Siendo yo un adolescente, mis padres tenían un matrimonio amigo, vivían en una urbanización de chalets con club social, piscina... Y todos los veranos nos invitaban algunos fines de semana a pasar el día allí.
A ella de verla en bañador empezó a resultarme bastante atractiva, relativamente alta, pelo castaño largo, delgada, pechos grandes y culo que se antojaba bueno. Por aquel entonces rondaría los 35-40 años. Cuando íbamos a la piscina no le quitaba ojo, solía bajarse los tirantes del bañador para que no le quedará marca y en alguna ocasión al levantarse de la toalla la copa del sujetador se ahuecaba y lograba verle un poco la areola marrón de uno de sus pezones. Pero mi mayor afición era cuando nos bañábamos, yo con las gafas de la piscina puestas, buceaba para espiarla bajo el agua, sobre todo en lo hondo para mirarla entre las piernas. Por la forma que adoptaba la tela de la braga del bañador en contacto con su cuerpo, intuía que tendría el pubis con pelo, es más algunas veces si llegaba a adivinar algunos pelillos que se le salían a través del elástico de las íngles mientras ella nadaba.
Aquello paso de afición a obsesión y no veía la forma de verla desnuda. Al llegar de la piscina ella en ocasiones se metía en la casa para ducharse y cambiarse mientras mis padres y su marido se quedaban en el porche hablando o preparando la comida. Cómo yo sabía que ventana era la de su dormitorio me hacía el loco para pasar por delante, pero o la persiana estaba bajada del todo o no lograba verla. Por fin un año sonó la flauta, los adultos se quedaron en el jardín preparando la paella y yo con la escusa de ir por leña rodeé la casa. La persiana estaba bajada pero no del todo, hice una primera pasada rápida y al asomarme si pude ver el dormitorio, sobre la cama había ropa preparada, pero ni rastro de ella. El corazón me iba a mil, fui a por algo de leña (para tener coartada) y volví a pasar frente a la ventana, por el rabillo del ojo vi que había movimiento y no me lo pensé. Con cuidado y desde una esquina de la ventana me volví a asomar y ... Allí estaba ella, de pie entre la cama y el armario, desnuda solo con una toalla enrollada en la cabeza. Estaba distraída dándose crema en los brazos. De los 30 segundos más emocionantes de mi vida, recuerdo su piel aún algo humeda tras la ducha, las marcas del bañador tanto del sujetador como de la braga. Dos tetas grandes, caídas, los pezones medianos, marrón oscuro y uno un poco más arriba que otro. Culo carnoso, también un poco caído y con algo de celulitis. Pero lo que más llamó mi atención fue el triángulo negro y espeso que tenía entre las piernas. Los pelos le llegaban casi al límite entre la piel blanca y morena de la marca del bañador. A riesgo de que me pillaran, fui rápido a llevar la leña y con la escusa de ir a por más, regresé para echar otra ojeada. Me volví a asomar, se estaba secando el pelo y ya se había puesto la ropa interior, pero como era un conjunto blanco y las bragas como de encaje, se le apreciaban aún los pezones y la mata de pelo del chocho se veía perfectamente a través de la tela. Ni que decir tiene la de pajas que me hice a su salud.
No hubo más situaciones tan buenas como aquella, si bien ya sabedor de cómo se las gastaba la amiga ahí abajo no la quitaba ojo en la piscina. Es más cuando se tumbaba boca arriba para tomar el Sol, en raras, pero muy disfrutables ocasiones, el hueso de la cadera le levantaba un poco el elástico de la braga y desde el ángulo correcto podía verle el inicio de su mata de pelos. Que maravillosos eran los 90
A ella de verla en bañador empezó a resultarme bastante atractiva, relativamente alta, pelo castaño largo, delgada, pechos grandes y culo que se antojaba bueno. Por aquel entonces rondaría los 35-40 años. Cuando íbamos a la piscina no le quitaba ojo, solía bajarse los tirantes del bañador para que no le quedará marca y en alguna ocasión al levantarse de la toalla la copa del sujetador se ahuecaba y lograba verle un poco la areola marrón de uno de sus pezones. Pero mi mayor afición era cuando nos bañábamos, yo con las gafas de la piscina puestas, buceaba para espiarla bajo el agua, sobre todo en lo hondo para mirarla entre las piernas. Por la forma que adoptaba la tela de la braga del bañador en contacto con su cuerpo, intuía que tendría el pubis con pelo, es más algunas veces si llegaba a adivinar algunos pelillos que se le salían a través del elástico de las íngles mientras ella nadaba.
Aquello paso de afición a obsesión y no veía la forma de verla desnuda. Al llegar de la piscina ella en ocasiones se metía en la casa para ducharse y cambiarse mientras mis padres y su marido se quedaban en el porche hablando o preparando la comida. Cómo yo sabía que ventana era la de su dormitorio me hacía el loco para pasar por delante, pero o la persiana estaba bajada del todo o no lograba verla. Por fin un año sonó la flauta, los adultos se quedaron en el jardín preparando la paella y yo con la escusa de ir por leña rodeé la casa. La persiana estaba bajada pero no del todo, hice una primera pasada rápida y al asomarme si pude ver el dormitorio, sobre la cama había ropa preparada, pero ni rastro de ella. El corazón me iba a mil, fui a por algo de leña (para tener coartada) y volví a pasar frente a la ventana, por el rabillo del ojo vi que había movimiento y no me lo pensé. Con cuidado y desde una esquina de la ventana me volví a asomar y ... Allí estaba ella, de pie entre la cama y el armario, desnuda solo con una toalla enrollada en la cabeza. Estaba distraída dándose crema en los brazos. De los 30 segundos más emocionantes de mi vida, recuerdo su piel aún algo humeda tras la ducha, las marcas del bañador tanto del sujetador como de la braga. Dos tetas grandes, caídas, los pezones medianos, marrón oscuro y uno un poco más arriba que otro. Culo carnoso, también un poco caído y con algo de celulitis. Pero lo que más llamó mi atención fue el triángulo negro y espeso que tenía entre las piernas. Los pelos le llegaban casi al límite entre la piel blanca y morena de la marca del bañador. A riesgo de que me pillaran, fui rápido a llevar la leña y con la escusa de ir a por más, regresé para echar otra ojeada. Me volví a asomar, se estaba secando el pelo y ya se había puesto la ropa interior, pero como era un conjunto blanco y las bragas como de encaje, se le apreciaban aún los pezones y la mata de pelo del chocho se veía perfectamente a través de la tela. Ni que decir tiene la de pajas que me hice a su salud.
No hubo más situaciones tan buenas como aquella, si bien ya sabedor de cómo se las gastaba la amiga ahí abajo no la quitaba ojo en la piscina. Es más cuando se tumbaba boca arriba para tomar el Sol, en raras, pero muy disfrutables ocasiones, el hueso de la cadera le levantaba un poco el elástico de la braga y desde el ángulo correcto podía verle el inicio de su mata de pelos. Que maravillosos eran los 90