Capítulo 5
El café de siempre. La mesa de siempre. Pero algo entre Valeria y Carlos había cambiado. El aire entre ellos estaba cargado de una tensión palpable, una especie de electricidad que chisporroteaba con cada mirada, con cada sonrisa furtiva que intercambiaban. Habían pasado ya semanas desde su primer reencuentro, y en cada ocasión, la cercanía física entre ellos se volvía más evidente, más intencionada. Valeria no podía negar lo que sentía. Al principio, todo había sido una especie de juego. Un coqueteo sutil que mantenía bajo control, recordándose a sí misma que esto tenía un propósito: follárselo e intentar quedar embarazada. Pero con cada nuevo encuentro, la seducción se volvía más auténtica. Había comenzado a desear a Carlos, no solo por la necesidad de cumplir con el plan de Oscar, sino por la atracción genuina que había entre ellos. Y eso, en el fondo, la asustaba.
Esa tarde, Carlos había insistido en invitarla a un restaurante más elegante que de costumbre, bajo la excusa de que “a su lado se sentía feliz”. Valeria había aceptado, sintiéndose más nerviosa de lo habitual. Sabía que estaban llegando a un punto en el que las palabras y los gestos dejarían de ser suficientes. Podía sentirlo en la forma en que Carlos la miraba, en cómo sus dedos rozaban su mano de manera cada vez más prolongada cuando la saludaba.
—¿Te apetece un vino? —preguntó Carlos, con una sonrisa que revelaba su intención de mantener la tarde ligera pero cargada de insinuaciones.
—Claro, un vino estaría bien —respondió Valeria, intentando mantener la compostura.
Mientras el camarero servía las copas, Valeria se quedó observando a Carlos de manera más detenida. Era un hombre atractivo, eso lo sabía desde el primer momento en que lo vio años atrás. Su cabello oscuro, ligeramente ondulado, enmarcaba un rostro con facciones masculinas pero suaves, y sus ojos, siempre intensos, la miraban como si pudieran leer sus pensamientos más íntimos. Se dio cuenta de que, en ese momento, le gustaba que la mirara de esa forma.
—Ha sido increíble volver a verte —dijo Carlos, levantando su copa en un brindis improvisado—. Nunca pensé que después de tanto tiempo podríamos reconectar así. Es como si nunca hubiéramos dejado de hablar.
Valeria sonrió, sintiendo cómo el vino le calentaba el estómago y, de alguna manera, también relajaba los nervios que la habían estado carcomiendo desde que empezó a seducirlo.
—Sí, ha sido… especial —dijo, sin saber cómo describir con precisión lo que sentía—. A veces las cosas suceden de maneras inesperadas, ¿no crees?
Carlos la miró durante un segundo más largo de lo normal, como si considerara sus palabras con cuidado antes de responder.
—¿Es eso lo que esto es para ti? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella—. ¿Algo inesperado?
Valeria sintió el cambio en la conversación. Había una intensidad en la pregunta que hizo que su corazón latiera más rápido. Este era el momento. El punto de no retorno. Si seguía por ese camino, no habría vuelta atrás.
—Tal vez… inesperado no es la palabra correcta —murmuró, sintiendo que su voz se volvía más baja, más íntima—. Pero sí que ha sido algo diferente.
Carlos la observó, sus ojos recorriendo su rostro, deteniéndose en sus labios. Valeria notó el calor en su cuerpo intensificarse, la sensación de estar a punto de cruzar un límite que llevaba semanas tanteando.
—Me alegra saberlo. Porque debo admitir que, desde que volviste a aparecer en mi vida, he pensado mucho en ti. Más de lo que debería.
Valeria contuvo la respiración. Sabía que Carlos estaba coqueteando, que la estaba invitando a avanzar, a dar el siguiente paso. Y lo peor era que quería hacerlo. Sentía el deseo burbujeando dentro de ella, empujándola hacia él.
—Carlos… —comenzó a decir, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta cuando él, en un movimiento lento y deliberado, tomó su mano desde el otro lado de la mesa.
El roce de su piel contra la suya fue eléctrico. Valeria sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras los dedos de Carlos jugaban con los suyos, sin prisa, con una familiaridad que no se habían ganado pero que parecía natural.
—No tienes que decir nada —susurró él, inclinándose aún más hacia ella—. Solo quiero que sepas que estoy aquí… si tú también lo quieres.
El mundo a su alrededor pareció desvanecerse. En ese momento, solo existían ellos dos, la mesa que los separaba y la tensión que los había envuelto desde hacía semanas. Valeria lo miró, buscando alguna señal en su rostro que le dijera que lo que estaba a punto de hacer no destruiría todo. Pero no encontró nada más que deseo. Sin pensarlo demasiado, sin detenerse a considerar las posibles consecuencias, Valeria se inclinó hacia él y, en un movimiento suave, sus labios se encontraron con los de Carlos. El beso fue lento al principio, como si ambos estuvieran tanteando el terreno. Pero rápidamente se volvió más intenso, más profundo. Carlos la tomó suavemente del cuello, acercándola más a él, mientras Valeria cerraba los ojos, dejándose llevar por la sensación de estar cruzando una frontera que sabía que nunca podría deshacer. Sus labios eran cálidos, insistentes, y la sensación de ser deseada de esa manera encendió algo en su interior que había estado dormido durante demasiado tiempo. Se separaron después de lo que parecieron minutos, aunque el tiempo se había vuelto irrelevante. Carlos la miró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de sorpresa y satisfacción.
—Valeria… —murmuró, sin soltarla.
Ella tragó saliva, sus pensamientos una mezcla de confusión y deseo. Había cruzado la línea. Lo sabía. Y, sin embargo, no sentía arrepentimiento. No todavía.
—No digas nada —respondió, con una pequeña sonrisa temblorosa en sus labios.
Carlos asintió, sin apartar la mirada de la suya. Ambos sabían lo que ese beso significaba. No había vuelta atrás.
Valeria llegó a casa esa noche con el corazón latiendo a mil por hora. Se sentía culpable, sí, pero también había una emoción extraña, casi adictiva, recorriéndole las venas. Se preguntaba cómo reaccionaría Oscar al escuchar lo que había sucedido. Cuando entró, Oscar ya la estaba esperando. Estaba sentado en el sofá, con las luces bajas y una copa de vino a medio beber. La miró con una mezcla de curiosidad y algo más, algo que Valeria no pudo identificar de inmediato.
—¿Cómo fue? —preguntó sin rodeos, su voz tranquila pero cargada de algo más profundo.
Valeria se detuvo un momento, mirando a su marido. La sinceridad era lo que siempre los había unido, y aunque la situación que estaban viviendo era de lo más extraña, sabía que debía ser honesta con él.
—Nos enrollamos—dijo finalmente, con un tono suave pero firme.
Oscar no apartó la mirada. Sus ojos brillaron por un instante, pero Valeria no pudo discernir si lo que había visto era celos, dolor o miedo. Tal vez una mezcla de todo.
—¿Y cómo te sentiste? —preguntó él, su voz tensa, pero curiosa.
Valeria no estaba segura de cómo responder a esa pregunta. ¿Cómo se había sentido? Confundida. Excitada. Culpable. Era un remolino de emociones que no podía clasificar.
—Me sentí… extraña —admitió—. Pero también… me gustó. Lo disfruté.
Oscar asintió lentamente, como si estuviera procesando cada una de sus palabras. Valeria sabía que esta situación lo afectaba de maneras que tal vez ni él mismo comprendía completamente.
—Me alegra que te sintieras así —dijo Oscar finalmente, su voz más sonaba más ronca que de costumbre.
Valeria lo miró sorprendida. ¿De verdad lo decía en serio?
—¿No estás… molesto? —preguntó ella, queriendo entender realmente cómo se sentía Oscar con todo esto.
—No, no estoy molesto —respondió de una manera un tanto seca y levantándose del sofá acercándose a ella—. Al contrario. Me alegra saber que lo disfrutaste. Esa es la idea ¿no?
Valeria sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo ante las palabras de Oscar. Todo esto era tan inesperado, tan fuera de lo común, que no sabía cómo reaccionar. Pero lo cierto era que a ella la excitaba. Había algo en esa combinación de celos y deseo que encendía algo dentro de ella que nunca había experimentado antes. Oscar se acercó más, envolviéndola con sus brazos, sus labios rozando su cuello mientras hablaba en voz baja.
—Quiero que seas madre, ¿lo entiendes? Y después nos olvidaremos para siempre de esta historia.
A partir de ese momento, cada encuentro con Carlos se cargaba de una tensión aún mayor. Ya no era solo una seducción sutil. Ahora, ambos sabían lo que querían. Los besos se volvieron más frecuentes, más intensos. Valeria podía sentir cómo el control que había mantenido hasta ahora comenzaba a desmoronarse, dejándola al borde de algo mucho más profundo y peligroso. Pero, al mismo tiempo, sabía que Oscar estaba ahí, al margen, observando, esperando de cada nuevo avance. Y eso, en el fondo, la hacía sentir más libre, más capaz de seguir adelante con este juego, sin importar lo que viniera después. El deseo había comenzado a consumirlos a todos. Y Valeria, atrapada entre dos hombres, no sabía hasta dónde llegaría antes de perderse por completo.
Continuará…