Dibujos Animados de Castidad y Cornudos (Chastity & Cuckolding Cartoon)

1000088031.jpg
no me importaria hacernos esos tattoos
 
La noche que dejó de ser fantasía - 1ª parte

Su marido llevaba años publicando fotografías de ella en un foro para adultos. Para él no era solo un juego: era una fantasía que lo consumía, una idea que volvía una y otra vez, cada vez más intensa, más imposible de ignorar. Después de mucho insistir, ella aceptó que buscara a alguien para hacer realidad aquello que él llevaba tanto tiempo imaginando, aunque ninguno de los dos sabía realmente qué parte de sí mismos estaban poniendo en riesgo.

Ella puso condiciones claras: el encuentro debía ser en un hotel y con un hombre joven. Él se volcó en la búsqueda, casi obsesionado, como si cada perfil que revisaba fuera un recordatorio de que estaba empujando su propio límite, hasta que encontró al candidato perfecto.

El día de la cita, ella decidió vestirse tal como él la había mostrado en las fotos que publicaba: el body ajustado, las medias que marcaban cada paso y los tacones que él adoraba. Mientras se preparaba, él la observaba con una mezcla de orgullo, vértigo y un deseo que casi le temblaba en las manos. Había algo más ahí: una punzada de miedo, de anticipación, de saber que una vez cruzaran esa puerta ya no habría vuelta atrás.

En la habitación del hotel, el chico la aguardaba sentado desnudo, listo para ella. Ella avanzó hacia él despacio, sintiendo la mirada de su marido en su espalda, una mirada que la seguía, que la empujaba, que la ofrecía. Se detuvo frente al chaval, y su mirada descendió un instante, lo suficiente para que su marido comprendiera la comparación sin que ella pronunciara una sola palabra. Ese silencio fue un golpe seco, un recordatorio de lo que él había provocado.

El chico se levantó y en cuanto ella lo tuvo delante, algo en su expresión cambió. No hizo falta que nadie dijera una palabra: la diferencia entre la polla de su esposo y la del chico estaba ahí, evidente, brutal, y era imposible de ignorar. Sus dedos se cerraron alrededor de la polla del chico con una naturalidad que la sorprendió a ella misma, y el temblor que recorrió su mano fue tan claro que su marido lo sintió como un golpe directo al pecho. Era algo que él siempre había querido ver… y que ahora no podía dejar de mirar.

Ella dejó escapar un suspiro que mezclaba sorpresa, hambre y una especie de descubrimiento íntimo. Luego giró la cabeza hacia su marido, despacio, con una mirada que lo atravesó sin piedad, que lo dejó expuesto, desnudo, pequeño.—Dime… ¿sigues queriendo esto?

Su marido sintió un golpe de celos, deseo y rendición total. Y aun así, respondió sin dudar:—Sí.

En ese instante, la fantasía que había vivido solo en su mente empezó a volverse real, tan real que casi dolía, tan real que lo obligaba a enfrentarse a lo que había deseado…
 

Archivos adjuntos

La noche que dejó de ser fantasía - 2ª parte

Con la aprobación de su marido, tomó al chaval por la muñeca y lo condujo con firmeza hacia el sofá. El chico se dejó caer con una sonrisa confiada, mientras el esposo observaba en silencio, excitado por ver cómo su mujer se entregaba a otro.

Ella buscó su polla con decisión y la envolvió con la boca. El chaval apenas se movía, se dejaba hacer, disfrutando de la mamada sin necesidad de imponer nada. La lengua recorría la punta lentamente, saboreando cada instante, mientras los gemidos llenaban la habitación.

El marido, incapaz de contenerse, se sacó la polla y comenzó a hacerse una paja. La agarró con fuerza, deslizando la mano desde la base hasta el glande, apretando con cada movimiento. Sus dedos se humedecieron con saliva, lubricando el vaivén, mientras sus ojos no se apartaban de la escena. Cada vez que la polla del chaval desaparecía en la garganta de su mujer, él aceleraba la paja, jadeando, con la respiración entrecortada.

La mamada se volvía más intensa, más húmeda, y el marido seguía con la paja, sincronizando cada embestida con sus propias sacudidas. El sonido de la succión se mezclaba con el de su mano, creando un eco morboso que llenaba la habitación; su glande brillaba bajo la presión de sus dedos, y cada gemido del chaval lo hacía apretar más, perdido en la excitación.

De pronto, ella apartó la boca y se montó a horcajadas sobre el chico. Con un gesto seguro, guió la polla hasta su coño y comenzó a cabalgarlo con fuerza. La polla aparecía y desaparecía de su interior con cada embestida, húmeda y brillante, mientras el marido seguía con la paja, cada vez más excitado, con un pensamiento retumbando en su cabeza: “Mírala, follando con otro… y hace nada decía que jamás lo haría”. El aire se llenaba de jadeos y respiraciones entrecortadas: ella disfrutaba, el chaval se dejaba hacer, y él se estremecía aún más al escucharla gritar entre gemidos: “¡JODER! ¡QUÉ POLLA!”. Era el cumplimiento de su deseo más íntimo: verla con otro mientras se pajeaba, gozando de su humillación y placer.
 

Archivos adjuntos

La noche que dejó de ser fantasía - 3ª parte

Ella cambió de posición, girando su cuerpo hacia el marido mientras el chaval, sentado, seguía follándola con fuerza. Sus caderas se movían con un ritmo frenético, la polla aparecía y desaparecía de su coño húmedo, y en su mente estallaba la revelación: “¡Al final va a tener razón… esto de abrir la pareja es lo que necesitaba mi coño!”.

Con la mirada fija en su esposo, jadeando y a punto de perder el control, le soltó entre gemidos: “¡Cariño, si sigue me va a hacer correr!”. El marido, con la polla en la mano y los ojos brillando de excitación, le respondió sin dudar: “Hazlo… córrete para él”. Esa frase la empujó aún más al límite, entregándose por completo al placer y a la fantasía compartida.

El chaval, excitado por lo que escuchaba, se levantó del sofá con decisión y la tomó por la cintura. La obligó a inclinarse hacia adelante, de cara a su marido, mientras él la follaba de pie por detrás con embestidas brutales. Cada golpe hacía que sus grandes tetas se bambolearan con violencia, balanceándose frente al esposo que no podía apartar la mirada, hipnotizado por el espectáculo. La polla entraba y salía de su coño empapado con un ritmo frenético, húmeda y brillante, marcando cada embestida con un chasquido obsceno.

Ella, con los ojos completamente idos, perdidos en el placer, miraba fijamente a su marido mientras gemía: “¡Cariño… me corro!”. En su cabeza ardía la confesión: “¡Por fin me voy a correr con una polla y no con el vibrador!”. Su cuerpo se arqueaba, las tetas golpeaban el aire con cada sacudida, y sus ojos abiertos, desbordando lujuria, mostraban que estaba entregada por completo al orgasmo.. El marido no apartaba la mirada, seguía con la paja, sintiendo que la excitación lo consumía: estaba presenciando lo que siempre había deseado, su mujer corriéndose con otra polla dentro de ella, cumpliendo el clímax de su fantasía más morbosa.
 

Archivos adjuntos

La noche que dejó de ser fantasía - 3ª parte

Ella cambió de posición, girando su cuerpo hacia el marido mientras el chaval, sentado, seguía follándola con fuerza. Sus caderas se movían con un ritmo frenético, la polla aparecía y desaparecía de su coño húmedo, y en su mente estallaba la revelación: “¡Al final va a tener razón… esto de abrir la pareja es lo que necesitaba mi coño!”.

Con la mirada fija en su esposo, jadeando y a punto de perder el control, le soltó entre gemidos: “¡Cariño, si sigue me va a hacer correr!”. El marido, con la polla en la mano y los ojos brillando de excitación, le respondió sin dudar: “Hazlo… córrete para él”. Esa frase la empujó aún más al límite, entregándose por completo al placer y a la fantasía compartida.

El chaval, excitado por lo que escuchaba, se levantó del sofá con decisión y la tomó por la cintura. La obligó a inclinarse hacia adelante, de cara a su marido, mientras él la follaba de pie por detrás con embestidas brutales. Cada golpe hacía que sus grandes tetas se bambolearan con violencia, balanceándose frente al esposo que no podía apartar la mirada, hipnotizado por el espectáculo. La polla entraba y salía de su coño empapado con un ritmo frenético, húmeda y brillante, marcando cada embestida con un chasquido obsceno.

Ella, con los ojos completamente idos, perdidos en el placer, miraba fijamente a su marido mientras gemía: “¡Cariño… me corro!”. En su cabeza ardía la confesión: “¡Por fin me voy a correr con una polla y no con el vibrador!”. Su cuerpo se arqueaba, las tetas golpeaban el aire con cada sacudida, y sus ojos abiertos, desbordando lujuria, mostraban que estaba entregada por completo al orgasmo.. El marido no apartaba la mirada, seguía con la paja, sintiendo que la excitación lo consumía: estaba presenciando lo que siempre había deseado, su mujer corriéndose con otra polla dentro de ella, cumpliendo el clímax de su fantasía más morbosa.
Continuara este morbazo de historia?
 
La noche que dejó de ser fantasía - Última parte

Ahora era el turno del chaval. Ella, después de correrse, se dejó caer en la alfombra, aún con el cuerpo temblando por el orgasmo. El chaval, excitado y decidido, le levantó una pierna y empezó a penetrarla de nuevo, reclamando su placer sin descanso. Su marido vio la escena con los ojos abiertos de par en par, observando cómo su coño engullía completamente aquella enorme polla negra, dilatándose al máximo con cada embestida. La imagen era tan intensa que no pudo contenerse y se corrió, incapaz de resistir el morbo de ver a su mujer entregada de esa manera.

El chaval también quería correrse, pero ella lo detuvo con firmeza. No quería que la dejara preñada y le pidió que lo hiciera en sus tetas. Con esa orden, el chaval se incorporó, y ella, de rodillas, empezó a menear su polla para hacerlo correr. La tensión se acumulaba, y pronto la polla empezó a descargar una enorme cantidad de semen ante su marido, que no apartaba la mirada.

El semen, espeso y blanquecino, brotaba en abundancia como una descarga que parecía no tener fin. Su aspecto brillante y lechoso, con ese olor fuerte y metálico, se extendía sobre la piel de ella mientras lo recibía con una naturalidad que dejaba claro que lo que acababa de hacer le había gustado incluso más que a su propio marido.. El marido, testigo de todo, se estremecía al ver cómo su mujer era marcada por esa abundancia, y exclamó con la voz rota por la excitación: “¡JODER, te está regando la cara! ¡Qué morbo nena!”.

En su interior, ella tuvo un pensamiento fugaz y desafiante, que no llegó a pronunciar:
“Esto me ha gustado tanto que quiero repetirlo, incluso sin él presente.”

Se inclinó hacia su marido, con una sonrisa provocadora, y le preguntó:
“¿Te ha gustado?”

Él temblando por la excitación y la humillación, respondió con voz rota:
“Sí… me ha encantado. Verte así me vuelve loco.”

Y mientras espiraba hondo, aún recuperándose de su corrida, ella ya estaba imaginando otra cosa: cómo sería hacerlo sin avisarle, sin pedir permiso, sin que él lo supiera… de inventar una excusa, de volver a casa con esa cara de ‘me acaban de follar’.

Ahora ella lo disfrutaría en silencio. Él la vería arreglarse frente al espejo, preparándose con una seguridad que no tenía antes, eligiendo ropa y perfume como si cada detalle estuviera pensado para otros. Para esas pollas más jóvenes que la estarían esperando. Él lo entendería sin que ella dijera nada.

Cuando ella saldría, la casa quedaría llena de un silencio que lo empujaría directo a sus pajas, encendido por todo lo que imaginaba que estaría ocurriendo lejos de él. Su cabeza completaría cada hueco, cada gesto, cada posibilidad.

Al verla volver, él sabría que la noche había sido más de lo que imaginó. Ella lo miraría apenas, suficiente para que él entendiera. No hablarían. Ese silencio espeso, lleno de insinuaciones que ardían sin mostrarse, sería la confirmación muda de que ambos aceptaban —y deseaban— esta nueva forma de vivir su matrimonio.
 

Archivos adjuntos

La noche que dejó de ser fantasía - Última parte

Ahora era el turno del chaval. Ella, después de correrse, se dejó caer en la alfombra, aún con el cuerpo temblando por el orgasmo. El chaval, excitado y decidido, le levantó una pierna y empezó a penetrarla de nuevo, reclamando su placer sin descanso. Su marido vio la escena con los ojos abiertos de par en par, observando cómo su coño engullía completamente aquella enorme polla negra, dilatándose al máximo con cada embestida. La imagen era tan intensa que no pudo contenerse y se corrió, incapaz de resistir el morbo de ver a su mujer entregada de esa manera.

El chaval también quería correrse, pero ella lo detuvo con firmeza. No quería que la dejara preñada y le pidió que lo hiciera en sus tetas. Con esa orden, el chaval se incorporó, y ella, de rodillas, empezó a menear su polla para hacerlo correr. La tensión se acumulaba, y pronto la polla empezó a descargar una enorme cantidad de semen ante su marido, que no apartaba la mirada.

El semen, espeso y blanquecino, brotaba en abundancia como una descarga que parecía no tener fin. Su aspecto brillante y lechoso, con ese olor fuerte y metálico, se extendía sobre la piel de ella mientras lo recibía con una naturalidad que dejaba claro que lo que acababa de hacer le había gustado incluso más que a su propio marido.. El marido, testigo de todo, se estremecía al ver cómo su mujer era marcada por esa abundancia, y exclamó con la voz rota por la excitación: “¡JODER, te está regando la cara! ¡Qué morbo nena!”.

En su interior, ella tuvo un pensamiento fugaz y desafiante, que no llegó a pronunciar:
“Esto me ha gustado tanto que quiero repetirlo, incluso sin él presente.”

Se inclinó hacia su marido, con una sonrisa provocadora, y le preguntó:
“¿Te ha gustado?”

Él temblando por la excitación y la humillación, respondió con voz rota:
“Sí… me ha encantado. Verte así me vuelve loco.”

Y mientras espiraba hondo, aún recuperándose de su corrida, ella ya estaba imaginando otra cosa: cómo sería hacerlo sin avisarle, sin pedir permiso, sin que él lo supiera… de inventar una excusa, de volver a casa con esa cara de ‘me acaban de follar’.

Ahora ella lo disfrutaría en silencio. Él la vería arreglarse frente al espejo, preparándose con una seguridad que no tenía antes, eligiendo ropa y perfume como si cada detalle estuviera pensado para otros. Para esas pollas más jóvenes que la estarían esperando. Él lo entendería sin que ella dijera nada.

Cuando ella saldría, la casa quedaría llena de un silencio que lo empujaría directo a sus pajas, encendido por todo lo que imaginaba que estaría ocurriendo lejos de él. Su cabeza completaría cada hueco, cada gesto, cada posibilidad.

Al verla volver, él sabría que la noche había sido más de lo que imaginó. Ella lo miraría apenas, suficiente para que él entendiera. No hablarían. Ese silencio espeso, lleno de insinuaciones que ardían sin mostrarse, sería la confirmación muda de que ambos aceptaban —y deseaban— esta nueva forma de vivir su matri
Muy bueno @vixenhorny
 
La noche que la acompañé hasta perderla - 1ª parte

Este matrimonio maduro llevaba más de veinte años juntos, y la rutina se había ido adueñando de todo sin que ninguno de los dos lo notara del todo, hasta que su hija se fue a estudiar a Londres y la casa quedó tan silenciosa que casi parecía otra. En ese vacío inesperado, ella abrió una puerta que él ya había dado por cerrada, porque durante años sus fantasías solo habían vivido en la cama: él se las susurraba cuando estaban ardiendo, le describía lo que imaginaba, cómo la veía, cómo la deseaba en situaciones que jamás se atreverían a mencionar de día y ella le seguía el juego, lo disfrutaba pero al amanecer siempre lo negaba todo, decía que eran tonterías, que una cosa era calentarse y otra muy distinta hacerlo de verdad, y sobre todo porque si la niña notaba algo o los sorprendía en un descuido, no sabría cómo mirarla después.

Por eso él se quedó helado cuando ella, de repente, dijo que quizá había llegado el momento de dejar de imaginar. Y cuando él quiso entender qué había cambiado, ella admitió que el único freno siempre había sido su hija… pero que ahora había algo más: en su nuevo trabajo había un chico joven que llevaba semanas desnudándola con la mirada, un chico que no ocultaba el interés y que la hacía sentirse más viva, más deseada a sus 51 años. Y mientras lo confesaba con esa calma que tenía más de tentación que de explicación, él sintió cómo todas aquellas fantasías que antes solo existían en la oscuridad empezaban a convertirse en una posibilidad real, una que ella ya no parecía dispuesta a rechazar en frío.

Él, con el pulso acelerado, le preguntó sin rodeos si lo que quería era follarse a ese chico. Ella no se escondió: dijo que sí, que eso era lo que tenía en la cabeza desde hacia unas semanas. Él lo aceptó, aunque dejó claro que antes de dar ningún paso debían pactar unas reglas, dejarlo todo bien hablado para que ninguno de los dos se perdiera en lo que estaban a punto de abrir.

Las reglas quedaron fijadas en pocos minutos: el encuentro no sería en su casa, el chico debía saber que todo era consentido, y él la acompañaría y la recogería. Sería solo una noche, usarían condón, y ella le enviaría alguna foto por WhatsApp para que él también pudiera sentirse parte de lo que estaba pasando, aunque fuese desde la distancia.

Era el día de la cita, y el coche avanzaba despacio por la calle, como si cada metro costara el doble. Él llevaba las manos tensas en el volante; ella miraba por la ventanilla, inquieta pero decidida, con esos minishorts ajustados y el top gris que se había puesto después de pensarlo demasiado rato.

—Aquí —dijo ella al ver un hueco—. Creo que cabe.

Aparcaron. El motor se apagó y el silencio dentro del coche se volvió casi insoportable. Ella respiró hondo, se alisó los shorts, se acomodó el top con un gesto rápido y abrió la puerta.

Al bajar, él la siguió. Caminaron juntos por la acera, y fue entonces cuando ella sacó el móvil y marcó el número del chico. Él sintió cómo se le tensaba el estómago.

—Ya estamos llegando, es que mi marido no encontraba sitio para aparcar el coche —dijo ella con una naturalidad que a él lo dejó helado.
 

Archivos adjuntos

Atrás
Top Abajo