Capítulo 46
Un nuevo comienzo
Zaragoza 2004
Aquel domingo, Alberto volvió a la obra, no llamó a nadie, no contó con Alicia por si quería ir con él, no avisó a Javier… simplemente se montó en su coche y viajó a Zaragoza.
Estaba oscureciendo cuando aparcó en la casa, vio el coche de Luis y el de Javier y otro que no identificó.
Entró y subió a su habitación, al entrar un vacío le llenó el estómago, en toda la habitación había recuerdos de ella, incluso su olor impregnaba la habitación.
Dejó su bolsa, abrió el ventanal y salió de la habitación. Bajó a la sala de la barra, allí Javier y Luis hablaban entre ellos, fuera en el porche vio a una mujer sentada, se acordó de ella, era Ruth.
- Hola dijo Alberto
Los dos hombres se levantaron.
- Qué tal? Dijo Javier,
- Bien.
- ¿Estás bien de verdad? Preguntó Luis.
- Sí, todo bien. ¿Queréis una cerveza?
Luis y Javier se miraron, le notaban distante.
- Venga dijo Javier.
Alberto cogió tres cervezas y les acercó las suyas.
- ¿Cómo va todo? ¿Algún problema?
- No, todo bien. Dijo Javier.
- Perfecto. Respondió Alberto y salió al porche.
Ruth levantó la vista del portátil, le vio, dejó el ordenador a un lado y se acercó a él.
- Lo siento, lo siento mucho le dijo.
- Gracias.
- Si necesitas algo…
- Gracias, ¿Ruth? ¿Verdad?
- Sí.
- Pues no necesito nada, gracias Ruth.
Ella se volvió a su sitio, abrió el portátil y siguió a lo suyo. Alberto se sentó en el escalón, con la cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra.
Los dos amigos salieron al porche.
- Alberto, ¿de verdad, te encuentras bien? Podías haber esperado un poco…
- Estoy bien Javier, allí no hacía nada.
- Vale…
- Voy al restaurante a comprar tabaco.
- Vamos contigo añadió Luis.
- No hace falta, pero si queréis…
- Queremos dijo Javier.
- Pues vale. Dijo Alberto.
- Ruth vamos al restaurante. ¿Vienes?
- Si no os molesto…
- No molestas dijo Luis.
Los tres hombres acompañados de Ruth salieron de la casa en dirección al restaurante, Alberto iba callado, ensimismado en sus pensamientos, Javier y Luis se miraban sin saber qué hacer. Ruth por su parte los observaba, no tenía confianza como para meterse en sus cosas y dar su opinión, aunque ella pensara que lo mejor era darle espacio, dejarle respirar, que rumiara su soledad.
En el restaurante Laura atendía las mesas, al verles se acercó y le dio dos besos a Alberto, no le dijo nada, solo le besó.
- Gracias Laura.
- ¿Queréis unas cervezas? Preguntó Laura.
- Sí, guapa, nos ponemos allí fuera dijo Luis.
- Donde queráis.
Se sentaron y Javier empezó a hablar de la obra, es lo único que se le ocurrió para distraer a Alberto.
Alberto le escuchaba, pero no le hacía mucho caso.
- ¿Has empezado la selección? le dijo mirando a Ruth.
- Sí, una preselección. Tenemos tiempo.
- ¿Viene mucha gente?
- De momento no muchos, pero en un par de semanas…
- ¿Dónde la habéis colocado? Preguntó Alberto mirando a Javier.
- En una caseta…
- Cuando tenga mucha gente no va a tener sitio, sería mejor que usara la sala de exposiciones, está acabada, hasta que rematemos, podemos colocar unas mesas…
- Eso sería fabuloso dijo Javier.
- Por mí no os molestéis, me adapto.
- No es por ti, es por la obra, mejor cuanto más lejos de la maquinaria, cuanta menos gente atraviese la obra.
- Vaya, gracias dijo Ruth riendo.
- Perdona, no quería parecer borde.
- No, no te preocupes parecer, parecer no los has parecido, yo diría que los has sido y volvió a reír.
Alberto la miró y sonrió, por primera vez desde que había llegado, sonrió.
Por la mañana, Javier mandó a algunos obreros a limpiar la sala de exposiciones. Llevaron mesas, material de oficina… Ruth fue colocando las cosas en aquella estancia.
Alberto, con otros operarios, mandó abrir un hueco en la verja del lateral del recinto y con vallas de obra delimitaron un camino hasta la puerta de la sala de exposiciones.
A medio día todo estaba ubicado en la nueva disposición.
- Vamos a comer anunció Javier a Alberto.
- Ahora voy.
Javier y Luis se marcharon, evidentemente preocupados por Alberto, parecía distinto, menos sociable.
- ¿Se puede? dijo Ruth asomándose a la caseta de Alberto.
- Pasa.
- Gracias.
- ¿Por?
- Por el espacio que has habilitado, ahora es más fácil trabajar.
- No te preocupes, en el fondo he pensado más en la obra que en ti.
- Algo habrás pensado en mí ¿no? Dijo ella tratando de hacerle sonreír.
Alberto la miró y le respondió.
- Pero poco, ya sabes que soy un borde y sonrió.
- ¿Tú no comes? Preguntó Ruth.
- Estoy con unas cosas…
- ¿Que no pueden esperar a dentro de un rato?
Alberto levantó la cabeza de la mesa, la miró.
- Venga vamos.
Los dos salieron del recinto, por el camino Ruth le preguntaba sobre la obra, sobre cosas que no entendía, en ningún momento le nombró a Merche, ni a los chicos.
Alberto iba explicándole cosas, y se iba animando, ya en la puerta del restaurante.
- ¿Entonces, subís el material con la grúa, pero el obrero tiene que subir por una escalera?
- Es que el material no sabe usar la escalera decía él.
- Pero podíais subir a los tíos con la grúa, encima de los pallets decía Ruth riendo.
- Estaría bien, sí, si se caen pues decimos que eran material, que traigan más respondía Alberto.
- A ver en serio, ¿por qué el material sube con maquinaria, pero las personas no?
- Algunas veces sí suben con maquinaria, hay elevadoras, grúas, que suben a personas a la cubierta, pero es para casos concretos.
- Pues yo lo haría de otra manera… decía ella.
- Por eso tú no diriges la obra decía Alberto riendo.
Cuando entraron a la sala de comer, Javier y Luis le vieron reír y sonrieron entre ellos.
- Vaya, Alberto vuelve a reír dijo Javier.
- Esta mujer es una cachonda dijo Alberto.
- No, tengo curiosidades decía ella.
Pasaron la comida entre risas, con Ruth haciendo preguntas que a los oídos de los tres eran auténticas chorradas.
Ya en los postres ella dijo.
- Que sepáis, que no soy tan idiota, solo he preguntado para animar a Alberto.
- Desde luego, animarme no lo sé, pero reír me has hecho.
- Pues objetivo cumplido, ahora para celebrarlo quiero tomar cerveza en la terraza del hotel, que me dijisteis que lo hacíais, y yo aún no lo he visto.
Los tres se miraron y Luis dijo.
- Pues habrá que ir.
Alberto había cambiado el semblante, aunque a veces se quedaba callado con la mirada perdida.
- Por cierto ¿Dónde está Charo? Preguntó Alberto.
- Está en Vigo, dijo que volvería la semana que viene, ha dejado a un encargado y bueno…
- ¿Sólo estáis vosotros?
- Y yo dijo Ruth.
- Bueno y tú añadió Alberto.
- Sí, Alicia tampoco ha venido, ha decidido quedarse en Madrid decía Javier.
- Tenía que haberla llamado. Apuntó Alberto.
- Hablé con ella el viernes, y estaba muy decaída comentó Javier.
- Bueno hay que dejar pasar el tiempo dijo Luis.
Por la tarde, Alberto fue a la obra y estuvo trabajando en las cosas que tenía pendientes, cerca de las siete, Ruth entró en la caseta.
- Vengo a rescatarte.
- ¿A rescatarme?
- Me habéis prometido cervezas en el hotel.
- ¿Y estos dos?
- Se han ido para allá, querían ver a Eva.
- Joder, Eva, me he olvidado de ella, y de Julia. ¿Conoces a Julia?
- Me han hablado de ella, pero tampoco la he visto.
- Vamos, a ver qué tal está.
Se fueron para el hotel, Ruth había conseguido que el carácter agrio que traía Alberto cambiara.
En la terraza Javier y Luis sentados les esperaban, al verlos llegar, pidieron una ronda para los cuatro.
- ¿Habéis visto a Eva?
- No está respondió Javier.
- ¿Y tenemos su teléfono?
- Y tú. Dijo Javier.
- ¿Yo? Yo creo que no.
- Merche te lo apuntó en la agenda cabezón. Decía Javier.
- ¿Ah sí?
- Tienes los teléfonos de todos en la agenda del teléfono, macho eres la ostia decía Javier.
Alberto miró su teléfono, efectivamente, allí estaban los teléfonos de todos.
- ¿La llamo?
- Dejadla tiempo dijo Ruth.
- Deberíamos ¿verdad? Añadió Luis.
- Es mejor no forzar… decía la chica.
Pasaron la tarde entre cervezas, luego cenaron y se fueron a dormir.
Pasaron los días, con sus rutinas, sus trabajos… Ruth animaba a Alberto con sus comentarios, y por las tardes bebían juntos, unas veces con Javier y Luis y otras los dos solos.
Llegó el fin de semana, lo pasaron los cuatro en la casa, cada uno con sus tareas…
El domingo por la tarde, llegó Charo.
- Hola chicos.
- Charo guapa, Javier se levantó y le dio dos besos.
Luis hizo lo mismo y Alberto la abrazó y la besó en la mejilla.
- ¿Conoces a Ruth?
- No, hola soy Charo.
Las chicas se besaron y Charo preguntó por su trabajo, cómo le estaba yendo…
Al rato entró Alicia, y se repitieron los saludos y las presentaciones. Luego Alicia subió a dejar sus cosas y Javier subió con ella.
Al día siguiente, ya en la obra, apareció Julia, con muy mala cara, unas ojeras tremendas. Entró en la caseta de Alberto.
- Hola Alberto ¿Cómo estás?
Alberto se levantó rodeó la mesa y la abrazó.
- ¿Qué tal estás Julia?
- Mal, no duermo, no como, no hago nada.
- Joder, tienes que animarte.
- No puedo.
Alberto la abrazó más fuerte aun.
- Inténtalo por favor.
- He venido a saludar y a despedirme.
- ¿A despedirte?
- Sí, he hablado con mi empresa, la doctora me ha dado la baja, pero prefiero dejarlo un tiempo…
- Si crees que es lo mejor.
- Os voy a echar de menos, pero es lo mejor, no puedo… Julia se echó a llorar y Alberto trató de consolarla.
En ese momento entraba Charo y al verles preguntó.
- ¿Qué pasa?
- Julia va a dejarlo, un tiempo. Respondió Alberto.
- Ven aquí mi niña dijo Charo y la abrazó ahora ella.
- Vamos a dar una vuelta añadió Charo.
Las dos salieron de la caseta de Alberto, caminaron por la obra, Julia le explicó que estaba embarazada, que no quería perderlo, que había pensado abortar, pero que al final era mejor seguir, le quería recordar, pero la obra se le hacía muy cuesta arriba.
Charo la consoló, y la apoyó. Alicia las vio y se unió a ellas.
- Se va de la obra, prefiere alejarse.
- Me parece muy bien, lo mejor es poner distancia si algo te hace mal. Dijo Alicia.
- Os voy a echar mucho de menos, pero de verdad no puedo decía Julia.
Las tres mujeres se abrazaron. En la comida, Julia se despidió del resto, comió con ellos y tanto Charo como Alicia la acompañaron a la casa a recoger sus cosas.
En la puerta, con el maletero lleno, Julia se abrazó a ellas.
- Estamos en contacto les dijo Julia.
- No te olvides de nosotras dijo Charo.
Julia se metió en el coche y la vieron alejarse, no sabían que pasarían tantos años hasta volver a verse.
Las semanas fueron pasando, Lourdes llamaba casi a diario, unas veces a Alberto y otras a Alicia. Ruth y Alberto fueron estrechando su amistad, compartían cervezas todas las tardes, apartados del grupo, charlando de cosas que no tenían nada que ver con la obra.
Javier y Alicia mantenían su relación, pero Javier cada vez la notaba más distante.
Luis siguió con su trabajo, esforzándose en no perder las ganas de seguir adelante y Charo continuó siendo el alma de la casa, la alegría de las reuniones.
Todos echaban de menos a los amigos que habían quedado atrás, a Julia, incluso a Eva, a la que cada vez veían menos.
Cada dos semanas Alberto volvía a Madrid, la mayoría de las veces Ruth y Alicia hacían el viaje con él.
A mediados de Julio, a la vuelta de un fin de semana en Madrid, Alicia en el coche, anunció a Alberto que era su última semana en la obra, que se volvía a Madrid y José la sustituiría en la obra. Ya estaba recuperado, y era lo lógico.
- Pero ¿y Javier?
- Eso no tiene futuro decía Alcia.
- Le vas a dejar hecho polvo.
- Lo siento, tengo una familia, he sido muy egoísta…
Ruth les oía sin decir nada.
Cuando llegaron a la casa, después de dejar sus cosas, Alicia, con toda la tranquilidad que pudo, les reunió en el porche trasero.
- Esta semana es la última que voy a estar en la obra, El lunes viene José.
- ¿Cómo dices? Dijo Javier.
- Me vuelvo a Madrid.
- ¿Pero?
Los demás escuchaban, pero no decían nada.
Después de aquella exposición, por la noche. Charo y Alicia.
- ¿Estás segura? Dijo Charo.
- Le he dado muchas vueltas.
- ¿Pero qué pasa con Javier?
- Me lo he pasado muy bien con él, he rejuvenecido, pero ¿qué futuro tenemos?
- Javier te quiere, te quiere mucho.
- Y yo a él, pero tengo una familia en Madrid, tengo que volver…
- Alicia, lo que tú decidas, bien decidido está, sabes que te quiero mucho…
- Y yo a ti princesa.
Se abrazaron, y cada una fue a su cuarto.
- No lo entiendo cariño decía Javier.
- Porque no me quieres entender.
- Pero estamos tan bien, te quiero.
- Cariño tengo que volver con mi familia.
- Yo te quiero Alicia.
- Javier, me has dado vida, me has hecho creer que podía volver a ser feliz…
- Puedes seguir siéndolo.
- Lo nuestro no tiene un futuro lógico cariño, no lo tiene.
Javier dejó caer alguna lágrima que corría por sus mejillas.
- Por favor Alicia…
La semana pasó más triste de lo habitual, entre el calor, las prisas y la marcha de Alicia…
El viernes, Alicia les invitó a comer, se despidió de sus amigos.
- Alicia piénsatelo por favor decía Javier con los ojos arrasados.
- No puedo, mi vida está allí.
A media tarde, Alberto volvía a Madrid, esta vez acompañando a Alcia. No estaba en sus planes, pero no quería decir que no.
Javier se quedó destrozado, no había podido convencerla. Aquella noche Luis y Ruth se fueron de copas con Javier, recorrieron todos los bares que pudieron y a unas horas intempestivas fueron a dormir a casa de Javier.
Los tres estaban bebidos, muy borrachos, pero ninguno intentó nada con Ruth ni ella con ellos.
Fue la única vez que salieron a beber.
El lunes Alberto volvió a la obra, con José Alberto. Y así siguieron pasando semanas, meses, la obra se acercaba al fin.
Javier se fue distanciando, ya no iba a la casa tan a menudo, pasaba las tardes en su casa, solo.
Luis iba por las tardes al restaurante, se sentaba fuera, aunque hiciera frío, se tomaba unas cervezas y volvía a la casa. Poco a poco fue haciendo amistad con Laura, era la única persona con la que hablaba fuera de la obra.
Charo, al principio intentaba animar a la gente, proponía actividades, retos, pero nadie la seguía y fue apartándose del resto.
Ya solo coincidían para comer o cenar, en la obra cada uno iba a lo suyo, se reunían cuando era necesario…
José, sustituyó a Alicia, se encargó de toda la logística, pero a las tres o cuatro semanas, Alberto le dijo que no era necesario que siguiera en obra, podían hacer su trabajo desde la oficina en Madrid. José volvió y ya no se incorporó más a la obra.
Madrid 2004
A principios de diciembre, Alberto volvió a Madrid, llamó a Irene como siempre que volvía a Madrid, quedó con ella como todos los fines de semana que volvía.
- /Vamos a cenar a algún sitio, me apetece le decía Irene.
- /Vale, dime dónde y quedamos allí.
- /Al restaurante portimao, ¿te parece?
- /Hecho, ¿te recojo, o quedamos allí?
- /Me recoges, a las 8 vienes a por mí.
- /Muy bien.
A las ocho en punto paró en la puerta de Irene, recordó cuando las esperaba a las dos, y salían cada cual más guapa, vio salir a Irene, perfecta como siempre, no se le notaban sus 55 años para nada, llevaba una falda ajustada, le llegaba casi a los tobillos, tenía una raja que se abría al andar, lo que le permitía moverse, sobre la parte de arriba un abrigo de color crema.
Alberto le abrió la puerta, y la ayudó a quitarse el abrigo, llevaba una camisa blanca, ajustada a su pecho, le veía el canalillo, como antes y se le encendió el mecanismo inferior.
Alberto se situó en su lado y arrancó el coche, le veía la pierna a Irene, ella se dio cuenta y trató de tapar la pierna.
- Es sin querer Alberto.
- No me molesta.
- Pero podía ser tu madre, no está bien.
- Pero no eres mi madre, y estás muy bien, como siempre seré la envidia del restaurante.
Llegaron al lugar, el aparcacoches se llevó el vehículo y los dos entraron.
Una vez en su mesa se dispusieron a cenar. Estaban riendo, felices, compartiendo momentos de ambos. Alberto le contaba cosas de la obra y ella le hablaba de las cosas que hacía por Madrid.
- Buenas noches.
Una voz conocida les saludó.
Alberto giró la cabeza y vio a Mónica Salgado, otra vez.
- Buenas noches.
Irene también saludó.
- Buenas noches.
- ¿Qué tal estáis? Ya veo que bien dijo la niña.
Alberto la examinó, llevaba un vestido muy ajustado, muy corto, con las tetas apretadas contra la tela y marcando un culo espectacular. Todo rematado con unos tacones de infarto.
- Cenando dijo Alberto.
- Pues muy bien, yo he venido con unas amigas y señaló hacia una mesa en la que había tres chicas de sus mismas trazas.
- Pues que te aproveche dijo Irene.
- ¿Y vosotros qué? ¿Ahora sois pareja? Como ya no está…
Alberto se puso de pie y apretó el puño.
- Déjalo Alberto, no merece la pena dijo Irene.
- ¿Entonces? Repitió la niña.
- Pues mira niña, yo necesito alegría en mi cuerpo, y él me la da. Salimos a cenar, me exhibe y luego volvemos a casa y se tira toda la noche dándome caña… es la ostia, no veas que bueno es.
Mónica, asimiló lo que oía, lo compuso en su cabeza.
- Vamos, que te follabas a la hija y ahora a la madre… mira podías haber escogido calidad, en vez de cantidad.
- Mónica, vete a la mierda dijo Irene.
Alberto que se había sentado la miró con odio.
- Niñata, te lo dije una vez, y te lo repito ahora, no te acerques a mí en tu puta vida.
- Muy bien, disfrutad la velada.
Se giró y moviendo exageradamente las caderas volvió a su mesa.
- Esta niña me saca de quicio dijo Irene.
- No hay que entrar en su juego, no sé qué persigue. Pero no hay que hacerle caso. respondió Alberto.
Pasaron la cena, al principio estuvieron un poco pendientes de Mónica, que no quitaba la vista de su mesa, pero al final se relajaron y dejaron de estar pendientes de ella.
Cuando se levantaban para marcharse, Irene se agarró a Alberto, asegurándose que ella estuviera mirando, dio un pico en los labios de Alberto, luego, fuera del alcance de sus miradas, se rieron.
Alberto llevó a Irene a su casa, como otras muchas veces, se despidieron y la vida siguió para los dos, cada uno a lo suyo.
Zaragoza 2004
De vuelta a la obra, las cosas seguían a su ritmo. El trabajo avanzaba, todo el trabajo grande había concluido, quedaban remates, acabados estéticos y los jardines.
Aquellos trabajos se los encargaron a una empresa de paisajismo, al frente de los trabajos había dos chicas, las dos de unos treinta y pocos años.
Comenzaron los trabajos, pero nadie se acercó a ellas, como hacían al principio, nadie les ofreció alojarse en la casa, nadie les dijo de ir a comer con ellos al restaurante…
Alberto desde la puerta de su caseta, mientras fumaba, vio a una de ellas, con unos vaqueros que le hacían un culo redondo muy apetitoso, no podía ver más, hacía frío y llevaba una cazadora gruesa.
Se volvió a la caseta y siguió con su trabajo. Antes de comer vino Ruth para ir a comer juntos, como la mayor parte de los días.
- ¿Has visto a los de jardines? preguntó Ruth.
- He visto a una chica…
- Empezaron el otro día, van avanzando, yo no entiendo, pero veo que avanzan.
- Preguntaré a Javier, a ver que dice.
Entraron a comer, Luis y Javier estaban en un lado de la mesa.
- Buenas dijo Alberto.
- Hola saludaron ellos.
- Has hablado con los de los jardines, pregunto Alberto a Javier.
- Sí, el otro día, les enseñé la zona, les asigné una caseta y ya.
- - Avanzan deprisa ¿no?
- No lo sé, Alberto, estoy liado con otras cosas.
- Vale. Luego me acercaré a verles.
- A ellas, son dos chicas dijo Luis.
Javier alzó la vista le miró y sonrió. Alberto también sonrió.
- Es que las he visto confirmó Luis.
- No se pierde ni una el tío dijo Javier.
- Ya te digo añadió Alberto.
Los tres rieron, en ese momento entraba Charo, que al verles reír, miró a Ruth que con una sonrisa le dijo.
- Son hombres, hay mujeres nuevas cerca…
- Anda coño, por eso están contentos, la caza ha vuelto jajajja dijo Charo.
Ese día la comida fue más amena que en ocasiones anteriores, hablaron entre ellos como hacía meses que no hacían.
- Mañana les ofreceré venir a comer aquí dijo Charo.
- Ya nos vale, antes lo hacíamos dijo Alberto.
- Antes hacíamos muchas cosas, que ya no hacemos añadió Javier.
- Esta tarde, quedamos y nos tomamos unas cervezas, ¿queréis? Dijo Charo.
- Por mí bien dijo Alberto.
- Vamos pues añadió Javier.
Pasaron la tarde en la terraza del hotel, podían ir a cualquier sitio, pero la terraza del hotel siempre les pareció que era como salir de la rutina, era para ocasiones especiales.
Después de la segunda ronda, ya estaban riendo como antes, aparecieron las dos chicas, ahora ya no llevaban la ropa de trabajo, las cazadoras gordas.
Luis se levantó y las invitó a tomar algo con ellos, las chicas aceptaron y tras las presentaciones comenzaron a charlar animadamente sobre su trabajo allí, sobre otros trabajos, los chicos explicaron sus cometidos, lo que ya habían terminado en la obra.
Ruth y Charo participaban menos en la conversación, al igual que Alberto.
Después de unas cuantas rondas más, Charo, Ruth y Alberto se despidieron y volvieron a la casa, Luis y Javier se quedaron con las chicas.
Madrid 2004
Alberto volvió a Madrid, un jueves por la mañana, después de despedirse de todos, ese año, pasaría en casa las fiestas, enteras, no quería repetir errores del pasado, no quería atarse al trabajo, aunque en el fondo, su vida era su trabajo.
*/Estoy en Madrid Irene.
*/Hola Alberto.
*/Mañana voy al estudio, a ver a la gente, pero el sábado ya estoy disponible.
*/Perfecto, me llamas y quedamos.
*/¿Por qué no quedamos ya?
*/Porque lo mismo tengo que ir a ver a Elías, que quiere que coma con él.
*/Pues no cambies los planes por mí.
*/No, no, tú te vienes conmigo a comer con Elías,
*/¿Tú crees?
*/Claro que sí.
El viernes, se acercó al estudio, subió a la7 ya no le impactaba tanto, ya estaba empezando a asimilar que nada era igual. La gente de su planta, ya no se callaba a su paso, le saludaban, le mostraban respeto, pero las aguas volvían a su cauce.
Se metió en el despacho, la pizarra estaba borrada, las cosas de Merche, ya no estaban…
- Alberto, hola cariño.
Era Alicia, asomada a la puerta.
- Pasa guapa.
- ¿Qué tal? ¿Cuando has vuelto?
- Vine ayer, ¿qué tal por aquí?
- Todo bien, recogí todo lo de Merche, espero que no te moleste…
- No, perfecto.
- Le subí las cajas a Sanchís.
- Luego subiré a ver a los jefes.
- Si vas a estar por aquí, comemos juntos, ¿te apetece?
- Claro.
Alicia salió y Alberto volvió a notar esa normalidad.
Más tarde subió a la planta de los jefes.
- Hola Lourdes.
- Hola guapo dijo Lourdes saliendo de detrás de su mesa para dar dos besos a Alberto.
- ¿Qué tal?
- Muy bien, he venido a pasar las fiestas.
- ¿Todas? Quien te ha visto y quién te ve.
- Que tonta.
- ¿A que sí? ¿Nos veremos, algún día?
- Claro, lo hablamos.
- ¿Has venido a verme a mí?
- Sí, pero también a Don Julio.
- No está, está solo Sanchís.
- Pues a Sanchís.
- Le aviso.
Lourdes volvió a su mesa, tecleó y le dijo.
- Pasa, te espera.
- Hasta ahora guapa.
Alberto avanzó por el pasillo, pasó por delante de la puerta de Don Julio y entró en el siguiente despacho.
- Alberto, buenos días, pasa.
- Buenos días Señor Sanchís.
- Ya estamos, Elías, Alberto, Elías.
- Buenos días Elias.
- Siéntate, cuéntame qué tal todo.
- Pues bien, todo avanza bien.
- Me alegro, hicimos una buena elección contigo.
- No sabría decirle, decirte.
- Ja, ja, ja, que poco te valoras. Por cierto, me ha dicho Irene que mañana vienes a comer…
- Bueno no he confirmado nada.
- No tienes que confirmar nada, tu jefe te dice que vienes a comer, y tú, vienes a comer.
- Bueno, pues iré a comer jajaja.
- Así me gusta, que me hagas caso.
- Le dejo, te dejo Elías. Mañana nos vemos.
Ah, otra cosa, hablé con Irene, me contó que habías visto a Mónica Salgado…
- Sí, estábamos cenando y coincidimos…
- Me ha contado cosas que no me han gustado.
- ¿A qué te refieres? ¿No quieres que salga a cenar con Irene?
- No, no, no, por dios, no, eso me parece genial, me encanta que sigas hablando con ella.
- ¿Entonces?
- Me ha contado cosas de la chiquita esta, y no me termina de convencer… me parece que no es trigo limpio.
- No te preocupes, es muy toca huevos, pero se puede aguantar.
- Eso espero, que solo sea toca huevos. Venga anda, que tendrás cosas que hacer.
Se despidieron y Alberto salió del despacho.
- Me voy Lourdes.
- Muy bien, cuando quieras me llamas.
- He quedado con Alicia a comer…
- Pues ahora hablo con ella, y me apunto.
- Pues te veo en un rato, estás guapísima, por cierto.
- Como siempre.
- Hasta luego.
Bajó a la7, fue a ver a José, pero su despacho estaba vacío, volvió al suyo y cuando se iba a ir a comer sonó el teléfono.
*/¿Sí?
*/Alberto, hola, soy Mónica.
*/Déjame en paz.
*/Déjame hablar.
*/¿Qué coño quieres?
*/Quiero quedar contigo, me han dicho que has vuelto a casa por navidad.
*/¿Quién te ha dicho eso?
*/Que más da, pero estás en Madrid ¿no?
*/Déjame en paz.
*/Vamos a cenar, a bailar, a tomar algo y luego a un hotel, a tu casa…
*/Vete a tomar por el culo.
Alberto colgó, quien coño le habrá dicho.
Volvió a sonar el teléfono, era Irene.
*/Hola Irene.
*/Hola Alberto, Ya he hablado con Elías.
*/Yo también je je.
*/Mañana vienes a comer.
*/Eso me ha dicho, me ha dado orden de ir jajaj.
*/Ja, ja, ja, mi hermano es así.
*/Por cierto, me ha llamado Mónica, que alguien le ha dicho que estoy aquí.
*/Esta niña, ¿cómo se entera de las cosas?
*/No tengo ni idea, pero me cansa.
*/Ni caso. ¿Mañana me recoges, a la una?
*/Cuando tú quieras, mañana me toca presumir de compañía.
*/Que tonto eres.
*/Hasta mañana.
Las conversaciones con Irene le animaban siempre, era un soplo de aire fresco, con ella siempre se reía, le recordaba a Merche, sin el lado sexual, le recordaba a ella por sus chistes, por su cara.
Durante la comida con Alicia y Lourdes hablaron de muchas cosas, se rieron recordando cosas. Lourdes fue al baño, momento que Alberto aprovechó para interrogar a Alicia.
- ¿Qué tal estás?
- Bien.
- ¿Seguro?
- Sí, todo va bien.
- ¿En casa todo está bien?
- Como siempre.
- O sea entonces, no está tan bien.
- Alberto, es mi vida, déjame vivirla como quiera.
- Te dejo. Javier está hecho polvo.
- Lo sé, hablo con él muy a menudo.
- Es que no sé porque…
- Déjalo Alberto, déjalo.
Lourdes entró en ese momento.
- ¿De qué habláis?
- De nada dijo Alicia ligeramente mosqueada.
- Vale miró a Alberto y este le devolvió una mirada de déjalo estar.
Terminaron de comer, salieron a la calle y Alicia les dijo que se marchaba a casa. Lourdes y Alberto fueron a tomar algo, y paseando llegaron al parque del torreón.
- Hace frío, dijo Lourdes.
- Vamos a algún sitio calentito.
- ¿A tu casa?
- Lourdes… que lanzada te has vuelto.
Ella se acercó a él y le estampó un beso en la boca.
- Tenemos que hablar le dijo ella.
- Vamos a casa.
En ese instante el teléfono de Lourdes sonó.
*/¿Sí?
*/¿Cómo? ¿Ahora?
*/Pero…
*/Vale, sí en quince minutos… sí. Voy.
Lourdes colgó.
- Otro día será.
- ¿Ha pasado algo?
- Mi hermana, tiene una crisis, otra.
- Vaya.
- Era mi madre para que vaya a ayudarles.
- Lo siento cariño, ve.
Lourdes se marchó después de despedirse, Alberto volvió a su casa.
Al día siguiente, Alberto fue a recoger a Irene, paró en el portal y mandó un mensaje.
*Estoy aquí.
A los pocos minutos recibió un mensaje de respuesta.
*Sube, me queda un rato.
Alberto buscó dónde aparcar y caminó hasta el portal, pulsó el automático.
- Soy yo.
- Sube.
Sonó el cierre de la puerta y Alberto empujó y pasó. Hacia un siglo que no entraba a ese portal y que no subía a esa casa.
Al llegar al rellano, la puerta estaba entre abierta.
- Hola…
- Pasa, me estoy arreglando Se oyó a Irene desde la habitación.
Alberto entró, y fue a la cocina, como hacía tanto tiempo hizo una noche.
Se sentó en una silla de la cocina.
- ¿Qué haces ahí? Dijo Irene.
- Espero.
- Coge una cerveza, y vente al salón hombre.
Alberto miró a la puerta, Irene, estaba como siempre preciosa, llevaba una minifalda, nunca la había visto con minifalda, con un poco de vuelo, arriba llevaba una camiseta, estaba sin terminar de vestir, era una camiseta de andar por casa, notó los pezones, no llevaba sostén.
Cogió la cerveza y salió al salón, se sentó, mientras Irene fue a la habitación a terminar de arreglarse.
- Perdona, me he retrasado decía ella.
- No te preocupes.
La oía trastear en la habitación, luego oyó como salía de la habitación y entraba al baño.
- Me queda poco.
- No tengas prisa, he venido antes.
Alberto recorrió con la vista el salón, había cuadros por las paredes, adornos por los estantes, libros en las estanterías, y fotos, se levantó a verlas.
Vio una en la que Merche, sonriente, miraba la cámara mientras estaba sentada en una terraza al sol. En otra vio a Irene y Merche riendo, al borde de una piscina que Alberto creyó que era la de Elías. Otra más, en la que Merche estaba con Alberto, en la obra. Recordaba aquel día, como Javier les hizo posar.
Siguió mirando por el salón, al posar la vista en el espejo de adorno, al lado de la puerta, vio a Irene, estaba en el baño, se había quitado la toalla de la cabeza y se peinaba el cabello.
Caminó por el salón, siguió viendo imágenes de Irene, de Merche, le extrañó no ver fotos del padre de Merche.
Volvió sobre sus pasos, por el espejo volvió a ver a Irene, no pudo apartar la vista, se había quitado la camiseta, se terminaba de arreglar el cabello, y veía las tetas de Irene, eran redondas, firmes muy bien colocadas, con un pezón perfecto, redondo, de aureola rosada.
Alberto siguió mirando, no lo podía evitar, ella se empezaba a poner el sujetador, era marrón con flores bordadas de colores.
Irene levantó la vista y vio a Alberto, no dijo nada, no cerró la puerta, no se giró, no se tapó.
Salió del baño y volvió a la habitación. Alberto se sentó en el sillón. Ella terminaba de arreglarse, se puso una camisa azul, ajustada, con dos botones desabrochados, mostrando su canalillo, impresionante.
Alberto no podía quitarse la imagen de la cabeza, miró el reloj del salón, faltaban 5 minutos para la una.
Irene salió al salón, sonriente, se paró frente a él y dándose una vuelta sobre si misma preguntó.
- ¿Qué tal estoy?
- Muy guapa, preciosa.
- ¿Te gusta?
- Mucho.
Irene se acercó al sillón, se inclinó sobre Alberto, él no pudo evitar fijarse en aquel escote. Irene le dio un beso en la mejilla y añadió.
- ¿Y lo de antes?
- ¿Cómo?
- ¿Lo de antes te ha gustado?
- No quería mirar, es que…
- No te he preguntado porque mirabas, he preguntado si te ha gustado.
- Mucho… son…
- ¿Te ha gustado mirarme?
- Irene, yo…
Irene, seguía inclinada sobre Alberto, le besó en los labios, mandó su lengua en avanzadilla y Alberto la acogió.
Ella se dejó caer sobre él, la abrazó, mientras seguían besándose.
Alberto fue dando besos por la mejilla, por el cuello, por el escote.
Irene se levantó y tiró de él, le empujó contra la pared, junto al pasillo y bajó la mano a la entrepierna de Alberto.
Alberto no dijo nada, bajó sus manos y él apoyó sobre el culo de Irene, lo notó duro y firme.
Irene fue tirando del hombre hasta el dormitorio, entraron y ella le empujó a la cama, se quitó la camisa mientras Alberto miraba, luego se desbrochó el sujetador. Las tetas de Irene volvieron a estar a su vista. Ahora delante de él.
Ella se acercó a Alberto y le desabrochó la camisa, luego el pantalón, tiró hacia abajo, y Alberto levantó el culo para que ella lo sacara.
Irene miró el paquete, estaba duro y marcaba un buen tamaño, se mordió el labio.
Se puso de rodillas, a los pies de la cama, y acercó su cara al calzoncillo, apartó la tela y el miembro de Alberto se presentó firme, duro, grueso, dispuesto.
Le pasó la lengua por el capullo, sin dejar de mirarle, metió un poco en su boca, la babeó, y volvió a lamer la punta.
Alberto cerró los ojos, se acordó de Merche, sintió la boca de Irene cálida acogiendo su polla dentro.
- Irene, no hace falta.
- Quiero, lo deseo dijo ella.
- No es necesario… si no quieres…
- Es que sí quiero Alberto, sí quiero.
Alberto la agarró con suavidad, tiró de ella hacia él, la tumbó en la cama, subió su falda y le quitó las braguitas marrones, con dibujos de flores bordadas.
El coño de Irene, con un hilillo de pelitos culminados por un moñito sobre el pubis, estaba empapado. Con delicadeza lo tocó, apartó los labios finos y colgantes, metió un dedo en aquella humedad y chupó, lamió, pasó la lengua por cada rincón de ese coño.
Irene con los ojos cerrados, suspiraba, gemía, se dejaba hacer, abrió las piernas más, las subió a los hombros de Alberto.
Alberto se incorporó, y mientras besaba a Irene, con cuidado, fue deslizando el rabo dentro de su coño. Ella gimió, dio un respingo.
- Joder.
Comenzó a follarla, con cuidado pero rápido, con velocidad, notaba como el coño de Irene le abrazaba la polla a cada embestida.
- Dame más fuerte, fóllame más fuerte.
Alberto empujó, ahora cada vez que entraba, golpeaba con los huevos en el culo de Irene.
- No aguanto Alberto, no aguanto.
Él siguió empujando, más fuerte, más rápido. Ella se encogió, intentó apartarle con la mano, él seguía perforando, ella gritó, un temblor le recorrió el cuerpo… y un chorro de líquido viscoso salió disparado del coño encharcadísimo de Irene. Se encogió, se hizo pequeñita.
Alberto la veía, encogida sobre la cama, temblorosa.
- Umm, que gusto Alberto, que gusto.
- ¿Estás bien?
- Ven, quiero que acabes.
Alberto se acercó y ella agarró la polla con su mano. Comenzó a pajearle, con destreza, le miraba a los ojos.
- Así, córrete Alberto, dámelo.
Subía y bajaba, le daba fuerte, aceleró el ritmo.
Puso cara de vicio incontrolable, se mordió el labio.
- Échamelo todo, ¿quieres? ¿Dónde te vas a correr?
- ¿Donde tú quieras?
- Aquí, dijo señalando su boca.
Irene se metió la polla en la boca, la chupó con cuidado.
- ¿Te gusta?
- Mm sí.
- ¿Sigo?
- Sí, por favor, ya casi está.
- Mmm que rica.
Alberto convulsionó.
- ¿Ya te viene? ¿Ya?
- Siiii.
Un chorro de semen impactó en la cara de Irene, otro entró en la boca, un nuevo chorro quedó colgando de su lengua, el resto, varios pequeños chorritos cayeron sobre las tetas, Ella la metió en la boca y la limpió, tragó aquel líquido espeso.
- Ahora tengo que vestirme otra vez.
- Irene, ¿Qué hemos hecho?
- Lo que queríamos hacer, nada más.
- Pero no deberíamos…
- ¿Te ha gustado?
- Mucho.
- Pues no lo pienses más.
Con retraso, que Irene se atribuyó por estar vistiéndose, llegaron a casa de Sanchís.
Alberto no sabía que habría más gente, y se encontró de repente con Salgado y esposa, con Don Julio, con el hijo de Salgado y con la niña, otra vez la niña, embutida en un vestido largo, ajustadísimo, como siempre.
Don Julio saludó a Alberto.
- Me dijo Lourdes que fuiste ayer al estudio.
- Sí, me pasé por allí…
- Había salido, una lástima, tenía ganas de hablar contigo.
- Pues ahora tiene la oportunidad.
- No hijo, las cosas de trabajo se hablan en el estudio, hoy divirtámonos.
- Pues esta semana me paso por el estudio.
- Muy bien y hablamos.
Salgado se acercó.
- Alberto, ¿cómo estás? ¿Cómo va todo?
- Muy bien, y usted.
- Haciéndonos mayores, ya sabes cómo es la edad… no perdona.
- Anda que no les queda que dar guerra.
- A ver si estos aprenden pronto y los colocamos en el estudio, dijo señalando a su hijo y a Mónica que un poco más allá, hablaban con Sanchís.
- Las generaciones futuras, hay que confiar en ellos.
- No sé yo, de verdad, no les veo…
- Bueno vamos a brindar dijo Irene agarrando a Alberto y rescatándole de la charla de Salgado.
Alberto miraba a aquel grupo de gente, le habían integrado allí, pero a él le faltaba Merche, pero es que, joder que se acaba de follar a Irene, ¿qué había pasado?
- ¿Qué tal con la madurita? Dijo Mónica colocada justo a su lado.
- Déjame en paz y se apartó de ella, acercándose al grupo de Sanchís.
Mónica le miró, sintió una punzada, otra más, al sentir el desprecio.
María, se afanó en colocar la mesa con todo detalle y acercándose a Sanchís discretamente, le dijo que todo estaba preparado.
Se sentaron a comer, a Alberto volvió a tocarle junto a Mónica, en un lateral de la mesa, frente a ella estaba su primo Miguel, y frente Alberto, Irene. Luego estaba el resto, pero Alberto tenía bastante con intentar que la niña, no se pasara.
Nada más sentarse, Alberto notó la mano de Mónica sobre su paquete, la apartó, e intentó hablar con Don Julio, a su izquierda.
Irene observaba a la niña, se imaginaba lo que tramaba y sentía que la odiaba, muy dentro de ella sentía repulsa por aquella niña malcriada y caprichosa.
La comida pasó sin incidentes, pasó despacio, pero pasó. En la sobremesa Irene se acercó a Alberto.
- Cuando quieras irte, nos vamos.
- No, cuando tú decidas, soy tu chofer jajaj.
- Eres tonto, chofer no, tonto le dijo mirándole a los ojos.
Otra vez vio a Merche en su cara, en sus expresiones.
Alberto salió del salón, buscó el aseo y entró. Cuando iba a salir, Mónica le empujó dentro y cerró tras ella.
- ¿Qué haces?
- Hoy no te libras y echó la mano a la entrepierna de Alberto.
- Déjame, tía déjame.
Ella se abalanzó sobre él. Le abrazó. Alberto la apartó empujándola contra la pared.
- Te vas a arrepentir Alberto, ya lo verás.
- Déjame en paz, ¿vale? Déjame en paz dijo recalcando sus palabras.
Abrió la puerta y salió del aseo, cuando iba a entrar en el salón oyó a Mónica tras él.
- Eres un cabrón, gritaba, cabrón mientras lloraba.
Alberto se giró y la vio, despeinada, con el vestido remangado.
La gente salió del salón, vieron la escena y Salgado interrogó a Alberto.
- ¿Qué has hecho?
- Nada señor.
- ¿Qué le has hecho?
- Quería que le besara decía la niña.
- Alberto… decía Salgado con una mirada furiosa.
- Quería que le tocara, ha sido espantoso.
Alberto no sabía qué decir, miraba a la gente, todos le miraban con desprecio, salvo Sanchís e Irene…
- No ha hecho nada gritó Irene.
- ¿Y tú qué sabrás? ¿Estabas allí? Decía Salgado.
La esposa de Salgado se acercó a Mónica y la abrazó consolándola.
- Alberto, me debes una explicación. Dijo Salgado.
- No, no le debe nada decía Irene.
- Irene cállate, no te metas en esto.
- Esa niña es un demonio… vámonos Alberto.
Alberto estaba en shock, sintió la mano de Irene agarrándole del brazo y tirando de él.
Luego sintió el frío en su cara, la humedad de una lluvia fina y al final el calor del coche.
- Vámonos decía Irene.
Alberto arrancó el coche y salieron de allí.
- ¿Qué ha pasado? Preguntó Irene.
- Me ha empujado dentro del aseo cuando yo salía, y quería…
- ¿Le has hecho algo?
- Apartarla de mí, nada más.
- Alberto, para el coche, allí, señaló a un lado del camino.
Alberto detuvo el vehículo, Irene le miró, le agarró la cara y la giró hacia ella.
- ¿Has hecho algo?
- No, apartarla, apartarla.
- La otra vez, en la fiesta, no habrás vuelto…
- ¿La otra vez? No hice nada.
- Alberto, la otra vez te la chupó, y luego se la metiste, os vi. No me mientas Alberto, por lo que más quieras, no me mientas.
- Yo, no.
- ¿Has hecho algo?
- No, te prometo que no.
- Vale, te creo. Vámonos.
Alberto volvió al camino, condujo hasta casa de Irene, cuando paró en la puerta Irene le dijo.
- Aparca, tenemos que hablar.
Alberto buscó sitio y aparcó.
Caminaron hasta el portal, subieron al piso y entraron.
Irene sacó dos cervezas, le ofreció una y pasaron al salón.
- Escúchame Alberto, aquella vez, os vi. Nunca me he fiado de esa niña, y Salí tras vosotros. Os vi, cuando te la sacó y te la chupó, me cabreó que no hicieras nada, luego vi como la giraste y te la follaste, estaba cabreadísima, pero luego cuando te la quitaste de encima y le dijiste que no se volviera a acercar a ti, me tranquilicé.
- ¿Por qué no se lo dijiste a Merche?
- Se lo dije.
- ¿Le dijiste que me la había follado?
- No, le corroboré lo que le contaste a ella, No se lo conté a nadie, nunca, ahora a ti.
- ¿No sé qué me pasó?
- Te pasó que eres un hombre, que tienes instintos...
- Yo no soy así.
- ¿Ah no? ¿Y lo de esta mañana qué ha sido?
- Es distinto, tú…
- Soy un mujer, quería follar contigo, solo tengo que provocarte…
Alberto se quedó pensativo.
- Alberto, lo de esta mañana solo se va a repetir esta noche.
- ¿Cómo?
- Esta noche vamos a pasar la noche juntos, como dos amantes, me vas a hacer el amor, te voy a follar, me vas a dar todo lo que necesito, te voy a dar todo el amor del mundo. Y mañana, cuando amanezca, te irás…
- Pero…
- Mañana te irás, y recordarás el resto de tu vida que por una noche, fuimos amantes.
La noche fue larga, comenzó a media tarde, con Irene follándose a Alberto en el sofá del salón, siguió en la habitación con Alberto dándole amor a Irene, sobre ella. Siguió después de cenar, con Irene cabalgando sobre Alberto.
Después durmieron, el cansancio les pudo, cuando en mitad de la noche Irene despertó a Alberto a lametazos en la polla, siguieron follando, y cuando por la mañana ella se despertó, Alberto no estaba allí.
No le llamó, ni le mandó mensajes, no hizo nada. Le dejó libre como libre se deja a un pajarillo.
El lunes Irene fue al estudio, subió a la planta 12, y pidió reunirse con los tres jefes.
Pasó la mañana allí, luego fue a comer, a su restaurante favorito, al que tantas veces había ido con Alberto. Por la tarde volvió a su casa, se metió en la cama y mandó un mensaje a Alberto.
*Siempre, Alberto, Siempre*