Un viaje inesperado

Capítulo 36 - Llegada a la cuna de la humanidad: ¿amigos o enemigos?

Fueron semanas interminables las que el Red Viper pasó en alta mar. Gran parte de la travesía la pasaron rodeados de agua por los cuatro costados, pero todo cambió cuando se acercaron al continente africano. Abistar tierra provocó en todos una sensación de alegría, aunque desgraciadamente la felicidad es efímera y se esfumó rapidamente. Lo que todos creyeron una bendición se combirtió en una condena y los que más lo sufrieron fueron Yrsa, Gláfur y los balleneros nórdicos. El sol caía como un martillo sobre la cubierta y la brisa, cuando soplaba, apenas alcanzaba para hinchar las velas raídas. El clima abrasador se juntaba con el poco alimento. El agua racionada, el vino cada vez más agrio, los víveres reducidos a mendrugos de pan duro y pescado seco. Muchos murmuraban entre dientes, pero ninguno se atrevía a alzar la voz: todos sabían que sobrevivir era ya un triunfo.

Las noches eran igual de duras. El mar negro se tragaba las estrellas, y solo la madera crujiente del barco y los pasos de guardia recordaban que aún había vida sobre ese cascarón azotado por la soledad. Y entonces, sin aviso, los dioses, en su absoluta sabiduría, creyeron que aquello no era suficiente y los cielos se desgarraron. La tormenta los sorprendió con un rugido ensordecedor. Rayos iluminaban el firmamento, revelando por instantes las caras desencajadas de la tripulación. Las olas golpeaban como montañas en movimiento, levantando el navío y lanzándolo contra los abismos del mar. El viento arrancó sogas, partió remaches y se llevó consigo media vela mayor. Los cañones se aseguraron a golpes de martillo, los barriles rodaban por la cubierta, y Grace, con los brazos tensos en el timón, parecía un espectro en lucha contra el mismo océano.
  • ¡No nos rendiremos, joder! - rugió MacFarlane entre risas dementes, sujetando una cuerda que casi lo arrastraó al vacío - ¿Tormenta? Ja! Deberíais pasar unos meses en Escocia, esto son cuatro gotas señores!
El Red Viper resistió. Al borde del colapso, herido, pero aún en pie. Y cuando por fin la tormenta cedió, un silencio pesado cubrió la cubierta. Los hombres y mujeres se desplomaron, jadeantes, con las ropas empapadas y la sal pegada en la piel.

Fue entonces que Mordisquitos, con sus gran dentadura brillando, trepó por el mástil mayor. Entre carcajadas, hizo señas con las manos, agitando los brazos como un niño que hubiera visto un tesoro.
  • ¿Qué dice? - preguntó Grace, todavía firme al timón, con el cabello pegado a la cara por la lluvia.
  • ¡Hemos llegado! - tradujo Yara con una sonrisa radiante - ¡Estamos en casa!
Un murmullo recorrió la tripulación, primero incrédulo, luego creciente como un incendio. Todos corrieron hacia la borda, incluso MacFarlane, que soltó una carcajada seca al ver la línea oscura alzarse en el horizonte.
  • ¡Ahí la tenéis, hijos de perra! - rugió el escocés - ¡El maldito Congo, tierra de riquezas, muerte y gloria!
Grace entrecerró los ojos, mirando el horizonte. Su corazón, castigado por días de incertidumbre, golpeaba con fuerza. Estaba agotada, hambrienta y sufría que el barco se rompiera por la mitad en cualquier momento.
  • Lo conseguimos amigo - murmuró como si hablara con el bergantín - Al fin lo conseguistes!
Las horas siguientes fueron de expectación. El Red Viper, maltrecho pero orgulloso, se abrió paso hacia la costa. Y cuando la bruma se disipó, la visión los dejó mudos.

La tierra del Congo se levantaba ante ellos como un mundo desconocido y salvaje. Selvas espesas que parecían no tener fin, llenas de verdes imposibles que ocultaban secretos insondables. Manglares extendiéndose como dedos negros hacia el mar. Aldeas a lo lejos, con techos de paja y humo elevándose en columnas tenues, mezclándose con el olor a humedad y tierra. La inmensidad era tal, que todos se sintieron pequeños. Incluso Halcón era incapaz de ver el fin de aquellas selvas infinitas. Un gran rio serpenteaba entre la espesa vegetación, abriendose camino hacía el corazón de aquellas tierras que parecían indomables y sagradas.

A media que se acercaban, vieron balsas de pescadores, hechas de troncos, se movían cerca de la orilla, arropadas por el mar. Algunos hombres, semidesnudos, alzaban la vista hacia el extraño navío extranjero, sus cuerpos brillando bajo el sol, los músculos tensos, los rostros severos. Los tambores no tardaron mucho en empezar a sonar a lo lejos, reverberando como un latido en la jungla. Anunciando la llegada de los extranjeros.

La tripulación del Red Viper, aunque hubieran visto cosas que nadie creería jamás, quedó hipnotizada, como si hubiesen cruzado un umbral hacia otro mundo. Uno tan grande y salvaje que parecía sacado de una leyenda.
  • Capitana… - dijo MacFarlane, con una media sonrisa torcida - No sé si esto es un paraíso, o volvemos a estar en la boca del infierno.
Grace no apartó la vista de la selva. Su semblante, endurecido por las semanas en el mar, se suavizó con una mezcla de miedo y esperanza.

- Da igual lo que sea, escocés - respondió con firmeza - Ni los peligros que nos aguardan. Es nuestro destino.

El Red Viper avanzaba lento hacia la costa, sus maderas crujiendo como si cada metro ganado fuese un esfuerzo titánico. A bordo, los ojos de la tripulación no se apartaban de las figuras que aguardaban en la orilla.

Hombres armados con lanzas y arcos, cuerpos pintados con ocre y ceniza, plumas vibrando al viento, y el brillo metálico de cuchillas pulidas con esmero. Mujeres y niños se mantenían más atrás, entre los troncos de la selva, como sombras que observaban en silencio. Los tambores no habían cesado, golpeando rítmicos, graves, como el pulso mismo de la tierra.

Los piratas los miraban con un respeto que no sabían expresar. Muchos habían escuchado historias terribles sobre los pueblos del Congo: relatos de caníbales, hechiceras, reyes crueles que ofrecían sacrificios a los espíritus de la selva. Eran leyendas nacidas del miedo y la ignorancia, pero bastaban para hacerles tragar saliva.

Y los nativos, por su parte, devolvían la mirada con desconfianza aún mayor. Sus ojos se clavaban en las ropas deshilachadas de los extranjeros, en sus barbas salvajes, en las armas de fuego que brillaban con un poder que conocían demasiado bien. Para ellos, el hombre blanco era un presagio funesto, un visitante del mar que traía enfermedad, muerte y cadenas.

Ni una palabra en el Red Viper, ni un movimiento. Ni siquiera Mordisquitos, que se limitaba a respirar hondo, los ojos húmedos por la emoción de volver a casa. Solo Yara se inclinó hacia la capitana, sin quitar la vista de la playa.
  • Creo que no somos bienvenidos Red… nos miran como si fueramos esclavistas. Será mejor que no bajemos la guardia.
Grace asintió despacio, con el timón firme entre las manos. Sentía la presión en el aire, un peso invisible que oprimía el pecho de todos a bordo. La selva misma parecía observarlos, como si el destino aguardara la primera chispa para decidir si serían aceptados o devorados.

De pronto, un grito retumbó desde la playa. Un hombre alzó la lanza al cielo, señalando hacia el Red Viper. Otros lo siguieron, rugiendo palabras que la tripulación no entendía, pero cuyo tono no dejaba lugar a dudas: amenazas, advertencias. Las puntas de flecha se tensaron, los escudos de madera se alzaron, y el murmullo creció como un rugido de furia contenida.

Cortés maldijo en voz baja, ajustando la hebilla de su pistola.
  • Capitana, esto no me gusta un pelo. Parece que les hemos despertado más odio que curiosidad.
Grace no apartó la vista de la costa. Sus pensamientos eran un torbellino. Habían escogido aquel lugar por tres razones: porque la brújula, desde hacía días, marcaba aquel rumbo sin desviarse ni un ápice; porque era el hogar de Mordisquitos, la promesa de un reencuentro, quizá incluso de protección; y porque aquel rincón del Congo aún resistía la avaricia voraz de los reinos europeos, un reducto libre del comercio de esclavos y de la Compañía de las Indias Orientales.

Pero lo sabía con claridad: esa misma promesa libertad era su condena. No hallarían banderas conocidas, ni factorías extranjeras con las que comerciar, ni tratados que invocar en última instancia. Tampoco hallarían una bienvenida cálida. Ellos eran forasteros, y en África, eso significaba peligro.

Los gritos se intensificaron, ahora acompañados de piedras lanzadas al agua, salpicando alrededor del casco. El Red Viper se mecía lentamente, deteniendose a escasos metros de la orilla, mientras la tensión crecía como una cuerda a punto de romperse.

Grace apretó la mandíbula, consciente de que un solo movimiento en falso desataría la tormenta que la selva aguardaba. Temía lo peor y aunque no lo dijera, nadie a su lado necesitaba oírlo para saberlo.

Sin pensarlo dos veces debían decidir. El debate debía ser breve, pero intenso, como la pólvora a punto de estallar. La cubierta vibraba bajo las piedras que golpeaban los tablones, algunas flechas se clavaban peligrosamente cerca de los marineros. El Red Viper no aguantaba para dar la vuelta, necesitaba descansar. Solo quedaba una salida y era ir hacia delante.

MacFarlane escupió al suelo, con las manos acariciando a sus dos difuntas esposas.
  • ¡Yo lo tengo claro! Un par de cañonazos y verán quién manda aquí. No hace falta matar a medio poblado, con que tiemble la tierra bajo sus pies ya sabrán que no somos presa fácil.
  • Una demostración de fuerza es buena estrategía. Mostrar las garras… - Aivori alzó el mentón, sus ojos ardiendo con entusiasmo - Que vean que podemos arrancarles la piel si se acercan demasiado.
Vihaan negó con la cabeza, serio.
  • ¿Y con qué cara pretendemos luego andar en su tierra? Si vamos a vivir entre ellos, debemos empezar con respeto. El diálogo es la única vía.
Bhagirath asintió despacio.
  • Tiene razón… pero no sé si ellos estarán dispuestos a hablar. Nos miran como si fuéramos demonios. Que te lanzen piedras como bienvenida es mala señal, aquí y en el otro extremo del mundo.
  • ¿Nosotros mandar Mordisquitos? - propuso Yrsa, con su tono siempre práctico - ser uno de ellos. Quizás ver a él, estar más tranquilos.
Yara, al lado del africano tradujo rápido, mientras el grandullón negaba con la cabeza.
  • Dice que no son de su tribu. Ni siquiera hablan el mismo idioma. Si baja, no solucionará nada, quizá incluso lo empeore, pues lo confundiran con un muyekudi… un blanqueado, un traidor a su tierra.
La tensión se mascaba. Grace escuchaba en silencio, calibrando opciones, pesando cada palabra como si fueran piedras en la balanza de su destino. Entonces Halcón, rascándose la cicatriz de su ojo vacío, murmuró:
  • Hay una cosa más… ¿Y si ni siquiera son humanos? ¿Y si son solo bestias?
No tuvo tiempo de decir más. Mordisquitos, ofendido, le dio un empujón que lo mandó rodando diez metros atrás. El suelo tembló bajo el impacto del tuerto. Cortés rompió a reír a carcajadas, mientras ocho hombres se lanzaban sobre el africano para sujetarlo, evitando que le arrancara la cabeza de un mordisco.

Las carcajadas se mezclaron con los gritos desde la orilla, con las flechas clavándose en la cubierta y el olor a tensión que se respiraba en el aire. Grace sonrió. La sangre le hervía, el caps se destaba: estaba en su salsa.
  • Mandaremos al anciano.
  • ¿A Bishnu? - preguntó Vihaan, incrédulo.
  • Sí - respondió Grace, sin pestañear - Es el único que puede comunicarse con ellos.
Halcón, todavía recuperándose del empujón, se levantó escupiendo astillas.
  • ¿Y si son caníbales? De verdad, pensadlo por un…
No tuvo tiempo de acabar la frase, un bofetón del gigante de ébano le cruzó la cara, haciendo que su único ojo casi pasara de una cuenca al otro.
  • Tranquilo, tuerto - rió Yara ayudandolo a levantarse - si enviamos al viejo, no tendrán mucho donde hincar el diente.
La tripulación estalló en carcajadas, aunque las flechas seguían llegando.
  • Que vaya Mordisquitos con él - intervino Vihaan,- Por si acaso. ¿Qué os parece la idea?
Grace chasqueó los dedos.
  • Es Perfecta. Uno es fuerte pero no habla. El otro habla, pero está hecho un saco de huesos. Se combinan a la perfección.
Alzó la voz por encima del caos, firme como un cañonazo:
  • Los demás, atentos. Contramaestre, organiza a la tripulación. Si no hay diálogo… que arda el cielo. ¿Todos listos?
  • ¡Sí, capitana! - rugieron los marineros, poniéndose manos a la obra, tensos, expectantes, con el filo del miedo y la emoción brillando en sus ojos.
El Red Viper entero contuvo el aliento, trabajando en equipo, nervioses por ver el resultado del plan.
  • Siiii… no seas pesado! Ya te lo he dicho mil veces, es necesario - decía Yara, mientras tiraba de la tela y los adornos con paciencia - Nooo, no quiero verte desnudo, gigantón. ¡Me sé tu cuerpo de memoria! - Soltó una carcajada al ver sus señas - Solo necesitamos que parezcas lo más amable posible.
Mordisquitos, dócil como un niño, dejaba que ella lo arreglara. Yara se apartó un paso para contemplar el resultado. El gigante estaba prácticamente desnudo, apenas cubierto por un taparrabos improvisado con un trozo de tela. La piel, marcada de cicatrices, brillaba bajo los trazos de pintura corporal que Yara había improvisado con barro y pigmentos. Parecía más alto aún, una mole salvaje salida de la selva, un guerrero ancestral invocado de otro tiempo.
  • Estás genial - murmuró Yara, orgullosa - Pareces salido directamente de la selva.
Mordisquitos sonrió, mostrando su dentadura metálica que relució con un destello amenazante. Yara le tapó la boca rápidamente con ternura, poniéndose de puntillas para darle un beso en los labios.
  • Mejor no sonrías, ¿de acuerdo? Será mejor que estés serio, mi amor.
Cerca, Vihaan escuchaba a Bishnu, que reía entre arrugas, como si las flechas que zumbaban sobre sus cabezas fueran mosquitos en verano. El astronomó cruzó la cubierta y se plantó frente a Grace, justo cuando ella ayudaba a arrastrar un barril de pólvora hacia los cañones.
Una lanza se clavó a un palmo de su pierna, astillando la madera y haciéndola caer de culo.
  • Vamos levanta, Grace - Vihaan la alzó de un tirón - Tenemos un problema!
  • ¿Qué sucede? - preguntó Grace, sacudiéndose la ropa.
Vihaan respiró hondo, sabiendo que el plan se había ido a la mierda.
  • No hay más alcohol. Ha vuelto el Bishnu indescifrable.
Grace lo miró preocupada. Luego miró al anciano, que pese a la lluvia de flechas seguía riendo con los ojos brillantes.
  • ¡Genial! - masculló ella con ironía.
Por encima de ellos, Gipsy pasó como una ráfaga, trepando hasta la cofa. Allí Halcón ya esperaba, mosquete en mano, el ojo buscando blancos entre los árboles.
  • ¿Y ahora qué? - preguntó Vihaan, nervioso.
  • ¡Sea lo que sea lo que vayamos a hacer, hay que hacerlo ya! - gritó Cortés, cubriéndose de una flecha que pasó rozándole la oreja - ¡Cada vez están más cerca!
Grace cerró los ojos un instante, el rugido de las olas mezclándose con los gritos desde la orilla. Tenían a Mordisquitos, sí… pero mandar a un mudo a negociar la paz era un sinsentido. Y mandar al anciano sobrio, sin la embriaguez que solía darle su lengua suelta, no servía de nada.

El corazón de la capitana latía fuerte, su mente barajando cada opción, sabiendo que la próxima orden decidiría si el Red Viper atracaba en paz… o se hundía en guerra.

Como si los mismos dioses que les mandaron aquella tormenta, ahora decidieran ser benevolentes. Sucedió algo que lo cambió todo.

El sonido retumbó primero en las entrañas del mar. Un lamento grave, profundo, como si el mismo océano hubiese exhalado aire por un cuerno milenario. Vibró en las maderas del Red Viper, estremeció las jarcias y se coló en los huesos de cada tripulante. No fue un sonido común, era un rugido contenido, eterno, que parecía no tener origen ni fin, expandiéndose en cada ola, en cada gota de sudor, en cada respiración.

Todos temieron lo peor. La señal de un ataque, el aviso de la muerte. Todos menos Mordisquitos.

Sus ojos, que normalmente eran dos pozos ingenuos de silencio, se encendieron de repente, como si aquella nota infinita hubiera despertado un recuerdo enterrado en su sangre.

Sin mediar palabra, cruzó la cubierta como un rayo. El taparrabos ondeaba torpemente a su paso, su cuerpo desnudo y brutal rebotando con cada zancada, el gigante era pura furia primitiva. Se lanzó por la borda en un salto imposible, el agua lo engulló y en un parpadeo desapareció.

Nadie se movió. La tripulación entera quedó paralizada, mirando atónita la estela de burbujas que dejó tras de sí.
  • Las flechas… han cesado - murmuró Bhagirath, incrédulo, con el rostro aún tiznado de pólvora.
Y tenía razón. El silbido mortal de las saetas había callado, y en su lugar reinaba un silencio roto únicamente por el eco del cuerno, que lentamente se desvanecía en la brisa matinal. Uno a uno, se acercaron a la borda, inclinándose apenas lo justo para alzar los ojos hacia la playa.

Allí, entre lanzas alzadas y filas de guerreros tensos, apareció el lider de la tribu. Caminaba despacio, con un porte que parecía dominar el mundo. Su cuerpo estaba cubierto de escarificaciones dolorosas, cada trazo una historia, cada cicatriz un triunfo. La piel aceitada reflejaba la luz del sol como si ardiera él mismo. El cuello cargado de collares de hueso y marfil, el pecho adornado con un pectoral de cobre, las piernas desnudas, firmes, de cazador implacable.

En la cabeza, un tocado de plumas negras que lo hacía parecer aún más alto, más imponente, como un dios surgido de la selva. Todos en el Red Viper contuvieron la respiración. Nadie se atrevió a decir nada. Ni una broma, ni un gesto.

De pronto, Mordisquitos emergió del agua, avanzó hacía él sin miedo. Se irguió en la arena como una montaña, firme, los pies clavados en la tierra, el agua escurriéndose por sus músculos. No dijo nada, no se movió. Solo cerró los puños, los nudillos tensos, como una roca esperando el impacto del océano.

El líder lo observó. Durante largo tiempo, demasiado largo. Con un orgullo contenido en su mirada. Hasta que, lentamente, alzó un brazo.

Y entonces, entre las filas de sus guerreros, apareció otro. Otro Mordisquitos. Igual de alto, igual de salvaje, igual de brutal. El eco de las mujeres de la tribu estalló en un grito coral, repetitivo, ensordecedor, como si las entrañas de la selva rugieran con ellas.
  • ¿Qué diablos sucede? - preguntó Grace, incapaz de apartar la vista.
  • Parece que… van a luchar - dijo Vihaan, con un nudo en la garganta.
  • ¿Pero por qué? - soltó Bhagirath, su bigote temblando al compás de la tensión.
Yrsa, que aunque venía de tierras muy distintas, entendía lo que estaba viendo, el mundo aunque gigante, no era tan distinto.
  • Clanes, luchar. - Sus ojos azules no parpadeaban - Demostrar fuerza. Ver si nosotros ser auténticos guerreros. Demostrar poder.
El silencio que siguió fue peor que las flechas. El Red Viper entero contenía el aliento, sabiendo que aquella batalla no solo era de Mordisquitos, sino de todos ellos. No hubo espacio para dudas ni para preguntas. El aire se cargó de electricidad al instante, los dos guerreros corrieron el uno hacía el otro, la arena temblaba bajo sus pies, y el primer Mordisquitos se enfrentó al segundo como dos toros en celo, cuerpos tensos, ojos encendidos. Sus manos no buscaban golpear, sino sujetar, controlar, desequilibrar. Cada agarre era un intento de mover al otro, de imponer su voluntad, de leer y adaptarse a la fuerza opuesta.

Los músculos de ambos eran cuerdas vivas, reluciendo al contacto de la luz del sol, sudor mezclado con la tierra húmeda. Respiraban como bestias, jadeos que se confundían con el murmullo del mar cercano y el rugido de las olas. Sus pies se hundían en la arena, raíces humanas que buscaban apoyo, que sentían la resistencia de la tierra como si esta misma los abrazara y los protegiera, orgullosa de su fuerza, indiferente a quién caería primero.

No era un duelo donde comparar fuerzas; era una danza de resistencia, un combate de adaptación. Cada intento de derribo era respondido con un ajuste de postura, una torsión del torso, un movimiento que parecía anticipar la reacción del otro. Sus cuerpos se retorcían, giraban, se empujaban, se trenzaban como vides de un mismo árbol milenario, arrancando polvo y arena a cada choque.

El viento parecía volverse un aliado y un enemigo al mismo tiempo: azotaba sus pieles, soplaba arena en sus ojos, movía sus cuerpos y alejaba sus gritos como llamas que decoraban la batalla. Cada respiración era un desafío; cada gota de sudor que caía al suelo parecía transformarse en fuego líquido, en un lazo que conectaba a ambos hombres con la forma primordial de la naturaleza.

No había agresión gratuita, no había miedo. Había reconocimiento mutuo, respeto silencioso, y un entendimiento primitivo: el que caiga primero no es menos fuerte, sino menos paciente, menos capaz de adaptarse. Los puños se cerraban y se abrían, los hombros se empujaban, la cadera giraba, las piernas se clavaban como estacas de roble en la arena, resistiendo la presión, buscando equilibrio. Cada movimiento parecía dictado por una ley ancestral, por un ciclo de supervivencia que estaba vivo antes incluso que los hombres empezaran a caminar sobre la tierra.

La lucha se volvió un ritual, un eco del mundo salvaje que los rodeaba: el mar golpeando la costa, la arena que crujía, el viento que aullaba entre los árboles cercanos. Sus cuerpos sudaban, vibraban, respiraban como un solo organismo enfrentado a sí mismo, y la tribu observaba, conteniendo la respiración, viendo en ellos el reflejo de su propia fuerza.

Cada segundo parecía eterno. Nadie ganaba por poder absoluto, nadie cedía por debilidad. El ganador sería aquel que soportara más, aquel que leyera mejor el movimiento de la tierra, del otro, del aire. La madre naturaleza los sostenía, los cubría y los retaba a la vez, deseando que aquel choque nunca terminase, sin preferidos, amando sus dos hijos por igual.

La lucha seguía, inmóviles como estatuas de barro, sudorosos, tensos, respirando con esfuerzo, y sin embargo nada parecía avanzar. Cada intento de derribo se frustraba en el último segundo, como si la gravedad misma conspirara para mantenerlos en equilibrio. La arena y la tierra parecían burlarse de la eternidad.
  • ¿Y Vihaan? - preguntó Grace, con una ceja arqueada, mirando a su alrededor.
  • Se ha ido - respondió Yara, sin apartar la vista de los combatientes - Hace un momento que bajó. ¿Qué sucede?
  • Nada, nada… solo quería preguntarle una cosa.
Los guerreros seguían empujándose, girando, intentando tirar al otro, y cada vez que parecía que uno iba a caer, un suspiro se escapaba de los espectadores y la situación volvía al punto inicial. La tensión inicial se desvanecía; la eternidad se instalaba como un peso en el pecho de todos. Algunos comprendieron, finalmente, por qué el Portador de Calamidades se quejaba de la monotonía de la vida: la eternidad podía ser aburrida, y mucho en realidad.

Macfarlane, acostumbrado a peleas más dinámicas, bostezó de aburrimiento, y fue precisamente al ver cómo uno de los guerreros africanos lo hacía también. Los tambores, que habían marcado el ritmo feroz del combate, ahora retumbaban desganados, algunos incluso sangrando por la fricción de las manos que los golpeaban. Las mujeres observaban con los brazos cruzados, expresiones serias, ahora más de impaciencia que de autoridad, y los gritos habían cesado. La épica se había convertido en tedio.
  • ¡Ahora, ahora, tirar! - gritó Yrsa, la única que parecía emocionada - ¡Casi tener, por poco!
Yara la miró con incredulidad, negando con la cabeza, dejando caer su espalda contra la madera, mordiéndose las uñas mientras su mirada se perdía en la nada. Muchos hombres de la tripulación imitaban su postura: descansaban, o hablaban entre ellos, algunos incluso dormían, como si aquello hubiera durado siglos. Grace se sentó junto a Bishnu, cerrando los ojos, tomando un momento de sol, mientras Yrsa y los nórdicos seguían atentos, todavía viviendo la lucha como si fuera lo más emocionante que habían visto nunca.
  • Oye, gigantona, te lo estás pasando bien, ¿verdad? – susurró Yrsa.
  • Sí, divertir. Svalbard luchar igual, recordar Bhagirath contra Skarde. Lucha buena.
  • Sí, ya… pero al menos allí había fuego y… acabó rápido.
  • Pelea emocionar Yrsa, guerreros fuertes, lucha como osos.
Yara empezó a inquietarse, balanceándose de un lado a otro. Estaba a punto de bajar a la playa y empujar a ambos africanos al suelo, cuando de repente la puerta de la cubierta se abrió de par en par. Vihaan apareció corriendo, sonriente, acercándose rápidamente a Grace y Bishnu.
Al ver algo de actividad, la cubana se acercó rápidamente.
  • ¿Qué sucede? - preguntó expectante, esperando finalmente acción.
  • Mira, Yara - dijo Grace, con una sonrisa traviesa.
Les mostró una botella de Arrack, llena, sin abrir.
  • No me acordaba ni que la tenía - sonrió, entregándosela al anciano.
  • ¡Por fin, Vihaan! - exclamó Yara, casi aliviada. - ¡Estaba a punto de colgarme del poste mayor del aburrimiento!
Bishnu bebió un par de tragos, sin dejar de sonreir. Yara, Grace y Vihaan esperaron unos segundos esperando a que surtiera efecto.
  • Trae aquí viejo! - exclamó Yara divertida al ver que quería vever más.
  • Está bueno! - sonrió Bishnu.
  • Ya lo sé que está bueno, pero esto no es ron! Hay que ser cuidadoso con el Arrack.
  • Listo anciano? - preguntó Vihaan.
  • Listo, jóven! - sonrió el ancino.
  • Pues vamos allá! - exclamó Grace.
Desde la playa, los ojos de la tribu seguían cada movimiento de los cuatro extranjeros con desconfianza y curiosidad contenida. Aquella era una escena que jamás habían presenciado. Sus miradas se cruzaban, intercambiando miradas, tratando de descifrar quiénes eran aquellos seres que bajaban del barco como si caminaran como si nada los pudiera parar.

Primero se fijaron en Grace, con su melena roja flameando al viento, la piel salpicada de pecas brillando bajo la luz del sol; a su lado Vihaan, ágil y seguro, con sus rasgos firmes y la mirada serena que transmitía bondad y confianza; a su otro lado Yara, con su porte desafiante y los colores vivos de su ropa moviéndose al compás de sus pasos; y detrás Bishnu, encorvado pero con la fuerza de un roble, la botella de Arrack aún en su mano, caminando con un ritmo que parecía detener el paso del tiempo a su lado.

Cuando pasaron junto a los luchadores, Yara, en un gesto descarado y travieso, le dio una palmada a Mordisquitos en el culo. El gigante de ébano no se inmutó, clavado en la arena, concentrado en su rival, como si la palmada de Yara no hubiera existido jamás. Su postura era de fuerza absoluta, columna firme, músculos tensados, dientes apretados, piernas rigidas que la playa misma parecía sostener, desafiando la misma gravedad.

Los guerreros de la tribu intercambiaban miradas tensas y palabras fugazes. Habían visto hombres blancos de todas las procedencias: ingleses, portugueses, holandeses, belgas… todos con sus uniformes, armas y arrogancia. Pero aquello… aquello era diferente. Un grupo heterogéneo, mezcla de culturas y razas, hombres y mujeres que parecían traer consigo un aire de magia, desafío y locura. Sus cuerpos y ropas eran una paleta extraña: la piel blanca y el cabello rojo como el fuego, la piel oscura y los negros profundos, los tonos cálidos y alegres. Y el anciano que avanzaba con su botella y su bastón, cada paso acompañado de un peso histórico que hablaba de resistencia y travesía.

Los tambores seguían sonando, más suaves, pero no de detuvieron, como si percibieran la tensión. Las miradas de los jóvenes guerreros se centraron en todos. En Grace, midiendo si era débil o fuerte; en Vihaan, buscando señales de temor; en Yara, para entender qué clase de mujer podía caminar con tal soltura ante el,peligro ; y en Bishnu, preguntándose cómo aquel viejo podía sostenerse en pié y avanzar con tal seguridad.

Por un momento, todo se detuvo: la brisa del mar, los golpes de las olas, incluso los tambores parecieron contenerse. La tribu sintió que aquel grupo no era enemigo, pero tampoco era amigo. No había precedentes, no había guía. Solo un aura de poder, de determinación y de misterio, que hacía que cada uno de ellos retrocediera ligeramente, sin dejar de observar, sin saber aún si debían atacar o retirarse.

Y así, mientras el viento levantaba la arena a sus pies y la luz del sol pintaba destellos en la piel de los recién llegados, la tribu africana contemplaba la escena: cuatro seres humanos diferentes a todo lo que habían conocido, acercándose con paso firme hacia lo desconocido, y un Mordisquitos que permanecía inmóvil en la playa, impenetrable, como un roble viviente en medio de un bosque hostil.

Bishnu se adelantó un paso, la botella de Arrack asegurada y el bastón clavado en la arena, la mirada firme pero serena. Inspiró hondo y habló con voz clara, pronunciando palabras en un dialecto bantú que parecía antiguo, gutural y cadencioso.
  • Bwakire mbote, mobali ya mwasi.
Toda la tribu se quedó paralizada. Los ojos se abrieron como platos, las bocas entreabiertas, los músculos tensos. Aquello no era un idioma extranjero, era su propia lengua. Aquella voz, proveniente de un anciano delgado y calvo, parecía resonar en lo más profundo de cada uno de ellos.

El líder tribal alzó la cabeza, los labios se curvaron en una sonrisa ancha, mostrando dientes grandes y relucientes, mientras sus ojos brillaban entre arrugas de años de sol y guerra. Con voz grave y rítmica respondió:
  • ¿Oza koloba lingala, mokonzi ya mboka?
Bishnu asintió, inclinado levemente, y respondió con calma:
  • Ehe, mama na ngai azali mwasi wa Afrika.
El líder tribal se echó a reír, un sonido profundo, vibrante, lleno de vida y orgullo. Sus carcajadas contagiaron a toda la tribu, que comenzó a reír al unísono, un coro potente y descontrolado que resonaba por toda la playa. Grace observó más de cerca su rostro: la piel curtida por el sol y el viento, cicatrices que contaban historias de batallas pasadas, ojos brillantes y vivos, nariz ancha, pómulos marcados, la mandíbula firme. Cada gesto transmitía autoridad, vitalidad y humor a la vez.

El líder levantó la mano, haciendo gestos invitando al grupo a seguirlo hacia el interior de la aldea.
  • Afrika, eyá! Basi na bino, tala ngai.
  • ¿Qué sucede viejo? ¿De qué habéis hablado? - preguntó Yara, siguiendo con curiosidad al líder.
  • Le he dicho buenos días - respondió Bishnu con calma, encogiéndose de hombros - Siempre hay que ser educado. Luego me ha preguntado si conocía su lengua y le he contestado que mi madre es africana. Al parecer le he caído gracioso y nos invita a su casa.
Grace parpadeó sorprendida.
  • ¿Madre africana? ¿En serio? ¿No se te ocurrió nada mejor?
Bishnu sonrió levemente.
  • Bueno… en el fondo no he dicho ninguna mentira. Mi madre es africana.
Vihaan rio al instante.
  • ¿De qué te ríes ahora, si se puede saber? - preguntó Yara.
  • Bishnu no ha dicho ninguna mentira - sonrió Vihaan - Técnicamente, todos tenemos una madre africana. Nuestra especie nació en esta tierra.
  • Hace más de trescientos mil años, pero así es - añadió Bishnu con solemnidad.
  • Más o menos lo que va a durar esa pelea - bromeó Yara, arrancando otra ronda de risas mientras se acercaban a la choza del líder.
Entraron juntos, y Grace observó maravillada el interior de la vivienda: paredes de barro, techos de paja gruesa, decoraciones de colores vivos con pinturas y tallas que contaban historias de generaciones. Alfombras tejidas a mano cubrían el suelo, y en un rincón reposaban armas ceremoniales y trofeos de caza. El fuego crepitaba en un hogar central, iluminando rostros y sombras, mientras los olores de hierbas y comida recién cocinada flotaban en el aire. Había una sensación de calidez, pero también de respeto y poder.

Mordisquitos, en la playa, seguía agarrado al otro guerrero en una lucha de clanes interminable, sus brazos apretandose, la postura firme, dos columnas de ébanos resistentes, mientras el resto de la tripulación observaban como Grace, Bishnu, Vihaan y Yara desparecían en la aldea.

Dentro de la choza, el calor se mezclaba con el humo del fuego central, que se enroscaba perezoso hacia el techo de paja antes de escapar por un pequeño hueco abierto. La penumbra se teñía de tonos anaranjados, bailando sobre los rostros. El líder se acomodó frente a ellos, las piernas cruzadas y la espalda erguida, como si aquel acto sencillo tuviera la solemnidad de un trono.

Dos mujeres entraron en silencio, sus movimientos suaves, el tintinear de collares de cuentas acompañando cada paso. Sus sonrisas eran sinceras, hospitalarias. Una de ellas colocó frente a Grace y Yara un cuenco de barro con una pasta espesa de maíz fermentado, de aroma terroso y un punto agrio. La otra ofreció a Vihaan y Bishnu calabazas talladas con un líquido espumoso, olor fuerte, ácido y dulzón, como frutas maceradas al sol.

El sabor era intenso, extraño para paladares no acostumbrados: la pasta resultaba pastosa y saciante, áspera en la lengua, pero con un fondo reconfortante; la bebida, ardiente en la garganta, dejaba un regusto ahumado y silvestre, como la savia de un árbol mezclada con miel vieja.
El líder los observaba con calma, la sonrisa leve, las manos apoyadas sobre las rodillas. Sus ojos parecían escudriñar no solo sus gestos, sino también sus almas. Finalmente, habló en lingala, con voz grave y clara.
  • ¿Bino bozali wapi kowuta?
Bishnu se inclinó hacia adelante, tomando un sorbo lento antes de responder en la misma lengua, su voz fluyendo con naturalidad.
  • Tosili batamboli ya mokili mobimba. Tokende, toluka biloko ya sika, masano mpe makambo ya sika.
El líder asintió despacio, como si paladeara cada palabra, y replicó tras un silencio breve.
  • ¿Bino bozali koluka nini na mboka na biso?
Grace, mientras tanto, no podía evitar fijarse en lo que acababa de tragar: miraba el cuenco con los ojos brillantes de curiosidad, sonrió agradecida y susurró un “gracias” en su lemgua. Las mujeres rieron suavemente, inclinando la cabeza con gestos cómplices, antes de apartarse a un lado y hablar entre ellas en voz baja, siempre con aquella sonrisa curiosa y expectante.
  • Viejo, ¿podrías ir traduciendo? No nos enteramos de nada - dijo Yara, arqueando una ceja.
  • Sí, perdone - respondió Bishnu, acomodándose la túnica - Me ha preguntado qué buscamos en su tierra.
Bishnu esperó, dándole espacio a Grace para pensar. Ella sonrió, con esa mezcla de descaro y confianza que tan bien la definía.
  • Dile que vinimos en busca de un tesoro…
  • Grace, no creo que sea buena idea, podrían malinterpretarlo - advirtió Vihaan en voz baja, los ojos clavados en el líder.
  • Tranquilo, Vihaan. Para eso tenemos a Bishnu, para hacernos entender.
El anciano asintió y transmitió sus palabras en lingala, con una cadencia que convertía las frases de Grace en un relato pausado, como si las envolviera en seda.

El líder escuchó con atención, su mirada fija en la capitana, como si quisiera leer la verdad detrás de sus ojos.
Bishnu tradujo la respuesta:

  • Dice que África está llena de tesoros, y que lo que antaño fue una bendición ahora se ha convertido en una condena. Pregunta si venimos a robar a la madre y matar a sus hijos.
Grace se inclinó hacia delante, el brillo de la hoguera reflejándose en sus pecas.
  • Dile que no. Dile que somos piratas y que buscamos el tesoro de un Dios, que acabamos de…
  • Grace, hablar de tesoros a un pueblo que cada día es saqueado no es… - Vihaan intentó detenerla, pero ella le cortó con un gesto firme.
  • Déjame, Vi. Sé lo que me hago. Espera y verás… Dile que acabamos de salir del corazón del mundo y que tenemos una brújula que nos marca el destino. Un objeto mágico, forjado por los dioses.
Bishnu suspiró, aunque sus labios mantenían una sonrisa, y tradujo con calma.
El líder no apartó los ojos de Grace mientras Bishnu hablaba. Sus manos permanecían quietas, pero su rostro, iluminado por las llamas, reflejaba un interés genuino. Vihaan, a su lado, negaba con la cabeza en silencio, mientras Yara, con las mejillas infladas de comida, levantaba el cuenco vacío y pedía con gestos educados que le repitieran la ración.

El humo del fuego llenaba la choza con un aire denso, casi sagrado, cuando el líder se echó hacia atrás, aún riendo por la respuesta de Grace. La carcajada había sido tan sonora, tan auténtica, que hasta las dos mujeres que servían comida se cubrieron la boca para no reír también.
Con voz profunda, todavía entrecortada por la risa, preguntó en lingala.
  • ¿Bozali kolanda Nzambe ya bapaya? ¿Nzambe ya kristo?
Bishnu tradujo, y Grace, sin pestañear, sonrió con malicia.
  • Dile que no obedecemos a los dioses. Que el único dios que conozemos es nuestra propia voluntad. Dile que el último dios que conocí estaba tan aburrido de la eternidad que solo pensaba en dormir… que yo solo creo en el esfuerzo de mis manos y en el apoyo de mis compañeros.
Yara, con la boca llena, no pudo evitar soltar una carcajada que casi la atraganta.

  • Así se habla hermana!
  • ¡Estás loca, Grace! - rió Vihaan, resignado.
El líder, al oír la traducción, estalló de nuevo en risas. Pero esta vez fue diferente: no una carcajada burlona, sino un estallido cálido, sincero, que parecía abrazar la estancia entera. Su sonrisa brillaba a través del humo, los dientes blancos resaltando contra la pintura tribal que cubría parte de su rostro. Y aún sonriendo, habló en su lengua.
  • Mwasi oyo ezali ya kokamwa. Ngai nalingi ye. Nalingi komona kompas na bino.
Bishnu tradujo y Grace asintió, sin miedo. Se levantó, rodeó el fuego y se sentó al lado del lider. Rebuscó en su zurrón hasta dar con el Vodrial Shardeth. Lo sostuvo en la palma de la mano como si fuese un relicario, y luego, con un gesto lento y ceremonioso, se lo mostró.
El agua contenida en su interior vibraba con un fulgor extraño, imposible. Grace lo tocó y el agua se movió. Luego le dió la vuelta, pero no derramaba ni una gota aunque lo hiciera. Entonces lo agitó en el aire, sosteniendola cabeza abajo y el agua permaneció dentro, flotando, como si obedecieran una ley que solo aquel objeto conocía.

Con suavidad, tomó la mano del líder y la guió hacia la varilla central, incitándole a moverla. El africano, incrédulo, obedeció… y soltó una exclamación maravillada cuando comprobó que no cedía. La varilla permanecía rígida, señalando un rumbo fijo.
Rió de nuevo, esta vez con la sorpresa de un niño.
  • ¿Eza ndenge nini? Ndenge nini esalaka?
Grace escuchó a Bishnu y luego habló con firmeza.
  • Marca el rumbo de aquello que uno desea, el camino hacia el destino. Un rumbo fijo que no cambia hasta que uno llega.
El líder se quedó boquiabierto. Sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa, mezcla de fascinación y reverencia. Y de repente empezó a hablar atropelladamente, tan rápido que incluso Bishnu se perdió entre las sílabas. Sus manos se agitaban, sus ojos ardían en llamas de entusiasmo.
  • Mulakaboko! Mulakaboko, mulakaboko! - repetía contanstemente. Las dos mujeres se miraron entre ellas y empezaron a repetir aquella extraña palabra
  • ¿Qué dice? - preguntó Grace, viendo la alteración creciente. - ¡Bishnu! ¿Qué le pasa?
El anciano frunció el ceño, tratando de seguir el torrente de palabras.
  • No sé exactamente… ha mencionado un objeto mágico, y ahora solo repite una palabra… Mulakaboko.
  • ¿Qué significa eso? - preguntó Vihaan, con un mal presentimiento.
Bishnu tragó saliva antes de responder.
  • El que camina todos los caminos.
Entonces, en un gesto inesperado, el líder se levantó de golpe. Con un movimiento brusco le arrebató el bastón a Bishnu y lo levantó en el aire, agitándolo frente a Grace como si lo mostrara a los espíritus invisibles que rondaban la choza. Yara buscó la bendición de sus armas, no las liberó, pero estaba preparada.
  • Mulakaboko! - gritaba, con los ojos encendidos y la voz reverberando contra las paredes de barro.
La palabra se repetía como un trueno. Las mujeres de la choza se arrodillaron al instante, los hombros temblorosos, como si hubiesen reconocido algo sagrado.

El líder no dejó de sonreír mientras sostenía el bastón frente a Grace, como si aquella simple pieza de madera fuese ahora una prueba irrefutable. Hablaba deprisa, ilusionado, como si hubiera encontrado un tresoro. Salió de su hogar, deprisa. Corriendo por la aldea con el bastón alzado y repitiendo aquella palabra sin cesar.

Mulakaboko - El que camina todos los caminos.

Continuará…
 
Capítulo 37 - Una leyenda contada a la luz de una hoguera: La última marcha de los Ngoma

El sol del Congo caía pesado sobre sus hombros, y Vihaan sintió el sudor recorrerle la espalda desnuda como un río tibio. Con el martillo en la mano terminó de clavar los dos últimos clavos en la madera del casco, y respiró aliviado al escuchar el golpe firme y seguro que indicaba que aquello quedaba bien sujeto. Se inclinó hacia delante echandose la agua del mar por encima, se secó la frente con el antebrazo, y dejó que la brisa, cargada de sal y humedad, lo calmara por un instante.

Dos manos pequeñas, negras como la noche, aparecieron de repente ante él, ofreciéndole un odre curtido con piel de animal.
  • Matondo mingi - sonrió Vihaan dando las gracias y acariciandole el pelo rizado.
El agua fresca le recorrió la garganta, borrando de golpe el cansancio del cuerpo. Cuando terminó, el niño se quedó unos segundos mirándole con ojos grandes y brillantes, hasta que de pronto salió corriendo hacia la orilla entre risas nerviosas. Allí, en la aldea, su madre lo recogió entre sus brazos, con ternura y protección. Durante un instante, los ojos de ella y los de Vihaan se cruzaron en la distancia. No hubo palabras, solo un gesto compartido: ambos asintieron y sonrieron al mismo tiempo.

Fue entonces cuando el astrónomo lo vio con claridad: no era solo la tripulación del Red Viper la que trabajaba en la playa. La tribu entera, los Ngoma, se había unido a ellos. Hombres y mujeres con cicatrices de historias antiguas, con cuerpos marcados por la supervivencia y la tierra, estaban hombro a hombro junto a marineros de piel pálida y acentos lejanos. Y lo hacían sin pedir nada a cambio, sin calcular deudas ni recompensas.

Los que más han sufrido, pensó Vihaan, son los que mejor entienden el verdadero valor de la ayuda.

Yrsa, sudorosa y con las manos manchadas de brea, trabajaba junto a dos hombres de la tribu que reían al ver cómo la nórdica cargaba vigas como si fuera uno de ellos. El blanco de sus dientes contrastaba con la piel oscura y brillante por el sudor, y junto a los mechones rubios de la nórdica parecían figuras talladas en dos maderas distintas, trabajando al mismo compás.

En la orilla, Gláfur salía del agua con un pez atrapado entre sus enormes mandíbulas. Rugía como un monstruo marino, y los niños Ngoma chillaban y corrían en todas direcciones, riendo, pero sin perder mucho tiempo en volver para desafiarle de nuevo. Bum-Bum y Briede corrían entre ellos, desnudos y en libertad. Fueron precisamente los niños los que se acercaron primero, inconscientes de las leyes de los adultos, de ese mundo que creaba muros donde no debía haberlos. El oso, enorme y torpe, se dejaba perseguir y fingía tropezar en la arena, mientras ellos lo rodeaban con carcajadas que llenaban la playa de música.

Más allá, Aivori ayudaba a unas mujeres africanas a tejer unos cestos. Aunque princesa en su tierra, disfrutaba de las tareas más sencillas. Esforzandose en seguir el ritmo de aquellas manos curtidas y entrenadas. Marineros barbudos sudaban al sol junto a jóvenes de la tribu con collares de cuentas y lanzas clavadas en la arena. Unos golpeaban maderas, otros cosían velas, otros remendaban cabos. El idioma no importaba: los gestos, las manos, el sudor y el esfuerzo eran suficientes para entenderse. Era una danza extraña de culturas, pieles y lenguas, todas mezcladas en un mismo propósito: que el Red Viper siguiera navegando.
  • ¡A este ritmo acabaremos antes de que caiga el sol! - rió Cortés, sujetando una cuerda entre los dientes mientras levantaba el pulgar hacia Vihaan - ¡Estos nuevos amigos parecen que no se cansan jamás!
Vihaan le devolvió una sonrisa amplia, lanzándole el odre con un gesto ágil. Y mientras lo hacía, sus ojos se desviaron hacia la orilla, donde vio a Grace y al líder de los Ngoma sentados uno al lado del otro sobre la arena. No hablaban, no negociaban, no daban órdenes. Simplemente descansaban, mirando al mar, compartiendo sonrisas tranquilas, antes de volver al trabajo.

Vihaan los contempló en silencio. Aquel instante era un retrato digno de ser guardado para siempre. No había fronteras, no había diferencias, solo dos seres humanos bajo el mismo sol y escuchando el mismo mar.

Los que vivimos sobre la tierra somos hijos de una misma madre, pensó Vihaan. Y aquí, en África, esa madre parecía más presente que en cualquier otro lugar del mundo.

Cuando la noche llegó cubriendo el firmamento de estrellas plateadas. El descanso vino con ella.
La hoguera crepitaba como un corazón antiguo en el centro de la aldea. Sus chispas subían al cielo como almas diminutas que buscaban lugar entre las estrellas. El humo espeso se mezclaba con el aroma de carne asada, raíces dulces y especias que aún se aferraban al paladar de Vihaan. El astrónomo, con los ojos clavados en las llamas, dejó que su mente se deshiciera en aquel rojo ardiente, como si las brasas ocultaran respuestas que solo la noche sabía.

Los labios de Grace acariciaron su mejilla, sintió sus rojos cabellos rozar su cuello, su olor que parecía embriagarlo, su mera presencia lo hacía sentir vivo. Jóven y enamorado, la miró. No con deseo, no con amor, era un sentimiento que no podía ser expresado con palabras.

La vida nacía en el vientre de ella y él la protegería con la suya propia. Aún no se lo habían dicho, la palabra amor no había surgido de sus labios. Pero no hizo falta decir nada, lo que los labios no podían pronunciar, sus ojos se encargaban de gritarlo a los cuatro vientos.

Bhagirath se acomodó a su lado con la calma de siempre, el bigote humedecido por el sudor y una sonrisa que parecía brotarle de los huesos.
  • No viene, ¿verdad? - rió Vihaan, dándole un par de palmadas.
  • Esa mujer es dura, señor. Y no hablo solo de sus brazos. Cuando su cabezota se propone algo, no descansa hasta verlo terminado.
  • Yrsa… - Vihaan dejó escapar una carcajada suave, casi admirativa - Es sin duda un portento de la naturaleza, amigo. Jamás vi nada igual.
  • Ni yo, señor. - Bhagirath bajó la voz, como quien confiesa un secreto sagrado - Le doy mi palabra.
Grace escuchaba sin mirarlos directamente, con una sonrisa discreta que se encendía y apagaba en su rostro con cada reflejo del fuego. Al volverse hacía su otro costado, encontró a Yara aún masticando, los ojos perdidos en la orilla.
  • ¿Siguen igual?
  • ¿Cuántas horas llevan ya, Red? - resopló Yara, enfadada - ¡Es que no se cansará nunca, o ¿qué demonios le sucede?
En la playa, Mordisquitos y su rival africano permanecían anclados el uno al otro, brazos tensados, piernas clavadas en la arena como raíces. Ni un centímetro cedido, ni un suspiro más que el otro. Estatuas de músculo, sudor y terquedad.

Yara se giró de golpe, dándoles la espalda como si aquel espectáculo eterno ya no mereciera ni un vistazo. Fue entonces cuando, de la nada, Akuma apareció tras ellas.
  • Capitana…
  • ¡Joder, Akuma! - saltó Yara, con el corazón en la boca - ¡Deja de hacer eso de una vez, te lo suplico!
El demonio japonés inclinó apenas la cabeza, una disculpa vacía.
  • Lo siento. No puedo evitarlo. - Luego, sin pausa, prosiguió con voz grave - He escuchado a dos mujeres hablar sobre un demonio que vive en la selva…
  • ¿No será que te han visto a tí? - rió Cortés tumbado sobre la arena.
Aibori le dió una patada, sonriendo divertida.
Grace arqueando una ceja, preguntó.
  • ¿También hablas su dialecto ahora? - rió.
  • No capitana. No hablo su idioma. El anciano me lo tradujo. Aquellas mujeres miraban a la selva asustadas y repetían constantemente: Nkoi Moyíndo, Nkoi Moyíndo. No hablaban de un demonio, era algo peor… - hubo una leve sombra en su voz y en la de los corazones de todos los que la escuchaban - Era una pantera negra. Un depredador felino.
  • Pues claro que no era un demonio. Solo hay un demonio aquí - rió Yara, dándole un codazo - Y ese eres tú.
Entre las risas de los demás, la japonesa la miró con incomprensión primero, con despecrio después, como si las bromas fueran un idioma que aún no había aprendido. Pero siguió hablando, casi con impaciencia.
  • Dicen que ronda la aldea desde hace semanas. Que ya ha matado a una mujer y a dos niños.
  • ¿Y quieres salir tras ella, no es así?
Akuma asintió, fria y seria. Como si el mismo silencio hablase.
En cambio la voz de Vihaan llegó calida, amistosa.
  • Seria una buena forma de agradecer a los Ngoma la ayuda prestada, Grace. Aún queda trabajo por hacer - añadió girando la vista hacía el navío - pero sin ellos estaríamos apenas empezando.
Macfarlane, que había estado escuchando con interés, soltó de pronto una carcajada clara.
  • ¿Salir en mitad de la noche? ¿Adentrarse en una selva desconocida para cazar un depredador silencioso y letal? - giró hacia Akuma con media sonrisa - Me sabe mal por la pobre pantera.
Las risas estallaron alrededor del fuego, cálidas, contagiando a todos los presentes. Grace meneó la cabeza divertida. Pero antes de que la capitana pudiera darle permiso, Akuma ya no estaba allí. Desapareció como había llegado, disolviéndose en las sombras.

Grace rió entre dientes. Lo entendió al instante. La sombra silenciosa no había pedido su opinión. Solo había comunicado su decisión.

Se dispuso a lanzar una broma, con la sonrisa en la comisura de los labios, pero la presencia del líder la detuvo en seco. No solo a ella: todo el círculo alrededor del fuego se enmudeció en un mismo gesto reverente. Los piratas, como atraídos por una fuerza invisible, se apiñaron en torno a Bishnu, que tambaleándose por el alcohol, se acomodó el bastón sobre el hombro y comenzó a traducir las palabras del jefe con voz ronca, pero solemne.

El líder de los Ngoma, Makaya N’Tolo, caminaba lentamente alrededor de la hoguera, no como un hombre, sino como un cazador que acecha desde los bordes de lo invisible. Su sombra se alargaba y se encogía con cada chispa, danzando junto al humo. Rodeaba el fuego, como la tierra da vueltas alrrededor del sol. Sus gestos eran decididos, acompañando la fuerza de sus palabras. Lo que aquel hombre parecía comprender, era algo más cierto que la vida misma.

Él y su pueblo vivían anclados a la tierra, naciendo sobre ella, viviendo de ella, y muriendo en ella. Se resistían a abadonar sus tradiciones, su historia, sus ancestros. Habían decidido seguir unidos a su madre, que aunque aveces dura y cruel, también les entregaba la vida y los cuidaba.

Primero, con verdadera devoción y sus manos entrando en la arena de la playa, agradeció a la Madre Tierra por el don de la vida, por alimentar sus cuerpos y ofrecerles cobijo entre sus bosques y ríos.

Alzó la arena y la lanzó contra el viento, elevando sus manos al cielo. Rapidamente las bajó hacia el círculo de mujeres, que lo miraban con sonrisas serenas y orgullosas. Las llamó del mismo modo, Madre Tierra, las bendecidas con el don de dar vida, el sostén de su pueblo, sin las que nada sería posible.

Después, su voz se volvió grave, como el rugido de un león. Agradeció la fuerza y disciplina de sus guerreros, la valentía y lealtad que eran muralla y lanza de los Ngoma. Ellos lo miraron herguidos, sus lanzas aferradas con firmeza.

Luego miró a los niños. Algunos escondidos tras los brazos de sus madres, otros demasaido distraidos en sus juegos como para atender. Los llamó esperanza, los llamó futuro. Herederos del saber de la tribu y protectores del linaje.

Por último, sus ojos se posaron en los extranjeros, esos rostros distintos iluminados por el fuego. Y, con una solemnidad que quebraba cualquier frontera, agradeció a los que vinieron de lejos, pues aunque diferentes en lengua y piel, habían demostrado ser hermanos.

En ese mismo instante, Akuma se internaba en la jungla. No dejaba huellas sobre la arena húmeda de la playa, como si el suelo mismo lo rehusara. El viento azotó la hoguera, haciendo bailar las llamas hasta casi extinguirlas. La noche se volvió más oscura, más espesa, como si la selva hubiera encendido todos sus ojos. El mundo quedó atrapado en un tiempo antiguo, en el que las leyendas respiraban y el misticismo se derramaba por cada grieta de la oscuridad.

La voz profunda de Makaya N’Tolo resonaba como un eco que atravesaba los siglos, mientras, más allá del alcance del fuego, dos sombras estaban a punto de medir sus fuerzas.

“En tiempos remotos, antes de los Ngoma, antes de sus ancestros, antes de que el primer león rugiera y el primer elefante sacudiera la tierra, antes incluso de que nada naciera. Solo existía la luz eterna de Eteru. Nacido del horizonte, el todo, aquel que no tiene forma ni conoce límites. Eteru es espíritu, silencio, destino.”

La oscuridad envolvía a Akuma y Akuma envolvía la oscuridad. Sus pasos eran la nada pues había dejado de andar, su respiración no llegaba más allá de sus fosas nasales, pues estaba entrenada al control total de su cuerpo. Su olor no brotaba de su piel, se escondía, como ella. Tan solo sus ojos parecían atraverse a brillar en la noche, un destello desafiante ante el peligro que la acechaba. Estaba ahí, en algún lugar. No ella, si no ese demonio. El cúal bebía de la misma disciplina y parecía conocer el sagrado camino del shinobi.

“De la luz de Eteru y del vientre oscuro de la noche nacieron cuatro hijos de los cielos. La primera en abrir sus ojos fue N’Kemba, madre y raíz, diosa de la tierra. Su piel era barro, su aliento savia, sus cabellos árboles infinitos. De ella brotaron montañas, ríos y valles donde la vida halló su lecho. Luego vino Asongo, el fuego, cuyos ojos eran brasas que jamás se apagaban. Trajo el calor, la furia de los volcanes, el latido que hacía correr la sangre y la vida. Después surgió Limbala, el mar, hija de las profundidades. Su cuerpo era ola, su voz trueno de tormenta, su espíritu calma y furia en un mismo gesto. Las manos invisibles de Eteru unían a los otros, y en su soplo nació el espiritu”

Akuma avanzaba ahora, muy lentamente, cada paso premeditado, cada movimiento conociendo el siguiente. Sus pies no crujían hojas, no rompían ramas. El demonio llevaba tiempo siguiendola, en el más profundo silencio, y ahora se había dejado ver. Akuma pensó que la bestia había cometido un error, pero en seguida se dió cuenta. Por primera vez la sombra no era suya, le pertencía a los ojos oscuros de la pantera, que la observaban desde las alturas, inmóvil sobre una rama que parecía parte de su cuerpo. El aire olía a savia húmeda y carne oculta. Ninguna era presa. Ninguna era cazadora. Ambas esperaban el primer error de la otra.

“Pero faltaba el último por nacer, y este llegó de forma inesperada, el más inquieto de todos sus hermanos, pues así era su naturaleza. M’Vula, el viento. De sus entrañas no nació quietud ni obediencia. Su alma era correr, huir y volver, besar la montaña y después el mar. Su única ley fue no tener ley, su única verdad, la libertad. Allí donde soplaba, todo se agitaba. Y con su llegada, el caos y la felicidad descendió sobre el mundo.”

Las sombras se movieron, sin avisar. Un pequeño destello, casi inperceptible. Los ojos de la pantera brillaron como estrellas al saltar desde lo alto. Akuma rodó, el filo de su kunai reflejó apenas un rayo de luna. Brotó sangre, una herida y luego silencio. Un gruñido ronco rompió la espesura y se apagó de golpe. Otra vez quietud. Otra vez el pulso contenido.

“Cuando los hombres nacieron del vientre de N’Kemba, cada dios quiso darles un regalo. Asongo, el fuego, les entregó la chispa para comer y luchar contra los demonios de la oscuridad. Limbala, el mar, les dio la sed y el agua con que calmarla, el don de la pesca y del viaje. Eteru, el todo, les otorgó el pensamiento y el sueño, la memoria de lo invisible. Pero M’Vula, travieso e indomable, quiso darles algo más que un regalo, quiso dejarles su propia herencia: el Mulakaboko, el que camina todos los caminos. Un bastón sin dueño, un rumbo sin final, un don y una condena a la vez.”

Akuma respiraba con calma obligada, cada inhalación un trueno en sus propios oídos. Se agazapó tras un tronco cubierto de líquenes, apenas visible. No la vió, pero supo que la pantera estaba cerca porque los insectos habían callado. Una sombra negra, más negra que la misma noche, se deslizó a su espalda. Su piel erizó. Giró. El filo y las garras se encontraron de nuevo. Un chasquido, un destello, luego nada.

“Cuentan los ancianos que el Mulakaboko fue perdido en el corazón de África, hundido donde los guerreros apenas se atreven a mirar. Y allí aguarda todavía, esperando al más audaz, aquel que resista como la roca, que arda como el fuego, que se mueva como el agua y que, como el viento, no tema perderse en todos los caminos. Quien lo encuentre, hallará no un destino, sino todos los destinos. Pues será bendecido con el don del viento y podrá caminar todos los caminos ”

En la selva, el silencio se quebró con un rugido desgarrado. Las aves alzaron vuelo en bandadas negras contra la luna. El eco se perdió en la inmensidad. Nadie sabía si era la pantera o Akuma quien había gritado. Nadie sabía, tampoco, quién había cazado a quién.

El silencio cayó sobre la playa.

Las palabras se apagaron.

Las cabezas giraron.

Los ojos se abrieron de par en par.

El miedo brillaba en cada rostro.

Incluso los dos guerreros dejaron de luchar.

Tan solo el murmullo de las olas y el crepitar de la hoguera parecían ajenos al peso de la muerte. Testigos eternos, dioses antiguos que vivirían por siempre. Y entonces, desde la espesura de la selva, emergió ella.

Una pantera negra, como un demonio arrancado de las peores pesadillas. Su andar era sigiloso, fluido, casi líquido; cada músculo bajo el pelaje oscuro vibraba con una fuerza contenida. La cola, larga y sinuosa, se movía como un látigo hipnótico, marcando el compás de su avance. Pero lo que heló hasta el alma fueron sus ojos: dos brasas encendidas en medio de la penumbra, dos llamas que devoraban el valor de cualquiera que se atreviera a mirarlos.
  • Nkoi Moyíndo… - murmuraban las ancianas.
Las mujeres estrechaban a sus hijos contra el pecho, retrocediendo con pasos temblorosos.
Los jóvenes guerreros, en cambio, avanzaban con las lanzas firmes y los escudos erguidos, aunque la respiración traicionaba su miedo.

La pantera avanzó sobre la arena como si el mundo entero le perteneciera.
  • Akuma… - susurró Grace, poniéndose en pie de un salto, con el presentimiento más oscuro.
  • No… no puede ser… - masculló Macfarlane, incrédulo.
Nada quedaba de aquellas leyendas envueltas en magia y misticismo. N’Kemba, la madre tierra, mostraba ahora su rostro más crudo: la faz de la bestia, del instinto, de los horrores ocultos en la negrura.

La tensión lo llenaba todo: brazos petrificados, ojos desorbitados, respiraciones entrecortadas.
Y entonces ocurrió.

Ocurrió algo que cambiaría para siempre la vida de los Ngoma. Una historia destinada a trascender generaciones, a sobrevivir más allá de la memoria de los presentes.

De la selva emergió otra sombra.

Otra pantera, aún más letal que la primera. Sus movimientos eran igual de fluidos, igual de perfectos… pero aquella no caminaba a cuatro patas, sino sobre dos.

Y sus ojos… aquellos malditos ojos. Eran la mirada misma del fin.

La primera pantera se detuvo, alerta, al escuchar los pasos que nadie más podía oír.

Akuma caminó hasta situarse a su lado. Y la bestia, la temida cazadora, se acurrucó contra sus piernas como un simple gatito. Dócil. Cariñosa.

Nadie respiraba.

Ni en la tribu ni en la tripulación del Red Viper.

Los Ngoma estaban tensos, con los músculos rígidos, preparados para lanzarse al combate. Sus ojos vigilaban cada movimiento, cada gesto mínimo de la bestia. El miedo les atravesaba el pecho como un cuchillo, pero no podían apartar la vista.

La tripulación del Red Viper, en cambio, estaba igual de inmóvil, pero no por miedo, sino por solemnidad. Orgullosos, serenos, contemplaban a su compañera. Entonces, lo irreal sucedió.

La pantera, la cazadora perfecta, la pesadilla de la selva, se inclinó hacia Akuma. Sus ojos ardientes se apagaron en una calma dócil. Se acurrucó más contra sus piernas, ronroneando como un animal doméstico. El depredador absoluto convertido en un felino obediente.

Los Ngoma no lo podían comprender. Aún era demasiado pronto para que lo entendieran.

Akuma, con la misma frialdad con que se acaricia un arma, posó su mano pálida sobre la cabeza de la pantera. Sus dedos recorrieron la línea de su cráneo, bajaron por la espalda y siguieron hasta el final de la cola. La fiera se dejó hacer, sumisa, como si aquel contacto hubiese revelado una verdad oculta. Y juntas, mujer y bestia, se adentraron de nuevo en las sombras de donde habían surgido.

Nadie habló. Nadie se movió.

Lo único que quedó fue una certeza imposible:

Cazadora reconoce a cazadora.

Sombra no mata a sombra.

Animal y humana reconocieron que no debían enfrentarse, porque habían sido forjadas por el mismo patrón. Ambas hijas de la oscuridad. Sombras unidas por un destino común. Sigilosas. Acechantes. Letales.

Makaya N’Tolo bajó la lanza y se giró hacia los piratas.

Los observó a todos, uno por uno. No comprendía del todo cómo podían convivir con un demonio… pero en el fondo reconocía la fuerza que residía en ellos. En sus ojos no había miedo. Permanecían unidos, firmes sobre la arena, orgullosos de su compañera.
  • Mobateli ya molili… - susurró con los ojos abiertos de par en par, y una sonrisa casi desquiciada.
La domadora de las sombras.

Sabía que aquella historia sería contada alrededor del fuego durante mucho, mucho tiempo.
La noche, que debía ser alegre y cálida, se convirtió en un silencio denso, lleno de respeto y de miradas furtivas.

Los Ngoma contemplaban ahora a la tripulación del Red Viper con otros ojos. No con miedo, sino con reverencia. Como si la magia de sus ancestros los acompañaran.

Ya no veían a hombres blancos de barbas enmarañadas, ni escuchaban palabras torpes en lenguas extrañas, ni reparaban en ropas forasteras. Veían guerreros: poderosos, indomables.

Lejos de ellos, en la espesura de la oscuridad, las dos asesinas implacables se encontraban solas. Se lamían y curaban mutuamente las heridas, admirando la precisión de cada rasguño y de cada corte. Sin amor, sin palabras, las dos bestias se dejaban acariciar y acariciaban a su vez. Se entendían como si hubieran nacido del mismo vientre, como si hubieran compartido la cuna.

Entonces, otras dos manos se unieron. Igual de frías. Igual de precisas.

Akuma y Shinrei se miraron un instante. Un destello.

La pantera alzó la cabeza y las observó a ambas.

Y las tres lo comprendieron al mismo tiempo.

Ya no eran gemelas.
Eran trillizas.

Tres gotas idénticas.

Igual de silenciosas.

Igual de letales.


Akuma el Demonio.
Shinrei el Fantasma.
Kage la Sombra.

Pero incluso la más oscura de las noches, siempre deja espacio para que nazca de nuevo la luz.
Y el amanecer había despertado a Vihaan con un escalofrío. La brisa de la mañana entraba libre por el ventanal abierto. Se incorporó en la cama y la vio: Grace, de espaldas, apoyada contra la madera, dejando que la primera luz acariciara su cuerpo desnudo.

Ella, con los ojos cerrados, parecía dar gracias en silencio. Mordió un limón, y el ácido fresco le recorrió la boca como un relámpago. Su piel se erizó, un temblor eléctrico la atravesó. El sabor no le complacía, pero Yara siempre insistía en que todos lo comieran.

“Medicina de la tierra”, lo llamaba. El mejor compañero de un marinero en alta mar.

Grace sonrió al sentir el calor del cuerpo de Vihaan a su espalda. Él la rodeó con sus brazos y sus manos descansaron en su vientre. Se buscaron en caricias suaves, sonriendo mientras sus miradas se perdían en el horizonte.

La vida del pirata nunca era sencilla. No todo eran promesas de tesoros, libertad y ron corriendo como ríos por sus gargantas. Había muerte en cada esquina: galeones enemigos, enfermedades, tormentas traicioneras. Por eso momentos como aquel eran tesoros en sí mismos. Breves, frágiles, pero imprescindibles.

Esa calma, no obstante, duró más bien poco. Supongo que así es la felicidad. Efímera.

Un estallido los sacó de su ensueño: el rugir de martillos, voces de mando, marineros trabajando al unísono sobre sus cabezas. El Red Viper renacía entre crujidos y golpes, preparándose para volver a surcar los mares. Llevaban ya tres días anclados en aquella playa, y aunque la compañía de los Ngoma resultaba acojedora, su camino debía seguir.

Aunque no sería el mar lo que los aguardaba esta vez.

Frente a la playa donde reposaba el navío, el río Congo moría en un abrazo con el océano. Sus aguas oscuras, inmensas, se internaban hacia el corazón de África como un camino abierto al misterio. El río no era un cauce cualquiera: era una arteria viva, de corrientes caprichosas y brumas que parecían susurrar secretos.

En sus orillas aguardaban selvas infinitas, tan densas que apenas dejaban pasar la luz. Allí acechaban elefantes y cocodrilos, hipopótamos invisibles bajo la superficie, monos gritones entre el follaje, aves de colores imposibles. Y más allá, ocultas en la espesura, tribus que conocían la tierra como nadie y que custodiaban sus secretos con celo ancestral.

El Congo no solo llevaba agua: llevaba historias, peligros y leyendas. Adentrarse en él era como internarse en otro mundo, un reino indómito donde el hombre no era dueño de nada.

Y hacia allí se dirigían.
  • ¡Buenos días, capitana! - dijo Bhagirath, inclinando apenas la cabeza cuando la vio entrar en la cocina.
  • ¿Cómo se presenta el día, señor? - respondió Grace con una sonrisa, al verlo rodeado de ollas, brasas y cuchillos.
El hindú sudaba a chorros, moviéndose de un lado a otro con una energía incansable. Parecía tener cuatro brazos en vez de dos. Cortaba frutas con la precisión de un escriba, removía un gran caldero con un cucharón de madera ennegrecido por el fuego, y al mismo tiempo vigilaba un horno improvisado donde panes planos doraban lentamente sobre la piedra caliente.

El aire estaba impregnado de especias: cúrcuma, clavo y cardamomo, que Bhagirath había guardado celosamente desde su partida. Mezclados con el olor de pescado seco, tocino salado y el siempre presente aroma de África, creaban un perfume extraño, exótico, pero delicioso.

  • Como cualquier otro día, capitana - respondió él, haciendo temblar su bigote negro con la sonrisa - Mucha hambre en cubierta y muy pocas manos en cocina.
  • ¡Vamos, viejo amigo! - rió Vihaan, arremangándose la camisa - Dime en qué puedo ayudarte.
  • Gracias, señor - asintió Bhagirath con seriedad, mientras no dejaba de remover el caldero - Vos podéis trocear ese pescado seco y mezclarlo con la cebolla… yo me encargaré del guiso y de los panes. Si nadie se inpacienta, tal vez hoy todos coman como príncipes.
Vihaan cogió un cuchillo, obediente, mientras el hindú continuaba batiendo, probando y añadiendo pizcas de sal y especias de un tarro misterioso que llevaba siempre atado a la cintura.

De repente, un grito resonó en cubierta. El eco bajó por las escaleras como un trueno.
Grace soltó una carcajada y se dio media vuelta hacia los hombres.
  • ¡Parece ser que me reclaman, señores! - dijo, y con una sonrisa pícara salió corriendo, subiendo los peldaños hacia la luz del día.
Lo primero que Grace vio al pisar cubierta fue a toda la tripulación amontonada en la borda de estribor, los ojos fijos en el horizonte. Un silencio espeso pesaba sobre ellos, roto solo por el batir del mar contra el casco. Yara se giró al verla y, sin dudarlo, corrió hacia ella.
  • ¡Grace, rápido! Tenemos un problema, nos ha encontrado…
  • ¿Quién nos ha encontrado? ¿Qué sucede?
La joven le agarró de la muñeca con fuerza y la arrastró entre los hombres. Los marineros se apartaban al paso de ambas, dejando un pasillo hasta la borda. Grace avanzó a zancadas y, al asomarse, se quedó helada. Su cuerpo se tensó de golpe, los puños cerrados como garfios, apretando tanto que parecían asfixiar el propio aire. La furia le ardía en la mirada.
  • Hong Long… - murmuró entre dientes, con rabia contenida - ¡Bastardo traidor!
Surcando el mar, avanzaba la mole imposible de la ciudad flotante. Aquella urbe erguida sobre plataformas de madera y hierro, con torres, casas y velas negras hinchadas como alas demoníacas.
  • Y no viene solo, capitana - dijo Macfarlane a su lado, señalando con la barbilla - Mirad!
Entonces lo vió.

A su alrededor, innumerables galeones la escoltaban, alineados en formación perfecta, con los cañones brillando bajo el sol. El rugido de los tambores llegaba con el viento, marcando un compás de guerra que helaba la sangre. Era una visión de poder absoluto. El Red Viper, aunque valiente y fiero, no era más que una brizna frente a aquel monstruo acorazado.

Los galeones ondeaban orgullosos la bandera de las Indias Orientales, el emblema de la tiranía, el enemigo eterno de todo pirata y de todo hombre libre. La ciudad flotante prometía riqueza, justicia y libertad… pero solo traía cadenas, hambre y calamidad.

El corazón de Grace se hundió por un instante, pero la voz de sus hombres la rodeó, firme y ardiente.
  • ¡Nosotros luchar, capitana! ¡Estar listos! - rugió Yrsa.
  • Aunque muramos, aunque este sea nuestro final - dijo Cortés, con la voz como hierro.
  • Defenderemos nuestro navío como si fuera nuestra propia vida - gruñó Halcón, golpeando el madero con el puño cerrado.
  • ¡Hasta la muerte! - tronó Aibori, alzando la espada al cielo.
Grace los miró. Aquellos ojos encendidos, aquellos corazones dispuestos a arder antes que rendirse. Sintió de nuevo a su tripulación a su lado: no había miedo, no había dudas. Solo fuego.

Y sin embargo, en lo más hondo de su pecho, supo la verdad.

Contra aquel ejército no tenían nada que hacer. El destino de los suyos no era simplemente la libertad. No. Lo que se abría frente a ellos iba más allá de todo sueño pirata. Su propósito era más grande, más importante, más inevitable. No lo pensó más. Giró sobre sus talones y caminó con paso firme hacia el timón. Macfarlane la siguió sin pronunciar palabra.

Detrás de ellos, la tripulación del Red Viper se dispersaba, preparando velas, revisando cañones, ajustando cabos. Cada gesto era un juramento silencioso: lucharían hasta el final.

El aire mismo parecía contener la respiración. El mar, expectante, aguardaba el choque entre un navío y una ciudad.
  • ¿El Red Viper está listo? - preguntó Grace, apartando a un marinero que corría con una vela al hombro.
  • ¡Aún no, capitana! - gruñó Macfarlane, esquivando un barril que rodaba con el pie - No resistiríamos ni un cañonazo.
  • No hablo de luchar, escocés - replicó ella con los ojos fijos en el timón - Pregunto si estña listo para navegar.
Macfarlane la miró un instante. Lo entendió al momento, como si llevaran siglos navegando juntos.
  • ¡Sí, capitana! - sonrió de lado - Este maldito barco es más duro que mi segunda mujer, aguantará.
  • Bien. Prepara a los hombres, que todos se pongan en marcha. ¡Y que Bishnu hable con el líder de la tribu! Que les ofrezca el Red Viper como hogar, no deben pagar por lo que nosotros hemos arrastrado hasta sus tierras.
  • Así se hará, capitana - asintió el contramaestre, empezandose a abrir paso a empellones entre la tripulación, pero se giró otra vez - Decidme… ¿qué rumbo tomaremos?
Grace se plantó frente al timón y lo agarró con ambas manos. Gipsy saltó a su espalda, se aferró a su hombro, los ojos brillando como carbones, los dientes descubiertos en una mueca feroz.
  • ¡Hacia el río! Como dijimos desde un principio - tronó Grace - ¡Es el único lugar donde no podrán seguirnos el paso!
Macfarlane asintió sin vacilar. Sabía lo que significaba: el Red Viper era pequeño, una mosca enfrentándose a un titán. Pocos hombres libres contra un ejercito de tiranos. Pero lo que los hacía más débiles era al mismo tiempo su fortaleza. Eran más rápidos, más ligeros. Si entraban en el río, si navegaban contra corriente, estarían a salvo.
  • ¡A cubierta, perros de mar! - bramó el contramaestre, su voz reventando el aire - ¡Movéos antes de que os tire yo mismo por la borda!
Los hombres respondieron entre maldiciones y risas nerviosas. Jarcias tensadas, velas desplegadas, pies descalzos golpeando la madera. Bishnu descendió a la playa, habló apresuradamente con el líder de la tribu y, con el sudor pegado al rostro, volvió a subir a bordo. Pero no regresó con todos.
  • ¿Por qué solo vienen las mujeres? - preguntó Grace al verlas subir a bordo.
  • Orden de Makaya N’Tolo, capitana - dijo Bishnu sujetando la puerta que conducía al interior del navío - Proteje el futuro de su linaje.
  • ¡Anciano! - gritó Grace, con la garganta hecha un nudo - ¿Acaso no les dijiste que debían huir?
Mientras las mujeres entraban dentro, Bishnu se giró hacia ella. Su voz se alzó calma, clara, como un arroyo.
  • ¡No pude, capitana!
Grace se abalanzó hacia él, furiosa.
  • ¿Pero por qué? ¿No ves que van a morir? ¡No es momento de hacerse el héroe, es momento de sobrevivir! ¡No es su lucha!
Bishnu levantó suavemente la mano, interrumpiéndola con un gesto.
  • No me entiende, capitana - susurró - No pude decirles que huyeran… porque no existe esa palabra en su lengua.
El Red Viper viró con un quejido de sus maderas y se lanzó hacia la desembocadura. Y justo cuando la corriente del rió los empezaba a frenar, dos mujeres y una bestia saltaron a cubierta. Tan solo una se dejó ver.
  • ¡Maldita sea! - masculló Grace, la mirada fija en la playa y los guererros que acudían a la guerra - ¡Makaya N’Tolo! - gritó Grace desde el timón.
El lider alzó la cabeza para verla.
  • Conocerte ha sido un honor! Y no serás olvidado! Sin miedo valiente guerrero!
No lo tenía. Ni ella, ni cualquier hombre, mujer, niño o bestia que navegara a su lado.

Los cañonazos estallaron en la lejanía. Truenos de hierro desgarrando el aire, acercándose a la orilla con el eco de la muerte y la destrucción. Y allí, frente a ellos, los Ngoma se habían plantado en la arena. Todos se estremecieron al verlos. Hileras de cuerpos firmes, lanzas alzadas, escudos de cuero golpeando al unísono contra el pecho. Carne contra pólvora, espíritu contra metal. Un gesto inútil para algunos, un sacrificio sin sentido. Y aun así, ni uno solo retrocedió.

El mundo pareció detenerse, dentro del pulso de su corazón. Todos los vieron. Todos se estremecieron al hacerlo. Los Ngoma presentaban batalla, erguidos en la arena, con el sol quemándoles la piel y el mar rugiendo bajo sus lanzas. No iban a morir por ellos, ni por los piratas, ni siquiera por las tierras que habían reclamado. Su lucha era más profunda. Era por su madre, la tierra; por el río que los alimentaba; por sus ancestros que los observaban desde el cielo. Su sacrificio no era una batalla. Era un canto. Una despedida. Una promesa de que jamás serían doblegados.

Grace lo comprendió entonces. Habían protegido su futuro y al mismo tiempo honraban a su pasado. Juró en silencio que los Ngoma jamás desaparecerían. Aunque sus cuerpos fueran arrasados por el fuego y el hierro, serían recordados. Orgullosos. Eternos.

Los hombres del Red Viper bajaron la mirada. Algunos negaban con la cabeza en silencio; otros, sin poder contenerse, tenían los ojos empañados de lágrimas. Se inclinaban como si el peso de la muerte y la injusticia les aplastara el pecho. Grace los observó un instante, tragó la rabia y la pena y luego, como si la voz le fuera a arrancar el corazón, gritó:
  • ¡Hombres y mujeres libres del Red Viper! - su voz rebotó en la madera y en el aire - ¡No bajéis la mirada! ¡No lloréis por ellos como si fuera una derrota! ¡Los Ngoma marchan a la guerra y vencerán! - sus palabras eran martillazos - Pues aunque mueran hoy, su historia será recordada, nosotros nos encargaremos de ello, hablaremos de este momento en cada pueblo que pisemos, y en cada taberna que bebamos! ¡Alzad vuestras cabezas con orgullo! ¡Empuñad vuestras armas con gritos y acompañadlos, porque jamás veréis mayor muestra de orgullo!
La arena de la playa se alzó y cuatro guerreros cayeron muertos. Las primeras balsas partían desde los navíos enemigos. Los mosquetes ahullaron. La carnicería había empezado.
  • Quizá no sea hoy, quizá no sea mañana, quizá ni siquiera seamos nosotros los responsables - Grace calló un segundo y clavó la vista en cada uno de ellos - ¡Pero os doy mi palabra, y que un rayo me parta ahora mismo si miento, que llegará el día en que serán vengados!
Los gritos estallaron en un rugido que acompañó a los que partían hacia la muerte. La cubierta tembló con los vítores y las maldiciones, con los sollozos que querían parecerse a un himno.

Mordisquitos miró por última vez a su contrincante. No dijo nada; apretó el puño contra el corazón como si quisiera retener algo vivo allí dentro.
Y el Red Viper se internó en la garganta del río, perdiéndose entre la maraña de manglares y la selva que devoraba la orilla.

Dentro de la bodega, una niña sollozó entre los brazos de su madre. Ella, al ver su miedo, respondió cantando. Eran palabras ancestrales, un canto hermoso que no volvería a escucharse jamás en aquella playa. La madre era joven, y su voz, aunque deseaba ser firme y decidida, se quebró sin remedio ante su inminente destino. Pero entonces, las más viejas levantaron sus voces al unísono.

La joven madre las miró, con su hija temblando entre sus brazos y las lágrimas corriéndole por las mejillas. Y alzó la cabeza, orgullosa. Su voz se volvió fuerte, poderosa. Pues no caminaba sola.

La sostenían las voces que ni el tiempo ni la muerte podían borrar. Las mujeres de su linaje le cantaban al oído, la empujaron suavemente de pequeña y le gritaron fuerte cuando olvidaba quién era. Cada paso que dio, ellas lo celebraron. Y ella, la que vino después, honró lo que ardió antes de ella. Tomó su lugar, reclamó su poder. Era el eco y el fuego de todas ellas.


Continuará…
 
Capítulo 38 - El corazón de África: La expedición hacía lo desconocido.

La travesía por el río comenzó envuelta en tensión, y al poco tiempo la siguió el silencio espeso. Los hombres del Red Viper arrastraban en sus hombros el peso de la despedida. El recuerdo de los Ngoma, erguidos frente a la muerte, todavía ardía en sus miradas. Nadie lo decía en voz alta, pero todos lo sabían: aquella muestra de dignidad les había marcado para siempre.

Las aguas pardas del Congo se abrían con dificultad ante la quilla del navío. La corriente luchaba contra ellos, y cada metro ganado parecía robado a un gigante invisible. A ambos lados, la selva se alzaba como un muro verde, espesa y sofocante. Árboles colosales cubiertos de lianas, raíces que se hundían en el agua como garras, sombras que ocultaban ojos vigilantes.

Se oían rugidos lejanos, aves invisibles que lanzaban chillidos estridentes, ramas quebrándose por animales demasiado pesados para querer ser vistos. Era un mundo salvaje, lleno de misterio y peligro. El sol, al caer en el horizonte, tiñó el río de bronce. Y con él, todo pareció volverse más hostil, como si la selva aguardara el momento exacto para revelar sus horrores.

En cubierta, Cortés se secó el sudor de la frente y murmuró:
  • Nunca pensé que un día acabaría navegando río arriba, y contra la corriente nada menos.
A su lado, Aibori soltó una risa contenida.
  • Después de todo lo que hemos vivido, Cortés, remontar un río con un barco parece lo más normal de vuestro mundo.
  • También es vuestro mundo princesa, no lo olvidéis.
Cortés sonrió y se inclinó hacia el pequeño Briede, que luchaba con un cabo enredado.
  • No, así no, pequeño. Mira - le mostró con paciencia - el nudo debe apretarse con fuerza… ¿ves? Así queda bien firme.
El español desató el nudo de nuevo y dejó que el niño lo intentara por si solo. Briede frunció el ceño, la lengua entre los dientes, hasta que al fin el nudo quedó hecho. Cortés lo alzó entre sus brazos, haciéndolo volar por el aire.
  • ¡Así se hace, pequeño marinero! ¡Buen trabajo!
Aibori observaba la escena. El sudor resbalaba por su frente, el dolor en su corazón, pero sonreía al ver a su hijo tan feliz. Sí, Keleth tenía razón, había hombres crueles y llenos de codicia. Pero también había otros capaces de arriesgarlo todo, de luchar y de amar incluso en mitad de la tormenta.

En el alcázar, Grace no apartaba la vista de la brújula. Sus dedos apretaban el timón como si su vida dependiera de ello. Vihaan apareció a su lado con un cuenco humeante.
  • Vamos en buena dirección, deja de mirarla tanto Grace - dijo con una sonrisa, ofreciéndoselo - Déjame, yo lo llevo mientras comes.
Grace arqueó una ceja divertida.
  • ¿Alguna vez has manejado un navío? - preguntó, cediéndole el mando.
  • No - rió él - pero manejo a su capitana en la cama, así que no creo que sea tan difícil.
Grace soltó una carcajada, mientras Gipsy, desde su hombro, le robaba con descaro un trozo de carne del guiso.
  • ¿Así que crees que me dominas en la cama, eh? ¡Pobre iluso!
Desde la popa, Yrsa estalló en risas de repente.
  • Hombres! Todos pensar igual, capitana. Creer tener control y no saber verdad.
Vihaan se volvió hacia ella, medio ofendido, medio curioso.
  • ¿Qué verdad si se puede saber?
La nórdica le dedicó una sonrisa amplia.
  • Hombres controlar mundo, yo no negar. Pero mujeres… controlar su chiquitín.
El hindú se quedó de piedra, con la piel oscura palideciendo de golpe, mientras las risas tímidas de las mujeres que lo habían oído lo pusieron rojo como un tomate.
  • ¿Es que no hay secretos en este barco? - gritó Vihaan, rojo de rabia y vergüenza.
  • Barco ser pequeño - respondió Yrsa con voz grave - Todo escuchar. Incluso placer de capitana… escuchar todas las noches. Más fuerte que grito de guerra. ¡Yo felicitar Vihaan! Tú ser buen amante, capitana chillar como perra en celo.
Un silencio incómodo cayó de golpe, hasta que Vihaan rompió a reír como un loco. Y entonces fue Grace quien se atragantó con el estofado, la cara blanca como un pergamino. El río rugía a su alrededor, oscuro y sin fin. Pero en la cubierta del Red Viper, la risa y la vida seguían navegando contra la corriente. No olvidaban, pero todo lo que les rodeaba parecía querer matarlos, así que la risa se convirtió en la mejor aliada posible. Una huída hacía delante, tan inoportuna como necesaria.

El sol caía con lentitud, tiñendo el agua de un rojo oscuro que parecía sangre. Y con el ocaso, todo se volvió más hostil. Los rugidos de la selva crecieron, el canto de los insectos llenó cada resquicio del aire. La tripulación se mantenía ocupada, algunos cantando bajo, otros matando mosquitos, pero todos sabían que aquello no era un mar abierto. Aquí no eran dueños de nada. Eran intrusos en la tierra de otros.

En mitad de esa inquietud, Macfarlane se acercó al timón, serio, con las manos en la cintura.
  • Capitana, el viento ha virado de rumbo. Nos quedamos sin fuerza.
Grace lo miró como pidiendo un milagro.
  • Dime que el ancla está arreglada, por favor.
El contramaestre gruñó con una sonrisa.
  • Sí, fue lo primero que hicimos.
  • Tú estar tranquila, capitana - tronó Yrsa desde la forja, sin dejar de golpear con el martillo - Yo misma hacer ancla. Esta vez fuerte. No romper.
Grace arqueó una ceja, divertida.
  • Si la has hecho tú, estoy convencida de que todo irá bien.
Tiró el pescado seco a medio comer en el suelo, y Gipsy saltó de inmediato para devorarlo. Luego apoyó las manos en el timón con firmeza.
  • Bien, contramaestre, busquemos un lugar seguro donde amarrar. Y rezemos para que el viento vuelva pronto. - dijo mirando la oscuridad de la selva.
Macfarlane asintió, ya dándose la vuelta. Su voz rasgó la cubierta como un trueno:
  • ¡Todos a vuestros puestos! ¡Ojos abiertos y brazos firmes, que el río no espera! Venga inútiles! No quiero decirlo dos veces! A trabajaaaar!
El Red Viper se acercó a la rivera, frágil, pequeño, pero indomable, como un insecto de madera desafiando a la selva eterna.

Se lanzó el ancla, y en cubierta se organizaron turnos de guardia. El primer grupo tomó posiciones con arcabuces y faroles, mientras los demás se repartían entre hamacas y cubiertas húmedas. Nadie dormía del todo: cada crujido en la selva, cada chapoteo en el río parecía una advertencia. La oscuridad no descansaba, y lo que vivía más allá del agua los observaba en silencio.

Grace, apoyada en la borda, miraba fijo la espesura. La selva era un muro insondable, y aun así sentía que estaba viva, respirando con ellos, midiendo su valor. Un escalofrío la recorrió cuando distinguió una silueta avanzando en la penumbra de la cubierta.

Era cierto: poco a poco aprendía a hacerse notar antes de aparecer. Pero su mera presencia seguía asfixiando el aire, apagando cualquier atisbo de ligereza. Y aquella noche no estaba sola. A su lado, como una sombra líquida, Kage caminaba en silencio. El brillo de sus ojos amarillos cortaba la oscuridad como cuchillas.

La pantera se rozó contra la pierna de Akuma, arqueando el lomo como un gato doméstico, y luego ladeó la cabeza buscando su mano. Akuma la acarició sin miedo, deslizándole los dedos por el cuello poderoso. Kage cerró los ojos y exhaló un ronroneo profundo que vibró en las maderas del barco.
  • Buenas noches, Akuma - dijo Grace, con la voz más firme de lo que sentía.
  • No se preocupe, capitana - respondió la mujer, rascando detrás de la oreja de la bestia - Kage no atacará. Ahora me obedece. Si quiere, puede tocarla. No la morderá.
Grace apretó la mandíbula. Había demostrado su valor incontables veces, había desafiado cañones y demonios, incluso a un maldito dios. Pero frente a esa mirada amarilla, lo único que pudo hacer fue negar con la cabeza.
  • Creo que, de momento, prefiero mantenerme lejos de ella.
Como si hubiera comprendido el desprecio, Kage enseñó los colmillos en un gruñido bajo. Dio un paso hacia adelante, flexionando las patas, los músculos tensos para saltar. Grace se echó atrás, con la mano instintivamente en el sable. Pero Akuma levantó apenas un dedo, y la pantera se detuvo al instante, sumisa, acurrucándose a sus pies como un cachorro regañado.
  • ¿Viajará con nosotros? - preguntó Grace, con la esperanza de escuchar un “no”.
Akuma bajó la mirada hacia la bestia y luego hacia la selva, como si escuchara un lenguaje que nadie más podía oír.
  • No es decisión de nadie, solo suya. Kage no sigue órdenes como las nuestras. Las panteras son solitarias, cazan en silencio y viven aisladas. No buscan compañía… salvo cuando eligen. Y cuando eligen, no abandonan.
Sus dedos siguieron recorriendo el lomo oscuro de la fiera, que ronroneaba como un trueno contenido.
  • Ahora me ha elegido a mí, capitana. No como dueña, sino como igual. Y en su mundo, eso significa que viajará con nosotros hasta que la selva decida lo contrario.
La mirada de Akuma se clavó en Grace, blanca y luminosa como un faro en la oscuridad. Un blanco perfecto visible a millas de distancia. Vió el miedo en sus ojos, aquel sentimiento que no acababa de comprender. Sintió estar más unida a la pantera que a cualquiera de ellos.

- Somos su manada. Y si alguien cree que no debe ser así, que lo intente.

Sin más, la japonesa saltó a tierra firme. Kage la siguió como su sombra, los músculos tensos, la cola rozando el suelo. Ninguna de las dos hizo el más mínimo ruido. En cuestión de segundos se perdieron en la oscuridad de la selva, sin mirar atrás.
  • ¿A dónde crees que irán? - preguntó Yara, rompiendo el silencio mientras abría un pequeño frasco de arcilla.
  • Creo que… al único lugar donde se sienten agusto - Grace frunció el ceño al notar el olor penetrante que escapaba del frasco - Diooos Yara! ¿Qué es eso? Huele horrible!
Yara sonrió apenas, hundiendo los dedos en la mezcla oscura.
  • Una pomada. Macho hojas de neem y citronela, las mezclo con resina y grasa. Sirve para espantar a los mosquitos.
Grace se echó hacia atrás, arrugando la nariz.
  • ¡Por todos los mares, huele fatal, Yara!
  • Lo sé - respondió la cubana con calma, acercándole las manos impregnadas - Pero evitará que los insectos te muerdan. Créeme, no quieres sus picaduras.
Grace bufó, apartándose un poco.
  • No sé si prefiero que me muerdan, la verdad…
Yara se giró hacía ellas, seria de pronto. Las mujeres Ngoma que estaban cerca contemplaban las estrellas en un gesto silencioso, como recordando un rezo.
  • Las ancianas me hablaron de ellos… De los mosquitos y de las moscas que viven en lo profundo del río. No sabria pronunciar sus nombres, pero cuentan que sus picaduras apagan la fuerza de un hombre, lo hacen delirar, olvidarse de sí mismo… como si un espíritu extraño entrara en su sangre.
Un escalofrío recorrió a Grace.
  • Parece como si hasta el ser más minúsculo de esta tierra es letal…
  • Eso parece - asintió Yara, volviendo a su tono sereno - También me hablaron de unas hormigas, rojas y grandes. Dicen que su mordida quema como el fuego y que hasta los guerreros más valientes caen al suelo retorciéndose, incapaces de soportar el dolor. - Yara chasqueó la lengua - Dicen que los blancos las llaman bala, porque al morderte es como recibir un disparo en la carne.
Las Ngoma murmuraron entre sí, bajando la voz como si hablaran con espirítus. La selva parecío escuchar, y en ese silencio húmedo, hasta los insectos que zumbaban parecieron más amenazantes.
  • No quiero ni imaginar por lo que deben estar pasando - dijo Grace en voz baja, sin apartar la mirada de las Ngoma.
  • Son fuertes, Grace - respondió Yara, con respeto,- Esas mujeres nacieron en un mundo que no da tregua. Antes de hablar tuvieron que aprender a sobrevivir. Son como nosotras.
Grace arqueó una ceja, con una sonrisa cansada.
  • ¿Como nosotras, eh?
  • Claro que sí. ¿Te acuerdas de la señora O’Donnell? - preguntó Yara, con un brillo travieso en los ojos.
Grace estalló en una carcajada repentina.
  • ¡Oh, por todos los diablos del mar, cómo olvidarla! Aquella vieja bruja siempre olía a cebollas.
  • Y siempre guardaba los bollos recién horneados en la ventana - añadió Yara, riendo también.
  • ¡Hasta que llegábamos nosotras! Que ricos estaban esos bollos, madre! - Grace se llevó la mano al estómago recordando - ¿Te acuerdas? Yo trepaba al barril y tú me empujabas desde abajo.
  • Y al final siempre acababas cayendo de cabeza, cuando ella asomaba dando gritos.
  • ¡Pero con el bollo en la boca! - remató Grace, echándose a reír tan fuerte que Gipsy, desde el suelo, levantó la cabeza curioso.
Ambas se miraron, todavía riendo, y por un instante la selva, la muerte, los mosquitos y las sombras desaparecieron. Solo quedaban dos niñas hambrientas, con las manos manchadas de harina, corriendo por callejones mientras la vieja O’Donnell gritaba como una furia.

El silencio regresó poco a poco, pero Grace lo rompió con una sonrisa sincera:
  • Supongo que la risa sigue siendo nuestra mejor aliada.
Yara asintió, limpiándose una lágrima que no sabía si era de nostalgia o de risa.
  • La única que nunca nos han podido arrebatar, hermana.
El viento, que los esquivó durante horas, había vuelto como un aliado silencioso. Aún no había despuntado el sol cuando las velas se hincharon de nuevo y el Red Viper avanzó como si también comprendiera la urgencia. Nadie descansó. Los hombres y mujeres libres del navío se movilizaron y maniobraron sin tregua, impulsados por la esperanza de dejar atrás la persecución. Un día entero más de travesía y al caer la tarde del tercero, algo cambió.

Grace, con la brújula siempre en la mano, frunció el ceño. La aguja, que hasta ahora había guiado entre meandros y aguas traicioneras, giró con decisión y se clavó, no en el cauce del río, sino en dirección a la tierra firme.

Alzó la vista. Ante ella se desplegaba un mundo imposible, como si hubieran alcanzado el centro mismo de la creación. La selva se abría en un anfiteatro colosal: árboles tan altos que sus copas parecían sostener el cielo, lianas gruesas como serpientes, raíces que emergían del agua buscando aire. Un rugido lejano, profundo, hizo temblar el aire, como si la tierra respirara.

La luz del atardecer teñía todo de oro y sangre. Miles de aves, invisibles hasta entonces, estallaron en un coro ensordecedor, como si anunciaran la llegada de intrusos al corazón del continente. Entre las sombras, los ojos de criaturas ocultas relucían: felinos agazapados, primates que observaban en silencio, cocodrilos inmóviles como estatuas.

El río, ancho y poderoso hasta hacía un instante, parecía detenerse allí, abriéndose en brazos que se perdían entre raíces y pantanos, como si dudara de su propio curso. La brújula, sin embargo, no dudaba: señalaba a la selva, al corazón oscuro, al lugar donde ningún mapa había puesto nombre.

Grace sintió un escalofrío. No era el miedo lo que la recorría, sino la certeza de que la brújula no mostraba un simple destino. Estaba marcando un camino escrito solamente para ella. Un sendero que los llevaba más allá del mar, más allá de la libertad. Al núcleo palpitante de África.

Grace reunió a todos en cubierta. La brisa volvió a ser leve, casi inexistente, y el río parecía detenerse en torno al Red Viper, como si también aguardara su decisión. La capitana se mantuvo erguida frente a sus hombres y mujeres, midiendo sus palabras con calma, aunque en su interior hervía la tormenta.
  • No me gusta lo que voy a decir - empezó, su voz clara, firme - Pero debemos dividirnos. En esta tierra ningún lugar es seguro. Río abajo nos espera la Ciudad Flotante, y no sabemos si ya suben barcazas con hombres listos para interceptarnos. Y lo que guarda esta jungla - miró hacia la espesura oscura - no promete ser mejor.
Se hizo un silencio pesado.
  • Por eso debemos dividirnos - continuó - No abandonaré al Red Viper a su suerte, pero tampoco puedo ignorar el camino que se abre frente a nosotros. Necesito voluntarios para quedarse a protegerlo y voluntarios para unirse a la expedición.
Las miradas se cruzaron, los murmullos comenzaron. Nadie quería ser el primero en hablar. Luego, como si alguien hubiera abierto la esclusa, las voces estallaron.
  • ¡No pienso dejar el barco! - gruñó Cortés, golpeando con fuerza la borda - Y menos a merced de esos bastardos. Los que estén conmigo a mi lado!
  • ¿Y qué hacemos entonces? Cualquier elección sabe a muerte - replicó un marinero asustado.
  • No hables de muerte, decide! La capitana ha dicho que debemos elegir - Halcon hablaba serio, la vista puesta en el horizonte.
  • ¡Y yo elijo quedarme! - añadió Aibori, cruzándose de brazos - Alguien debe cuidar de los pequeños.
El murmullo se volvió griterío. Discusiones por encima de discusiones. Los más jóvenes pedían aventura; los más viejos exigían prudencia. Yrsa lanzó un martillazo al yunque y todos callaron al instante. Su voz se alzó entre el grupo:
  • ¿Qué hacer con mujeres Ngoma?
Todas las cabezas giraron hacia Bishnu, que ya estaba hablando con ellas. Su eterna sonrisa no se borraba mientras gesticulaba y traducía. Dio unos pasos hacia la capitana.
  • Dicen que vienen con vos, capitana. - sus ojos brillaban.
Grace arqueó una ceja.
  • ¿Saben que será peligroso, verdad?
Bishnu no pudo evitar reír, contagiando por un momento la tensión.
  • Capitana, somos nosotros los que no sabemos lo peligroso que es. Serán de ayuda. Incluso sus hijos sobrevivirian más tiempo que nosotros en este mundo.
Un murmullo recorrió la cubierta. Algunos rieron nerviosos, otros bajaron la vista. Grace frunció el ceño, consciente de que aquellas ancianas tenían razón. Aunque formaban un grupo demasiado grande para su gusto si lo que pretendían era no llamar demasiado la atención.

El reparto se decidió al fin.

Con el Red Viper quedarían Cortés y los españoles, tercos como siempre, Halcón como vigía y ojo implacable, Akuma para protegerlos si hacía falta, y Aibori, que aunque deseaba ver mundo, eligió el deber: cuidar del barco y de los niños. Muchos más se unieron a ellos, por no decir todos, incapaces de abandonar el único hogar que conocían.

La expedición, en cambio, se formó con los que no podían resistir la llamada del misterio. Grace al frente, Yara a su lado, inseparable. Mordisquitos, Vihaan, Yrsa, y Macfarlane… como lo que siempre había sido: el loco imprescindible en cualquier viaje hacía la muerte. A ellos se unieron Bishnu y las mujeres africanas, sus miradas firmes y decididas.

Grace los miró a todos. Había dos mundos sobre cubierta, dos destinos entrelazados. Y, por un instante, sintió que la elección que acababan de tomar no era la correcta, pero no tenían más opciones.

Aunque el cielo ya se teñía de un violeta profundo y las primeras sombras se extendían desde la selva, los elegidos para partir se movían con eficacia. Mordisquitos ajustaba las cinchas de los caballos con manos firmes, revisando cada nudo dos veces, como si la vida de todos dependiera de ello. A un lado, Bhagirath y Macfarlane cargaban las monturas con provisiones, cuerdas, mosquetes y acero, discutiendo en voz baja con el escocés sobre qué era imprescindible y qué estorbo.
  • No nos vamos a llevar los caballos, me niego - se interpuso Vihaan cortante.
  • Señor, necesitamos provisiones - lo calmó Bhagirath - no sabemos cuanto tiempo vamos a estar ahí dentro y…
  • Ya los andentramos en una jungla una vez y recuerda como acabó - dijo recordando a Betlechuese.
  • Vihaan tiene razón señores! - dijo Grace - No es lugar para caballos. Coged lo imprescindible y partamos, que empieza a oscurecer. Además, si en esa jungla sobreviven animales, nosotros también podremos hacerlo.
Aunque no les convenció demasiado, hicieron caso, dejando a los caballos atrás. Mientras Yara rodeó a Bum-Bum con los brazos, apretándolo con fuerza. El pequeño luchó por soltarse, farfullando palabras entre dientes, pero las lágrimas brillaban en sus ojos.
  • Ya está decidido - dijo Yara - está vez no importa lo cabezón que te pongas. Debes quedarte aquí, ¿entendido?
Un murmullo de pena salió entre la tela de su pañuelo y la abrazó con más fuerza. Yrsa, junto a Gláfur, husmeaban la vegetación cercana con mirada fiera, como si ya estuvieran de caza. Bishnu, siempre sonriente, traducía las palabras de las mujeres Ngoma: advertencias sobre plantas que podían matar con solo tocarlas, ríos donde dormían cocodrilos invisibles y espíritus que vigilaban a quienes se atrevían a profanar la selva.

Grace los observó uno a uno. Cansados, tensos, pero listos. Alzó la voz, clara y cortante como el golpe de un sable.
  • ¿Todo listo? - sus ojos recorrieron al grupo, buscando afirmación en sus rostros. Un asentimiento colectivo respondió. - Bien - prosiguió, apretando el mango de su espada - Pues marchemos. Los ojos bien abiertos, y al mínimo peligro avisad. Ahí dentro seremos las presas, y no pienso acabar en el estómago de ninguna pantera.
Los hombros se tensaron, las armas se ajustaron a los cinturones, y nadie dudó. La expedición del Red Viper dio el primer paso hacia la jungla, y la espesura los engulló como una bestia hambrienta. La selva los recibió con un muro de humedad y sonidos. Cada paso era un esfuerzo; el aire denso se pegaba a la piel como un sudor ajeno, y los insectos zumbaban sin descanso en torno a los oídos. Las hojas gigantes se cerraban tras ellos, como si la jungla quisiera borrar sus huellas.

Vihaan abría camino con el machete, cortando lianas que parecían querer enredarse en los tobillos. Mordisquitos caminaba detrás, atento a cada ruido. Macfarlane a su lado maldecia cada vez que una rama le azotaba el rostro. Bishnu, siempre en medio, escuchaba las voces graves y rápidas de las mujeres Ngoma y traducía en voz baja:
  • Dicen que no toquemos esas hojas rojas - señaló a la derecha - Que nos quemará la piel como fuego.
Yara pensó que algo tan hermoso no podía ser tan doloro, y con curiosidad estiró la mano para comprobarlo, pero Yrsa la detuvo con un gruñido seco.
  • Escuchar mujeres. O morir rápido - sentenció, siguiendo con Gláfur pegado a su pierna.
Más adelante, Bhagirath apartó con el pie lo que creyó una rama caída. Pero la rama se deslizó, viva y sinuosa, revelando una serpiente gruesa como su brazo. El hindú retrocedió un paso, los ojos clavados en el suelo.
  • Por poco me arranca el alma del susto.
  • No te preocupes, Bigotes - rió Yara, aunque tensa- con lo mal que hueles no creo que resultes muy apetitoso.
El grupo avanzó con cautela, hasta que la tierra bajo sus botas empezó a ceder. La selva se transformaba poco a poco en un pantano. El suelo se volvió fangoso, tragando sus pies con un sonido viscoso. Un hedor a agua estancada y hojas podridas les envolvió. El croar de ranas enormes retumbaba como tambores ocultos, y burbujas traicioneras emergían de la superficie.
  • Capitana - susurró Bhagirath - No me gusta este lugar.
  • A mí tampoco - replicó Grace mirando la brujula - Pero no hay otro camino.
  • ¿Seguro que no Grace? - preguntó girandose Vihaan unos pasos más adelante. La burla en su cara.
La tripulación empezó a croar entre risas contenidas.
  • Haced el favor de estar atentos, idiotas! - respondió Grace con la sonrisa en los labios.
Un chapoteo repetino los hizo detenerse de golpe. Algo grande se movía bajo el agua turbia. Todos alzaron las armas, tensos. Bishnu volvió a hablar con las Ngoma; una de ellas respondió, y él tragó saliva antes de traducir.
  • Dicen que los ojos vigilan desde abajo. Que no hagamos ruido… o despertaremos a los guardianes.
El silencio cayó de golpe. Solo el sonido de sus propias respiraciones y el crujido lento del fango. Macfarlane murmuró por lo bajo.
  • Prefiero diez galeones enemigos antes que esto…
De pronto, una de los niños más mayores de los Ngoma tropezó y cayó al barro. El agua salpicó con violencia. Todos contuvieron el aliento. Unas ondas se expandieron en la superficie, y algo se movió bajo ellas.
  • ¡Quieto! - ordenó Grace en un susurro feroz, clavando su mirada en el muchacho.
El niño tembló, inmóvil, con medio cuerpo hundido en el pantano.
El silencio era insoportable. Y entonces, apenas a unos metros, un par de ojos amarillos emergieron del agua. Acercandose a él.

El niño seguía atrapado en el barro cuando el agua se abrió con un rugido sordo: un cocodrilo enorme, la piel acorazada como piedra húmeda, emergió de golpe. Su boca se abrió mostrando hileras de dientes amarillos y afilados, apuntando directo a la cabeza del pequeño.
Un destello cruzó las aguas. Rapidamente Mordisquitos se lanzó sin pensarlo, plantando sus manos desnudas en las fauces abiertas del monstruo. Sus músculos se tensaron como cuerdas de acero, sus brazos llenos de su propia sangre goteando, pero resistiendo el cierre brutal de la mandíbula.
  • ¡Vamos, corre, mocosooo! - rugió Macfarlane.
El niño corrió a trompicones a los brazos se su madre, que lo miró enfadada y aliviada al mismo tiempo. El cocodrilo apretaba con una fuerza inhumana y Mordisquitos rugía de dolor. Los demás ya tenían las armas apuntando, gatillos tensos, pero Bishnu los detuvo alzando las manos, los ojos muy abiertos.
  • ¡No, parad! ¡Si disparáis atraeréis a todos los que hay en este maldito pantano!
El silencio volvió a caer, roto solo por el gruñido gutural del reptil y el jadeo de Mordisquitos, que temblaba manteniendo la mordida. Hacía gestos con la cabeza y gruñía. De repente, las mujeres Ngoma empezaron a moverse con una rapidez sobrehumana. Trepaban a los árboles, ligeras como gatos, o se impulsaban hasta las raíces secas que sobresalían del pantano. Los demás imitaron su ejemplo como pudieron. Grace trepó con Yara a su lado, mientras Vihaan ayudaba a Bhagirath a encaramarse a un tronco. Macfarlane, resoplando, se subió con torpeza a un árbol bajo.

Cuando por fin bajó la cabeza, vio a una araña del tamaño de su puño descolgarse lenta, quedando a centímetros de su cara.
  • ¡Por todos los demonios! - masculló - Si no es un cocodrilo, es la abuela de todas las arañas. Esto es un maldito infierno.
Algunos, incluso en medio de la tensión, dejaron escapar una risa nerviosa.
En el instante que Mordisquitos vió que todos habían salido del agua, giró el torso con un movimiento rápido, soltó las fauces y saltó hacia atrás. El cocodrilo cerró la boca con un chasquido atronador que hizo eco en la selva. Aprovechando que volvía a hundirse, el africano se impulsó hasta un tronco firme, tomando metros de la bestia.

El silencio volvió, aún más denso. Todos se miraron sin palabras, jadeando, conscientes de que habían rozado la muerte. Yara, subió más arriba en su árbol, alzó la vista, moviendo las ramas con cuidado.
  • He visto un camino - susurró al cabo de unos instantes - No está lejos, hacia el este.
Grace, más abajo, tomó aire y alzó la voz lo justo para que la oyeran todos.
  • Bien… contemos hasta tres y salgamos de este maldito pantano.
Un segundo de tensión.
  • Uno… dos… ¡tres!
El grupo se lanzó a la carrera, siguiendo la dirección que había marcado Yara. El barro cedió poco a poco bajo sus pies hasta dar paso a un suelo más firme. No era un camino, no como lo entendían los marineros: era simplemente jungla, raíces duras y tierra oscura, menos fangosa, aunque igual de opresiva. Pero al menos podían correr, y eso ya era victoria.

A cada paso, la selva volvía a cerrarse sobre ellos, como recordándoles que aunque hubieran escapado del pantano, el corazón de África no se lo pondría fácil. Avanzaban sin pausa, abriendo paso entre raíces y ramas, cuando un objeto emergió de la maraña: un tótem tallado en madera oscura, cubierto de musgo y marcas rojas desvaídas por la humedad. Tenía formas alargadas, rostros deformes que parecían fundirse con animales: colmillos, garras, ojos vacíos.

Bishnu se detuvo, inclinando la cabeza.
  • Las ancianas dicen que estamos en territorio de los Bakuba, guardianes de los espíritus de la selva.
Grace entrecerró los ojos.
  • ¿Y son peligrosos?
Antes de que él respondiera, Yrsa masculló:
  • Todo ser peligroso, capitana.
Gláfur olfateó el aire, gruñó y, de repente, salió disparado entre la vegetación. Yrsa fue tras él sin dudarlo. Bhagirath tampoco se quedó atrás.
  • ¡Yrsa! ¡Bhagirath! - gritó Grace, alzando la voz - ¡Acelerad el paso, que nadie se queda atrás! Vamos!
El grupo rompió a correr, los pasos golpeando el suelo firme. Entre jadeos y hojas quebrándose, pero de repente un gesto de Grace lo cambió todo: delante, Yrsa, Gláfur y Bhagirath estaban ocultos, agazapados, mirando entre la espesura. La capitana alzó la mano y todos se agacharon, avanzando en silencio.

Lo que vieron les robó el aliento.

En un claro, la selva se abría como un santuario natural. Allí, entre troncos gigantes y lianas, una comunidad de gorilas descansaba en armonía. Decenas de ellos: hembras con crías colgando de su pecho, jóvenes trepando y jugando, ancianos que vigilaban con mirada profunda. Y en el centro, imponente, uno que destacaba sobre el resto. Era el más grande de todos, el pelaje de su espalda brillaba con reflejos de luna aunque no hubiera luna, un destello que parecía más espiritual que físico.

De repente uno de los simios hizo algo que pareció no gustarle y el dominante golpeó su pecho unas cuantas veces. El eco retumbó en la selva como un tambor sagrado.

Bishnu, con voz baja, traducía lo que las ancianas murmuraban detrás de él, casi como un rezo.
  • Los Bakuba creen que los gorilas son hijos de la tierra, como nosotros… que cuando el bosque respira, ellos son su voz. Que el espalda plateada es un rey sin trono, pero con más poder que cualquier rey de las tribus.
Mientras hablaba, una hembra acariciaba con ternura el rostro de su cría, y dos jóvenes se golpeaban juguetones, imitando al dominante. Como si aprendieran jugando.
  • Cuentan que si un espalda plateada te mira a los ojos y no ve miedo… te reconoce como parte del bosque.
  • Shhhh! Callar - susurró Yrsa.
Pero era demasiado tarde. El dominante alzó la cabeza y su mirada, profunda y oscura, se clavó en ellos. Un silencio reverente los envolvió. Nadie se movió. Nadie respiró. La selva misma parecía esperar.

El espalda plateada avanzó corriendo hacía ellos con pasos firmes, cada golpe de sus pies resonando en la selva como un tambor ancestral, mientras con sonidos avisaba a los demás para que esruvieran alerta. Macfarlane, con la adrenalina al máximo, sacó sus cuchillos, las hojas brillando entre las sombras. Mordisquitos reaccionó de inmediato, agarrándole las muñecas y bajándole los brazos con fuerza.

Todos se tensaron, conteniendo la respiración. La comunidad de gorilas se detuvo al borde del claro al otro extremo, observándolos con ojos inteligentes y cautelosos. El silencio era absoluto, roto solo por el crujir de hojas y ramas bajo los pies del dominante.
  • Bajad la cabeza - susurró Yara - Nada de movimientos bruscos, miradas al suelo. Mostrad sumisión.
Macfarlane bufó, incrédulo.
  • ¿Sumisión… a un mono? ¡En mi vida he mostrado sumisión a un hombre! ¡Voy a…!
Pero Mordisquitos, con firmeza, le obligó a inclinar la cabeza, su propio cuerpo tenso, los ojos nunca desviados del gorila.
El macho dominante se acercó más, dejando de correr. Los empezó a olisquear, pasando muy cerca de ellos. Yrsa acariciaba el pelaje de Gláfur para que sacara su instinto natural, calmandolo y susurrandole palabras en su lengua. Cada respiración que exhalaba llenaba el aire con olor a tierra húmeda y fuerza bruta. Todos podían sentir la potencia contenida en sus músculos, la autoridad en cada movimiento. El miedo mezclado con respeto se apoderó del grupo; el corazón de cada uno latía con fuerza.
Entonces, Grace se fijó en el resto de la comunidad. No eran cazadores, no eran carnívoros. Entre ellos, varias hembras y jóvenes mordisqueaban hierba y frutos con calma, mientras el dominante inspeccionaba a los recién llegados. La tensión no desaparecía, pero comprendió algo esencial: estaban en su territorio, sí, pero no buscaban pelea. Su fuerza era pura autoridad, no agresión.
El espalda plateada dio un paso más y se detuvo al lado a Vihaan. Su mirada, intensa y profunda, lo evaluaba. Un silencio reverente cayó sobre el grupo. Vihaan sintió que su cuerpo vibraba: nervios y respeto a partes iguales. Todo su ser se erizó; la adrenalina se mezclaba con asombro y algo casi inexplicable: conexión.

El gorila se sentó a su lado, inmenso, y bajó la cabeza hasta quedar apenas a centímetros de Vihaan. Respiró lentamente, sus ojos fijos en los del joven, que no le devolvían la mirada. La sensación fue abrumadora: respeto mutuo, reconocimiento silencioso. Como si el animal supiera que no eran enemigos, sino intrusos humildes en un mundo que no les pertenecía.

Grace, conteniendo el aliento, observó la escena. Cada respiración del gorila, cada parpadeo, parecía un lenguaje antiguo que ella empezaba a entender. No había miedo, solo reverencia, y la certeza de que aquello que llamamos poder no siempre se impone con violencia; a veces se otorga con paciencia y presencia.

El silencio se rompió solo cuando el gorila volvió a incorporarse lentamente y miró al grupo de arriba abajo, asegurándose de que su territorio sería respetado, antes de retirarse hacia el corazón del claro, mientras las hembras y crías volvían a su pasto, confiadas y tranquilas.
Grace bajó la cabeza, respirando hondo. Vihaan se quedó inmóvil, todavía sintiendo el peso de aquella mirada sobre él, mezclando miedo, respeto y la maravilla de haber compartido un instante mágico con un ser que reinaba en la selva sin necesidad de matar.
  • Otra historia que contar, ¿eh? - susurró Grace, con la cabeza aún gacha y esbozando una sonrisa.
  • Sí - tembló Vihaan - pero omitid el final, ¿de acuerdo?
El astrónomo se señaló la entrepierna: se había meado.
  • Chiquitín, llorar - bromeó Yrsa, burlona.
Todos se taparon la boca para contener las risas, conscientes de que los dueños de aquel bosque seguían vigilando. Bhagirath llegó a ellos arrodillado, sudando y jadeante.
  • ¿Hacia dónde, capitana?
Grace sacó la brújula de su zurrón y señaló con el dedo.
  • Bien, seguidme. Rodearemos el claro, he visto un camino - dijo Bhagirath - Será mejor no molestar más con nuestra presencia.
Todos se pusieron medio erguidos y avanzaron con cuidado. Grace y Yrsa se quedaron las últimas, protegiendo la retaguardia. Al pasar, las mujeres africanas, las dos se fijaron que cargaban a sus hijos como los propios simios, sujetándolos con destreza y ternura. La capitana entendió, con un rápido vistazo, que todo lo que aquellas mujeres habían aprendido brotaba de la misma naturaleza. Una maestra ancestral.

Antes de seguir, Yrsa y Gláfur se detuvieron un instante, observando a los gorilas en el claro.
  • Nú er eigi tími til að leika, vinur. Fara, við verðum að fara! - dijo Yrsa en su lengua, su voz firme pero baja.
El oso miró a los gorilas una última vez y, sin dudarlo, siguió a su compañera.
Con eso, la expedición volvió a moverse, silenciosa y cauta, internándose nuevamente en la espesura, dejando atrás el claro y al rey plateado, conscientes de haber presenciado algo que pocos mortales podrían contar jamás.

La noche cayó de golpe, como un telón espeso que devoraba la última brizna de luz. La jungla ya no era la misma; todo cambió con la oscuridad. El murmullo de las aves diurnas se apagó, reemplazado por chillidos agudos, aullidos lejanos y un sinfín de zumbidos que parecían vibrar dentro del cráneo. El aire olía más fuerte, a humedad, a tierra y a sangre seca en algún rincón invisible.

Avanzaban lentos, muy lentos, como si todos hubieran aprendido a moverse como Akuma: en silencio, en las sombras, apenas dejando huella. Nadie hablaba. Nadie osaba romper aquel pacto no escrito. Solo los ojos brillaban en la penumbra, volviéndose a cada instante, comprobando que nadie se hubiera separado del grupo.

Cada crujido bajo los pies los detenía al unísono. Cada rama quebrada en la distancia los hacía tensar sus armas sin alzarlas. A veces veían el reflejo fugaz de un par de ojos en la maleza, o el revoloteo de un ave nocturna que graznaba con un chillido que parecía una carcajada. No podían permitirse pelear; sabían que cualquier lucha en esa oscuridad sería su final.

Los niños dormían en las espaldas de sus madres, cabeceando al compás del paso lento, con los bracitos colgando. Las mujeres Ngoma los sostenían con una fuerza serena, como si su instinto ancestral hubiera nacido para sobrevivir a noches como aquella.

El cansancio pesaba en cada mirada, en cada hombro encorvado. Debían detenerse. Pero ¿dónde? No había claro seguro, no había tierra que no pareciera acecharlos. Entonces Bishnu levantó la mano. Nadie preguntó. Con gestos, señaló hacia arriba. Todos alzaron la vista.

Un árbol gigantesco se erguía sobre los demás, su tronco ancho y sus ramas extendidas como brazos protectores. Nadie dudó. En completo silencio comenzaron a trepar, ayudándose unos a otros, buscando la altura, alejándose al menos de parte de los depredadores de la selva.
El esfuerzo fue brutal. Se dejaron caer cuerdas, las manos ásperas y los músculos tensos. Mordisquitos levantó a los más pequeños, Yrsa empujó a Vihaan cuando este resbaló, y Macfarlane maldijo entre dientes cuando casi se le escapaba una de sus mujeres del cinto en mitad de la subida. Pero uno a uno, todos fueron alcanzando las ramas más altas.

Allí, suspendidos en lo alto, como un nido humano improvisado, el grupo por fin respiró. La selva seguía viva bajo ellos, rugiendo, zumbando, aullando. Pero en las ramas, aunque no era seguro del todo, nada lo era en aquel infierno, podían cerrar los ojos un instante.
Y por primera vez en mucho tiempo, lo hicieron.

Aunque nadie la hubiera visto. Una sombra los vigilaba desde la distancia. El depredador más cruel que ningún hombre haya visto o haya sido capaz de imaginar jamás. Por suerte para ellos, Akuma había decidio luchar de su lado.

Continuará…
 
No me ha gustado nada Yrsa en este capítulo. Muy poco respetuosa con Vihaan, que por cierto, tampoco entiendo que hiciera lo que hizo cuando le aguanto bien el tipo al simio, pero bueno.
 
No me ha gustado nada Yrsa en este capítulo. Muy poco respetuosa con Vihaan, que por cierto, tampoco entiendo que hiciera lo que hizo cuando le aguanto bien el tipo al simio, pero bueno.
Yrsa es salvaje! En la guerra, en la cama y en las bromas jajajajaja
El chiquitin de Vihaan jajaja
Tambien te digo, a mi me pones un espalda plateada al lado y minimo me cago encima jajaja
 
Capítulo 39 - Bosengele, el equilibrio: El mar, la llama, el viento y la tierra

Vihaan había dormido poco y mal, como todos los demás. Cada ruido lo hacía despertar de golpe, con el corazón en la garganta. Sus ojos se posaban en la oscuridad, de dónde provenía el ruido, pero allí no había nada. Entre cabezadas y sustos, la noche se le había hecho eterna. Y cuando por fin el sueño lo atrapaba, las pesadillas lo devolvían a la selva, rodeado de sombras y monstruos que lo acechaban en cada rincón.

En uno de esos sobresaltos abrió los ojos. Ya era de día. La luz se filtraba entre las hojas del árbol, pero no trajo consuelo. Se asustó al ver los ojos de una de las ancianas Ngoma enfrente que se inclinó hacia él y susurró en un murmullo apenas audible.
  • Kobonga te - dijo haciendo gestos suaves que pedían calma.
Vihaan frunció el ceño, confundido, hasta que notó un cosquilleo en la pierna y bajó la mirada. Entonces se estremeció. Un insecto enorme, negro y anaranjado, reptaba lentamente por su torso. Sus patas múltiples se movían en oleadas, como si lo acariciaran con alfileres. Subía desde su cintura hasta el pecho, rozándole la piel, buscando el calor de su cuerpo.

El indio tragó saliva, aterrado, intentando apartarla, pero la mano firme de Bishnu le sujetó el brazo en el acto.
  • No se mueva, joven - murmuró sin dejar de observar al insecto.
La anciana africana, con una calma imposible, empezó a mover sus manos alrededor del cuerpo de Vihaan. No tocaba a aquel monstruo, sino que iba interponiendo pequeños gestos con las manos, una especie de barrera de carne que la obligaba a cambiar de rumbo. Paciente, la guió hacia el tronco del árbol. Allí, el monstruo se detuvo, palpó la corteza con sus antenas y desapareció entre las grietas de la madera.

La mujer pronunció unas palabras en su lengua y sonrió con una boca casi desdentada.
Bishnu tradujo, aunque lo hizo con un brillo travieso en los ojos.
  • Dice que su alma todavía no estaba lista para morir, joven. Esa criatura, el kankokoto, si le llega a morder… su veneno hubiera quemado su sangre, se le hubiera arrancado la voz y le hubiera hecho sufrir hasta que sus huesos crujieran. Dice que nadie ha sobrevivido jamás a su mordedura.
Vihaan se puso blanco de golpe.
  • ¿Qué dios sería capaz de crear algo tan horrible? - murmuró, temblando.
Bishnu transmitió la pregunta a la anciana, que respondió con otro torrente de palabras suaves.
El sabio lo tradujo en voz baja, casi como si fuera una lección de vida.
  • Dice que nada existe sin propósito. Que el kankokoto es un guardián de la selva, que limpia la podredumbre y mantiene alejados a los espíritus que se alimentan de la muerte. Que incluso lo más terrible tiene su función en este mundo.
Vihaan la miró con incredulidad, luego bajó la vista hacia el tronco donde el insecto se había escondido. El sudor frío le corría por la frente.
  • Bosengele - dijo la anciana.
  • Equilibrio - sonrió el anciano
  • ¿Equilibrio? Qué se lo pregunten a mi corazón! - susurró sujetando con las dos manos su pecho y notando sus pulsaciones desatadas como el torrente de un río desbocado.
La anciana rió con la misma tranquilidad con que había desviado a la bestia, y le acarició la mejilla como si todavía fuera un niño que le queda mucho por aprender.

El sol se levantó, la selva cambió, y el ciclo de la vida no se detuvo ni un segundo. El grupo volvió a ponerse en marcha, siguiendo el pulso firme del Vorial Shardeth, la brújula de los dioses. Grace no dudaba de su dirección: avanzaba recta, segura, como si una fuerza invisible los guiara a todos por la maraña infinita de la selva.

Al principio, el terreno parecía el mismo de siempre: lianas colgando de los árboles, raíces traicioneras bajo los pies y la humedad pegajosa que empapaba la piel. Pero poco a poco, casi sin darse cuenta, la jungla comenzó a transformarse. El río se alejaba, y con él el canto de las ranas y el rumor de los insectos acuáticos. Ahora, los sonidos eran otros: los crujidos de ramas en lo alto, alas poderosas batiendo entre los claros de luz, rugidos lejanos que parecían retumbar en el suelo.

La vegetación cambió también. Árboles más gruesos, algunos tan altos que sus copas desaparecían en la bruma, y enredaderas que parecían columnas vivientes sosteniendo aquel mundo. Entre las sombras, surgían de repente manadas de antílopes fugaces, que cruzaban como espectros, y monos de mirada oscura observaban desde lo alto, atentos a cada paso de los intrusos.

Fue en ese avance, casi ritual, cuando Bishnu levantó una mano para detenerlos. Dos ancianas contemplaban el tronco de un árbol con curiosidad.
  • Mirad, capitana… - susurró señalando con la barbilla, el bastón firme en su mano.
En la base de un tronco, una pequeña colonia de hormigas trabajaba sin descanso, arrastrando hojas tres veces más grandes que ellas. Una fila perfecta, ordenada, subiendo y bajando como un río viviente. Cada una con su tarea, ninguna desviándose. Grace frunció el ceño, pero las ancianas Ngoma sonrieron. Una señaló el suelo. Habían pisadas de algún animal mucho más grande que con sus pasos había resquebrajado la raíz de unas plantas. Allí estaba la primera lección.

Más adelante, vieron un ave rapaz lanzarse en picado para atrapar un pez en un rió cercano, mientras un cocodrilo emergía a destiempo y el ave escapaba con su presa. El grupo quedó en silencio: cazador y presa, cada uno cumpliendo su parte en el ciclo.
Cuando cayeron sobre un claro, se toparon con la visión más sobrecogedora hasta entonces: un elefante solitario. Avanzaba lento, solemne, apartando troncos como si fueran briznas de hierba. A su paso, el bosque se transformaba: semillas que llevaba en su piel caían al suelo, y en ese gesto inconsciente, aseguraba que la jungla volviera a nacer.
  • !Mirad! - susurró Yara de repente, señalando el cielo.
Y entonces, al alzar la vista, la vieron.
La montaña.

Se erguía a lo lejos como un coloso en mitad de la selva, sus laderas cubiertas de un verde tan intenso que parecía imposible. La cima se perdía entre nubes espesas, como si los dioses mismos la protegieran de miradas mortales. Cascadas descendían por sus faldas, dibujando ríos de plata que se perdían en la espesura. No era una montaña cualquiera: tenía la forma de un altar, una mole que imponía respeto y reverencia.

Grace miró la brújula y sintió un escalofrío. No era miedo, ni siquiera admiración. Era la certeza de que aquella montaña era corazón y espíritu de la tierra que pisaban. Un lugar donde la vida y la muerte se encontraban, donde cada criatura, desde la hormiga hasta el elefante, desde la hoja hasta el depredador, formaban parte de un todo indivisible.

Bishnu, alzando la voz con suavidad, murmuró otra vez aquella palabra.
  • Bosengele…
  • Equilibrio - murmuró Vihaan.
El silencio se hizo absoluto. Todos lo entendieron. La brújula no señalaba un lugar cualquiera: los guiaba hacia el centro mismo de aquel mundo. Su destino. Siguieron andando sin descanso. Y a cada animal que encontraban, las Ngoma les hacían comprender el significado del equilibrio.

En medio del camino, encontraron un coloso del bosque derrumbado. Su tronco gigantesco bloqueaba el paso, pero lo sorprendente no era su muerte, sino lo que brotaba de ella: hongos de vivos colores, insectos que recorrían la corteza podrida, pequeños brotes verdes que ya empezaban a crecer desde su madera muerta.

Bishnu, traduciendo las palabras de una anciana, explicó que la muerte de uno alimenta la vida de cientos y que incluso la caída de un gigante es necesaria para que otros encuentren su lugar.

En un claro, cuando el día empezaba a ceder al atardecer, escucharon el rugido bajo y aterrador de un jaguar. Se frenaron en seco. Vieron a lo lejos al depredador acechando a un grupo de monos, tensando todo el aire alrededor. Pero entonces, justo cuando se preparaba para saltar, una bandada de murciélagos que salía de caza nocturna lo sorprendió, oscureciendo el cielo con sus alas. Los monos aprovecharon la confusión del felino para escapar, y el jaguar, frustrado, se retiró hacia la espesura.

Un niño preguntó a su abuela si aquello significaba que los murciélagos salvaron a los monos.

Bishnu traduciendo con calma, dijo que nadie salva a nadie, pues cada quien sigue su naturaleza. Pero al hacerlo, el equilibrio se mantiene. Nadie lo domina, nadie lo dirige. Tan solo existe y se mantiene, sin leyes.

A medida que el sol descendía, la selva se abría ante ellos y, por primera vez, tuvieron una visión clara del horizonte: la montaña se mostró imponente como un espejismo, en todo su esplendor. No era solo piedra y altura; era un coloso cubierto de un manto verde, como si la jungla misma trepase hasta su cima para coronarla. Nubes densas rodeaban su cúspide, ocultando lo que hubiera más allá, y de cuando en cuando un relámpago iluminaba sus flancos, aunque no se escuchaba trueno alguno. Tenía la apariencia de algo vivo, un corazón palpitante en el centro de África.

Y a sus píes, algo se movía.
Grace alzó la mano para que todos se detuvieran. Entre las copas de los árboles y la hierba alta, figuras humanas aparecían. Bajos, fibrosos, con la piel cubierta de pinturas blancas y rojas. Llevaban faldas de fibras vegetales, collares de huesos pequeños y algunos cubrían sus rostros con máscaras talladas con formas de animales. Sus cuerpos estaban adornados con cicatrices rituales que brillaban con la luz mortecina como mapas grabados en la piel.

Yrsa empezó a llorar al contemplar aquella escena, sin saber por qué. El sol teñía el firmamento de colores imposibles y hermosos. La tierra parecía una extensión infinita que no tenía fin. El verde de los árboles, los animales pastando a lo lejos, con una calma que le atravesó su corazón de hielo.
  • Lo sé amiga, te entiendo… es lo más hermoso que he visto en mi vida - sonrió Yara acariciando la espalda de la giganta.
Las mujeres Ngoma, en cambio, sujetaron sus hijos contra ellas. Susurraban una sola palabra con miradas asustadas:
  • Bakuba, Bakuba…
El grupo entero se quedó inmóvil, conteniendo la respiración.

Los Bakuba trabajaban como si fueran parte misma del bosque. Unos recogían raíces, otros molían semillas sobre piedras planas, y varios niños perseguían con lanzas pequeñas a un grupo de monos que chillaban y saltaban entre los troncos. Las mujeres cantaban al ritmo que golpeaban instrumentos huecos que resonaban con un ritmo lento, profundo, como si estuvieran llamando a la propia tierra. Su lengua era gutural, llena de chasquidos y melodía, difícil de distinguir del murmullo de la selva.

Vihaan, escondido junto a Grace, observaba en silencio. Había miedo en su pecho, sí, pero más aún un estremecimiento de comprensión. Aquella tribu no estaba contra la naturaleza, no luchaba por dominarla; era parte de ella, tan natural como el elefante, el jaguar, la escolopendra, la hormiga o el tronco muerto. Un engranaje más en el gran ciclo sin fin que los rodeaba.

Se inclinó hacia Grace y susurró:
  • Ahora lo comprendo… No necesitan nada más pues jamás se alejan de la madre. Viven en equilibrio con el todo. En cambio nosotros… nosotros vivimos en un mundo de humo, de piedras que no sienten y de relojes que nos dictan hasta cuándo respirar. Nuestro mundo es mentira.
Grace no apartó los ojos de los Bakuba. Sus labios se movieron apenas:
  • Si… pero su vida es más dura. Menos segura. La muerte camina junto a ellos cada día.
  • Pero es más real, Grace - replicó Vihaan con un nudo en la garganta - Nosotros nos escondemos de la muerte, y al hacerlo también nos alejamos de la vida.
Grace inspiró hondo, dejando que el aire espeso de la selva llenara sus pulmones.
  • Quizás tengas razón, Vi. Quizás esta tierra nos recuerda lo que olvidamos… que la vida duele, pero también respira.
  • Aquí no hay disfraces. Solo verdad. - sonrió Bhagirath.
El silencio los envolvió. La montaña los observaba desde lo alto, y abajo, los Bakuba seguían con sus cantos y trabajos, como si fueran el pulso mismo del corazón de África. La capitana observaba atenta a la tribu, luego miró su brújula de nuevo. El camino estaba marcado, fijo enfrente a ellos.

Pero al levantar la vista de nuevo, algo le cortó la respiración de repente.
  • No… no puede ser…
  • ¡Grace! ¿Qué demonios haces? - susurró Vihaan, alterado.
  • ¡Capitana, maldita sea! ¡Nos van a descubrir! - gruñó Macfarlane.
Yara, entre insultos ahogados, intentó tirar de su ropa empapada, pero nada consiguió moverla.
Grace estaba de pie, erguida sobre la maleza, completamente visible, con los ojos clavados en la tribu. Su respiración era honda, salvaje, como si algo la hubiera poseído.

De pronto, sin sentido alguno, salió corriendo campo abierto. Yrsa se lanzó sobre ella intentando detenerla, pero ni sus enormes brazos pudieron retenerla. La capitana escapó de su agarre y siguió corriendo, cada zancada más veloz, más furiosa.

Una mujer de la tribu, al verla, empezó a gritar. Las otras retrocedieron asustadas.
  • ¡Rápido! Hay que hacer algo… - dijo Bishnu, sobresaltado.
Las lanzas surcaron el aire, amenazando con atravesarla, pero Grace no se detuvo. Corría como si su vida dependiera de ello, sus pies no tocaban el suelo. Vihaan fue el primero en reaccionar. Con la Flor de Lis alzada, salió tras ella. Los demás lo siguieron, levantando sus armas y lanzando gritos de guerra.

Pero a mitad de camino, todos se quedaron paralizados. Frenando en seco.
De la aldea emergió un hombre que no debía estar ahí. Era blanco, alto, de rostro curtido, con una pata de palo que golpeaba la tierra como un tambor. Una nube de humo envolvía su cara mientras mordía la boquilla de una pipa. Y tras el humo… una sonrisa imposible, una herida luminosa en medio de aquel lugar.
  • ¡Perro! - rugió Macfarlane, con una carcajada desquiciada, saliendo disparado hacia él, cuchillos en mano.
El pirata empezó a reír con la misma locura al ver al escocés, y su carcajada resonó como un eco de viejos tiempos. Y entonces, a su lado, apareció otra figura. Diego de la Vega. Su cabello oscuro, su bigote impecable, su mirada felina. Y esa sonrisa… amplia, peligrosa, imposible de confundir.

Grace apretó el paso, la carrera salvaje de un guepardo. Su corazón a punto de explotar, la furia de un pulso convertido en pisadas de elefantes. Sus ojos un río desatado a punto de desbordarse, y sus pisadas dejaron de ser las de una mujer.

Otras lanzas volaron, pero ninguna la alcanzó. Como si algo invisible hubiera decidido que no debiera suceder así. Entonces los Bakuba dejaron de lanzar. Los gritos cesaron. El desconcierto se apoderó de ellos: lo que veían no eran enemigos, era algo que escapaba a sus ojos y a su entendimiento. Generaciones enteras sin ver al hombre blanco y en menos de una semana su aldea se había llenado de ellos.

La jungla, la montaña, la misma tierra… todo pareció detenerse.
Pero Grace no dejó de correr.

A medida que se acercaba, la capitana sintió que el mundo la reducía. Su pecho se oprimió, sus pasos se volvieron torpes, y de pronto notó que estaba descalza. La selva bajo sus pies ya no era selva, era adoquín mojado. Sus manos, pequeñas. Su voz, quebrada. Era de nuevo aquella niña perdida en las calles de Bristol, sin nada más que hambre, miedo y el anhelo de un abrazo que nunca llegaba.

Vio como Diego clavaba una rodilla en el suelo y extendía los brazos, en el muelle. La esperaba con una sonrisa luminosa, ese refugio que durante años había soñado en silencio. Cada zancada la hacía más pequeña, más vulnerable, hasta que ya no fue capitana, ni pirata, ni líder. Fue solo una niña corriendo hacia su padre.

Gritó al alcanzarlo. Lo embistió con la fuerza de un rinoceronte furioso, lo atrapó como un oso a su presa. Ambos cayeron al suelo. Ella sollozaba, desgarrada, las lágrimas manchando la tierra rojiza. Diego reía, pero su risa era temblorosa, quebrada, mientras la apretaba con desesperación contra su pecho.

Macfarlane llegó tras ella. El escocés se fundió en un abrazo brutal con el Perro, sus carcajadas retumbando como órdenes militares, sus palmadas tan fuertes que parecían puñetazos amistosos. Vihaan y los demás guardaron sus armas, avanzando con cautela hasta aquella escena. Nadie quería interrumpirla, nadie quería romper ese instante.

La capitana no podía hablar. No podía dejar de llorar, ni de aferrarse a Diego con la fuerza de toda una vida de ausencias. Diego hundió su rostro en los cabellos de ella, respirando hondo, como si quisiera retener para siempre aquel olor, aquella presencia. Besó su frente con ternura, una y otra vez, como un padre que vuelve a abrazar a su hija después de años de guerra.

Y por un instante, su eterna sonrisa se quebró. Los ojos del hombre se llenaron de lágrimas.
La tribu Bakuba los observaban con recelo. Las lanzas ya no apuntaban contra ellos, pero nadie se atrevía a bajarlas del todo. Las mujeres, en cambio, se mostraban más relajadas; algunas incluso sonrieron con ternura. Un reencuentro era un reencuentro, ya fuese en aquella selva olvidada o en cualquier rincón del mundo.
  • Señorita Yara - sonrió el Perro, inclinando la cabeza - Me alegro de volver a verla.
Yara tendió la mano con una sonrisa sincera y estrechó la del contrabandista con fuerza. Mordisquitos se adelantó, mostrando sus dientes metálicos en una sonrisa feroz. El capitán lo abrazó con la misma fuerza que al escocés.
  • ¡Válgame Dios! - exclamó el Perro al ver a Bhagirath y a Vihaan - No daba ni dos malditos chelines por volver a verlos, caballeros… ¡y menos vivos!
Su mirada se desvió entonces hacia Yrsa y el oso que la acompañaba. Parpadeó, sorprendido, antes de soltar una carcajada ronca.
  • Ya entiendo el motivo de su supervivencia. Veo que la capitana O’Malley ha encontrado guerreros de los que valen más que el oro.
El humo de su pipa se mezcló con sus carcajadas, llenando el aire de un calor casi familiar. Mientras los viejos compañeros se reencontraban y los nuevos se presentaban, las mujeres Ngoma permanecieron algo apartadas, observando con cautela. No tardó en acercarse un grupo de mujeres Bakuba. No hubo palabras pues no hablaban el mismo lenguaje, solo miradas, y luego sonrisas. Podían haber sido enemigas en otro tiempo, podían no entenderse con palabras, pero una madre reconoce a otra madre al instante, y los hijos son un puente más fuerte que cualquier disputa.

De pronto, Grace levantó la cabeza. Su rostro desencajado, los ojos enrojecidos, la mandíbula apretada. Diego la observaba con esa sonrisa infinita que se quebraba a cada segundo. Entonces ella lo golpeó en el pecho, una y otra vez, con una furia inmensa.
  • ¡¿Por qué?! - gritó con la voz rota - ¿Por qué te fuiste?
Diego reía y lloraba al mismo tiempo, fingiendo retorcerse de dolor con cada golpe, hasta que su propia carcajada se quebró en un sollozo.
Grace lo miró, temblando, y al instante la rabia se deshizo. Volvió a hundirse en su pecho, llorando con la desesperación de quien lleva demasiado tiempo cargando con una ausencia.
  • Tengo tantas preguntas… ¡tengo que…! - se detuvo en seco, los labios temblorosos - Te he echado tanto de menos…
Sus palabras se apagaron, reemplazadas por un llanto nuevo, más profundo, mientras él la estrechaba con la ternura de un padre que vuelve a abrazar a su hija. Bishnu observaba la escena desde la distancia, apoyado en su bastón. Sonreía como siempre, con esa expresión ambigua que más que respuestas parecía traer nuevas preguntas.

Los Bakuba no dejaron de observarlos con recelo, pero tampoco interrumpieron su rutina. Algunos hombres regresaron a sus faenas de caza, otros vigilaron en silencio desde la distancia. Las mujeres, en cambio, avanzaron con pasos firmes, extendiendo las manos en señal de invitación. Con gestos sencillos, invitaron a los viajeros a seguirlas hacia la aldea. El Perro miró a Grace y Diego. Sus ojos reflejaban algo más que alegría: era la certeza de que entre ellos quedaban aún demasiadas cuentas pendientes, demasiadas palabras retenidas en los años. Con un gesto de la mano, breve pero firme, les indicó al resto que lo siguieran.

El grupo atravesó el claro y pronto llegaron al corazón del poblado. Allí, entre chozas circulares de barro y techo de palma, el bullicio estalló de nuevo: Macfarlane y Mordisquitos fueron recibidos por viejos conocidos, piratas errantes que en otro tiempo habían compartido hogueras y saqueos en la isla del Perro. Los cachorros corrieron entre risas y abrazos hacia las víboras, y las presentaciones se sucedieron con estrépito de voces y palmadas en la espalda.

El frenesí del reencuentro fue menguando poco a poco. Los gritos se transformaron en conversaciones, las carcajadas en relatos, y pronto cada rincón se llenó de preguntas y respuestas, como si el tiempo perdido pudiera recuperarse en unas pocas frases.

No muy lejos de la tripulación, Grace se había sentado sobre el suelo de tierra rojiza. Con las manos aún temblorosas, se secaba las lágrimas que no terminaban de irse. Diego, frente a ella, la observaba en silencio. Una sonrisa serena iluminaba su rostro mientras apartaba con ternura un mechón rebelde de su frente, como quien acaricia un recuerdo. Aquel gesto bastaba para recordarle a la niña que una vez le había robado el corazón.

En ese instante, Bishnu se acercó despacio, apoyado en su bastón. Llevaba bastante tiempo observando al español en silencio. Se inclinó levemente y, con voz grave y cadenciosa, pronunció en una lengua antigua.
  • Poson chronon, Herákleitos.
Diego se levantó lentamente. La boca entreabierta, los ojos fijos en un punto que Grace aún no alcanzaba a comprender. Desde el suelo, ella lo miraba, paralizada por la confusión, hasta que sus ojos encontraron a Bishnu. Los dos permanecieron quietos, mirándose fijamente sin pestañear.
  • ¿Elektra? - susurró Diego, apenas audible.
Bishnu asintió con una sonrisa apagada. Pero sus ojos, llenos de melancolía, comenzaron a humedecerse. Diego tembló, negando con la cabeza, incapaz de procesar lo que veía. Se acercó lentamente, cada paso pesado de emoción contenida, y quedó frente a Bishnu, clavando su mirada en la de él.
  • ¿Alétheia eis ge? - preguntó de forma entrecortada.
Bishnu dejó caer su bastón y, con cuidado, acarició las mejillas de Diego con ambas manos. Un estremecimiento recorrió al pirata. En esos ojos distintos, en esa mirada tan diferente, reconoció la certeza de lo que su corazón ya sabía.
  • Elektra - masculló de nuevo, rompiendo a llorar.
Grace dio un salto en la arena, incapaz de creer lo que veía. La incredulidad pintaba su rostro, reflejando una escena que jamás hubiera esperado. Diego y Bishnu se unieron en un beso. No era fraternal ni familiar; era un beso de amor, profundo y urgente.
  • ¡Pero qué demonios hacéis! - gritó Grace, entre la risa y las lágrimas, sin saber si debía interferir o dejarse llevar por la conmoción.
Pero ellos no se detuvieron. Continuaron besándose con pasión, abrazándose con la fuerza de quienes se habían encontrado después de un tiempo imposible, con la urgencia de amantes que no se dejarían escapar de nuevo. Grace los miraba asqueada, haciendo ruidos y gestos de desaprobación, aunque en el fondo se sentía más niña que mujer, profundamente conmovida.
  • ¿Podéis parar? - dijo, levantándose de golpe y separándolos - ¡Y decidme ya, qué demonios está pasando!
Los dos amantes separaron sus labios y rompieron la mirada en una sonrisa sincera, mientras fijaban sus ojos en la capitana.
  • ¡Hablemos, Grace! - sonrió Diego - Desde aquí soy capaz de escuchar tu cabeza dar vueltas.
Sin más, la agarró de la muñeca y los tres se sentaron sobre el suelo. El atardecer cedía lentamente a la noche. Había llegado el momento de responder todas las dudas. Grace sintió su corazón acelerarse: por fin, el rompecabezas iba a completarse. Por fin descubriría toda la verdad. En la oscuridad, los ojos de Akuma miraban atentamente, sin ser consciente aún de lo que estaba a punto de presenciar.
  • Bien… pregunta pequeña - sonrió Diego cariñosamente.
  • ¿A qué ha venido ese beso?
Anciano y pirata estallaron en risas. Como si estuvieran compenetrados. La misma mirada amorosa en sus ojos.
  • ¿De verdad? ¿Esa es tu primera pregunta? - preguntó divertido Diego, conteniendo la risa.
Grace lo observaba feliz, con esos ojos de niña aún presentes. Y asintió divertida.
  • Digamos que Elektra… - Diego sonrió al ver la sonrisa del anciano arrugado que en otra vida había sido una mujer hermosa - Digamos que Bishnu y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo, Grace. Nosotros no somos… No se muy bien como explicarte esto…
  • Espera… - lo interrumpió Bishnu.
Los dos se quedaron mirando a Grace. Una sonrisa burlona apareció en los labios de la capitana. Diego, aunque sin entender como, supo que era consciente. Y así era. Después de la revelación del dios, ya no existían apenas preguntas, pues lo había entendido.
  • Ho pheron ton kakotheiōn edōken hēmin to dōron - sonrió Bishnu.
Diego se movió hacia atrás, sorprendido.
  • ¿Kataferate hymas apokalypsai tēn alētheian, pōs? - preguntó.
  • ¿Podéis dejar de hablar ese maldito idioma? - dijo Grace molesta.
Los dos volvieron a reír. Bishnu respondió esta vez de forma que ella comprendiera.
  • Fue ella, Heráklitos. Grace desafió al Dios y él le otorgó el don, a todos.
  • ¿Hablas en serio, Elektra? - Diego miró a Grace, entre sorprendido y apenado.
  • ¿Por qué me miras así? - preguntó ella.
Cortés se acercó y le sujetó la mano entre la suya, acariciándola con cuidado.
  • Entender supone una liberación y una condena al mismo tiempo, pequeña. Quizás aún sea pronto para que lo entiendas, pero llegará un momento en que no pasará ni un solo día que no te arrepientas de haber recibido el don.
Grace no supo que contestar.
  • Saber es el don, la eternidad su condena - aclaró Bishnu.
  • ¿Eternidad? Yo pensaba que fue Kāmara quien os condenó a ella.
  • No. - respondió Diego - Se que tienes muchas preguntas por hacer Grace. Aunque sepas tu verdad, debes…
  • ¿Estáis diciendo que yo…? - su pregunta se entrecortó - No… no, no puede ser.
  • Me temo que así es… - sonrió Bishnu - Bienvenida al calvario eterno, capitana.
  • Pero… ¿todos?
  • Si te refieres a la tripulación… - dijo el anciano - me temo que sí capitana.
Grace empezó a respirar aceleradamente, empezando a marearse. Vivir eternamente era una condena. Ahora tenía sentido porqué las Amazonas llamaba al dios el Portador de Calamidades.
  • Grace, espera… - dijo Diego, aserrándola más fuerte - Respira… Aún debes entender la verdad de los demás. - sus ojos se posaron en los de Bishnu y los dos asintieron en silencio - pero debemos empezar por el principio.
  • ¿Te acuerdas que te dije que guardaras para ti lo que el Dios te mostró? - Bishnu sonrió cuando Grace asintió, estaba nerviosa, la respiración agitada - Bien… ha llegado el momento.
La capitana sentía que la cabeza le estaba a punto de estallar.
  • ¿Entiendes lo que eres? - le preguntó Bishnu ofreciéndole la mano.
  • Sí, lo entiendo - dijo Grace agarrándola.
  • ¿Entiendes entonces el propósito de tu existencia?
  • Sí… pero, déjame hacer a mí las preguntas. Tengo tantas cosas que…
  • ¡Calma impaciente! - rió Diego - Antes debes responder a una pregunta… ¿quién eres, Grace O’Malley?
La capitana no dudó ni un instante. En sus ojos brotó de nuevo la llama, su verdad. Miró un momento a Bishnu; este asintió, como dandole su bendición.
  • No soy Grace O’Malley, aunque lo fui en algún momento. Pero eso no tiene importancia ya - dijo, deteniéndose y agarrando también la mano de Diego, apretándola con fuerza.
  • ¿Cómo te llamas entonces? - preguntó Bishnu mirándola profundamente.
La capitana entonces cerró los ojos. Buscó en lo más profundo de su ser, allí donde su poder siempre había estado. Sintió el calor brotar de su cuerpo. La fuerza desatada que ardía en su corazón. Y se hundió lentamente en un sueño muy profundo. Su oscuridad interior era inmensa como el universo.
  • Hestia, Sekhmet, Agni, Xiuhtecuhtli… - su voz ya no era la suya, era como si alguien hablase por ella - Me llamaron e imaginaron de mil formas… Soy el fuego - Grace con los ojos cerrados, escuchó el crepitar de la hoguera en la distancia y la felicidad a su alrededor - El que alumbra hogares, el que espanta el miedo, el que purifica y transforma. Soy la llama que guía, la chispa que despierta, el calor que protege… soy el rumbo, el faro en la oscuridad.
Sintió que su cuerpo era una brasa, vio una llama prender de repente en la nada, un fuego pequeño que necesitaba extenderse, pero que aún era demasiado débil. Akuma desde las sombras, sintió el miedo de repente. Mordiéndola desde dentro. Sus ojos abiertos de par en par, como si aquellas palabras vencieran a la oscuridad que la rodeaba. Bishnu y Diego se miraron un momento, Grace había abandonado este mundo, como si soñara. Se sonrieron tiernamente y asintieron, comprendiendo al instante que era ella, no cabía duda alguna.

El anciano sonrió, y lentamente cerró los ojos. Grace en su sueño vio como el viento comenzó a levantarse alrededor del fuego, girando en espirales suaves pero poderosas, moviéndola, agitándola. El fuego se hizo más fuerte, más vivo.
  • Mi nombre es Éolo, Shu, Vayu, Njord - dijo, con la voz firme y profunda - Soy el viento - una ráfaga de aire acarició a todos, jugando con sus cabellos y ropas, como si el mundo físico entendiera su voz - Soy la libertad, la ligereza; fluir es mi naturaleza, sin forma, sin decisión. Nadie gobierna mi existencia, pues nada puede detenerme.
Bishnu vio el fuego de Grace entrelazado con su viento, danzando juntos. Las energías se sentían vivas, presentes, recordándoles que ellos eran parte de algo más grande, que sus destinos estaban atados a fuerzas que trascendían a la comprensión humana. Grace notó que el poder de ellos dos se tornaba en descontrol, si alguien no hacía nada, podía arder el mundo entero.

Más allá en el poblado, tan solo uno no se había unido a la fiesta. Vihaan los observaba, callado, serio. Y entonces, como si sintiera una llamada interior, dejó la hoguera y empezó a andar hacía ellos. Diego entonces cerró sus ojos. El agua respondió inmediatamente, ondulando y girando a su alrededor, levantando pequeños remolinos y salpicando gotas que brillaban en la oscuridad, filtrándose entre las llamas y el viento. Acariciando su brutalidad.
  • Mi nombre es Lir, Suijin, Tlaloc, Sedna - dijo, con una sonrisa tranquila - Soy el agua… - el río cercano se sintió más presente, como si los rodeara - Soy el flujo, la profundidad, la vida; adaptarme es mi esencia, mi naturaleza, siempre en movimiento, siempre cambiante. El mar.
Las llamas de Grace, el viento de Bishnu y ahora el mar de Diego se entrelazaron. Fuego, aire y agua bailaban juntos, creando un equilibrio perfecto que parecía susurrar en la oscuridad de sus sueños, mostrando que sus elementos no eran independientes, sino parte de un mismo ciclo: energía, vida y armonía entre lo divino y lo humano.

El aire agitaba las llamas, el agua las reflejaba, y el fuego calentaba la brisa y el rocío, mezclándose en una danza elemental que llenó a todos de paz y tranquilidad. Akuma no pudo contener su respiración. Había perdido el control. Observaba en silencio, sintiendo que era testigo de algo que superaba cualquier comprensión humana, un vínculo directo con la naturaleza y los dioses.

Entonces, los tres elementos en esa danza imposible sintieron que faltaba algo. Un sustento, un lugar donde descansar.
De repente, el cuarto elemento hizo su aparición. Diego sin alzar la cabeza se movió, dejando espacio. En silencio, él se acercó y se sentó entre el español y la capitana, tomando sus manos con cuidado.
  • Vihaan - susurró Grace notando su presencia.
  • Hola Grace… aquí estoy - el astrónomo cerró los ojos junto a los demás.
  • Lo sabía… - sonrió - sabía que eras tú.
Un instante de calma recorrió el grupo, como si el mundo contuviera la respiración, dejando que el amor hablara.
  • Mi nombre es Geb, Prithvi, Chaac, Danu… - dijo Vihaan, con voz solemne - Soy la tierra - las pequeñas piedras que habían a su alrededor parecieron moverse - Soy el sostén de la vida, raíz de los seres, firme y paciente. Mi naturaleza es dar fuerza y cobijo, sin prisa, sin cambio, soy constante, soy el cimiento de todo. La unidad que los mantiene firmes.
Los elementos ahora se entrelazaban en perfecta armonía. El fuego de Grace iluminaba, el aire de Bishnu acariciaba, el agua de Diego fluía y la tierra de Vihaan sostenía. Cada uno complementaba al otro: el agua nutría la tierra, el fuego calentaba el aire, la tierra contenía el agua, y el aire avivaba el fuego. En un ciclo eterno.

Sentados juntos, cada uno sintió cómo su energía se fusionaba con la de los demás, cómo ellos mismos se convertían en parte del equilibrio natural. Se sintieron dentro de todos y todos dentro de uno, como si ya no hubiera barreras físicas. La jungla que los rodeaba, con sus secretos y peligros, parecía respirar con ellos, un organismo vivo que reconocía a los que comprendían su armonía.

Mientras los cuatro elementos danzaban entre ellos, un silencio profundo se apoderó de sus almas. Algo faltaba, no se sentían completos. No era fuego, ni aire, ni agua, ni tierra. Era como si notaran el vacío de una presencia pura, una fuerza intangible, sutil y penetrante.
  • Padre de todo, principio y final, tus hijos te necesitan - dijo el aire que había recorrido todos los caminos - Aether, Akasha, Tao... Tú eres quien nos protege, nos guía, nos mantiene unidos cuando todo parece disperso. Eres voluntad, fuerza invisible que nos empuja con tu deseo.
  • Te encontramos… - dijo el agua con tristeza por haber fracasado - pero no lo entendimos entonces, pues no era el momento de hacerlo. Ahora lo sabemos padre, ahora lo comprendemos.
  • Envuélvenos de nuevo, te lo rogamos - susurró la tierra compasiva - Une cuerpo y alma, visión y corazón, pasado y futuro.
Grace en un estado de trance, se inclinó levemente, con respeto, y habló en voz baja pero clara.
Extendió su barbilla al cielo, y un pequeño remolino de luz sutil comenzó a girar alrededor de ellos, tocando los cuatro elementos ya reunidos.
  • Eres el todo - dijo el fuego, con voz firme - El deseo, el vínculo que nos une, la fuerza que nos empuja hacia adelante, lo que no se ve pero se siente, lo que mueve el mundo sin que el mundo lo note.
Los cuatro se miraron entre ellos, pero no con sus ojos. En ese instante comprendieron algo profundo: no solo estaban conectados entre sí, sino con todo lo que los rodeaba, con cada elemento, cada criatura, cada soplo de viento y cada grano de tierra. La selva, los animales, incluso los dioses que hasta entonces parecían lejanos, formaban parte del mismo pulso vital. El tiempo pareció detenerse, y por un instante, todos respiraron como uno solo, conscientes de que aquello que los unía iba más allá de lo tangible, más allá de lo que podían ver o tocar.

A la lejanía, la paz solo era rota por las risas de los piratas, que seguían celebrando su reencuentro, sin percibir la magia que surgía a pocos metros de ellos. Aunque de algún modo ellos también eran parte del círculo. Pues como África les había mostrado, desde el más grande de los elefantes, hasta la semilla más diminuta, todo formaba parte del todo.

Y desde la oscuridad, aquella sombra de ojos rasgados que los observaba atentamente. Aunque lejana a todo, no podía escaparse a esa verdad. Ella también era parte de aquella danza de elementos, aunque su presencia emanara rechazo. La luz del Éter parecía acariciar su piel blanca, dibujando un contraste entre la vida que surgía y el fin que ella encarnaba.

El Éter había dado vida a todos sus hijos desde la nada: fuego, agua, tierra y aire habían surgido de su impulso invisible, cada elemento un fragmento de su voluntad, cada ser y criatura una chispa de su esencia. Y Akuma, como hija de la oscuridad, era la manifestación del silencio que precede a la creación, del vacío que permite que todo exista.

El fantasma se estremeció. Donde los otros cinco elementos construían luz y forma, ella recordaba que la oscuridad también tenía su lugar: no para destruir, sino para crear. Un lienzo negro donde poder escribir el futuro. Su presencia, oscura y letal, era poesía pura: la certeza de que incluso la noche más profunda podía coexistir con la luz, sin contradecirla, siendo necesaria, inherente al equilibrio de todo.

La japonesa empezó a llorar, consciente al fin, serena su alma vengativa. La magia de la vida surgió también de ella, y en su interior, por primera vez, entendió que debía ceder. La oscuridad no era soledad, sino una compañera del mundo, un hilo invisible que unía la nada con la plenitud de todo lo existente.

De repente, algo sucedió. Vihaan se resquebrajó, el sustento que los mantenía desató el caos al partirse. Bishnu sintió la urgente necesidad de partir a otro lugar y los dejó atrás. Diego se enfureció de forma abrupta y las apacibles aguas se convirtieron en furiosas olas, arremetiendo contra sus hermanos y Grace se apagó. La oscuridad lo envolvió todo.

Los cuatro abrieron los ojos a la vez. Volvieron al plano físico, asustados y desconcertados. Volvieron a mirarse, esta vez moviendo sus cabezas, sintiendo sus cuerpos de nuevo.
  • Todo existe con la nada. - dijo Diego arrepentido.
  • Y nada existe sin el todo. - respondió Bishnu avergonzado.
  • Hay que encontrarlo - murmuró Vihaan abatido.
  • !Debemos liberarlo! - gritó Grace enfurecida.
Los cuatro lo supieron al instante. Kāmara era real, pero no era un dios mono que concedía deseos, no era un dios hindú, ni tan siquiera era ese su nombre… Era el inicio y el final. La luz que daba origen a la vida y la última que veía la propia vida al morir. La pieza que faltaba. La armonía que lo mantenía todo en su justo y acertado orden.

Vihaan clavó su mirada en Bishnu. Ahora lo entendía. Aquellas palabras, que tanto repetía: “todo a su tiempo, joven”. El anciano había esperado el momento justo para que Grace y él lo entendieran por fin todo. Debían liberar a su padre, al padre de todos. Y proteger al mundo del error de los dioses. ¿Pero cómo? ¿Cómo iban a encontrarlo?

Justo cuando iba a preguntarlo, Akuma se dejó ver.
Por primera vez se sentía frágil, desprovista de control, inútil ante la fuerza de aquello que jamás había imaginado.
  • ¿Quiénes… quiénes sois? - susurró, temblando ante el temor que no había vuelto a sentir desde niña.
Y entonces, como un silencio absoluto que precede a la revelación, la voz de la capitana volvió, pero esta vez burlona y desafiante, como siempre.
  • Debemos contarte algo… - sonrió Grace entendiéndolo todo - pero debes prometernos que no revelarás a nadie nuestro secreto.
Continuará…
 
El capítulo me ha dejado en total fuera de juego. Ahora resulta que Grace, Vihaan, el anciano y Diego son los 4 elementos fundamentales en la vida. 🤪
siguiente capítulo Diego lo aclara todo. Se que es una fumada eh! pero tiene sentido jajaja
Ahora entiendo porque no debo escribir bajo la influencia de ninguna substancia jajaja
 
El capítulo me ha dejado en total fuera de juego. Ahora resulta que Grace, Vihaan, el anciano y Diego son los 4 elementos fundamentales en la vida. 🤪
Me pasa lo mismo, flipando estoy.
siguiente capítulo Diego lo aclara todo. Se que es una fumada eh! pero tiene sentido jajaja
Ahora entiendo porque no debo escribir bajo la influencia de ninguna substancia jajaja
Solo la planta de la felicidad, el alcohol es malo :ROFLMAO: :ROFLMAO: :ROFLMAO:
 
Me pasa lo mismo, flipando estoy.

Solo la planta de la felicidad, el alcohol es malo :ROFLMAO: :ROFLMAO: :ROFLMAO:
Vino Papá Noel
La noche de Nochebuena
Y me dejó un regalito junto a la candela
Y cuando yo lo vi
De enseguida lo abrí
Y vi que era una planta de yerba buena
Yerba buena pa'l puchero
Yerba buena pa'la berza
Yerba buena, yo te meriendo
Yerba buena pa'la cena
Los aires son suspiros
Que vienen de mi maceta
Flor de naranja me traen por esta cuenta
 
Capítulo 40 - La unión de las tres banderas: La Víbora, El Perro y el Herrante

El silencio cayó sobre todos como un manto sagrado. Akuma permaneció quieta, la respiración entrecortada. Sus preguntas habían sido contestadas, aunque la verdad pesaba más de lo que había imaginado. Alzó la mirada un instante hacia Diego, después a Bishnu, luego a Vihaan y por último a Grace. Se detuvo unos momentos. Seguía siendo ella, la capitana del Red Viper, la mujer irreverente y determinada que los llevó hasta el fin del mundo… pero al mismo tiempo ya no lo era. Algo había cambiado; y no solo en ellos.

Sintió dentro de su resquebrajada alma el peso que sus compañeros cargaban. La importante misión que les había sido entregada, proteger el mundo y mantener el equilibrio que debe imperar sobre él. Comprendió la verdad, el sentido de la vida y su voluntad sufrió por ello. ¿Qué sentido tenía la venganza ahora? Ninguna. Había malgastado toda su vida, cegada por la violencia y el rencor. Dispuesta a entregarse en cuerpo y alma a la oscuridad. Ella representaba todo lo contrario al equilibrio. Era la noche, la nada, el fin de todo.

Algo cruzó su alma por un instante, un pensamiento, una sensación.
Un tajo que la destrozó internamente.
Se sentía pequeña, diminuta. La certeza de que estaba equivocada, que su único objetivo en la vida era una mentira.

Entender, comprender, saber…
La hizo infeliz.

De repente, algo brotó de sus entrañas, una grieta en el muro que había levantado toda su vida. Un dolor antiguo, enterrado durante años, emergió con furia. Su cuerpo tembló, los hombros se sacudieron, y un llanto desgarrador se abrió paso. La sombra fue vencida. El fantasma se hizo carne. Mostró su debilidad al mundo.

Akuma bajó la cabeza, hundida en sollozos que parecían romperle el pecho. Entonces, de improvisto, notó un calor envolviéndola: los brazos de Grace rodeándola con fuerza, con solemnidad, con ternura. Por primera vez, Akuma no se apartó. Al contrario: se aferró a ella como quien se aferra a un hogar que nunca tuvo.

Uno a uno, los demás se levantaron. Bishnu, Diego, Vihaan. Y todos se unieron al abrazo, formando un círculo de calor humano. Akuma lloraba como aquella niña que había perdido a sus padres en las llamas, buscando desesperadamente entre ellos la protección que la vida le había negado. Sus manos temblorosas se aferraron a los cuerpos que la rodeaban, acercándolos con desesperación.

Diego inclinó la cabeza y, con infinita ternura, le besó la frente.
  • No te preocupes, pequeña… llora - susurró con una sonrisa suave.
Grace la abrazó con más fuerza, la voz quebrada, pero firme.
  • Akuma, no voy a decirte que todo saldrá bien… porque eso es lo que dicen todos cuando no quieren ayudarte.
La japonesa rompió a llorar con más fuerza aún, un torrente incontenible. Vihaan, con delicadeza, alzó su rostro por el mentón. La obligó a mirarlo a los ojos, serenos, tranquilos. Los suyos en cambio, rasgados y anegados en lágrimas, y le habló con voz baja, clara, sincera.
  • Lo que Grace quiere decir… es que estaremos a tu lado incluso si nada sale como esperabas.
Y así, dejaron que Akuma se hundiera en sus lágrimas, en el desgarro de todo lo reprimido. Pero, aunque sufriera, ahora se sentía libre como el viento. El círculo apretado de brazos la sostenía, y por primera vez desde la muerte de sus padres, Akuma no lloró sola en la oscuridad.

No desconfió de la luz. No se ocultó. Amó de corazón y dejó que la fragilidad la rompiera. Se despojó de la oscuridad como de un manto inútil. Salió al mundo desnuda, sin ropa, sin piel, tan solo alma. Oscura, sí; cargada de venganza, cruel y despiadada. Pero al mismo tiempo… hermosa como una flor cubierta de rocío.

No supieron cuánto tiempo estuvieron así. No importaba. El tiempo ya no era un problema para ninguno que hubiera encontrado la condena de Irdi Ruthon’en. Tan solo aguardaron a que la japonesa derramara todas las lágrimas que había retenido durante su vida.
  • ¿Estás mejor? - preguntó Vihaan, secándole las lágrimas.
  • ¡Sí, Vihaan! - contestó Akuma con una sonrisa franca - Gracias…
La asesina los miró un instante y empezó a reír. Fue la primera vez que oían su risa; era preciosa, melódica, como si surgiera de un instrumento bien afinado.
  • ¿De qué te ríes, si se puede saber? - preguntó Diego acompañándola.
  • ¿Cómo os debo llamar ahora? - sonrió ella.
  • ¡Pues como siempre! - respondió Vihaan cariñosamente.
Grace se sentó frente a ella. La sonrisa descarada y el aire desafiante volvieron de golpe.
  • Somos tus compañeros, los de siempre - sonrió Grace - Todo sigue igual…
  • ¿Igual dices? - replicó Akuma divertida - ¿Eres mi capitana entonces? O ahora eres… - modificó la voz, volviéndola más grave - La que alumbra hogares, la que espanta el miedo, la que purifica y transforma.
  • ¿Eso ha sido una broma? - preguntó Grace, fingiendo sorpresa.
Akuma sonrió, las mejillas todavía húmedas. La risa estalló por todas partes; incluso la japonesa se unió. Aun así, no pudo evitar mirarlos con ojos distintos.

Bishnu hizo un gesto a Diego y, con suavidad, ambos se apartaron para hablar. Grace y Vihaan siguieron tranquilamente arropando a la japonesa. Al cabo de pocos segundos y después de una caricia que trascendía el tiempo y la carne, sus palabras acariciaron la llanura suavemente.
  • Vihaan, Akuma - dijo el anciano - ¿qué tal si dejamos a Grace y a Diego a solas? Creo que tienen asuntos pendientes que tratar.
Vihaan ayudó a Akuma a ponerse en pie y los dos siguieron al sabio. Los dejaron a solas.
Grace se acercó a Diego y ambos se dieron otro abrazo, esta vez más sólido, más tranquilo.
  • Bueno - sonrió Grace - ¿Listo para una tormenta de preguntas capitán?
Diego estalló en risas.
  • Han pasado los años, Grace, y sigues siendo la misma niña que conocí en Bristol. Dispara, capitana: sin miedo.
  • Tú y el viejo… ¿a qué diablos vino ese beso, Diego? ¿O Heráclito? ¿Cómo te llamo?
  • Diego está bien, pequeña - rió, enredándole el pelo.
  • ¡Para! - dijo ella enfadada - ¡Sabes que no me gusta!
  • Está bien, está bien… A ver. ¿Por dónde empiezo? Conocí a…
De la Vega se quedó un momento en silencio.
  • ¡Bishnu! - murmuró Grace.
  • Eso es… - rió - perdona, pero voy a tardar un tiempo en acostumbrarme. Cuando lo conocí, ella se llamaba Elektra, hace muchísimos años de eso. Fué en Atenas, en otra vida. Tuvimos lo que se llama… un flechazo. Fue instantáneo, de repente, sin avisar.
  • ¿Con Bishnu? - preguntó Grace, entre asqueada y sorprendida.
  • No, no… - rió Diego - O sí, en realidad. Era su alma, pero en otro cuerpo, ¿me entiendes?
  • Sí… otra vasija.
  • Exacto. Eso de la vasija lo aprendiste de las amazonas, ¿verdad?
  • Sí…
  • ¿Cómo está Tierde?, ¿Cuantos años tiene ya?, ¿Superó las pruebas?
  • ¡Céntrate, Diego! - le cortó Grace.
  • Dijo la alumna al maestro… - bromeó él.
Grace le soltó un puñetazo en el hombro. Los dos rieron al instante.
  • Voy… voy… A ver… al poco de conocernos nos casamos.
  • ¿Así, sin más?
  • Ella era viento y yo el mar, pequeña. Estábamos hechos el uno para el otro. Había una conexión que lo trascendía todo, ¿entiendes?. Más o menos como la que tenéis tú y Vihaan, por lo que he visto. ¿Me equivoco?
Grace se puso colorada de repente.
  • Primero deja que yo haga las preguntas; luego ya llegará tu turno. Sigue…
De la Vega sonrió, aunque ahora era una mujer hermosa. Sus ojos seguían siendo los de aquella niña pecosa y nerviosa.
  • Vivimos felices durante un tiempo. Muy felices, hasta que… estalló la guerra. El hijo de un rey se había alzado en Oriente, dispuesto a conquistarlo y someterlo todo bajo su voluntad. Yo fuí obligado a luchar por mi tierra y no la volví a ver jamás, ni a mi tierra, ni a mi amor. Acabé preso en una embarcación persa. Pero antes de llegar a África algo se cruzó en mi camino.
  • ¿El Sundra Kalash? - preguntó Grace.
  • Encontré aquello a lo que todos estamos destinados a encontrar, pequeña. Una tormenta en alta mar arrasó el navío persa y morí. No sé cuántas vidas pasaron después, no sé cuántas veces debí volver hasta por fin comprender mi destino.
  • ¿España…?
  • Así es. Aunque el reino aún no se llamaba así. Creo que allí llego mi punto de inflexión. Cuando dije basta. Hordas extranjeras, fieles a otro dios, invadían el reino y yo me uní al ejército para defender mi tierra, convencido de que aquel era mi camino. Era ingenuo entonces, no me juzgues por ello…
  • No lo hago - respondió Grace acariciando su brazo.
  • Dios sabe cuantos hermanos perdí, y cuantos otros maté… Al final deserté, escapé de aquel infierno… salvé mi vida por milagro y desaparecí. Me embarqué en un barco escocés rumbo al norte. Viví años en alta mar, aprendiendo, viajando junto a aquellos marineros. Pero necesitaba más; era como si…
  • Como si el mar te reclamara…
  • Exacto. Así es mi alma, mi razón de ser, pequeña. Aunque por entonces no lo sabía, o quizá sí. ¿Me entiendes?
Grace asintió sonriendo.
  • En Edimburgo me uní al barco de los hermanos MacLeod y partimos. Aquellos dos locos prometían aventuras y tesoros, así que no dudé ni un instante. Entonces, una mañana calurosa, amarramos en una isla en las aguas del mediterráneo, cerca de Italia. El capitán me mandó a buscar agua y me adentré en el bosque. Encontré un manantial cerca, desmonté los barriles de los caballos y empecé a llenarlos. Y entonces lo vi…
  • ¿Cómo era? - preguntó Grace, inclinándose hacia él.
  • Una concha marina... Al principio no le di más importancia, pero algo empezó a brillar de su interior. Acerqué la mano y entonces… no sé cómo, Grace, pero mi deseo fue cumplido.
  • ¿Qué pediste?
  • Pedí aquello que siempre había anhelado: la libertad. Y por supuesto me la concedió… a cambio de…
  • Una condena… No podrías jamás alejarte del mar por demasiado tiempo, ni tú, ni cualquiera que navegase a tu lado - Grace lo interrumpió, sabiendo su historia - Cortés me habló de ella.
De repente Diego se abalanzó sobre Grace, la ilusión y el nerviosismo brotando en su rostro.
  • ¿Cortés has dicho? ¿El español? ¿Está contigo?
  • Sí... - sonrió la capitana - y también están Hernando y Santiago… y… Alonso, aunque murió, lo siento.
Diego bajó la mirada.
  • Lo siento por él… era un buen muchacho - pero rápidamente preguntó - ¿Dónde están?
  • En el río, esperando nuestro regreso. - Grace de repente, recordó la playa de los Ngoma, hasta ahora no había pensado en ello - Por cierto, nos sigue la ciudad flotante y la flota de las Indias…
Diego apretó los puños, cortándola en seco.
  • !Maldito bastardo de Hong Long… pagará por lo que hizo... y ese malnacido de Sir Reginald!
  • !Acabaremos con ellos, algún día! Di mi palabra… pagarán por el mal que han echo.
Diego la miró un segundo, lleno de orgullo.
  • Te has convertido en una auténtica capitana, me llena de orgullo niña.
  • Tuve un buen maestro - Grace sonrió burlona - Un tanto holgazán, pero que más puedo pedir…
Los dos echaron a reír y se volvieron a abrazar.
  • Entonces el bocazas de Cortés te contó mi secreto…
  • Sí… pero… ¿por qué lo hace Diego?, ¿Por qué Éter es malo con los humanos?
  • No se trata de ser bueno o malo, Grace. Es sencillamente su naturaleza. Es un dios… y los dioses no se rigen por nuestras leyes.
  • Pero no lo entiendo. Por más que le doy vueltas no tiene lógica. Bishnu y tú lo encontrasteis ¿no es así?
  • No sabía que Elek… perdón - rió Diego - que Bishnu lo hubiera encontrado…
  • Si… al menos una vez, que yo sepa.
  • ¿Y que deseo pidió?
  • Hablar todos los idiomas habidos y por haber… pero su condena fue que no podría comunicarse correctamente.
  • Pero… - De la Vega lo miró confundido.
  • Ya… ya. Deberías verlo cuando no está bebido. Es un acertijo con patas.
  • ¿Dices que hay una cura? - Diego se puso nervioso de repente.
  • ¿A que te refieres? - preguntó Grace
  • ¿Dices que al beber él puede hablar correctamente, verdad?
Grace asintió con la cabeza.
  • Entonces… quizás también haya una cura para el Español Errante… - Diego sentía la necesidad de preguntarle muchas cosas a Bishnu - ¿Te quedan muchas preguntas por hacer, pequeña?
  • Me temo que como mínimo… se nos va a hacer de día.
De la Vega sonrió. Y se relajó, pues comprendía que se lo debía.
  • ¿Cómo os habéis reconocido al veros?
  • Supongo que hay cosas que las almas nunca olvidan, pequeña. Cuando Irdi Ruthon’en te muestra la verdad, recuerdas quien fuiste y quien serás. Entonces recordé a Elektra… creía que jamás volvería a verla… pero ahora sé, que estamos destinados a estar juntos.
Grace lo miró en silencio, con un escalofrío en la voz.
  • ¿Somos… dioses?
Diego negó despacio con la cabeza.
  • No somos dioses. Solo los elegidos para defender su equilibrio en la tierra. Aunque… ahora vivas eternamente, Grace. No significa que no puedas morir. Nada te salvará de un disparo o un sablazo mortal… ¿me oyes?
  • Sí… - contestó rápidamente.
  • No… necesito que lo comprendas - insistió Diego - Llevo siglos intentando encontraros. He recorrido tantas veces el mundo, que ya no puedo almacenar más recuerdos. Pase lo que pase, debemos seguir juntos. Debemos conseguir nuestro objetivo y no dudar ni un segundo.
Grace miró a su tripulación al lado del fuego. A Yara, a Yrsa, a todos.
Su rostro almacenaba lástima, pues sin saberlo los había arrastrado hacía aquella locura.
  • Escucha pequeña… - Diego le pasó el brazo por su hombro - Aunque me gustaría tenerlas, no dispongo de todas las respuestas. Solo sé cuál es mi propósito y tú también lo sabes. Lo que no sabemos, será respondido en su justo momento… así es la vida, siempre ha sido así. Lo importante es que después de mucho tiempo, los cuatro nos hemos reunido de nuevo… y debemos liberar al padre de todo. Antes de que su poder, caiga en manos de nuestros enemigos.
  • Nuestro enemigo es el mundo entero, Diego.
  • No niña. Nuestro enemigo son solo aquellos que quieren arrebatar el equilibrio al mundo.
Grace acariciaba su mano. La cogió y la besó con cariño. Se sentía arropada, una tranquilidad recorría su cuerpo, como hacía tiempo no había sentido. Como sí la simple presencia de Diego, calmara su fuego interior.
  • Se que quieres hablar con… Elektra. Pero antes necesito hacerte una última pregunta…
Diego le regaló un beso en la frente, cariñoso y paternal.
  • ¿Dime, pequeña. Que necesitas saber?
  • ¿Por qué te fuiste?
La pregunta pesó en el aire. Diego comprendió al instante que ella había sufrido durante años por aquella decisión que había tomado.
  • Mucho antes de que tu nacieras, incluso antes de que naciera tu madre, o la madre de su madre… yo ya surcaba los mares, pequeña. Cuando descubrí mi maldición, juré volver a encontrar el Sundra-Kalash y recorrí el mundo entero. Tanto en su superficie como en sus entrañas. Me enfrenté al Portador de Calamidades, como tú hiciste y cuando él me dio todas las respuestas y puso la brújula en mis manos… salí en su búsqueda.
  • ¿Lo encontraste entonces? - preguntó Grace rápidamente.
  • No lo entiendes… la brújula no me llevó hacía el cofre, Grace… - sonrió Diego - me llevó hacía Bristol.
Grace abrió los ojos, mirándolo boquiabierta.
  • No entendí el por qué entonces, pero ahora todo tiene sentido. “Todo a su tiempo” ¿No es así? Cuando te vi en aquella taberna… lo supe al instante, pequeña. Supe que eras tú. Pero… debía asegurarme de que siguieras todos mis pasos, que comprendieras por ti misma la verdad. No era suficiente que yo te contara quien eres en realidad, debías saberlo en tu interior.
Grace notó su mano tocando su corazón. Sus sonrisas volvieron a cruzarse.
  • Volví a recorrer el camino, otra vez. Al norte dejé la primera pista y luego regresé a la tierra de las amazonas. Sin que me vieran cambié el cofre por el que encontraste. El primero solo contenía una carta como testigo de que había estado allí - Diego sonrió al recordarlo, sabiendo lo estúpido que había sido de joven - Luego, devolví la brújula al dios, aunque no le hizo mucha gracia verme de nuevo.
  • Entonces… - dijo Grace - La brújula no me llevaba hacía el Sundra-Kalash. Me llevaba…
  • Exacto… te llevó hacía mí. Y con tu fuego, trajiste al viento y a la tierra.
  • Pero… ¿por qué Africa? ¿Por qué encontrarnos aquí?
  • Bueno… en realidad no iba a terminar todo aquí… Mi propósito era que nos encontráramos en el oeste, justo antes de dar el paso final y aparecer en el momento preciso. Ya sabes como me gustan las entradas triunfales - rió de forma teatral - Pero el maldito de Hong Long se puso por el medio. El destino quiso que el Perro me liberara y cuando comprendí todo lo que se te iba a echar encima, decidí venir en tu busca. Sabía que jamás convencería al Perro para ir al centro de la tierra, así que decidí empezar a buscarte por aquí. Podría haber ido al norte, sí… pero tuve una intuición, pequeña. Aunque ahora se que nada ocurre por casualidad.
Diego la miró con una sonrisa ladeada, al ver que ella estaba confundida.
  • A ver, pequeña pirata… ¿cuántos rumbos hay?
La pregunta cogió por sorpresa a Grace. Se lo quedó mirando un rato, pero Diego seguía esperando. Su sonrisa burlona reinando en la noche.
  • Cuatro: norte, sur…
  • ¡Errorrr! - rió - Son Cinco. Norte, sur, este, oeste… y el centro, que gravita alrededor de todos ellos y que pocos conocen.
Grace lo miraba sin pestañear, expectante. El levanto su palma con los dedos extendidos.
  • Cinco Dioses. Cinco elementos. Cinco rumbos… Mágico, ¿No crees? - Diego bajó la mano y se rascó la cabeza - Si le preguntas a un matemático te dirá que el cinco es un número primo. Es más, si los colocas en una línea recta del uno al nueve, el cinco está en el centro.
Grace lo miró divertida, los recuerdos de pequeña afloraron de repente. Cuando Diego le enseñaba y disfrutaba al acaparar su atención.
  • Cinco dedos en cada mano y cinco dedos en cada pié. Tenemos cinco sentidos: vista, oído, gusto, tacto y olfato - hizo otra pausa dramática - ¿Aún no verdad? Bien… los budistas tienen cinco preceptos básicos, la tradición china cinco elementos, en el islam cinco pilares fundamentales y en el tarot el cinco representa el cambio, el conflicto y la evolución.
  • ¿A dónde diablos quieres ir a parar?
  • El cinco es mágico, Grace. Aparece en muchas estructuras naturales, culturales, espirituales y mentales. Es como un punto de equilibrio entre lo simple y lo complejo.
  • Lo siento Diego, pero no lo veo.
  • Volvamos al principio, entonces… Cinco dioses que regalaron cinco objetos a los hombres. Y sino me equivoco ya has encontrado dos.
  • ¿Dos?
  • Exacto: el Vodrial Shardeth y el Bandr Fylkis - dijo señalando su collar - Que, por cierto… es precioso.
Grace se tocó el collar que llevaba colgado al cuello.
  • ¿Te refieres a esto?
  • Exacto… lo conseguiste en Svalbard ¿verdad? - Diego lo sostuvo en sus manos - Déjamelo ver un segundo… que maravilla. Intenté encontrarlo, sabía que estaba allí, pero no busqué en el sitio correcto. ¿Dónde lo encontraste?
  • Me lo regaló una mujer, una especie de hechicera a la que todos parecían obedecer.
  • Tiene sentido… Me adentré en esa montaña para nada, entonces - Diego soltó una carcajada - Bueno… al menos sirvió para que encontraras la siguiente pista.
  • Entonces, ¿también es un objeto mágico? - dijo Grace jugando con el ámbar, de repente lo miró fijamente, buscando más respuestas - ¿Cómo diablos sabes todo esto, Diego?
  • Una vida eterna da para mucho, pequeña - sonrió - El Vorial Shardeth, marca el rumbo.
  • El Hallador de destinos… - susurró Grace - El regalo del fuego, encontrado en el centro.
  • Así es - sonrió Diego - Veo que empiezas a comprender. Y luego, Bandr Fylkis que en nórdico significa: el lazo del clan.
  • La unión… la tierra, el norte. - Grace sin dejar de acariciar el ámbar de su collar, mirando hacia el horizonte, recordó la leyenda de los Ngoma - Por eso el siguiente paso era África… claro! Tiene sentido. El Mulakaboko, el que camina todos los caminos… el regalo del aire, la libertad, el viento del sur.
  • !Ahora soy yo el sorprendido! - exclamó divertido Diego - ¿cómo sabes eso?
Grace lo miró y sonrió.
  • Una vida de pirata da para mucho, capitán.
Los dos rieron juntos un buen rato. Y cuanto más reían más se contagiaban.
  • Eres lo que no hay pequeña, de verdad - dijo Diego secándose las lágrimas.
  • Quedan dos aún, por eso… bueno en realidad tres. Pues aún no tenemos el Mulakaboko.
  • Correcto… aún debemos encontrar el Èkó Yemayá, la concha de Yemayá. Ella es el mar, el agua…
  • El oeste - terminó Grace - He escuchado muchas historias acerca del oeste y el caribe… Allí los piratas son fuertes dicen, están unidos.
Diego meditó esas palabras, moviendo la cabeza.
  • Sí y no… es complicado. Ya lo verás, si llegamos claro.
  • ¡Oye! Pero entonces, solo queda el quinto. Por descarte, debe ser el Sundra-Kalash… que sería el éter, el deseo… y deberíamos ir al este. ¿Por qué no ir directamente hacía allí? Es más, ahora que lo recuerdo, en tu carta, la que escondiste bajo el árbol, dijiste que ya sabías donde estaba el Sundra-Kalash…
  • Si… y ahora tú también. Pero… si esta vez queremos liberarlo. Si vamos a hacer lo correcto… Necesitamos todo el poder de los Dioses, pequeña. Hay que encontrar los cuatro elementos, antes de llegar al último.
  • ¡Y hay que encontrar aliados! - gruñó ella - Pues el enemigo nos supera en número.
  • Aliados… - murmuró Diego.
Los dos clavaron la mirada hacia la hoguera, donde las tripulaciones compartían vino, carne y carcajadas. Las llamas proyectaban sombras danzantes sobre los rostros encendidos por el fuego. Allí estaba Macfarlane, iluminado por las brasas como si fuese un juglar antiguo; con voz profunda relataba gestas imposibles, reinos ocultos y mares que ningún mapa había trazado.

Los cachorros lo observaban con los ojos muy abiertos, atrapados en la magia de sus palabras, mientras el Perro, desconfiado, ladeaba la cabeza como intentando descifrar si eran verdades o desvaríos. Todos reían a carcajadas, ahogados por historias de dioses olvidados, demonios púrpura y gigantes tan altos como catedrales.

De repente, los ojos de Grace se abrieron de golpe.
  • Ya está… ¡lo tengo! - exclamó, con el brillo de la ilusión en la mirada.
Diego la miró con ternura y negó con la cabeza, sonriendo.
  • ¿Por qué no? - preguntó Grace.
  • El Perro sería un gran aliado, pero… aunque justo y valiente, jamás entendería nuestro propósito. Es desconfiado, Grace.
Ella se inclinó hacia él, casi susurrando pero con la fuerza de quien no duda.
  • El Perro solo necesita una cosa, Diego… un hueso que morder… y nosotros se la vamos a dar.
Durante un instante sus miradas se encontraron. No hizo falta más. Ambos comprendieron al unísono: el Perro solo necesitaba una excusa para desatar su rabia y empezar a morder. En cuanto supiera que iban a enfrentarse a sus enemigos, se lanzaría al combate sin pensarlo dos veces.

Diego asintió despacio.
  • ¡Hagámoslo pues! - exclamó, con voz grave pero suave, como un juramento.
  • ¡Sí, unamos las tres banderas! - rugió Grace, sintiendo cómo el fuego de su interior ardía más que nunca - La víbora, el Perro y el Errante…
  • ¡Que tiemble el mundo, capitana!
  • ¡Que ardan los traidores!
Se estrecharon la mano con una fuerza que parecía capaz de quebrar el destino. En ese instante sintieron la misma furia arder en su interior, como un volcán contenido demasiado tiempo. Tres barcos, tres estandartes, tres almas dispuestas a desafiar al mundo entero.

Y en lo alto, como si el cielo mismo quisiera presenciar aquel pacto, el viento levantó las llamas de la hoguera en un rugido de fuego y chispas, iluminando los rostros de los piratas que, sin saberlo, estaban a punto de entrar en la leyenda.

Diego de la Vega y Grace O’Malley pidieron formar alianza con Seamus O’Driscoll. Las llamas de la hoguera crepitaban, proyectando sombras que danzaban sobre los rostros expectantes. Los errantes miraban a su capitán con devoción ciega: si Diego saltaba al vacío, ellos lo seguirían hasta el fin del mundo. Las víboras rojas, siempre hambrientos de aventuras, sonreían entre dientes: una alianza era sinónimo de pelea, y la pelea era siempre bienvenida. Pero los cachorros… ellos no se movían. Murmuraban en voz baja, cruzando miradas entre sí. Todos esperaban lo mismo: que su líder hablara.

El Perro estaba allí, apartado ligeramente del círculo, con el hombro apoyado contra el tronco nudoso de un árbol. No parecía nervioso ni impaciente. Acariciaba su pipa con parsimonia, y el humo ascendía lento, dibujando espirales que se confundían con la neblina de la noche. Sus ojos, afilados y cansados por los años de supervivencia, atravesaban las llamas con una mezcla peligrosa: desconfianza, ironía y esa chispa burlona que lo hacía indescifrable.
  • ¿Y bien, Perro? - preguntó Grace, clavándole la mirada con la misma firmeza con la que se clava una espada.
El capitán no respondió de inmediato. No buscaba atención ni pretendía tensar el aire a propósito, como tanto le gustaba hacer a otros. No, él simplemente sopesaba en silencio, midiendo la propuesta como quien pone vida y muerte en una balanza. Al fin habló. Su voz no fue el ladrido fiero que muchos esperaban. Fue otra cosa: la voz cansada y firme de una madre loba que entiende demasiado bien el peligro que acecha a su manada.
  • Cuando llegaste a mi isla, capitana - dijo, dejando escapar una nube espesa de humo que se deshizo sobre las llamas - supe al momento que eras especial. Solo con ver tus ojos lo comprendí. Y cuando escuché tu nombre, no me quedaron dudas.
Grace asintió. Un sentimiento de orgullo y gratitud le encendieron el pecho, pero la sensación apenas duró un instante.
  • Y luego lo perdimos todo. - El Perro aspiró con fuerza y encendió de nuevo la pipa, como si en el tabaco buscara fuerza para pronunciar lo siguiente - Nuestro esfuerzo, nuestro trabajo, nuestros sueños. Todo lo arrasaron… y todo por protegerte.
El humo se arremolinó sobre ellos, cubriéndolo todo como un velo.
  • Tomé mi venganza, claro que sí - continuó con los ojos encendidos - Pero no por mí, sino por los míos. Arrasamos su hogar como ellos arrasaron el nuestro. Y entonces llegaste tú, español…
Diego levantó la cabeza y lo miró a través de las llamas, sin pestañear.
El Perro lanzó una carcajada seca que sonó más a lamento que a risa.
  • Por tu culpa estamos aquí, ahora. Perdidos en un mundo hostil, con la muerte acechando en cada sombra y la tiranía esperándonos en el mar. Y sí… tenías razón, lo reconozco. No mentías. Pero… - sopló el humo hacia ellos, como si quisiera ocultar sus propias dudas - sigo sin entenderlo.
Su mirada se volvió aún más penetrante, casi acusadora.
  • No porque sea un alelado, pues no lo soy. Sino porque sé que me estáis ocultando algo. Pedís unir fuerzas, que lleve a los míos a la muerte, pero no me contáis la verdad.
Diego y Grace se miraron. Bishnu y Vihaan hicieron lo mismo, en silencio: dos pares de ojos que pesaban lo que se iba a decir.
  • Lo veis - dijo el Perro dirigiéndose a todos los presentes, señalando con la pipa a los dos capitanes - ¿Qué ocultan? Precisan ayuda, buscan aliados, nos ofrecen un pacto y son incapaces de ser sinceros.
Se separó del árbol y avanzó hacia la hoguera, clavando el bastón en la tierra con un golpe seco. Sus cachorros se abrieron a su alrededor, atentos.
  • Si queréis que el Madra Ifrinn se una en alianza, antes contadnos la verdad. ¡Sin medias tintas!
  • No es sencillo de entender, Perro - replicó Grace, clavando su mirada a través de las llamas - No creo que…
El Perro no la dejó terminar. Con un movimiento seco golpeó el bastón sobre las brasas: un chorro de chispas voló en círculo y el fuego respondió como si tomara partido. Sus ojos, oscuros y fieros, atravesaron la noche y las miradas de los presentes.
  • Grace - dijo entonces el contrabandista, la voz cargada de la autoridad de quien manda - Hice un pacto contigo; lucharé a tu lado sin dudarlo. Pero debes confiar en mí como yo confío en ti.
Se giró y señaló con el bastón a Diego, sin apartar la mirada de ninguno de los dos.
  • Y eso va también por ti, español. Si queréis que el Madra Ifrinn navegue a vuestro lado… debemos ser iguales. Y no hablo de repartirnos el botín ni de tomar decisiones juntos. Me refiero a que mi tripulación también merece saber por qué luchamos.
Hubo un latido de silencio: la hoguera, las sombras y las risas lejanas parecieron contenerse para escuchar la respuesta. Las miradas rebotaron de unos a otros, cargadas como piedras en una balanza. Nadie quería dar el primer paso; todos pesaban el riesgo, el honor, la pena de arrastrar vidas a una guerra que olía al fin del mundo. Sólo De la Vega pareció tener la calma burlona del que conoce al monstruo del que hablan: recordó el abordaje al galeón portugués semanas atrás, la sangre en las cubiertas, la fría justicia que aquel hombre impartía entre enemigos y traidores. Su sonrisa, esa mueca imposible, se asomó de nuevo, inevitable.

Entonces habló. Contó la verdad - no toda, pero la suficiente - al Perro y a los presentes. Contó extrañas historias de objetos místicos creados por los dioses, de brújulas y collares de poder. Habló del destino y el extraño pulso de la vida que les señaló un camino que no era sólo suyo. Al principio escucharon en silencio, absortos. Poco a poco las primeras risas de incredulidad surgieron, chisporroteos que se volvieron carcajadas como en una taberna. Pero las risas se apagaron de golpe: las otras dos tripulaciones permanecían mudas, atentas, sin bromas. Aquello ya no sonaba a cuento.

Grace sacó la brújula y el collar; las piezas pasaron de mano en mano. Miradas incrédulas, risas nerviosas al contemplar el ámbar, ante la magia obediente del agua dentro de la brújula… y el Perro también las vio, pero las pasó rápido al siguiente. Sus ojos recorrían rostros, buscaban tono en las voces, medían gestos. No eran los objetos lo que le interesaba: eran las palabras, la verdad que se escondía en ellas.

Cuando Diego terminó de explicar que su misión era - literalmente - salvar el mundo, se hizo un silencio absoluto. Sólo el crujir de la hoguera y el murmullo de la pipa rompían la noche. El capitán del Madra Ifrinn escudriñó una a una las caras de los presentes, buscando ese signo que decide decisiones. Finalmente, apoyó la pipa en el borde de su boca, tosió una nube de humo como si escupiera la duda, y sonrió con esa mezcla amarga que siempre tenía.
  • Proteger el mundo... - dijo, lento, juguetón, como si se burlara de su propio destino - Objetos divinos cargados de poder, un Dios encerrado en un cofre… - se rascó la barbilla, una batalla cruel en sus pensamientos - Enfrentarnos al mundo entero por un sueño de poetas…
Hubo un murmullo. El Perro estaba áspero, dubitativo: puso una de sus manos en la cadera, ladeó la cabeza, masculló una amenaza o dos que sabían a reto y a despedida. Los cachorros contuvieron el aliento, esperando la orden. Parecía que iba a negarse, que preferiría quedarse con su rencor y el recuerdo de su isla.
  • Tres barcos… y uno de ellos perdido en el océano… !ya veo!
Ando unos pasos a la derecha, la mirada al suelo, perdida en sus ideas.
  • Pocos hombres contra un imperio… una muerte segura…
Volvió sobre sus pasos, todas las miradas fijas en él.
  • Y todo por una leyenda sin pies ni cabeza, contada alrededor de una hoguera por un hombre que oculta verdades tras una sonrisa…
Y entonces, como si todo el fuego de las llamas lo atravesara, cambió de gesto. La voz, grave y seca, se volvió contundente. Se paró en seco y clavó la mirada en la capitana.
  • No llegará el día que un hombre pueda decir que Seamus O’Driscoll rehuyó una buena pelea…Si así debe ser mi final, que así sea compañeros! ¿Cuándo empezamos?
El estallido fue instantáneo: gritos, vítores, palmadas que golpearon el aire; los cachorros aullaron y las víboras chasquearon los dientes en un aplauso bestial. La noche se llenó del clamor de hombres y mujeres que habían estado esperando una señal para convertirse en parte de la leyenda.

Los tres capitanes se pusieron en pie al mismo tiempo. Se acercaron uno al otro en el centro de la luz, se miraron sin decir palabra y, en un gesto que parecía escrito por los dioses, apoyaron las manos sobre los hombros del compañero de al lado: piel contra piel, callos contra callos, calor humano que sellaba un juramento. Permanecieron así unos segundos, en silencio absoluto, escuchando el latido colectivo como si fueran tambores de guerra.

Cuando alzaron las manos, sobre ellos flamearon tres estandartes: la víbora, el perro y el errante. Las tres banderas se unieron por primera vez, tejiendo con ira y fuego la promesa de una alianza capaz de mover mareas.

La hoguera vomitó chispas que subieron a la noche como si fueran los primeros proyectiles de una historia que estaba a punto de incendiar el mundo: la alianza que derrocaría imperios, la esperanza de los olvidados, el terror de los siete mares, el látigo de los pobres y la ruina de los ricos.

Y en aquel instante, entre gritos y humo, todos supieron que ya no había marcha atrás. Morir no era una condena, era una promesa. El miedo no era un enemigo, los abrazaba como hermano.

Pocos contra muchos.

Una línea de sombras plantada contra el hierro de la tiranía. No esperan clemencia; han contado ya sus huesos y prefieren la sal de la muerte a la ignominia de arrodillarse.

Lleva la víbora su veneno como una corona: quema en las venas, incendia los nervios, convierte el miedo en ácido y el dolor en promesa. Sus ojos son brasas; sus manos, puñaladas. Donde toca, la resignación se deshace.

Tiene el perro rabia vieja en la boca y justicia en la garganta. Su furia es una máquina de desgarrar cadenas: olfatea la cobardía, marca a los traidores y se lanza como quien toma por fin el hueso que le corresponde. No hay clemencia en su ataque, solo verdad.

El Errante trae la libertad escrita en la piel: pasos sin amarras, viento en la sangre, el conocimiento de que no existen prisiones para quien ya ha renunciado al miedo. Su espada es un faro; su risa, un incendio que contagia.

Se alzan los pocos como un conjuro infernal: viejas canciones de los ancestros en la garganta, manos ásperas que conocen la rueda del mundo, ojos que han visto demasiada noche para temer al último amanecer. Cada rostro es una bandera, cada latido un tambor de guerra.

El imperio llegará con su metal y su número, con la práctica frialdad del que cree en la victoria por suma. Pero no sabe aún que la fuerza no siempre reside en el número: la fuerza puede nacer de una herida que no se cierra, de una promesa que arde más que la acumulación de cañones.

El enfrentamiento será poesía rota: acero contra piel, gritos que serán himnos, sangre que correrá como tinta para firmar el juramento. No habrá gesto de retroceso; cada ataque será ceremonia. La batalla será un ritual antiguo donde se aprende a morir dignamente.

Y cuando la última línea se dibuje, cuando la superioridad numérica aplaste la voluntad, surgirá la verdad más terrible y bella: han venido a quebrar un mundo porque no quieren otro igual. No buscan la victoria - saben que es imposible - tan solo buscan el contagio de la desobediencia.

Pocos contra muchos: no es derrota ni victoria, es testamento. Es la chispa que prenderá hogueras en bocas oprimidas, la historia que harán contar en las noches venideras. Si caen, caerán como un trueno. Si mueren, morirán como un estallido.

Y así morirán, rabiosos, libres e implacables: la víbora envenena, el Perro desgarra, el Errante abre el camino.
No piden clemencia.
Exigen memoria.

Que el mundo recuerde que la muerte es dulce para quien decide no arrodillarse jamás.

Continuará…
 
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