¿Cuál ha sido tu paja más arriesgada?

Paja arriesgada la de hace un par de horas. Al llegar a casa de trabajar voy a cerrar la persiana del salon para que no entre el sol y caliente la casa y me he calentado yo al ver desde arriba como la hija de la vecina estaba tomando el sol. Inevitable no darle ese gusto a mi vista y empezara espiarla y a masturbarme minuto tras minuto y crear una buena tension arterial de mas de media hora y al final, por la parte de la persiana por donde la observaba soltar una buena corrida hacia abajo. No creo haber llegado a alcanzarla pero ojala.
Yo creo que sabe que la espias
 
Era una habitación prestada, en la casa del pueblo de Lucía. Agosto rajando el aire. Mosquitos lentos, sudor en la nuca, y el cuerpo… inquieto. Yo no dormía. Ellos sí. Toda la familia, repartida entre sofás, colchones inflables y habitaciones que olían a armario viejo.

Yo estaba sola. O eso creía.

Una sábana finita sobre el cuerpo. Nada debajo. La braga la había quitado antes, mojada, incómoda. El ventilador solo empujaba calor. Me toqué sin pensar. Despacio. Como quien acaricia una herida que arde.

El clítoris lo tenía blandito, despierto. Los dedos me sabían a ganas. Tenía las piernas medio abiertas, la rodilla doblada, la sábana cubriéndome del todo… salvo por un movimiento traidor.

Y ahí… entró él.

Su hermano. El mayor. Silencio absoluto. Solo un crujido leve de puerta y sus ojos abiertos como platos.

Yo, congelada. Mano entre las piernas. Boca entreabierta. El corazón retumbando como si me lo hubieran sacado del pecho.

Él no dijo nada. Ni yo. Solo nos miramos. Un segundo. O diez. O toda la puta vida condensada en ese cruce de miradas.

La sábana resbaló un poco. Me la subí instintivamente, pero no del todo. Algo dentro de mí… no quiso taparse del todo.

Él tragó saliva. Se dio media vuelta. Cerró la puerta muy despacio.

Yo me quedé temblando. Excitada. Humillada. Viva.

Y cuando estuve segura de que no volvería… me metí los dedos hasta el fondo. No para olvidarlo. Sino para grabarlo. Me corrí mordiéndome la muñeca, deseando que él estuviera del otro lado de la puerta, oyéndome.

Al día siguiente, en el desayuno, no me miró. Pero me puso el café. Y me rozó los dedos.

Desde entonces, cuando me toco… siempre dejo la puerta un poco entornada.
 
Era una habitación prestada, en la casa del pueblo de Lucía. Agosto rajando el aire. Mosquitos lentos, sudor en la nuca, y el cuerpo… inquieto. Yo no dormía. Ellos sí. Toda la familia, repartida entre sofás, colchones inflables y habitaciones que olían a armario viejo.

Yo estaba sola. O eso creía.

Una sábana finita sobre el cuerpo. Nada debajo. La braga la había quitado antes, mojada, incómoda. El ventilador solo empujaba calor. Me toqué sin pensar. Despacio. Como quien acaricia una herida que arde.

El clítoris lo tenía blandito, despierto. Los dedos me sabían a ganas. Tenía las piernas medio abiertas, la rodilla doblada, la sábana cubriéndome del todo… salvo por un movimiento traidor.

Y ahí… entró él.

Su hermano. El mayor. Silencio absoluto. Solo un crujido leve de puerta y sus ojos abiertos como platos.

Yo, congelada. Mano entre las piernas. Boca entreabierta. El corazón retumbando como si me lo hubieran sacado del pecho.

Él no dijo nada. Ni yo. Solo nos miramos. Un segundo. O diez. O toda la puta vida condensada en ese cruce de miradas.

La sábana resbaló un poco. Me la subí instintivamente, pero no del todo. Algo dentro de mí… no quiso taparse del todo.

Él tragó saliva. Se dio media vuelta. Cerró la puerta muy despacio.

Yo me quedé temblando. Excitada. Humillada. Viva.

Y cuando estuve segura de que no volvería… me metí los dedos hasta el fondo. No para olvidarlo. Sino para grabarlo. Me corrí mordiéndome la muñeca, deseando que él estuviera del otro lado de la puerta, oyéndome.

Al día siguiente, en el desayuno, no me miró. Pero me puso el café. Y me rozó los dedos.

Desde entonces, cuando me toco… siempre dejo la puerta un poco entornada.
Morboso
 
La mía fue ayer.Mi mujer,de guardia en la farmacia,me manda sobre las 21h un WhatsApp que recoja los toldos.Al recoger el de la terraza veo al otro lado a la hija de mis vecinos tumbada en la hamaca con los cascos inalámbricos en topless....imaginaos lo que tardó mi soldado en convertirse en misil...
 
La mía fue ayer.Mi mujer,de guardia en la farmacia,me manda sobre las 21h un WhatsApp que recoja los toldos.Al recoger el de la terraza veo al otro lado a la hija de mis vecinos tumbada en la hamaca con los cascos inalámbricos en topless....imaginaos lo que tardó mi soldado en convertirse en misil...
Y la mano, rápido al mástil!
 
Paciente nuevo. Veintipico. sondaje . Yo estaba en planta, sola. Ainhoa se había ido a fumar y la auxiliar andaba peleándose con los sueros. Me tocó a mí.
Entro en la habitación. Él tumbado, sudor en el cuello y una toalla cubriéndole lo justo. Guapo. De esos que te miran con un punto de descaro aunque les duela todo. Me sonríe. Yo me hago la profesional. Mentira. Ya estaba nerviosa desde que le vi el tatuaje en el costado.
—¿Vamos a poner la sonda? —le digo.
—Dale, enfermera. Estoy en tus manos…
La típica frase. Pero dicho por él, me caló. Guantes puestos. Lubricante. Todo preparado. Le bajo la sábana. La toalla. Y ahí… madre mía.
Lo tenía grande. Pero no solo grande. Bonito. Dormido, pero con presencia. Como un músculo que promete guerra aunque esté en pausa. Y yo, ahí. Sujetándolo con firmeza, intentando no mostrar que me ardía la cara.
Empecé el procedimiento. Despacio. El glande brillando por el gel. Noté cómo se le movía un poco. Cómo apretaba la mandíbula.
—Perdona… es que estás muy suave —me dijo. Y yo casi me trago la lengua.
Acabé rápido. Profesional, sí. Pero con las bragas pegadas como si llevara todo el día corriendo. Salí de la habitación sin mirar atrás. Me metí en el baño del personal. Cerré con pestillo. Me senté en la taza con el pantalón a medio muslo.
No me hizo falta porno. Solo cerrar los ojos y recordar su polla en mi mano. El calor. El pulso. La tensión.
Me corrí en silencio. Dos dedos y la lengua mordida. Me quedé ahí un rato, sudada, con la bata abierta y el alma un poco más suelta.
Cuando volví a planta, él me guiñó un ojo.
Desde entonces, cada vez que me toca sondar… me mojo antes de entrar.
 

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