La noche que dejó de ser fantasía - Última parte
Ahora era el turno del chaval. Ella, después de correrse, se dejó caer en la alfombra, aún con el cuerpo temblando por el orgasmo. El chaval, excitado y decidido, le levantó una pierna y empezó a penetrarla de nuevo, reclamando su placer sin descanso. Su marido vio la escena con los ojos abiertos de par en par, observando cómo su coño engullía completamente aquella enorme polla negra, dilatándose al máximo con cada embestida. La imagen era tan intensa que no pudo contenerse y se corrió, incapaz de resistir el morbo de ver a su mujer entregada de esa manera.
El chaval también quería correrse, pero ella lo detuvo con firmeza. No quería que la dejara preñada y le pidió que lo hiciera en sus tetas. Con esa orden, el chaval se incorporó, y ella, de rodillas, empezó a menear su polla para hacerlo correr. La tensión se acumulaba, y pronto la polla empezó a descargar una enorme cantidad de semen ante su marido, que no apartaba la mirada.
El semen, espeso y blanquecino, brotaba en abundancia como una descarga que parecía no tener fin. Su aspecto brillante y lechoso, con ese olor fuerte y metálico, se extendía sobre la piel de ella mientras lo recibía con una naturalidad que dejaba claro que lo que acababa de hacer le había gustado incluso más que a su propio marido.. El marido, testigo de todo, se estremecía al ver cómo su mujer era marcada por esa abundancia, y exclamó con la voz rota por la excitación: “¡JODER, te está regando la cara! ¡Qué morbo nena!”.
En su interior, ella tuvo un pensamiento fugaz y desafiante, que no llegó a pronunciar:
“Esto me ha gustado tanto que quiero repetirlo, incluso sin él presente.”
Se inclinó hacia su marido, con una sonrisa provocadora, y le preguntó:
— “¿Te ha gustado?”
Él temblando por la excitación y la humillación, respondió con voz rota:
— “Sí… me ha encantado. Verte así me vuelve loco.”
Y mientras espiraba hondo, aún recuperándose de su corrida, ella ya estaba imaginando otra cosa: cómo sería hacerlo sin avisarle, sin pedir permiso, sin que él lo supiera… de inventar una excusa, de volver a casa con esa cara de ‘me acaban de follar’.
Ahora ella lo disfrutaría en silencio. Él la vería arreglarse frente al espejo, preparándose con una seguridad que no tenía antes, eligiendo ropa y perfume como si cada detalle estuviera pensado para otros. Para esas pollas más jóvenes que la estarían esperando. Él lo entendería sin que ella dijera nada.
Cuando ella saldría, la casa quedaría llena de un silencio que lo empujaría directo a sus pajas, encendido por todo lo que imaginaba que estaría ocurriendo lejos de él. Su cabeza completaría cada hueco, cada gesto, cada posibilidad.
Al verla volver, él sabría que la noche había sido más de lo que imaginó. Ella lo miraría apenas, suficiente para que él entendiera. No hablarían. Ese silencio espeso, lleno de insinuaciones que ardían sin mostrarse, sería la confirmación muda de que ambos aceptaban —y deseaban— esta nueva forma de vivir su matri