presentes que los chicos traían.
- Manolo, toma mete el vino y la cerveza a enfriar.
- Ya hay vino y cerveza fría.
- Bueno pues déjalo en la despensa.
A regañadientes, Manolo dejó la cerveza que estaba tomando y llevó las cosas a la despensa, junto a la cocina.
Alicia estaba realmente feliz, se le veía en la cara, pero también se le notaban las muescas de cansancio.
Cuando Manolo volvió, se sentó sin hacer ningún comentario y siguió bebiéndose su cerveza, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.
Alicia le volvió a decir.
- Manolo, los pasteles no te los has llevado.
- ¿No me has dicho nada de pasteles?
Alicia sonriendo añadió.
- A veces no ves las cosas, pareces un crio, te tengo que estar guiando.
- Pues llévalos tú, ya me he sentado.
Alberto observaba la situación y no decía nada, pero su expresión era de comenzar a enfadarse.
- Yo los llevo Alicia, ¿lo meto en la nevera?
- Sí por favor, pero vas a tener que hacer hueco.
- No te preocupes.
Dirigiéndose al resto, Alicia preguntó:
- ¿Queréis tomar algo? ¿Cerveza? ¿Vinito?
- Pues unas cervecitas, sí nos tomábamos dijo Luis.
- Manolo…
- Joder. Dale un grito a ese, que está en la cocina. Gruñó Manolo.
- No te preocupes Ali, voy yo dijo Javier.
Manolo al oír que la llamaba Ali, levantó la mirada, una fracción de segundo, pero siguió a lo suyo.
Javier entró en la cocina, se encontró con Alberto re ordenando las cosas de la nevera.
- Al final le calzo una ostia a ese imbécil decía Javier.
- Eso será después de la mía jajaja.
Los dos reían, mientras prepararon las cervezas y los vasos.
Cuando Alicia dijo que iba a empezar a hacer la paella, todos se ofrecieron a ayudar. Manolo se abría otra cerveza, ni siquiera miraba.
- Manolo, ¿me enciendes…?
- ¿Ahora?, ¿tiene que ser ahora?
Alicia sin perder ni un ápice de su sonrisa.
- Claro, es que la paella es para comer, no para cenar.
- Ahora voy respondió Manolo sin moverse.
Javier, con cara de enfado contenido.
- Yo la enciendo Ali, no pasa nada.
- Eso, ya que os habéis auto invitado, haced algo dijo Manolo sin tan siquiera dirigirles una mirada.
Javier estaba muy encendido, Alberto se fijó en él, y le paró. Haciendo un gesto de no pasa nada, tranquilo.
Entre todos fueron preparando las cosas para hacer la paella. A Alicia se le notaba realmente fatigada.
- Siéntate, Alicia, nosotros lo hacemos. Dijo Lourdes.
La mujer se sentó junto a la mesa, en un extremo, justo al lado de donde Alberto y Javier, preparaban los aderezos del arroz.
Javier la miraba con una mezcla entre ternura y pena. En su cabeza se entre mezclaban los sentimientos, el amor que nunca dejó de sentir por ella, la frustración de no poder hacer nada para que aquel energúmeno de marido que tenia se comportara bien con ella. La pena de verla tan abatida por la enfermedad. La felicidad de verla y tocarla. La desolación de saber, que quizás fuera la última vez que la vería.
Alicia estaba feliz, allí estaban sus amigos, las personas que desde siempre le habían hecho sentirse útil, que la habían amado, la habían enseñado a vivir sin miedo. Allí estaba Javier, el hombre que la había amado con tanta fuerza que aún le perduraba, el hombre al que abandonó, por no atreverse a dar aquel paso. Aquel paso que debió dar, pero vio el abismo, y no vio que Javier la agarraba para cruzarlo.
Desde que abandonara al grupo, hace ya muchos años, su vida había girado a tanta velocidad para volver a estancarse en el mismo sitio...
Pero ya no tenía fuerzas, ya no quedaba apenas un aliento. Hoy iba a ser feliz, por ella, por sus amigos.
- Alicia, trae unas cervezas que nos quedamos secos. Oyó decir a Manolo.
Lo siguiente fue un gruñido un golpe seco y varios insultos.
- Eres un hijo de puta, no has cuidado de esta mujer en tu puta vida.
- ¿Qué sabrás tú?
- Sé que no mereces a esta mujer, eres…
Alberto se puso en medio.
- Vale Javier, ya, para.
- Eso Javier para, que estás en mi casa.
- ¿Tu casa? ¿Cacho de mierda? ¿No querrás decir la casa de Alicia? ¿la que se pudo pagar con lo que gano Alicia? ¿La que se pagó con el trabajo que tú no le querías dejar hacer?
- Mi casa, dijo Manolo retándole con la mirada.
Alicia se levantó.
- Dejadlo ya, por favor.
- Ha sido ese. Vienen a mi casa y se creen con derecho a todo Decía Manolo.
- Manolo, hazme un favor, Alicia hablaba con mucha tranquilidad – O aceptas a mis amigos en mi casa, o vete a dar una vuelta, y ya vendrás esta noche.
- Que dices? Que me vaya de mi casa porque han venido estos…
- Digo que hagas lo que te salga de los cojones, pero sin faltar al respeto de mis amigos. Alicia decía esto con los ojos encendidos, pero sin perder la calma, con tranquilidad.
- Estas desvariando. No ha sido buena idea.
- Manolo, elige, ¿te quedas o te marchas?
Manolo, miró a Javier, a Alberto, a Luis. Y se dio cuenta que tenía las de perder.
- Vale, me voy a dar una vuelta.
Y entrando en la casa desapareció. Unos minutos después escucharon el ruido del coche y el portón del garaje.
- Perdonad todo esto, hubiera preferido que no presenciarais estas disputas
- ¿Es así siempre,? preguntó Javier.
- Otros días es peor.
- Pero. ¿No te cuida? ¿No te ayuda? No...
- Hace, yo que sé, estoy cansada para hablar de esto. Vamos a reírnos, vamos a disfrutar de la vida, o de lo que me queda decía riendo.
Alberto miró a Javier, éste tenía los ojos húmedos, y los puños cerrados.
Prepararon la paella, ensaladas, platos con embutido para picar. Corrió la cerveza y el vino.
Comieron, recordaron anécdotas, les contaban a Lourdes y Gerard cosas de la obra.
Pasaron un día especial, a todos se les había pasado el mal rato con Manolo.
A media tarde, cada uno estaba esparcido por un lado del jardín, rodeando la piscina.
Javier estaba sentado con Alicia:
- Me tenías que haber llamado.
- ¿Para qué?
- Para estar contigo, para cuidarte.
- ¿De verdad crees que te iba a estar molestando con mis cosas?
- Alicia, te quiero como te quise entonces, no he dejado de quererte.
- Javier, fue muy bonito, pero pasó. Yo tengo mi familia…
- ¿Qué familia? Has pasado las sesiones con Lourdes, con Alberto, ¿crees que no me han contado?
Alicia empezaba a mojar los ojos, aquellos ojos azules que en su día enamoraron a Javier.
- Me guste o no, es mi familia, la que me ha tocado, no la puedo cambiar.
- Sí, Sí puedes, sabes que solo tienes que decírmelo y te llevo conmigo a donde tú quieras.
- Ya es tarde.
- Nunca es tarde, solo tienes que querer.
En ese momento Manolo salía al jardín, visiblemente bebido. Alberto al verle, intentó convencerle para que entrara en la casa. El hombre se zafó de Alberto y fijo su mirada en Alicia y Javier. Los dos estaban sentados en el lateral de una hamaca y Javier sostenía las manos de Alicia.
- ¿Ese es el hijo puta al que te follabas? ¿Ese es? Por eso no querías volver verdad?
- Manolo, déjalo, ya vale insistía Alberto.
Luis y Gerard se acercaron a calmar a Manolo.
- ¿Por este cabrón no querías volver a casa? Me dejaste aquí tirado como a un perro.
- Vale Manolo, calma seguía diciendo Alberto
- ¿Crees que no sé qué te follabas a este? ¿Y cual más? ¿A cuantos te follaste allí?
Alberto intentaba hacerle entrar en la casa.
- Puta, más que puta, que bien os lo pasasteis allí, follando, unos con otros, mientras yo aquí, sin mi mujer. Y tú allí, con estos y con la otra, la gallega de los cojones.
- Manolo ya.
- ¿Crees que no me daba cuenta?
- Venga calma decía Alberto intentando meterle para la casa.
- ¿Y tú? ¿Tú qué? Decía ahora mirando a Alberto.
- Ya, tranquilo.
- La puta esa con la que estabas, esa es la que envició a esta y a la otra.
Alberto cerró el puño, Luis se fijó, Gerard también.
- La zorra aquella, ¿cómo se llamaba?
Alicia se fijó en la cara de Alberto, Javier se levantó y echó a correr hacia allí.
- Merche, esa era la puta que…
No pudo decir nada más, Alberto le lanzó un puñetazo que impactó directamente en el pómulo derecho de la cara de Manolo. Se tambaleó y cayó al suelo, Alberto se lanzó sobre él, cuando le iba a golpear de nuevo, Gerard y Luis le pararon el brazo y Javier se lanzó y le apartó de encima de Manolo.
Alberto, fuera de sí, con la cara enrojecida de ira…
- Ni la nombres, no se te ocurra poner su nombre en tu asquerosa boca.
Javier tumbado sobre Alberto, le agarraba.
- Ya está Alberto. Ya está.
Alicia sin moverse de la tumbona, lloraba. Lourdes a su lado la abrazaba.
- Ya no aguanto más le decía a Lourdes.
- Tranquila Alicia.
- No le aguanto más. Me voy, no sé adónde, pero me voy.
Lourdes la abrazó con más fuerza.
Rencor
Madrid 2019
Antes de ir a casa de Alicia, los tres hombres decidieron pasar a comprar algo para Alicia.
En el centro comercial que les pillaba de camino, compraron un par de botellas de vino, algunas cervezas, unos pasteles y un ramo de flores.
De camino a casa de Alicia, una población de la zona sur, iban debatiendo sobre la actitud que deberían mostrar con Manolo. Javier era el más beligerante.
- Un tipo que no se ha preocupado por ella ni en estas circunstancias, no merece mi respeto.
- Ya, pero que no se te olvide, que te guste o no, es su marido añadió Luis.
- Y que ella permanezca con él, lo decidió ella dijo Alberto.
Al llegar, bajaron del coche y se aproximaron a la verja, justo cuando un coche llegaba, y aparcaba al lado del suyo.
- Es Lourdes, dijo Javier.
- Sí, con ese añadió Alberto.
- El mismo caso continuó Javier.
- No, no jodas, este es distinto se defendía Alberto.
- Es igual, corroboró Luis.
Lourdes y Gerard se bajaron del coche, mientras Luis apretaba el timbre de la verja.
- Hola, buenos días decía Lourdes.
- Buenos días respondieron ellos.
Alberto se acercó a Gerard y le extendió la mano.
- ¿Cómo estás? ¿Todo bien?
- De momento sí, respondió Gerard - ¿y tú?
- Pues bien. Gracias.
Manolo salió a abrir la verja y los saludó con cierto desdén.
- Hola.
- Buenos días Manolo, dijo Lourdes.
- Pasad, pasad, Alicia está en la barbacoa, esperándoos.
- Pues vamos para dentro. Dijo Alberto.
Cruzaron la casa y salieron desde el salón al jardín trasero, una parcela amplia con una piscina, unas tumbonas, la mesa para comer a medio poner y la barbacoa.
Alicia, nada más verlos, se acercó a ellos, limpiándose las manos con un trapo que dejó en el borde de la mesa.
- Lourdes guapa, gracias por venir.
- Guapa tú. Y gracias a ti. Le decía Lourdes mientras se abrazaban y besaban en la mejilla.
Gerard le dio dos besos a Alicia.
- Buenos días.
Así se fueron sucediendo los saludos, hasta llegar a Javier.
Alicia le abrazó, con toda la fuerza que tenía, y al oído le decía.
- Me alegro tanto de tenerte aquí.
- Y yo de estar aquí.
El abrazo fue más largo que los del resto, pero nadie hizo comentario alguno, ni siquiera Manolo, que parecía que ni se había dado cuenta. Una vez más, no se enteraba porque no prestaba atención.
Alicia invitó a la gente a sentarse, agradeció los presentes que los chicos traían.
- Manolo, toma mete el vino y la cerveza a enfriar.
- Ya hay vino y cerveza fría.
- Bueno pues déjalo en la despensa.
A regañadientes, Manolo dejó la cerveza que estaba tomando y llevó las cosas a la despensa, junto a la cocina.
Alicia estaba realmente feliz, se le veía en la cara, pero también se le notaban las muescas de cansancio.
Cuando Manolo volvió, se sentó sin hacer ningún comentario y siguió bebiéndose su cerveza, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.
Alicia le volvió a decir.
- Manolo, los pasteles no te los has llevado.
- ¿No me has dicho nada de pasteles?
Alicia sonriendo añadió.
- A veces no ves las cosas, pareces un crio, te tengo que estar guiando.
- Pues llévalos tú, ya me he sentado.
Alberto observaba la situación y no decía nada, pero su expresión era de comenzar a enfadarse.
- Yo los llevo Alicia, ¿lo meto en la nevera?
- Sí por favor, pero vas a tener que hacer hueco.
- No te preocupes.
Dirigiéndose al resto, Alicia preguntó:
- ¿Queréis tomar algo? ¿Cerveza? ¿Vinito?
- Pues unas cervecitas, sí nos tomábamos dijo Luis.
- Manolo…
- Joder. Dale un grito a ese, que está en la cocina. Gruñó Manolo.
- No te preocupes Ali, voy yo dijo Javier.
Manolo al oír que la llamaba Ali, levantó la mirada, una fracción de segundo, pero siguió a lo suyo.
Javier entró en la cocina, se encontró con Alberto re ordenando las cosas de la nevera.
- Al final le calzo una ostia a ese imbécil decía Javier.
- Eso será después de la mía jajaja.
Los dos reían, mientras prepararon las cervezas y los vasos.
Cuando Alicia dijo que iba a empezar a hacer la paella, todos se ofrecieron a ayudar. Manolo se abría otra cerveza, ni siquiera miraba.
- Manolo, ¿me enciendes…?
- ¿Ahora?, ¿tiene que ser ahora?
Alicia sin perder ni un ápice de su sonrisa.
- Claro, es que la paella es para comer, no para cenar.
- Ahora voy respondió Manolo sin moverse.
Javier, con cara de enfado contenido.
- Yo la enciendo Ali, no pasa nada.
- Eso, ya que os habéis auto invitado, haced algo dijo Manolo sin tan siquiera dirigirles una mirada.
Javier estaba muy encendido, Alberto se fijó en él, y le paró. Haciendo un gesto de no pasa nada, tranquilo.
Entre todos fueron preparando las cosas para hacer la paella. A Alicia se le notaba realmente fatigada.
- Siéntate, Alicia, nosotros lo hacemos. Dijo Lourdes.
La mujer se sentó junto a la mesa, en un extremo, justo al lado de donde Alberto y Javier, preparaban los aderezos del arroz.
Javier la miraba con una mezcla entre ternura y pena. En su cabeza se entre mezclaban los sentimientos, el amor que nunca dejó de sentir por ella, la frustración de no poder hacer nada para que aquel energúmeno de marido que tenia se comportara bien con ella. La pena de verla tan abatida por la enfermedad. La felicidad de verla y tocarla. La desolación de saber, que quizás fuera la última vez que la vería.
Alicia estaba feliz, allí estaban sus amigos, las personas que desde siempre le habían hecho sentirse útil, que la habían amado, la habían enseñado a vivir sin miedo. Allí estaba Javier, el hombre que la había amado con tanta fuerza que aún le perduraba, el hombre al que abandonó, por no atreverse a dar aquel paso. Aquel paso que debió dar, pero vio el abismo, y no vio que Javier la agarraba para cruzarlo.
Desde que abandonara al grupo, hace ya muchos años, su vida había girado a tanta velocidad para volver a estancarse en el mismo sitio...
Pero ya no tenía fuerzas, ya no quedaba apenas un aliento. Hoy iba a ser feliz, por ella, por sus amigos.
- Alicia, trae unas cervezas que nos quedamos secos. Oyó decir a Manolo.
Lo siguiente fue un gruñido un golpe seco y varios insultos.
- Eres un hijo de puta, no has cuidado de esta mujer en tu puta vida.
- ¿Qué sabrás tú?
- Sé que no mereces a esta mujer, eres…
Alberto se puso en medio.
- Vale Javier, ya, para.
- Eso Javier para, que estás en mi casa.
- ¿Tu casa? ¿Cacho de mierda? ¿No querrás decir la casa de Alicia? ¿la que se pudo pagar con lo que gano Alicia? ¿La que se pagó con el trabajo que tú no le querías dejar hacer?
- Mi casa, dijo Manolo retándole con la mirada.
Alicia se levantó.
- Dejadlo ya, por favor.
- Ha sido ese. Vienen a mi casa y se creen con derecho a todo Decía Manolo.
- Manolo, hazme un favor, Alicia hablaba con mucha tranquilidad – O aceptas a mis amigos en mi casa, o vete a dar una vuelta, y ya vendrás esta noche.
- Que dices? Que me vaya de mi casa porque han venido estos…
- Digo que hagas lo que te salga de los cojones, pero sin faltar al respeto de mis amigos. Alicia decía esto con los ojos encendidos, pero sin perder la calma, con tranquilidad.
- Estas desvariando. No ha sido buena idea.
- Manolo, elige, ¿te quedas o te marchas?
Manolo, miró a Javier, a Alberto, a Luis. Y se dio cuenta que tenía las de perder.
- Vale, me voy a dar una vuelta.
Y entrando en la casa desapareció. Unos minutos después escucharon el ruido del coche y el portón del garaje.
- Perdonad todo esto, hubiera preferido que no presenciarais estas disputas
- ¿Es así siempre,? preguntó Javier.
- Otros días es peor.
- Pero. ¿No te cuida? ¿No te ayuda? No...
- Hace, yo que sé, estoy cansada para hablar de esto. Vamos a reírnos, vamos a disfrutar de la vida, o de lo que me queda decía riendo.
Alberto miró a Javier, éste tenía los ojos húmedos, y los puños cerrados.
Prepararon la paella, ensaladas, platos con embutido para picar. Corrió la cerveza y el vino.
Comieron, recordaron anécdotas, les contaban a Lourdes y Gerard cosas de la obra.
Pasaron un día especial, a todos se les había pasado el mal rato con Manolo.
A media tarde, cada uno estaba esparcido por un lado del jardín, rodeando la piscina.
Javier estaba sentado con Alicia:
- Me tenías que haber llamado.
- ¿Para qué?
- Para estar contigo, para cuidarte.
- ¿De verdad crees que te iba a estar molestando con mis cosas?
- Alicia, te quiero como te quise entonces, no he dejado de quererte.
- Javier, fue muy bonito, pero pasó. Yo tengo mi familia…
- ¿Qué familia? Has pasado las sesiones con Lourdes, con Alberto, ¿crees que no me han contado?
Alicia empezaba a mojar los ojos, aquellos ojos azules que en su día enamoraron a Javier.
- Me guste o no, es mi familia, la que me ha tocado, no la puedo cambiar.
- Sí, Sí puedes, sabes que solo tienes que decírmelo y te llevo conmigo a donde tú quieras.
- Ya es tarde.
- Nunca es tarde, solo tienes que querer.
En ese momento Manolo salía al jardín, visiblemente bebido. Alberto al verle, intentó convencerle para que entrara en la casa. El hombre se zafó de Alberto y fijo su mirada en Alicia y Javier. Los dos estaban sentados en el lateral de una hamaca y Javier sostenía las manos de Alicia.
- ¿Ese es el hijo puta al que te follabas? ¿Ese es? Por eso no querías volver verdad?
- Manolo, déjalo, ya vale insistía Alberto.
Luis y Gerard se acercaron a calmar a Manolo.
- ¿Por este cabrón no querías volver a casa? Me dejaste aquí tirado como a un perro.
- Vale Manolo, calma seguía diciendo Alberto
- ¿Crees que no sé qué te follabas a este? ¿Y cual más? ¿A cuantos te follaste allí?
Alberto intentaba hacerle entrar en la casa.
- Puta, más que puta, que bien os lo pasasteis allí, follando, unos con otros, mientras yo aquí, sin mi mujer. Y tú allí, con estos y con la otra, la gallega de los cojones.
- Manolo ya.
- ¿Crees que no me daba cuenta?
- Venga calma decía Alberto intentando meterle para la casa.
- ¿Y tú? ¿Tú qué? Decía ahora mirando a Alberto.
- Ya, tranquilo.
- La puta esa con la que estabas, esa es la que envició a esta y a la otra.
Alberto cerró el puño, Luis se fijó, Gerard también.
- La zorra aquella, ¿cómo se llamaba?
Alicia se fijó en la cara de Alberto, Javier se levantó y echó a correr hacia allí.
- Merche, esa era la puta que…
No pudo decir nada más, Alberto le lanzó un puñetazo que impactó directamente en el pómulo derecho de la cara de Manolo. Se tambaleó y cayó al suelo, Alberto se lanzó sobre él, cuando le iba a golpear de nuevo, Gerard y Luis le pararon el brazo y Javier se lanzó y le apartó de encima de Manolo.
Alberto, fuera de sí, con la cara enrojecida de ira…
- Ni la nombres, no se te ocurra poner su nombre en tu asquerosa boca.
Javier tumbado sobre Alberto, le agarraba.
- Ya está Alberto. Ya está.
Alicia sin moverse de la tumbona, lloraba. Lourdes a su lado la abrazaba.
- Ya no aguanto más le decía a Lourdes.
- Tranquila Alicia.
- No le aguanto más. Me voy, no sé adónde, pero me voy.
Lourdes la abrazó con más fuerza.