Un viaje inesperado

Por cierto, ¿que os parecería este nuevo integrante para la tripulación? 🤔
Wong Fei-Hung .jpeg
 
A mi lo que me tiene en un sinvivir es el precio a pagar por Grace, por que si Diego pidió libertad y la condena es a vivir siempre cerca del mar, Bishnu pidió hablar y entender todos los idiomas habidos y por haber y la condena es no ser entendido, Grace que no pidió para ella pues lo tenía todo, que será su condena, perder lo que tiene o no disfrutar de todo lo que tiene? No saber me tiene de los nervios.
 
A mi lo que me tiene en un sinvivir es el precio a pagar por Grace, por que si Diego pidió libertad y la condena es a vivir siempre cerca del mar, Bishnu pidió hablar y entender todos los idiomas habidos y por haber y la condena es no ser entendido, Grace que no pidió para ella pues lo tenía todo, que será su condena, perder lo que tiene o no disfrutar de todo lo que tiene? No saber me tiene de los nervios.
Buena observación. Aunque los designios de los Dioses nunca se puedan entender... vas bien encaminado.
Digamos que es un equilibrio, como bien dices...
Diego pidió libertad - su condena es estar atado al mar.
Bishnu pidió entender todo - su condena es no poder enseñar nada.

Grace pidió un hogar para el Dios... entonces, por la regla del equilibrio, la condena seria que ella nunca pudiera tener una... o quien sabe.
La verdad que es que aun no lo he pensado, amigo jajajajaja.

Un abrazo!
 
Capítulo 86 - ¿Cuanto estás dispuesta a pagar?: El Maestro del “Puño Borracho”
  • Demasiado tarde. Ya están aquí.
Las palabras de Akuma quedaron suspendidas en el aire, pesadas como una lápida recién caída.
No por lo que dijo, sino por cómo lo dijo. Grace se puso blanca de golpe. Desde que sus caminos se cruzaron en la Ciudad Flotante, jamás había visto a aquella mujer temblar. Akuma no vacilaba. Akuma no retrocedía. Akuma no mostraba ni un resquicio de humanidad. Hasta ahora.

Y en ese temblor mínimo, casi imperceptible, había una verdad devastadora:
Si la asesina más fría y letal sentía miedo…
¿qué esperanza podían albergar los demás?

El grupo entero se detuvo. El silencio del callejón se volvió antinatural, tan denso que parecía aplastar el pecho. Solo se oían respiraciones contenidas, tensas, de quienes sabían - incluso sin comprenderlo del todo - que algo monstruoso estaba a punto de manifestarse.

Akuma, que había sido la primera en echar a correr, se detuvo unos pasos más adelante, rígida como un arco a punto de quebrarse. Sus hermanos reaccionaron al instante, se acercaron a ella instintivamente, como si se colocaran alrededor de una llama azotada por el viento, a punto de extinguirse; para protegerla, para mantenerla con vida. Grace a un lado, mano en la empuñadura del sable, el corazón en un puño. Yara al otro, rezando en un murmuro, los orishas respirando en sus dos pistolas cargadas y listas. Drake, rígido, la mirada saltando entre sombras. Vihaan dando un paso adelante, protegiendo a Isabella y al bebé con el cuerpo.

La tensión era un hilo tenso. Un hilo que no se rompió lentamente, sino que se quebró de golpe.

Tres sombras descendieron del cielo. No bajaron, no saltaron. Cayeron, como arrancadas del cielo por manos invisibles. Tres golpes mudos, perfectos, simultáneos al tocar el suelo. Tres siluetas agachadas, más oscuras que la oscuridad misma, se dejaron mostrar. Sus ropajes negros no reflejaban la luz, sino que la devoraban. Máscaras sin rostro, sin boca, sin expresión. Ojos estrechos, brillantes, como hendiduras abiertas en la noche. Y cuando alzaron la cabeza, Akuma sintió un escalofrío reptarle por la columna. Porque lo vio. Vio la marca prohibida. La marca que solo los que han cruzado la senda del veneno pueden llevar. La marca del fin.

Era un pequeño tatuaje, apenas visible bajo el ojo izquierdo: un único colmillo de serpiente, delgado, perfecto, trazado como una lágrima de tinta.
Akuma retrocedió medio paso. Y esta vez, sí, fue por miedo.
  • Shén Dú… - susurró, con la voz quebrada por una verdad que nadie desearía tener que susurrar algún día, al menos cualquiera que no deseara la muerte.
Los tres asesinos avanzaron un paso al unísono, desarmados en apariencia; y precisamente aquello era lo más tenebroso de todo: que no necesitaran ir armados. Dieron otro paso silencioso a la vez, cada milímetro de su movimiento hablaba de una muerte refinada y segura. Eran manos que habían matado antes de aprender a hablar, cuerpos forjados en un silencio absoluto, almas vaciadas hasta quedar solo obediencia. Serpientes con veneno. Los shinobi a los que todos los shinobi temían.

Grace tragó saliva. Drake apretó la mandíbula. Yara clavó los pies al suelo, como si la tierra pudiera protegerla. El sol dejó de existir. El mundo se llenó de oscuridad y frío. Y Akuma comprendió, con la claridad brutal de un destino sellado, que esta vez no podían ganar. No había escapatoria. Las leyendas habían traspasado el velo. La pesadilla era real.

Pero no vacilo, no retrocedió. Desenfundó dos kunais ocultos tras su disfraz de campesina. No los mostró al enemigo, no alardeo apuntándolos amenazadoramente con ellos. Simplemente fue un aviso silencioso, una advertencia muda. Akuma preparó su cuerpo para la batalla y su alma para la muerte y, con la sangre convertida en hielo, pronunció la sentencia que ninguno estaba preparado para oír.
  • Marchaos - les dijo a sus compañeros sin temblor, sin emoción, sin nada humano - Y cuando encontréis a mi hermana…
Isabella la contempló temblando, esperando una despedida, un último gesto, unas palabras que pudieran ser recordadas para siempre en el corazón de su gemela. Akuma ni parpadeó.
  • Decidle que no venga a por mí.
Pero las palabras de la japonesa no surtieron el efecto deseado. Nadie dio un paso atrás. Ni siquiera Isabella, que temblaba más por la vida de su hijo recién nacido que por la suya propia.
Los asesinos avanzaron un poco más. No se abalanzaron, no rugieron, no atacaron con la furia brutal con la que los piratas del Red Viper lo habría hecho. Se aproximaban despacio, con una calma cruel, conscientes de que estaban cerrando un círculo del que nadie podía escapar.
  • ¿No me habéis oído? - dijo Akuma de nuevo - Marchaos.
  • ¡No! - respondió Grace de golpe - ¡No te vamos a dejar sola!
Akuma alzó ligeramente el rostro, sus ojos asomando por debajo del sombrero de paja. La observó en silencio. Sin gesto. Sin emoción. Como si ya hubiese aceptado un destino que los demás aún se negaban a ver.
  • Esta no es una guerra que podamos ganar, capitana - susurró - Ni siquiera es una pelea justa… Es una batalla perdida.
  • ¡Pues la perderemos juntos! - rió Drake desenfundando su espada.
  • No lo entiendes, Cuervo - insistió la japonesa, en apenas un hilo de voz - Vamos a morir.
Grace se giró hacia ella con brusquedad, clavándole la mirada.
  • ¡Pues moriremos juntas!
  • ¡Amén, hermana! - exclamó Yara, escupiendo al suelo.
  • Insensata… - Akuma volvió a clavar la mirada en los asesinos, cada vez más cerca - Vas a dejar a tu hijo huérfano.
  • ¡Maverick se librará de una buena! - replicó Vihaan con media sonrisa.
  • ¡Ni que lo jures, amigo! - volvió a reír Drake a su lado.
  • Maldita sea, ¿habéis perdido la cabeza?… pensad en Isabella y en su hijo, al menos…
  • No te preocupes por mí, Akuma - respondió la veneciana desde atrás, con una seguridad tan firme que erizaba la piel - Prefiero mil veces que mi hijo me vea morir aquí, y hoy… antes que me recuerde para siempre como una cobarde que dejó a una hermana atrás.
Grace se giró de inmediato al oírla. Sus miradas se encontraron y, en ese breve instante, compartieron más palabras de las que jamás dirían en voz alta. La capitana asintió, llena de orgullo. La joven madre también, temblorosa pero decidida. Y entonces, algo llamó la atención de Grace, un hombre con sombrero de paja, quizás el mismo que Yara había advertido que los estaba siguiendo por las calles del mercado, apareció tambaleante por la entrada del callejón y al hacerlo quebró aquel instante perfecto entre las dos madres. Tropezó.

El estruendo fue descomunal, desgarró el silencio, rompió la tensión como si fuese cristal. Un ruido tan profundo, tan violento, que incluso los asesinos sin alma se quedaron desconcertados.

Todos se giraron al escucharlo.

Cañas de bambú rodaban por el empedrado como si se hubiera derrumbado un edificio; cestos repletos de jengibre, raíces de loto y pequeños peces secos; esparcidos por todas partes. Una jaula de gallinas… vacía. Las gallinas alteradas revoloteando por todas partes. Todo patas arriba. Todo convertido en un estropicio monumental, como si un dragón borracho hubiese pasado danzando por allí. Y en medio de aquel caos, entre cacareos y aleteos un hombre emergió poco a poco, confundido y mareado, cargando sobre sus espaldas una borrachera de campeonato.

Soltó un gruñido profundo, luego un quejido lastimero… y remató con un eructo largo y reverberante que retumbó por todo el callejón.
  • No… no puede ser ‘hip’… ¿quién… quién ha movido esto aquí? - masculló, tambaleándose - Yo estaba… ‘hip’ yo estaba sentado aquí… o quizá allí… o… ¿quién ha cambiado las cosas de sitio? - añadió, señalando en varias direcciones sin coherencia alguna.
Se agachó torpemente para recoger del suelo su sombrero de paja, que estaba medio aplastado y cubierto de plumas de gallina y al hacerlo se le escapó una flatulencia.
  • Upps… - dijo entre risas ebrias - No debería haber comido… ‘hip’ comido esas coles.
Tras varios intentos fallidos, donde estuvo más de una vez a punto de caer al suelo de bruces, logró encajárselo en la cabeza, completamente ladeado, como si la paja de aquel sombrero estuviera igual de ebria que su dueño. Se quedó quieto un instante, parpadeando varias veces, intentando enfocar. Y entonces se dio cuenta de que todo el mundo lo estaba mirando.
  • ¿Eh? ¿Qué pasa? ‘hip’ ¿Qué… qué miráis? - balbuceó mientras daba un paso hacia delante que casi lo hace caer de cara - No… no tendréis por ahí… por lo menos… unas moneditas, ¿no?
Extendió una mano temblorosa como un mendigo, andaba torcido, desorientado y absolutamente ebrio. Drake levantó una ceja, divertido. En la mano derecha el borracho seguía sujetando una calabaza seca de cuello largo, seguramente la causante de toda la felicidad que aquel pobre diablo llevaba encima. Pero no era la calabaza en sí, lo que le hizo sonreír. Era el hecho de que, entre cestas tiradas por el suelo, entre gallinas escapando y bambú rodando… él no había soltado la calabaza ni un solo segundo. La tenía agarrada como si fuera un tesoro de familia.
  • ¿Si tienen la amabilidad? ‘hip’… caballeros y be…bellas damas - balbuceó, dando otro paso inseguro hacia adelante.
No llegó a dar otro más. Los tres Shén Dú se lanzaron sobre él como sombras desatadas. Esta vez no avanzaron con aquel paso lento y seguro. Se abalanzaron. Con una sincronía tan perfecta que parecía que sus cuerpos compartían el mismo latido. Cuchillas curvas asomaron. El silencio se quebró. Tenían prisa. Prisa por apartar a aquel borracho inútil de su camino. Prisa por borrar del mapa a un testigo inesperado. Prisa por cumplir su contrato y aceptar el siguiente.

Y el sombrero de paja, torcido, tambaleante, con el sombrero ladeado y la calabaza agarrada con devoción absoluta… los miró venir con la misma expresión que un hombre mira un charco estanco en mitad de Shanghai.
  • ¿Pero qué prisa ‘hip’ tenéis, hombre? - alcanzó a decir, antes de que las sombras cayeran sobre él.
El primer Shén Dú se lanzó como una sombra desprendida de una lámpara de aceite. El segundo lo siguió un latido después. El tercero, silencioso como un espíritu del bosque de bambú, completando el círculo. Akuma abrió la boca para advertirle al hombre ebrio…
Pero ya era demasiado tarde.

El borracho vio moverse algo oscuro por el rabillo del ojo.
  • ¿Eh? ¿Un ‘hip’ murciélago a plena luz del día? - balbuceó, entrecerrando los ojos.
No era un murciélago. Era una cuchilla que descendió con una velocidad brutal y una precisión perfecta. Pero justo cuando iba a cortarle la garganta, la calabaza se le resbaló de las manos.
  • ¡Ling Feng! - chilló aterrorizado, dejándose caer a atrapar el recipiente antes de que tocara el suelo, como si fuera lo más preciado que tuviera.
Ese movimiento absurdo, rápido, torpe y completamente alcoholizado, le salvó la vida. Haciendo que la cuchilla pasara silbando a un dedo de su sombrero de paja. Al levantarse de golpe, se mareó provocando que cayera hacía la izquierda dando pasos descontrolados. Y gracias a ese desequilibrio borracho, la segunda cuchilla le pasó rozando el brazo sin tocarlo.
  • ¡Hay mi amor! - exclamó observando la calabaza como si fuera un jarrón imperial de la dinastía Ming - ¡¿Te has ‘hip’ hecho daño?!
El tercer asesino atacó desde el suelo, intentando derribarlo. El borracho casi cae de espaldas porque piso sin querer un bambú. La patada cortó el aire y el asesino tuvo que corregir su postura para no caer. El anciano recuperando el equilibrio pisó sin querer la pierna del shinobi.
  • ¡Ay, perdón, perdón! - se disculpó el borracho al verlo, como si la culpa hubiera sido suya - ¡No había visto que estabas…! ¡¿Qué demonios ‘hip’ haces durmiendo en la calle, muchacho?!
La tripulación del Red Viper, observaba la escena con los ojos abiertos de par en par y la incredulidad reflejada en sus rostros. Nadie entendía qué demonios estaba pasando. Ni Vihaan. Ni Grace. Ni Yara. Ni los propios Shén Dú entendían como se podía tener tanta suerte.

Pero Akuma, con el ceño fruncido se abrió pasa entre sus compañeros. Quería verlo con claridad, quería verlo más de cerca, allí estaba pasando algo más. Aquello no era simple suerte.

El sombrero de paja le tendió la mano al asesino para ayudarlo a levantarse, en señal de buena voluntad. Lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja, con la amabilidad sincera reflejada en su rostro. Pero al agacharse el alcohol traicionó su punto de gravedad y cayó hacia delante. Entonces, en lugar de desplomarse, su cuerpo se torció con la flexibilidad de un acróbata de ópera china. Extendió un brazo y la palma de su mano, tensa y firme se apoyó en el suelo. Una pierna se levantó, buscando la gravedad, dibujando un semicírculo amplio, como el trazo de un pincel mojado en tinta. El sombrero osciló en su cabeza. La calabaza se agitó entre sus dedos. Pero algo cambió, un detalle mínimo, casi imperceptible. Akuma lo notó entonces. Ese ajuste en su postura. La forma en que respiró, como alguien que conoce y domina su chi. El peso que pasó de un pie al otro con precisión de maestro.

El caos seguía ahí, el alcohol tardaría horas en desaparecer de su sangre, quizás un día entero o varias semanas incluso, pero ya no era simple caos, no era simple desorden. Aquel hombre estaba instruido en las artes marciales. Aquel hombre entendía el Kung Fu.

El borracho permaneció quieto, en aquella postura imposible, sobre el Shén Dú que había intentado barrerlo y tirarlo al suelo. Al tenerlo tan cerca, con la mirada tan perdida y el aliento apestando a licor, el asesino aprovechó la oportunidad y lo atacó directo al cuello. La cuchilla le rozó la oreja sin tocarlo cuando el sombrero de paja perdió la fuerza en la mano que lo sostenía y cayó de bruces sobre él. Al impactar sobre el cuerpo del asesino le golpeó con la rodilla, quizás sin querer, fuertemente en la entrepierna.

El Shén Dú soltó un gemido de dolor ahogado tras sus ropajes oscuros, mientras se retorcía de dolor. El borracho, en cambio, se quedó sobre él como si hubiera encontrado por casualidad y repentinamente una cómoda cama donde dormir la mona.
  • ¡Mmmm que suave ‘hip’ se está aquí! - sonrió dispuesto a echarse la siesta, acurrucándose sobre el hombre que había intentado matarlo.
Los otros dos asesinos, con el orgullo herido, corrieron a sacar a su compañero atrapado. Lo tiraron de las ropas arrastrándolo unos pasos para preparar el siguiente ataque. Mientras el borracho refunfuñaba tumbando en el suelo, boca arriba, por perder el suave tacto de aquella cama tan mullida.
  • Nunca he visto a alguien tan torpe, tener tanta suerte - murmuró Yara incrédula - Ni Grace la tiene…
  • No es suerte ni torpeza, es arte - cortó Akuma - mira…
El borracho que yacía de espaldas sobre el suelo, de repente dobló las piernas y colocó las palmas de las manos firmes apoyadas a ambos lados de la cabeza. Con un impulso súbito, arqueó la espalda, empujó con las manos y levantó las caderas, catapultándose hacia adelante. Las piernas volaron, estirándose en el aire, y en un parpadeo aterrizó sobre los pies, flexionando ligeramente las rodillas para amortiguar el golpe. En un solo movimiento, torso y brazos se incorporaron, adoptando la guardia: listo para atacar o esquivar, como si nunca hubiera tocado el suelo.

Ya de pie, alzó la calabaza como si sujetara la vida misma. Bebió de ella durante largo rato, tragos rápidos, sin pausas, como si fuera Hú Lu - la calabaza de la prosperidad - y no tuviera fondo, solo un manantial interminable de licor, derramando su esencia sobre la garganta reseca del hombre. Al hacerlo dejó caer el sombrero al suelo, olvidado por completo.

Vestía un ropaje holgado, manchas de vino y tierra surcando la tela como mapas de viejas derrotas; su pelo largo, trenzado torpemente, caía sobre los hombros, y la barba de chivo y el bigotillo se movían con cada gesto, como si tuvieran vida propia, temblando con cada trago y cada respiración entrecortada. La mirada, brillante y alerta, dejaba ver que aunque ebrio, cada músculo de su cuerpo estaba preparado para cualquier movimiento.

Los asesinos lo entendieron entonces, al verlo alzarse del suelo con aquel movimiento. El Tui Bu no era un movimiento sencillo de realizar, y menos aún para un borracho pendenciero. Estaba claro, aquel hombre no era lo que aparentaba ser; lo habían subestimado, así que decidieron subir un escalón más la dificultad.

El borracho los observó, mientras seguía bebiendo, solo medio segundo más. Lo justo para entender a quien se enfrentaba. Y entonces volvió a su danza ebria. Pero ahora era una danza perfectamente intencionada. Empezó a tambalearse como una Serpiente Mareada, de un lado a otro, hasta que se detuvo, las piernas flexionadas como cañas que pueden ceder en cualquier momento ante el viento. Sus brazos se movían en espirales suaves, ascendentes y descendentes, rozando el aire sin tocar nada, como buscando el centro de gravedad de un enemigo invisible. La cabeza se inclinaba y giraba lentamente, estudiando cada sombra, cada reflejo, cada posible amenaza, mientras sus ojos chispeaban entre diversión y desafío.

Empezó a moverse muy lentamente, como si serpentease. Sus pasos no eran lineales: un pie avanzaba mientras el otro retrocedía, pivoteando sobre el centro de gravedad entre sus piernas, girando la cadera como si estuviera danzando y coqueteando al mismo tiempo. Cada movimiento parecía desequilibrado, pero llevaba implícito un control secreto, como si estuviera mostrando una técnica oculta: un pie podía rodar al instante hacia un lado para esquivar, un brazo podía lanzar un golpe inesperado, mientras él seguía bebiendo de la calabaza, girando, tambaleándose… el baile de una serpiente antes de atacar.
  • ¿Que demonios está haciendo ese borracho? ¿Por que se pone a bailar? - preguntó Grace confundida al verlo moverse de aquella manera tan extraña.
  • Zui Quan - contestó Akuma con los ojos abiertos.
Grace apartó un momento la mirada de aquel baile ebrio y miró a la japonesa para preguntarle que significaba. Pero se quedó muda, porque lo que vio la dejo aún más desconcertada. Akuma… estaba sonriendo.
  • Y no es solo un borracho, capitana - dijo con la ilusión de una niña pequeña - Es un maestro del Puño Borracho, un maestro del Kung Fu……
Antes de entrar en combate, el maestro inhaló profundamente, dejando que el torso se doblara en un arco sutil, la espalda curva, y sus brazos colgaron como ramas al viento. Sus ojos brillaban, evaluando, midiendo, y por un momento, la comedia de su embriaguez se convirtió en precisión: cada giro, cada bamboleo, cada inclinación era parte del ritual que precede al ataque, un baile que confundía al enemigo y preparaba al cuerpo para golpear con la imprevisibilidad de un borracho mareado.

El primer asesino cargó vengativo, la entrepierna aún dolorida. El maestro se desplazó por el suelo hacía atrás en un zigzag imposible como una serpiente tratando de recordar por dónde vino, mientras su rival se abalanzaba sobre él. Justo cuando el filo del cuchillo cortó el aire, movió el torso hacía atrás, como las serpientes antes de atacar. La daga rozó la nuez de su garganta, pasando a escasos milímetros. Y de repente, llegó la réplica, furiosa y veloz; lanzó su cabeza hacía adelante y le propinó un cabezazo.

El asesino, también había sido instruido en el combate. Ya había previsto ese contraataque, era evidente y lo esquivó fácilmente. Al no encontrar contacto, el impulso del cabezazo del maestro hizo que perdiera la estabilidad y empezó a caer hacía delante a toda velocidad. Su rival lo tuvo claro, era el momento de lanzar otro ataque, ahora que estaba indefenso. El puñal se alzó al aire apuntando a su espalda, cuando pasó algo que nadie podría haber previsto.

Con el mismo impulso de la caída, el maestro alzó la pierna, como si su cuerpo entero fuera una balanza. Su pie se alzó del suelo, empezando a formar una media luna y aprovechándose del propio impulso de su cuerpo al caer, su pierna cogió una velocidad endiablada. Al mismo tiempo lo golpeó con el brazo por detrás de la cintura, empujándolo hacía delante. Cuando el asesino se quiso dar cuenta, ya tenía el talón acercándose a toda velocidad hacía su cara. El golpe fue tan brutal, que el shinobi salió despedido varios metros, rondando por el suelo. Quedando inconsciente y fuera de combate.

Sus dos compañeros se quedaron paralizados, mirándose entre si; desconcertados, con los ojos muy abiertos. Akuma lo percibió, lo que habitaba en sus ojos. Quizás las leyendas que contaban de aquellos asesinos sin alma no eran del todo ciertas.
  • ¡Menuda patada le ha dado! - Gritó Drake sorprendido.
  • ¡Dale borracho, dale a los otros dos también! ¡Dales Duro! - grito Yara como si hubiera apostado dinero en aquel combate callejero.
Los Shén Dú se lanzaron al ataque de nuevo, con el orgullo, por que no decirlo, herido.
  • ¿Lo ves ahora, capitana? - dijo Akuma divertida, aunque menos efusiva que la yoruba - el Puño Borracho, es un arte marcial diseñado para engañar. Los movimientos parecen torpes, relajados, caóticos…
El borracho cayó de culo sobre unas cestas de mimbre, una salió disparada por encima de su cabeza, la agarró con las dos manos al vuelo dejando caer la calabaza. El cuchillo del shinobi que apuntaba a su pecho quedó clavado en la cesta. Al mismo tiempo que la calabaza quedaba atrapada entre sus dos rodillas, antes de caer al suelo.
  • …pero no lo son - sonrió la japonesa - Todo está calculado.
Grace observó con más atención. El maestro corrió hacia uno de los asesinos para golpearlo, de repente tropezó con un adoquín del suelo y cuando parecía a punto de caerse de boca… le propinó un cabezazo en el estomago que lo dejó sin aliento, soltando su cuchillo al suelo, desarmándolo.
  • Un rival entrenado - continuó Akuma - anticipa lo lógico: guardias firmes, pasos sólidos, ángulos previsibles. Pero él… - señaló al Sombrero de Paja - …no tiene nada de eso. Sus movimientos rompen el ritmo, rompen la lectura del combate. No sabes hacia dónde irá, porque ni él mismo parece saberlo.
Vihaan que observaba la pelea en silencio pensó que aquel hombre no obedecía a las leyes de la gravedad. Era como si el mismo alcohol que inundaba sus entrañas, también lo envolviera por fuera, consiguiendo que su cuerpo flotara en medio de aquel callejón.
  • El secreto - añadió Akuma, cruzándose de brazos - es la relajación extrema. Parece débil, pero al no estar tenso, absorbe los impactos y cambia de dirección sin esfuerzo. Su centro de gravedad es… magia pura. Caótico, imprevisible, un desastre… pero un desastre letal.
Grace empezó a sonreír. Sin poder discernir si su felicidad nacía de aquel baile errático e imprevisible, o de escuchar a Akuma hablar durante tanto rato seguido. Estaba totalmente maravillada.
  • Y lo peor para el rival - concluyó Akuma - es que incluso siendo buenos luchadores, no pueden leerlo, pues esperan movimientos estructurados. Y el Zui Quan destruye la estructura. Es como luchar contra el viento.
  • Siempre que el viento estuviera borracho y además quisiera pegarte - respondió Vihaan sin poder evitar recordar al Dios Mono.
Los dos Shén Dú que aún seguían en pie, lo hacían a duras penas. Estaban agotados, respirando con dificultad. Habían recibido muchos golpes sin acertar ni uno solo. En cambio el borracho seguía tambaleándose de un lado al otro como si fuera movido por el viento, con una sonrisa eterna apestando a alcohol y canturreando viejas canciones orientales. De repente, llenos de rabia, se lanzaron contra él de nuevo, los dos a la vez y él levantó la calabaza como si brindara por ello y se la llevo a la boca. Pero esta vez no bebió sino que mordió la cuerda que la envolvía entre sus dientes y rápidamente adoptó otra postura. La del Tigre que Tropieza con la Luna.

Sus piernas se abrieron más de lo normal, uno adelantada con la rodilla flexionada, la otra retrasada y extendida, ambas como resortes cargados, listas para saltar o quizás retroceder en un instante. El torso se inclinó hacia adelante, agresivo, mientras los brazos se elevaban y caían en diagonales suaves, como garras que tantean el aire, buscando el equilibrio entre fuerza y descontrol. La cabeza giraba lentamente, ojos fijos en los asesinos, pero con un brillo burlón, como si la luna, en su embriaguez, le guiñara el ojo como una amante.

Uno de los asesinos saltó y corrió por la pared, el cuchillo listo para encontrar carne, subió un par de metros, buscando altura y descendió sobre él como un rayo. El maestro inmóvil, con las garras preparadas, movió ligeramente los ojos hacia la otra pared, donde un segundo shinobi hacía exactamente lo mismo. Los dos cayeron al mismo tiempo y justo cuando estaban a punto de acabar con ese borracho entrometido, el maestro saltó hacia delante. Saltó como un gato, con los dos brazos extendidos hacia delante.

Los cuchillos chocaron contra la piedra, los asesinos amortiguando el golpe, flexionando las rodillas. El borracho apoyó las dos palmas de las manos en el suelo, pero no pudo controlar bien el aterrizaje. Por un momento pareció que se iba a dejar los dientes sobre los adoquines.

Isabella dio un salto para atrás, protegiendo a Dante entre sus brazos, pues cayó muy cerca suya. Mientras los asesinos ya volvían a la carga, con una rapidez que competía con las mismas gemelas. Entonces el maestro hizo algo imprevisible. Al no poder controlar la caída con sus palmas, dejó caer los antebrazos al suelo, consiguiendo un punto de estabilidad. Y como si fuera un león saltando sobre su presa pero invertido, como si quisiera cazarla con el trasero y no con las fauces, se impulsó hacia atrás. Los asesinos sin poder anticipar aquel ataque repentino, intentaron esquivarlo pero ya era demasiado tarde. Los golpeó a los dos, a la altura del estomago y los mandó más lejos que al primero. Tan lejos que cruzaron todo el callejón saliendo disparados hacia la calle abarrotada de gente, tirando transeúntes por el suelo y rompiendo un puesto de hortalizas.

El borracho, al caer, impactó contra el suelo dándose un duro golpe en las costillas, pero pareció no importarle lo más mínimo. Al contrario, se quedó ahí, como una dama desnuda posando para un artista. Soltó la calabaza de su boca, la agarró con una mano y siguió bebiendo, como un hombre que disfruta de un soleado día en la arena de la playa.
  • ¡Cuidado por la espalda! - gritó Drake al ver como el asesino de las pelotas rotas había recobrado la conciencia y volvía en busca de más.
El Maestro se puso en pie de golpe. Y sonrió de oreja a oreja. Pues estaba a punto de revelarles su ataque favorito, el Puño Que No Sabe Dónde Va. El Shinobi intentó atacarlo por la espalda. Por el punto ciego, como buen asesino que era. El borracho dio un paso atrás, demasiado atrás, acercándose a él de golpe y su codo salió disparado como una rama suelta de bambú. Su rival fue rápido y pasó por debajo, y al girarse para seguir con otro ataque se dio cuenta que solo estaba cogiendo impulso. El puño salió disparado. Golpe directo a la sien. El asesino cayó de rodillas, probablemente muerto.
  • ¡Ay perdón! ¿Te di? ¡Estabas ‘hip’ justo detrás! Y ahora… ‘hip’ estás delante… ¡no te vi venir!
Los otros dos volvieron de nuevo, dejando atrás las enseñanzas, el sigilo, la templanza, todo. Estaban rabiosos, rabiosos por sufrir tremenda paliza ante un borracho tambaleante.

Entonces el Maestro del Puño Borracho atacó con todo. Empezó a girar sobre sí mismo, no recto, sino en una espiral ondulante. Como si el alcohol que llevaba encima no fuera suficiente mareo para él. Su cuerpo oscilaba como un farolillo de papel agitado por el viento. Pero cada oscilación era un golpe. Cada caída una esquiva. Cada tropiezo un engaño. Los Shén Dú golpeaban sin cesar pero solo tocaban su sombra embriagada. Creían atraparlo y solo atrapaban el vacío. Y mientras más se desesperaban, el borracho más bebía, tarareando canciones viejas de taberna. A veces hablaba solo. A veces se equivocaba de dirección. A veces brindaba con nadie. Pero bajo el delirio, había un control absoluto del chi.

Era ebrio… pero no tonto.
Tembloroso… pero certero.
Desordenado… pero mortal.

Los tres asesinos acabaron tirados en el suelo, dos agotados, respirando entrecortadamente. Uno inconsciente, quizás algo más irrevocable. El borracho dio un último sorbo a la calabaza, soltó un eructo satisfecho, y señaló a los tres asesinos tambaleantes.
  • ¡Me he quedado sin medi… ‘hip’ medicina! - sonrió volcando la calabaza de la que cayó una gota como una lágrima solitaria - ¡Y me pongo de ‘hip’ de muy mal humor, cuando no bebo! ¡¿Por qué no vais a comprarme un poco más?!
Los Shén Dú, por primera vez, titubearon. Y no les quedó más opción que largarse de ahí con el rabo entre las piernas. Recogieron a su compañero del suelo y se lo llevaron arrastrando, perdiéndose entre el bullicio del puerto de Shangai.

Y mientras unos se iban derrotados, otros llegaron dispuestos a plantar cara. Shinrei llegó al callejón seguida por el grupo de Bhagirath. Todos llegaron jadeando, preparados para entrar en combate, pero en su lugar hallaron silencio, tensión suspendida y al grupo entero totalmente inmóvil, como si el aire mismo hubiera sido cortado.

La japonesa frunció el ceño al verlos así, rígidos como estatuas.
  • ¿Ittai nani ga okotta no? - preguntó Shinrei, desconcertada, dejando que sus ojos recorrieran el callejón destrozado.
Akuma se acerco hacia ella, aún con la sonrisa en el rostro y los kunais intactos.
  • Kono otoko ga watashitachi o sukutte kureta. - respondió en un murmullo grave, señalando al Sombrero de Paja con un leve gesto de mano.
Shinrei siguió la dirección de su dedo.Y lo vio. Aquel hombre ebrio estaba apoyado contra un poste, sacudiendo su calabaza vacía como si creyera que al hacerlo, volvería a rellenarse por arte de magía; tenía el rostro colorado, la trenza desordenada, la barba de chivo revuelta como la cola de un gato asustado.

La expresión de la japonesa era la mezcla perfecta entre incredulidad y ofensa personal.
¿Ese era el héroe que los había salvado? ¿Uno solo borracho había despachado a tres Veneno de Serpiente? El Sombrero de Paja levantó la vista justo entonces, con los ojos medio cerrados, creyendo que había bebido demasiado y empezaba a ver doble, y al ver que lo miraban levantó la calabaza en un gesto amistoso.
  • ¡Nǐ hǎo, flores dobles! - gritó, antes de tropezar con su propio pie y recuperar el equilibrio por puro milagro.
Shinrei se volvió hacia Akuma, completamente seria. Creyendo que su hermana, por primera vez en muchos años, le estaba gastando una broma. Porque a primera vista, aquel hombre no parecía capaz de salvar a nadie, en realidad no parecía capaz ni de salvarse a si mismo.

Los dos grupos se reencontraron en el corazón del callejón, donde aún flotaba el olor metálico del peligro y el eco mudo del combate. No hubo palabras al principio; solo movimiento. Brazos que buscaban hombros conocidos, manos que comprobaban si el otro seguía entero, respiraciones entrecortadas que por fin podían soltarse. Los recién llegados escuchaban la historia entrelazada de los otros - los cuerpos que cayeron del cielo, el tatuaje del colmillo bajo el ojo, la certeza de una muerte inevitable, y el giro improbable que los había salvado - mientras el callejón se llenaba de murmullos relajados y respiraciones aliviadas.

El único que parecía ajeno a todo era el Sombrero de Paja. Unos pasos más atrás, se inclinó para recoger su sombrero aplastado del suelo. Lo sacudió con calma exagerada, le pasó la mano por el ala como si acariciara un animal dormido, y luego lo dobló y lo estiró hasta devolverle su forma original. Un par de golpecitos precisos - ‘pac pac’ - y el sombrero quedó perfecto, orgulloso sobre sus palmas. Lo observó como quien evalúa una obra maestra. Se lo colocó sobre la cabeza, ladeado, satisfecho. Y justo cuando el silencio del grupo empezaba a asentarse, él levantó la calabaza vacía, la agitó para que todos escucharan el ‘clonc’ hueco, y a plena voz, como si anunciara el final de una función, exclamó:
  • ¡Bueno! ¿Y quién de vosotros va a pagarme por mis servicios?
  • ¿Cómo dices? - preguntó Yara.
  • ¡QUE QUIÉN VA A PAGARME POR MIS SERVICIOS! - repitió él, gritando tan fuerte que hasta las telas del mercado parecieron temblar. Lo hizo inclinándose hacia ella como si hablara con una anciana a punto de perder la audición.
Akuma avanzó primero, con pasos breves, precisos, casi felinos. Los demás la siguieron.
Grace con gesto atento, Vihaan intentando no reír, Isabella con el bebé en brazos, Yara abrazando su monedero como si fuera un tesoro en peligro, MacFarlane y Bhagirath mirándose entre ellos como preguntándose quién demonios era aquel tipo. Ren, por supuesto, tomando notas sin descanso.
  • Te damos las gracias, maestro - dijo Akuma inclinando la cabeza con solemnidad - Gracias por librarnos de Shén Dú.
El Sombrero de Paja dio un salto atrás tan rápido que casi perdió el equilibrio.
  • ¿¡Serpientes!? - exclamó mirando al suelo, moviendo los pies como si esperara ver alguna reptando entre ellos - ¿¡Dónde?! ¿¡Dónde!?
  • Los tres hombres que venciste, borracho… - soltó Shinrei, cruzándose de brazos, totalmente incrédula.
  • ¡Ah! ¡A eso te refieres! - resopló él con alivio exagerado - Uffff… menos mal… odio a las serpientes, les tengo un pánico terrible.
Grace dio un paso adelante, midiendo al extraño de arriba abajo, con esa mezcla de juicio y desconfianza que solo ella sabía combinar tan bien.
  • ¿Cuál es tu nombre, Sombrero de Paja?
Él se irguió al instante, orgulloso, se colocó el sombrero bien ladeado, y la sonrisa se le ensanchó como si aquella fuese su gran entrada triunfal.
  • Mi nombre es Wong Fei-Hung - anunció con teatralidad - Vendedor ambulante de medicinas, exorcista ocasional, experto reparador de calabazas, afinador de campanas, cazador de gallinas descarriadas, cuentacuentos y compositor de canciones que nadie quiere escuchar…
Las carcajadas estallaron de repente, mientras aquel hombre seguía hablando a una velocidad terriblemente endiablada.
  • Experto catador de vino de arroz, escolta temporal, romántico empedernido… Y - levantó la calabaza vacía, sacudiéndola - cualquier cosa que pueda darme unas moneditas para refrescar esta garganta que sufre más sequía que el gran desierto de Gobi.
  • ¡Vaya! - sonrió Grace con media sonrisa - ¿Hay algo que no sepas hacer?
  • Mantenerse de pie - espetó Shinrei con recelo.
Wong la miró fijamente, pero no había ira en su mirada.
Solo una risa burlona, insaciable como su sed.
  • ¡Y cazar serpientes, wō guǐ! - contestó sin desviar la mirada.
Aquel peyorativo que los chinos utilizaban para referirse a los japoneses provocó que Shinrei desenfundara su katana, pero su hermana la detuvo rápidamente, negando con la cabeza y calmándola con los ojos. El maestro, en cambio, sonrió y se giró de nuevo hacia la capitana.
  • ¡¿Y bien?! ¿Dónde están mis monedas? - volvió a preguntar, cruzándose de brazos.
  • ¡Nadie te ha contratado, borracho! - exclamó Yara - ¡Así que olvídate de cobrar!
  • ¡Cierto es! Pero necesitabais ayuda, y yo os la he ofrecido, extranjera. Y en mi tierra se honra a quien te tiende la mano.
  • ¿Por qué nos seguías? - preguntó Vihaan.
  • ¿Seguiros yo? - Wong abrió mucho los ojos, señalándose a sí mismo con el dedo - ¿Desde cuándo?
  • Desde que salimos del puerto, borracho - le contestó Yara - Te vi antes de que tú nos vieras a nosotros…
Wong sonrió, sabiendo que aquello no era cierto. Los había visto llegar desde que cruzaron la bruma del mar. Su vida era aquella: esperar en el muelle, día sí y día también, y aprovechar cualquier oportunidad para llenar sus bolsillos vacíos.
  • ¡Ah! ¡Sí!… esto… - Intentó atar la calabaza a su cintura torpemente, desviando la mirada como si toda la conversación no fuera con él - Vi cómo llegabais al puerto y pensé que quizás necesitaseis ayuda. El Reino Medio puede ser un lugar… digamos… muy confuso para la gente del oeste. Por eso os seguí, para asegurarme de que no os metierais en problemas…
  • ¡Y para cobrar unas monedas después! - replicó Yara.
  • ¡Por supuesto! - exclamó él, divertido, volviendo a tender la mano como quien pide limosna.
Grace ya estaba dándole vueltas a todo. Aquel hombre era un misterio: uno ebrio y tambaleante, sin duda. Pero había algo en él, en su forma de hablar, en su forma de mirar y, sobre todo, en su forma de pelear, que le inspiraba confianza. No llevaban ni un cuarto de hora en Shanghái y la mano oscura de Hong Long ya había caído sobre ellos. Estaban más perdidos que nunca: un reino desconocido, una lengua indescifrable, enemigos por todas partes. Y de pronto, aunque ella ya no creyera en la casualidad, Wong Fei-Hung se había cruzado en su camino.

Lo miró durante unos segundos, en silencio, como quien mira a un igual. Todo él era el mapa de un superviviente, un buscavidas que sabía moverse entre los bajos fondos, astuto y atento. Rápido y solvente. Y eso valía todo el oro del mundo en aquella tierra llena de peligros.
  • Y dime, Wong… Si quisiera contratarte para hacernos de guía y ayudarnos en nuestro viaje… ¿cuánto te debería? - preguntó Grace, rebuscando en su zurrón.
Yara bufó, claramente mosqueada. No tanto por la desconfianza que sentía por aquel maestro de las artes marciales, si no por tener que soltar unas monedas.
  • Depende… - sonrió él, apestando a licor - ¿Cuánto estás dispuesta a pagar?
Grace respiró hondo mientras Wong aguardaba con la mano extendida, tambaleándose lo justo para que cualquiera dudara de si estaba a punto de caer redondo o de empezar a bailar de nuevo.

Y allí se encontraban: en Shanghai, en el Reino Medio, una vasta y misteriosa tierra donde cada callejuela podía esconder una emboscada, donde cada sonrisa podía ser una trampa, donde el idioma era un muro y los enemigos parecían haberse multiplicado desde que pusieron un pie en ese caótico puerto.

Y aún así, tras sopesarlo todo, la capitana había decidido dejar su suerte - su pellejo y el de todos que la seguían - en manos de un hombre que apenas podía mantenerse de pie sin apoyo… y que olía a licor más que a humanidad.

Un desconocido, un borracho, un bribón que sonreía como si nada pudiera preocuparle.
Quizá porque, para él, realmente nada lo hacía.

Grace miró al grupo, a sus hermanos, a su familia, a los que dependían de ella, de sus decisiones. Estaban agotados, confundidos, llenos de incertidumbre. Y sin embargo, algo en aquella locura tenía sentido. En un lugar tan peligroso como aquel, quizá solo alguien tan imprevisible como Wong Fei-Hung podía lograr que sobrevivieran… y guiarlos hacía su destino.

Suspiró.
Alzó una ceja.

Y la idea, por absurda que fuese, le arrancó una sonrisa cansada.
Al fin y al cabo… ¿qué podía salir mal?

Continuará…
 
Capítulo 87 - Quien no conoce a su rival, no se conoce a sí mismo
  • ¿Donde estabas? - preguntó Akuma fríamente, cuando la vio llegar.
  • Vigilando que no hubieran más - respondió del mismo modo Shinrei.
  • ¿Por qué tardaste tanto?
  • Estaba vigilando, ya te lo he dicho.
  • Avísame la próxima vez que salgas…
Pero Shinrei no contestó, simplemente desapareció por la escotilla. Su hermana se giró para observarla mientras bajaba a las entrañas del Red Viper y frunció el ceño.

El Red Viper descansaba en el puerto de Shanghái como una bestia exótica recién llegada de tierras lejanas e imposibles. Sus velas, recogidas y atadas con firmeza, parecían alas plegadas de un dragón dormido; y su casco oscuro destacaba entre los juncos, sampanes y navíos mercantes que abarrotaban el muelle. La bruma matinal del río Huangpu se enroscaba alrededor del barco como un manto perezoso, difuminando sus contornos y dándole un aire casi fantasmal entre los mástiles de bambú y las velas rojizas de los barcos locales. A su alrededor, el puerto vivía su propio caos ordenado: marineros chinos descargaban arroz y cerámica, carreteros gritaban con un paso acelerado, y pescadores ofrecían sus capturas todavía vivas en cestas de mimbre húmedo.

Pero el navío, pese a estar en tierra ajena, imponía respeto. Sus cañones asomaban apenas entre las troneras, mudos pero presentes; y su bandera negra, ondeando en la cofa, guardaba silencio como si esperara la próxima tormenta o el próximo viaje.

De vez en cuando, algún curioso se acercaba demasiado, intentando adivinar de qué rincón del mundo venía aquel navío altanero. Pero al ver la figura de Yrsa junto a Gláfur vigilando la pasarela o a las frías gemelas revisando cuerdas con gesto severo, retrocedían discretamente, murmurando entre ellos. En la proa, el mascarón de “La Dama Serpiente” parecía observar el río como si midiera la fuerza de la corriente o buscara presas entre las aguas turbias. Y en el interior del camarote de la capitana, la tripulación debatía su futuro sin saber que, mientras ellos hablaban de rutas imposibles y peligros lejanos, el Red Viper aguardaba, firme e impaciente, como si presintiera que muy pronto volvería a surcar aguas desconocidas.

El camarote olía a madera vieja y a sal; a nervios y expectativas. La lámpara de aceite oscilaba, proyectando sombras alargadas sobre las paredes mientras todos se apiñaban alrededor de la mesa. El mapa - arrugado, húmedo por las gotas del mar y amarillento por el paso del tiempo - ocupaba casi toda la superficie.

Wong Fei-Hung se dejó caer sobre él como si conociera cada palmo, acercó la calabaza a sus labios y tras un largo sorbo, golpeó el mapa con dos dedos torcidos.
  • Si queréis ir hacia el interior… - comenzó con voz pastosa - entonces no hay más camino que uno, hay que ir hacia las montañas, hacia el paso de Huangshan. Porque por tierra, desde Shanghái, el camino correcto nunca es el más recto ni tampoco el más correcto.
Vihaan frunció el ceño ante tal galimatías. Diego se inclinó un poco más hacia la mesa, atento como un alumno. El Perro masculló algo entre dientes, desconfiado. Macfarlane simplemente cruzó los brazos.
Wong trazó una línea temblorosa desde la costa.
  • Salís de Shanghái por la Puerta Occidental y tomáis la ruta hacia Suzhou, la ciudad del agua… llena de canales, jardines y funcionarios corruptos - dijo rápidamente, regalando un guiñó a Diego - Luego seguís hacia Wuxi, bordeando el lago Tai. Allí, si no os roban, os estafaran; si no os estafan, os mataran; y si no os matan… será un buen momento para celebrar y emborracharos.
Siguió la línea hacia el interior, su dedo tembloroso acariciando el mapa.
  • Después Changzhou, y más adelante Nanjing, la antigua capital. Buenas murallas, mala gente - advirtió sin perder la sonrisa - Si seguís la carretera imperial hacia el norte podéis llegar a Hefei, y desde ahí internaros hasta Lu’an o más profundo en Anhui… Luego…
Grace se acercó a la mesa, después de arropar a Maverick en su cuna.
  • ¡Espera un momento! - su voz cortó el aire como una espada.
El maestro alzó la vista, la mirada perdida, con las manos todavía sobre el mapa.
  • No vamos a dejar los barcos atrás, Wong - continuó la capitana, firme - Ni perder semanas viajando a pie atravesando media China. Si existe una ruta por agua, iremos por agua.
El oriental se quedó en silencio un instante. Luego se acarició la barba de chivo con gravedad teatral, como si consultara la sabiduría de siete vidas pasadas. La lámpara se reflejó en sus ojos, brillantes por el licor.
  • Entonces… - musitó tranquilo un instante, antes de volver a estallar - ¡El Yangtsé, el Río Largo! Si seguís su corriente dorada podríais llegar muy lejos. Aunque más lentos, no obstante. Pero si el tiempo no es un problema para vosotros, es factible.
Deslizó el dedo río arriba, esta vez con sorprendente precisión.
  • Podéis remontarlo hasta Jiujiang, sin problemas. Más allá, si vuestra embarcación lo soporta, alcanzar Wuhan. Y si insistís mucho y Cai Shen os favorece… incluso podéis llegar a Yichang, al borde del paso hacia las Tres Gargantas - sonrió, satisfecho - Ese es el límite para barcos grandes como los vuestros. Río arriba de Yichang, el Yangtsé se vuelve un dragón enfadado: angosto, impredecible y lleno de rocas que devoran cascos.
Miró a Grace, ladeando la cabeza.
  • Pero hasta Yichang, Capitana… sí. Creo que podremos llegar sin perder un solo tablón del barco, o quizás muy pocos. Eso os lo garantizo.
  • ¿Podremos? - preguntó el Perro sin pestañear.
  • ¡Soy un hombre de palabra, señor! - rió el maestro - Se me ha contratado como guía y precisamente eso es lo que voy a hacer: ¡Guiar!… Siempre y cuando se me pague, claro está.
Y dio otro trago a la calabaza, como si aquella afirmación hubiera sido suficiente para celebrar.
MacFarlane analizaba el mapa y la ruta que había tramado el asiático, preguntándose una sola cosa.
  • Si seguimos la ruta por el rio Yangtsé hasta Yichang… tal y como has señalado, ¿Que peligros podemos encontrar?
Wong apoyó los codos sobre la mesa, entrecerró los ojos como si el mapa empezara a moverse por culpa del licor, y aun así habló con sorprendente claridad.
  • ¿Peligros? - repitió con una sonrisa torcida - El Yangtsé es un maestro muy severo, un cabrón sin escrúpulos en realidad. Si no te respeta, te escupe del agua como si fueras una cáscara de nuez.
Se incorporó un poco y empezó a contar con los dedos, uno a uno, torcidos como ramas viejas.
  • Primero los remolinos. En algunos tramos parecen amables, solo giran y giran… hasta que, sin avisar, tiran del barco hacia abajo como si un espíritu hambriento viviera debajo.
Segundo dedo: Los ladrones fluviales.
  • No son bandidos de caminos, no, no… son peores. ¡Mucho peores! Conocen cada orilla, cada islote, cada roca del rio… Aparecen con barcas ligeras, te sonríen, te dan las buenas tardes… y después te limpian los bolsillos y te dejan desnudo en la orilla. Si tienes suerte de cogerlos de buen humor.
Tercer dedo: La niebla.
  • Tan espesa que podrías cortarla con un cuchillo y hacerte un pastel con ella. Cuando aparece, el río desaparece, y es fácil acabar navegando donde no debes: contra una roca, contra un banco de arena o contra otro barco igual de imprudente.
Cuarto dedo: Los compatriotas.
  • A los pueblos de la ribera no les gustan demasiado los extranjeros - Alzó un dedo admonitorio hacia el escocés - No preguntes por qué, pero si bajáis a tierra en el lugar equivocado, os vais sin mercancía, sin armas y sin dignidad… si es que os vais.
Quinto dedo: Fauna.
  • Y luego están las criaturas del río - Hizo una pausa dramática - ¡No me miréis así! En el Yangtsé hay bagres que parecen vacas y tortugas más viejas que vuestros países. Si se enfadan, mejor dejarles pasar. El río es suyo, no vuestro.
Bajó la mano y dio un sorbo largo a la calabaza.
  • Pero el peligro más grande… - susurró con media sonrisa - es creer que podéis controlarlo. El Río Largo no se controla. Se le ruega, se le respeta, y se sobrevive a él.
Apuntó con la calabaza a Grace.
  • Si queréis ir hasta Yichang, capitana… os enfrentáis a todos estos peligros y unos cuantos más que ni siquiera yo sé nombrar. Pero bueno… - se encogió de hombros - si algo sale mal, siempre podéis echarme la culpa a mí. ¡Estoy acostumbrado!
  • ¿Has recorrido todo el Reino Medio, Sombrero de Paja? ¿Como es que lo conoces tan bien? - preguntó el Perro sacando una bocanada inmensa de humo.
Wong entrecerró los ojos, sonrió con esa calma insolente que solo tienen los muy sabios o los muy borrachos, y se rascó la barbilla de chivo como si allí estuviera escondida la respuesta.
  • ¿Todo el Reino…? - repitió, dejando que el humo del Perro pasara entre él y el mapa - Bueno… he andado, he flotado, he caído rodando, y a veces me han arrastrado. Y en cada sitio aprendí algo… o me echaron antes de poder aprenderlo.
Se encogió de hombros y dio otro trago a la calabaza.
  • Algunas cosas me las contaron monjes muy viejos. Otras me las susurraron tipos que acabaron en el fondo del río. Y unas cuantas… - ladeó la cabeza, divertido - las descubrí porque iba demasiado borracho para ver que eran peligrosas.
Le guiñó un ojo al Perro, sin aclarar absolutamente nada.
  • Digamos que el Reino Medio me ha dado muchas bofetadas, señor… y yo siempre he vuelto, como un idiota, para ver si tenía otra preparada.
Un silencio espeso cayó sobre el camarote, como una manta húmeda. Todos tenían los ojos clavados en el mapa extendido sobre la mesa, siguiendo ríos, montañas y senderos invisibles que solo existían en sus cabezas. Y, sin embargo, ninguna voz se atrevía a romper aquel instante cargado de preguntas. Preguntas que ni siquiera Wong, con toda su sabiduría torcida y su experiencia entre licores, podía responder.

El maestro del Puño Borracho los observó en silencio. Tan quietos, tan encerrados en sus propios pensamientos. Tan seguros de que debían avanzar, pero sin saber en absoluto hacia dónde.
  • Sería mucho más sencillo - dijo finalmente, dejándose caer de culo sobre la mesa con total falta de ceremonia - si me dijerais dónde queréis ir exactamente. Decir “quiero ir al Oeste” es como lanzar una piedra al lago y esperar que te diga en qué orilla vas a dormir.
Dio unos golpecitos con el dedo sobre el mapa.
  • Pero si señaláis un punto, uno solo… podré trazaros un camino. Torcido quizá, peligroso lo más seguro… ¡pero un camino al fin y al cabo!
Grace lo miró directo a los ojos, sin pestañear, como quien toma una decisión que ya llevaba tiempo rondando en su cabeza.
  • No hay punto que marcar, Wong. Solo sabemos que debemos ir al Oeste.
El maestro no desvió la mirada de la capitana, aguantando como muy pocos eran capaces de hacerlo, y luego se echó a reír con el pecho entero, inclinándose hacia atrás como si la frase le hubiera hecho cosquillas en el alma.
  • Eso complica bastante las cosas, capitana - dijo al fin, acomodándose el sombrero y rascándose la barbilla - Pues más allá del oeste… solo hay más oeste. - trazó un circulo inmenso con el dedo sobre el mapa - El mundo es redondo, así que podrías caminar toda la eternidad y siempre encontrarías oeste más allá del oeste. Quien viaja sin rumbo… solo encuentra cansancio.
Diego apoyó ambas manos en la mesa, inclinándose un poco, serio pero con un brillo reflexivo en la mirada.
  • Un rumbo tenemos - dijo pausadamente - pero no sabemos dónde nos lleva.
  • ¡Entiendo! - exclamó Wong, señalándolo con la calabaza como si acabara de descubrir un filósofo disfrazado de marinero. Asintió varias veces, exageradamente, y hasta cerró los ojos como si meditara - Es profundo lo que dices… incluso demasiado taoísta para un extranjero. Me caes bien…
Después abrió un ojo y de repente sonrió con esa mezcla de picardía y fanfarronería que tanto lo caracterizaba.
  • Pero… por muy espiritual que sea vuestro viaje, de nada os servirá aquí.
MacFarlane frunció el ceño.
  • ¿Por qué dices eso?
Wong se inclinó hacia él como si fuera a contarle un secreto, pero habló tan alto que todos lo oyeron.
  • Porque no podéis ir dando tumbos de un lado al otro, como quien sale a pasear para estirar las piernas - Hizo un gesto amplio hacia el oeste - Al menos no en mi tierra. Más allá de la costa encontraréis maravillas, sí… valles sagrados, montañas que tocan el cielo, templos colgados de acantilados. Pero también pesadillas que es mejor dejar dormidas.
Se echó el sombrero de paja hacia atrás, y sonrió enseñando los dientes.
  • Si queréis adentraros y tomar ese riesgo, me parece perfecto. No voy a oponerme. Tan solo aumentaré un poco más mi tarifa. Lo justo para equilibrar destino y desgracia.
Se encogió de hombros con frescura.
  • Pero será mejor que encontréis un destino pronto, porque aquí… el que camina sin saber a dónde va, acaba llegando justo donde no debe.
MacFarlane dejó escapar un gruñido, la cicatriz que le cruzaba el rostro casi vibrando al compás de su inquietud, mientras sus dedos tamborileaban de forma inconsciente sobre sus brazos duros y curtidos.
  • Nos has hablado de los peligros del río… - musitó, con el tono cargado de precaución.
  • Así es… - respondió Wong, sin apartar la mirada de él.
  • ¿Y qué hay de los otros peligros? ¿Los de verdad? - insistió MacFarlane, su voz grave, como si esperara que el aire mismo se cargara de respuestas.
Wong levantó la cabeza y lo miró con un destello de comprensión inmediata, reconociendo la preocupación que no necesitaba ser explicada: no era miedo al río, ni a los bandidos, ni a sus hostiles gentes, sino a algo más profundo, algo que pesaba más que cualquier corriente o marea.
  • Os referís a Hong Long, ¿verdad? - dijo con suavidad, casi como si pronunciar su nombre pudiera invocar sombras.
Y entonces comenzó a narrar, como si contara una leyenda pasada de boca en boca, durante muchas generaciones. En el Reino Medio los más ancianos decían que Hong Long no era un hombre cualquiera, sino un dragón de mil cabezas disfrazado de mortal, cuya sombra se extendía más allá de los muelles y ciudades portuarias del Este, más allá de las montañas del Norte y los desiertos del Sur. Más allá de las jóvenes naciones del Oeste. Más allá del océano.

Se decía que controlaba ejércitos secretos, hombres entrenados en artes prohibidas, mujeres camaleónicas de oídos atentos y dagas ocultas y que sus ojos podían ver todo lo que era visible y sus oídos escuchar lo que aún estaba por revelarse. Algunos lo llamaban tirano, otros lo llamaban protector; pero todos coincidían en una cosa: “Donde el Dragón gobierna, nadie desobedece su ley”.
  • Hay rumores que incluso dicen que su poder se extiende más allá de lo que cualquier mortal puede entender o imaginar… que domina artes oscuras, magia negra, poderes con el que nadie debería coquetear - continuó Wong, con un gesto de la mano que lo envolvió todo de misterio - Dicen que su ambición de poder es tal, que no se contentó con dominar la tierra y decidió someter al mar… que construyó una ciudad flotante, y surca las corrientes imponiendo su voluntad…
Grace y Vihaan cruzaron una mirada, los dos sonrieron. Los dos a la vez, como si sus mentes estuvieran conectadas. Recordaron a la infame Ciudad Flotante hundida en los abismos del océano, tras el estallido de Bum-Bum. Recordaron la advertencia de Drake en la playa, después de la batalla de las Siete Banderas, cuando reveló que Hong Long no era un solo hombre sino una Hidra de mil cabezas. Pero decidieron no decir nada, como si guardaran, de momento, un secreto compartido.
  • No hay rey, ni oriental ni extranjero, que no rinda pleitesía al Dragón Rojo, y aquellos que intentan retarlo, aquellos lo suficientemente insensatos como para desafiarlo… simplemente se esfuman… como si jamás hubieran existido - desvió su mirada hacía Grace, con gravedad - Ya lo habéis visto con vuestros propios ojos en el callejón, capitana… El Dragón está en todas partes, nada se escapa a su puño.
MacFarlane apretó los dientes y cerró los puños. Las leyendas eran más reales de lo que el Sombrero de Paja imaginaba, los rumores eran más ciertos de lo que, los mismos que los hacían correr, podían llegar a pensar. Era consciente como todos los demás, consciente como el que ha visto al monstruo antes de que alguien se lo advierta. Pero también calló. Como si todos ahí hubieran hecho un pacto de silencio.

Por su lado, Wong, consciente de la gravedad del silencio que siguió, se acomodó sobre la mesa y añadió con calma, como un maestro que advierte sin alarmar.
  • Nadie sabe que es cierto y que no lo es, ni yo mismo lo sé… Solo sé que mi tierra está llena de sombras, pero sin duda alguna: Hong Long… es la sombra más larga de todas.
  • ¿Y que hay de la Compañía de las Indias Orientales? - preguntó Diego.
Wong inclinó un poco la cabeza, con un gesto serio, y trazó una línea con el dedo sobre el mapa que recorrió la costa y los principales puertos.
  • La Compañía es fuerte en la costa - empezó, su voz baja pero firme - es una máquina política, militar y económica, con tentáculos por toda la costa Oriental. Controlan el comercio, las rutas, los almacenes y las fortificaciones que protegen los puertos. Muchos gobernantes locales los temen, otros los usan, pero nadie ignora su influencia.
  • Desgraciadamente es así en tu tierra como en el mundo entero, Wong Fei-Hung - dijo Diego de repente - Todos los aquí presentes somos testigos de ello. Lo que quiero saber como de estable o frágil es la alianza entre Hong long y la Compañía.
  • Como todo en mi tierra, la respuesta es ambigua… Diego, ¿me equivoco? - sonrió divertido, mientras el español asentía - Pues como te decía, Diego… Unas veces la alianza es fuerte, otras veces inestable. La Compañía tiene sus propias ambiciones y no siempre concuerdan con las de Hong Long, y del mismo modo sucede a la inversa. A veces cooperan, a veces se pisan los talones. A veces se entienden, otras se pelean entre sí. Como si fueran hermanos…
De la Vega asintió con la convicción de un estratega, pues aquello equilibraba más la balanza. Los rivales eran superiores en número, sí. Pero sufrían de guerras internas. Ellos eran pocos, por supuesto. Pero eran un bloque indestructible. Era muy pronto para dejar entrar la esperanza, pero era un primer paso.

El Perro, en cambio, soltó un gruñido.
  • Como si fueran hermanos… - repitió, escupiendo al suelo - Hermanos miserables que deberían pudrirse en el infierno…
  • Puede que lo merezcan… - sonrió Wong - No digo que no. Pero si no vais con cuidado, pude que os arrastraren con ellos.
El Perro lo miró fijamente, como un lobo sediento de sangre.
  • Vale la pena intentarlo.
  • ¿Tanto los odias? Eso es peligroso…
  • ¿Y que no lo es en este maldito mundo?
  • Pocas cosas, cierto. Pero… la senda que persigues solo tiene un destino, capitán. Pues quien busca venganza, debe cavar dos tumbas.
  • Cabaré las dos yo mismo, si es necesario…
Wong lo miró en silencio. Había algo fascinante en aquel hombre, tan desgarbado, tan enclenque, tan viejo y con los pulmones tan negros. Su piel era un mapa rasgado, lleno de arrugas y cicatrices, de sabiduría y mil batallas libradas. Su pata de palo era un testigo vivo de que había vencido una y cada de ellas. Y sus ojos estaban encendidos por el fuego de la determinación.

Él no creía en la venganza. Para Wong era eso, dos tumbas: Primero una para tu enemigo y luego otra para ti. Porque el odio te acompaña hasta el fin del camino, y cuando llegas, descubres que no queda nada de ti mismo para salvar. Pero sentía curiosidad. Curiosidad por saber de donde provenía aquel odio ardiente.
  • ¿Puedo preguntar porqué los odiáis tanto? - preguntó sin pestañear.
El Perro dio dos pasos hacia él, acercándose. El bastón retumbando en la madera, el humo de su pipa inundándolo todo. Wong lo observó con esos ojos que siempre parecían medio dormidos y, al mismo tiempo, enteramente despiertos. El Perro habló con la mandíbula rígida, como si cada palabra fuese un hierro candente que hubiera llevado demasiado tiempo dentro.
  • Porque son todo lo que está mal en este mundo, Sombrero de Paja.
Su voz tenía una gravedad áspera, nacida más de la memoria que del presente.
  • La tiranía que se disfraza de ley. La ambición que devora pueblos enteros y lo llama comercio. El poder que se alimenta de sí mismo hasta que solo queda corrupción. Eso son. Eso han sido. Y eso serán siempre. Una bota sobre el cuello del hombre libre.
Wong dejó caer el sombrero un poco hacía atrás, cruzando los brazos, atento. No era la primera vez que veía a alguien hablar así, pero pocas veces esa furia tenía raíces tan profundas.
  • Pero para mí… - continuó el Perro, clavando la mirada en un punto que solo él podía ver - para mí son algo más. La Compañía arrasó mi isla. Destruyó mi hogar. La redujo a cenizas y huesos. A humo, a ruinas y silencio. Y el hombre que dio la orden… ese hombre sigue vivo.
La sala quedó suspendida. Hasta el aire parecía contener la respiración.
  • No busco justicia - dijo por fin - Busco memoria. Busco que el mundo recuerde lo que hicieron. Y ese malnacido está aquí, lo sé. Está escondido como una rata, pero lo encontraré, juro que lo encontraré. Y si ese bastardo piensa que puede salvarse detrás de su imperio y sus riquezas… está equivocado. ¡Muy equivocado!
Wong asintió muy despacio, como quien marca el compás de una verdad amarga. El Perro no había pronunciado el nombre de aquel hombre, pero no hacía falta. Se notaba que lo llevaba tatuado por dentro, como una marca que ninguna llama podía borrar. Y la travesía hacia el oeste, incierta y llena de sombras, parecía de pronto un camino que él tenía pensado recorrer hasta el final, aunque el mundo entero ardiera, aunque ardiera con él.
  • ¿Y los demás? - pregunto de repente Wong - ¿También os empuja la venganza?
  • Haces demasiadas preguntas, guía - le cortó MacFarlane - ¿Por qué?
  • Por que si voy a viajar con vosotros, necesito saber que intenciones lleváis. No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que ocultáis algo. Incluso un borracho como yo se ha dado cuenta - siguió sin perder la sonrisa - Y no hace falta que me lo contéis, pues vuestros motivos tendréis para no hacerlo. No soy un entrometido… respeto los silencios de los demás. Solo quiero saber a que me enfrento, pues no es lo mismo cruzar toda China en busca de riquezas y negocios, que cruzarla en busca de venganza. El primer camino tiene peligros, por supuesto. El segundo es un desafío.
  • ¿Entonces rechazas hacernos de guía? - preguntó Vihaan.
  • No, no… no digo eso joven - rió el maestro - Solo estoy calculando, cuanto os va a costar. Tan sencillo como eso. Por eso pregunto de nuevo, ¿Qué estáis buscando?
Hubo un silencio en el camarote, pero no de tensión. Sino el que se aguarda antes de tomar una decisión importante. Miradas silenciosas que decían más de mil palabras. Mentes y corazones sopesando si aquel borracho, recién conocido, era de fiar o no. Los capitanes se miraron, el Perro con Grace, Grace con Diego, Diego con el Perro. Y este volvió a mirar a Grace, asintiendo levemente con la cabeza.
  • Dime Wong… - dijo de repente la capitana poniéndose en pie - ¿Temes a la muerte?
La pregunta se lanzó al aire con una gravedad solemne. Para ellos no era una simple pregunta, era mucho más. La antesala de: pasar a formar parte de su familia o quedarse al margen. La respuesta que se diera traía consigo la decisión de si se podía confiar en alguien o por el contrario, se debía ser precavido. Podía parecer banal, sin sentido para algunos. Pero para ellos era un juramento, no escrito, no firmado. Si no algo más importante, más certero.

Y Wong, el maestro del Puño Borracho, lo notó al instante. Era listo, era audaz, era perspicaz y sabio. Pero no por viejo, sino por diablo. Aquella pregunta no se había lanzado de forma ambigua, lo tuvo claro al ver como todos lo miraban, esperando una respuesta.

El buscavidas, el hombre de los mil oficios, se puso en pie y se giró hacia Grace. Después dejó escapar un suspiro breve, como si sacara de los pulmones todo lo que no merecía quedarse dentro.
  • No la temo… pero la respeto, capitana - dijo al fin, con la media sonrisa torcida de quien ya ha bebido demasiado - Verá… la muerte es como un carro de bueyes en hora punta. No importa lo rápido que corras, tarde o temprano te alcanza por detrás… y te pasa por encima sin pedir permiso.
Se encogió de hombros, como si hablara del clima, no del abismo.
  • Yo he visto morir a hombres valientes y a cobardes. A ricos con seda en los bolsillos y a pobres que solo llevaban polvo. Y ¿sabes qué? - alzó un dedo, tambaleándose como una pluma al viento - La muerte no hace distinciones. Llega cuando quiere, donde quiere… y jamás se disculpa por llegar pronto.
Los demás guardaron silencio; él continuó, con esa filosofía callejera que solo se aprende sobreviviéndolo todo.
  • Así que yo no la busco, pero tampoco huyo de ella. La trato como a un inspector de aduanas: con respeto… pero sin regalarle una sonrisa. Si un día decide acompañarme en la travesía, pues que se siente a mi lado. Pero hasta entonces, tengo vino que beber, caminos que andar… y deudas que todavía no pienso pagar.
Se llevó una mano al pecho, exagerando un gesto solemne que se deshizo enseguida en un guiño.
  • No temo a la muerte, capitana. Solo temo no vivir lo suficiente para no alegrarme cuando llegue.
La sala quedó muda un instante. Un silencio espeso, de esos que pesan más que cualquier palabra, como si todos hubieran comprendido que lo que acababan de oír tenía más profundidad de la que parecía. Grace, sin pronunciar una sílaba, entendió que Wong había respondido como debía. Como uno de ellos.
  • ¿Qué conoces acerca de la leyenda del Sundra-Kalash?
La sonrisa burlona de Wong se apagó al instante, como si la pregunta hubiera sido una mano invisible que le diera una bofetada despertándolo de la borrachera. Bajó la cabeza, ocultando sus ojos bajo el ala ancha del sombrero. Sus labios, apenas visibles, hablaron sin su tono habitual: sin risas, sin descaro, sin el ánimo de provocar. Solo una serenidad densa, casi antigua.
  • Sé lo que todo el mundo sabe… y también sé que muchos lo han buscado, y que demasiados han pagado con su vida por encontrarlo. Y sé, sobre todo, que todos están equivocados… porque el tiempo, demasiadas veces, deforma la verdad. - Hizo una larga pausa, como quien reconoce algo demasiado tarde - No sois los primeros extranjeros que llegáis a Shanghái tras su pista, y tampoco seréis los últimos. Pero debéis entenderlo: no vais tras la leyenda de un dios que concede deseos. Vais tras algo mucho más peligroso e incomprensible. Más peligroso, incluso, que la venganza del capitán…
  • Ya lo sabemos… - susurró Grace, acercándose a él - Ya pedimos ese deseo.
Wong alzó la vista de golpe. Por primera vez, el maestro del Zui Quan parecía desconcertado por completo, como si se hubiera golpeado a si mismo por su propia técnica Kung Fu.
  • ¿Cómo has dicho? - murmuró.
Grace inclinó apenas la cabeza. Vihaan abrió un baúl cercano, sacó algo, y lo depositó sobre la mesa. En cuanto el Mulakaboko quedó extendido sobre el mapa, Wong lo observó con el asombro reverente de quien ve materializarse una leyenda, una reliquia nacida del eco de los siglos.
  • Lo tenéis… - susurró, pasando la mano por encima del bastón sin atreverse a tocarlo - ¿Cómo… cómo lo habéis encontrado?
Grace dejó el Vorial Shardeth al lado del bastón. La luz de la lámpara pareció inclinarse hacia él. Como si mostrara respeto al origen de su existencia.
  • Con esto.
Wong dio un paso atrás, la sorpresa tallada en su rostro.
  • Y también recuperamos el Lazo del Clan - añadió Vihaan, acariciando su collar.
El maestro giró hacia él, con los ojos abiertos como los de un niño que encuentra un tesoro imposible.
  • También encontramos el Èkó… solo nos queda encontrar… - comenzó Grace.
  • ¡El Éter! - la interrumpió Wong, exaltado - Esto es… es… ¡inaudito! Tenéis las llaves. Habéis conseguido reunir las cuatro llaves… ¡¿Entendéis lo que significa?! ¡¿Sois conscientes de lo que significa?!
  • ¿Llaves? - Grace frunció el ceño.
  • ¡Las llaves, maldita sea! Los cuatro elementos. Las que abren el cofre: fuego, agua, aire y tierra. Lo sabía… siempre lo supe. No eran mitos… existen. Jamás pensé que llegaría a verlas. La leyenda es cierta, es… ¡REAL!
  • ¿De qué llaves estás hablando? - preguntó Diego, desconcertado.
  • No soy yo quien debe revelároslo - dijo Wong, agitadamente - Eso está muy por encima de mí compresión. Si queréis… - se corrigió, sonriendo con entusiasmo desbordado - si queremos encontrar respuestas…
De pronto apartó el Mulakaboko como si ya no le impresionara. Se inclinó sobre el mapa, con la nariz casi rozando el papel, recorriendo ríos, montañas y valles como si los caminara con la mente.
  • ¡Aquí! - golpeó el mapa con la yema de los dedos, temblorosos de emoción - Aquí es donde debemos ir. Al Templo de la Montaña Arcoíris. Debéis hablar con Lao Hé… debéis hablar con el Anciano de la Montaña.
Mientras la alegría desbordante del maestro inundaba el camarote por cada rincón - como un torrente imposible de contener -, no muy lejos de allí, pues uno nunca está realmente lejos del peligro, tres asesinos aguardaban con la cabeza baja, clavando la mirada en el tatami como condenados que conocen su sentencia antes incluso de escucharla.
  • ¿Cómo consiguieron escapar? - preguntó el verdugo.
El hombre caminaba frente a ellos, de un extremo al otro, con una calma gélida, la calma del que ya ha decidido y nada, absolutamente nada, podrá modificar su veredicto. Desde su posición postrada, los Shén Dú solo podían ver los pies del Dragón, deslizándose silenciosos sobre la esterilla.
  • Apareció un hombre… - susurró uno de ellos, sin atreverse a levantar la vista - y los protegió.
  • ¿Qué hombre? - preguntó el verdugo.
  • No sé quién es, señor, no lo…
La frase murió a mitad. Un destello. Un golpe seco.
La cabeza del asesino rodó por el suelo como un fruto caído del árbol, dejando un hilo de sangre oscura a su paso, el cuerpo decapitado se desplomó hacía adelante como un árbol talado.
  • ¿Qué hombre? - repitió el verdugo.
  • Un borracho, señor… - dijo el segundo Shén Dú, temblando, incapaz de apartar los ojos de la cabeza recién separada - un buscavidas del puerto. No sé su nombre, pero lo averiguaré.
  • ¿Un solo hombre os venció a los tres?
  • Sí, señor.
  • ¿Cómo es posible?
  • Era un maestro, señor… un maestro del Kung Fu.
  • Habéis sido entrenados en las artes marciales. Todos vosotros.
  • No era un Kung Fu normal… - tragó saliva, la voz rota - Era… era el Puño Borracho.
Los pies del verdugo se detuvieron de pronto. Aquel silencio inmóvil pesaba más que cualquier palabra.
  • Pareces sorprendido, Dragón - dijo una voz grasienta desde una mesa cercana - Y eso es preocupante en un hombre con tu reputación…
El hombre hablaba sin dejar de devorar comida. Sus dedos arrugados y aceitosos llevaban trozos de carne a una boca insaciable. En su dedo índice relucía un anillo de oro macizo: E.I.C. Las infames iniciales de la Compañía de las Indias Orientales.
  • Dime, Serpiente… ¿viajaba con ellos? - preguntó Hong Long queriendo salir de dudas.
  • No, señor. Fue algo fortuito.
  • ¿Estás seguro?
  • Sí, señor. Lo estoy.
De repente otro Shén Dú entró en la sala como una sombra veloz, los brazos ceñidos al cuerpo, los pasos silenciosos. Se arrodilló ante el Dragón, cabeza baja, esperando permiso para hablar.
  • ¿Y bien?
  • Señor… justo en este momento levantan anclas - informó sin apartar la mirada de la cabeza decapitada.
  • ¿Hacia dónde se dirigen?
  • Hacia el oeste, señor. Pretenden navegar por el afluente hasta alcanzar el Yangtsé y subir hasta las Tres Gargantas. Hacía… - el informante pareció titubear - hacia la Montaña Arcoíris.
Hong Long frunció el ceño.
  • ¿Estás seguro de que dijo Arcoíris?
  • Sí, señor. Lo estoy.
El Dragón meditó unos segundos, su mirada fría y calculadora. Sir Reginald, mientras, observaba la cabeza cortada que lo miraba directamente, haciendo un gesto para que le sirvieran más vino de arroz. Aunque no fuera el Hong Long con el que había pactado unirse en alianza, los métodos del actual seguían siendo exactamente los mismos: crueles, eficientes, impecables. A ojos del británico, aquello era fascinante. Como contemplar distintas versiones del mismo demonio.
  • Bien - dijo finalmente Hong Long - Envía una paloma a Wuhan. Que lo preparen todo y estén listos para cortar el río. Y avisa que iré yo personalmente a supervisarlo.
  • Sí, señor, como usted ordene - respondió el asesino antes de desaparecer tan rápido como había llegado.
El verdugo hizo un leve gesto con la cabeza, y se acercó a la mesa donde Sir Reginald seguía comiendo. A su espalda, sin emoción, sin ruido, los otros dos Shén Dú fueron ejecutados. El Dragón no perdonaba el fracaso, jamás.
  • ¿Qué sucede con ese borracho? - preguntó el inglés - Te cambió la cara cuando lo nombraron.
  • Solo hay un santuario en toda China donde se enseñe ese estilo de lucha - respondió el Dragón, con voz grave sentando enfrente - Y solo un maestro capaz de enseñarlo. Van hacia la Montaña Arcoíris…
  • ¿Problemas? - preguntó Reginald, arqueando una ceja, al verlo pensativo.
  • Ninguno que no pueda resolver. Los interceptaremos en Wuhan.
  • ¿Y sino funciona?
  • Funcionará.
  • Ya… eso mismo dijiste esta mañana.
  • Esta vez no fallaremos. No teniéndola a ella.
  • ¿De verdad confías en esa asesina?
  • Tengo algo que ella necesita y soy el único que puede entregárselo.
Sir Reginald se quedó unos segundos sosteniéndole la mirada. En esa simple mirada se podía ver la inestabilidad de aquella alianza que habían forjado. Luego siguió comiendo como si no tuviera más importancia.
  • Me da igual como lo hagas Dragón. Pero hazlo.
  • No pasarán de Wuhan. Te doy mi palabra.
  • Poco me importa tu palabra. Iré contigo a Wuhan, para asegurarme de que todo sale bien.
  • Mejor… así estarás presente cuando caigan en la trampa y nos apoderaremos de las llaves.
  • ¿Nos apoderaremos? - la agresividad del británico brotó de inmediato - Recuerda nuestro acuerdo, Dragón. Las llaves son mías. Ellos son míos.
Hong Long mantuvo la mirada fija en él. Una mirada afilada, inmóvil. El frío de un témpano. El juicio de un verdugo.
  • Antes de que prestase mi ayuda a tu antecesor… - siguió Sir Reginald - Y mi maldito dinero. Tu organización asesinaba por cuatro míseras monedas. Por lo que… eres el hombre que eres ahora, gracias a mí. No lo olvides jamás.
Sir Reginald bajó los ánimos como quien baja un arma, aunque mantuvo el orgullo tensando la mandíbula. Luego volvió a comer, lento, obstinado. Y Hong Long pensó cuán fácil sería matar a aquel británico en ese mismo instante. Demasiado fácil.
  • ¿A dónde vas? - preguntó el amo al verlo levantarse de la mesa.
  • Tengo que mandar un mensaje… ¿Me lo permite mi señor? - dijo el verdugo con ironía helada.
Sir Reginald hizo un gesto con la mano, como quien despacha a un sirviente insignificante, sin ni tan siquiera mirarlo. Hong Long se fue, arrepentido por no haber envenenado su comida.

Y mientras una alianza se rompía en mil pedazos, otra alianza se alejaba de Shanghái al atardecer. Las bodegas volvían a estar cargadas, los ánimos tensos y las almas encendidas por la promesa de nuevas aventuras. El Reino Medio se abría ante ellos igual de vasto y letal que antes, sí. Pero Wong Fei-Hung les había prometido respuestas. Respuestas que llevaban demasiado tiempo persiguiendo. El Sundra Kalash estaba cerca. Tan cerca que casi podía palparse en el aire, una presencia invisible a punto de revelarse.
  • ¿Quieres hacer el descanso, ahora? - preguntó Akuma.
  • Baja tú. Ya lo haré en el siguiente cambio turno, junto a los gitanos.
Akuma asintió y, sin añadir palabra, desapareció escaleras abajo. Su hermana se quedó en cubierta, contemplando el cielo de Shanghái. Entonces una paloma descendió en silencio y se posó sobre la barandilla, agitando las alas como un mal presagio. Shinrei se acercó de inmediato; con dedos rápidos desató el pequeño pergamino sujeto a la pata y espantó al animal con un leve chasquido. Miró a ambos lados, se aseguró que nadie la observaba y desplegó el papel.

“Wuhan torre izquierda”

La tinta era mínima, pero su peso cayó como una guillotina. Sin dudarlo, arrojó el mensaje al mar y lo vio desaparecer bajo el oleaje. ¿Estaba Diego equivocado? ¿Aquel bloque era tan indestructible como quería creer? ¿O era como la alianza enemiga? Llena de guerras internas como si fueran hermanos que se pelean constantemente.

La verdad era que… Había una grieta.
Una pequeña y llena de sombras.

Una llamada…
Shinrei.

Continuará…
 
Si y No. Está inspirado en Jackie Chan pero en otra peli.
No se si la conoces, en inglés
Imatge.jpeg
se llama: Drunken Master.

A mi, todo esto de luchadores magníficos, puño borracho, estilo grulla coja, etc, me recuerda a una serie de los 70's que se llamaba "La frontera azul". Luchadores mancos, que saltaban montañas, estilos rarísimos de lucha, golpes estrafalarios. Luego vendría la serie de David Caradine "kunfu" y las películas de Bruce Lee.
 
A mi, todo esto de luchadores magníficos, puño borracho, estilo grulla coja, etc, me recuerda a una serie de los 70's que se llamaba "La frontera azul". Luchadores mancos, que saltaban montañas, estilos rarísimos de lucha, golpes estrafalarios. Luego vendría la serie de David Caradine "kunfu" y las películas de Bruce Lee.
La de Kung Fu de Caradine me acuerdo de chiquillo. De la otra ni idea, buscaré a ver porque me flipan estas películas.
Solo un detalle. Cuando escribía el capitulo me informé sobre el Zui Quan (Puño borracho) y existe realmente de verdad. Lo único que cambia es que realmente no van bebidos, simplemente lo fingen. Pero realmente es un arte marcial. Se basa básicamente en despistar al rival, atacando como al 'azar' y sembrando confusión. 🥋
 
En esta serie que comentaba también había varios tipos de lucha y de golpes. Había unos monjes shaolin que saltaban y sobrevolando montañas. Había un lugar que se llamaba Liang Shan Po, puede que fuese el nombre de la serie, ahora no estoy seguro, y uno de los protagonista se llamaba Ling Chu. En los recreos del cole jugábamos a hacer peleas con los nombres de los protagonistas.
 
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