Siempre

Capítulo 43
Soltando pesos
Zaragoza 2019

Al final, Alicia consiguió que todos volvieran a la casa, pero decidieron parar en el restaurante, a instancias de Alicia.

- Mejor vamos al restaurante, ¿no os parece?

En el grupo, Alberto, Julia, Eva y José estaban decaídos, deprimidos. El resto intentaban animarles.

Charo no se separó de Alberto ni un momento.

Julia estuvo apoyada por Javier y Alicia, que tampoco la dejaron sola.

Por su parte Luis, hizo lo propio con Eva.

Por otro lado, José, acompañado de Lourdes, estaba asolado. Una y otra vez repetía que era culpa suya.

Al entrar en el restaurante, Javier intentó animar al resto, pidió jarras de cerveza para todos.

Laura fue la encargada de servirlas, los veía y sus ojos se mojaban.

- Ha sido duro ¿no? Le dijo a Javier.

- Imagínate, a ver si somos capaces de animarles, respondió Javier.

- Lo que necesites, no dudes en pedirlo.

- Gracias Laura, Gracias.

Ocuparon una mesa larga, en la terraza.

Charo al lado de Alberto miró a Javier al otro lado de la mesa con Julia.

Fue una mirada de, “hay que hacer algo”

Javier se acercó a Eva.

- ¿Tenéis para conectar una tarjeta de memoria? ¿O un pendrive?

- Sí, en el salón... Espera, y aquí si quieres también.

Eva se levantó y habló con una camarera. La chica se metió para dentro y al rato salió y le entregó algo a Eva.

- Toma, con esto bajas esa pantalla dijo señalando hacia el final de la terraza y allí está el proyector, que tiene lector de tarjetas y usb, se maneja con el mismo mando.

- Perfecto.

Javier se acercó a Alicia y le pidió algo, ella buscó en su bolso y sacó un pendrive, él se encaminó hacia el proyector, y con la ayuda de Laura, bajaron la estantería que lo sostenía y enchufaron el pendrive. Luego pulsó un botón del mando y una pantalla bajó del techo.

Laura pulsó un botón en la pared y los toldos laterales de la terraza comenzaron a bajar y ceñirse a la barandilla, creando un espacio oscuro en torno a la mesa.

- Señores, ya hemos llorado, ahora toca recordar a nuestros amigos con una sonrisa, como a ellos les gustaría.

Todos asintieron, Javier, apretó un botón del mando y el proyector comenzó a emitir una música y a continuación unas imágenes.

Era un montaje, con música divertida, imágenes de la obra, de las fiestas, de las comidas, en la casa, salían todos.

Las imágenes y la música hicieron que todos empezaran a relajarse, a serenarse.

Charo seguía junto a Alberto, le dijo al oído.

- ¿Estás mejor?

- Sí, gracias. Y Alberto le dio un beso en al mejilla.

En la pantalla se sucedían imágenes, y llegaron las de la excursión a las pozas de Belchite.

Una foto de la poza grande, se veía al fondo, hacia un lado, casi en las rocas, a Alberto, Merche y Charo.

Charo miró a Alberto y Alberto le devolvió la mirada con una sonrisa.

Después más fotos, incluso una de Merche con su micro bikini.

- Fiuuu fiuuu dijo Charo.

- Que buena estaba dijo Javier mirando a Alberto.

- Ya te digo respondió éste.

- Javier, que te oigo dijo Alicia, provocando las risas de todos.

- Estaba buenísima añadió Charo.

Empezaron a hacer bromas, y echaron de menos los chascarrillos de Sebas y las respuestas de Arenas.

Cuando el video acabó, todos estaban menos tristes, algunas risas, así había que recordarles, siempre.

Alberto se levantó y sin decir nada, salió del restaurante, se encendió un cigarro. Paseó por la puerta del restaurante, se apoyó en un coche estacionado allí.

Charo salió y se acercó a él.

- No me gusta verte así.

- Lo siento, no puedo evitarlo.

- ¿Qué hago para que sonrías?

- De verdad Charo, hoy está siendo muy difícil.

- ¿Quieres que demos un paseo? Vamos al río.

- ¿Te apetece? Pasear con un aburrido triste.

- Me apetece pasar contigo todo el tiempo que pueda.

- Que grande eres Charo. Que grande.

Los dos echaron a andar en dirección al río. Alicia les vio desde la terraza y le dijo a Javier.

- Si no es hoy, ya no será nunca.

- ¿Cómo?

- Charo lleva toda la vida enamorada de Alberto, si no es hoy…

- ¿Y Bernardo?

- Javier cariño, a veces no me creo que seas tan inocente.

- Ya me lo explicarás.

- No hay mucho que explicar.

Alberto y Charo después de desaparecer de la vista de los demás, habían cogido por el camino a la izquierda de la casa. Llegaron a las cercas de madera, junto al río.

Charo se aupó y se sentó sobre una de ellas. Alberto se apoyó a su lado.

- Alberto, ven, ponte aquí le señaló delante de ella.

Él se acercó. Charo le rodeó con las piernas y le atrajo hacia ella.

- ¿Si te beso? ¿Me corresponderás? Preguntó Charo.

- ¿Cómo?

- Que quiero besarte. Quiero darte un beso que te haga olvidar el pasado un rato.

- Ja ja ja Estás loca.

Charo se acercó a Alberto y le besó en la boca, él no se retiró, y ella metió su lengua para buscar la de él.

Juguetearon, danzaron con sus lenguas, se persiguieron. Alberto la abrazó, y sintió las tetas de Charo en su pecho.

- Antes te abrazaba y no había nada, ahora es raro.

- Antes me abrazabas y me ponías nerviosa.

- ¿Ahora no?

- Estoy temblando como una quinceañera.

- ¿Qué quieres Charo?

- Quiero pasar la noche contigo, que me hagas el amor, que me desees, hacerte gozar y que me hagas sentir mujer.

Alberto la miró, interrogándola.

Charo le volvió a besar, fue un beso corto, con cariño.

- ¿Te acuerdas, el día de la poza?

- Como para olvidarlo jajaja.

- Recuerdas, en la comida…

- Sí, nos dijiste que si algún día te ofrecíamos. No llegaste a decir el qué, que dirías que no.

- Era evidente, ¿el que no?

- Sí, pero dirías que no. Aunque nunca te lo habríamos ofrecido.

- ¿Tú crees?

- Yo creo que no, pero es verdad que con Merche nunca se podía decir que no.

- En aquel momento, hubiera hecho lo que me hubierais pedido.

- ¿Y Bernardo?

- Desde que empecé con Bernardo, siempre le he contado todo, lo que he hecho, poco o nada, y lo que no he hecho.

- ¿Cómo que lo que no has hecho?

- Sí coño, imagínate, un tío me mola y pienso a ese me lo follaba. Pues yo siempre se lo he dicho.

- ¿Y él qué dice?

- Siempre lo mismo, si alguna vez quiero acostarme con otro, lo único que pide es que se lo diga yo, no quiere enterarse por otros.

- Que valiente.

- Nunca he tenido necesidad de acostarme con otro. Joder y aquí durante toda la obra tuve oportunidad de sobra. Con Arenas al principio.

- Ja ja ja ¿Con arenas lo hiciste?

- No. No lo hice. Con Luis, si hubiera sido por Luis… pero siempre ha sido un señor.

- Luis es un señor.

- Con Merche, me hubiera acostado, con Merche sin dudarlo, que buena estaba la hija de puta. Que morbo.

- Estás como una chota.

- Contigo, contigo me hubiera acostado con que me lo pidieras.

- Pero yo no…

- Un día hablé con Bernardo, bueno él conmigo. Me dijo que se me notaba que me gustabais, que si tenía la oportunidad que aprovechara…

- ¿Pero?

- Pero yo le dije que no, que nunca le haría eso, ni con vosotros ni con nadie.

- Entonces ¿Qué ha cambiado?

- Que Bernardo tenía razón, llevo toda la vida enamorada de vosotros, de Merche y de ti.

- ¿Y se lo has dicho?

- No ha hecho falta, le llamé y cuando le dije que quería hablar con él, me dijo que lo hiciera, que me acostara contigo, pero que no se lo contara, que nunca lo hablaríamos, como si no hubiera pasado.

- Qué fuerte, me pones en un aprieto. Charo, a ver, que siempre me he fijado en ti, pero…

- ¿En mí? ¿Tú? ¿Con esa pedazo de mujer a tu lado?

- No quiero acostarme contigo, somos amigos, y quiero seguir contando contigo, no quiero estropearlo.

- Quizás tengas razón. No lo sé.

- Vamos a volver, luego seguimos hablando si quieres.

- Sabes lo que quiero, no es coña Alberto.

Alberto la besó, apoyó las manos en sus muslos y añadió.

- Charo siempre has estado buena, tenías morbo, eras una cachonda, pero no tenías tetas…un fallo…

- Que cabrón.

- Ahora lo tienes todo, piernas, culo, tetas y encima madurita…

Charo le miró, le recorrió con los ojos. Se bajó de un salto de su asiento y juntos se encaminaron de vuelta a la casa.

Por el camino Alberto buscaba las palabras, necesitaba explicarle que no quería acostarse con ella, quería que le quedara claro que era una mujer especial para él, que le encantaría, que alguna vez lo había imaginado, que en los polvos con Merche lo había fantaseado, pero no quería hacerlo.

- Charo, no sé cómo explicártelo…

- ¿Qué?

- Me gustas, mucho, pero no quiero acostarme contigo, no es despreciarte, al revés, es…

- No te entiendo. Te gusto, pero no quieres…

- A ver, es que… no quiero joder nuestra amistad.

Llegaban a la casa y había gente de su grupo por allí, Alberto decidió no seguir hablando.

- Luego hablamos cariño le dijo Alberto.

- Alberto, le miró a los ojos, transmitiéndole toda la ternura del mundo, haré lo que tú quieras, lo que tú quieras.

Alberto se acercó a ella y la besó en la mejilla.

- Sigues siendo un sol.

Alberto entró en la casa y Charo se quedó fuera, pensando, dando vueltas a su cabecita. Alicia se acercó a ella.

- Te ha dicho que no, ¿verdad?

- ¿Cómo?

- Has intentando acostarte con él, llevas muchos años deseándole.

- ¿Cómo lo sabes?

- No lo sé, ¿instinto? No sé porque, pero lo sé.

- No quiere, dice que le gusto, que siempre le he atraído… pero no quiere.

- No quiere compromisos, a ti te quiere demasiado como para que solo sea una noche de sexo.

- Es que solo quiero eso.

- Tienes que entenderle… La única mujer que le va a sacar de eso, es Lourdes.

- ¿Lourdes?

- Lourdes fue su novia, hace muchos años, antes de Merche. Salían juntos, lo dejaban, hasta que apareció Merche.

- ¿Y sigue enamorado de ella?

- No sé si es enamorado, solo sé, que ella es la única con la que Alberto tendría otra relación, no sé porque, no sé la razón, pero es así.

- Pensaba que este fin de semana…

- Acompáñale, dale fuerza, sé cómo siempre, su amiga, pero no le pidas más, o te harás daño, hazme caso cariño.

Charo abrazó a Alicia, ella siempre sabía lo que había que hacer, lo que había que decir.

En la casa, mientras unos charlaban de cómo les había ido la vida, otros simplemente escuchaban, sin entrar en conversaciones, como no queriendo dar explicaciones, una de ellas era Julia. Apoyada en una pared, con la cerveza en la mano, escuchaba a Luis hablando con Eva, explicándole cómo era su mujer, cómo la conoció, qué le enamoró de ella, irremediablemente ella se acordaba de Arenas, de su primera noche juntos, de los miedos de él.

- ¿Cómo estás? Preguntó Javier.

- Bien, escuchando.

- ¿Pero?

- Pero nada. Estoy bien.

- Es difícil ¿verdad?

- Mucho, pero decidí venir, por él, por mí y por nuestro hijo.

- ¿Dónde está?

- Con mis padres, no sé quién cuida a quien, pero con ellos.

- Aquí en Zaragoza.

- En el pueblo, al lado.

- ¿Mañana le traerás? ¿Al acto?

- No lo sé, lo he pensado, pero no sé qué quiero hacer…

- Sus padres deberían conocerle… ¿no crees?

- Pero… si ni siquiera saben de mí, cómo les digo yo, ahora, quince años después que tienen un nieto.

- Julia, yo no soy el más indicado para dar consejos... yo que en quince años he sido incapaz de tener una relación…

- Pero ahora estás otra vez con ella… Joder lo que daría yo por volver a verle, ya no te digo besarle, abrazarle, quererle… sólo verle.

- ¿Ves? Sus padres son parte de él. Yo creo que deberías hablar con ellos.

- No lo sé. No lo sé.

Javier le hizo un gesto cariñoso apretándole el brazo.

- Piénsalo.

Lourdes, sin separarse ni un instante de José, observaba todo lo que sucedía en la casa, veía los corrillos, veía a Alicia, y la veía tan feliz con Javier, se le notaba la tristeza del momento, pero en cuanto Javier se acercaba a ella, sus ojos brillaban.

José parecía más animado, ver a sus amigos le estaba haciendo mucho bien. Tener a Lourdes a su lado le hacía todo más fácil, ella siempre se había portado con él como una amiga, como una buena amiga, alguna vez se le había pasado por la cabeza intentar algo con ella, pero al final siempre terminaba dándose cuenta de que ella sólo tenía ojos para uno.

Eva, como llevaba haciendo durante esos quince años, escondía sus recuerdos en el trabajo, apartaba sus lamentos con el trabajo, había llevado el hotel, el restaurante, la gestión de la casa, solo para olvidar, o al menos tratar de olvidar que quince años atrás fue, durante al menos 5 meses, la mujer más feliz del mundo. Solo 5 meses y no había vuelto a encontrar a nadie que le igualara, a nadie que le hiciera la mitad de feliz que lo hizo Sebas.

Cada uno tenía sus cargas que soportar, sus lamentos, sus recuerdos, pero en ese momento, todos juntos, sentían que todo era menos importante, menos grave, que sus miedos podían superarse, que lo momentos felices se deberían quedar en el lugar de los recuerdos amargos.

Sus amigos no iban a volver, y seguro que estarían felices de verles de nuevo juntos, riendo, como antes.

Estaba cayendo la tarde, el sol empezaba a desaparecer, dejando un brillo especial en la casa, cuando Laura entró en la casa, acompañada de varios camareros y camareras. Se acercó a Eva.

- Vamos a montar la mesa atrás, en el porche.

- Perfecto, os ayudo.

- No hace falta, no te preocupes. Laura la miró y Eva entendió que aquel día no le iban a dejar hacer nada, sólo disfrutar de la compañía de aquellos que en su día se abrieron a ella y la dejaron entrar en sus corazones, en uno en especial.

Montaron una mesa con varios platos de comida repartidos a lo largo de ella. Traían la comida en unos contenedores que varios camareros se llevaron una vez descargados, dos camareras se quedaron a servir la bebida junto con Laura, que discretamente se hizo a un lado y permaneció allí durante todo el servicio, pendiente de que no faltara de nada.

Los comensales, no se sentaron, iban cogiendo comida de pie, y bebida de la barra. Luis vio a Laura y se acercó.

- ¿Qué tal estás?

- Muy bien. ¿Y tú?

- Ya me ves, más mayor.

- Estás guapo, te han sentado bien los años.

- A ti más.

Laura le respondía, pero no mostraba interés en agradarle.

- Me acuerdo mucho de ti dijo Luis.

Laura, le miró a los ojos.

- ¿Por eso me has llamado tan a menudo?

- Lo siento…

- Da igual Luis, no te estoy recriminando nada, pero no pretendas que caiga rendida a tus pies…

- No, no es eso…

- Luis, lo que pasó, pasó, nos divertimos, ya está.

- Lo siento Laura, quizás debería haber llamado…

- Luis, de verdad, estoy trabajando…

Luis se alejó y volvió junto a Alicia y Javier que hablaban con Alberto de los planes para la próxima semana.

Cuando Laura creyó que ya no era necesaria la presencia de los camareros, mandó recoger la mesa, limpiaron la barra y discretamente salieron de la casa.

Luis la vio alejarse, no pudo evitar recordar que una vez, hace muchos años, aquella chica le había alegrado las noches, o por lo menos lo había intentado.

La noche fue cayendo, la gente había salido al porche trasero, y estaban repartidos por los sofás que ahora se esparcían por aquel jardín, rodeados de luces tenues colocadas estratégicamente para dar ambiente a la noche.

Alberto sentado en uno de aquellos sillones, miraba a Lourdes, miraba a Javier a Alicia, desplazaba su mirada a José. Los veía y los recordaba sonriendo, y ahora los veía tristes.

Luis se acercó a él.

- ¿Cómo lo llevas? Preguntó Luis.

- Bien. ¿Y tú?

- Bueno, para mí, quizás es menos difícil.

- Te he visto hablando con Laura.

- Ya, está muy guapa ¿verdad?

- ¿Estuviste con ella?

- Bueno, no se puede decir estar, nos acostamos, algunas veces, pasamos alguna noche juntos.

- ¿Y qué pasó?

- Que soy un cabrón Alberto. Que cuando me marché, no la llamé, ni me despedí ni nada.

- Y claro, ahora te ha dado calabazas.

- Evidente.

- No tienes arreglo, tío, vas de modosito y eres un cabronazo.

- Ja, ja, ja, tú no, tú eres un santo.

- Imbécil eres.

Chocaron sus copas, y rieron, Javier se acercó a ellos.

- Mis compas de juerga, ¿cómo estáis?

- Aquí descubriendo que Luis es un poco cabrón.

- ¿Luis cabrón? ¿Qué dices? Decía Javier con ironía.

- ¿Tú sabías que se lio con Laura? preguntó Alberto.

- Claro, tú no te enteraste, porque después de… porque hubo una época en la que no estabas.

- Lo sé. Fue difícil.

- Lo hiciste difícil. Añadió Luis.

- Joder, me quedé solo decía Alberto.

- No, perdiste una parte, pero no estabas solo. Como no estás solo ahora dijo Javier.

- Bueno, tú tampoco estuviste muy sociable… le respondía Alberto.

- Ahora entendéis porque me lie con Laura dijo Luis.

- Fuimos unos egoístas ¿no? Preguntó Javier.

- No, yo creo que hicisteis lo normal, yo intenté animaros a los dos, pero es complicado, os entendí, de hecho, sigo aquí con vosotros.

- Y por muchos años levantó Javier la copa.

Luis y Alberto brindaron con él.

- Por muchos años.
 
Capítulo 44
Difícil momento
Madrid 2004

La mañana estaba fría, no era un frio de esos secos de Madrid, era fresco, era desolación, era falta de ganas de todo.

En el tanatorio habían habilitado una sala grande para los tres féretros. El pasillo estaba lleno de gente y la sala interior no iba a ser menos.

Alberto y Javier llegaron juntos después de viajar amparados por la oscuridad de la noche, habían dejado a Alicia en su casa y ellos dos habían pasado el resto de la noche, casi nada, en casa de Alberto. Fue una noche muy larga, desde la noticia, durante el viaje y finalmente en casa de Alberto.

Javier no se separó de Alberto ni un minuto desde la trágica noticia. Alicia por su parte, en cuanto se tranquilizó, comenzó a llamar a todos los miembros del equipo, dio todas las explicaciones necesarias, aportó toda la información de que disponía.

Una vez en su casa, cuando ya había dado todo de sí, se derrumbó. Lloró como una chiquilla,

Cuando Manolo, casi al amanecer llegó a casa, la encontró desolada en el sofá.

- ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha pasado?

Alicia no tuvo fuerzas ni para preguntarle de donde venía, solo pudo decir.

- Han muerto. Los tres.

- ¿Qué tres? ¿De qué me hablas?

- Sebas, Arenas y Merche. Anoche…

- Joder, Lo siento.

Y se marchó del salón dejándola sola, en su pena, en su llanto. Ella no pensaba, no razonaba, no se dio cuenta de los detalles, no se fijó en la hora, no se fijó en el olor a perfume, no se fijó en nada. Solo quería estar sola, con su dolor.

Javier y Alberto salieron del ascensor, a aquel hall inmenso, buscaron la dirección de la sala y caminaron hasta el pasillo exterior, un cúmulo de gente les miraba, y les abrían paso.

Lourdes se acercó a ellos, se colocó al otro lado de Alberto.

Alberto no veía a nadie, no escuchaba, Javier y Lourdes le llevaban del brazo, casi en volandas.

Entraron a la sala, y el poco ruido que había se silenció. Alberto no notó las miradas sobre él, no vio las caras.

Se colocó frente al ventanal, miraba al suelo, no quería levantar la mirada. Notó el brazo de Javier que le apretaba los hombros, y comenzó a subir la mirada.

Sebas, dormido con su semblante tranquilo, parecía que iba a soltar algún chascarrillo. Al otro lado Arenas, imperturbable, callado, pareciera que analizaba la situación. Y en el medio, igual de guapa que siempre, Merche, dormida, callada.

Alberto no pudo evitar el llanto, otra vez, no le tenían que quedar lágrimas, ni fuerza, ni ganas.

Javier tiró de él, e intentó sacarlo de la sala. Lourdes le cogió de la cintura.

- Vamos fuera cariño, vamos fuera. Le decía Lourdes.

Una mujer les interceptó, se abrazó a Alberto.

- Se nos ha ido Alberto, se ha ido.

- Irene, lo siento. Yo… Y se echó a llorar, en los brazos de Irene.

Los dos lloraban, abrazados, los dos habían perdido lo que más querían en el mundo.

- Lo siento Irene, tenía que haber venido con ella, yo no sabía…

- No es tu culpa Alberto, tenía que pasar.

El resto de mañana fue un constante chorreo de ”lo sientos”, de pésames, de abrazos.

Luis ya había llegado, ya se había abrazado, ya había llorado y ya había consolado a Alberto. Los dos, Javier y Luis, se habían convertido en portavoces del equipo, en acompañamientos, en guardaespaldas.

El resto del equipo fue llegando, Alicia con su marido, que ni siquiera fue capaz de dar el pésame a Alberto, ni a ninguno de sus compañeros. Después José Alberto con su mujer Lucía, más tarde Charo y Bernardo, con Julia y Eva.

El grupo estaba fuera, en el pasillo exterior, rodeando a Alberto, Julia y Eva.

- ¿Han llegado sus padres? Preguntó Alberto.

- ¿Los de quién? Interrogó Alicia.

- De Sebas y Joaquín.

- Están dentro, ¿quieres que vayamos a verles?

- Sí.

Alberto miró a Julia y a Eva, pero ellas decidieron no entrar.

Alicia abrazó a Alberto y entraron en la sala.

Alberto se abrazó con los padres de los dos compañeros, les trató de consolar, aunque él mismo necesitaba más consuelo.

Don Julio y Salgado en un lado de la sala, se acercaron a Alicia y Alberto.

- Es una lástima, dijo Don Julio.

- Lo siento tanto añadió Salgado.

Los dos abrazaban a Alberto y le mostraban su cariño.

Alberto levantó la mirada y vio a Irene con Sanchís y se acercó.

- Lo siento Señor Sanchís, lo siento mucho.

Sanchís le abrazó y no se dijeron nada más. Irene les veía, con los ojos arrasados y se unió al abrazo.

Unas manos se posaron sobre Alberto, al girarse se topó con aquella mirada.

- Lo siento Alberto, nunca hubiera querido esto.

Era Mónica, que le hablaba.

- Gracias.

- En unos días te llamo, y quedamos y hablamos si quieres.

- No Mónica, gracias.

- Por si necesitas hablar… decía Mónica.

- Te ha dicho que no hace falta, no insistas dijo Irene con la mirada clavada en aquella chica.

- Vale, ya te llamaré añadió Mónica dándose la vuelta.

Alberto miró a Irene.

- Un día de estos hablamos le dijo Irene y le acarició la mejilla.

Pasaron el resto del día, todo el grupo juntos, todos arropándose. Por la noche, se dividieron para ir a casa de Alberto y de Alicia.

Javier, Charo y Bernardo fueron a casa de Alberto. Julia, Eva y Luis iban a ir a casa de Alicia, pero tras las protestas de Manolo, finalmente fueron con José y Lucía.

A la mañana siguiente, los tres cuerpos fueron incinerados en el cementerio de la Almudena. Fue el último adiós.

Alberto decidió no volver esa semana a la obra, se quedó en Madrid con Alicia y José.

Durante la semana, Alberto recibió la llamada de Irene.

*/Hola Alberto.

*/Hola Irene ¿Cómo estás?

*/Intentando llevarlo, muy difícil…

*/Cuanto lo siento Irene, de verdad. Yo tenía que haber venido…

*/No, Alberto, por favor, no te culpes… Necesito hablar contigo, es un poco urgente, antes de que vuelvas a la obra.

*/Como quieras, dime cuándo.

*/Quedamos mañana, en el restaurante del club a las dos,

*/Allí estaré.

*/Mañana te veo.

Alberto pensó en que querría hablar Irene con él, Pero tampoco le dio mucha importancia, decidió acudir al estudio.

Subió a la 7, al salir del ascensor, el murmullo paró, todos le miraban. Una chica joven, en la zona de los diseñadores se levantó y le dio el pésame. Él lo agradeció y siguió hasta el despacho.

Se encerró dentro, nada más cerrar la puerta se dio cuenta de que había sido mala idea, todo allí le recordaba a ella, la mesa, la sala de reuniones, la pizarra de la pared con sus anotaciones…

Se sentó y llamó a Alicia, no estaba. Llamó a José, tampoco estaba.

Sonó su teléfono.

*/¿Sí?

*/Hola soy Mónica.

*/Déjame en paz, por favor.

*/Solo quiero que hablemos Alberto, queda conmigo.

*/Mónica, no quiero saber nada de ti, déjame en paz.

*/Alberto ahora… tú y yo, podemos quedar…

*/Vete a la mierda Mónica, vete a la mierda.

Alberto colgó.

Necesitaba hablar con alguien.

Marcó a la extensión de Lourdes.

*/¿Alberto?

*/Hola Lourdes.

*/¿Qué haces aquí? Deberías estar en casa.

*/Necesito hacer algo, no puedo quedarme allí…

*/Deberías haberte quedado en casa.

*/Podemos quedar a tomar algo y hablar, necesito oír una voz amiga.

*/Dame media hora, te llamo y quedamos en el bar.

*/Gracias.

Alberto se quedó en silencio con la mirada perdida en su despacho, pensando…

Cuando Lourdes le avisó, salió hacia el bar.

- Hola, gracias. Le dijo nada más verla.

- Hola, Lourdes le dio un beso en la mejilla y se sentó.

- El lunes me voy a la obra, no puedo estar aquí sin hacer nada.

- Me parece perfecto, la vida sigue, sé que es jodido, pero es así.

- Es así, jodido pero así.

- Arriba están pensando en organizar un homenaje.

- No sé si me apetece…

- Algo sencillo ha dicho Don Julio.

- A ver que se les ocurre.

- Ya veremos.

- Mañana he quedado con Irene.

- ¿Irene?

- La madre de Merche, quiere hablar conmigo.

- Normal, ella también ha perdido…

- Ya, no sé qué querrá.

- Lo mismo que tú, hablar con alguien.

Siguieron charlando de cosas sin importancia, cuando ya se despedían, en la puerta del bar, Lourdes abrazó a Alberto.

- Si necesitas cualquier cosa, me llamas.

- Gracias.

- Da igual la hora, yo siempre estaré para ti, para lo que necesites.

- Eres un cielo, gracias.

- No lo olvides, no quiero que hagas ninguna tontería.

- Sí, mamá, lo que tú digas.

- Tonto eres, me llamas con lo que sea.

- Hasta luego cariño, gracias.

Al día siguiente Alberto se levantó sin ganas de pasar por el estudio, ordenó cosas en casa, preparó su equipaje y fue al club, a la cita con Irene.

- Buenos días Señor, ¿es usted socio?

- No, he quedado a comer con Irene… no recordaba el apellido.

- ¿Irene?...

- Sanchís, perdón, Irene Sanchís.

La señorita de la puerta cotejó los datos en un terminal y añadió:

- Tienen reserva a las dos en el restaurante, puede pasar por la cafetería y espera allí.

- Gracias, muy amable.

Alberto caminó por los jardines del club hasta llegar al restaurante, entró en la cafetería y se sentó.

- Buenos días, ¿le apetece tomar algo? Señor.

- Buenos días, póngame una cerveza, grande, gracias.

- Perfecto.

Mientras esperaba, miraba por el ventanal, había gente haciendo deporte, caminando hacia el campo de golf o simplemente paseando. Que de gente que no tiene nada que hacer pensó.

- Hola, que pronto has venido.

Miró hacia la voz y vio a Irene, de pie junto a la mesa. Estaba guapísima, como siempre, con unos vaqueros ajustados, y una camisa azul, ajustada al pecho. Llevaba unos tacones altos, del color de la camisa, una chaqueta colgando del brazo y el pelo recogido, como tantas veces le había visto a Merche.

- Sí, no tenía ganas de estar por ahí dando vueltas…

- Normal, a mí tampoco…

- Siéntate, por favor, ¿quieres algo?

- Una como esa.

- ¿Cerveza? ¿Grande?

- ¿Por qué no? Un día es un día.

Alberto hizo un gesto al camarero y pidió dos cervezas.

- ¿Cómo estás? Le preguntó a Irene.

- Triste, acostumbrándome.

- Normal, yo estoy igual, no sé si podré acostumbrarme…

- Podrás, Alberto, eres joven, tienes toda la vida por delante.

Los dos quedaron callados, luego siguieron hablando de Merche, de recuerdos que ambos tenían, A menudo se les empapaban los ojos, pero terminaban riendo con alguna anécdota.

Entraron a comer, les acompañaron a su mesa. Alberto le hizo un gesto a Irene, para que le diera su chaqueta beige, que llevaba sobre los hombros.

La señorita que les acompañó, cogió la chaqueta y se la llevó.

Una vez sentados Irene mirando a Alberto a los ojos.

- El otro día, cuando me llamó mi hermano… se le empañaron los ojos.

Alberto la miró con cariño.

- Tuve que ir al hospital a reconocer… prosiguió Irene.

- No hace falta…

- Sí, déjame seguir… el caso es que fue difícil, pero necesario, un agente me entregó una bolsa con las cosas de Merche…

- Que duro.

- Elías me llevó a casa, se quedó conmigo, no pude dormir…

- Yo tampoco.

- Estuve viendo las cosas que me dieron… había una agenda, muy bonita, de piel.

- Se la regalaron los chicos en su cumpleaños.

- Lo sé, lo imaginé, Merche hablaba conmigo todos los días…

- Os llevabais muy bien.

- Es que estábamos ella y yo, nadie más, está Elías, pero no es igual…

- Lo entiendo.

- El caso es que me puse a ver la agenda, ¿Sabes que la usaba de diario?

- ¿Diario? ¿Un diario de esos…?

- Sí, me lo leí entero, a lo mejor no debería, era su intimidad, muchas cosas ya las sabía, me las había contado…

- Pero…

- Leí lo que os pasó con Mónica.

- Joder.

- Esa niña es una sinvergüenza, una…

- Da igual, no pasó nada…

- Lo sé, Alberto, sé que no pasó nada, lo poco que pasó, se lo contaste a ella.

Alberto se puso rojo.

- Me contaba muchas cosas, que no sé si debo decírtelas…

- Irene, si ella te lo contaba…

- Me contó vuestras fantasías… cuando…

Alberto estaba colorado, imaginando que Irene podía saber que él pensaba en ella mientras…

- Sé que imaginabais que otras personas… bueno otras personas y hasta yo dijo ella apartando la mirada.

- Irene, yo. No sé qué decir.

- No te preocupes…

Otro silencio se extendió sobre ellos, Irene comía casi sin ganas, Alberto la miraba y veía a Merche.

- Sois iguales, igual de guapas…

- No quiero Alberto que creas que te cuento esto para…

- No, Irene. No pienso nada.

- No quiero que parezca que quiero… no sé, no quiero que creas que quiero ocupar su puesto.

- Por supuesto que no, no pienso eso.

- Yo soy muy mayor.

- No tanto.

- Sí, Alberto, soy mayor.

- Estás muy bien Irene.

- Alberto sé que soy muy despistada, que sin querer te he enseñado mis… intimidades.

La cara de Alberto era roja como la nariz de un payaso.

- No me daba cuenta, no creas que lo hacía por nada raro decía ella.

- No me cabe duda.

- Alberto, quiero decirte, que yo siempre te trataré como si fueras mi yerno, como si fueras mi hijo, quiero que cuando vengas de la obra, me llames, que hablemos, quiero seguir en contacto contigo…

- Gracias Irene, me encantaría.

- Eres lo que me queda de Merche, eres el que la hizo reír otra vez, el que la hacía feliz… Los ojos de Irene se llenaron de lágrimas.

- Lo haré Irene, lo haré.

Terminaron de comer, y salieron a los jardines a pasear. Irene se agarró al brazo de Alberto y él notó sus tetas contra él.

Charlaron de nimiedades, Alberto le contó que el domingo por la tarde se iría a la obra.

- Algún fin de semana, lo mismo me animo y voy a ver la obra, con Elías, me habla tanto de ella…

- Podías venir a pasar el fin de semana, estaría bien, así conoces a la gente…

- Me encantaría.

A media tarde se despidieron, ella pidió un taxi, tras rechazar la oferta de él de acércala a casa y él se marchó a su casa.

Alberto se quedó con la sensación de que había ganado una amiga, una madre…
 
Capítulo 45
El acto
Zaragoza 2019

Ya era muy tarde, muy de noche, cuando empezaron a retirarse a sus habitaciones.

Eva se despidió de ellos, quedando en ir al día siguiente.

Antes de ir a dormir, Alberto salió a fumar. Lourdes salió con él.

- ¿Quieres que duerma contigo?

Alberto la miró, no dijo nada.

- Entiendo que prefieras estar solo, pero no quiero dejarte…

- Si quieres, a mí no me importa.

Lourdes le dio un beso en la mejilla.

- Te dije una vez que siempre me tendrías… decía Lourdes.

- Lo sé.

Alberto se acabó el cigarro y los dos entraron en la casa, cerrando tras ellos.

- Voy a coger mis cosas, ahora te veo le dijo Lourdes.

- Muy bien.

Lourdes fue a su habitación, se aseó, se arregló el poco maquillaje que llevaba, metió algo de ropa en su bolsa, y salió hacia la habitación de Alberto.

Mientras, Alicia y Charo hablaban en la sala de la barra, no quedaba nadie mas.

- No lo pienses Charo es lo mejor decía Alicia.

- Lo sé, pero me había hecho una idea en mi cabeza…

- Quizás has confundido la gran amistad que os une con otra cosa.

- Puede ser… no digo que no.

- Vamos a descansar añadió Alicia.

Las dos mujeres subieron la escalera, justo en el momento en que Lourdes entraba en la habitación de Alberto.

Alicia miró a Charo, no dijo nada.

- Hasta mañana Charo.

- Hasta mañana Alicia.

Charo entró en su habitación, sin poder dejar de pensar que Lourdes estaba ocupando el lugar que ella quería tener.

Se desvistió, en bragas entró al baño, se quitó el maquillaje, se lavó los dientes y se observó en el espejo. Hoy era el día. Una lágrima cayó por su rostro.

Salió y se tumbó en la cama, cogió el móvil y mandó un WhatsApp a Bernardo.

*Hola cariño.

*Hola Princesa.

*¿Qué tal estás?

*Bien, en el hotel, ¿y tú?

*En mi habitación, en la casa.

Bernardo leyó el mensaje, pero no respondía. Ella volvió a escribir.

*Sola.

*¿Ha pasado algo cielo?

*No, solo quería decirte que te quiero.

*Yo a ti también.

*Buenas noches.

*Buenas noches.

Dejo el teléfono sobre la mesilla y apagó la luz.

Lourdes entró en la habitación, Alberto estaba con unos pantalones cortos, sin camiseta.

- ¿Quieres algo? ¿Una cerveza? ¿Una copa?

Lourdes analizó mentalmente la situación, quería estar con él, quería acompañarle, pero si surgía, quería acostarse con él, quería sentirle, igual que unas semanas atrás.

- Una copa.

Alberto se dirigió al pequeño frigorífico instalado en bajo la mesa de la habitación, mientras Lourdes entraba en el baño.

- Voy a cambiarme.

Alberto preparó dos copas, las dejó sobre la mesa del saloncito de la habitación y salió a la terraza.

Se notaba el frio de la noche, entró y se puso una camiseta, para volver a salir a la terraza y mientras miraba al horizonte, a la parte alta del palacio de la música, al fondo, se encendió un cigarrillo.

Lourdes se desvistió, sacó un camisón cortito de seda, en rosa, se lo puso y se quitó toda prenda interior que pudiera molestarla, luego se puso una bata, también rosa del mismo tejido. Se miró al espejo, el ligero maquillaje y su cabello rizado negro hacían un contraste perfecto con el conjunto. Se fijó en sus pezones, ligeramente duros, que se notaban perfectamente a través de la delgada tela el camisón.

Salió del baño, las luces estaban apagadas, solo una pequeña lamparita, en una esquina del saloncito permanecía encendida.

Alberto estaba fuera, de espaldas a ella, se dirigió hacia allí. Alberto se giró, la miró y sonrió.

- Tienes las copas ahí, dijo Alberto señalando la mesita del salón.

Ella giró hacia la mesa para coger las copas y Alberto se fijó en el culo redondito de Lourdes. Le encantaba aquel culo.

- Estás preciosa.

- Gracias.

- ¿Eso para dormir, solo?

- Yo duermo así, siempre.

- Ya.

Alberto se reía y ella le acompañaba. Fueron dando tragos cortos a las bebidas, mientras charlaban.

- ¿Qué te ha pasado con Charo?

- ¿Con Charo?

- Os vi hablando, y luego ella ha estado muy seria…

- Nada importante.

- ¿Seguro?

- Seguro cariño.

Apuraron las copas. Lourdes estaba nerviosa, quería, pero no quería forzarle. Alberto la miraba, y conociéndola, notaba su nerviosismo.

- ¿Quieres otra? ¿Y así calmas los nervios?

- No estoy nerviosa.

- Ya, ni yo deseando llevarte a la cama.

- ¿Quieres llevarme a la cama?

- Tengo sueño.

- Ah.

- Es broma, quiero follarte, quiero follarte mucho.

Lourdes se acercó a él, y aquella terraza fue testigo de una lucha de besos y caricias.

Entraron a la habitación.

Lourdes empujó a Alberto hacia la cama y se acercó a él, se quitó la bata y le quitó la camiseta.

Alberto se dejaba hacer, ella le recorrió el torso con la lengua, se recreó en las tetillas, subió a la boca.

Luego le quitó el pantalón corto, y la polla de Alberto se presentó enhiesta y firme. Gorda como siempre.

Ella la acarició mientras le miraba a los ojos, sin dejar de mirarle acercó su boca y la engulló.

La chupaba, pasaba la lengua desde abajo hasta arriba, mientras le acariciaba.

Prolongó la mamada un rato, mientras él seguía dejándose hacer. Lourdes se separó de él, se puso de pie, y se sacó el camisón. Alberto no perdía detalle, las tetas firmes de Lourdes, el coñito reluciente, apetitoso.

Alberto se colocó en la cama, y ella muy despacio, se sentó sobre él, metiéndose el rabo en el coño, despacio, sintiendo cómo la llenaba.

Cuando todo el miembro estuvo dentro, se inclinó y le besó en la boca.

- Te quiero Alberto.

- Y yo a ti.

Ella se volvía a incorporar y comenzó a cabalgar, despacio, más deprisa, mientras él le agarró las tetas y le pellizcaba los pezones.

- Umm cómo me gusta. Cómo me gusta decía Lourdes.

Después de un rato, descabalgó y se dio la vuelta, para volver a sentarse, pero dándole la espalda.

Movía el culo, saltaba, se inclinaba mientras la polla entraba y salía sin ninguna dificultad.

Después de otro rato, volvió a descabalgar. Alberto se incorporó y ella colocándose a cuatro patas, le mostró el culo.

Alberto agarró las caderas y acercó su polla, ella la cogió y la dirigió, comenzó a entrar, despacio, hasta hacer tope. Luego comenzó a follarla deprisa, fuerte, a cada golpe un sonido de encharcamiento le acompañaba.

Sudaban, estaban cansados.

Ella comenzó a aceleran la respiración y él notó que empezaban las contracciones. Aceleró los envites, incrementó la fuerza y ella, gritó tapándose la boca con el puño. Las piernas le temblaban el culo se movía sin control hacia los lados, se dejó caer, dejando el culo levantado.

- Dios, que corrida.

Él la sacó, se la meneó un par de veces y un chorro de semen caliente fue a caer sobre la espalda de Lourdes, otro al culo y el resto se le quedó en la mano.

Alberto se levantó y fue al baño, se limpió y salió a la habitación, se tumbó junto a la chica.

- Te quiero Lourdes.

Lourdes le miró, con una mirada que Alberto no supo interpretar.

Ella se levantó y fue al baño, cuando volvió, desnuda, se tumbó junto a Alberto.

- Yo también te quiero, mucho.

- Quédate conmigo Lourdes.

- Voy a dormir contigo.

- No, hoy no, siempre.

Ella le miró, sonrió, y le dijo.

- Siempre.

Se besaron.

A la mañana siguiente todos desayunaban juntos en la casa, Eva se había encargado de que no faltara de nada, incluso había mandado ir a una camarera que les servía los cafés.

Charo se acercó a Alberto.

- Tengo que hablar contigo.

- ¿Ahora?

- Por favor.

Alberto se levantó y juntos salieron al porche trasero. Alicia, sentada junto a Lourdes les miraba, igual que ella.

- ¿Qué pasa? Preguntó Alberto.

- Perdón. Lo siento, no tenía que haberte dicho lo que te dije ayer.

- No te preocupes.

- De verdad lo siento.

- Charo, cielo, no pasa nada, eres mi amiga y con eso soy feliz.

- Pero es que, tenía que haberme dado cuenta… Lourdes y tú…

- ¿Qué?

- Habéis vuelto ¿no?

- No, sí, es complicado.

- Sea lo que sea, cuenta conmigo para cualquier cosa.

- Gracias mi niña.

- Gracias a ti, eres un cielo, siempre lo has sido.

Se abrazaron, Alberto volvió a notar las tetas de Charo.

- Están bien eh?

- Imbécil.

- Ya me las enseñarás jajaja.

- Haber dicho que si anoche idiota jajajja.

Ambos riendo entraron en la casa.

Estaban todos allí, cuando llegó Eva acompañada de Miguel Salgado y Elías Sanchís.

- Buenos días, dijo Eva.

Los dos hombres dieron también los buenos días.

Alberto se acercó a ellos.

- Buenos días Elías le decía mientras le abrazaba.

Luego dirigiéndose a Miguel.

- ¿Y la charla en no sé dónde?

- ¿Me dijo Elías que había un acto, y voy a perdérmelo?

- Pero me dijiste que ibas a…

- No sabía que habían organizado esta historia. Añadió Miguel.

- Pues bienvenido, tú no habías venido nunca ¿verdad?

- Pues no, cuando se inauguró el palacio estaba en Estados Unidos estudiando…

- Qué tiempos aquellos en los que hacías cosas de provecho dijo Alberto riendo.

- Pues sí.

- ¿Queréis un café? ¿Habéis desayunado?

Ambos aceptaron el café, se sentaron a la mesa y comieron.

Alberto dirigiéndose a los que no eran del equipo de Madrid les dijo.

- Este señor es Miguel Salgado, el hijo del señor Salgado que os acordaréis de él.

- Buenos días saludó Javier añadiendo – Le conocí en Madrid hace unas semanas.

- Cierto, Javier, ¿qué tal todo?

- Aquí estamos.

Después de desayunar, mientras algunos subieron a cambiarse de ropa. Alicia le enseñó la casa a Miguel, les explicó todas las cosas que tuvieron que arreglar.

- Creo recordar que alguien me contó que de esto os encargasteis tú y Arenas.

- Eso es, el pobre Arenas, anda que no se dio palizas aquí, el que sabía era él, yo…

- No te subestimes Alicia, no lo hagas.

- En este caso debo hacerlo…

Miguel recordaba a Alicia de cuando él era un crio e iba al estudio, ella era una mujer muy guapa, según él recordaba, siempre fue muy amable con él, y él con sus hormonas de adolescente, pues llegaba a casa y se acordaba de ella en el baño.

Cuando todos se hubieron vestido elegantemente, salieron hacia el palacio de la música. Había programado un acto, iban a asistir todos los jefes del palacio, ellos como artífices de la obra y compañeros de los recordados, iba a ir gente del ayuntamiento, invitados, y algunos familiares.

Llegaron al palacio y entraron al recinto, había mucha más gente que el día anterior. Había periodistas, cámaras de televisión y mucha gente trajeada.

Les indicaron el camino hacia la sala de exposiciones, como si no supieran ir hubiera dicho Sebas. Una vez allí, entraron, el espacio blanco, con los techos altos, y aquellos ventanales superiores estaba lleno de luz.

Un cartel, enorme, mostraba, en un montaje muy bien hecho, los rostros de Sebas, Arenas y Merche, los tres sonrientes, los tres en primer plano. Las fotos eran de Javier.

Luego recorrieron la sala, había una exposición con fotos de la construcción, en todas aparecía alguno de los tres.

- Que feliz estaba decía Sanchís a Alberto.

- Era feliz, aquí fue muy feliz respondió Alberto.

Siguieron el recorrido, en corrillos pequeños, Javier de la mano de Alicia.

- Ella también está feliz le dijo Sanchís a Alberto señalando a Alicia con la cabeza.

- Ahora sí, lo ha pasado muy mal en su vida, ella también fue feliz aquí y encontró a Javier.

- Me alegro tanto por ella decía Elías.

- ¿Y tú cómo estás? Ahora digo preguntó Elías.

- Bien, no sé, intentando encontrar mi sitio.

- ¿Aun no lo has encontrado? Preguntó Elías.

- No lo sé, Elías. He pasado mucho tiempo…

- Sin superarlo, y mira que te he dicho veces que tenías que dejar de pensar en ella.

- ¿Cómo se hace eso? Alguien que te ha dado todo, en un año sentí más que en toda mi vida.

- Pero se fue, Alberto, la vida sigue.

- Ya. En eso estoy…

- El otro día Lucía fue muy contenta a tu casa, pero volvió apagada. No me quiso contar nada.

- Pues eso, mi vida es muy difícil.

- A ver, que yo no te juzgo, y mal no lo debisteis pasar, volvió al día siguiente y soy viejo pero no gilipollas…

- Ja, ja, ja, viejo y pellejo.

- Ja, ja, ja, ains mi Lucía, esa chica se merece algo más, que estar cuidando de un viejo.

- Pero yo no se lo puedo dar.

- Pero por lo menos el buen rato lo pasasteis ¿eh?

- No te voy a contar mis intimidades.

- Ella tampoco, me imaginaré que os fue bien, pero luego le dijiste que no querías saber más de ella…

- No es eso Elías, lo sabes.

- Vale, no insisto más.

- Mejor.

- ¿Tiene buenas tetas? A mí me parece que sí.

- Viejo verde.

- Ja, ja, ja, estaba bromeando.

Los dos siguieron recorriendo aquella sala, viendo fotos, imágenes del palacio en obra…

Javier y Alicia paseaban de la mano, Charo se acercó a ellos.

- ¿Sabéis que os digo?

- Conociéndote cualquier burrada dijo Alicia.

- Hemos estado aquí un montón de tiempo, y es la primera vez que os veo de la mano… dentro del recinto digo. En la calle os he visto jajaja.

- Que tonta ¿no? Dijo Javier.

- ¿A que sí? ¿Pero me quieres igual verdad socio?

- Claro que sí. Le dijo Javier mientras la cogía de la mano, con la que le quedaba libre.

Miguel Salgado paseaba, con las manos a la espalda, mirando las fotos, observando a aquella gente, escuchando algunas frases que decían. Era el grupo perfecto, su padre se lo dijo mil veces, pero él no prestaba atención, para él solo había datos de ventas, informes, estadísticas…

Los demás iban paseando, cada uno con sus recuerdos.

José y Lourdes paseaban mirando fotos, hasta que llegaron a una en el interior del palacio.

- Mira aquí salimos nosotros le dijo Lourdes a José.

- Anda, que jóvenes éramos.

- Habla por ti, yo sigo joven jajaja respondió Lourdes.

- Me acuerdo de aquel fin de semana.

- Y yo, cuando me diste lecciones de historia y arquitectura a partes iguales.

- ¿Pero aprendiste?

- Mucho, mucho decía Lourdes riendo.

Salgado, se acercó a ellos.

- También está mi padre, él no era mucho de fotos.

- Aquel fin de semana estaba contento dijo Lourdes.

- Estoy viendo todo lo que él me contaba, de esta obra, debió ser muy especial.

- Lo fue Señor, lo fue.

- Lourdes por favor, trátame de tú.

- Como quieras.

Eva se quedó rezagada, como queriendo esconderse. Luis se retrasó un poco.

- ¿Estás bien?

- Sí, estoy pensando… que es la primera vez que entro. Siempre que he venido he estado en los jardines, pero nunca había entrado…

- Yo tampoco.

- Eres tonto ¿no?

- No, lo digo en serio, en la inauguración, no entré, estábamos solucionando una historia, en las cabinas de control de la entrada.

- ¿Y no entraste?

- No, antes de abrir, claro, muchas veces, pero inaugurado, es la primera vez.

- Qué curioso.

- Y Julia tampoco, seguramente, se fue antes de acabar y no creo que haya querido volver… por cierto ¿Dónde está Julia?

- Creo que ha ido a por el niño.

- ¿A por el niño? ¿Julia tiene un hijo?

- Luis por favor…

- En serio.

- Joder Luis, ¿dónde has vivido?

- Nadie me lo ha dicho nunca… ¿y es de...?

- Claro.

- Madre mía, tengo que ser más cotilla, apuntado está, ser más cotilla.

- Ja, ja, ja.

- Tú no tienes un hijo ¿verdad?

- No, yo no tengo hijos, novios, nada. Tengo un trabajo.

- Perdona... no quería…

- No te preocupes.

Eva se acercó a Luis y agarrándole del brazo siguieron andando.

Después de un rato, salieron de la sala, mientras preparaban un escenario bajito y un atril.

Fuera Alberto vio a los padres de Sebas, estaban con la madre de Arenas.

Se acercó, estaban mayores, el paso de los años dejaba más muescas en unos que en otros.

- Buenos días.

- Buenos días dijo la madre de Sebas, ¿te acuerdas de Alberto? Le dijo a su marido.

- Claro que me acuerdo, no estoy tan viejo.

Le estrechó la mano y le dio dos besos a la mujer. Luego dirigiéndose a la madre de Arenas.

- Señora. Buenos días, está usted igual.

- ¿Quieres decir que hace años ya era vieja? Respondió ella riéndose.

- No por dios, quiero decir que siempre está usted joven.

- Que halagador, ¿Cómo estás hijo?

- Muy bien, triste con tanto recuerdo… pero es lo que hay.

- Normal, es muy duro recordarles, pero es mejor que sea así, porque la gente se acuerde de ellos dijo la madre de Sebas.

- Yo opino igual dijo la de Arenas.

Alicia, les veía desde lejos y sonreía, cuando vio a Julia entrar, traía a un niño a su lado, de unos catorce años, alto y moreno.

- Es su hijo dijo Javier.

- ¿Le conoces?

- No, pero Charo hablaba con ella, y me lo contó.

Charo se acercó a ella, la besó, y saludó al chico, algo tímido.

Se acercaron a Alicia y Javier.

- ¿Qué vas a hacer? Preguntó Javier.

- No sé, creo que debería presentarme.

- Mira, Alberto está con ellos.

- Buff, que nerviosa estoy decía Julia.

Eva se acercó a ellos también, con Luis.

- Imagino que son los padres de Sebas y Joaquín.

- Sí, dijo Alicia, los de la izquierda son los padres de Sebas, la señora de la derecha la madre de Joaquín.

- ¿Y yo debería decirle algo a esta gente? Preguntó Eva.

- Eso depende de ti le respondió Alicia para añadir dirigiéndose a Julia.

- ¿Te la presento?

Julia cogió aire, lo soltó y respondió.

- Sí, por favor.

Julia, demostrando que, tras la fachada de mujer dura, se escondía un ser blandito, se acercó con su hijo a su lado, siguiendo a Alicia.

Alicia se acercó al grupo, Alberto en ese momento les comentaba cómo iba a ser el acto, lo que a él le habían contado.

- Buenos días, saludó Alicia.

Eva se acercó también sigilosa, como queriendo que no la vieran.

- Buenos días respondió el padre, mientras la madre hacía un gesto con la cabeza y se acercaba a Alicia.

- Hola Alicia, cuánto tiempo hacía.

- Mucho, demasiado. Les voy a presentar, si no les importa. Ellas estuvieron en la obra con nosotros. Esta es Julia.

La madre de Arenas, abrió los ojos, y temblando se acercó a Julia.

- ¿Tú eres Julia? ¿Su Julia? Le dijo mientras sus ojos se empapaban de lágrimas.

- Sí, señora.

- No sabes cuántas veces me habló Joaquín de ti.

- Siento no haber…

- No hija, no.

Julia temblaba, era un manojo de nervios, acercó a su hijo a aquella señora.

- Este es mi hijo, Joaquín.

La señora se echó a llorar, mientras miraba a aquel muchacho, con pecas sobre la nariz, y el pelo oscuro.

- ¿Es. Es? ¿Es de mi Joaquín?

- Sí, señora. Es hijo de él.

La señora lloraba y temblaba, miraba al muchacho sin atreverse a tocarle, le veía y veía a su hijo.

- Esta es tu abuela, le dijo Julia al muchacho.

- ¿Es la madre de mi padre? Preguntó él.

- Sí hijo, soy tu abuela, ¿puedo darte un beso?

- Claro.

La señora abrazó al chico, le besó en la mejilla, le volvió a abrazar.

Alicia observaba la escena, enternecida y dirigiéndose a los padres de Sebas les dijo.

- Ella es Eva, no trabajaba exactamente con nosotros, es la dueña del hotel y del restaurante, entonces la hija del dueño.

Eva se acercó y saludó.

- Buenos días.

- O sea ¿que tú eres la chica que le hizo sentar la cabeza a Sebastián? Dijo la madre.

- Creo que sí.

- No sabíamos tu nombre, pero sabíamos que existías.

- Es un placer conocerles.

La mujer se acercó a ella y la abrazó. No fue tan efusivo como la madre de Arenas, pero se notaba el cariño.

El padre de Sebas la miró, de arriba abajo.

- Te debemos mucho Eva, desde que empezó contigo, se volvió más familiar, hablaba más con nosotros. Ya no teníamos que estar llamándole para ver cómo iba, gracias, gracias Eva.

Y se acercó a besar a Eva.

Una mujer de mediana edad, se acercó al grupo, iba acompañada de un hombre, se dirigió a la madre de Arenas.

- Mamá. ¿Qué pasa?

- Mira hija, ella es Julia, y este muchacho es tu sobrino, Joaquín.

- ¿Eres Julia? ¿Por qué no has llamado nunca? ¿Por qué no has venido a que conociéramos a su hijo?

- No, yo no…

- ¿Por qué ahora?

La chica hablaba con cierto aire de desprecio, como si Julia hubiera cometido algún error gravísimo.

- Lo siento, pensé que no querrían… no sabía.

- Mi madre lo pasó fatal, su hijo había muerto…

Julia temblaba, está mostrando su fragilidad, no le gusta quedar expuesta, pero aquella situación la superaba… y aquella mujer, la estaba regañando, estaba juzgando sus actos…

- Yo también lo pasé mal, mi novio murió, y yo estaba embarazada… pensé en dejarlo todo, en huir. Pero mi hijo no tenía culpa de nada… al final no lo dejé todo, pero sí hui. Respondió Julia, con la cara sería, la mirada fija en los ojos de aquella mujer.

- Lo siento, no tenía que haber hablado así.

- No pasa nada, Julia tenía la vista empañada. La mujer la abrazó.

- No pierdas el contacto por favor, déjala que disfrute de su nieto.

- Lo intentaré.

- Soy Elena, la hermana de Joaquín. Y él es Carlos mi marido.

Carlos se acercó con prudencia y saludó.

Alicia se había retirado, con Javier, Alberto y Charo. Miraban desde una distancia prudencial.

En ese momento toda la gente que había por los jardines empezó a alterarse, a acelerar el paso.

- ¿Qué pasa? Dijo Alicia.

- Ha llegado el alcalde respondió Javier señalando hacia la entrada del recinto.

Una voz por megafonía anunció que podían entrar a la sala de exposiciones.

El grupo avanzó, con Julia del brazo de su suegra y ésta a su vez abrazando al pequeño.

Eva caminando junto a los padres de Sebas.

- Discúlpenme, tengo que ir…

- Gracias Eva, nos han dicho que esto lo has organizado tú.

- No todo. Es lo menos que debía hacer.

Eva se adelantó al grupo y tras hablar con el hombre trajeado de la entrada, se metió a la sala de exposiciones.

Una vez dentro todos los espectadores, las luces de la sala se atenuaron, una voz en off comenzó a relatar.

- Buenos días, señoras y señores, el palacio de la música y las artes de Zaragoza, se enorgullece de poder dar un merecido homenaje a tres personas que participaron en la construcción de este complejo, tres personas que hicieron posible el sueño de la ciudad de Zaragoza. Desgraciadamente, un día como hoy, de hace quince años, en mitad del proceso de creación del complejo, sufrieron un fatal accidente cuando volvían a sus casas, con sus familias, perdiendo la vida. Desde aquí, todo nuestro reconocimiento y agradecimiento a ellos, y todo nuestro cariño y afecto a sus familiares y amigos. Mercedes prieto, Sebastián Díaz y Joaquín Arenas, siempre estarán en nuestro recuerdo…”

Comenzó a sonar una música, en una pantalla se proyectaba una película con imágenes del complejo acabado y de la construcción del mismo, se iban intercalando imágenes de los tres, ya fuera en la obra, como en algún acontecimiento en el restaurante o la casa.

Los padres de Sebas, miraban las imágenes con los ojos encharcados, al igual que la madre de Arenas, que no se apartaba de su nieto.

El resto del grupo permaneció en un discreto segundo plano.

Cuando la proyección acabó un hombre trajeado subió al atril y dio datos de los tres homenajeados, citando sus estudios, sus trabajos realizados…

Después llamó al escenario improvisado, aquella tarima de 30 centímetros de alto a los representantes del equipo de trabajo.

- Es por esto que nos gustaría contar con la presencia en este acto de: Alberto Lorenzo y Elías Sanchís.

Los dos hombres se miraron y subieron el escalón que les llevaba a ese improvisado escenario.

- Buenos días dijo Alberto.

- Buenos días, añadió Sanchís.

El presentador se dirigió a ellos.

- Me consta, a todos nos consta, que para ustedes fue una horrible perdida, ¿podrían hablarnos de ellos?

Alberto le miró, y puso cara de circunstancias, después miró a Sanchís.

- Ya está todo dicho, no puedo añadir más.

- Pero es evidente que a ustedes les afectó…

Alberto, miró al presentador del evento y le fulminó con la mirada, Sanchís, discretamente le agarró de la manga de la chaqueta.

- Quería decir, que es posible que no sepamos todo, sobre la pérdida…

Alberto volvió a mirarle.

- ¿Qué quieres saber? ¿si nos dolió? Mucho. ¿Si les echamos de menos? Mucho. ¿Qué más quieres saber?

- En fin, eso… queríamos saber…

- Buenos días, gracias por este acto dijo Alberto y bajó del escenario.

Sanchís le miró, y le siguió. El grupo comenzó a aplaudir y el resto de la gente siguió el ejemplo.

El presentador se quedó un instante callado, pero prosiguió con la charla.

- También contamos con la presencia de…

Alberto se acercó al señor trajeado que parecía dirigir el acto.

- ¿También vais a hurgar en las heridas de la familia?

- No, esto es un acto para recordar.

- Dejaos de polladas, poned unas flores y vámonos a casa, parecéis carroñeros con la televisión ahí delante, ¿a eso ha venido el alcalde? ¿A la puta foto?

El hombre no supo responder, mientras el presentador intentaba dar paso a la familia de los homenajeados.

Los padres de Sebas y la madre de Arenas miraron a Alberto, luego a Alicia. Alicia les hizo un gesto como diciendo que no hacía falta.

No subieron al escenario y el presentador tuvo que improvisar.

- No podemos contar con la familia… vamos a dar paso al señor alcalde de Zaragoza que se ha querido unir a este acto de recuerdo y homenaje…

El alcalde subió al escenario y comenzó un discurso al más puro estilo político.

Alberto, ya junto al grupo le decía a Javier.

- Esto es una puta vergüenza.

- Son políticos.

- Para esto, mejor nos habíamos quedado en casa lamiéndonos las heridas, putos buitres.

Alberto se dirigió, visiblemente enfadado a la salida, cuando iba a abrir la puerta, un empleado de seguridad del alcalde, le indicó que ahora no se podía salir.

- ¿Cómo que no? Abre la puerta.

- Señor, por seguridad, no podemos permitir…

- Que abras la puta puerta dijo Alberto levantando la voz.

El resto de grupo estaba ya de pie, detrás de él.

El empleado miró hacia el escenario, el alcalde seguía hablando.

- ¿Quieres abrir de una puta vez? Volvió a insistir Alberto.

- Señor, mientras el alcalde…

Alberto se giró, y dirigiéndose al Alcalde.

- Señor alcalde, le está quedando muy bien el discurso, le prometo que le votaremos, ¿puede decirle al señor este que abra la puerta?

El alcalde le miró:

- Sería interesante que por respeto a la gente, permanecieran en esta sala.

- ¿A qué gente? ¿A sus amigos de la alcaldía? ¿A los periodistas que le siguen en campaña? ¿A quién? Porque creo recordar que esto es un homenaje a mis amigos, creo recordar que esto es un recuerdo a mi gente. ¿A quién quiere que respete?

- Las personas que están en este salón…

- Esas personas, no saben ni que ocurrió, ni de quienes hablan, de hecho, estoy seguro que usted tampoco lo sabe.

- Esto es un acto institucional…

- Muy bien, pues siga con su acto, nosotros nos vamos.

El alcalde hizo un gesto y el empleado abrió la puerta.

Fueron saliendo todos, la familia de Sebas y Arenas también. La última en salir, cerrando la comitiva fue Lourdes.

- Yo también me habría ido le dijo el de seguridad a Lourdes.

Ella le miró.

- Pues vete.
 
Dentro de que estamos en un momento triste con la muerte de 3 personas muy queridas por el grupo, me alegro de que Alberto le haya dicho por fin a Lourdes que quiere tenerla junto a él para siempre. Ahora solo queda que Lourdes de el paso.
 
Capítulo 46
Un nuevo comienzo
Zaragoza 2004

Aquel domingo, Alberto volvió a la obra, no llamó a nadie, no contó con Alicia por si quería ir con él, no avisó a Javier… simplemente se montó en su coche y viajó a Zaragoza.

Estaba oscureciendo cuando aparcó en la casa, vio el coche de Luis y el de Javier y otro que no identificó.

Entró y subió a su habitación, al entrar un vacío le llenó el estómago, en toda la habitación había recuerdos de ella, incluso su olor impregnaba la habitación.

Dejó su bolsa, abrió el ventanal y salió de la habitación. Bajó a la sala de la barra, allí Javier y Luis hablaban entre ellos, fuera en el porche vio a una mujer sentada, se acordó de ella, era Ruth.

- Hola dijo Alberto

Los dos hombres se levantaron.

- Qué tal? Dijo Javier,

- Bien.

- ¿Estás bien de verdad? Preguntó Luis.

- Sí, todo bien. ¿Queréis una cerveza?

Luis y Javier se miraron, le notaban distante.

- Venga dijo Javier.

Alberto cogió tres cervezas y les acercó las suyas.

- ¿Cómo va todo? ¿Algún problema?

- No, todo bien. Dijo Javier.

- Perfecto. Respondió Alberto y salió al porche.

Ruth levantó la vista del portátil, le vio, dejó el ordenador a un lado y se acercó a él.

- Lo siento, lo siento mucho le dijo.

- Gracias.

- Si necesitas algo…

- Gracias, ¿Ruth? ¿Verdad?

- Sí.

- Pues no necesito nada, gracias Ruth.

Ella se volvió a su sitio, abrió el portátil y siguió a lo suyo. Alberto se sentó en el escalón, con la cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra.

Los dos amigos salieron al porche.

- Alberto, ¿de verdad, te encuentras bien? Podías haber esperado un poco…

- Estoy bien Javier, allí no hacía nada.

- Vale…

- Voy al restaurante a comprar tabaco.

- Vamos contigo añadió Luis.

- No hace falta, pero si queréis…

- Queremos dijo Javier.

- Pues vale. Dijo Alberto.

- Ruth vamos al restaurante. ¿Vienes?

- Si no os molesto…

- No molestas dijo Luis.

Los tres hombres acompañados de Ruth salieron de la casa en dirección al restaurante, Alberto iba callado, ensimismado en sus pensamientos, Javier y Luis se miraban sin saber qué hacer. Ruth por su parte los observaba, no tenía confianza como para meterse en sus cosas y dar su opinión, aunque ella pensara que lo mejor era darle espacio, dejarle respirar, que rumiara su soledad.

En el restaurante Laura atendía las mesas, al verles se acercó y le dio dos besos a Alberto, no le dijo nada, solo le besó.

- Gracias Laura.

- ¿Queréis unas cervezas? Preguntó Laura.

- Sí, guapa, nos ponemos allí fuera dijo Luis.

- Donde queráis.

Se sentaron y Javier empezó a hablar de la obra, es lo único que se le ocurrió para distraer a Alberto.

Alberto le escuchaba, pero no le hacía mucho caso.

- ¿Has empezado la selección? le dijo mirando a Ruth.

- Sí, una preselección. Tenemos tiempo.

- ¿Viene mucha gente?

- De momento no muchos, pero en un par de semanas…

- ¿Dónde la habéis colocado? Preguntó Alberto mirando a Javier.

- En una caseta…

- Cuando tenga mucha gente no va a tener sitio, sería mejor que usara la sala de exposiciones, está acabada, hasta que rematemos, podemos colocar unas mesas…

- Eso sería fabuloso dijo Javier.

- Por mí no os molestéis, me adapto.

- No es por ti, es por la obra, mejor cuanto más lejos de la maquinaria, cuanta menos gente atraviese la obra.

- Vaya, gracias dijo Ruth riendo.

- Perdona, no quería parecer borde.

- No, no te preocupes parecer, parecer no los has parecido, yo diría que los has sido y volvió a reír.

Alberto la miró y sonrió, por primera vez desde que había llegado, sonrió.

Por la mañana, Javier mandó a algunos obreros a limpiar la sala de exposiciones. Llevaron mesas, material de oficina… Ruth fue colocando las cosas en aquella estancia.

Alberto, con otros operarios, mandó abrir un hueco en la verja del lateral del recinto y con vallas de obra delimitaron un camino hasta la puerta de la sala de exposiciones.

A medio día todo estaba ubicado en la nueva disposición.

- Vamos a comer anunció Javier a Alberto.

- Ahora voy.

Javier y Luis se marcharon, evidentemente preocupados por Alberto, parecía distinto, menos sociable.

- ¿Se puede? dijo Ruth asomándose a la caseta de Alberto.

- Pasa.

- Gracias.

- ¿Por?

- Por el espacio que has habilitado, ahora es más fácil trabajar.

- No te preocupes, en el fondo he pensado más en la obra que en ti.

- Algo habrás pensado en mí ¿no? Dijo ella tratando de hacerle sonreír.

Alberto la miró y le respondió.

- Pero poco, ya sabes que soy un borde y sonrió.

- ¿Tú no comes? Preguntó Ruth.

- Estoy con unas cosas…

- ¿Que no pueden esperar a dentro de un rato?

Alberto levantó la cabeza de la mesa, la miró.

- Venga vamos.

Los dos salieron del recinto, por el camino Ruth le preguntaba sobre la obra, sobre cosas que no entendía, en ningún momento le nombró a Merche, ni a los chicos.

Alberto iba explicándole cosas, y se iba animando, ya en la puerta del restaurante.

- ¿Entonces, subís el material con la grúa, pero el obrero tiene que subir por una escalera?

- Es que el material no sabe usar la escalera decía él.

- Pero podíais subir a los tíos con la grúa, encima de los pallets decía Ruth riendo.

- Estaría bien, sí, si se caen pues decimos que eran material, que traigan más respondía Alberto.

- A ver en serio, ¿por qué el material sube con maquinaria, pero las personas no?

- Algunas veces sí suben con maquinaria, hay elevadoras, grúas, que suben a personas a la cubierta, pero es para casos concretos.

- Pues yo lo haría de otra manera… decía ella.

- Por eso tú no diriges la obra decía Alberto riendo.

Cuando entraron a la sala de comer, Javier y Luis le vieron reír y sonrieron entre ellos.

- Vaya, Alberto vuelve a reír dijo Javier.

- Esta mujer es una cachonda dijo Alberto.

- No, tengo curiosidades decía ella.

Pasaron la comida entre risas, con Ruth haciendo preguntas que a los oídos de los tres eran auténticas chorradas.

Ya en los postres ella dijo.

- Que sepáis, que no soy tan idiota, solo he preguntado para animar a Alberto.

- Desde luego, animarme no lo sé, pero reír me has hecho.

- Pues objetivo cumplido, ahora para celebrarlo quiero tomar cerveza en la terraza del hotel, que me dijisteis que lo hacíais, y yo aún no lo he visto.

Los tres se miraron y Luis dijo.

- Pues habrá que ir.

Alberto había cambiado el semblante, aunque a veces se quedaba callado con la mirada perdida.

- Por cierto ¿Dónde está Charo? Preguntó Alberto.

- Está en Vigo, dijo que volvería la semana que viene, ha dejado a un encargado y bueno…

- ¿Sólo estáis vosotros?

- Y yo dijo Ruth.

- Bueno y tú añadió Alberto.

- Sí, Alicia tampoco ha venido, ha decidido quedarse en Madrid decía Javier.

- Tenía que haberla llamado. Apuntó Alberto.

- Hablé con ella el viernes, y estaba muy decaída comentó Javier.

- Bueno hay que dejar pasar el tiempo dijo Luis.

Por la tarde, Alberto fue a la obra y estuvo trabajando en las cosas que tenía pendientes, cerca de las siete, Ruth entró en la caseta.

- Vengo a rescatarte.

- ¿A rescatarme?

- Me habéis prometido cervezas en el hotel.

- ¿Y estos dos?

- Se han ido para allá, querían ver a Eva.

- Joder, Eva, me he olvidado de ella, y de Julia. ¿Conoces a Julia?

- Me han hablado de ella, pero tampoco la he visto.

- Vamos, a ver qué tal está.

Se fueron para el hotel, Ruth había conseguido que el carácter agrio que traía Alberto cambiara.

En la terraza Javier y Luis sentados les esperaban, al verlos llegar, pidieron una ronda para los cuatro.

- ¿Habéis visto a Eva?

- No está respondió Javier.

- ¿Y tenemos su teléfono?

- Y tú. Dijo Javier.

- ¿Yo? Yo creo que no.

- Merche te lo apuntó en la agenda cabezón. Decía Javier.

- ¿Ah sí?

- Tienes los teléfonos de todos en la agenda del teléfono, macho eres la ostia decía Javier.

Alberto miró su teléfono, efectivamente, allí estaban los teléfonos de todos.

- ¿La llamo?

- Dejadla tiempo dijo Ruth.

- Deberíamos ¿verdad? Añadió Luis.

- Es mejor no forzar… decía la chica.

Pasaron la tarde entre cervezas, luego cenaron y se fueron a dormir.

Pasaron los días, con sus rutinas, sus trabajos… Ruth animaba a Alberto con sus comentarios, y por las tardes bebían juntos, unas veces con Javier y Luis y otras los dos solos.

Llegó el fin de semana, lo pasaron los cuatro en la casa, cada uno con sus tareas…

El domingo por la tarde, llegó Charo.

- Hola chicos.

- Charo guapa, Javier se levantó y le dio dos besos.

Luis hizo lo mismo y Alberto la abrazó y la besó en la mejilla.

- ¿Conoces a Ruth?

- No, hola soy Charo.

Las chicas se besaron y Charo preguntó por su trabajo, cómo le estaba yendo…

Al rato entró Alicia, y se repitieron los saludos y las presentaciones. Luego Alicia subió a dejar sus cosas y Javier subió con ella.

Al día siguiente, ya en la obra, apareció Julia, con muy mala cara, unas ojeras tremendas. Entró en la caseta de Alberto.

- Hola Alberto ¿Cómo estás?

Alberto se levantó rodeó la mesa y la abrazó.

- ¿Qué tal estás Julia?

- Mal, no duermo, no como, no hago nada.

- Joder, tienes que animarte.

- No puedo.

Alberto la abrazó más fuerte aun.

- Inténtalo por favor.

- He venido a saludar y a despedirme.

- ¿A despedirte?

- Sí, he hablado con mi empresa, la doctora me ha dado la baja, pero prefiero dejarlo un tiempo…

- Si crees que es lo mejor.

- Os voy a echar de menos, pero es lo mejor, no puedo… Julia se echó a llorar y Alberto trató de consolarla.

En ese momento entraba Charo y al verles preguntó.

- ¿Qué pasa?

- Julia va a dejarlo, un tiempo. Respondió Alberto.

- Ven aquí mi niña dijo Charo y la abrazó ahora ella.

- Vamos a dar una vuelta añadió Charo.

Las dos salieron de la caseta de Alberto, caminaron por la obra, Julia le explicó que estaba embarazada, que no quería perderlo, que había pensado abortar, pero que al final era mejor seguir, le quería recordar, pero la obra se le hacía muy cuesta arriba.

Charo la consoló, y la apoyó. Alicia las vio y se unió a ellas.

- Se va de la obra, prefiere alejarse.

- Me parece muy bien, lo mejor es poner distancia si algo te hace mal. Dijo Alicia.

- Os voy a echar mucho de menos, pero de verdad no puedo decía Julia.

Las tres mujeres se abrazaron. En la comida, Julia se despidió del resto, comió con ellos y tanto Charo como Alicia la acompañaron a la casa a recoger sus cosas.

En la puerta, con el maletero lleno, Julia se abrazó a ellas.

- Estamos en contacto les dijo Julia.

- No te olvides de nosotras dijo Charo.

Julia se metió en el coche y la vieron alejarse, no sabían que pasarían tantos años hasta volver a verse.

Las semanas fueron pasando, Lourdes llamaba casi a diario, unas veces a Alberto y otras a Alicia. Ruth y Alberto fueron estrechando su amistad, compartían cervezas todas las tardes, apartados del grupo, charlando de cosas que no tenían nada que ver con la obra.

Javier y Alicia mantenían su relación, pero Javier cada vez la notaba más distante.

Luis siguió con su trabajo, esforzándose en no perder las ganas de seguir adelante y Charo continuó siendo el alma de la casa, la alegría de las reuniones.

Todos echaban de menos a los amigos que habían quedado atrás, a Julia, incluso a Eva, a la que cada vez veían menos.

Cada dos semanas Alberto volvía a Madrid, la mayoría de las veces Ruth y Alicia hacían el viaje con él.

A mediados de Julio, a la vuelta de un fin de semana en Madrid, Alicia en el coche, anunció a Alberto que era su última semana en la obra, que se volvía a Madrid y José la sustituiría en la obra. Ya estaba recuperado, y era lo lógico.

- Pero ¿y Javier?

- Eso no tiene futuro decía Alcia.

- Le vas a dejar hecho polvo.

- Lo siento, tengo una familia, he sido muy egoísta…

Ruth les oía sin decir nada.

Cuando llegaron a la casa, después de dejar sus cosas, Alicia, con toda la tranquilidad que pudo, les reunió en el porche trasero.

- Esta semana es la última que voy a estar en la obra, El lunes viene José.

- ¿Cómo dices? Dijo Javier.

- Me vuelvo a Madrid.

- ¿Pero?

Los demás escuchaban, pero no decían nada.

Después de aquella exposición, por la noche. Charo y Alicia.

- ¿Estás segura? Dijo Charo.

- Le he dado muchas vueltas.

- ¿Pero qué pasa con Javier?

- Me lo he pasado muy bien con él, he rejuvenecido, pero ¿qué futuro tenemos?

- Javier te quiere, te quiere mucho.

- Y yo a él, pero tengo una familia en Madrid, tengo que volver…

- Alicia, lo que tú decidas, bien decidido está, sabes que te quiero mucho…

- Y yo a ti princesa.

Se abrazaron, y cada una fue a su cuarto.

- No lo entiendo cariño decía Javier.

- Porque no me quieres entender.

- Pero estamos tan bien, te quiero.

- Cariño tengo que volver con mi familia.

- Yo te quiero Alicia.

- Javier, me has dado vida, me has hecho creer que podía volver a ser feliz…

- Puedes seguir siéndolo.

- Lo nuestro no tiene un futuro lógico cariño, no lo tiene.

Javier dejó caer alguna lágrima que corría por sus mejillas.

- Por favor Alicia…

La semana pasó más triste de lo habitual, entre el calor, las prisas y la marcha de Alicia…

El viernes, Alicia les invitó a comer, se despidió de sus amigos.

- Alicia piénsatelo por favor decía Javier con los ojos arrasados.

- No puedo, mi vida está allí.

A media tarde, Alberto volvía a Madrid, esta vez acompañando a Alcia. No estaba en sus planes, pero no quería decir que no.

Javier se quedó destrozado, no había podido convencerla. Aquella noche Luis y Ruth se fueron de copas con Javier, recorrieron todos los bares que pudieron y a unas horas intempestivas fueron a dormir a casa de Javier.

Los tres estaban bebidos, muy borrachos, pero ninguno intentó nada con Ruth ni ella con ellos.

Fue la única vez que salieron a beber.

El lunes Alberto volvió a la obra, con José Alberto. Y así siguieron pasando semanas, meses, la obra se acercaba al fin.

Javier se fue distanciando, ya no iba a la casa tan a menudo, pasaba las tardes en su casa, solo.

Luis iba por las tardes al restaurante, se sentaba fuera, aunque hiciera frío, se tomaba unas cervezas y volvía a la casa. Poco a poco fue haciendo amistad con Laura, era la única persona con la que hablaba fuera de la obra.

Charo, al principio intentaba animar a la gente, proponía actividades, retos, pero nadie la seguía y fue apartándose del resto.

Ya solo coincidían para comer o cenar, en la obra cada uno iba a lo suyo, se reunían cuando era necesario…

José, sustituyó a Alicia, se encargó de toda la logística, pero a las tres o cuatro semanas, Alberto le dijo que no era necesario que siguiera en obra, podían hacer su trabajo desde la oficina en Madrid. José volvió y ya no se incorporó más a la obra.

Madrid 2004

A principios de diciembre, Alberto volvió a Madrid, llamó a Irene como siempre que volvía a Madrid, quedó con ella como todos los fines de semana que volvía.

- /Vamos a cenar a algún sitio, me apetece le decía Irene.

- /Vale, dime dónde y quedamos allí.

- /Al restaurante portimao, ¿te parece?

- /Hecho, ¿te recojo, o quedamos allí?

- /Me recoges, a las 8 vienes a por mí.

- /Muy bien.

A las ocho en punto paró en la puerta de Irene, recordó cuando las esperaba a las dos, y salían cada cual más guapa, vio salir a Irene, perfecta como siempre, no se le notaban sus 55 años para nada, llevaba una falda ajustada, le llegaba casi a los tobillos, tenía una raja que se abría al andar, lo que le permitía moverse, sobre la parte de arriba un abrigo de color crema.

Alberto le abrió la puerta, y la ayudó a quitarse el abrigo, llevaba una camisa blanca, ajustada a su pecho, le veía el canalillo, como antes y se le encendió el mecanismo inferior.

Alberto se situó en su lado y arrancó el coche, le veía la pierna a Irene, ella se dio cuenta y trató de tapar la pierna.

- Es sin querer Alberto.

- No me molesta.

- Pero podía ser tu madre, no está bien.

- Pero no eres mi madre, y estás muy bien, como siempre seré la envidia del restaurante.

Llegaron al lugar, el aparcacoches se llevó el vehículo y los dos entraron.

Una vez en su mesa se dispusieron a cenar. Estaban riendo, felices, compartiendo momentos de ambos. Alberto le contaba cosas de la obra y ella le hablaba de las cosas que hacía por Madrid.

- Buenas noches.

Una voz conocida les saludó.

Alberto giró la cabeza y vio a Mónica Salgado, otra vez.

- Buenas noches.

Irene también saludó.

- Buenas noches.

- ¿Qué tal estáis? Ya veo que bien dijo la niña.

Alberto la examinó, llevaba un vestido muy ajustado, muy corto, con las tetas apretadas contra la tela y marcando un culo espectacular. Todo rematado con unos tacones de infarto.

- Cenando dijo Alberto.

- Pues muy bien, yo he venido con unas amigas y señaló hacia una mesa en la que había tres chicas de sus mismas trazas.

- Pues que te aproveche dijo Irene.

- ¿Y vosotros qué? ¿Ahora sois pareja? Como ya no está…

Alberto se puso de pie y apretó el puño.

- Déjalo Alberto, no merece la pena dijo Irene.

- ¿Entonces? Repitió la niña.

- Pues mira niña, yo necesito alegría en mi cuerpo, y él me la da. Salimos a cenar, me exhibe y luego volvemos a casa y se tira toda la noche dándome caña… es la ostia, no veas que bueno es.

Mónica, asimiló lo que oía, lo compuso en su cabeza.

- Vamos, que te follabas a la hija y ahora a la madre… mira podías haber escogido calidad, en vez de cantidad.

- Mónica, vete a la mierda dijo Irene.

Alberto que se había sentado la miró con odio.

- Niñata, te lo dije una vez, y te lo repito ahora, no te acerques a mí en tu puta vida.

- Muy bien, disfrutad la velada.

Se giró y moviendo exageradamente las caderas volvió a su mesa.

- Esta niña me saca de quicio dijo Irene.

- No hay que entrar en su juego, no sé qué persigue. Pero no hay que hacerle caso. respondió Alberto.

Pasaron la cena, al principio estuvieron un poco pendientes de Mónica, que no quitaba la vista de su mesa, pero al final se relajaron y dejaron de estar pendientes de ella.

Cuando se levantaban para marcharse, Irene se agarró a Alberto, asegurándose que ella estuviera mirando, dio un pico en los labios de Alberto, luego, fuera del alcance de sus miradas, se rieron.

Alberto llevó a Irene a su casa, como otras muchas veces, se despidieron y la vida siguió para los dos, cada uno a lo suyo.

Zaragoza 2004

De vuelta a la obra, las cosas seguían a su ritmo. El trabajo avanzaba, todo el trabajo grande había concluido, quedaban remates, acabados estéticos y los jardines.

Aquellos trabajos se los encargaron a una empresa de paisajismo, al frente de los trabajos había dos chicas, las dos de unos treinta y pocos años.

Comenzaron los trabajos, pero nadie se acercó a ellas, como hacían al principio, nadie les ofreció alojarse en la casa, nadie les dijo de ir a comer con ellos al restaurante…

Alberto desde la puerta de su caseta, mientras fumaba, vio a una de ellas, con unos vaqueros que le hacían un culo redondo muy apetitoso, no podía ver más, hacía frío y llevaba una cazadora gruesa.

Se volvió a la caseta y siguió con su trabajo. Antes de comer vino Ruth para ir a comer juntos, como la mayor parte de los días.

- ¿Has visto a los de jardines? preguntó Ruth.

- He visto a una chica…

- Empezaron el otro día, van avanzando, yo no entiendo, pero veo que avanzan.

- Preguntaré a Javier, a ver que dice.

Entraron a comer, Luis y Javier estaban en un lado de la mesa.

- Buenas dijo Alberto.

- Hola saludaron ellos.

- Has hablado con los de los jardines, pregunto Alberto a Javier.

- Sí, el otro día, les enseñé la zona, les asigné una caseta y ya.

- - Avanzan deprisa ¿no?

- No lo sé, Alberto, estoy liado con otras cosas.

- Vale. Luego me acercaré a verles.

- A ellas, son dos chicas dijo Luis.

Javier alzó la vista le miró y sonrió. Alberto también sonrió.

- Es que las he visto confirmó Luis.

- No se pierde ni una el tío dijo Javier.

- Ya te digo añadió Alberto.

Los tres rieron, en ese momento entraba Charo, que al verles reír, miró a Ruth que con una sonrisa le dijo.

- Son hombres, hay mujeres nuevas cerca…

- Anda coño, por eso están contentos, la caza ha vuelto jajajja dijo Charo.

Ese día la comida fue más amena que en ocasiones anteriores, hablaron entre ellos como hacía meses que no hacían.

- Mañana les ofreceré venir a comer aquí dijo Charo.

- Ya nos vale, antes lo hacíamos dijo Alberto.

- Antes hacíamos muchas cosas, que ya no hacemos añadió Javier.

- Esta tarde, quedamos y nos tomamos unas cervezas, ¿queréis? Dijo Charo.

- Por mí bien dijo Alberto.

- Vamos pues añadió Javier.

Pasaron la tarde en la terraza del hotel, podían ir a cualquier sitio, pero la terraza del hotel siempre les pareció que era como salir de la rutina, era para ocasiones especiales.

Después de la segunda ronda, ya estaban riendo como antes, aparecieron las dos chicas, ahora ya no llevaban la ropa de trabajo, las cazadoras gordas.

Luis se levantó y las invitó a tomar algo con ellos, las chicas aceptaron y tras las presentaciones comenzaron a charlar animadamente sobre su trabajo allí, sobre otros trabajos, los chicos explicaron sus cometidos, lo que ya habían terminado en la obra.

Ruth y Charo participaban menos en la conversación, al igual que Alberto.

Después de unas cuantas rondas más, Charo, Ruth y Alberto se despidieron y volvieron a la casa, Luis y Javier se quedaron con las chicas.

Madrid 2004

Alberto volvió a Madrid, un jueves por la mañana, después de despedirse de todos, ese año, pasaría en casa las fiestas, enteras, no quería repetir errores del pasado, no quería atarse al trabajo, aunque en el fondo, su vida era su trabajo.

*/Estoy en Madrid Irene.

*/Hola Alberto.

*/Mañana voy al estudio, a ver a la gente, pero el sábado ya estoy disponible.

*/Perfecto, me llamas y quedamos.

*/¿Por qué no quedamos ya?

*/Porque lo mismo tengo que ir a ver a Elías, que quiere que coma con él.

*/Pues no cambies los planes por mí.

*/No, no, tú te vienes conmigo a comer con Elías,

*/¿Tú crees?

*/Claro que sí.

El viernes, se acercó al estudio, subió a la7 ya no le impactaba tanto, ya estaba empezando a asimilar que nada era igual. La gente de su planta, ya no se callaba a su paso, le saludaban, le mostraban respeto, pero las aguas volvían a su cauce.

Se metió en el despacho, la pizarra estaba borrada, las cosas de Merche, ya no estaban…

- Alberto, hola cariño.

Era Alicia, asomada a la puerta.

- Pasa guapa.

- ¿Qué tal? ¿Cuando has vuelto?

- Vine ayer, ¿qué tal por aquí?

- Todo bien, recogí todo lo de Merche, espero que no te moleste…

- No, perfecto.

- Le subí las cajas a Sanchís.

- Luego subiré a ver a los jefes.

- Si vas a estar por aquí, comemos juntos, ¿te apetece?

- Claro.

Alicia salió y Alberto volvió a notar esa normalidad.

Más tarde subió a la planta de los jefes.

- Hola Lourdes.

- Hola guapo dijo Lourdes saliendo de detrás de su mesa para dar dos besos a Alberto.

- ¿Qué tal?

- Muy bien, he venido a pasar las fiestas.

- ¿Todas? Quien te ha visto y quién te ve.

- Que tonta.

- ¿A que sí? ¿Nos veremos, algún día?

- Claro, lo hablamos.

- ¿Has venido a verme a mí?

- Sí, pero también a Don Julio.

- No está, está solo Sanchís.

- Pues a Sanchís.

- Le aviso.

Lourdes volvió a su mesa, tecleó y le dijo.

- Pasa, te espera.

- Hasta ahora guapa.

Alberto avanzó por el pasillo, pasó por delante de la puerta de Don Julio y entró en el siguiente despacho.

- Alberto, buenos días, pasa.

- Buenos días Señor Sanchís.

- Ya estamos, Elías, Alberto, Elías.

- Buenos días Elias.

- Siéntate, cuéntame qué tal todo.

- Pues bien, todo avanza bien.

- Me alegro, hicimos una buena elección contigo.

- No sabría decirle, decirte.

- Ja, ja, ja, que poco te valoras. Por cierto, me ha dicho Irene que mañana vienes a comer…

- Bueno no he confirmado nada.

- No tienes que confirmar nada, tu jefe te dice que vienes a comer, y tú, vienes a comer.

- Bueno, pues iré a comer jajaja.

- Así me gusta, que me hagas caso.

- Le dejo, te dejo Elías. Mañana nos vemos.

Ah, otra cosa, hablé con Irene, me contó que habías visto a Mónica Salgado…

- Sí, estábamos cenando y coincidimos…

- Me ha contado cosas que no me han gustado.

- ¿A qué te refieres? ¿No quieres que salga a cenar con Irene?

- No, no, no, por dios, no, eso me parece genial, me encanta que sigas hablando con ella.

- ¿Entonces?

- Me ha contado cosas de la chiquita esta, y no me termina de convencer… me parece que no es trigo limpio.

- No te preocupes, es muy toca huevos, pero se puede aguantar.

- Eso espero, que solo sea toca huevos. Venga anda, que tendrás cosas que hacer.

Se despidieron y Alberto salió del despacho.

- Me voy Lourdes.

- Muy bien, cuando quieras me llamas.

- He quedado con Alicia a comer…

- Pues ahora hablo con ella, y me apunto.

- Pues te veo en un rato, estás guapísima, por cierto.

- Como siempre.

- Hasta luego.

Bajó a la7, fue a ver a José, pero su despacho estaba vacío, volvió al suyo y cuando se iba a ir a comer sonó el teléfono.

*/¿Sí?

*/Alberto, hola, soy Mónica.

*/Déjame en paz.

*/Déjame hablar.

*/¿Qué coño quieres?

*/Quiero quedar contigo, me han dicho que has vuelto a casa por navidad.

*/¿Quién te ha dicho eso?

*/Que más da, pero estás en Madrid ¿no?

*/Déjame en paz.

*/Vamos a cenar, a bailar, a tomar algo y luego a un hotel, a tu casa…

*/Vete a tomar por el culo.

Alberto colgó, quien coño le habrá dicho.

Volvió a sonar el teléfono, era Irene.

*/Hola Irene.

*/Hola Alberto, Ya he hablado con Elías.

*/Yo también je je.

*/Mañana vienes a comer.

*/Eso me ha dicho, me ha dado orden de ir jajaj.

*/Ja, ja, ja, mi hermano es así.

*/Por cierto, me ha llamado Mónica, que alguien le ha dicho que estoy aquí.

*/Esta niña, ¿cómo se entera de las cosas?

*/No tengo ni idea, pero me cansa.

*/Ni caso. ¿Mañana me recoges, a la una?

*/Cuando tú quieras, mañana me toca presumir de compañía.

*/Que tonto eres.

*/Hasta mañana.

Las conversaciones con Irene le animaban siempre, era un soplo de aire fresco, con ella siempre se reía, le recordaba a Merche, sin el lado sexual, le recordaba a ella por sus chistes, por su cara.

Durante la comida con Alicia y Lourdes hablaron de muchas cosas, se rieron recordando cosas. Lourdes fue al baño, momento que Alberto aprovechó para interrogar a Alicia.

- ¿Qué tal estás?

- Bien.

- ¿Seguro?

- Sí, todo va bien.

- ¿En casa todo está bien?

- Como siempre.

- O sea entonces, no está tan bien.

- Alberto, es mi vida, déjame vivirla como quiera.

- Te dejo. Javier está hecho polvo.

- Lo sé, hablo con él muy a menudo.

- Es que no sé porque…

- Déjalo Alberto, déjalo.

Lourdes entró en ese momento.

- ¿De qué habláis?

- De nada dijo Alicia ligeramente mosqueada.

- Vale miró a Alberto y este le devolvió una mirada de déjalo estar.

Terminaron de comer, salieron a la calle y Alicia les dijo que se marchaba a casa. Lourdes y Alberto fueron a tomar algo, y paseando llegaron al parque del torreón.

- Hace frío, dijo Lourdes.

- Vamos a algún sitio calentito.

- ¿A tu casa?

- Lourdes… que lanzada te has vuelto.

Ella se acercó a él y le estampó un beso en la boca.

- Tenemos que hablar le dijo ella.

- Vamos a casa.

En ese instante el teléfono de Lourdes sonó.

*/¿Sí?

*/¿Cómo? ¿Ahora?

*/Pero…

*/Vale, sí en quince minutos… sí. Voy.

Lourdes colgó.

- Otro día será.

- ¿Ha pasado algo?

- Mi hermana, tiene una crisis, otra.

- Vaya.

- Era mi madre para que vaya a ayudarles.

- Lo siento cariño, ve.

Lourdes se marchó después de despedirse, Alberto volvió a su casa.

Al día siguiente, Alberto fue a recoger a Irene, paró en el portal y mandó un mensaje.

*Estoy aquí.

A los pocos minutos recibió un mensaje de respuesta.

*Sube, me queda un rato.

Alberto buscó dónde aparcar y caminó hasta el portal, pulsó el automático.

- Soy yo.

- Sube.

Sonó el cierre de la puerta y Alberto empujó y pasó. Hacia un siglo que no entraba a ese portal y que no subía a esa casa.

Al llegar al rellano, la puerta estaba entre abierta.

- Hola…

- Pasa, me estoy arreglando Se oyó a Irene desde la habitación.

Alberto entró, y fue a la cocina, como hacía tanto tiempo hizo una noche.

Se sentó en una silla de la cocina.

- ¿Qué haces ahí? Dijo Irene.

- Espero.

- Coge una cerveza, y vente al salón hombre.

Alberto miró a la puerta, Irene, estaba como siempre preciosa, llevaba una minifalda, nunca la había visto con minifalda, con un poco de vuelo, arriba llevaba una camiseta, estaba sin terminar de vestir, era una camiseta de andar por casa, notó los pezones, no llevaba sostén.

Cogió la cerveza y salió al salón, se sentó, mientras Irene fue a la habitación a terminar de arreglarse.

- Perdona, me he retrasado decía ella.

- No te preocupes.

La oía trastear en la habitación, luego oyó como salía de la habitación y entraba al baño.

- Me queda poco.

- No tengas prisa, he venido antes.

Alberto recorrió con la vista el salón, había cuadros por las paredes, adornos por los estantes, libros en las estanterías, y fotos, se levantó a verlas.

Vio una en la que Merche, sonriente, miraba la cámara mientras estaba sentada en una terraza al sol. En otra vio a Irene y Merche riendo, al borde de una piscina que Alberto creyó que era la de Elías. Otra más, en la que Merche estaba con Alberto, en la obra. Recordaba aquel día, como Javier les hizo posar.

Siguió mirando por el salón, al posar la vista en el espejo de adorno, al lado de la puerta, vio a Irene, estaba en el baño, se había quitado la toalla de la cabeza y se peinaba el cabello.

Caminó por el salón, siguió viendo imágenes de Irene, de Merche, le extrañó no ver fotos del padre de Merche.

Volvió sobre sus pasos, por el espejo volvió a ver a Irene, no pudo apartar la vista, se había quitado la camiseta, se terminaba de arreglar el cabello, y veía las tetas de Irene, eran redondas, firmes muy bien colocadas, con un pezón perfecto, redondo, de aureola rosada.

Alberto siguió mirando, no lo podía evitar, ella se empezaba a poner el sujetador, era marrón con flores bordadas de colores.

Irene levantó la vista y vio a Alberto, no dijo nada, no cerró la puerta, no se giró, no se tapó.

Salió del baño y volvió a la habitación. Alberto se sentó en el sillón. Ella terminaba de arreglarse, se puso una camisa azul, ajustada, con dos botones desabrochados, mostrando su canalillo, impresionante.

Alberto no podía quitarse la imagen de la cabeza, miró el reloj del salón, faltaban 5 minutos para la una.

Irene salió al salón, sonriente, se paró frente a él y dándose una vuelta sobre si misma preguntó.

- ¿Qué tal estoy?

- Muy guapa, preciosa.

- ¿Te gusta?

- Mucho.

Irene se acercó al sillón, se inclinó sobre Alberto, él no pudo evitar fijarse en aquel escote. Irene le dio un beso en la mejilla y añadió.

- ¿Y lo de antes?

- ¿Cómo?

- ¿Lo de antes te ha gustado?

- No quería mirar, es que…

- No te he preguntado porque mirabas, he preguntado si te ha gustado.

- Mucho… son…

- ¿Te ha gustado mirarme?

- Irene, yo…

Irene, seguía inclinada sobre Alberto, le besó en los labios, mandó su lengua en avanzadilla y Alberto la acogió.

Ella se dejó caer sobre él, la abrazó, mientras seguían besándose.

Alberto fue dando besos por la mejilla, por el cuello, por el escote.

Irene se levantó y tiró de él, le empujó contra la pared, junto al pasillo y bajó la mano a la entrepierna de Alberto.

Alberto no dijo nada, bajó sus manos y él apoyó sobre el culo de Irene, lo notó duro y firme.

Irene fue tirando del hombre hasta el dormitorio, entraron y ella le empujó a la cama, se quitó la camisa mientras Alberto miraba, luego se desbrochó el sujetador. Las tetas de Irene volvieron a estar a su vista. Ahora delante de él.

Ella se acercó a Alberto y le desabrochó la camisa, luego el pantalón, tiró hacia abajo, y Alberto levantó el culo para que ella lo sacara.

Irene miró el paquete, estaba duro y marcaba un buen tamaño, se mordió el labio.

Se puso de rodillas, a los pies de la cama, y acercó su cara al calzoncillo, apartó la tela y el miembro de Alberto se presentó firme, duro, grueso, dispuesto.

Le pasó la lengua por el capullo, sin dejar de mirarle, metió un poco en su boca, la babeó, y volvió a lamer la punta.

Alberto cerró los ojos, se acordó de Merche, sintió la boca de Irene cálida acogiendo su polla dentro.

- Irene, no hace falta.

- Quiero, lo deseo dijo ella.

- No es necesario… si no quieres…

- Es que sí quiero Alberto, sí quiero.

Alberto la agarró con suavidad, tiró de ella hacia él, la tumbó en la cama, subió su falda y le quitó las braguitas marrones, con dibujos de flores bordadas.

El coño de Irene, con un hilillo de pelitos culminados por un moñito sobre el pubis, estaba empapado. Con delicadeza lo tocó, apartó los labios finos y colgantes, metió un dedo en aquella humedad y chupó, lamió, pasó la lengua por cada rincón de ese coño.

Irene con los ojos cerrados, suspiraba, gemía, se dejaba hacer, abrió las piernas más, las subió a los hombros de Alberto.

Alberto se incorporó, y mientras besaba a Irene, con cuidado, fue deslizando el rabo dentro de su coño. Ella gimió, dio un respingo.

- Joder.

Comenzó a follarla, con cuidado pero rápido, con velocidad, notaba como el coño de Irene le abrazaba la polla a cada embestida.

- Dame más fuerte, fóllame más fuerte.

Alberto empujó, ahora cada vez que entraba, golpeaba con los huevos en el culo de Irene.

- No aguanto Alberto, no aguanto.

Él siguió empujando, más fuerte, más rápido. Ella se encogió, intentó apartarle con la mano, él seguía perforando, ella gritó, un temblor le recorrió el cuerpo… y un chorro de líquido viscoso salió disparado del coño encharcadísimo de Irene. Se encogió, se hizo pequeñita.

Alberto la veía, encogida sobre la cama, temblorosa.

- Umm, que gusto Alberto, que gusto.

- ¿Estás bien?

- Ven, quiero que acabes.

Alberto se acercó y ella agarró la polla con su mano. Comenzó a pajearle, con destreza, le miraba a los ojos.

- Así, córrete Alberto, dámelo.

Subía y bajaba, le daba fuerte, aceleró el ritmo.

Puso cara de vicio incontrolable, se mordió el labio.

- Échamelo todo, ¿quieres? ¿Dónde te vas a correr?

- ¿Donde tú quieras?

- Aquí, dijo señalando su boca.

Irene se metió la polla en la boca, la chupó con cuidado.

- ¿Te gusta?

- Mm sí.

- ¿Sigo?

- Sí, por favor, ya casi está.

- Mmm que rica.

Alberto convulsionó.

- ¿Ya te viene? ¿Ya?

- Siiii.

Un chorro de semen impactó en la cara de Irene, otro entró en la boca, un nuevo chorro quedó colgando de su lengua, el resto, varios pequeños chorritos cayeron sobre las tetas, Ella la metió en la boca y la limpió, tragó aquel líquido espeso.

- Ahora tengo que vestirme otra vez.

- Irene, ¿Qué hemos hecho?

- Lo que queríamos hacer, nada más.

- Pero no deberíamos…

- ¿Te ha gustado?

- Mucho.

- Pues no lo pienses más.

Con retraso, que Irene se atribuyó por estar vistiéndose, llegaron a casa de Sanchís.

Alberto no sabía que habría más gente, y se encontró de repente con Salgado y esposa, con Don Julio, con el hijo de Salgado y con la niña, otra vez la niña, embutida en un vestido largo, ajustadísimo, como siempre.

Don Julio saludó a Alberto.

- Me dijo Lourdes que fuiste ayer al estudio.

- Sí, me pasé por allí…

- Había salido, una lástima, tenía ganas de hablar contigo.

- Pues ahora tiene la oportunidad.

- No hijo, las cosas de trabajo se hablan en el estudio, hoy divirtámonos.

- Pues esta semana me paso por el estudio.

- Muy bien y hablamos.

Salgado se acercó.

- Alberto, ¿cómo estás? ¿Cómo va todo?

- Muy bien, y usted.

- Haciéndonos mayores, ya sabes cómo es la edad… no perdona.

- Anda que no les queda que dar guerra.

- A ver si estos aprenden pronto y los colocamos en el estudio, dijo señalando a su hijo y a Mónica que un poco más allá, hablaban con Sanchís.

- Las generaciones futuras, hay que confiar en ellos.

- No sé yo, de verdad, no les veo…

- Bueno vamos a brindar dijo Irene agarrando a Alberto y rescatándole de la charla de Salgado.

Alberto miraba a aquel grupo de gente, le habían integrado allí, pero a él le faltaba Merche, pero es que, joder que se acaba de follar a Irene, ¿qué había pasado?

- ¿Qué tal con la madurita? Dijo Mónica colocada justo a su lado.

- Déjame en paz y se apartó de ella, acercándose al grupo de Sanchís.

Mónica le miró, sintió una punzada, otra más, al sentir el desprecio.

María, se afanó en colocar la mesa con todo detalle y acercándose a Sanchís discretamente, le dijo que todo estaba preparado.

Se sentaron a comer, a Alberto volvió a tocarle junto a Mónica, en un lateral de la mesa, frente a ella estaba su primo Miguel, y frente Alberto, Irene. Luego estaba el resto, pero Alberto tenía bastante con intentar que la niña, no se pasara.

Nada más sentarse, Alberto notó la mano de Mónica sobre su paquete, la apartó, e intentó hablar con Don Julio, a su izquierda.

Irene observaba a la niña, se imaginaba lo que tramaba y sentía que la odiaba, muy dentro de ella sentía repulsa por aquella niña malcriada y caprichosa.

La comida pasó sin incidentes, pasó despacio, pero pasó. En la sobremesa Irene se acercó a Alberto.

- Cuando quieras irte, nos vamos.

- No, cuando tú decidas, soy tu chofer jajaj.

- Eres tonto, chofer no, tonto le dijo mirándole a los ojos.

Otra vez vio a Merche en su cara, en sus expresiones.

Alberto salió del salón, buscó el aseo y entró. Cuando iba a salir, Mónica le empujó dentro y cerró tras ella.

- ¿Qué haces?

- Hoy no te libras y echó la mano a la entrepierna de Alberto.

- Déjame, tía déjame.

Ella se abalanzó sobre él. Le abrazó. Alberto la apartó empujándola contra la pared.

- Te vas a arrepentir Alberto, ya lo verás.

- Déjame en paz, ¿vale? Déjame en paz dijo recalcando sus palabras.

Abrió la puerta y salió del aseo, cuando iba a entrar en el salón oyó a Mónica tras él.

- Eres un cabrón, gritaba, cabrón mientras lloraba.

Alberto se giró y la vio, despeinada, con el vestido remangado.

La gente salió del salón, vieron la escena y Salgado interrogó a Alberto.

- ¿Qué has hecho?

- Nada señor.

- ¿Qué le has hecho?

- Quería que le besara decía la niña.

- Alberto… decía Salgado con una mirada furiosa.

- Quería que le tocara, ha sido espantoso.

Alberto no sabía qué decir, miraba a la gente, todos le miraban con desprecio, salvo Sanchís e Irene…

- No ha hecho nada gritó Irene.

- ¿Y tú qué sabrás? ¿Estabas allí? Decía Salgado.

La esposa de Salgado se acercó a Mónica y la abrazó consolándola.

- Alberto, me debes una explicación. Dijo Salgado.

- No, no le debe nada decía Irene.

- Irene cállate, no te metas en esto.

- Esa niña es un demonio… vámonos Alberto.

Alberto estaba en shock, sintió la mano de Irene agarrándole del brazo y tirando de él.

Luego sintió el frío en su cara, la humedad de una lluvia fina y al final el calor del coche.

- Vámonos decía Irene.

Alberto arrancó el coche y salieron de allí.

- ¿Qué ha pasado? Preguntó Irene.

- Me ha empujado dentro del aseo cuando yo salía, y quería…

- ¿Le has hecho algo?

- Apartarla de mí, nada más.

- Alberto, para el coche, allí, señaló a un lado del camino.

Alberto detuvo el vehículo, Irene le miró, le agarró la cara y la giró hacia ella.

- ¿Has hecho algo?

- No, apartarla, apartarla.

- La otra vez, en la fiesta, no habrás vuelto…

- ¿La otra vez? No hice nada.

- Alberto, la otra vez te la chupó, y luego se la metiste, os vi. No me mientas Alberto, por lo que más quieras, no me mientas.

- Yo, no.

- ¿Has hecho algo?

- No, te prometo que no.

- Vale, te creo. Vámonos.

Alberto volvió al camino, condujo hasta casa de Irene, cuando paró en la puerta Irene le dijo.

- Aparca, tenemos que hablar.

Alberto buscó sitio y aparcó.

Caminaron hasta el portal, subieron al piso y entraron.

Irene sacó dos cervezas, le ofreció una y pasaron al salón.

- Escúchame Alberto, aquella vez, os vi. Nunca me he fiado de esa niña, y Salí tras vosotros. Os vi, cuando te la sacó y te la chupó, me cabreó que no hicieras nada, luego vi como la giraste y te la follaste, estaba cabreadísima, pero luego cuando te la quitaste de encima y le dijiste que no se volviera a acercar a ti, me tranquilicé.

- ¿Por qué no se lo dijiste a Merche?

- Se lo dije.

- ¿Le dijiste que me la había follado?

- No, le corroboré lo que le contaste a ella, No se lo conté a nadie, nunca, ahora a ti.

- ¿No sé qué me pasó?

- Te pasó que eres un hombre, que tienes instintos...

- Yo no soy así.

- ¿Ah no? ¿Y lo de esta mañana qué ha sido?

- Es distinto, tú…

- Soy un mujer, quería follar contigo, solo tengo que provocarte…

Alberto se quedó pensativo.

- Alberto, lo de esta mañana solo se va a repetir esta noche.

- ¿Cómo?

- Esta noche vamos a pasar la noche juntos, como dos amantes, me vas a hacer el amor, te voy a follar, me vas a dar todo lo que necesito, te voy a dar todo el amor del mundo. Y mañana, cuando amanezca, te irás…

- Pero…

- Mañana te irás, y recordarás el resto de tu vida que por una noche, fuimos amantes.

La noche fue larga, comenzó a media tarde, con Irene follándose a Alberto en el sofá del salón, siguió en la habitación con Alberto dándole amor a Irene, sobre ella. Siguió después de cenar, con Irene cabalgando sobre Alberto.

Después durmieron, el cansancio les pudo, cuando en mitad de la noche Irene despertó a Alberto a lametazos en la polla, siguieron follando, y cuando por la mañana ella se despertó, Alberto no estaba allí.

No le llamó, ni le mandó mensajes, no hizo nada. Le dejó libre como libre se deja a un pajarillo.

El lunes Irene fue al estudio, subió a la planta 12, y pidió reunirse con los tres jefes.

Pasó la mañana allí, luego fue a comer, a su restaurante favorito, al que tantas veces había ido con Alberto. Por la tarde volvió a su casa, se metió en la cama y mandó un mensaje a Alberto.

*Siempre, Alberto, Siempre*
 
Capítulo 47
Atando cabos
Zaragoza 2019

Todo el grupo había abandonado la sala, nadie dudó ni un instante en seguir a Alberto. Una vez fuera, Eva pedía disculpas a Alberto.

- No sabía que iban a hacer esto, lo siento, lo siento.

- No es tu culpa, es esa manía de aprovechar cualquier cosa para ganar unos putos votos.

- Pero si me hubieran dicho que el alcalde iba a venir… me lo tenía que haber imaginado.

- No te preocupes, Alberto abrazó a Eva.

La madre de Sebas se acercó a ella.

- Niña, lo que has hecho es muy bonito, no tienes culpa de que alguien quiera sacar provecho.

Eva con lágrimas en los ojos, pedía perdón. Luego vio las flores, los ramos que se iban a poner en el monolito con la placa, se acercó, revisó los ramos e hizo un gesto a Luis que se acercó.

- Coge ese, ese y aquel.

Luis cogió los que Eva le señalaba, ella misma cogió otros tres y acercándose al resto del grupo, los repartió.

Los ramos llevaban, todos, una pequeña banda rotulada, Eva había seleccionado los que hacían referencia a ellos. Todos los ramos los había encargado ella, siguiendo las indicaciones del encargado del protocolo.

El primer ramo se lo entregó a la familia de Sebas, otro para la madre de Arenas, otro lo acercó a Miguel Salgado y Sanchís, los tres restantes se los dio a Alberto y Julia, quedándose ella con el último.

- Vamos, no les necesitamos.

Una cámara de televisión, seguía sus movimientos, desde la distancia.

Se acercaron a la verja del jardín trasero, un agente de seguridad se interpuso en su camino.

- Queremos entrar, vamos a depositar unos ramos en la placa… dijo Eva.

- Tengo órdenes de no permitir el paso a nadie.

- Mira, este acto es un homenaje a tres amigos que murieron mientras se realizaba esta obra, Eva hablaba con una tranquilidad absoluta, esa señora es la madre de uno de ellos, y aquella pareja, son los padres de otro. Aquel muchacho, es hijo de uno, y este caballero era la pareja de la mujer que falleció. Puedo seguir contándote quién es cada uno de los que estamos aquí, pero no va a hacer falta, porque tú, ya sabes que tenemos que entrar…

- Tengo órdenes…

- Mejías, abre la puerta, una voz potente sonó desde un lateral, Eva le miró.

- Soy el capitán García Talavera, si alguien les pregunta, le dicen que yo lo he autorizado.

- Gracias capitán.

El agente abrió la verja y el grupo caminó hacia el interior, recorrieron las sendas en silencio, como el día anterior. Al llegar al monolito, Eva se hizo a un lado.

- ¿Alguien quiere hablar, decir algo?

Julia dio un paso adelante, depositó su ramo en la base del monolito, tomó aire y mirando a la madre de Arenas y a su hermana, comenzó a hablar.

- Hace quince años me enamoré de la persona más impresionante que había visto en mi vida, me abrió su corazón y yo le di todo lo que tenía. Nos amamos, nos quisimos, compartimos cada minuto de nuestras vidas, y finalmente me entregó lo mejor que tengo, lo único que tengo. Me dio un hijo que cada día me recuerda que, aunque Joaquín ya no esté aquí, siempre, siempre estará a mi lado.

La madre de Arenas, lloraba abrazada a su nieto, que también tenía los ojos llenos de lágrimas.

- Señora, me hubiera gustado hacerlo de otra manera, pero no fui capaz, ni supe hacerlo, lo siento mucho.

Julia se acercó a la señora y se abrazó a ella.

El resto permaneció en silencio, y entonces Alberto se acercó al monolito.

Dejó el ramo en el suelo y miró a sus compañeros, no podía empezar a hablar, entonces Sanchís se acercó a él.

- Mi sobrina fue siempre una chica con problemas, no voy a relatarlos aquí, pero tuvo una vida difícil hasta que conoció a Alberto, hasta que vino a esta obra y os conoció a todos vosotros. Tenía una vida por delante, una vida feliz junto a ti, le pasó el brazo por encima a Alberto, pero hace quince años, un accidente le arrancó la vida de repente, hemos sufrido, hemos pasado momentos muy malos, pero a partir de hoy, estoy seguro que todos sabremos vivir sin depender del pasado. Por ella, por ellos, por nosotros.

Alberto le abrazó y al oído le dijo.

- Gracias Elías.

- Gracias a ti, hiciste feliz a mi sobrina, a mi hermana… eres mi hijo. No lo olvides.

Alicia miraba la escena con los ojos arrasados, Javier la apretaba en sus brazos.

Nadie decía nada, el silencio era atronador, un murmullo se escuchó desde la entrada al jardín.

José Alberto, se secó las lágrimas y se acercó al monolito.

- Nunca podré olvidar el dolor que sentí hace quince años, mis amigos, mis dos mejores amigos, se marcharon, yo tendría que haber estado con ellos, pero no lo estaba, en cambio, Merche ocupaba el asiento que yo debería ocupar. Lo siento, lo siento mucho.

- No fue tu culpa José le dijo Lourdes.

- Lo sé, pero no puedo evitar pensar en ellos e imaginar que yo tendría que estar con ellos. Ahora sé que la vida sigue, que, aunque no estén, seguirán a nuestro lado Siempre.

Se acercó a la familia de Sebas y les abrazó, luego abrazó a la madre de Arenas.

Se oía el ruido de gente acercándose…

Miguel Salgado dio un paso al frente, se acercó a Alberto y le abrazó luego comenzó a hablar.

- Mi padre siempre me hablaba de esta obra, me ponía como ejemplo a este grupo de gente, a estos compañeros que realizaron este complejo aun después de haber sufrido este duro golpe. Durante años, pensaba que mi padre exageraba, pero hoy sé, hoy estoy seguro, que este grupo es la mayor representación de amistad, profesionalidad y humanidad que jamás he conocido.

Dejó el ramo en la base del monolito. El resto del grupo que tenían ramo, los fueron depositando en el mismo lugar. Y en silencio, igual que entraron, deshaciendo sus pasos, salieron del jardín, cruzándose con la comitiva del alcalde.

El alcalde al cruzarse con Alberto le miró y le hizo un gesto para que se acercara, Alberto le ignoró, pero el alcalde se acercó a él.

- No te guardo rencor, te entiendo.

- No, no me entiende, ni a mí, ni a ninguno de ellos.

- He estado en muchos actos similares…

- Señor, no me cuente su vida, me interesa tanto como a usted las nuestras, que le vaya bien en las elecciones.

Alberto se apartó del alcalde y volvió con el grupo.

Todo el grupo terminó en el hotel, Eva había habilitado un salón para tomar un refrigerio, antes de ir al restaurante a comer.

Eva se acercó a los padres de Sebas.

- ¿Se van a quedar hasta mañana?

- Solo hemos reservado para anoche, nos vamos esta tarde dijo el padre.

- Eso no es problema, me gustaría pasar más tiempo con ustedes, explicarles tantas cosas…

- Pero. No puedo… la pensión…

- Por favor, no tienen que pagar nada, por favor.

- Cariño, haz caso a Eva, yo también quiero escucharla, quiero estar un más tiempo con ella…

- De acuerdo.

Luego se acercó a la madre de Arenas, que seguía sin separarse de su nieto.

Los dos hablaban, el muchacho le contaba que estudiaba, cómo le iba… Julia a su lado les escuchaba… Se sentía feliz.

- Señora, se van a quedar hasta mañana ¿verdad? Preguntó Eva.

- No lo sé, mi hija… miró alrededor buscándola, y le hizo un gesto y la mujer se acercó.

- Me dice esta señorita que si nos vamos a quedar hasta mañana…

- Nos íbamos a ir esta tarde…

- Si quieren quedarse, no hay ningún problema, vamos a juntarnos todos en la casa, nos encantaría que se quedaran.

- Pero no hemos reservado…

- No se preocupen por eso, las habitaciones de hoy ya están pagadas, y en la casa hay alojamiento para todos.

- Pero eso será mucho gasto…

- No se preocupen, de verdad, está todo controlado.

- Pues si ella quiere, que parece que sí, no hay problema. Gracias.

Así, Eva fue hablando con todos, y organizó a su personal para trasladar los equipajes hasta la casa.

En aquel salón sirvieron refrescos, cervezas y aperitivos.

Se formaron los oportunos corrillos.

Javier se acercó a Alberto.

- Has estado de diez, campeón.

- ¿Tú crees? ¿No me ha faltado soltarle una ostia?

- Nooo, para eso estamos Luis y yo jajajaj.

Los dos reían, y Javier añadió.

- Esta tarde vuelve Bernardo.

- Ya ha terminado el encargo dijo Alberto poniendo voz de mafioso.

- Parece ser que sí, y me ha dicho que tiene muchas cosas que contarnos.

- A ver que nos trae.

Salgado y Sanchís, también decidieron quedarse, a Alberto le pareció perfecto porque así, si las novedades que traía Bernardo afectaban a Miguel, allí mismo le podría preparar una encerrona.

Pasaron el resto de la mañana paseando por los jardines del hotel, Joaquín y su abuela, poniéndose al día contándose un montón de cosas, Julia, escuchándoles sin intervenir, dejándoles conocerse.

A la hora de la comida, todos fueron al restaurante, comieron, se divirtieron con las cosas que contaban de la obra y después fueron todos a la casa.

Allí, se fueron ubicando en los distintos sillones del jardín trasero, sacaron café o copas para los que quisieron.

Casi al final de la tarde llegó Bernardo.

La noche pasó, llegó la mañana todos desayunaron en la casa, las familias disfrutaron de la estancia, y a media mañana empezaron a irse.

Julia tuvo que prometerle a su suegra que iría a Madrid a visitarles. Los padres de Sebas se comprometieron con Eva a venir a Zaragoza de vez en cuando.

A media mañana, Alberto, Javier y Bernardo, se metieron en una sala de lectura para que Bernardo diera las novedades.

- A ver, el tal Miguel, tiene una vida muy tranquila. Iba mostrando fotos en el portátil. Aquí sale de su casa, y va al estudio, aquí sale del estudio y va a comer, vuelve un rato y se va a casa.

- Qué vida más aburrida dijo Javier.

- Claro que tú vas a trabajar y antes de volver a casa haces turismo no te jode decía Alberto.

- Así todos los días, algunos, pasa por el gimnasio, o se reúne con alguien, pero nada esa es su vida.

- Bueno, pues una vida tranquila.

- El otro es otra cosa dijo Bernardo.

- A ver que tienes.

- Tengo fotos, saliendo de una empresa, de otra, aquí comiendo con estos señores de la primera empresa.

- Éste tiene más vida ¿no? Dijo Javier.

- Y más noche, mira añadió Bernardo.

Comenzó a pasar fotos, en la puerta de una conocida discoteca de Madrid, con una mujer rubia, espectacular. Después había más fotos, dentro de la sala, luego en la salida.

- Joder con el Buendía, dijo Javier.

- Aquí, en una reunión, con la rubia, y otros tipos, que antes os enseñé.

- ¿Tienes alguna foto de la rubia que se la vea más de cerca? Preguntó Alberto.

- Está buena ¿eh? Dijo Javier.

Alberto no respondió.

- Mira, aquí se la ve, perfectamente.

- Hija de puta, Hija de puta decía Alberto.

- ¿Qué pasa? Preguntó Javier.

- Es Mónica, Mónica Salgado. Claro coño, ¿cómo no caímos? M. Salgado.

- Entonces No es Miguel, es ella la que se está haciendo con las acciones… decía Javier.

- ¿Y qué vais a hacer? preguntó Bernardo.

- No lo sé, voy a hablar con Sanchís, Tío que trabajazo, gracias.

Alberto salió de aquella sala, buscó a Sanchís con la mirada, lo encontró en el porche sentado con Miguel, Alicia y Lourdes. Le hizo un gesto para que se acercara.

Elías se disculpó, y se acercó a Alberto.

- ¿Qué ocurre?

- Vamos a pasear, tengo que hablar contigo.

- ¿Ha pasado algo?

Los dos caminaron hacia el fondo del jardín de la casa, más allá de la piscina.

- Tú me dijiste, que tuviera cuidado con Salgado y Buendía.

- Sí,

- ¿Por qué?

- Son unos buitres, intentan sacar dinero de donde sea.

- Pero ¿por qué Salgado y Buendía?

- Está en la documentación que te llevó Lucía…

- Ya, M. salgado y C. Buendía. Pero ¿y si no es Miguel?

- ¿Cómo dices?

- M. Salgado no es Miguel. Es Mónica, Mónica Salgado.

- Ostias, ¿cómo no caí en eso? Pero… estaba desaparecida.

- ¿Qué pasó con ella? Elías

- Miguel Ángel, o sea Salgado, la echó de su vida, la sacó de todos los planes de futuro, se quedó solo con Miguel.

- Pero ella no es su hija... daba igual.

- Sí, pero siempre la trató como una hija, pero después de aquello…

- ¿Qué fue aquello? ¿Qué ocurrió?

- A ver Alberto, esto es complicado para mí.

- Elías, ¿Qué paso?

- Cuando Irene, Elías trataba de no ponerse sentimental, Cuando, después de cuando…

- Tranquilo Elías

- A ver después de la escena aquella en mi casa…

- Sí.

- Irene fue a vernos al estudio, estaba muy enfadada, nos contó cosas de Mónica que yo no podía creer, y claro Miguel Ángel menos, era su sobrina.

- ¿Qué os contó?

- Nos contó cómo intentó meterse en medio de vuestra relación, de Merche y de ti.

- Pero… no tenía que…

- Alberto, fue a defenderte, si no es por ella, estarías en la calle.

- ¿Y os convenció?

- No, después de hablar, de contar cosas, Salgado seguía dudando, entonces Irene le dio un pendrive para que lo conectara al ordenador.

- ¿Un pendrive?

- Era un video, aquí en la casa, por la noche, ella se levantaba la camiseta y te hablaba, y apareció Merche después.

- Ya, sé que video es.

- Irene le dijo a Salgado, este es el más suave que tengo, si no te vale, te pongo más, mucho más fuertes.

- Pero no hay más videos…

- Eso lo sabes tú, pero Salgado no lo sabía. Le sirvió con aquel.

- ¿Y la echó?

- Buff, montó un cirio, nos hizo firmar un documento para acreditar que estaba en plenas facultades, y llamó al abogado, le retiró todas las asignaciones, la apartó del estudio…

- Joder.

- Claro, ahora juntando letras… decía Sanchís.

- Juntando letras, escribimos un libro. Tengo que hablar con Miguel. Joder no sé cómo…

- Alberto, una cosita, te dije que, si te fiabas de Lourdes, ¿te acuerdas?

- Claro.

- ¿Te fías de ella?

- Sí, totalmente.

- Habla con ella, ella estuvo en aquella reunión.

- ¿Cómo?

- Lourdes estuvo en aquella reunión, Salgado quería que quedara constancia.

- ¿Cuando Irene…?

- Noooo, no, no, cuando redactó todos los documentos para echarla.

- Nunca me ha dicho nada…

- Habla con ella, lo mismo te aclara algo.

Alberto se quedó dudando, si no se podía fiar de Lourdes, ¿de quién se iba a fiar?

Volvieron a la casa, Alberto cogió una cerveza y se acercó al sofá, con Alicia y Lourdes, que seguían hablando con Salgado.

- Lourdes, cuéntanos alguna anécdota de dirección.

- Ni de coña dijo ella.

- Alberto, las cosas de dirección… decía Miguel.

- No joder, algo sin importancia, no de ahora, de antes insistió Alberto.

- Alberto, no, ya sabes… discreción.

- Pero algo que se pueda contar, nosotros os contamos todo lo que pasa en obra.

- Estás pesado tío… que no voy a contar nada.

Alicia miraba a Alberto, sabía que algo estaba pasando, Alberto no le pondría en una circunstancia como aquella nunca.

- Bueno, algún día me contarás algo… dijo Alberto.

- Si alguna vez te cuento algo… estaré loca, ingresada en un sanatorio y entonces nadie dará credibilidad a mis palabras, dijo Lourdes riendo.

Alberto le dio un beso en la mejilla.

- Ya te sobornaré jajaja.

Durante la comida, Alicia interrogó a Alberto.

- ¿Crees que Lourdes sabe algo?

- No lo sé, pero tengo que sonsacarle…

- ¿Me dejas a mí, que lo intente?

- ¿Crees que podrás sacarle algo?

- Puedo intentarlo, pero necesito saber qué busco.

Alberto, bajito, le resumió lo que Bernardo había descubierto, y lo que Sanchís después, le había contado.

Alicia, se quedó pensativa…

- ¿Qué te pasa Alicia? ¿Qué piensas?

- Yo creo recordar aquel día.

- ¿Cuando Irene?

- Sí, me acerqué a la oficina a media mañana, quería hablar con alguien, y subí a ver a Lourdes.

- ¿Y viste a Irene?

- A ver, Alberto, yo no sé si aquella señora era Irene… Podría ser.

- Joder Alicia, ya te digo yo, que era Merche más mayor.

- No sabría decirte… era joven, rubia.

- Alicia, si era joven y rubia, no era Irene.

- No sé Alberto, hace mucho de aquello.

- Haz memoria, eso pasó un lunes…

- No, no fue ese día, yo estaba trabajando, pero tenía problemas en casa, lo de siempre, necesitaba hablar con alguien y subí a ver a Lourdes, No, no era lunes, seguro...

- Bueno es igual, ya sabes lo que tienes que preguntar.

La comida pasó, algunos empezaron a despedirse para volver a sus casas,

Julia y su hijo se fueron despidiendo de todos, prometiendo no volver a perder el contacto.

Lourdes habló con José y le dijo que ella se quedaba unos días más. A José le pareció bien y se despidió de la gente.

Salgado y Sanchís, iban a marcharse, pero Alberto les pidió, por favor que se quedaran un poco más, tenían que hablar.

- Tengo que ver la agenda, no sé si… decía Salgado.

- Puede quedarse Miguel, he hablado con Lidia para que modifique su agenda, tiene libre hasta el miércoles le dijo Lourdes.

Salgado la miró y sonrió.

- Que eficacia por dios, Llamaré a mi esposa, para informarle.

- Yo no tengo problema, las palomas del parque pueden esperar un par de días para comer dijo Elías.

Luis, se disculpó con sus amigos y se despidió de ellos, tenía que volver a Valencia.

Después de quince años, la casa volvía a tener al grupo allí, a gran parte de él, Alberto, Charo, Bernardo, Javier, Alicia y Lourdes, además de Sanchís y Salgado.

Alberto quería aprovechar para atar cabos, sacar conclusiones y descubrir de una vez qué estaba pasando.
 
Capítulo 48
La carta
Madrid 2004

*/¿Alberto? Soy Elías

La llamada de Elías pilló a Alberto saliendo de casa, iba al estudio a aclarar lo sucedido, no quería que nadie le acusara de ser un pervertido, lo tenía claro, daría la cara y si le tenían que despedir, lo asumiría, aunque fuera injusto, pero no se iba a esconder.

Notó la voz de Elías rara, temblorosa.

*/¿Qué pasa? Elías.

*/Una mala noticia, joder…

Alberto pensó que le habían despedido sin poder defenderse, la niña había ganado.

*/¿Qué ha pasado?

*/Es Irene… Está… la han encontrado en casa…

*/Elías, ¿qué ha pasado? Gritó Alberto al teléfono.

*/Ha muerto, Alberto y se echó a llorar.

*/¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estás?

*/Estoy en su casa… Vente, por favor, vente.

*/Voy Elías, voy para allá.

Alberto corrió al coche, mil imágenes pasaban por su cabeza. Mil dudas le asaltaban.

Cogió el coche y voló a casa de Irene.

Había coches de policía en la puerta, una ambulancia, se acercó al portal…

- No se puede entrar, tiene que esperar.

- Me han llamado…

- ¿Es usted Alberto? ¿Alberto Lorenzo?

- Sí, sí.

- Pase, y el agente abrió el portal.

Subió los escalones de dos en dos, el ascensor iba a tardar demasiado.

En la puerta otro agente se apartó para dejarle entrar… vio a Elías sentado en una silla, con las manos en la cara.

- Elías.

Elías levantó la cabeza, estaba llorando, los ojos enrojecidos e hinchados.

Se abrazó a Alberto.

- Está muerta, mi hermana, Alberto, está muerta.

- ¿Qué ha pasado?

- No sé nada, no me dicen nada.

- Pero ¿quién la ha encontrado?

- La chica que limpia… me ha llamado.

Alberto apretó a Sanchís contra su cuerpo, miró alrededor y vio al policía que creyó que estaba al mando.

- ¿Qué ha pasado?

- Aún es pronto, ¿quién es usted?

- Soy un amigo de la familia.

El policía le miró y miró a Elías que le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

- La han encontrado sin vida, creemos que ha sido un suicidio, había pastillas…

- Pero ¿cómo?

- Señor eso no lo sabemos, estamos investigando.

Alberto volvió con Elías. En ese momento dos enfermeros sacaban un carro con una bolsa negra…

Uno de los enfermeros, mirando a los dos hombres les dijo.

- La llevamos al anatómico forense, para hacerle la autopsia, mi compañero les informará ahora después.

Pasaron la mañana declarando y escuchando a los médicos y a los policías.

Luego salieron para el anatómico, Alberto pidió un taxi, no quería conducir.

Al día siguiente, el tanatorio, otra vez el tanatorio, volvía a estar lleno de gente. Alberto se sentía desplazado, él no era nadie en aquella familia, aunque a veces se sintiera parte de ella.

Alicia y Lourdes estaban allí con él, acompañándole. José también estaba con su mujer Lucía.

Elías entraba y salía de la sala, deambulaba sin orden ni concierto, Alberto le agarraba, le sentaba a su lado, le consolaba, pero Sanchís al rato abandonaba su silla y volvía a entrar a la sala.

Don Julio y Salgado llegaron al recinto. Alberto les miró, pero no se levantó.

Los dos hombres se acercaron y saludaron.

- Lo siento dijo Salgado, me consta que te apreciaba mucho igual que tú a ella.

- Gracias.

- Es un horror, dijo Don Julio, un horror. Mientras meneaba la cabeza negando.

- Sé que no es el sitio, ni el momento, pero la próxima semana, tendrías que pasar por el estudio. Le dijo Salgado.

- Efectivamente, no es el sitio, ni el momento.

Alberto se levantó y se alejó de ellos.

Pasaron el día allí, recibiendo muestras de cariño y condolencias. Al día siguiente, igual que hicieran con su hija, la incineraron, en el mismo sitio, con la misma ceremonia, con casi el mismo dolor.

Alberto y Sanchís tuvieron que ir a comisaria, a firmar sus declaraciones y a que les entregaran objetos que habían recogido de la casa.

- Estas cosas no serán necesarias para la investigación. Decía el agente.

Sanchís las cogió y el agente mirando a Alberto le dijo.

- Usted es Alberto ¿verdad?

- Sí.

- Esto es para usted, estaba en la mesilla junto a ella.

Le entregó un sobre cerrado.

- Imaginamos que es algún tipo de despedida, por supuesto, no la hemos abierto, si considera una vez leída, que podría ser de importancia para la investigación, le rogaríamos que nos lo hiciera saber.

- Sí, sí, claro.

Los dos fueron a casa de Sanchís, el jefe estaba realmente afectado, y Alberto no quería separarse de él.

Una vez en su casa, María le preparó una infusión y le acompañó a su dormitorio.

- Señor Alberto, ¿le preparo algo de comer?

- Ahora mismo no tengo hambre, no puedo tragar nada.

- Un caldo calentito le hará bien decía María.

- Está bien María, gracias.

Alberto se sentó en el porche acristalado, donde otras veces había estado con Merche, con Irene o con Elías.

María le trajo una bandeja con la comida.

- Señor, ella le quería mucho, siempre hablaba de usted…

- Gracias María, gracias.

Alberto se limpió las lágrimas y sacó la carta de su bolsillo.

La miró, la giró, la examinó. Sólo ponía: Alberto.

La abrió con cuidado, una hoja de papel cuidadosamente doblada.

Dio un trago al caldo, luego otro, respiró y se levantó. Paseó por la sala, y finalmente cogió la carta y salió al jardín, cogió el camino de la barbacoa y una vez allí, se sentó bajo la pérgola, en el suelo, junto a la puerta del cuartito en el que aquella vez Mónica intentó aprovecharse de él.

Sacó un cigarro, lo encendió, y desplegó la hoja de papel.

Una caligrafía redondeada y muy clara decía:

Hola Alberto.

Antes de nada, no te sientas culpable, eres un cielo, has sido la luz de mi oscuridad, como en su día lo fuiste de Merche.

Alberto dejó de leer para secarse los ojos. Dio una calada al cigarro y continuó.

Lo que ha pasado entre nosotros ha sido lo más maravilloso que me ha ocurrido en toda mi vida.

Lo busqué, lo reconozco, lo busqué porque quería sentir por mí misma lo que Merche me contaba, quería sentirme mujer una última vez.

He dejado todo solucionado, la hija de puta no volverá a molestarte jamás.

Te dije un día que mi hija me contaba todo, no te engañé, me contaba todo casi todo, y lo que no me contaba me lo escribió, bueno quizás no a mí, pero está en su diario, igual que estaba en su diario el pendrive con el video que le hicisteis.

No te culpes de lo que yo he decidido hacer, hace tres semanas me dieron la noticia de mi enfermedad, en nada de tiempo no iba a poder moverme, no iba a conocer a nadie, iba a ser dependiente para todo. No, eso no lo pienso consentir.

Pero antes de irme, tenía que darte mi vida, devolverte todo lo que hiciste por Merche, por mí.

Cuidaste de ella sin saber todo lo que había pasado, eres un gran hombre.

Te pido que cuides de mi hermano, te quiere como a un hijo, te aprecia, cuídale, ahora está solo.

Cuando necesites saber más de Merche, pregunta a Elías, él ha sido nuestro ángel de la guarda hasta que apareciste tú.

Y una última cosa, vive, disfruta, cumple sueños, se feliz, por mí, por ella y por ti.

Te quiero Alberto, como madre, como mujer, como Irene.

Siempre.

Los ojos de Alberto no eran capaces de distinguir nada, todo estaba borroso por las lágrimas, apagó el cigarro, volvió a doblar la hoja de papel y la metió en el sobre.

Hundió la cabeza entre sus rodillas, y apoyado en la pared, junto a la puerta, lloró.

Zaragoza 2004

Alberto volvió a Zaragoza una semana antes de lo previsto, no iba a pasar las fiestas en Madrid, solo.

No fue al estudio, no pasó a ver a Salgado, si le tenían que despedir, que se lo comunicara en la obra.

Para nochevieja, Javier, Bernardo, Charo y él, prepararon una cena en la casa.

Alberto les había contado lo sucedido en Madrid, y ellos solo pensaron en animarle, intentar que volviera a ser feliz, como un día lo fue.

Pasaron una cena entre risas, con Charo haciendo bromas. Hubo algún momento de bajón, cuando recordaron a sus amigos, cuando se acordaron de Alicia, de Julia, de Eva…

Al final el alcohol, la música, les fue sacando de la tristeza, tomaron las uvas, brindaron, se abrazaron.

Zaragoza 2005

Charo propuso acercarse a la fiesta del restaurante, seguro que les dejaban entrar.

Los cuatro, alegres con el alcohol, se acercaron al restaurante. La fiesta les recordó al año anterior, entraron en el salón habilitado, todos los que se acercaban les felicitaban el año.

Al fondo vieron a Laura, y se acercaron.

- Feliz año decía ella con alegría.

- Eso espero que éste sea feliz dijo Alberto.

- Ya verás como sí, respondió Laura.

Laura les ofreció bebida.

- ¿Está Eva por aquí? preguntó Charo.

- No la he visto, pero es posible que esté por el hotel.

- ¿Hay fiesta en el hotel?

- Claro, pero es para clientes, a algunos nos toca estar allí, atendiendo.

- ¿Y podemos pasar a esa fiesta? Dijo Bernardo.

- Anda coño, claro sois clientes, a la que no podéis venir es a esta dijo riéndose.

Estuvieron un rato allí, hablando con los empleados que conocían.

- ¿Nos acercamos al hotel? Dijo Javier.

- Vamos, lo peor que puede pasar es que tengamos que volver dijo Charo.

Llegaron al hotel y siguiendo la música, entraron en un salón, esta fiesta era más lujosa, se notaba el nivel.

Alberto se acercó a una barra a pedir.

- ¿Qué habitación tienen? Preguntó el camarero.

- Eh, no sé, estamos en la casa.

- Es que es para clientes… decía el camarero.

- A este señor, Fran, le pones lo que pida dijo Eva acercándose.

Alberto la abrazó, le dio dos besos y se felicitaron el año.

- Ojalá este año sea mejor que el anterior dijo ella.

- A poquito, Eva, a poquito respondió él.

- ¿Estás solo?

- Están allí, mira señaló a la entrada del salón.

El camarero puso las copas y entre Eva y él las acercaron.

Brindaron, rieron, bailaron. Pasaron una noche de diversión, intentando olvidar sus penas.

Muy tarde, o pronto según se mire, Alberto y Javier salieron a la calle.

- ¿Cómo estás Alberto?

- Bien, bien.

- No me mientas eh.

- Que no tío, que, de verdad, estoy bien.

Javier le abrazó.

Charo y Bernardo salieron.

- ¿Nos vamos? Ya estamos mayores para estas cosas dijo Charo.

- Pues si tú estás mayor respondió Javier.

- Vámonos dijo Alberto.

Por la mañana, con la resaca del día anterior, se notaban más alegres que otros días, a pesar de todo, seguían estando juntos, les faltaba gente, pero todo iba a ir bien.

Aquel día lo pasaron en la casa, descansando, solo salieron para ir a comer al restaurante, con Eva y Laura.

En los siguientes días regresaron Ruth y Luis, y se marchó Bernardo.

Las chicas de los jardines, que unas semanas antes se habían marchado, volvieron.

Charo ya les había ofrecido la casa y se alojaron con ellos.

Javier y Luis se desvivían por tenerlas contentas, y de hecho así debía de ser, a tenor de los gemidos que se oían algunas noches desde ciertas habitaciones.

Charo, Ruth y Alberto iban estrechando lazos, sobre todo Ruth y Alberto.

Pasaron varias semanas, Alberto llamaba casi a diario a Elías, se preocupaba por él, aunque siempre preguntaba a María antes de hablar con él.

A finales de enero, un fin de semana, Bernardo vino a ver a Charo.

Javier y Luis seguían tonteando y acostándose con las chicas. Ruth y Alberto decidieron salir a tomar algo por la noche.

De vuelta, a las tantas de la noche, en la sala de la barra los dos hablaban.

- Tío ¿y no has vuelto a follar?

- ¿Que pregunta es esa?

- Joder, somos amigos ¿no?

- Sí, pero pregutar eso.

- Es curiosidad.

- Bueno, pues sí.

- ¿Aquí? Aquí no ¿verdad?

- Que cotilla.

- Joder, es por curiosidad.

- Ruth, te voy a contar algo, que no sabe nadie le dijo muy serio.

- Ostras, ¿un secreto?

- Sí, un secreto.

- Cuenta, cuenta.

- Pero es un secreto, no lo puedes contar.

- Que si tío, venga.

- Atenta dijo Alberto y se acercó a ella.

Ruth estaba intrigada, le miraba a los ojos.

Alberto se acercó mas.

- ¿Que? Dijo ella.

- Te voy a comer la boca, pero es un secreto.

- ¿Cómo?

Y Alberto besó a Ruth, ella cerró los ojos y él la saboreó.

Se separaron, se miraron.

- Ya era hora tío dijo ella.

Alberto la volvió a besar.

Ni cinco minutos después, en la habitación de Ruth, ella estaba desnuda con él encima follándola.

La penetraba con violencia, haciendo tope en cada embestida, las tetas de Ruth se desparramaban a los lados de su pecho y se agitaban a cada golpe de riño que Alberto daba.

Ella pedía más, y él empujaba más.

- Joder, joder fóllame así, así.

- Toma puta, ¿esto quieres?

- Sí, sí, así.

- Toma zorra, toma.

Se giraron, Ruth le puso el culo delante y Alberto la volvió a meter. La follaba con violencia, fuerte, como queriendo demostrar que él era el macho.

Ella se dejaba hacer, le animaba a follarla así, fuerte.

Después de varias embestidas, varias posturas, muchos gemidos y muchos insultos.

Ruth estaba completamente abierta de piernas y Alberto la sacó y con la polla en la mano.

- ¿Dónde quieres que me corra guarra?

- Donde quieras, me gusta todo.

Alberto empezó a expulsar semen, por el pecho, la tripa, por encima del coño…

A los cinco minutos, después de que los dos hubieran quedado tumbados y rendidos.

- Me ha gustado Alberto.

- Lo siento, he sido un poco…

- Me ha gustado.

- ¿Sí?

- Me gusta que me den caña, me pone mucho que me insulten, pero después quiero respeto.

- O sea ¿que ahora no te puedo llamar zorra’?

Ruth le dio un codazo en la boca del estómago.

- Joder.

- Respeto, gilipollas, cuando no follamos, respeto.
 
Capítulo 49
El plan
Zaragoza 2019

Alberto pasó la tarde meditando cómo enfrentarse al problema, cómo plantearlo. Tenía muchas dudas, entre ellas, Lourdes.

Cuando fueron a cenar, por el camino, Alberto se agarró a Lourdes.

- Cariño, tengo que hablar contigo.

- Dime.

- Es que es largo, después de cenar, ¿vale?

- Me dejas intrigada.


Alberto le dio un beso en la boca.

- No te preocupes, es una chorrada.

Lourdes se abrazó a Alberto.

Sanchís, caminando con Miguel y Alicia, les observaba y sonreía.

- Hacen buena pareja dijo Sanchís.

- Pero Lourdes. Está casada ¿verdad? Preguntó Salgado.

- Sí, pero no va muy bien explicó Sanchís.

Alicia los escuchaba divertida, parecían dos señoras en la cola del supermercado.

Más atrás Javier y Bernardo le explicaban a Charo lo que habían visto en las fotos.

Durante la cena, Sanchís, en plan abuelo, les contaba cómo hacían las obras cuando él empezó con sus socios, cómo subían materiales con poleas, las primeras grúas que les salían carísimas.

Javier les contó que esas historias las había oído contadas por su padre, que se las contaba a su hermano y a él hace muchos años.

Después de cenar, volvieron a la casa. Charo y Bernardo se retiraron a su habitación, Sanchís también. Miguel se quedó hablando con Alberto, comentando cosas del estudio, posibles obras que iban a salir.

Lourdes se acercó a ellos para despedirse, y le dijo a Alberto, al oído.

- ¿Vienes a dormir a mi habitación?

Alberto le hizo un gesto afirmativo y Lourdes les dejó para que siguieran hablando.

Una vez solos, Miguel le preguntó a Alberto.

- ¿Vas en serio con ella?

- No lo sé.

- Es muy buena mujer, hacéis buena pareja.

- Ya, pero ella tiene…

- Sí, pero si, como dice Sanchís, no le va muy bien…

- Es una decisión de ella. Yo… no voy a decirle lo que tiene que hacer.

- Pero se nota que la quieres.

- Después de Merche, y ella lo sabe, ella es la única con la que podría compartir mi vida.

- Te dejó muy marcado.

- Miguel, Merche era especial, éramos compatibles, similares. Podía hablar con ella de mi pasión, las obras, de arquitectura, de arte. Podía hablar con ella de cualquier cosa, era… joder ¿qué hago contándote mi vida?

- Somos amigos ¿no? Yo me considero tu amigo, yo no sabría nada de obras, ni fuera por ti, siempre me has ayudado, nunca me has visto como un hijo de papá que está aquí por ser quien es…

- ¿Seguro? Jajaja.

- Creo que sí jajaja.

- Es tarde, vamos a dormir. Mañana tenemos que hablar, y es algo serio…

- Tiene relación con el expediente ¿verdad?

- Mañana lo vemos. Buenas noches.

- Buenas noches.


Alberto y Miguel se fueron a sus habitaciones, Alberto cogió su bolsa de aseo, su pantalón corto de dormir y se dirigió a la habitación de Lourdes.

- ¿Ya estás en la cama?

- Te estaba esperando.


Quitó la sábana que cubría su cuerpo y la vio completamente desnuda, perfecta.

El bulto de Alberto comenzó a crecer. Se desvistió y completamente desnudo se metió bajo las sábanas.

Ella se abrazó a él, apoyó su cabeza en el pecho de Alberto y le dijo.

- Sabes que te quiero ¿verdad?

- Creo que sí.

- Que tengo que hacer para que lo sientas.

- No lo sé, Lourdes.

- Tengo que decirte algo… pero quiero estar segura.

- ¿Segura?

- Alberto. ¿Me quieres? ¿quieres estar conmigo?

- Sí. No podría querer estar con nadie más.

- Es en serio Alberto, no voy a dar un paso tan importante para ser una más. Entiéndeme.

- Te entiendo, pero no te comprendo.

- ¿Por qué?

- Si tu matrimonio no va bien, ¿qué más da si me vas a tener o no? Acaba con eso. No necesitas otra relación, no necesitas tenerme a mí, para poder dejar a Gerar…

- Pero… es que quiero estar contigo.


- Cariño, te quiero, lo sabes, lo que quiero decir es que, aunque yo no te quisiera, no soy la excusa… la excusa es que él no te quiere y tú a él tampoco, no necesitas más razones, vuestro matrimonio no funciona y punto.

- Puede que tengas razón… Lourdes
le besó.

- ¿Quieres dormir, o quieres cansarte antes? Le dijo Alberto mientras le acariciaba un pezón y éste se endurecía.

Ella bajó la mano, palpó el rabo de Alberto, que se endurecía por momentos.

- Creo que a este le gustaría un poco de marcha.

Se deslizó hacia abajo, metió su cabeza bajo la sábana y comenzó a chupar la polla de Alberto.

Al otro lado de la pared, en la habitación de Charo, Bernardo estaba comiéndole el coño a la chica, que completamente desnuda y con las piernas abiertas y apoyadas en él, gemía de gusto.

Cuando Charo escuchó el primer gemido de Lourdes, se encendió, Bernardo lo notó y aceleró el ritmo de sus lametones y la velocidad de sus dedos dentro del coño de Charo.

Ahora casi mantenían el ritmo, cada gemido de Lourdes era seguido por uno de Charo.

- Te voy a follar nena.

- Venga, fóllame, como si te la follaras a ella.

- ¿Quieres que me folle a Lourdes?

- Y yo me follo a Alberto.

- Que zorra eres Charo.


Y le hundió la polla dentro, hasta hacer tope mientras chupaba los pezones duros de la chica.

Alberto mantenía un ritmo constante, una velocidad de crucero lo suficientemente veloz para que ella se fuera acelerando.

Lourdes daba gemidos, cada vez más fuertes, más largos. Alberto aceleró y ella le apretó con las piernas hacia ella haciendo que entrara más dentro, que la llenara del todo.

Con la polla completamente dentro, haciendo movimientos pequeños pero contundentes, le peguntó.

- ¿Dónde lo quieres?

- Dentro.

- ¿Dentro?

- Todo dentro.


Él no se cuestionó nada más y aceleró, aumentó el ritmo y en un último esfuerzo soltó toda su simiente dentro del coño de Lourdes que convulsionaba de placer, mientras daba un grito de placer.

Bernardo aumentó el ritmo de la follada, ella con los ojos cerrados gemía, seguía al ritmo de Lourdes.

- Fóllame Alberto, métemela más.

- Que puta eres.


Con un ritmo bestial, una fuerza considerable, la follaba frenéticamente.

- Te gusta follarte a Lourdes, ¿a que esta buena cabrón?

- Sí, está muy buena, es muy zorra.

- Sigue cabrón, fóllame.

- Toma Lourdes, toma.


Charo gritó casi a la vez que Lourdes, Bernardo soltó su líquido espeso dentro de Charo.

Ella cerró los ojos, gimió más bajito, le atrajo hacia ella y le besó.

- Te quiero Bernardo. Te quiero.

- Y yo a ti Charo.

- Perdóname por mis estupideces, por mis tonterías, te quiero, solo te quiero a ti.


Bernardo la besó, mientras una lágrima corría por su mejilla, y para que ella no lo notara se levantó con la excusa de asearse.

Lourdes se quedó quieta en silencio, sintiendo a Alberto dentro de ella, notaba las pulsaciones en el rabo de Alberto. En las paredes de su coño encharcado.

- Te quiero Alberto.

- Y yo cariño, y yo.


Por la mañana, Alberto y Lourdes desayunaban cuando bajó Sanchís.

- Buenos días pareja.

- Buenos días
respondieron ellos.

- Si os decidís, me pido ser padrino, me hace ilusión.

Lourdes miró a Alberto, luego a Sanchís.

- ¿Qué dice?

- Que no me importaría ser el padrino, además hace mucho que no voy de boda.

- Estás muy desencaminado Elías,
dijo Alberto.

- Bueno yo lo dejo caer, y si alguien lo recoge…

Los tres rieron, y Sanchís se levantó a echarse un café.

- Deje Sanchís, yo se lo pongo Dijo Lourdes.

Sanchís se sentó en frente de Alberto y le guiñó un ojo.

- ¿Lourdes? ¿Te casarías con Alberto?

- Que tonterías dice usted por la mañana ¿no?

- Ya sabes, cosas de viejos jajaja.


Alberto reía mirando a Sanchís, con todo lo que había pasado, y jamás perdió su sentido del humor. Le miraba y veía al padre que nunca tuvo.

Cuando Charo y Bernardo bajaron, la alegría de Charo de siempre invadió toda la estancia.

Más tarde cuando ya todos estaban en el salón…

Alberto le pidió a Lourdes que saliera con él al jardín.

- Tengo que preguntarte algo.

- Dime.

- Hace años, muchos, hubo una reunión en el despacho de Salgado, padre…

- Hubo muchas.

- Una en la que te pidieron que fueras testigo.

- Sé por dónde vas.

- ¿Qué pasó?

- Que Salgado echó a su sobrina de la empresa, le quitó todas las asignaciones que tenía…

- ¿Por qué no me lo has contado?

- ¿Es importante?

- ¿Tu qué crees?

- No lo sé, ¿qué importancia puede tener?

- ¿Tú sabes que Mónica nos puteó?

- Pero… a ver cariño, aquello no fue nada importante para… a ti no te afectaba, bueno quizás sí, pero… yo no puedo ir contando lo que veo en la oficina, sabes que no puedo.

- Cariño, esa chica es M.Salgado. ¿Te suena?


Lourdes se quedó pensativa y luego añadió.

- Soy una imbécil, tío, soy imbécil, lo he tenido delante todo este tiempo.

- Ella es la que maneja… no Miguel.

- Joder, que sí, que ahora lo veo. ¿No pensarás que si lo supiera no te lo habría contado?

- No lo sé.

- Alberto, soy la discreción en persona, no cuento nada de la empresa, no puedo, pero te juro, te juro, que si alguna vez algo de lo que viera u oyera te afectara, te lo contaría.

- Espero que sí.

- Alberto he oído muchas cosas, sé muchas cosas, por eso estoy donde estoy.

- Lo sé cariño. Lo sé.

- Si hubiera sabido… joder, que imbécil.

- Vale, déjalo.

- ¿Y tú por qué sabes que yo estuve?

- Discreción Lourdes discreción.

- Idiota.

- Sanchís, me lo contó él.

- Que indiscreto jajaja.


- No es indiscreto, es mi padre, como si lo fuera, y el padrino de nuestra boda jajaja.

- Jajajaj.

Volvieron a la sala. Todos estaban por allí, miraban la televisión, le extraño, allí pocas veces se encendía la tele.

- El alcalde participó en un acto de homenaje en el que los amigos y familiares le boicotearon el acto… decía la televisión.

En las imágenes se les veía a ellos, fuera del acto, cogiendo los ramos y dirigiéndose a los jardines.

- Qué fuerte, que les boicoteamos dice. Dijo Javier.

- El alcalde, en declaraciones a esta cadena ha lamentado lo sucedido y recuerda que su presencia era para rendir homenaje a las víctimas de un accidente que en su día dejó muy tocada a la ciudad de Zaragoza.

- Será hijo de puta
decía Javier.

- Es tu alcalde le dijo Bernardo.

- No jodas, no voto a ese ni apuntándome con una pistola.

Después en una mesa comenzaron un debate sobre si lo que hicieron los familiares y amigos estuvo bien o no.

Ellos comenzaron una discusión sobre si debían o no dar su versión. Al final Sanchís habló.

- A ver, esto es una estupidez, la prensa necesita hablar de algo, el alcalde necesita campaña, nosotros, vosotros, no necesitáis nada de eso. Dimos un homenaje a nuestros amigos, a vuestros amigos, ya está. Que digan lo que quieran, que hagan lo quieran.

- Tiene razón
dijo Charo, no merece la pena.

- Además tenemos cosas más importantes de qué hablar añadió Alberto.

Miguel le miró.

- ¿A eso te referías anoche?

- Sí. A ver, recapitulemos.


Alberto expuso todo lo que había pasado, el expediente, la posible sanción, explicó la carta de Sanchís, con su posible herencia, y fue sacando la documentación de que disponían.

Miguel iba leyendo papeles, veía los nombres.

- Yo no tengo acciones en ninguna de estas empresas dijo Miguel.

- Ahora lo sabemos.

- ¿Entonces?

- Tu prima
dijo Sanchís.

- ¿Mi prima? ¿Mónica?

- Sí, ¿venganza? ¿Recuperar lo que ella cree suyo? Dijo Alberto.

- Pero. Hace mil siglos que no sé nada de ella, desapareció, no la veo desde… joder desde hace un montón de años, en mi casa ni se hablaba de ella.

- Pues siempre ha estado ahí
dijo Lourdes.

- ¿Pero? ¿Y Carlos? Joder se supone que es mi asesor…

- Carlos es un trepa, un hijo de puta que te utiliza
dijo Alberto.

- Lo importante ahora es ¿Qué vamos a hacer? Dijo Alicia.

A partir de ahí cada uno daba una opinión, denunciarla, cambiar los estatutos… Bernardo propuso mandar unos sicarios, a lo que todos respondieron con risas y él muy serio dijo.

- Esos no fallan.

Más risas.

Sanchís como siempre puso la calma.

- Hay una solución, pero Miguel tiene que estar de acuerdo dijo Sanchís.

- Dime dijo Miguel.

- Sacarle de su puesto dijo Alicia.

Sanchís la miró y confirmó.

- Exacto. Está ahí por nombramiento del consejo, ya sabes consejo un voto, yo dos votos, tú un voto, doble por ser presidente.

Miguel sumó dos más dos.

- Da igual que diga el consejo, tus dos más el mío… dijo Miguel.

- Tres dijo Alberto.

- Siguiente paso, blindar el consejo de administración. Cambiarlo si es necesario. Dijo Miguel.

- Igual de fácil, dos míos más el tuyo, ahí no les necesitamos es una decisión de la propiedad añadió Sanchís.

- Y después dijo Miguel.

- ¿Después? Ya no hay más ya estaría arreglado dijo Alberto.

- No era una pregunta, después, mando a mi prima a tomar por culo dijo Miguel entre risas.

Miguel, después, se quedó pensativo, se levantó dando vueltas en su cabeza.

- Alberto ¿me das un cigarrillo?

- ¿Tú fumas?
Dijo Alberto.

- Hoy sí, necesito… calmar mis pensamientos.

Alberto le ofreció el paquete y Miguel salió fuera, Alberto salió con él.

Miguel siguió callado y después de un rato le dijo.

- ¿Sabes que no tengo recuerdos de mi prima?

- Algo recordarás
le dijo Alberto.

- Me acuerdo de una nochebuena, yo era muy joven, y ella ya tendría, no sé veintipocos años.

- En casa de Sanchís.

- Exacto, yo era un criajo que no entendía nada, no sabía de nada, y me atreví a poner en duda que Merche pudiera dirigir una obra…

- Lo recuerdo, como si fuera ayer, ella te corrigió, tu prima.

- Exacto, la odié por dejarme en evidencia…

- Yo la odié por otras cosas.


- Pero después de aquello, no recuerdo nada más, fue la musa de mis pajas adolescentes jajaj que exhibiciones me daba la cabrona.

- Ja, ja, ja.


- La recuerdo en casa, los veranos, con unos bikinis de infarto que revolucionaban mis hormonas adolescentes. Joder.

- De jovencitos a todos nos pasa…

- Pero trato de recordar que pasó después, y no hay nada, desapareció.

- ¿Quieres saber qué pasó?

- No lo sé, no sé si quiero saberlo.


Terminaron de fumar y entraron a la sala.

- Bueno compañeros, ¿queréis venir a ver nuestras humildes oficinas? Dijo Charo.

- ¿De quién? Dijo Sanchís.

- Nuestras dijo Charo señalando a Javier, de mi socio y mía.

- ¿Tenéis una empresa los dos? Coño Alberto no me informas
dijo Sanchís entre risas.

- Vamos, vamos, dijo Charo.

Aquel día lo pasaron de visita en las oficinas de Charo y Javier, les explicaron lo que hacían, le enseñaron fotos de obras… Sanchís estaba impresionado.

- ¿Sabéis? Cuando yo empecé, no quería hacer obras grandes, no quería construir edificios, a mí me gustaban las obras pequeñas, las tiendas, los restaurantes, que hubiera que pensar mucho en distribuciones, aprovechamiento de espacios, era feliz con aquello

- Pero se dedicó a los edificios
añadió Javier.

- Por necesidad, yo tenía un estudio pequeñito, estaba yo y un señor que dibujaba para mí. Nadie más.

- ¿Y qué pasó? Decía Alicia con curiosidad.

- Pues que mis dos amigos de la carrera, Julio Y Miguel Ángel, querían hacer cosas más grandes, ellos también tenían sus estudios, también pequeños, con pocas aspiraciones, pero juntos, joder juntos éramos grandes.

La emoción recordando hizo que a Sanchís se le humedecieran los ojos.

- Nos costó mucho, anda que no pateamos las calles buscando clientes, Miguel Ángel se recorría todos los ayuntamientos buscando concursos para presentar nuestras propuestas, Y Julio se pasaba días enteros dibujando sus ideas, esta de Zaragoza, es suya.

- Qué bonito tuvo que ser
decía Charo.

- Bonito y duro, difícil, mucho esfuerzo, había días que lo querías dejar todo.

Alberto y Miguel le escuchaban en un segundo plano. Javier, Alicia, Bernardo y Charo le escuchaban atentamente, mientras que Lourdes, en la calle hablaba por teléfono.

Tocó con los nudillos en la cristalera, se giraron y Lourdes hizo un gesto a Miguel para que saliera.

- El jueves podemos reunir al consejo le dijo.

- Mejor el viernes añadió Miguel.

Lourdes transmitió las órdenes por teléfono.

*/Lidia, cita al consejo el viernes, consejo extraordinario, no tienes que redactar orden del día, pon solo consejo extraordinario.

*/¿A qué hora lo pongo?

*/A la habitual, tampoco vamos a hacer madrugar a los señores…


Miguel, sonrió con malicia.

- Dile que a las ocho y media de la mañana, que se jodan.

- Jajaja.

*/Lidia, a las ocho y media de la mañana en la oficina.

- No, añadió Miguel, en la sala de reuniones de la 7.


Lourdes tapó el teléfono, miró a Miguel y abrió los ojos como platos.

- ¿En la 7?

- Con dos cojones
añadió Miguel.

*/Lidia, viernes, ocho y media, en la sala de reuniones de la planta 7.

*/¿De la 7?

*/Sí, Lidia, mandas una circular a los de la 7 y les dices que el viernes tengan habilitada la sala de reuniones.

*/Muy bien.


Los dos volvieron a entrar a la oficina. Sanchís seguía contando.

- Pero tienes razón, Charo, fue una época muy bonita.

- Y luego entró en la empresa ese, dijo Javier señalando a Alberto, y todo empezó a ser más feo, como él.

Sanchís se echó a reír.

- Para cuando entró Alberto, ya éramos un estudio decente, con obras importantes, no tan grandes como esta, eso vino después, pero hacíamos nuestras cosas. Éste entró como diseñador, y mírale ahora…

Sanchís se acercó a él y le echó el brazo por encima.

- Ahora es el puto amo, y en nada será dueño de la empresa…

- En nada no, a ti te queda un huevo aun
dijo Alberto.

- Y además no será el dueño, será medio dueño conmigo dijo Miguel.

Los demás se echaron a reír.
 
Ya sabía yo que el Carlos ese me caía fatal por algo y ahora ya se porque y lo de Mónica es claramente una venganza.
Por otra parte, no se porque Alberto no se atreve a dar el paso definitivo con Lourdes cuando los dos se aman.
 
Capítulo 50
El final del camino
Madrid 2005

Alberto, junto a Javier, Luis y Charo, vinieron a Madrid nada más recibir la noticia. Dieron orden de parar la obra, de cerrar el recinto. Ruth se quedó en Zaragoza, y se comprometió con ellos en atender a cualquier posible visita durante su ausencia.

Nada más llegar, fueron directos al estudio, subieron a la 7

- Está en el tanatorio sur, le llevaron esta mañana, ha sido un infarto. Les explicaba José.

- El estudio, imagino que también ha cerrado Preguntó Alberto.

- El estudio y todas las obras, Don Julio Y Sanchís han dado orden de que todos los equipos vuelvan. Respondió José.

Alberto dirigiéndose a Javier, Luis y Charo les dijo.

- Pasamos por mi casa a cambiarnos, y vamos al tanatorio.

Una hora después, entraban en el tanatorio, Alberto pensó que ya había visitado muchos en los últimos meses.

Sanchís y Don Julio estaban en el pasillo, al verles se acercaron.

- Gracias por venir tan rápido dijo Don Julio.

- ¿Cómo ha sido? Preguntó Alberto.

- Un infarto, anoche, fue fulminante decía Sanchís.

- Voy a ver a Catalina, decía Alberto mientras entraba en la sala.

Dentro había mucha gente, Alberto buscó con la mirada y vio a Miguel apoyado en una columna, se acercó a él.

- Lo siento, le dijo extendiéndole la mano.

El muchacho le apretó la mano y dio las gracias.

- ¿Dónde está tu madre?

- Por allí dijo el chico señalando con la cabeza a un sillón frente a la cristalera.

- Voy a verla.

- Muy bien.

Alberto se acercó, se inclinó y Catalina al verle, se puso de pie.

- Lo siento mucho, Catalina, mucho.

Ella se abrazó a él llorando.

- Gracias Alberto, gracias por venir, te apreciaba mucho.

- Lo sé, Catalina, lo sé.

- Le dolió mucho todo lo que te dijo aquella noche…

- No pasa nada, tranquila.

- Gracias por venir, de verdad.

Alberto la apretó y le transmitió todo su cariño, luego separándose de ella.

- Luego la veo. Voy fuera.

- Sí, gracias, gracias.

Alberto salió y se acercó a su grupo.

- La veo muy entera dijo Alberto.

- Las pastillas, ahora no se entera de nada dijo Don Julio.

Pasaron un rato allí, saludando gente, siendo presentados a todo tipo de gente.

Javier miraba para todas partes, buscando a Alicia con la mirada, cuando la vio entrar, el corazón se le aceleró.

Ella se acercó al grupo, venía con Lourdes.

- Hola, ¿qué tal estáis? Dijo ella.

Se abrazó con Charo, con Luis y miró a Javier.

Dudó un instante, pero le abrazó, Javier la acogió entre sus brazos y la apretó fuerte.

- Te echo mucho de menos dijo Javier.

- Y yo Javier, pero no puede ser.

- Te quiero tanto…

Alicia se separó de él.

Pasaron la mañana allí y a medio día buscaron algún sitio para ir a comer.

Todo el grupo, acompañados de Don Julio y Sanchís, entraron en un restaurante, les costó convencerles para que les montaran una mesa, al final después de dialogar con ellos, consiguieron dos mesas.

En una se sentaron Don Julio, Sanchís, Alberto, Lourdes y Alicia.

En la otra Luis, Javier, José y Charo.

Javier no dejó de mirar a Alicia durante toda la comida, ella le evitó.

- No viniste a ver a Salgado dijo Don Julio.

- Tenía una obra que dirigir respondió Alberto.

- ¿Y si te hubiera despedido? Dijo Sanchís.

- Pues alguien me lo habría comunicado ¿no?

- Puede ser, al final el agua no llegó al rio dijo Don Julio.

Sanchís miró a Don Julio, y éste se calló.

- ¿Cómo vais en la obra? preguntó Sanchís.

- Ya casi hemos acabado, estamos en plazo.

- Buenas noticias, por fin respondió Sanchís.

- Los últimos meses han sido muy difíciles, pero ya acabamos.

Tras la comida, volvieron al tanatorio, se colocaron junto a una pared, los dos socios, entraron en la sala.

- Que coñazo dijo Javier.

- Ya te digo respondió Luis.

- Tíos que estamos de funeral añadió Charo.

Luis giró la cabeza y dando un codazo a Javier.

- Joder con la niña. ¿Quién es esa?

Una chica rubia, con un vestido negro largo, tacones y gafas de sol, entraba en el pasillo.

- Es Mónica, la hija puta, dijo Javier.

- Ostias, no me fijé en ella.

- Pues está muy buena, pero es una hija puta. Respondió Javier mientras daba un golpecito a Alberto para que se girara.

Alberto se dio la vuelta y la vio llegar, de frente, ella se quitó las gafas y se paró, sin acercarse al grupo, miraba a Alberto a los ojos.

Alberto se acercó.

- Te acompaño en el sentimiento le dijo.

- Vengo por cortesía, pero gracias.

- ¿Ni en estas circunstancias te vas a comportar? Le dijo.

Ella se acercó a Alberto, le echó los brazos por el cuello y añadió.

- Esta noche me llamas, y acabamos lo que tenemos a medias.

- Vete a la mierda Mónica, vete a la mierda.

Alberto se alejó de la chica y volvió con sus amigos.

Casi de noche, se repartieron para dormir, Javier y Luis en casa de Alberto, Charo se iría con Alicia.

Lourdes miró a Alicia.

- ¿No le importará a Manolo? dijo Lourdes.

- No creo.

- Se puede venir a mi casa, si a ella no le importa.

- Yo voy donde me digáis, bastante hacéis dijo Charo.

- Que se venga a casa dijo Alicia.

Los chicos se marcharon a casa de Alberto, ellas a casa de Alicia.

- ¿No te crearé problemas? dijo Charo.

- No, ladra, pero no muerde.

- Bueno, gracias nena.

- No me des las gracias, tú harías lo mismo.

- ¿Qué tal estás?

- Bien, creo que bien.

- Le echas de menos ¿verdad?

- Todos los días.

- Pero no vas a volver.

- No puedo Charo, no puedo.

No hablaron más hasta entrar en la casa.

Manolo estaba en el salón, Alicia entró con Charo.

- Mira Manolo, esta es Charo.

El hombre sin mirar dijo.

- Hola.

- Se queda esta noche con nosotros.

Él levantó la mirada.

- ¿Con nosotros? ¿Por qué?

Al verla, se calló, la examinó, Charo llevaba una falda corta con unas medias negras, se veían sus piernas bien contorneadas y firmes, y una camisa también negra, con varios botones desbrochados, que evidentemente no enseñaban nada.

- Si no queda más remedio, y se acercó a ella para darle dos besos, la abrazó y mientras la besaba una mano bajó más de la cuenta.

Charo no hizo nada, le miró, pero se calló.

Alicia acompañó a Charo a su habitación, en la planta de arriba, para que dejara sus cosas y se pusiera cómoda.

- Estoy en la cocina le dijo Alicia.

- Me cambio y bajo.

Alicia salió de la habitación y bajó a la cocina.

Charo se quitó la camisa, se desabrochó la falda, se quitó las medias.

Se inclinó sobre su bolsa, con la braguita metida entre las nalgas, la puerta se abrió.

- ¿Qué te has dejado? Dijo Charo sin levantarse.

Notó unas manos en su cintura y como un paquete semiduro se apretaba contra su culo, intentó girarse.

- O sea que eres una putilla.

Charo meditó un instante, se incorporó, sin separarse.

- Anda que no, que culito tienes más rico.

- Mmm, dijo ella.

- Te gusta el roce ¿eh zorrita?

Ella se giró, le miró con cara de vicio, mordiéndose el labio, bajo su mirada a la entrepierna.

- ¿Te gusta? Dijo él mientras posaba las manos sobre las tetitas de Charo.

Ella bajó la mano, agarró el paquete de él, sopesó, buscó los huevos y apretó, con todas sus fuerzas.

- Mira hijo de puta, como te vuelvas a arrimar a mí, te arranco las pelotas, me las como, y te las vomito en la boca.

- Hija de puta.

Charo giró la mano, él se retorció.

- Date la vuelta, sal de aquí, y reza para que no cuente nada.

- Zorra, calienta pollas.

Le soltó, él se intentó enderezar, pero cuando casi estaba de pie, la rodilla de Charo impactó de lleno en sus bolas.

Charo cogió el pijama, se puso el pantalón, se quitó el sujetador y mirándole como se retorcía, se puso la chaqueta del mismo.

- Nos vemos en la cena.

Y salió de allí.

En casa de Alberto los tres chicos comentaban lo buena que estaba Mónica.

- Pues si tú no quieres follártela, déjamela a mi decía Luis.

- No merece la pena, mucha fachada, pero nada dijo Alberto.

- Sabrás tú dijo Luis.

Alberto les contó lo que sucedió hacía más de un año en aquella cena de nochebuena, como ella se la chupó, y él terminó metiéndosela…

- No me jodas tío, no me jodas decía Javier.

- Tú lo sabias dijo Alberto.

- No, yo sabía que había intentado liarse, pero eso…

- Me estoy perdiendo dijo Luis.

Le contaron cómo le tendieron una trampa y la grabaron aquel día.

- Que cabrones.

- ¿Merche sabia esto? Preguntó Javier.

- Claro, bueno que se la metí no, que la chupó.

- ¿Y no se cabreó como una mona?

- Sí claro, pero… bueno el final lo sabes.

Los tres conversaron sobre historias de acoso, sobre qué harían, que les gustaría hacer…

Por la mañana volvieron al tanatorio para ir al entierro.

Charo no le dijo nada a Alicia, ni a ninguno del resto, pero Manolo no se volvió a acercar a ella, y casi ni la habló.

Fueron al cementerio, y finalmente a una especie de coctel en casa de Salgado.

Ellos estuvieron todo el rato en un segundo término, veían a Mónica pavonearse por allí.

En un momento dado, alguien se acercó a ella, y le dijo algo al oído.

- Me iré cuando quiera, estaría bueno dijo ella.

Catalina salió de un salón, se acercó a ella, y en mitad de la sala, abarrotada de gente, le dio una bofetada en la cara que retumbó por toda la casa.

Charo se aguantó la risa tapándose la boca, Alicia abrió la boca asombrada. Javier y Luis se agarraban de los brazos, intentando no reír a carcajadas.

- Que ostia copón, que ostia decía Luis.

- Joder que ostión.

Mónica, muy digna, miró a todas partes, giró sobre sí misma y caminó hacia el grupo.

Se acercó a Alberto.

- No creas que he acabado contigo.

- Hasta otro día Mónica.

Una mirada de odio taladró los ojos de Alberto.

- Te voy a joder, como se jodieron ellas.

Alberto se tensionó, una mano le sujetó el brazo.

Mónica se dio la vuelta y salió de aquella casa.

Alberto respiró hondo y vio a Sanchís a su lado.

- No merece la pena, no merece la pena dijo Sanchís.

Esa misma tarde volvieron a la obra.

Zaragoza 2005

Aquella noche, al regresar de Madrid, mientras cenaban con Ruth le contaron todo lo sucedido.

Ella se reía.

- ¿Delante de todo el mundo? ¿Le ha calzado un bofetón delante de todos?

- Con la mano abierta decía Luis y gesticulaba.

Todos se reían.

Charo estaba más seria, se reía, pero no compartía la misma alegría.

Después de cenar, mientras volvían a la casa, Alberto se acercó a ella, la abrazó por la cintura y ella le correspondió haciendo lo mismo.

- ¿Qué te pasa?

- Nada.

- ¿Tú crees que soy el jefe porque sí?, lo veo todo, lo noto todo.

- No es nada, es que…

- Venga suéltalo.

Charo le contó lo que había pasado con Manolo.

- Qué hijo de puta.

- No he querido decírselo a Alicia.

- Es mejor que no, ni a Javier, no digas nada.

- Pero es que… qué coraje me da.

- No lo pienses más. Y la besó en la mejilla.

Al llegar a la casa se fueron a dormir, estaban cansados, y aún quedaba mucho trabajo.

Ruth se acercó a Alberto.

- Anoche me tuve que hacer un dedo.

- Tía. ¿Qué me cuentas?

- Que anoche me apetecía follar, y estaba sola.

- Joder Ruth.

- Vamos a tu habitación, la otra vez fue en la mía.

- Estoy cansado.

- Yo te cuido, le dio un beso en los labios.

Charo que ya se iba a su habitación la vio y sonrió.

Alberto y Ruth entraron en la habitación de Alberto, ella le abrazó y comenzó a besarle.

Se desvistieron,

- Déjate hacer dijo Ruth.

Él se tumbó en la cama, ella se acercó, le besó el cuello, el pecho, el ombligo, acarició cada músculo de Alberto.

Agarró la polla y la masajeó despacio, sin prisa, notando cómo crecía en su mano.

Le besaba la boca, le besaba la cara. Bajó a su rabo y se lo metió en la boca. Lo lamió, lo besó, lo chupó.

Él se dejaba hacer.

Ruth se sentó sobre él, y se la metió, despacio, colocándola, haciéndose hueco dentro.

Comenzó a moverse, Alberto movía la cadera, ella acompasaba el movimiento.

- A la vez cariño, sincronizando, decía con voz melosa.

Ella subía y bajaba y él movía el culo apretaba y aflojaba.

- Así, juntos, el mismo ritmo, como si fuéramos uno.

Estuvieron así un rato, hasta que ella se tumbó a su lado.

- Te toca.

Alberto se puso sobre ella, la besó, la boca, las tetas, la boca y empujó.

- Despacio, a ritmo decía ella.

- Así, despacio.

- A ritmo, juntos, sintiéndonos.

Fue un polvo tranquilo, lleno de besos de caricias.

Después de un buen rato sintiéndose, Alberto notó que le venía.

- Estoy a punto.

- Aguanta un poco, estoy casi dijo ella.

Alberto bajó el ritmo, el que nunca había acelerado.

- Así, así, juntos decía Ruth.

- Estoy apunto Ruth.

- Y yo.

- Me viene cariño.

Intentó apartarse, pero ella le abrazó atrayéndole hacia ella.

- Me voy Ruth.

- Y yo.

Juntos, en una sintonía increíble, llegaron a un orgasmo bestial, Alberto lo echo todo dentro de Ruth y ella lo recibió entre gemidos de placer, no hubo gritos, no hubo espasmos.

- Que gustazo cariño dijo Ruth.

- Ha sido la ostia.

- Así quiero que me quieras siempre.

- No sé si…

- No quiero que compartas tu vida conmigo, quiero que me quieras, en la cama, cuando el cuerpo te lo pida, cuando mi cuerpo te necesite.

- Ruth ¿qué me estás diciendo?

- Que no quiero atarte, no quiero atarme, quiero que me quieras, que me ames, en la cama.

Alberto y Ruth se quedaron dormidos, abrazados.

Un par de semanas después, todo estaba preparado, los jardines acabados, preciosos, con caminos de grava, parterres de flores, un pequeño estanque. El edificio principal brillaba reflejando el sol, las cristaleras ahumadas le daban un aire señorial.

Los edificios pequeños de los laterales, parecían pequeños hijos del edificio principal.

Javier, Alberto, Charo Y Luis de pie, frente al edificio principal miraban la fachada. Orgullosos.

- Les hubiera gustado dijo Alberto.

- Seguro, dijo Charo.

- Hay mucho de ellos ahí dijo Javier.

Luis señaló a la cubierta.

- Y allí.

El personal del complejo ya había ido tomando posesión de las estancias, sus casetas de obra ya no estaban.

Ruth se había marchado dos días antes, con el trabajo terminado.

- Tienen que ir saliendo, les dijo un agente de la seguridad.

- Sí, salimos dijo Javier.

El mismo agente, les miró.

- Ustedes son… son los que lo han hecho ¿verdad?

- Bueno nosotros y mucha más gente dijo Alberto.

- Es espectacular, de verdad, Prometo cuidarlo.

Alberto le dio una palmada en el brazo.

- Eso espero, eso espero.

Salieron a la calle, fuera del complejo, había un montón de gente al otro lado de las vallas del ayuntamiento.

Los invitados iban accediendo por un lateral, tras presentar su acreditación.

Don Julio, Sanchís, Alicia, Lourdes y José entraron por ese lateral.

- Que gran trabajo señores y señorita dijo Don Julio.

- Gracias dijo Alberto estrechándole la mano.

- Es espectacular, Añadió Sanchís.

Lourdes se abrazó a Alberto.

- A ella le habría encantado verlo.

- Seguro.

Lourdes le dio un beso en la mejilla.

- Disfrútalo.

Se hizo un acto de inauguración, muy pomposo, con televisiones, prensa, muchos políticos, muchos invitados.

Al acabar el acto, mientras Don julio y Sanchís recibían los méritos, el grupo se fue alejando del complejo.

Al llegar al restaurante, Alberto se dio la vuelta.

- Pues ahí lo dejamos. Todo guapo y reluciente.

Entraron al restaurante, los empleados, formando un pasillo, y les aplaudían según pasaban.

Al final del pasillo, Eva les recibió con una sonrisa de oreja a oreja.

- Lo habéis hecho vosotros, los méritos son vuestros.

Pasaron el resto del día allí, juntos, riendo y bebiendo, recordando a sus amigos.

Don Julio y Sanchís, después de la comida a la que habían sido invitados, volvieron con su equipo. Brindaron con ellos. Se quedaron en un discreto segundo plano, viendo como los chicos festejaban.

Por la noche volvieron a la casa, a pasar su última noche en ella.

Alberto salió al porche a fumar, paseó por el jardín, solo, recordó todo lo que había vivido allí.

Cuando se fue a dormir, en la soledad de su habitación, vio la imagen de Merche y lloró.

Fue la última vez, no volvió a llorar hasta quince años después.
 
Capítulo 51
Ajustando cuentas
Madrid 2019

El miércoles a primera hora volvieron a Madrid, todos, ninguno quiso perderse la reunión del consejo.

Miguel les dijo que podían ir, pero no entrar, podían seguirla desde el despacho de Alberto.

Charo, Bernardo, Javier y Alicia se alojaron en casa de Alberto. Luis les hizo prometer que le mantendrían informado de todo.

Hicieron planes para la noche, pero Alberto les dijo que él tenía algo que hacer, que no contaran con él, cenaría con ellos, pero luego se tenía que ir.

Lourdes y José fueron con ellos a cenar, se divirtieron y a los postres Alberto se excusó.

Cogió su coche, y se encaminó hacia una conocida discoteca, le entregó el coche al aparcacoches, y entró en la sala.

Miró a un lado y otro, y se acercó a una barra.

- Ponme una cerveza, gracias.

Con su cerveza en la mano, buscó por todas partes, al final se sentó, en un lugar que le permitiera ver la entrada.

Tres cervezas después, la vio entrar, con un vestido muy corto, con su escote generoso, unas piernas largas y estilizadas enfundadas en unos zapatos altísimos de tacón negros.

Entró con dos amigas, y subieron por las escaleras de la derecha, se sentaron en una mesa, había dos o tres hombres que las saludaron, uno de ellos le dio un pico en la boca.

Se levantó de su asiento y subió aquellas escaleras, se acercó a la barra que había arriba y se sentó en un taburete, pidió otra cerveza. No la miraba, pero notó que ella a él sí.

No se inmutó, permaneció allí sentado, sacó el móvil y lo miró, como si buscara algo.

- Alberto… Hola.

La chica se había acercado, desprendía un olor a perfume caro, el pelo rubio, largo muy alisado, le llegaba a la cintura.

- Hola Mónica.

- ¿Qué haces aquí?

- Tomarme una cerveza, ¿y tú?

- Suelo venir muy a menudo, estoy con unos amigos.

- Anda, pues qué casualidad.

- Hacía mucho que no te veía.

- ¿Quieres tomar algo?

- ¿Me invitas? ¿No me vas a mandar a la mierda?

- ¿Quieres o no?

- Sí, pero vamos a sentarnos.

- Vamos.

Mónica agarró a Alberto de la mano y le dirigió por la discoteca a una zona retirada, más oscura.

Se sentaron en una zona con sillones, apartados del resto de la gente, ocultos de miradas.

Mónica se sentó muy cerca de Alberto, la falda se le subió por encima del muslo.

Alberto la miró, realmente era muy guapa, tenía unos ojos marrones, claros, brillaban y transmitían morbo. El escote era impactante, se le veían unas tetas apetecibles envueltas en un sujetador con encajes.

Mónica hizo una seña a un camarero y éste se acercó de inmediato.

- Ponme un vodka con naranja ¿y tú?

- Una cerveza.

- Y a él, otro.

- Quiero una cerveza.

Mónica miró al camarero y dijo.

- Dos vodkas con naranja, bien preparados añadió.

Alberto la miró y ella le dijo.

- Déjame elegir, no te vas a arrepentir.

- Tú misma.

- Bueno, ¿qué tal todo?

- Bien, todo bien ¿y tú?

- Bueno, podría estar mejor, pero bien, además por fin has decidido tomarte algo conmigo.

- No te acostumbres, una vez.

El camarero trajo las copas, las sirvió.

Mónica cogió su copa y alzándola dijo.

- Por nosotros.

- Por nosotros.

Durante un rato estuvieron conversando de banalidades, ella le miraba y él notaba que flaqueaba, su plan se podía ir a la mierda si no se controlaba.

Mónica cada vez se acercaba más a él, y Alberto se dejaba querer.

- Me gusta estar contigo, lo he pensado muchas veces.

- Bueno, tampoco soy tan inaccesible.

- Siempre has sido borde conmigo.

- Te lo merecías.

Mónica se acercó más aun y le besó en la boca.

Él se dejó hacer.

- Tenía ganas de ti le dijo ella.

- Aprovéchate, hoy me dejo.

Mónica se levantó fue a la mesa donde estaban sus amigos y al poco tiempo volvió.

- Vámonos dijo.

- ¿A dónde?

- Vámonos.

Salieron de la discoteca.

- Tengo el coche…

- Ya vendrás a por él.

Mónica paró un taxi.

Al llegar a su casa, se comieron a besos parando mil veces antes de entrar en la habitación.

Alberto pudo fijarse que en aquella casa había adornos caros, cuadros de valor, pero ni una sola foto, ni un recuerdo de nada.

Ella se desnudó, completamente, sin sensualidad, sin intentar ponerle cachondo…

Alberto la miró, tenía un cuerpo escultural, estaba realmente buenísima.

Ella se acercó, le sacó el rabo y empezó a chupar, él se dejó.

Ella mamaba, lamía y absorbía. Él la miraba desde arriba.

Mónica hizo intención de sacársela de la boca, pero entonces Alberto, le agarró la cabeza y empujó dentro de ella.

Mónica abrió los ojos, le miró con cara de sorpresa y él empujó aún más adentro, a ella le empezaron a dar arcadas, él siguió manteniéndola allí dentro.

Mónica intentaba zafarse, pero Alberto la agarraba por la cabeza, mientras embestía aquella boca.

La sacó, ella respiró.

- Hijo de puta.

Volvió a meterla, ella se ahogaba, cuando Alberto soltó un chorro de semen espeso que atragantó a Mónica, luego otro, directo al esófago. Ella daba arcadas, soltaba babas en el rabo de Alberto, que seguía con la polla dentro.

Finalmente la sacó, miró a Mónica, con el maquillaje corrido, la cara desencajada, roja y sudorosa, escupiendo una mezcla de semen, babas y vómito.

- Eres un hijo de puta.

- Sí, eso es todo lo que conseguirás de mí.

Alberto se arregló la ropa, sacó un billete de 20 euros de la cartera, se lo tiró a la cara.

- ¿Con eso vale?

Se dio la vuelta y salió de la casa.

En la calle buscó un taxi, mientras pensaba que se podía haber aprovechado más de ella, pero con humillarla le servía, la hizo creer que le tenía y la dejó allí tirada.

Cogió su coche, y volvió a casa. Se acostó, sin remordimientos, pensando en el día siguiente.

Por la mañana, mientras desayunaban, Charo le preguntó.

- ¿A dónde fuiste anoche?

- A saldar cuentas.

Javier miró a Charo.

- ¿Las saldaste?

- Sí.

Nadie dijo nada más. Terminaron de desayunar y salieron hacia el estudio, andando cinco minutos.

Faltaban quince minutos para las ocho cuando entraron en el edificio. Subieron a la 7, Lourdes y José ya estaban allí. Alberto entró a su despacho, el resto se quedaron fuera, esperando.

Nadie dijo nada, todos estaban expectantes a lo que pudiera pasar.

Un poco después llegó Miguel, saludó, y entró al despacho de Alberto, se sentó frente a él.

- ¿Saldrá bien?

- Eso espero, respondió Alberto.

- Sea lo que sea, Alberto, cuenta conmigo para cualquier cosa.

- Gracias Miguel.

El personal de la 7 fue llegando, estaban casi todos allí, aún faltaba media hora para la reunión.

Alberto salió del despacho y les llamó. Se fueron acercando, formando un corro alrededor de él.

- Hoy es un día especial, el consejo de administración se va a reunir aquí, dijo señalando la sala de reuniones. No pasa nada, no os pongáis nerviosos, la mayoría no les habéis visto nunca, no os preocupéis, cada uno de vosotros es infinitamente más valido que cualquiera de ellos.

El personal sonreía, escuchando a su jefe.

- Cuando esta tarde, os marchéis a casa, pensad que vuestro trabajo es más importante que el de cualquier trajeado que venga por la oficina, pensad que sin vosotros ninguna obra se podría realizar, pensad que el alma, la sangre y el corazón de la empresa sois vosotros.

Todos empezaron a aplaudir, y se fueron retirando a sus mesas.

Los miembros del consejo empezaron a llegar, fueron entrando en la sala de reuniones, extrañados del sitio de la reunión.

- Hola Javier.

- Hola Emilio dijo Javier, era su hermano.

- ¿Qué haces aquí?

- Observar jajaj hoy tenéis movida.

- No sé qué ha pasado.

- Ahora lo verás le abrazó y Emilio entró en la sala de reuniones.

Sanchís entró en la planta, la gente le miró, había muchos que nunca le habían visto.

- Es Sanchís se oyó a alguien decir.

Entró en la sala de reuniones, después de saludar con la mano a la gente del grupo.

Cuando ya estaban todos en la sala de reuniones, la gente del grupo entró al despacho de Alberto. Se colocaron por el despacho, en las sillas de confidente, apoyados en la estantería, en la mesa…

Iban a empezar cuando llegó el ultimo, era Carlos Buendía.

Entró en la sala y Miguel Salgado le invitó educadamente a salir.

- Es una reunión extraordinaria del consejo.

- Soy tu asesor…

- No es necesaria tu presencia dijo Miguel.

Carlos, con cara de pocos amigos salió de la sala y se quedó fuera, esperando.

Alberto pulsó un botón de su mesa y por los altavoces de su despacho, se empezó a escuchar la reunión.

Miguel empezó a hablar.

- Buenos días a todos, perdonad la hora y el lugar, pero era necesario que fuera aquí. En la 7, la planta del grupo de trabajo más importante de este estudio.

Los miembros miraban sin decir nada.

- El motivo de esta reunión de urgencia extraordinaria es, primeramente, comunicar la decisión de la dirección de la empresa, representada por Don Elías Sanchís y por mí mismo, de disolver este consejo de administración.

- No puedes, el consejo… dijo alguno de los asistentes.

Elías, dijo:

- Artículo 32.4 de los estatutos de empresa. La dirección podrá convocar, desconvocar y disolver al consejo de administración siempre y cuando dispongan de unanimidad en la decisión.

Miguel añadió.

- 3 de 3 votos es unanimidad, está en este documento que tenéis en vuestras carpetas, documento numero 1 firmado por Sr Sanchís, Sr Salgado y el notario.

Todos asintieron.

- Dicho esto, el siguiente punto es el despido por deslealtad de don Carlos Buendía, este despido, lo debería de aprobar el consejo, además de la dirección, pero llegado a este punto, no hay consejo, por lo tanto, con la dirección es suficiente.

Todos afirmaron con la cabeza.

- ¿Qué va a pasar ahora? Preguntó Emilio.

- Se convocará un nuevo consejo, y se notificará oportunamente.

Elías se levantó y dirigiéndose a la sala añadió:

- En la carpeta tenéis la documentación de la notaría, con la disolución del consejo, el despido del asesor y ahora os añado un documento nuevo, por favor Alicia.

Alicia sacó una carpeta de su bolsa, mientras los demás en el despacho, la miraban intrigados, entró en la sala, y le dio la carpeta a Sanchís.

- Por favor Alicia, ¿les haces entrega?

Alicia fue repartiendo unos documentos a cada miembro, luego se dio la vuelta y salió de la sala.

- En ese documento, debidamente firmado y sellado por la notaria, tenéis mi dimisión y el nombramiento de Alberto Lorenzo como mi sucesor en esta empresa.

Todos se giraron hacia Alberto, que mostró la misma cara de asombro que el resto.

- Por lo tanto, a partir de este mismo instante, la dirección de esta empresa queda vacante hasta decidir cómo se forma la nueva dirección, así como el nuevo consejo de administración.

Nadie dijo nada.

- ¿Alguna cuestión?, ¿alguna pregunta? dijo Miguel.

La puerta de la sala se abrió.

- Yo me opongo dijo Mónica mirando a los ojos de su primo.

- Me lo temía dijo Miguel.

- Me opongo a cualquier decisión que se tome aquí y como accionista mayoritaria de seis de las siete empresas de este consejo de adminis…

- Déjalo Mónica, léete los estatutos, casi al final. Dijo Sanchís.

- Ni estatutos ni ostias, aquí no se aprueba nada.

Sanchís empezó a leer.

- No podrá ostentar ningún cargo, ni tener acceso a ninguna participación la señora Mónica Salgado, según se dicta ante notario… y firmada por los miembros de la dirección y un testigo sin lazos familiares.

- Eso es una gilipollez dijo Mónica.

- Puede ser, pero… añadió Miguel.

- No quiero optar a ningún puesto, solo digo que soy accionista mayoritaria de seis de las siete empresas…

- Que sí, Mónica que muy bien, formas parte de seis de las siete empresas que formaban parte del consejo, ya no hay consejo añadió Miguel.

- Esto es…

- Esto es una invitación a que salgas de aquí, dijo Alberto mientras entraba en la sala.

- ¿Tú? Tú eres un hijo de puta…

- Es posible, no sabría decirte.

- Anoche…

- Anoche me fui de putas, es lo que hacemos los cabrones.

- Hijo de puta.

- Mónica, ¿sales ya? ¿Y te llevas a tu amigo?, podéis iros juntos, Él lo mismo te da lo que necesitas dijo Alberto señalando a Carlos.

- Alberto, conmigo no te pases eh, dijo Carlos.

Alberto se acercó a él. Le miró.

- Carlos, nunca has sido nadie, nunca serás nadie.

- ¿Y tú? ¿Quién te crees que eres?

- De momento, el dueño dijo Miguel.

La gente del consejo fue abandonando el edificio. Emilio se acercó a su hermano.

- Joder, como se las gastan ¿no?

- Es una historia muy larga…

- Ya me la contarás, me vuelvo a casa.

Se abrazaron y quedaron en verse por Zaragoza.

Durante aquel día, Alberto tuvo que firmar un montón de documentación, Miguel estuvo todo el tiempo a su lado, ayudándole con las dudas, Sanchís también, en un modesto segundo plano, orgulloso de su hijo, orgulloso de su amigo, orgulloso de Alberto.

Por la noche, tras un día largo, todos estaban en casa de Alberto. Incluso Lourdes y José.

Cenaron todos juntos, brindaron por Alberto, rieron por la situación con Mónica.

José se despidió de ellos, les deseó buen viaje de regreso a Zaragoza, a los que al día siguiente volvían a casa y abrazó a Alberto.

- Te lo mereces, tío, te lo mereces.

- Gracias José, Eres buena gente.

- Tú más, capullo.

Lourdes se iba a marchar, cuando Alberto se acercó a ella.

- Hoy te vas, pero a partir de mañana, te vienes aquí, para siempre.

- ¿Estás seguro?

- Quien tiene que estar segura eres tú.

Lourdes se abrazó a Alberto, le besó.

- ¿Sabes qué? Que yo estoy segura, hace mucho que estoy segura.

Alberto la besó y Lourdes se marchó, con el convencimiento de que aquella sería la última vez que saldría de aquella casa sin que fuera su casa.
 
Epílogo
Madrid 2019

Había pasado un mes desde aquella reunión del consejo, el buen tiempo se había adueñado de la ciudad.

Alberto, sentado en su terraza, miraba hacia el parque, miraba a lo lejos el puente de madera, los árboles, la ciudad. Ya había decidido cual quería que fuera su futuro.

- Toma, está fría, hazme sitio dijo Lourdes.

Alberto cogió la cerveza y abriendo el brazo le hizo sitio a la mujer, a su lado, abrazándola.

- Creo que es lo mejor le dijo a Lourdes.

- Si a ti te apetece, a mí también le dijo dándole un beso en la cara.

- Me apetece, quiero y lo mejor, puedo.

- Pues ya está.


Se besaron, y juntos contemplaron como el sol caía. Al fondo, el puente de madera, permanecía como testigo de la vida de Alberto y ahora de Lourdes también.

Zaragoza 2019

Alicia sentada en la mesa que unos meses atrás le asignaron, revisaba la documentación que Javier y Charo le habían dado. Todos los papeles estaban bien, y no había dudas que podría salir adelante el proyecto.

- ¿Lo ves bien? Preguntó Charo.

- Lo veo muy bien, ¿estáis seguros?

- Ya te digo, ¿quién no estaría seguro con esa propuesta? Añadió Charo.

- Pues yo lo veo todo bien. O sea que cuando queráis…

- ¿Cuando queramos qué?
Dijo Javier entrando en el despacho y besando a Alicia.

- Que cuando queráis, podemos concertar una reunión y firmar le respondió Alicia.

- Pues habla con Alberto, y que te diga añadió Javier.

Madrid 2019

Ruth paseaba por las calles del centro deportivo, a lo lejos, en los campos de deporte, Eduardo, su hijo, jugaba al fútbol.

Ella no prestaba mucha atención al partido, iba absorta en sus pensamientos. Tenía que tomar una decisión, decirle algo a Eduardo, ya tenía una edad y había que tomar una decisión.

Podía seguir insistiendo en que el padre se marchó, o podía decirle la verdad, que su padre nunca supo que fue padre.

Posiblemente decirlo pueda suponer un cambio, ella no quería cambios, era independiente, le gustaba ser independiente.

Lo tenía decidido, primero hablaría con Alberto, después, se lo contaría a Eduardo.

A lo lejos, Eduardo, levantaba los brazos, mientras corría celebrando un gol.

Zaragoza 2019

Bernardo, mientras paseaba por las calles de Zaragoza, hacía fotos a cosas curiosas, a escenas cotidianas, era su manera de relajarse, de pensar.

Tenía que hablar con ella, no podía con esa carga.

Ella siempre le ha contado todo, siempre le ha hablado de sus pensamientos, de sus fantasías, ¿y él? Él callado, sin contar que aquella semana que hizo de detective no pudo evitar caer en la tentación, aquella chica, tenía un poder especial, una atracción fatal.

Tenía que contarlo, no podía vivir con aquello.

Madrid 2019

*/Alberto, tengo que hablar contigo.

*/Dime.

*/En persona.

*/Vale, ¿cuándo?

*/Estoy en el parque del torreón, al lado del puente.

*/Dame cinco minutos
.

Las conversaciones de WhatsApp con Ruth siempre eran así de breves.

Salió de casa, caminando hacia el parque, algo importante sería, ella no solía hacer esas cosas.

- Hola guapa.

- Hola.


Se dieron dos besos y echaron a andar por el parque.

- ¿Qué te pasa? Preguntó Alberto.

- Tengo que contarte algo.

- Ya, eso me has dicho.

- A ver, ¿cómo empiezo?

- Sin rodeos, Ruth, no llevan a ningún sitio.

- Eduardo ya tiene una edad, en la que me pregunta y además yo no le quiero mentir.

- ¿Eduardo? ¿Qué le pasa? ¿Qué pregunta?

- Es lógico, él quiere saber qué pasó con su padre.

- ¿No se los has dicho nunca?

- No.
Ruth miró a Alberto.

- ¿Qué me estás tratando de decir Ruth?

- Eduardo es tu hijo.


Alberto no se sorprendió, de hecho, ya lo había preguntado en alguna ocasión

- Siempre me has dicho que no.

- No quería depender de ti, no quiero que creas que tienes alguna obligación…

- ¿Y por qué ahora lo cuentas?

- Te lo he dicho, no le quiero mentir, le podría contar cualquier milonga, pero prefiero decirle la verdad.

- ¿Y cómo se lo va a tomar?

- Imagino que bien, a ti te quiere, lleva viéndote toda la vida, te tiene por un amigo.

- Ya, pero no es lo mismo amigo, que padre.

- Lo sé.

- ¿Lo has decidido?

- Sí.

- Pues cuéntaselo, y cualquier cosa que necesites, sabes dónde estoy. Si quieres que esté contigo mientras se lo dices…

- No, no quiero que nada cambie. Todo seguirá como está…


Alberto abrazó a Ruth, y abrazados siguieron paseando por el parque.

Ruth se había quitado un peso, y Alberto había confirmado lo que llevaba sabiendo toda la vida, aunque Ruth no se lo hubiera confirmado nunca.

Zaragoza 2019

Bernardo reservó mesa en el Gran Rio Ebro, hacía un montón que no iba, pero no se le ocurrió mejor sitio.

Nada más entrar a Charo le entró la nostalgia, y se abrazó más aun a Bernardo.

- Joder, que de recuerdos.

- Tenía que haber escogido otro sitio.

- No, cariño, este es genial
.

Laura se acercó a ellos, les dio dos besos y les preparó la mesa.

- ¿De qué querías hablar Ber?

- Es un poco… ¿cómo lo diría? Embarazoso para mí.

- Bernardo, me asustas.

- No es nada grave, creo, o sí.

- ¿Quieres soltarlo ya?

- ¿Te acuerdas las semanas que estuve en Madrid?

- ¿De detective? Claro.

- Sí, pues verás…

- ¿Qué pasó?

- Yo no quería que pasara, joder, esto se dice siempre… mierda.

- Bernardo ¿qué pasó?

- La chica, la que descubrí que estaba con uno de los que seguía…

- ¿La hija de puta?

- Esa. Pues...

- No me jodas Bernardo.

- Esa chica tiene un poder especial, una atracción, no sé…

- No me jodas Bernardo.

- Me acerqué demasiado… y… sólo fue una vez, una noche…

- ¿Te acostaste con Mónica?

- Lo siento Charo. Lo siento mucho.

- Joder Bernardo. Mira que hay tías en el mundo, no me jodas.

- Charo, te quiero, sabes que eso fue un accidente.

- Claro que lo sé, idiota, pero me jode que eligieras a esa…

- De verdad que no significó nada para mí, otra vez diciendo frases de mierda.

- Bernardo, mi niño, esto, algún día tenía que pasar, lo hemos hablado mil veces.

- Ya, pero no quería ser yo…

- Cariño, no pasa nada.
Charo acariciaba las mejillas de Bernardo, mientras le miraba a los ojos.

- Pero…

- Si no hubiera sido porque me dijo que no, yo me habría follado a Alberto, y tú lo entendiste. ¿Por qué habría yo de quejarme ahora? ¿Con qué derecho?

- Joder, lo siento de verdad.

- Ya está, lo has soltado, no pasa nada.

- ¿Seguro?

- Solo una pregunta.

- Dime.

- Te la follarías bien ¿no? Porque está buenísima
dijo Charo riendo.

- Eres la ostia Charo, Te quiero tanto…

Madrid 2019

Una semana después, en el despacho de Alberto, en el edificio del estudio, se reunían las partes y el notario empezaba a leer.

- En Madrid a 3 de Julio de 2019.

De una parte, el estudio de arquitectura Sanchis, Salgado, Nervión Arquitectos, representados por Don Miguel Salgado y Don Alberto Lorenzo, y de otra parte Jarcha decoración e interiorismo, representados por Javier… y Rosario…


El Notario siguió dando datos, hasta que llegó a la parte importante.

- Se acuerda la absorción de Jarcha en la estructura empresarial del estudio de arquitectura, entendiendo de esta manera que ambas empresas formaran una sola, denominada desde la firma de este documento como “IN AETERNUM Diseño y Arquitectura”

Charo miró a Alberto, le vio sonreír al igual que ella misma. Javier agarró la mano de Charo y la apretó.

Cuando la reunión terminó, el notario se despidió y salió del despacho.

Alicia, Lourdes y José entraron y se abrazaron a ellos. Miguel sonreía y le dijo a Alberto.

- Era tu sueño, disfrútalo.

- Gracias por dejarme cumplirlo.

- No jodas, gracias a ti. Ahora formo parte de un proyecto enorme.


Alberto abrazó a Miguel y añadió.

- Aquí te quedas tú, José va a ser de mucha ayuda, apóyate mucho en él.

- Lo sé, si es de tu confianza…


Todos fueron a celebrar la unión de las empresas.

- Voy a recoger a Elías, vuelvo en un rato le dijo Alberto a Javier.

- Te esperamos.

Alberto como en otras muchas ocasiones, condujo hasta la casa de Elías.

- Hola Lucía.

- Alberto, hola. Lucía le dio dos besos.

- Estás muy guapa.

- Gracias, ¿tú estás… contento?

- Tú verás.

- Enhorabuena, espero que vaya muy bien.

- Gracias Lucía, eres un sol.


Desde el salón se escuchó la voz de Elías.

- Alberto, deja tranquila a la niña, que se ha echado un novio.

Lucía se puso colorada, Alberto la interrogó con la mirada.

- No es un novio, es un amigo…

- Es un novio, yo elijo muy bien a mis jardineros jajajajja
decía Elías.

- Espero que te vaya muy bien Lucía, de verdad.

- Muchas gracias.

- ¿Nos vamos Elías?

- Claro, a eso has venido ¿no?


Se despidieron de Lucía y montaron en el coche, de regreso a la ciudad.

- ¿Ya está? ¿Habéis firmado?

- Sí, gracias Elías.

- A mí, ¿por qué?

- Por dejarme hacerlo.

- Es tu empresa, tú sabrás.

- No, sabes que no, es tuya, de Don Julio y de Salgado.

- A saber, dónde estarán.

- Gracias.

- Alberto, cualquier cosa que te haga feliz, a mí me parecerá bien.


Alberto le miró, mientras pensaba en el día que le vio por primera vez, el día que habló con él por primera vez, no podía ni imaginar que llegaría a tener esa relación con él.

Llegaron al restaurante. Estaban todos esperando, hubo vítores y brindis.

Se sentaron a disfrutar de la comida, de la celebración.

Lourdes estaba feliz, sentada al lado de Alberto, viéndole sonreír, atrás quedaban los malos rollos con su ex marido, ahora era feliz.

Ruth, en un extremo de la mesa, miraba a la pareja, no podía dejar de pensar que ella podría haber sido la que compartiera la vida con él, pero no quiso, no quiere, no querrá nunca atarse. A pesar de Eduardo, el muchacho que ahora sentado a su lado, comía con ellos, compartía mesa con ellos, sin saber que aquel al que todos aplaudían era su padre.

Después de los postres, del café, cuando muchos se fueron retirando. Javier se acercó a Alberto, se sentó junto a él.

- Oye capullo, ¿qué fue de la niña aquella? ¿Al final se sabe algo de ella?

- Ni idea. No la he vuelto a ver.

- Mejor.

- Oye, ¿Luis no ha venido?
Preguntó Alberto.

- Que va, dice que está liado con no sé qué mierdas, que no puede. Está de un raro de la ostia.

- Bueno, a ver si organizamos alguna, y salimos un fin de semana los tres.

- Que ganas tío, hace mucho.


Alicia, Javier, Lourdes, Alberto, Sanchis, Miguel, Charo, Ruth y Eduardo eran los únicos que quedaban en aquella mesa.

Laura entró en la sala, se acercó a Alberto.

- Están aquí… de.

- ¿Quien?


Un hombre trajeado entró en la sala con un papel en la mano, se dirigió a Alberto.

- ¿Alberto Lorenzo?

Alberto se levantó.

- Sí, soy yo.

- Queda usted detenido por falsedad documental y estafa.


¿FIN?
 
Joder. Con lo bien que iba el capítulo y todo se va al traste al final
Está claro que detrás de todo está Mónica y Carlos, que vaya par de escorias.
De todas formas, saldrá de esta seguro.
 
Yo ya recordaba que las cosas se complicaban para Alberto.
Está claro que le han tendido una trampa, pero seguro que es inocente y saldrá limpio.
Detrás de esto está la arpía de Mónica y el impresentable de mi tocayo.
 
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