El Talismán

Me parece a mí que los propietarios de esa empresa le hicieron algo tormentoso a Julia y ahora se quiere vengar y eso es lo que no le ha querido contar a nadie.
Si es este tipo de sufrimiento el que nos espera lo doy por bueno por no haber infidelidades ni nada parecido.
Pronto sabremos que es eso que la tiene un poco triste.
 
EL TALISMÁN. SEGUNDA PARTE. BALADA TRISTE DE TROMPETA.


Villalba del Conde.

Villalba del Conde
es un municipio de la provincia de Zaragoza. Tiene una población de 3.800 habitantes (INE 2021) y un área de 24,86 km².

Distante 89 km de la capital de la provincia, Villalba del Conde se encuentra situada en una fosa tectónica recorrida por el río Guanaba. Su temperatura media anual es de 12,1° C y su precipitación anual de 475 mm.

Pedro de Villalba, conquistó el Castillo y la localidad al hijo del último gobernador moro, y el rey de Aragón le concedió el título de Conde por sus servicios. La Casa de Villalba fue una ilustre familia cuyos miembros ocuparon importantes cargos y participaron en numerosas batallas en la reconquista contra los musulmanes.

Los Villalba fueron personajes influyentes en la política de la Corona, siendo reconocidos como una de las ocho grandes casas nobiliarias.

La base económica de la villa se basa casi exclusivamente en la fabricación de calzado. Calzado que todavía se fabrica por zapateros artesanos siguiendo las técnicas heredadas de sus antepasados, maestros zapateros. Los antecedentes de esta industria se remontan al siglo XVI, cuando se implantaron tres curtidurías junto al río Guanaba.

El Castillo de Villalba, ocupa la cota más alta de la villa, emplazado sobre un espolón rocoso. Declarado Monumento Nacional, constituye un impresionante conjunto monumental.

La Casa palacio de los Villalba es un edificio barroco de tres plantas del siglo XVIII. En su fachada aún puede verse su escudo heráldico.

La iglesia parroquial, dedicada a San Juan Bautista, es un templo de grandes proporciones, construido a base de ladrillo y tapial.

(Fuente: Conocipedia)




Capítulo 18: Chicas malas.

Long Island.

Abril 2011.

Julia.


Desde mi infancia, siempre he tenido la sensación de no encajar en ningún grupo. A lo largo de los años, me ha costado mucho hacer amigos, y he atravesado experiencias que han dejado cicatrices emocionales profundas en mi vida. No puedo recordar con exactitud cuándo comenzó esta sensación de alienación, pero sé que ha estado presente desde mis primeros años.

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Villalba del Conde.

1990-1996.

Julia.


Desde pequeña, luché con el sobrepeso, que, en términos simples, significaba que era considerada, "la gorda". Esta etiqueta se convirtió en una constante en mi vida y en la percepción que los demás tenían de mí. Uno de los recuerdos más dolorosos y vívidos que tengo es de cuando tenía solo 8 años. En una de esas inolvidables clases, mi maestra, Doña rosita, me pidió que leyera un fragmento de un libro frente a toda la clase.

Recuerdo claramente ese momento en la escuela cuando, en medio de la clase, la maestra me señaló con un tono que reflejaba tanto autoridad como desdén. "Vamos, tú, la gorda, lee el fragmento", dijo. Esa frase resonó en mi mente no solo por la crudeza de la etiqueta, sino por la humillación que sentí al ser identificada de esa manera. En ese instante, una ola de risas estalló en toda la clase. La burla colectiva se sintió como una bofetada, y el calor de la vergüenza me invadió de inmediato. Cada risa parecía amplificar mi malestar, y mi deseo de desaparecer se hizo más intenso. La presión y el nerviosismo se apoderaron de mí, bloqueando mi capacidad para concentrarme y leer con claridad. Mi voz temblaba y las palabras se mezclaban en mi mente, haciendo que mi lectura fuera un desastre. La situación se convirtió en un círculo vicioso de humillación y ansiedad, dejándome con una sensación de desamparo y una profunda inseguridad que me acompañaría mucho después de ese día.

-Por favor, siéntate y no me hagas perder más tiempo. Tengo cosas más importantes que hacer que lidiar con tu falta de atención e interés. Tu actitud distraída y tu incapacidad para concentrarte están retrasando el progreso de la clase. Es esencial que te enfoques y muestres un mínimo de responsabilidad. Tu comportamiento no solo afecta tu propio aprendizaje, sino también el ritmo de toda la clase. Así que, por favor, compórtate de manera más seria y no me hagas perder más tiempo en esta situación.

Cuando finalmente me senté, sintiendo el peso de la vergüenza en mis hombros, Elena, la chica que se sentaba justo detrás de mí, comenzó a hacer un ruido grotesco que imitaba el gruñido de un cerdo: “¡Oink, oink!” El sonido fue tan repugnante y desafinado que provocó risas generalizadas en toda la clase. La burla no solo intensificó mi malestar, sino que también me hizo sentir aún más alienada y humillada. En ese momento, deseé poder desaparecer o encontrar algún refugio en el aula que me permitiera escapar de la cruel burla y del rechazo que experimentaba.

La maestra, al percatarse del alboroto, intervino rápidamente y pidió que guardaran silencio. Aunque la clase continuó sin más incidentes, la atmósfera ya estaba cargada de una tensión incómoda. Mi mente, atormentada por la humillación y la risa cruel de mis compañeros, se había desconectado por completo. Me resultaba imposible concentrarme en las explicaciones de la maestra. Las palabras y conceptos parecían flotar sin sentido en el aire, mientras mi mente se aferraba a la sensación de inseguridad y a la angustia que me habían dejado las burlas. Cada vez que intentaba reenfocar mi atención en la lección, los ecos de las risas y la burla de Elena me arrastraban de nuevo a ese momento doloroso.

Al finalizar la clase, mientras descendía por las escaleras, volví a escuchar ese molesto y cruel sonido imitando el gruñido de un cerdo: "oink, oink". El eco de la burla se volvió un sonido insoportable, y no pude soportar más. Corrí fuera de la escuela, el pecho apretado por la angustia, y me dirigí a casa entre lágrimas. Al llegar, me senté en el portal de mi casa, escondida del mundo, intentando recuperar el aliento y calmar mi llanto. No quería que mi madre viera mi dolor, así que me esforzaba por controlar las lágrimas y los sollozos, manteniendo la cabeza baja y los ojos secos mientras esperaba a sentirme lo suficientemente tranquila como para entrar en casa con una apariencia serena.

En otra ocasión, Doña Rosita me pidió que me acercara a la pizarra para resolver un problema de matemáticas. Salí con confianza, ya que siempre se me habían dado bien las matemáticas y creía tener la respuesta correcta. Sin embargo, justo cuando empecé a escribir en la pizarra, la profesora tuvo que salir de la clase por un momento. Aprovechando su ausencia, Elena y otra compañera comenzaron a burlarse de mí, llamándome “gorda” y haciendo ruidos imitando a un cerdo. La risa de la clase se desató y pronto me sentí como el centro de su cruel atención. La situación me descolocó, y aunque intentaba concentrarme en resolver el problema, la burla constante y la risa de mis compañeros me impedían pensar con claridad. Me sentí profundamente humillada y desesperada, deseando que la profesora regresara pronto para poner fin a esa tormenta de burla y rechazo.

A los 10 años, además de lidiar con mi sobrepeso, también llevaba gafas, lo que incrementó el acoso que sufría. Empecé a escuchar risas y burlas provenientes de niñas de mi propio curso e incluso de otros. Me llamaban "Cerdita", "Cuatro ojos", “Cegata” y "Gafotas". La mayoría de mis compañeros se reían de mí por ser gorda y por usar gafas, lo que solo profundizaba mi inseguridad y complejos. No tenía amigos cercanos y evitaba participar en actividades grupales o ir a campamentos, prefiriendo quedarme en casa. Casi todos los días, llegaba a casa en lágrimas, pero nunca le decía nada a mi madre. Intentaba disimular mi dolor y hacer como si todo estuviera bien, ocultando la verdad detrás de una fachada de normalidad que solo me hacía sentir más sola y aislada.

Recuerdo otra ocasión en la que Elena me empujó violentamente contra las escaleras. La caída fue tan dura que sentí un dolor agudo en la zona lumbar de mi espalda. Al llegar a casa, mi madre notó un gran moratón en esa área y se preocupó mucho. Se dirigió al colegio para presentar una queja formal, esperando que tomaran medidas. Sin embargo, cuando la escuela investigó, todos afirmaron que me había caído por accidente y que nadie me había empujado. La denuncia fue desestimada y no se tomó ninguna acción. Afortunadamente, después de ese incidente, el acoso físico se detuvo por un tiempo, aunque las cicatrices emocionales perduraron mucho más tiempo.

Recuerdo una vez que intenté subirme a los columpios de metal del patio del colegio. El conserje, al verme acercarme, salió corriendo y me detuvo con una expresión severa. Me dijo que estaba demasiado gorda para usar los columpios y que, si lo intentaba, los iba a romper. Nunca me permitió subirme, y esa experiencia me dejó una profunda sensación de humillación.

Además, no solo en el colegio enfrentaba rechazo. En mi barrio, algunas chicas de mi edad, que también eran vecinas, solían insultarme cuando pasaba por su lado. Me llamaban nombres crueles y, en ocasiones, me prohibían entrar en ciertas calles del vecindario porque era allí donde solían jugar. Esta exclusión constante y la hostilidad me hicieron sentir aún más aislada y marginada.

A los 12 años, la situación empeoró considerablemente. Elena y su grupo de amigas intensificaron el acoso hacia mí, con insultos cada vez más crueles y directos. Me llamaban cosas como “Cara de mono”, “Hija de puta” y “Asquerosa”, y durante los recreos solían acorralarme, amenazándome con frases como, “Ten cuidado, sabemos dónde vives” o, “No tiembles, que te vas a mear de miedo, Cerdita”.

Llegaron al extremo de esperarme en un callejón detrás del colegio con la intención de pegarme. Sin embargo, aquel día, por suerte, llegué tarde a clase debido a una cita médica, y el enfrentamiento no ocurrió. Aunque me libré de esa situación específica, la sensación de temor y vulnerabilidad persistió, pues sus amenazas me mantenían en un estado de ansiedad constante, sintiéndome insegura y aterrada incluso cuando no estaba directamente en su presencia.

Recuerdo vívidamente cómo los demás niños y niñas evitaban jugar conmigo, dejándome con una sensación de profunda soledad. No comprendía por qué me trataban así; me sentía rechazaba sin razón aparente. Con el tiempo, me di cuenta de que Elena era la principal instigadora detrás de este aislamiento. Ella aseguraba que nadie se acercara a mí, ejerciendo una influencia negativa sobre los demás.

Como resultado, empecé a evitar el recreo, prefiriendo quedarme sola en el aula durante ese tiempo. En esos momentos de soledad, la lectura y el estudio se convirtieron en mi refugio. Sumergirme en los libros y en mis estudios era una forma de escapar de la cruel realidad y encontrar consuelo en un mundo donde podía controlar mi entorno y ser aceptada por mi propio mérito, lejos de la indiferencia y el rechazo de mis compañeras.

Un día, mientras caminaba por la calle, una chica se me acercó con una expresión de curiosidad y me mostró su teléfono. Me preguntó: “¿Eres tú esta chica?” En ese instante, sentí un deseo profundo de desaparecer. Al mirar la pantalla, vi que Elena había creado un montaje ofensivo usando mi rostro y un adhesivo que simulaba un hocico de cerdo. El montaje había sido difundido por WhatsApp bajo el título “Cerdita”. La imagen se había esparcido rápidamente por todo el colegio, y era evidente que todos se estaban burlando de mí.

Ese momento fue desgarrador. La humillación y la vergüenza me invadieron, sintiéndome como un objeto ridículo expuesto a la diversión de los demás. La risa de mis compañeros resonaba en mis oídos, y la sensación de estar a merced de sus burlas era abrumadora. Me invadió una profunda rabia, no solo hacia Elena, que había diseñado el montaje, sino también hacia todos aquellos que participaban en el acoso y contribuían a mi sufrimiento. Sentía que, en lugar de ser vista como una persona, estaba siendo tratada como una burla viviente, y esta experiencia intensificó aún más mi dolor y mi sensación de aislamiento.

Las burlas hacia mí se volvieron cada vez más crueles y persistentes. Cada vez que pasaba por grupos de gente en el patio, en los pasillos del colegio o incluso en la calle, escuchaba risas y sonidos que imitaban a un cerdo. Los comentarios y las risas se volvieron una constante en mi vida diaria, una cacofonía de humillación que me seguía a todas partes.

La situación se agravó cuando comenzaron a atacar mis pertenencias. Mis compañeros de clase empezaron a romper mis gafas de forma sistemática, dejándome a menudo sin la capacidad de ver bien. En una ocasión especialmente dolorosa, arrojaron mi ropa desde un puente hacia el río, dejándome sin nada que ponerme y humillada frente a los demás.

Estos actos de acoso y violencia constante me hicieron sentir extremadamente vulnerable y asustada. La sensación de ser un blanco fácil sin posibilidad de defenderme era abrumadora. La angustia y el miedo se convirtieron en compañeros constantes, y me sentía atrapada, sin saber cómo pedir ayuda o a quién recurrir para encontrar una solución a mi dolorosa situación.

Recuerdo un período especialmente difícil en mi vida cuando mi padre fue ingresado en el hospital. Dado que las normas del colegio prohibían llevar móviles, mis padres solicitaron permiso a la dirección para que yo pudiera tener mi teléfono en caso de emergencias relacionadas con la salud de mi padre. El colegio accedió a la solicitud, y mi móvil fue autorizado para llevarlo conmigo.

Sin embargo, la situación tomó un giro aún más doloroso cuando Elena y sus amigas descubrieron que yo llevaba el móvil. Aprovechando un momento de descuido, me robaron el teléfono, le quitaron la batería y lo arrojaron a un pozo. Este acto de crueldad no solo agravó mi angustia emocional en un momento ya de por sí devastador, sino que también me dejó completamente desconectada de cualquier posible noticia sobre mi padre.

El sentimiento de desesperación y la frustración por el continuo acoso de Elena y su grupo me llevaron a un punto de quiebra. Por primera vez, decidí enfrentar a mis agresoras y responder a sus insultos, esperando que esto pudiera de alguna manera hacerles entender el dolor que me estaban causando. Sin embargo, mi reacción solo sirvió para intensificar su hostilidad hacia mí, y el ciclo de acoso se volvió aún más brutal. Sentía que no solo estaba luchando con mi dolor personal, sino también con una hostilidad implacable en un lugar que debería haber sido un refugio seguro.

Después de responder a las constantes agresiones verbales y físicas, la situación empeoró y las amenazas hacia mí se intensificaron, incluso llegaron a amenazarme con rajarme o pegarme. En una ocasión, que me empujaron y respondí empujándoles, el director Rubén me culpó y me expulsaron del colegio por dos días. La situación se estaba volviendo cada vez más difícil para mí.

En otra ocasión, Elena me agredió físicamente con un vaso, golpeándome en la boca. La herida resultante no solo me causó dolor físico, sino que también dejó una marca emocional profunda. Mi madre, al ver la herida y la angustia en mi rostro, se alarmó y trató de buscar justicia. Sin embargo, en la escuela, el incidente fue minimizado como si fuera una simple pelea entre niños, una actitud que solo empeoró mi sentimiento de injusticia y desamparo.

A pesar de los múltiples episodios de acoso, nunca llegué a entender las verdaderas razones detrás del odio y la crueldad de Elena. Sus actos no solo me afectaron a nivel personal, sino que también me hicieron cuestionar la naturaleza de su comportamiento y el porqué de su hostilidad hacia mí. Las constantes agresiones, humillaciones y el desdén de la escuela me dejaron una profunda sensación de confusión y dolor, que todavía persiste en mi memoria.

La falta de apoyo por parte de la dirección del colegio, sumada a la ausencia de medidas efectivas para frenar el acoso, agravó significativamente mi situación. La desidia y la indiferencia de los responsables educativos no solo dejaron que el acoso persistiera, sino que también me hicieron sentir abandonada y desprotegida. Cada día se volvía más difícil soportar la crueldad y las humillaciones, y la sensación de estar completamente sola en esta lucha solo aumentaba mi angustia. La falta de una respuesta institucional adecuada contribuyó a que el acoso se intensificara, convirtiendo mi experiencia escolar en una pesadilla cada vez más insoportable.

Así transcurrió mi vida día tras día, marcando mi infancia y adolescencia con una constante sensación de inseguridad y desvalorización. Crecí con la creencia de que mi apariencia, definida por ser "gorda" y "poco agraciada", me hacía menos valiosa que otras niñas, que fácilmente podían evitarme. Esta percepción de inferioridad se convirtió en una sombra constante sobre mi autoestima, dejándome con una profunda sensación de inseguridad y auto-desprecio. La crueldad y el rechazo experimentados durante esos años formaron la base de una personalidad insegura y temerosa, cuyas cicatrices emocionales perduran en mi vida adulta. La falta de aprecio y aceptación que viví me llevó a desarrollar una autoimagen dañada y una constante sensación de no ser suficiente.

¿Cuánto tiempo puede alguien soportar el peso constante de la humillación, los insultos y el acoso? ¿Dónde se encuentra el límite de la resistencia humana? No puedo decir con certeza cuál es el umbral de los demás, pero yo había alcanzado el mío. La constante agonía y el dolor emocional me llevaron a un punto crítico en el que sentí que ya no podía más. La desesperación me envolvía y, en mi profunda desesperanza, llegué a tomar una decisión desgarradora: decidí poner fin a mi vida. La presión implacable y el sufrimiento acumulado habían erosionado mi capacidad de encontrar esperanza, dejándome en un estado de abatimiento total donde la idea de la autodestrucción parecía la única salida.

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Long Island.

Abril 2011.

Julia.


-¡Julia! ¡No puede ser! ¿De verdad llegaste a considerar quitarte la vida? ¿Cómo pudo tu dolor llegar a tal extremo? Me cuesta creer que hayas llegado a pensar en una solución tan irreversible para el sufrimiento que has estado soportando. La tristeza y la desesperación pueden nublar nuestra visión y hacernos sentir que no hay salida, pero siempre la hay.

-Así es, Sophie. Lamentablemente, en ese momento de desesperación, realmente llegué a considerar seriamente quitarme la vida. La situación era tan abrumadora y dolorosa que sentía que no había otra salida. Las constantes humillaciones, el acoso y la sensación de ser completamente incomprendida crearon un torbellino de sufrimiento que era difícil de soportar. No hay palabras suficientes para describir el infierno emocional que estaba viviendo; me sentía atrapada en una existencia que parecía completamente indigna y sin esperanza. La desesperación me envolvía, y no veía ninguna luz al final del túnel.

-Te entiendo perfectamente, Julia. Aunque no he tratado muchos casos exactamente como el tuyo, tengo un buen conocimiento sobre el acoso escolar y sus devastadoras consecuencias en las víctimas. Generalmente, el bullying puede llevar a una serie de problemas significativos, como una baja autoestima, dificultades para dormir, trastornos alimentarios, depresión, ansiedad, estrés, falta de motivación y pensamientos suicidas, entre otros. Me pregunto, ¿has experimentado alguna de estas consecuencias a lo largo de tu vida?

-Sí, Isabella. Lamentablemente, he experimentado muchos de esos síntomas. La baja autoestima ha sido una constante en mi vida, afectando profundamente cómo me veo a mí misma. También he tenido problemas persistentes para dormir; solía despertarme en medio de la noche, atormentada por la angustia, y me costaba mucho volver a conciliar el sueño. Los trastornos alimenticios también han sido parte de mi experiencia, y he lidiado con episodios de depresión y estrés que me han afectado profundamente. Sin embargo, lo más doloroso de todo han sido los pensamientos suicidas. En momentos de desesperación, sentía que no había escape, que el dolor era insoportable y que la única salida era poner fin a todo. Es difícil describir el nivel de desesperanza y sufrimiento que sentía en esos momentos.

Liam, que hasta ese momento había permanecido en silencio, muestra una profunda preocupación en su rostro. Sus ojos, cargados de una mezcla de tristeza y angustia, reflejan el impacto de mis palabras. Cuando me abrazó con fuerza, sus brazos rodean mi cuerpo con una ternura y determinación que hablan más que mil palabras. Era como si temiera perderme, como si el abrazo fuera su forma de protegerme y de ofrecerme un refugio contra el dolor que había compartido. La intensidad de su abrazo, acompañado de un silencio cargado de emociones, me transmite un sentido de apoyo y amor que me reconforta profundamente en este momento tan vulnerable.

-Julia, amor, creo que lo mejor sería dejar esta conversación por hoy. Me preocupa verte tan afectada por todo lo que has compartido. Es evidente que esto está pesando mucho sobre ti y no quiero que te cause más angustia en este momento. Quizás podríamos tomarnos un tiempo para procesar todo esto con calma y retomarlo cuando te sientas un poco más tranquila.

-Por favor, Liam, déjame seguir adelante con esto. Sé que estos recuerdos son dolorosos y están afectándome profundamente porque los he mantenido ocultos durante mucho tiempo, pero ahora no quiero detenerme. Necesito desahogarme por completo y liberar todo lo que he estado guardando. Esta es mi oportunidad para enfrentar mi pasado y hablar de lo que he vivido, y tu apoyo es crucial para mí en este momento.

-Julia, es fundamental que compartas tu experiencia para poder sanar y superar lo que has vivido, pero también es crucial que te cuides y te asegures de mantener tu bienestar emocional. Si en algún momento sientes que la intensidad de lo que estás reviviendo se vuelve demasiado abrumadora, podemos hacer una pausa y retomar la conversación en otro momento. Lo más importante es que te sientas apoyada y segura durante todo este proceso. ¿Te parece bien, Julia?

-Estoy bien, Isabella, de verdad. Aunque estos recuerdos son dolorosos y difíciles de enfrentar, siento que es crucial para mi proceso de sanación. Aprecio mucho tu preocupación, pero ahora mismo necesito continuar hablando y sacando todo esto afuera.

-Julia, ¿alguna vez hablaste con tus padres sobre el acoso que estabas sufriendo en la escuela? Me pregunto por qué nunca tomaron medidas para denunciarlo. A veces, los padres pueden no estar completamente al tanto de la magnitud del problema, o quizás pensaron que era algo que podrías manejar por ti misma. Pero me resulta difícil entender por qué no se dio un paso más allá para protegerte y buscar ayuda. ¿Qué te hicieron sentir que no era posible hablar de esto con ellos?

-La verdad, Sophie, es que mis padres no estaban al tanto de la magnitud del acoso que sufría porque yo lo ocultaba la mayor parte del tiempo. Cuando mis padres se quejaban a la dirección del colegio, esta solía minimizar los hechos, restándoles importancia y describiéndolos como comportamientos normales para la edad. Además, como era una buena estudiante y siempre sacaba buenas notas, mis padres tendían a confiar en lo que decía el director, creyendo que todo estaba bajo control. Ellos pensaban que si las notas eran buenas, entonces debía estar bien en todos los aspectos, y no se dieron cuenta de la gravedad de la situación.

-¿Y tú, por qué no les contaste a tus padres lo que realmente te estaba pasando? Quizás si hubieras sido honesta sobre la magnitud del acoso, ellos habrían podido tomar medidas más firmes y denunciar la situación ante las autoridades. A veces, los adultos pueden no darse cuenta de la gravedad de las cosas a menos que se les informe claramente, y tu silencio pudo haber limitado su capacidad para intervenir de manera efectiva.

-Creo que fue principalmente por vergüenza. No me sentía lo suficientemente fuerte como para hablar con mis padres sobre el acoso que estaba sufriendo. No quería preocuparlos con problemas que sentía que eran exclusivamente míos, ni que pensaran que era mi culpa o que me acusaran de no saber defenderme. Además, temía ser etiquetada como una “chivata” en el colegio. También tenía miedo de que si se presentaba una denuncia, que no confiaba completamente, la situación con Elena y sus amigas empeorara aún más. Para evitar que se involucraran de manera más seria, yo misma minimizaba la situación ante ellos, describiéndola como simples accidentes o juegos entre compañeros. En el fondo, esperaba que con el tiempo, Elena y sus amigas, se cansaran de mí o que encontraran a otra víctima. Era como si mi mente hubiera desarrollado un mecanismo de defensa para minimizar y desestimar lo que estaba viviendo, con la esperanza de que eventualmente las cosas mejoraran por sí solas.

-Entiendo, Julia. Es completamente natural que te hayas sentido así y que tuvieras miedo de hablar sobre lo que estaba sucediendo. En situaciones como estas, la vergüenza y el miedo pueden ser abrumadores. Sin embargo, quiero que sepas que no tienes ninguna culpa en lo que te ocurrió. El acoso escolar es una realidad dura que afecta a muchos jóvenes y no es algo que deba ser minimizado o ignorado. Es un problema serio que merece atención y comprensión, y lo que viviste no es algo que deba ser enfrentado en soledad. Tu valentía al compartir tu experiencia ahora es importante y valiosa.

-Ahora lo entiendo, Isabella. Sin embargo, durante mucho tiempo, viví con la sensación de que el acoso era mi culpa. Creía que debía haber hecho algo para evitarlo o que, de alguna manera, lo estaba provocando. Esa autoinculpación me hizo cargar con un peso aún mayor, sintiendo que no solo era víctima de los demás, sino también responsable de mi propia miseria. Este tipo de pensamiento distorsionado puede ser una forma de intentar controlar lo incontrolable, y aunque hoy reconozco que no tenía la culpa, el proceso de llegar a esa comprensión ha sido largo y doloroso.

-Julia, ¿te sientes con la suficiente energía para seguir adelante con esta conversación ahora, o prefieres que lo dejemos para mañana? Entiendo que este proceso puede ser emocionalmente agotador, y tu bienestar es lo más importante. Si en este momento necesitas descansar o tomar un respiro, estaría bien.

-Quiero continuar, Isabella. Como mencioné antes, había tomado la decisión de acabar con mi vida porque sentía que no había otra salida. Sin embargo, en ese momento crucial, apareció Loísa en mi vida.

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Villalba del Conde.

1996.


Nos habían asignado un proyecto en clase para realizar en pareja, pero como solía ocurrir, nadie quería trabajar conmigo y siempre terminaba haciéndolo sola. Sin embargo, un día, mientras salía de clase, alguien me llamó.

-Julia.

Al principio, no presté mucha atención a la voz que me llamaba, ya que estaba tan acostumbrada a ser etiquetada con apodos crueles como "Cerdita" o "Gorda" en lugar de por mi nombre, que asumí que se trataba de otra persona que intentaba burlarse de mí. Aceleré el paso, tratando de alejarme rápidamente de la fuente de lo que imaginaba sería otro intento de humillación. Sin embargo, para mi sorpresa, la voz volvió a llamarme con un tono amable y persistente, claramente intentando captar mi atención.

-¡Espera un momento, Julia!

Después de vacilar por un instante, decidí darme la vuelta y descubrí que era Loísa quien me estaba llamando. Aunque no teníamos una relación cercana y nuestra interacción había sido limitada, estaba al tanto de que ella no formaba parte de los grupos que me acosaban ni participaba en los insultos que recibía a diario. Su presencia era una inesperada pausa en mi rutina de hostigamiento. A pesar de saber que su intención no era hostil, mi frustración y desconfianza me hicieron responderle con tono cortante y despectivo.

-¿Qué demonios quieres de mí?

-Julia, ¿ya has encontrado a alguien con quien hacer el trabajo?

-¿Yo? ¡Por supuesto que no! Lo haré sola, como siempre. Nadie quiere estudiar conmigo.

-Yo quiero.

-Tú quieres reírte de mí, como todas. ¿Es eso lo que buscas? Si tienes algún problema o estás intentando hacerme sentir mal, mejor dilo claramente en lugar de jugar a los juegos.

-Julia, quiero que sepas que nunca me he reído de ti. Siempre he admirado tu inteligencia y tu dedicación. Siempre obtienes excelentes calificaciones, y eso me ha inspirado. Aunque debo admitir que también me gustaría aprovechar la oportunidad de trabajar contigo porque creo que podrías ayudarme a mejorar mis notas. Soy bastante mala estudiante y creo que trabajando juntas, sacaría buenas notas. ¿Te parece bien?

Miraba a mi alrededor con ansiedad, temiendo que alguien estuviera observándome en secreto. Me preguntaba si había ojos invisibles burlándose de mí o grabando cada movimiento sin que me diera cuenta. La sensación de estar bajo el escrutinio constante de miradas implacables me envolvía, intensificando mi nerviosismo y mi paranoia. Cada vez que creía captar un movimiento o un susurro, me sentía aún más incómoda, como si mi vulnerabilidad estuviera a la vista de todos, aunque no pudiera verlos a ellos.

-Julia, quiero que sepas que estoy sola en esto. No tengo nada que ver con quienes te insultan o te empujan. Mi único interés es estudiar contigo y trabajar en el proyecto juntas. Como ya te mencioné, estoy buscando aprovecharme de tu habilidad en matemáticas. Soy consciente de que tengo dificultades en esa materia, y creo que trabajar contigo me ayudaría a mejorar mis notas. No estoy aquí para causarte más problemas; simplemente quiero colaborar en el trabajo y aprender de ti.

-Lo… lo siento, Loísa, pe… pero me cuesta mucho creer en tu sinceridad. No estoy se… segura de si debo confiar en ti.

-Por favor, Julia, te lo pido de verdad, necesito tu ayuda. Estoy realmente desesperada por aprobar esta materia, y estoy convencida de que con tu apoyo y habilidades, podría lograrlo. Si me das la oportunidad, prometo que pondré todo de mi parte para que este trabajo sea un éxito.

-Yo…, la verdad, no estoy segura de qué hacer…

-Julia, te pido por favor que me des una oportunidad.

Lo que Loísa decía estaba logrando que dudara. Su manera respetuosa y educada al dirigirse a mí, llamándome por mi nombre en lugar de los crueles apodos a los que estaba acostumbrada, era un cambio refrescante que nunca antes había experimentado. La sinceridad en su súplica y su evidente deseo de mejorar en la materia me conmovieron profundamente.

En ese momento, me encontré atrapada entre el impulso de querer ayudarla y la realidad de mis propios planes. Aunque su petición resonaba en mí y me hubiera encantado ofrecerle mi apoyo, ya tenía compromisos previos que no podía ignorar. El dilema entre mis deseos de compasión y las limitaciones de mi tiempo y energía me dejaba en una encrucijada difícil.

-Mira, Loísa, no es que no quiera ayudarte, pero siempre he hecho estos trabajos por mi cuenta. Nunca he dependido de nadie y me siento más cómoda trabajando sola. No estoy en posición de ofrecerte mi ayuda en este momento. Quizás deberías buscar a otra persona que pueda colaborar contigo. Yo no te necesito.

Ya estaba dando la vuelta para irme cuando, de repente, sentí una mano en mi brazo. Loísa me había agarrado suavemente, pero con determinación. Sus ojos mostraban una mezcla de súplica y desesperación, y su voz, aunque temblorosa, transmitía una urgencia que no podía ignorar.

-Julia, en realidad sí que me necesitas. No se trata solo de que yo necesite ayuda con el trabajo; creo que, en el fondo, tú también podrías beneficiarte de esto.

-¿Yo? No, no te necesito en absoluto. No confío en ti, y no veo por qué debería hacerlo. He aprendido a hacer las cosas sola, y no creo que tu ayuda pueda beneficiarme.

-Soy una Villalba, y la verdad es que tú me necesitas tanto como yo a ti. Aunque pueda parecer que estamos en diferentes lados, en realidad, ambas tenemos algo que ofrecer. La ayuda mutua podría ser beneficiosa para las dos, y quizás eso es lo que realmente necesitamos en este momento.

-Está bien, pero dime, ¿en qué puedes ayudarme realmente?

-Mira, déjame decirte algo: nadie se atreve a meterse con los Villalba.

-Yo no soy Villalba.

Loísa se acercó con un aire de confidencialidad y, bajando la voz hasta un susurro, comenzó a hablarme como si estuviera compartiendo un secreto importante. Su tono era íntimo y serio, como si quisiera asegurarme que lo que iba a decir no solo era relevante, sino también privado.

-Julia, mi familia tiene un gran poder en este pueblo, como bien sabes. Los Villalba tenemos un respeto que nadie se atreve a desafiar, y eso también se extiende a nuestras amistades. Si aceptas trabajar conmigo, te garantizo que nunca más tendrás que preocuparte por Elena ni por quienes te acosan. Nadie se atreverá a molestar a la amiga de una Villalba.

Me quedé completamente sorprendida por lo que Loísa acababa de decir. Sus palabras, cargadas de promesas y seguridad, contrastaban tanto con el comportamiento de las demás que me costaba asimilar que alguien realmente quisiera ofrecerme una protección real y efectiva. Nunca había imaginado que alguien con influencia como ella pudiera estar dispuesta a ayudarme de esa manera.

-¿Amigas? No, no somos amigas. De hecho, ni siquiera tengo amigas, y realmente no las necesito. Así que si estás pensando que vamos a ser todo risas y confidencias, olvídalo. Prefiero mantener las cosas en un nivel más distante y no complicar las cosas con relaciones que no necesito.

-Podemos comportarnos como si fuéramos amigas si eso facilita las cosas. Si nos ven juntas, nadie se atreverá a causarte problemas.

-¿Qué… qué quieres decir con eso? -pregunté, intentando comprender el alcance de sus palabras. La oferta de Loísa parecía tan sorprendente y ajena a mi realidad habitual que me resultaba difícil de creer.

-No sé qué les has hecho para que te traten así, pero…

-Nunca les he hecho nada para que me traten así.

-No importa lo que hayas hecho o no hayas hecho. La cuestión es que, si nos hacemos pasar por amigas, puedo garantizarte que el acoso se detendrá. Ellos no se atreverán a molestarte si saben que estoy de tu lado. A cambio, necesito tu ayuda con los estudios. Tú me ayudas con el trabajo, y yo me encargo de asegurarme de que nadie te haga daño. ¿Te parece un buen trato?

-Imagínate, una Villalba aliándose con la "Cerdita". Nadie se lo va a creer.

-Si nos presentamos como amigas, la gente empezará a verte de otra manera. Puede funcionar Julia, piénsatelo, ¿vale?

Regresé a casa con las palabras de Loísa rondando en mi mente, pero no podía dejar de sentir desconfianza. La idea de que pudiera ser una trampa orquestada por Elena me inquietaba profundamente. Ya no confiaba en nadie, ni siquiera en Loísa. No quería caer en ninguna trampa.

Aparte de eso, ya había tomado una decisión: al día siguiente, planeaba colgarme en el gimnasio del colegio durante el recreo. El gimnasio rara vez se usaba, ya que las clases de gimnasia se llevaban a cabo en el patio, y se había convertido en un espacio lleno de trastos y pupitres viejos. Sin embargo, había cuerdas disponibles que podía utilizar.

La idea de finalmente poner fin a mi sufrimiento me proporcionó un alivio inesperado. Era la primera vez que me sentía un poco en paz. Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, pude dormir sin ser atormentada por pesadillas.

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Long Island.

Abril 2011.


Mientras relato mi historia, me encuentro luchando por mantener la concentración en las palabras que estoy diciendo, mientras observo a Liam, que está sentado a mi lado en el sofá. Su presencia, que solía ser una fuente de fortaleza y consuelo, ahora está marcada por una profunda tristeza y preocupación. Sus ojos, que normalmente reflejan seguridad y apoyo, muestran un dolor palpable, como si las palabras que comparto lo afectaran profundamente.

Liam me había tomado de la mano al principio de la conversación, un gesto que me dio un sentido inmediato de respaldo y aliento. Sin embargo, ahora parece estar abrumado por el peso de mis recuerdos y sufrimientos. Su rostro, antes firme y sereno, está sombrío y cargado de emociones, y puedo ver cómo se le aprieta el corazón con cada detalle que revelo.

Instintivamente, sin pensar demasiado en ello, paso mi brazo sobre sus hombros en un gesto de consuelo. Quiero que sienta que también estoy allí para él, y que ahora mismo él sea el que más necesita mi apoyo. Mi intención es que sepa que, a pesar de mi dolor, valoro profundamente su presencia y que juntos podemos enfrentar este momento difícil.

-¿Estás bien, cielo? Veo que esto te está afectando mucho, y me preocupa verte así.

-Sí, Julia, estoy bien –responde Liam, aunque sus ojos azules muestran una mezcla de tristeza y preocupación, claramente humedecidos por las emociones que está experimentando mientras escucha mi relato. A pesar de su esfuerzo por mantener la calma, es evidente que está profundamente afectado por lo que estoy compartiendo.

Le tomo de la barbilla y levanto su rostro para mirarlo directamente a los ojos.

-No, cariño, no estás bien. Puedo ver en tus ojos que esto te está afectando profundamente.

-Lo siento, amor. No puedo evitar sentirme profundamente afectado por lo que estás contando. Tu dolor y sufrimiento me llegan tan intensamente que casi los siento como si fueran propios. Me duele verte pasar por esto, y quisiera poder hacer más para aliviar tu carga.

Siento que ha llegado el momento de hacer una pausa por hoy.

-Creo que es mejor que dejemos esto por hoy, ¿te parece? Yo también estoy afectada y agotada por todo lo que he compartido. Además, todavía hay mucho más que contar y procesar. Creo que un descanso nos vendrá bien para poder enfrentar lo que queda con la claridad y el ánimo que merecemos. Mañana, con un poco más de calma, podremos continuar.

-Sí, por favor. -responde Liam con un susurro, su voz cargada de una mezcla de cansancio y comprensión. Sus ojos siguen reflejando una tristeza profunda,

- Sí, Julia, creo que todos necesitamos un momento para descansar y reflexionar sobre lo que acabas de compartir. Ha sido una experiencia profundamente intensa y emocionalmente agotadora. Es fundamental que tomemos el tiempo necesario para procesar todo esto y encontrar la mejor manera de seguir adelante. Mañana, con más calma y claridad, podremos retomar la conversación y continuar desde donde lo dejamos. ¿Te parece bien?

Asiento con la cabeza, profundamente agradecida por las palabras de Isabella. Nos levantamos del sofá y, con un abrazo y palabras de aliento, nos despedimos por el momento. Mientras me dirijo a mi habitación, no puedo evitar reflexionar sobre la importancia crucial de tener a personas en mi vida que me comprenden y están dispuestas a escuchar mi historia. Aunque el recuerdo de esos momentos dolorosos me ha sumido en una profunda tristeza, también empiezo a sentir un pequeño atisbo de esperanza. Saber que no estoy sola en esta lucha y que cuento con el apoyo incondicional de quienes me rodean me brinda una renovada fortaleza para seguir adelante. Este apoyo me ofrece la oportunidad de buscar la sanación que tanto anhelo y me recuerda que, a pesar de la oscuridad, hay luz y compañía en el camino hacia la recuperación.

Sophie ya me había advertido sobre la profunda capacidad empática de Liam y su habilidad para ponerse en el lugar de los demás, sintiendo su sufrimiento como si fuera propio. Desde el instante en que nos conocimos, Liam demostró una aguda perspicacia al percibir que algo me estaba afectando, a pesar de que aun no me conocía en profundidad. Su interés genuino por comprender mi situación y su deseo de ayudarme sin reservas o juicios evidenciaron su compasión y sensibilidad. Liam se esforzó por entender el dolor que llevaba dentro, ofreciéndome su apoyo incondicional en un momento en que me sentía extremadamente vulnerable.

Sabía que compartir mi pasado con Liam tendría un impacto profundo en él, posiblemente más intenso que en cualquier otra persona. Por esta razón, me mantuve muy atenta a sus reacciones mientras relataba mi historia. Observé con detenimiento cómo, a medida que avanzaba en mi narración, su expresión facial comenzaba a reflejar una creciente tristeza. Cada detalle de mi relato parecía hundir lentamente su semblante, manifestando el profundo efecto que mis palabras estaban teniendo en él. Su rostro se volvía cada vez más grave y afectado, evidenciando la empatía y el dolor que sentía al escuchar lo que había pasado en mi vida. La empatía de Liam es asombrosa. Su capacidad para sentir el sufrimiento ajeno es algo que admiro profundamente, pero también me preocupa. Me duele ver cómo mi historia afecta a quien amo tanto. Es un recordatorio de la profundidad del vínculo que hemos desarrollado y de cuánto le importo.

Sin embargo, en este momento no estoy buscando únicamente la empatía de Liam; lo que realmente necesito es su fortaleza. Busco a un Liam que pueda ofrecerme un sólido apoyo, que sea capaz de sostenerme si me quiebro mientras relato mi historia. Necesito a alguien que no solo entienda mi dolor, sino que también tenga la fortaleza emocional para ayudarme a recoger los pedazos de mí misma y a recomponerme. Su fortaleza se convierte en un ancla crucial que me brinda seguridad y el coraje necesario para enfrentar mis recuerdos más dolorosos y seguir adelante.

Acurrucados en la cama, envueltos en la calidez de nuestro abrazo, encontramos consuelo en la cercanía del otro. Nuestros cuerpos desnudos se entrelazan en una muestra de vulnerabilidad y apoyo mutuo. En medio de la calma y el silencio que nos rodea, nos aferramos el uno al otro, buscando y ofreciendo consuelo en una conexión profunda y sincera. Es en este momento de intimidad compartida donde encontramos el alivio y la fuerza necesarios para enfrentar juntos los desafíos que hemos compartido.

-Liam, amor, sé que lo que te estoy contando te afecta profundamente y que seguirá haciéndolo a medida que revele más sobre mi pasado. Desde el principio, tu empatía ha sido algo que valoro inmensamente; es una de las razones por las que me enamoré de ti. Pero necesitamos enfrentar esto con fortaleza. Si tú te rompes y yo también, no podremos recuperarnos. Te necesito a mi lado, pero te necesito completo, fuerte y dispuesto a sostenerme sin que te hundas. Mi objetivo es seguir contando mi historia sabiendo que estás pendiente de mí, porque yo no puedo ocuparme de ambos. ¿Lo entiendes, cielo?

-Te entiendo perfectamente, Julia, y te aseguro que no volverá a suceder. Estoy aquí para apoyarte y cuidarte en cada paso del camino. Prometo ser fuerte y mantenerme a tu lado mientras compartes tu historia. Sé que necesitas que esté atento a ti, especialmente porque intuyo que aún quedan momentos difíciles por revivir. Mi compromiso es protegerte y asegurarme de que no te sientas abrumada por el proceso. Pero también te pido que, cuando yo, Isabella o Sophie te sugiramos que es momento de tomar un descanso, por favor, escucha nuestro consejo. Tu bienestar es lo más importante, y necesitamos asegurarnos de que te cuides mientras avanzas en esta etapa.

-Gracias, Liam. Valoro profundamente tu comprensión y tu compromiso de estar a mi lado. Agradezco sinceramente tu promesa de apoyo y la fuerza que me ofreces. Entiendo la importancia de escuchar a quienes se preocupan por mí, y te prometo que tomaré en cuenta vuestras sugerencias cuando llegue el momento de hacer una pausa. Confío en vuestro juicio para reconocer cuándo es necesario detenerse y recuperarse. Me siento verdaderamente agradecida de teneros a mi lado en este proceso, y vuestra presencia me brinda una inmensa tranquilidad mientras continúo compartiendo mi historia.

Después de un tierno beso de buenas noches, nos arropamos bajo las sábanas, rodeados de la calidez de nuestros abrazos. La tranquilidad de tenernos mutuamente nos permite relajarnos completamente. Mientras nos envuelve el silencio de la noche, nuestros cuerpos se aferran el uno al otro, ofreciendo consuelo y seguridad. Así, nos quedamos dormidos juntos, sintiendo el suave ritmo de nuestras respiraciones sincronizadas, hasta que el nuevo día nos despierte con su luz.



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La historia de Julia continua en:

Capítulo 19: Cuenta conmigo.


Julia comparte su experiencia de acoso escolar y soledad, destacando la transformación que experimenta a través de su amistad con Loísa, una compañera de clase popular y de alto estatus social.

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NOTA DEL AUTOR

Todos los eventos de acoso escolar descritos en este capítulo se basan en experiencias reales, relatadas directamente por las víctimas que las vivieron. He decidido agrupar todas estas vivencias en un solo personaje, Julia, para concentrar y dar voz a la dolorosa realidad que muchas personas han sufrido en la vida real. Aunque las situaciones se presentan a través de la historia de Julia, cada uno de los hechos narrados refleja el sufrimiento de víctimas reales que han enfrentado estos momentos en sus propias vidas. Es un homenaje a su valentía y un recordatorio de las cicatrices que deja el acoso escolar.

La historia de Julia, he procurado situarla en escenarios reales y fácilmente reconocibles. En el caso de Villalba del Conde, debo aclarar que no existe un lugar con ese nombre en Aragón ni, hasta donde sé, en toda España. Sin embargo, el pueblo donde se desarrolla gran parte de la historia es real y coincide casi exactamente con lo descrito al principio del capítulo. Aunque es fácilmente identificable, quiero dejar claro que los hechos narrados no tienen relación alguna con esa población ni con sus habitantes. Lo utilizo únicamente como escenario para la trama, sin intención de reflejar la realidad de sus gentes.
 
Los niños tienen muchísima maldad en esa edad y si no se les para con dureza, lo siguen haciendo
Vergüenza ajena me da el director y los profesores quitándome importancia.
Pero Julia no está sola en esto y con la ayuda de Liam y sus amigas saldrá adelante.
Creo que al final Loisa también le traicionó y por eso se quiere vengar de la familia Villalba.
Eso de Bullying es muy común y yo, aunque en menor medida lo recibí en mi época de niño, pero yo tenía carácter y no me quedaba callado y los enfrentaba y como tenía buenos amigos también me defendían.
Yo creo que todos, en mayor o menor medida, se han cruzado en clase con algún que otro niñato.
 
Difícil imaginar que por tanto tiempo la gente tenga tal ensañamiento contra una persona, que haya cero empatía en los espectadores, tanta dejadez o estupidez en los padres y docentes para no ver las señales. Es tanto el maltrato que sería raro que no pensara acabar con su vida.

Esa Villalba le salvó la vida sin darse cuenta.

Por cierto, según entendí el período en que ocurrió todo, creo que no concuerda con la mención del WhatsApp, ya que aún no existía. Supongo que pudo referirse a msn messenger quizás, aunque más se usaba en la PC, que por cierto, era una joya, me divertía mucho ahí.
 
Difícil imaginar que por tanto tiempo la gente tenga tal ensañamiento contra una persona, que haya cero empatía en los espectadores, tanta dejadez o estupidez en los padres y docentes para no ver las señales. Es tanto el maltrato que sería raro que no pensara acabar con su vida.

Esa Villalba le salvó la vida sin darse cuenta.

Por cierto, según entendí el período en que ocurrió todo, creo que no concuerda con la mención del WhatsApp, ya que aún no existía. Supongo que pudo referirse a msn messenger quizás, aunque más se usaba en la PC, que por cierto, era una joya, me divertía mucho ahí.
El Messenger era tela de divertido.
 
Por cierto, según entendí el período en que ocurrió todo, creo que no concuerda con la mención del WhatsApp, ya que aún no existía.

El uso de WhatsApp se ha vuelto tan cotidiano que parece que siempre ha estado presente en nuestras vidas. Admito mi pequeño desliz al mencionarlo fuera de contexto histórico, pero no es algo que afecte la narrativa. Lo tomaremos como una licencia literaria, ya que, al fin y al cabo, en la ficción, todo es posible y cualquier recurso está permitido para dar vida a la historia que queremos contar.

Volverá a aparecer en algún otro capítulo fuera de contexto histórico, pero ya no lo voy a corregir.
 
Última edición:
EL TALISMAN. SEGUNDA PARTE. BALADA TRISTE DE TROMPETA.


Capítulo 19: Cuenta conmigo.

Abril 2011.

Mansión de Julia en Long Island.

Julia.


Al despertar a la mañana siguiente, me encuentro aún abrazada a Liam, quien sigue profundamente dormido. Con delicadeza, me esfuerzo por moverme sin perturbar su descanso, pero no puedo evitar fijar la vista en su miembro, que, como de costumbre, permanece firme y erguido. Siento el impulso de complacerlo de la misma manera que lo he hecho en ocasiones anteriores. A Liam le fascinaba despertar con sexo oral, y, para ser sincera, a mí también me encantaba iniciar el día de esa forma.

Sin embargo, hoy tengo otra cita que me espera, y aunque la tentación es fuerte, me levanto con cuidado para ir a encontrarme con Sophie.

Me envuelvo en un albornoz y me dirijo hacia la piscina. Al llegar, encuentro a Sophie disfrutando de un baño matutino en su estado más natural, como era su costumbre. Sin dudarlo ni un instante, me desnudo y me sumerjo en el agua, donde Sophie me recibe con una sonrisa cálida.

Nos acercamos y nos fundimos en un beso apasionado. Nuestros cuerpos se entrelazan en un abrazo tierno y ferviente, mientras nuestras manos exploran con curiosidad cada rincón del otro. La conexión entre nosotras se siente intensa y llena de complicidad, y el agua se convierte en el escenario perfecto para compartir este momento íntimo.

-Sophie, te estaba buscando.

-Ya sabías dónde encontrarme, no has tardado nada en llegar. Me alegra que hayas venido tan rápido.

-Revivir viejos recuerdos siempre resulta reconfortante. Hay algo especial en volver a esos momentos que compartimos, que nos recuerda la conexión profunda que tenemos. Es como si el tiempo se detuviera y nos permitiera revivir la calidez y la alegría que experimentamos juntas.

-¿Estás bien, cariño? Los recuerdos que compartiste ayer no son precisamente los más agradables, y quiero asegurarme de que estés bien.

-No, no lo son. Sin embargo, estoy lista para seguir adelante.

-Ayer vi a Liam bastante afectado, y me preocupa cómo está ahora. Espero que esté mejor, aunque entiendo que procesar ciertas emociones puede llevar tiempo.

-Liam se encuentra mejor, gracias por preguntar. Tuve una conversación profunda con él para expresar claramente lo que espero mientras comparto mi historia. Le hice saber que necesito que se mantenga firme y comprometido, ya que no puedo estar pendiente de ambos, de él y de mí, mientras rememoro mi pasado. Es fundamental que él se mantenga fuerte y dispuesto, para que no me hunda en el proceso. Si él también se hunde, no tendré a nadie que me ayude a salir a flote. Por eso, he venido a pedirte un favor, Sophie.

-Entiendo lo crucial que es para ti que Liam esté en un buen estado emocional mientras te abres y compartes tu historia. Es completamente natural que busques su apoyo y fortaleza durante este proceso tan intenso. Como amiga vuestra, quiero que sepas que estoy aquí para ofreceros mi apoyo en todo lo que pueda. Así, ¿qué favor te gustaría pedirme, Julia? Estoy dispuesta a ayudarte en lo que necesites para asegurar que ambos puedan atravesar este momento con la mayor fortaleza y serenidad posible.

-Sophie, necesito que estés atenta a Liam en todo momento. Si notas que está atravesando un momento difícil, como ocurrió ayer, te pido que me interrumpas de inmediato durante mi narración. Es fundamental que pueda concentrarme en compartir mi historia sin preocuparme por su estado emocional. Si es necesario, haremos tantas pausas como requiera la situación para asegurarnos de que ambos estemos bien y podamos enfrentar este proceso de la mejor manera posible. Tu apoyo y vigilancia son cruciales para que podamos salir adelante juntos.

-Puedes contar conmigo, Julia. Me encargaré de estar atenta a Liam y asegurarme de que esté bien durante todo el proceso, para que puedas concentrarte plenamente en compartir tu historia sin distracciones ni preocupaciones.

-Gracias, Sophie. Sabía que podía contar contigo. Tu apoyo significa mucho para mí en este momento tan delicado. Saber que estarás atenta a Liam y que me permitirás centrarme en compartir mi historia con tranquilidad me alivia profundamente.

Nos despedimos con un beso apasionado, lleno de ternura y deseo, antes de que me dirija de nuevo al dormitorio. Al entrar, Liam ya no está en la cama, así que decido buscarlo. Me dirijo al baño y encuentro a Liam bajo la ducha, disfrutando de un momento de relajación.

Decido unirme a él, así que me quito el albornoz con cuidado y entro en la ducha. Me acerco a él con una sonrisa, y me agacho lentamente, colocándome en una posición cómoda frente a él.

-Buenos días, cariño. Te has puesto un poco triste porque no estaba a tu lado cuando te despertaste, ¿verdad?

-¿Triste? No, Julia, para nada. Sabía que estabas en la piscina con Sophie, como siempre que ella se queda a dormir aquí. No me sorprende en absoluto, y, sinceramente, no me importa. Entiendo perfectamente la conexión especial que tenéis y cómo disfrutáis de esos momentos juntas.

-Oh, Liam, no estaba hablando contigo. Me refería a "Negrita", (en español). Fíjate, ella está un poco triste porque no le he hecho mimitos esta mañana. Pero no te preocupes, voy a arreglarlo en un momento. Voy a dedicarle un poco de tiempo y atención para que se sienta mejor. Es importante para mí asegurarme de que todos en la casa se sientan queridos y atendidos.

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Mientras su miembro aún está flácido, lo tomo en mi boca con suavidad. Disfruto cada momento mientras empieza a crecer y endurecerse, sintiendo cómo se expande y se llena de vida. En muy poco tiempo, alcanza su máxima erección, y es entonces cuando comienzo a realizar una mamada profunda y cuidadosa.

Con el tiempo, he perfeccionado mi técnica. He aprendido a manejar las gargantas profundas y a superar las náuseas y arcadas que sentía al principio. Ahora, puedo tomarlo en su totalidad, tragándolo por completo hasta que mi nariz roza contra su pelvis depilada. Cada movimiento está lleno de intención y deseo, buscando ofrecerle la máxima satisfacción.

Con una mano, también estimulo sus testículos, que están llenos de semen listo para compartir. Mientras lo hago, no puedo evitar mirarlo a los ojos, disfrutando del placer que se refleja en su rostro. Sé que no le quedará mucho tiempo antes de llegar al clímax, y eso lo confirmo cuando siento que me agarra la cabeza con ambas manos y comienza a moverse con una intensidad apasionada, follándome la boca con fuerza. Es algo que hace cada vez que está cerca de alcanzar el orgasmo, y me excita enormemente.

Me preparo para recibir su placer en mi boca, sabiendo que me va a llenar. Siento sus primeras pulsaciones, y luego otras más, hasta cinco disparos, inundando mi boca con su semen. Mantengo la calma y hago mi mejor esfuerzo por no tragar nada y asegurarme de que nada se escape por la comisura de mis labios. Aunque es difícil, ya que Liam suele liberar una gran cantidad, he aprendido a manejarlo con el tiempo. Al principio, la tos y el impulso de escupir eran inevitables, pero con la práctica he aprendido a retenerlo mejor, aunque a veces trago más de lo que quisiera.

Con la boca llena de su esperma, me levanto y me acerco a Liam, ofreciéndole un beso profundo para compartir lo que tengo en la boca. Es un momento cargado de sensualidad que nos excita a ambos. Mientras nuestras bocas se encuentran, intercambiamos el viscoso líquido, disfrutando del morboso placer que esto nos proporciona.

Mientras jugamos con el semen en nuestras bocas, el ambiente se vuelve aún más íntimo y cargado de deseo. Liam comienza a masturbarme con firmeza, llevándome al borde del éxtasis. En medio de esta intensa conexión, siento cómo un poderoso orgasmo se apodera de mí, justo mientras ambos nos tragamos lo que hemos compartido. Cada caricia y cada beso se siente intensamente cargado de pasión, fortaleciendo aún más nuestro vínculo en este momento tan especial.

A menudo, después de estos momentos íntimos, Liam y yo nos dirigimos a la cama para continuar disfrutando de nuestra conexión. Sin embargo, hoy tenemos el compromiso de encontrarnos con nuestras amigas, y no queremos hacerlas esperar. Sabemos que ellas también están ansiosas por vernos y compartir el tiempo juntas, así que nos apresuramos a prepararnos para cumplir con nuestras promesas y disfrutar del tiempo que hemos planeado con ellas.

. . . . . . . . . . .

Después de disfrutar de un delicioso desayuno en la cocina, decidimos regresar al salón, ya que el fresco matutino hacía que la terraza del jardín aún no fuera el lugar más acogedor para estar al aire libre. Liam y yo nos acomodamos juntos en un sofá, entrelazando nuestras manos en un gesto de complicidad y cariño. Mientras tanto, Sophie se une a Isabella en el sofá opuesto, creando un ambiente acogedor y lleno de conversación. El salón se llena de una sensación de calidez y compañerismo.

-Julia, ¿te sientes preparada para continuar con tu relato? Si en este momento no te sientes con el ánimo necesario, no hay problema en posponerlo para más tarde. Lo más importante es que te sientas cómoda y lista para seguir adelante. Si prefieres tomarte un tiempo para ti o necesitas un respiro, estamos completamente dispuestos a esperar. Queremos asegurarnos de que estés en el mejor estado emocional posible para compartir tu historia.

-Estoy bien, Isabella. Agradezco mucho tu preocupación y tu amabilidad. Es reconfortante saber que estás pendiente de mí y dispuesta a ofrecer tu apoyo.

-Como mencioné ayer, había tomado una decisión que me brindó un gran alivio y que, después de muchos meses de noches inquietas, me permitió finalmente dormir de un tirón.

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Vilalba del Conde.

1996.


Al despertar por la mañana, tenía la firme convicción de que ese día marcaría el fin de mi sufrimiento. La verdad es que, en ese momento, ni siquiera me acordaba de Loísa ni de su propuesta. La idea de su oferta no había cruzado mi mente, ya que estaba completamente enfocada en el propósito de poner fin a mi dolor. Mi mente estaba tan centrada en la determinación de acabar con mi vida que no podía pensar en nada más.

En el aula, los pupitres estaban organizados en filas, cada uno con dos asientos, y por lo general, estos eran ocupados por amigos o compañeros que compartían una amistad. Sin embargo, en mi pupitre, siempre había un asiento vacío. Era una constante que nadie quería sentarse a mi lado. Este vacío no solo reflejaba la falta de compañía física, sino también la sensación de aislamiento que a menudo experimentaba. A pesar de la disposición de los pupitres para fomentar la interacción social, mi silla vacía parecía ser un recordatorio constante de mi soledad en ese entorno.

Ese día, al entrar en el aula, fui recibida con el mismo saludo burlón de siempre, un, "oink, oink", acompañado de risas y comentarios despectivos que se repetían cada mañana. Con un suspiro resignado, me dirigí a mi pupitre y empecé a sacar mis libros, tratando de ignorar el alboroto. Sin embargo, casi de inmediato, Loísa entró en el aula con su usual confianza y se acercó a mi pupitre. Con una sonrisa abierta, se sentó a mi lado y me saludó en voz alta, asegurándose de que todos pudieran oírlo. Su gesto, tan inesperado como valiente, rompió momentáneamente el ciclo de burla que solía seguirme cada día.

-¡Hola, Julia! Buenos días. ¿Cómo estás hoy? Espero que te encuentres bien. Quería comentarte que, respecto a lo que hablamos ayer, estoy completamente de acuerdo. Estoy encantada de que queramos trabajar juntas en ello; creo que será muy divertido y enriquecedor hacerlo contigo. Agradezco mucho que hayas pensado en mí para esta tarea y por ofrecerme la oportunidad de colaborar. Estoy segura de que haremos un gran trabajo y de que disfrutaremos mucho del proceso. ¡Gracias por contar conmigo!

-Pero… pero... si yo…

-No es necesario que digas nada. Podemos empezar a trabajar esta tarde. Si te parece bien, podríamos hacerlo en mi casa, pero si prefieres, también podemos reunirnos en la tuya. Solo dime cuál opción te resulta más cómoda, y nos organizamos según lo que te venga mejor. Estoy flexible y dispuesta a adaptarme para que todo sea más conveniente para ti.

No sabía cómo responderle, y me sentía atrapada por la situación. La clase entera estaba en un silencio expectante, igual de sorprendida que yo y atenta a nuestra conversación. Era evidente que todos estaban esperando ver cómo se desarrollaba el intercambio. Justo en ese instante, Doña Rosita entró en el aula, rompiendo la tensión que se había acumulado. Todos nos apresuramos a regresar a nuestros asientos y prepararnos para comenzar la clase, intentando retomar la rutina y dejar atrás el momento incómodo.

Permanecí observando a Loísa, aún en estado de sorpresa, mientras abría mi libro con una mezcla de confusión y esperanza. Loísa, al notar que la miraba, me ofreció una sonrisa cálida y reconfortante. Le respondí con una sonrisa sincera, mientras en mi mente comenzaba a considerar la posibilidad de que lo que Loísa había dicho pudiera ser cierto. La idea de que su cercanía pudiera, de alguna manera, poner fin al acoso que estaba sufriendo me ofrecía un atisbo de esperanza. Reflexionaba sobre cómo su apoyo podría ser un cambio positivo en mi vida, al menos lo suficiente como para calmar mis preocupaciones y darme una nueva perspectiva.

La mañana transcurrió con normalidad hasta que finalmente llegó el recreo. Durante las primeras horas, Loísa había comenzado a hacerme preguntas sobre la lección en lugar de recurrir a la profesora, algo que nunca antes había experimentado. Me sorprendía gratamente que alguien buscara mi opinión y consejo sobre el contenido de la clase. Cuando sonó el timbre anunciando el recreo, todos los estudiantes abandonaron el aula con prisa, excepto yo. Aunque solía quedarme en clase para estudiar en solitario, esta vez tenía otros planes en mente.

Con la intención de dirigirme al gimnasio, me puse de pie y comencé a recoger mis cosas. Sin embargo, en ese preciso momento, Loísa volvió a entrar en el aula. Me miró con curiosidad y una expresión amistosa, lo que me hizo detenerme y preguntarme si quizás había algo más en su mente.

-Julia, ¿qué estás haciendo? Te estoy esperando. ¡Vamos, que ya es hora!

-En realidad, nunca suelo salir durante el recreo. Prefiero quedarme aquí en el aula, disfrutando de la tranquilidad y el silencio. Para mí, es un momento en el que puedo concentrarme en estudiar o simplemente tener un respiro lejos de Elena y sus amigas.

-Julia, es importante que te vean conmigo para que el acoso que estás sufriendo desaparezca. Si salimos al recreo juntas, eso podría ayudar a cambiar la percepción de los demás y mostrarles que tienes apoyo. Recuerda que te prometí que te ayudaría en todo lo que pudiera, siempre y cuando tú también estuvieras dispuesta a ayudarme. Este es el momento perfecto para cumplir con nuestra promesa.

-Pero, en realidad, no quiero que me ayudes. Siento que no lo necesito. Estoy acostumbrada a manejar las cosas por mi cuenta y prefiero seguir así. No quiero que sientas que tienes que intervenir o asumir una responsabilidad que yo no te he pedido.

-Sí, Julia, en realidad me necesitas, y yo también te necesito. Ambas nos necesitamos.

-La verdad es que tenía otros planes para hoy. Iba a…

¿Cómo podría decirle que ahora no podía salir porque tenía que suicidarme? Me resultaba difícil encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que realmente estaba pasando por mi mente. Así que decidí posponerlo para el día siguiente.

-Está bien, Loísa, vamos a salir al recreo, pero me gustaría que te quedaras a mi lado. Me sentiré más segura y apoyada si estás cerca, especialmente en este momento.

-Vamos a encontrarnos con mis amigas; estoy segura de que les vas a encantar. Ellas son personas maravillosas y muy acogedoras, y estoy convencida de que te recibirán con los brazos abiertos. Además, creo que tu presencia les dará una perspectiva fresca y positiva. Será una buena oportunidad para que te conozcan mejor y, al mismo tiempo, para que tú te sientas más integrada y apoyada. Estoy deseando que vean lo genial que eres y lo mucho que puedes aportar a nuestro grupo.

A pesar de la buena intención inicial, las amigas de Loísa no parecían entusiasmadas con la idea de relacionarse con alguien como yo, a quien algunas llamaban despectivamente "Cerdita la gorda". Aunque me aceptaron en el grupo en un principio, se notaba que no estaban realmente cómodas con mi presencia. Aunque nunca se lo dirían directamente a Loísa, era evidente que no estaban dispuestas a contrariar a alguien con el apellido Villalba.

Con el tiempo, me di cuenta de que su amistad con Loísa estaba más motivada por su apellido y el estatus que este implicaba, que por un afecto genuino hacia ella. A medida que pasaron los días, empezaron a buscar otra "Villalba" con quien relacionarse, alguien que pudiera ofrecerles el mismo estatus sin los problemas asociados a mi presencia. Así, me fui quedando al margen, mientras el grupo se movía en dirección a nuevas alianzas que les ofrecieran mayores beneficios sociales.

Ese día y en los días que siguieron, experimenté un cambio notable en mi vida. Por primera vez en mucho tiempo, nadie me insultaba ni me empujaba. Parecía que finalmente me habían dejado en paz y me habían olvidado. Este nuevo ambiente de calma fue un alivio inesperado.

Todas las tardes, nos reuníamos en mi casa para estudiar y completar el trabajo asignado por la profesora. Aunque en algunas ocasiones Loísa sugería que trabajáramos en su casa, yo prefería quedarnos en la mía. En mi hogar me sentía mucho más segura y cómoda, rodeada de mi propio espacio y lejos de la incomodidad de otros entornos. Este lugar se había convertido en un refugio donde podía concentrarme en mis estudios y disfrutar de la compañía de Loísa sin preocuparme por las tensiones externas.

Loísa tenía bastantes dificultades en matemáticas, y frecuentemente me encontraba explicándole conceptos y resolviendo sus dudas, que eran numerosas. A pesar de los retos, ella me prestaba una gran atención y se mostraba genuinamente interesada en entender. Yo, por mi parte, tenía mucha paciencia y me esforzaba en aclarar cada punto de manera detallada.

Con el tiempo, vi cómo su comprensión y habilidades en matemáticas comenzaban a mejorar notablemente. Fue un proceso gradual, pero el esfuerzo y la dedicación que ambas pusimos dieron sus frutos. Finalmente, logramos completar el trabajo asignado a tiempo y con una calidad que me enorgullecía. Fue gratificante ver el progreso de Loísa y saber que nuestra colaboración había sido exitosa.

Cuando nos entregaron las calificaciones por el trabajo, Loísa salió al recreo con una expresión de pura felicidad. Estaba radiante, con una sonrisa que iluminaba su rostro y una energía contagiosa. Había estado tan ansiosa por conocer el resultado, y cuando vio la calificación que habíamos conseguido, su alegría era palpable.

-¡Un 10! ¡Me han dado un 10! ¡Es increíble! -exclamó Loísa, con una mezcla de asombro y entusiasmo en su voz-. ¡No puedo creerlo! Todo esto es gracias a ti, Julia. Sin tu ayuda y paciencia, no lo habría logrado. Tu apoyo ha sido fundamental, y no sé cómo agradecerte lo suficiente.

La calificación perfecta no solo representaba un éxito académico, sino también la consolidación de una nueva y valiosa amistad que había surgido a través del trabajo en equipo y el apoyo mutuo.

-También has trabajado muy duro, Loísa. No todo el mérito es mío, -respondí, con una sonrisa sincera.

-Julia, no puedes decir eso. Realmente, has sido tú quien ha hecho la mayor parte del trabajo. A veces me sentí más como un estorbo que como una ayuda. Sin embargo, no puedo negar que he aprendido muchísimo gracias a ti y a tu paciencia. Estoy convencida de que mis calificaciones finales van a mejorar mucho.

Estoy tan emocionada por haber conseguido un 10, ¡no te imaginas cuánto! Nunca antes en mi vida había alcanzado una calificación tan alta. Este logro significa mucho para mí, y gran parte de esa satisfacción se debe a tu apoyo y dedicación. Estoy muy agradecida y emocionada por este éxito, y no puedo esperar a ver cómo se reflejarán estos avances en mis futuras calificaciones.

-Supongo que ahora que has obtenido un excelente resultado, probablemente querrás regresar con tus amigas. Tal vez ya no necesites mi ayuda tanto como antes.

-¿Qué amigas? ¿Ves a alguna por aquí cerca? ¡Ah, sí, mira dónde están! Con mi prima. Parece que han encontrado otra "Villalba" con quien relacionarse. No les gustó mucho que te aceptara en nuestro grupo. Es evidente que están más interesadas en mi apellido que en mi amistad real.

Si quieren, pueden quedarse con el apellido. Para mí, este apellido solo ha traído problemas y complicaciones. A veces, desearía poder desprenderme de él para evitar las expectativas y prejuicios que conlleva.

-Siento que hayas perdido a tus amigas por mi culpa. Ya sabía que no era buen idea hacer el trabajo juntas.

-No tienes la culpa de nada. Si se han ido con otra persona, es porque nunca fueron realmente mis amigas. A veces, es difícil aceptar que las personas que creíamos cercanas solo estaban interesadas en ciertos beneficios o en nuestro estatus. En este momento siento que estoy tan sola como tú. La verdad es que solo nos tenemos la una a la otra, y creo que eso es lo que más importa.

-Loísa, realmente creo que somos muy diferentes. Solo tienes que mirarte y compararte conmigo para darte cuenta. ¿De verdad tienes 15 años? Pareces más madura, como si tuvieras 17. Tienes pechos y un físico estupendo, eres simpática, guapa, y he notado cómo los chicos mayores te miran. En cambio, yo siento que parezco más joven de lo que soy, y no tengo las mismas características que tú. Me siento plana, aunque en realidad no es eso, sino que me siento tan gorda que a veces me veo como un botijo. Además, con las trenzas que mi madre me hace y estas horribles gafas, siento que nadie se fija en mí.

-Ja ja ja.

-¿Qué pasa? ¿No es verdad? ¿De qué te ríes? A veces me siento como si no encajara en ningún lugar, y compararme con los demás solo amplifica esas inseguridades.

-¡Botijo! Jajaja. Perdona, Julia, no quería reírme de ti. Pero debo admitir que lo de "botijo" me ha hecho gracia, sobre todo porque es una forma tan original de describirte a ti misma.

-Sí, lo entiendo, no es una comparación muy acertada. Me doy cuenta de que lo que dije puede haber sonado un poco exagerado.

-Julia, tienes una sonrisa realmente bonita. Creo que deberías sonreír más a menudo.

-Tampoco es que tenga muchos motivos para sonreír.

-Bueno, ahora que las cosas han cambiado, la mejor opción que tenemos es hacernos amigas de verdad.

-No estoy segura, Loísa. Podrías pensar que mi interés en ser tu amiga está relacionado con tu apellido o que hay algún otro motivo superficial detrás de ello.

-Pero eso no es cierto, Julia. No has sido tú la que ha venido detrás de mí; al contrario, fui yo quien te buscó, y lo hice con una intención clara. Me costó convencerte para que me dejaras estudiar contigo, y a pesar de mis esfuerzos, tú has sido la única que ha estado a mi lado sin esperar nada a cambio.

-Tal vez, ahora que hemos terminado el trabajo, mi interés en estar contigo es para evitar el acoso.

-Ahora que vamos a ser amigas, me gustaría entender mejor la situación con Elena y las demás chicas. ¿Podrías contarme qué ha sucedido entre vosotras? ¿Hay algo en particular que hayas hecho o que haya provocado que te traten de esa manera?

-No les he hecho nada, y si de alguna manera he causado algo, no tengo idea de qué podría haber sido, y seguramente fue sin querer. Ellas nunca me han dicho directamente qué les molesta, y yo nunca me he atrevido a preguntarles por miedo a agravar la situación. Desde hace mucho tiempo, me han estado acosando, rompiéndome cosas y quitándome pertenencias. No me atrevo ni a mirarlas a la cara, para evitar provocar algún conflicto, así que siempre voy con la cabeza agachada. Cualquier acción o palabra mía es interpretada como una provocación, y reaccionan insultándome o empujándome. Es una situación que me ha dejado muy ansiosa y asustada.

-¿Saben tus padres lo que está pasando?

-En algunas ocasiones, mis padres han presentado quejas en la escuela, pero siempre recibimos la misma respuesta: que son cosas de niños y que se resolverán con el tiempo. Y después de cada queja, la situación empeora aún más. Pero desde que estás a mi lado, he notado una gran diferencia. Me han dejado en paz y, por fin, puedo llevar una vida más o menos normal sin tener que esconderme constantemente. Tu compañía ha hecho que todo sea un poco más soportable.

-Me alegra saber que, de alguna manera, mi apellido está sirviendo para algo bueno. Ya te dije que podría funcionar.

-¿Qué pasa con tu apellido? ¿Por qué no te gusta?

-Es complicado por mi familia. A menudo, me dicen que, dado que somos descendientes de Don Pedro de Villalba, debemos ser muy selectivos con nuestras amistades y no podemos relacionarnos con cualquier persona. La realidad es que las amistades que mi familia considera adecuadas suelen ser bastante aburridas y solo buscan algún tipo de beneficio personal. Por otro lado, las personas con las que realmente me gustaría relacionarme no se atreven a acercarse por miedo a ofender a mi familia. Mi hermano, en particular, se encarga de asegurarse de que nadie se acerque a mí a menos que lo considere digno de nuestro apellido. Así que, al final, me encuentro atrapada entre soportar a amigas que no me agradan o quedarme sola, ya que las que me interesan suelen rechazarme por temor a mi hermano.

-Parece que, en ese caso, yo debería considerarme parte del grupo de las indeseables. Por lo que dices, parece que encajo en esa categoría.

-Para mí, no es así. Ahora que te conozco, te incluyo en el grupo de personas que realmente me interesan, y no me importa lo que digan en casa. Lo que valoro es nuestra amistad y cómo me has apoyado con el trabajo.

-No quiero ser la causa de que tengas problemas con tu hermano, Loísa. Entiendo lo complicado que puede ser tu situación familiar, y no quisiera que nuestra amistad te cause ningún conflicto adicional.

-No sería culpa tuya, sino de mi familia. No te preocupes, no les voy a hacer caso. ¿De qué sirve tener un apellido noble si no me permite elegir mis amistades libremente? Al final, lo más importante es quién eres como persona y cómo te sientes conmigo. Estoy decidida a seguir mi propio camino, sin importar las presiones familiares.

Fue un alivio notar que el acoso había disminuido y que al menos podía disfrutar de un ambiente más tranquilo en clase. Aunque seguía siendo ignorada en gran medida, al menos ya no sufría provocaciones ni humillaciones constantes. Las bolas de papel que solían lanzarme, o el esconder mis cosas y otros tipos de acoso se habían detenido. Este cambio era un avance significativo para mí.

Además, contar con el apoyo de Loísa fue reconfortante. Cuando alguna de las chicas intentaba humillarme o se refería a mí llamándome Cerdita, Loísa intervenía para defenderme.

-Se llama Julia, así que por favor, intentad recordar su nombre y llamadla como corresponde. Es importante que todos nos tratemos con respeto y dignidad.

Su presencia y su actitud decidida hicieron una gran diferencia. Su apoyo no solo me ayudó a sentirme más segura, sino que también me permitió empezar a recuperar mi confianza y sentir que, por fin, podía respirar un poco más tranquila.

-No te preocupes, Loísa, ya estoy acostumbrada a esto. Prefiero que me llamen así antes que recibir insultos o comentarios aún peores. Aunque no es ideal, he aprendido a manejarlo con el tiempo. Pero agradezco mucho tu apoyo y tu esfuerzo por defenderme.

Poco a poco, esperaba que la situación mejorara aún más. Aunque el proceso sería lento, mantenía la esperanza de que, con el tiempo, algunas de las chicas se acercaran y comenzaran a hablarme. Sabía que los cambios no suceden de la noche a la mañana y que la paciencia sería clave para ver una evolución positiva en mi entorno social.

Loísa era una persona extrovertida y llena de energía. Su personalidad divertida y su actitud positiva siempre conseguían sacarme una sonrisa. Era un verdadero regalo tenerla como amiga. Después de nuestras sesiones de estudio, solíamos quedarnos en mi casa, donde mi madre nos preparaba una deliciosa merienda. Pasábamos horas viendo películas y riendo juntas, disfrutando de la cálida compañía de la otra.

Loísa se convirtió en la amiga ideal para mí. Siempre estaba disponible para escucharme y ofrecerme su apoyo incondicional. No importaba cuán grandes o pequeñas fueran mis preocupaciones y miedos, podía confiar en ella para que me ofreciera consejos sabios y alentadores. Con cada día que pasaba, nuestra amistad se fortalecía, y me daba cuenta de que podía confiar plenamente en Loísa. Su presencia me brindaba una sensación de valor y aceptación que nunca antes había experimentado. Era reconfortante saber que tenía a alguien en quien confiar y que me apreciaba por quien realmente era.

Loísa se había convertido en más que una amiga, era como una hermana para mí. Estaba agradecida de tenerla en mi vida y estaba decidida a hacer todo lo posible para mantener viva nuestra amistad, porque su presencia significaba mucho para mí y deseaba que durara para siempre.

Terminó el curso y decidimos celebrarlo Loísa y yo de manera especial. Aunque algunas personas parecían interesadas en festejar junto a una Villalba, Loísa demostró una vez más que su amistad era genuina. No importaba cuántas invitaciones recibiera Loísa, ella eligió estar conmigo y eso me hizo sentir verdaderamente especial. Sabía que nuestra amistad era auténtica y valiosa, y eso superaba cualquier otra consideración externa.

El colegio había organizado una excursión a la playa para celebrar el final del curso, una oportunidad que prometía un día lleno de sol, diversión y relajación. A pesar de que la idea de pasar un día en un entorno tan placentero y entretenido parecía muy atractiva, opté por no asistir. La razón detrás de mi decisión eran los intensos sentimientos de ansiedad y temor que me invadían en ese tipo de situaciones. Aunque la playa y el ambiente festivo ofrecían una perspectiva tentadora, mis preocupaciones personales y el temor a sentirme incómoda en un entorno social tan abierto superaban mi deseo de participar.

Después de haber enfrentado el acoso escolar y encontrar un refugio en la sincera amistad de Loísa, me había dedicado con esmero a superar mis miedos y reconstruir mi confianza en mí misma. Aunque había avanzado considerablemente en mi proceso de sanación, la idea de estar rodeada de mis compañeros y compañeras de clase, muchas de las cuales habían contribuido a mi sufrimiento, aún evocaba en mí una avalancha de emociones negativas. La perspectiva de encontrarlas nuevamente en un entorno tan íntimo y potencialmente hostil desencadenaba en mí una ansiedad profunda. El temor a revivir viejas heridas y la sensación de vulnerabilidad que esto traía consigo hacían que la simple idea de asistir a la excursión resultara abrumadora. Aunque mi deseo de superar estos desafíos era grande, el miedo al rechazo y al maltrato seguía presente, influyendo en mi decisión de no participar en la excursión.

En lugar de someterme a la situación que me generaba una profunda ansiedad, decidí priorizar mi bienestar emocional y dedicar el día a cuidarme a mí misma. Opté por quedarme en casa y transformar mi espacio en un refugio de tranquilidad y confort. Creé un ambiente acogedor que me permitiera desconectar del estrés y las preocupaciones. Aproveché el tiempo para sumergirme en la lectura de libros que me brindaran una escapatoria mental y me ayudaran a relajarme. Este día de auto-cuidado no solo fue una elección consciente para proteger mi salud emocional, sino también un paso importante hacia la recuperación de mi equilibrio y paz interior. Al enfocarme en mi propio bienestar, pude encontrar un renovado sentido de calma y satisfacción, valorando la importancia de darme el tiempo necesario para sanar y recargar energías.

Mis padres querían compensar la decepción que sentí al no poder asistir a la excursión a la playa organizada por el colegio, así que decidieron hacer algo especial para elevar mi ánimo. Optaron por alquilar un apartamento frente al mar y planearon unas vacaciones de dos semanas. Para mí, que nunca antes había tenido la oportunidad de disfrutar de un viaje a la playa, esta propuesta era un sueño hecho realidad. La perspectiva de pasar tiempo en un entorno costero, con la posibilidad de explorar la playa, relajarme bajo el sol y disfrutar de la brisa marina, me llenaba de emoción y entusiasmo. Esta experiencia prometía no solo ser una oportunidad para disfrutar de la belleza natural, sino también para crear recuerdos inolvidables en un ambiente que ahora consideraba un verdadero regalo.

Al dar mis primeros pasos en la arena, una sensación de no encajar me envolvió. La playa estaba abarrotada de gente, tanto en la orilla como en el agua, con chicos y chicas de todas las edades corriendo y jugando bajo el sol. Mientras observaba cómo se zambullían en el mar, riendo y disfrutando de su tiempo libre, me sentía como una extraña en ese ambiente tan animado. Una sombra de tristeza se cernía sobre mí, como una niebla que nublaba mi capacidad de disfrutar plenamente de la experiencia. A pesar de la belleza del paisaje y la oportunidad de estar en un lugar tan especial, me resultaba difícil liberar mi mente de las inquietudes que me acompañaban, lo que hacía que la playa, en lugar de ser un refugio de alegría y relajación, se convirtiera en un recordatorio de mi sensación de no encajar.

Miré hacia el mar, observando cómo las olas rompían suavemente en la orilla, y una profunda tristeza me envolvió. En ese instante, como adolescente, la sensación de aislamiento y soledad era abrumadora. El rechazo constante y la marginación de mis compañeras de clase me habían marcado profundamente, dejándome como una persona que se sentía apartada del resto. Esta experiencia me había hecho extremadamente cautelosa, dificultando mi capacidad para confiar en los demás y permitiendo que la vulnerabilidad se apoderara de mí. Sentía que cada gesto y mirada de las personas a mi alrededor podía detectar mi dolor y angustia, aumentando mi sensación de exposición. En medio de la belleza natural y el bullicio alegre del entorno, mi mente seguía atrapada en las cicatrices emocionales del pasado, impidiéndome disfrutar del momento presente.

Miré a mi alrededor y comparé mi imagen con la de las chicas que parecían tener una edad similar a la mía. Observé sus cuerpos, ya casi completamente desarrollados, adornados con diminutos bikinis que mostraban sus curvas y sus interacciones coquetas con los chicos más atractivos de la playa. Luego, dirigí mi mirada hacia mí misma. Mi cuerpo rechoncho y mis pechos apenas perceptibles me hicieron sentir aún más consciente de mi diferencia. Una sensación de desánimo me invadió, acompañada por la certeza de que ninguna de esas chicas querría asociarse conmigo y que ningún chico en la playa podría estar interesado en mí. Me cuestioné qué estaba haciendo allí, sintiéndome aburrida y sin propósito. Desearía que Loísa estuviera a mi lado; su presencia siempre había sido un consuelo en momentos de inseguridad y me hubiera ayudado a enfrentar estos sentimientos de aislamiento.

Decidí dar un paseo por la orilla para intentar despejar mi mente de los pensamientos negativos que me atormentaban. El sonido relajante de las olas rompiendo suavemente en la arena y la brisa marina que acariciaba mi rostro ofrecían un alivio momentáneo, pero la sensación de desubicación persistía. Mientras avanzaba lentamente, observaba a las personas a mi alrededor: grupos de amigos jugando con las olas, familias riendo y parejas disfrutando del sol y del mar. Sus expresiones de alegría y su entusiasmo contrastaban dolorosamente con mi propia sensación de invisibilidad y desconexión. Cada paso que daba por la playa me recordaba lo sola que me sentía, a pesar del bullicio y la diversión que me rodeaba.

A pesar de los esfuerzos de mis padres por animarme y hacer que disfrutara de nuestras vacaciones, decidí no volver a bajar a la playa durante el resto de nuestro tiempo allí. A pesar de que nunca me lo dijeron de manera directa, percibía que entendían la verdadera razón detrás de mi decisión. La sensación de incomodidad y desubicación que experimentaba en ese entorno era tan abrumadora que prefería evitarlo por completo para proteger mi bienestar emocional. Opté por quedarme en el apartamento, donde me sentía más segura y en paz, alejándome de un ambiente que no hacía más que acentuar mi sensación de aislamiento.

En lugar de aventurarme nuevamente a la playa, decidí encontrar maneras alternativas de disfrutar de nuestras vacaciones. Me sumergí en la lectura de libros que me apasionaban, perdiéndome en historias que me transportaban a otros mundos y me ofrecían una escapatoria de mis pensamientos. Además, pasé tiempo escuchando música en mi MP3, creando mi propia banda sonora para estos días de descanso. Aunque echaba de menos la experiencia de estar en la playa y el ambiente que ofrecía, encontré consuelo en estas actividades tranquilas y reconfortantes. A través de la lectura y la música, logré descubrir un sentido de paz y disfruté que, aunque diferente, me permitió aprovechar nuestras vacaciones de manera significativa.

Durante mis vacaciones en ese pintoresco pueblo mediterráneo, tuve la ocasión de celebrar mi 15º cumpleaños. Como de costumbre, lo hice a solas en compañía de mis padres. Sin embargo, ese año, la celebración tomó un giro especial: recibí una llamada inesperada en mi nuevo teléfono, un regalo de mis padres. Al contestar, una voz alegre y conocida resonó al otro lado de la línea: era Loísa, deseándome un feliz cumpleaños.

Al escuchar la voz de Loísa, una ola de alegría me invadió. Agradecí sinceramente sus cálidos deseos de cumpleaños, que llegaron como un rayo de luz en un día que de otra manera habría pasado en la calma de la soledad. Aunque no pudimos celebrar juntas en persona, su llamada hizo que me sintiera profundamente conectada y valorada. Era reconfortante saber que, a pesar de las circunstancias y la distancia física, nuestra amistad se mantenía firme.

-Julia, quiero desearte un cumpleaños muy feliz. Aunque estemos lejos, mi cariño y mis pensamientos están contigo en tu día especial.

-¡Loísa, qué sorpresa tan maravillosa! No esperaba recibir una llamada tuya en mi cumpleaños, y realmente has alegrado mi día.

- ¿Creíste que me iba a olvidar de tu cumpleaños? No, para nada. De hecho, espero tener la oportunidad para darte algo especial que elegí con mucho cuidado. Te he comprado un regalo y estoy segura de que te va a encantar.

-¿Un regalo? ¿Para mí? ¡Qué emocionante! No puedo esperar a saber qué has elegido para mí. ¿Qué es?

-¡Por supuesto que es para ti, tonta! ¿A quién más podría ser? Pero tendrás que esperar a que nos veamos para descubrir qué es. Mientras tanto, cuéntame, ¿cómo está yendo tu tiempo en la playa? ¿Hay muchos chicos por ahí?

-Sí, hay tanto chicos como chicas por aquí, pero yo no he bajado a la playa. La verdad es que me da un poco de vergüenza.

-Julia, ¿qué está pasando? ¿Es que te sientes insegura y por eso prefieres quedarte en el apartamento? No todas las chicas son como Elena, y estoy convencida de que si te acercas y te presentas, encontrarás que la mayoría de las personas son amables y aceptarán tu compañía. Te animo a que lo intentes, a dar ese primer paso. No te cierres en el apartamento; puede que descubras que te sientes más a gusto de lo que imaginas. ¡Vale la pena intentarlo!

-No sé, Loísa. Ahora mismo, me siento tan insegura que solo confío en ti. Me gustaría que estuvieras aquí conmigo; creo que tu presencia haría que todo fuera mucho más fácil. Me siento más cómoda y segura cuando estoy contigo. Pero tú, estoy segura de que has tenido ligues. Con lo guapa que eres, seguro que has tenido a chicos interesados en ti todo el tiempo.

- ¿Si he tenido éxito con los chicos? ¡Oh, Julia, aquí hay unos tipos realmente interesantes! Son muy diferentes a los chicos del pueblo. La verdad es que hay muchas cosas que quiero contarte, pero, ¡uf!, no puedo hacerlo por teléfono. Necesito verte en persona para compartirlo todo. ¡Estoy deseando que llegue ese momento!

-¿Qué es lo que quieres decirme? Por favor, cuéntame, Loísa. No me dejes en suspenso, ¡estoy muy curiosa! ¿Qué es eso tan importante que no puedes decirme por teléfono?

Hay algo que quiero compartir contigo, pero no puedo contártelo bien por teléfono. ¿Recuerdas ese rumor que corre sobre los chicos negros? Bueno, déjame decirte que he tenido la oportunidad de confirmarlo. ¡Es realmente sorprendente!

-Loísa, me siento un poco confundida con lo que mencionas sobre "eso que dicen de los negros". ¿Podrías darme más detalles o explicarme un poco más para que pueda entender mejor a qué te refieres?

-Julia, lo que quiero decir es que he confirmado algo que se dice a menudo, sobre que los hombres negros la tienen de un tamaño más grande.

-Loísa, no estoy segura de entender a qué te refieres. ¿Podrías aclarar qué es exactamente lo que tienes en mente? ¿Qué es lo que mencionas que es más grande? Me gustaría que me lo explicaras con más detalle para poder comprender bien de qué estás hablando.

- Ja ja ja, Julia, creo que es mejor que te lo explique en persona cuando nos veamos. No es algo que se deba discutir por teléfono, ja ja ja. Solo quería decirte que he ligado con un chico negro.

-¡Vaya, Loísa! ¿Con un chico negro? No me esperaba algo así. ¡Que fuerte!

-Sí, que fuerte, y dura, muy dura. ¡Ja ja ja!

-¡Que mala eres, Loísa!

- Bueno, solo un poco traviesa, ¡ja ja ja! En serio, Julia, te envío muchos besos. Estoy deseando verte para poder compartir todos los detalles contigo. ¡Hasta pronto!

-Y yo también te envío muchos besos. No puedo creerlo, ¡qué fuerte! Estoy deseando verte para que me cuentes todo con más detalle. ¡Hasta pronto!

.

Liam me interrumpe en medio de la narración. Su mirada atenta y sus preguntas curiosas me hacen detenerme momentáneamente.

-Espera, Julia. Recuerdo que me mencionaste esto durante nuestra luna de miel. Me dijiste que tu amiga Loísa se había enrollado con un socorrista de ascendencia africana, y según ella, estaba bastante bien dotado. Loísa llegó a la conclusión de que las personas con piel negra tenemos un tamaño de pene mayor. ¿Es eso algo que crees que es cierto?

-Sí, cariño, más o menos así fue. Por eso te pregunté ese día en la playa; tenía curiosidad por saber si lo que Loísa había mencionado era realmente cierto. Quería saber si esas afirmaciones tenían algún fundamento o si simplemente era una idea errónea que ella había adoptado.

-Sin embargo, no pude confirmar ni desmentir tus dudas en ese momento, ya que, como te mencioné en ese momento, esos son solo estereotipos que no se basan en la realidad. La verdad es que no hay evidencia sólida que respalde esas afirmaciones, y lo más importante es no dejarse llevar por generalizaciones que no reflejan la verdadera diversidad y complejidad de las personas.

-Aunque no me diste una respuesta definitiva a mis dudas, descubrí por mí misma que, en cierto sentido, Loísa tenía razón. A pesar de que tú preferiste no confirmar esa afirmación, mi experiencia personal me llevó a llegar a una conclusión similar.

-¿Pero cómo? ¿Es que has…? No me esperaba que lo descubrieras por ti misma. ¿Podrías contarme más sobre lo que sucedió?

-No, cariño, no necesito estar con otros para confirmarlo; con lo que ya he visto contigo me basta. ¿Qué os parece si tomamos un pequeño descanso? Puedo pedirle a Gabriela que nos prepare unos cafés. ¿Os parece bien?

Todas aceptan la idea, y nos acomodamos para disfrutar de una charla más relajada. Con el café en mano, comenzamos a hablar de otros temas, cambiando el enfoque de la conversación para compartir anécdotas, intereses y experiencias más ligeras. La atmósfera se vuelve más distendida y agradable mientras disfrutamos de un momento de desconexión y complicidad.



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La historia de Julia continua en.

Capítulo 20: Una amistad inolvidable.


Tras un viaje a República Dominicana, donde Loísa vive un despertar sexual, su influencia lleva a Julia a explorar su propia sexualidad.

Julia y Sophie.jpegMansión de Julia en Long Island.jpegLoísa 15.jpegSe llama amistad.jpeg
 
Última edición:
Es que me ha hecho gracia como.le llama a eso.
No, ahora en serio. A ver si estoy confundido o no. Julia encontró a Ángel con Loisa o fue con otra?.
Porque hasta ahora lo que describe de Loisa es de una muy buena amiga que le ayudo. Es sorprendente que la traicionará con Ángel.
 
Por cierto la canción esa de Lo estás haciendo muy bien, me recuerda a un programa de música que escuchaba en onda melodía de Patrick de Frutos, que estaba muy muy bien.
 
Entonces quiere destrozar la empresa de los Villalba por ella, no?.
Espero que una vez que cuente hasta el final, le hagan entrar en razón y, en lugar de buscar venganza, hacerle ver que aproveche para hablar con Loisa, dejar que se explique,y porque no reanudar la amistad.
 
EL TALISMÁN. SEGUNDA PARTE. BALADA TRISTE DE TROMPETA


Capítulo 20: Una amistad inolvidable.

Long Island.

Marzo 2011.

Julia continúa contando su historia.


Loísa y su familia habían decidido pasar un mes en la encantadora República Dominicana, y parece que Loísa hizo nuevas amistades con sorprendente rapidez. No podía esperar para reunirme con ella y escuchar todas las emocionantes historias que tenía para compartir sobre sus experiencias en ese hermoso lugar. La perspectiva de recibir un regalo de su parte me llenaba de una alegría inmensa, especialmente porque, aparte de mis padres, nunca recibo obsequios en mi cumpleaños.

Este año, mis padres me regalaron un teléfono nuevo. Aún estaba en el proceso de configurarlo y añadir contactos a la agenda, que no eran muchos. Entre ellos estaban los números de mis padres, el de mi prima, quien nunca me llamaba ni respondía a mis mensajes, y el del colegio. Ahora, también tenía el número de Loísa. Por fin, tenía a alguien con quien intercambiar mensajes, lo que me emocionaba mucho. No podía esperar para empezar a usar mi nuevo teléfono y mantenerme en contacto con ella.

Había tenido que bloquear varios números en mi antiguo teléfono debido a que algunas chicas solían enviarme mensajes ofensivos y humillantes. Esta experiencia me dejó una sensación de inseguridad, y cuando obtuve mi nuevo teléfono, no pude evitar sentir cierta aprensión. Me preocupaba que, al no haber bloqueado a nadie aún, pudiera empezar a recibir mensajes desagradables nuevamente.

Para mi gran alivio, esto no sucedió. Desde el momento en que comencé a usar el nuevo teléfono, no recibí ningún mensaje ofensivo. La tranquilidad que sentí al ver que mi experiencia con este dispositivo era completamente diferente fue una grata sorpresa. No solo estaba libre de los mensajes indeseables que solían atormentarme, sino que también comencé a disfrutar de la conexión sin el temor constante a las intrusiones negativas.

Parece que la influencia positiva de Loísa también se reflejaba en mi nueva experiencia con el teléfono, como si su presencia protegiera de cualquier forma de maltrato. La sensación de seguridad y bienestar que experimenté al usar el nuevo dispositivo me hizo sentir una profunda gratitud hacia ella. Tener a Loísa en mi vida se convirtió en una verdadera bendición.

Su amistad no solo me brindó apoyo emocional, sino que también me hizo sentir protegida y valorada en todos los aspectos. Loísa se convirtió en una figura fundamental, una amiga que siempre velaba por mi bienestar y se aseguraba de que me sintiera segura y apreciada. Su influencia y su preocupación genuina eran un regalo precioso que valoraba enormemente. Agradecía cada día tenerla a mi lado, sabiendo que su presencia y apoyo eran una fuente constante de fortaleza y tranquilidad en mi vida.

A pesar de los consejos entusiastas de Loísa sobre aprovechar el tiempo en la playa durante nuestras vacaciones, decidí no seguir su sugerencia. En lugar de disfrutar de las playas, opté por pasar el tiempo restante de nuestras vacaciones de una manera diferente. Prefería dedicar mis días a disfrutar de la compañía de mis padres, y nos dedicamos a salir a comer en restaurantes fuera del apartamento.

Mis padres sí que aprovechaban el tiempo para bajar a la playa y, algunas noches, salían a cenar y a bailar. Sin embargo, yo nunca los acompañé en esas salidas nocturnas. Elegí quedarme en el apartamento y disfrutar de la tranquilidad que ofrecía el tiempo a solas con ellos, explorando juntos la oferta gastronómica local y creando recuerdos en un ambiente más relajado. Aunque no compartí todas las actividades con ellos, valoré mucho estos momentos de conexión y compañía familiar.

Mientras mis padres se deleitaban en la playa y se sumergían en las animadas noches de cenas y bailes, yo encontraba mi satisfacción en las comidas tranquilas en restaurantes y en las conversaciones con ellos. Para mí, esos momentos compartidos con mis padres eran lo más valioso en ese período.

Cada día, descubrí una mayor apreciación por su compañía y me di cuenta de lo significativo que era estar juntos. Disfrutaba profundamente de la tranquilidad y de la conexión que se fortalecía a través de nuestras conversaciones y actividades compartidas. Este tiempo se convirtió en una oportunidad para reforzar nuestros lazos familiares y para disfrutar de la simplicidad de estar en buena compañía. La cercanía y el entendimiento que surgían de estos momentos me hicieron sentir una gratitud profunda por la oportunidad de estar con ellos y por el valor de nuestra relación.

El regreso a mi pueblo marcó el regreso a una vida monótona y aburrida, donde el centro deportivo municipal con su gimnasio y piscinas al aire libre ofrecía muy poco atractivo para mí. El miedo paralizante a encontrarme con mis acosadoras y ser el objetivo de sus risas me mantenía alejada de ese lugar, lo que hacía que evitara visitarlo por completo. En lugar de buscar entretenimiento fuera de casa, me sumergía en la lectura, veía programas de televisión o pasaba horas frente al ordenador. Estas actividades se convirtieron en mi única forma de escape y diversión en medio de la tediosa rutina que me rodeaba.

Durante aquel verano, me enfoqué con determinación en perder peso. Como era consciente de las posibles burlas, opté por no ir al gimnasio ni realizar ejercicios al aire libre. En su lugar, decidí buscar rutinas de ejercicios en internet. Cada día, dedicaba una hora a seguir los videos y ejercitarme cómodamente en mi hogar. Esta rutina no solo me ayudó a mantenerme activa, sino que también me proporcionó una forma de controlar mi salud y mi bienestar sin tener que enfrentar mis temores en el gimnasio o al aire libre.

Además, hablé con mi madre sobre mi objetivo de perder peso y le pedí su ayuda para ajustar mi dieta. Ella se mostró entusiasmada con la idea y, juntas, elaboramos un plan semanal que se adaptara a mis necesidades. Mi compromiso con esta meta era firme; estaba decidida a lograr resultados positivos y a mejorar tanto mi bienestar físico como emocional.

Mientras tanto, Loísa seguía manteniéndome al tanto de sus aventuras a través de mensajes diarios. Me contaba sobre sus vacaciones y las personas interesantes que había conocido. Incluso compartió algunas fotos, entre ellas una en la que lucía un bikini que resaltaba su figura bronceada y espectacular. Su compañero en la foto llevaba un bañador rojo y una camiseta blanca, y resultó ser el socorrista del lugar. Aunque no estaba completamente segura de su edad, parecía tener alrededor de 22 o 23 años. En la foto, Loísa se veía como una joven de 18 o 19 años, gracias a su físico impresionante y su apariencia madura. Esto a menudo atraía la atención de chicos mayores, que la asumían incorrectamente como mayor de lo que en realidad era, a pesar de que solo tenía un año más que yo. Era evidente que Loísa poseía una presencia y una belleza que capturaban el interés de quienes la rodeaban.

Aunque sentí cierta envidia por la capacidad de Loísa para atraer la atención de los chicos mayores, también me alegré por ella y su emocionante experiencia en las playas caribeñas. A través de nuestros mensajes, compartimos risas y anécdotas de sus vacaciones, lo que me hacía sentir conectada con ella a pesar de la distancia.

Después del regreso de Loísa de su viaje al Caribe, comenzamos a vernos todas las tardes. Fue en ese momento cuando me sorprendió con un hermoso regalo: un collar hecho a mano con piedras de colores por artesanos locales. Era un detalle encantador que reflejaba su cuidado y consideración hacia mí. Me sentí emocionada y agradecida por ese regalo tan especial, que significaba mucho más que un simple objeto. Representaba nuestra amistad y el tiempo que compartíamos juntas. Cada vez que llevaba puesto ese collar, tenía un pedacito de Loísa conmigo, recordándome la conexión especial que teníamos en cada momento.

-Loísa, el collar es realmente precioso y me encanta. ¡Gracias de verdad! Sin embargo, me siento un poco mal porque no he traído nada para ti.

-¡Es tu regalo de cumpleaños, tonta! No tienes que preocuparte por eso. Ven, póntelo y veamos cómo te queda.

-¿Qué te parece? ¿El collar me queda bien?

-Julia, ese collar te queda espectacular. Estoy segura de que atraerás más miradas y la atención de los chicos. ¡Te realza de una manera increíble!

-Loísa, parece que los chicos solo se fijan en ti. Por cierto, necesito que me cuentes todo sobre ese socorrista. Estoy muy curiosa.

-¡Oh, sí! Tengo un montón de cosas que contarte. Hay mucho que compartir sobre él, así que prepárate para una larga charla.

Esa misma tarde, decidimos ir a un bar, una experiencia completamente nueva para mí, ya que nunca antes había estado en uno. Loísa, con su evidente experiencia en estos lugares, pidió un par de cervezas para nosotras, demostrando su familiaridad con el ambiente.

Nos acomodamos en una mesa cerca de la ventana, desde donde podíamos observar cómo la luz dorada del atardecer se filtraba suavemente entre los edificios. El ambiente del bar era vibrante y acogedor, con música suave de fondo que complementaba las risas y conversaciones animadas que llenaban el aire. La combinación de la atmósfera animada y la cálida luz del atardecer creaba una experiencia agradable y relajante, que hacía que me sintiera cómoda y emocionada por esta nueva aventura.

-Loísa, no olvidemos que somos menores de edad y no se nos permite consumir alcohol. Si se entera mosén Senante, nos va a dar un sermón que ni te imaginas.

-En este bar, no suelen pedir DNI, y suelen hacer la vista gorda. Además, solo es una cerveza, no tiene tanto alcohol. Pruébala, te va a gustar. Y no te preocupes tanto por ese mal bicho, no es para tanto.

-¡Vaya, esta bebida está bastante amarga! Me sorprende que en un lugar así sirvan alcohol a menores y que aún no lo hayan cerrado.

-¿No puedes imaginarlo? A veces, los lugares como este simplemente pasan de puntillas por las normas, especialmente si tienen a alguien detrás que le protege.

-El propietario es un Villalba, ¿verdad?

-Sí, así es. Parece que es un pariente lejano mío. En este pueblo, la influencia de mi familia es muy poderosa; tienen un control considerable sobre muchas cosas. Nuestro apellido abre muchas puertas y, por eso, es probable que este lugar se beneficie de su posición y conexiones.

-Bueno, Loísa, cuéntame, ¿has tenido algo con ese chico?

-¡Ja, ja, ja! No te preocupes, Julia. Llegaré a eso, pero te adelanto que no he tenido relaciones con él ni con nadie más. Todavía conservo mi virginidad. Sin embargo, he experimentado otras cosas interesantes. Si quieres, te cuento con más detalle lo que ha pasado.

-Venga, cuéntame.

-Claro, te cuento. En el resort donde nos alojamos, había una playa privada. El primer día que bajamos, nos ubicamos por casualidad cerca del socorrista, ya que había más espacio disponible allí. Al día siguiente, decidimos volver al mismo lugar, y al tercer día, el socorrista nos saludó y nos presentamos. Su nombre es Dominic.

El cuarto día, Dominic me propuso encontrarnos por la tarde, ya que tenía tiempo libre. Resulta que él también se aloja en el mismo complejo, en unas habitaciones designadas para el personal, que comparte con otro compañero. Así que quedamos para esa tarde y él me llevó a conocer algunos lugares espectaculares del resort.

Antes de despedirnos, en un momento de conexión, me abrazó por la cintura y me atrajo hacia él. Fue entonces cuando nos dimos un beso, lo que hizo que la tarde fuera aún más memorable.

Debo confesarte que el beso fue completamente inesperado, pero también increíblemente emocionante. Me tomó por sorpresa, pero en ese instante sentí una conexión especial con Dominic. A partir de ese momento, comenzamos a pasar más tiempo juntos durante nuestras vacaciones en el resort.

Exploramos el lugar, compartimos risas y disfrutamos de momentos inolvidables. Cada día parecía estar lleno de nuevas experiencias y descubrimientos, y la intensidad de esos momentos hizo que nuestra conexión se fortaleciera aún más. Fue una experiencia intensa y emocionante que siempre guardaré en mi memoria.

-¡Vaya, Loísa! ¿Y tú te dejaste besar?

-Por supuesto, no pude resistirme y realmente disfruté el beso. Desde ese día, buscábamos cualquier oportunidad para encontrarnos y pasar tiempo juntos. Me encantaba estar con él, conversar y compartir esos momentos, además de que tenía un atractivo irresistible.

En una ocasión, me llevó a su habitación cuando su compañero no estaba presente, y fue allí donde comenzamos a tener un acercamiento más íntimo. La conexión que sentíamos se hizo más profunda y nuestra relación se volvió más personal y significativa.

-¿Os liasteis? Quiero decir, ¿os tocasteis y eso?

-Sí, nos tocamos y eso. Él me tocó a mí y yo a él. Nos besamos, y él me tocó las tetas mientras yo le tocaba su polla. Y menuda polla. Era impresionante, grande, con venas marcadas. Era la primera vez que veía una al natural y, sinceramente, era espectacular. Eso es lo que dicen de los negros, que tienen la polla más grande que el resto.

-Ah, ¿Eso es lo que tienen grande? ¿El pene? ¿Es realmente cierto?

-Resulta que Dominic cumplía con las expectativas. Aunque ya había tenido algún encuentro íntimo antes, siempre había sido por encima de la ropa. Sin embargo, esta vez era diferente. Era la primera vez que veía y tocaba algo así, y era completamente distinto a cualquier otra experiencia anterior. Era sorprendentemente grande, más grande de lo que había imaginado, y mis dos manos no podían cubrirla por completo.

Loísa, claramente emocionada, hizo un gesto con las manos, colocando un puño cerrado sobre el otro para ilustrar el tamaño impresionante del pene que había visto.

-¡Guau! ¿De verdad existen tamaños tan grandes? ¿Es común encontrarse con algo así?

-No estoy segura si hay tamaños aún mayores, pero Dominic tenía un tamaño considerable. Siguiendo con la historia, mientras nos explorábamos y besábamos, el deseo entre nosotros se intensificaba cada vez más, llevándonos a experimentar nuestra sexualidad de una manera más profunda. Estábamos tan excitados que terminé haciéndole una paja, y él luego hizo lo mismo por mí.

-¡Le hiciste una paja! Entonces, ¿os habéis convertido en novios?

-¿Novios? ¡Para nada, tonta! Fue simplemente un ligue, sin ninguna intención de empezar una relación formal. Aunque continuamos explorando nuestros cuerpos en varias ocasiones durante el tiempo que estuvimos en el resort, el último día, como una especie de despedida, él hizo algo realmente atrevido.

Me desnudó por completo, y me dejé hacer porque realmente estaba disfrutando el momento. Después de tocarme y besarme por todo el cuerpo, se fue acercando a mi coño. Comenzó a estimularme oralmente, usó su lengua y su boca, lo cual fue una experiencia bastante intensa.

-¿Se… se puede hacer eso? ¿No es una guarrada? Debe de ser bastante desagradable.

-Sí, es una guarrada, pero una guarrada maravillosa. Para nada es desagradable; al contrario, es increíblemente placentero. Ni te imaginas lo que disfruté mientras él me lo chupaba. Me corrí varias veces mientras él seguía con su boca en mi coño.

Después de que me corrí, y como él todavía tenía la polla dura, me preguntó si quería hacerle una mamada. Por supuesto, después de lo que me había hecho, no iba a negarme. Además, era el último día, así que accedí, aunque le advertí que nunca lo había hecho antes y que no sabía si me cabría en la boca, ya que era bastante grueso.

Él me tranquilizó, diciéndome que no me preocupara; solo debía meter lo que pudiera y él me guiaría, sin forzar nada. Así que me lo puso en los labios y abrí la boca para recibirlo, pero era tan grueso que solo pude introducir la punta. Sin embargo, él parecía disfrutarlo mucho y, de alguna manera, yo también empecé a disfrutar. Era tan excitante ver su expresión de placer mientras le miraba a la cara. Me sentí tan encendida que terminé masturbándome mientras se la chupaba.

Cuando me preguntó si podía correrse en mi boca, me pilló por sorpresa y le dije que no. Así que, en lugar de eso, se corrió en mi cara mientras yo también me corría. Luego me arrepentí de no haber probado su semen, pero no le dije nada.

-Tampoco sabía que se podía chupar el pene y que se podía eyacular en la boca. Loísa, a pesar de que soy bastante hábil en matemáticas, en temas de sexo soy completamente inexperta.

-¿Qué te parece si hacemos un trato? Tú me enseñas matemáticas y yo te enseño todo lo que aprenda sobre sexualidad. ¿Te parece bien?

-¡Ja ja ja! No es muy conveniente que me hagas soñar con experiencias que no puedo vivir si no tengo a alguien con quien practicarlas. Además, Loísa, no estoy tan segura de si podría tener ese tipo de intimidad con alguien que no amo. Me preocupa mucho lo que mosén Senante podría pensar al respecto. Estoy convencida de que él lo consideraría un pecado.

-¿Pero por qué le haces caso a ese mal bicho? No te preocupes, Julia, no deberías dejar que las opiniones de mosén Senante te frenen en temas de sexualidad. ¿Qué puede saber él sobre eso? No podemos pasar nuestra vida esperando a encontrar al amor de nuestra vida para disfrutar de nuestra sexualidad, ya que eso puede no suceder nunca. Lo mejor es explorar y experimentar mientras buscamos a alguien especial. Si no encontramos a esa persona, al menos habremos disfrutado del proceso. Así que, explora y experimenta sin preocuparte por lo que piense mosén Senante.

-No te preocupes, Loísa, no estoy juzgándote en absoluto. Simplemente, yo personalmente no me sentiría cómoda participando en ese tipo de experiencias. Sin embargo, me alegra mucho que tú estés disfrutando del sexo y explorando tu propia sexualidad. Al menos una de nosotras está experimentando ese placer.

-Julia, también tendrás tus propias experiencias en su debido momento. No te preocupes, llegará el día en que alguien especial se fijará en ti y podrás disfrutar de una conexión única. Solo ten paciencia y confía en ti misma. Cada cosa a su tiempo, y cuando llegue el momento, estarás lista para vivirlas de una manera que se sienta bien para ti.

Las historias que Loísa compartió sobre sus experiencias sexuales despertaron en mí una sensación nueva y desconocida. En ese momento, no sabía cómo describir lo que sentía, pero con el tiempo comprendí que era excitación sexual, una sensación que nunca antes había experimentado.

Esa noche, mientras estaba sola en la intimidad de mi cama, no podía dejar de pensar en todas las historias que Loísa me había contado. Sin pensarlo demasiado, mi mano se deslizó hacia mi entrepierna, y me di cuenta de que mi ropa interior estaba empapada. Instintivamente, comencé a acariciar mi clítoris. Aunque nadie me había enseñado cómo hacerlo, mi cuerpo parecía seguir una intuición natural. Mientras me estimulaba, las imágenes descritas por Loísa se proyectaban vívidamente en mi mente. Me imaginaba arrodillada y recibiendo la eyaculación de Dominic en mi cara, y esa fantasía me llevó al clímax.

Fue la primera vez que me masturbé y experimenté un orgasmo, o como Loísa lo llamaba, mi primera corrida. La experiencia fue intensa y reveladora, marcando un nuevo capítulo en mi comprensión de la sexualidad y el placer.

Por la mañana, me invadió un profundo sentimiento de culpa y preocupación por lo que había experimentado la noche anterior. El temor a que lo que hice fuera considerado un pecado grave me llevó a pensar en contárselo a mosén Senante en confesión. Sin embargo, antes de tomar esa decisión, sentí que era necesario hablar con Loísa al respecto. Ella había compartido sus propias experiencias sexuales con Dominic de manera tan abierta y sin reservas que me dio el valor para buscar su consejo.

Aunque no tenía la intención de revelar todos los detalles íntimos, sabía que Loísa podría ofrecerme una perspectiva comprensiva y útil. Necesitaba su apoyo para entender mejor mis pensamientos y emociones y para encontrar una manera de manejar la situación. Su experiencia y comprensión podrían ayudarme a enfrentar la culpa que sentía.

-Loísa, necesito hablar contigo sobre algo que pasó anoche y que me está causando mucha vergüenza. Siento que lo que hice podría ser considerado un pecado grave, y estoy pensando en confesarlo a mosén Senante. Pero antes de hacerlo, necesito tu consejo y apoyo. Sé que tú entiendes estas cosas mejor que yo, y tu perspectiva me ayudaría a aclarar mis pensamientos y sentimientos.

- Vaya, Julia, me intriga saber más. Dime, ¿es la vergüenza de contármelo lo que te preocupa, o es más bien lo que hiciste anoche lo que te hace sentir incómoda?

-Creo que es un poco de ambas cosas, Loísa. Me siento avergonzada tanto por lo que hice como por tener que hablar de ello contigo.

-¿Te hiciste una paja, verdad?

- ¿Cómo lo has adivinado?

-Julia, me di cuenta porque anoche, mientras recordaba todas las experiencias que compartí contigo sobre Dominic, también me excité y terminé masturbándome en mi cama. Estoy bastante segura de que lo que te conté provocó alguna excitación en ti, ¿no es así?

-¿Excitación? No estoy muy segura, Loísa. Pero es cierto que nunca antes me había tocado de esa manera.

-¿Nunca te había pajeado antes? Julia, ahora que has sentido esa sensación, deberías permitirte disfrutarla más a menudo. Te aseguro que después de una buena corrida, uno duerme como un bebé, ¡ja, ja, ja!

No creo que vuelva a hacerlo, Loísa. Esta mañana me desperté con una sensación abrumadora de culpa y la necesidad de confesarlo a mosén Senante. Siento que lo que hice es un pecado y me atormenta la idea de no haber seguido las reglas que me han enseñado.

-No pienses en contarle nada a mosén Senante. No tienes por qué preocuparte, Julia. Estos son temas íntimos y personales que no necesitas compartir con nadie, especialmente con alguien que podría juzgarte o avergonzarte.

-Pero te lo he contado a ti, Loísa.

-Y valoro mucho que hayas confiado en mí al compartirlo. Eso muestra la fortaleza de nuestra amistad. Puedes hablar de estas cosas con una amiga, como yo, pero no debes mencionarlas a nadie más, y mucho menos a mosén Senante. Él podría juzgarte severamente y hacerte sentir mal. Además, es mejor no dar detalles sexuales que puedan excitarle. Confía en mí, Julia, es más prudente mantener estos asuntos en privado y lejos de la influencia de ese mal bicho.

-Está bien, Loísa. No le contaré nada a mosén Senante, pero la culpa sigue pesando sobre mí.

-Entiendo cómo te sientes, pero tengo una sugerencia para ti. Quizás podrías intentar masturbarte de nuevo esta noche. A veces, repetir la experiencia puede ayudarte a liberar esa sensación de culpa y sentirte un poco mejor al día siguiente. Después de unos días, es posible que la culpa disminuya y puedas disfrutar más de tus pajas. No hay nada de malo en eso; es una parte natural de la vida.

-Eres muy directa directa con tus consejos, Loísa.

-Puede que lo sea, pero lo digo porque sé que puede ayudarte. A veces es necesario enfrentar nuestros sentimientos de manera abierta y honesta. No te sientas mal por explorar tu sexualidad; es algo que muchas personas experimentan y es completamente normal. Hazme caso, después de todo, soy la experta en sexo aquí.

La complicidad entre nosotras se fortalecía con cada risa compartida. Aunque al principio no tenía intención de seguir el consejo de Loísa y había decidido dejar de tocarme, no pude resistir la tentación. Así que, cuando la oscuridad de la noche me envolvió una vez más, mi mano encontró su camino hacia mi clítoris, desencadenando otro orgasmo que reavivó las mismas imágenes que habían despertado mi deseo en noches anteriores. Esta rutina se repitió una y otra vez, hasta que los remordimientos y la sensación de estar pecando se desvanecieron por completo. Loísa siempre sostenía que algo tan placentero, que no causaba daño a nadie, no podía considerarse pecado. Con el tiempo, fui adoptando su visión y aceptando la naturaleza saludable del placer que encontraba en mi propia exploración sexual. Me di cuenta de que no había nada de qué avergonzarme y que podía disfrutar de mi sexualidad de manera sana y sin culpas.

La idea de estar de rodillas y experimentar la sensación de recibir el semen de Dóminic en mi rostro, se convirtió en una fantasía recurrente durante mis momentos íntimos. Esta imagen seductora y provocativa ocupaba mi mente, despertando un deseo intenso y excitante. En ocasiones, esta fantasía adquiría tal intensidad que parecía convertirse en una obsesión, estimulando mi imaginación, y generando expectativas acerca de la posibilidad de hacerla realidad en algún momento. Pensaba que, si llegara a tener un novio en el futuro, sería una de las primeras cosas que consideraría explorar y compartir con él.

. . . . . .

Mientras relato esta parte de mi experiencia, Liam y yo compartimos una mirada llena de complicidad y entendimiento. Con una sonrisa suave, nuestras manos se entrelazan con fuerza, manteniéndose unidas desde el principio.

. . . . . .

Las semanas restantes del verano transcurrieron rápidamente mientras nos acercábamos al inicio de nuestro último año escolar. Durante este tiempo, Loísa solía compartir conmigo sus vivencias en el Caribe con entusiasmo contagioso. Me relataba sus nuevas amistades, incluyendo a Dominic, y me describía con detalle las playas paradisíacas que había tenido el privilegio de disfrutar. Sus vacaciones parecían un sueño vibrante y lleno de aventuras, un contraste marcado con la tranquilidad de mis propias experiencias.

A pesar de que nuestras vacaciones fueron tan diferentes, me fascinaba escuchar cada detalle de las suyas. En lo más profundo de mi ser, me encontraba imaginando cómo sería tener la oportunidad de disfrutar algún día de una luna de miel en ese mismo paraíso. La idea de explorar ese entorno exótico y vivir una experiencia similar a la de Loísa se había convertido en una fantasía persistente.

También compartí con Loísa algunas anécdotas sobre mis propias vacaciones, aunque, en comparación con las suyas, las mías resultaron ser bastante tranquilas y, en ocasiones, algo monótonas. A pesar de que mis historias no eran tan emocionantes como las suyas, Loísa siempre mostraba un interés genuino y escuchaba con atención, lo que me hacía sentir valorada y comprendida. Mientras relataba mis experiencias más sencillas, un pequeño anhelo de experimentar algo más vibrante y exótico, como lo que Loísa había vivido, comenzaba a surgir en mí. A veces me encontraba soñando con aventuras llenas de emoción y descubrimiento, deseando algún día tener mi propia oportunidad de vivir algo igualmente emocionante.

Nuestra amistad se fundamentaba en el respeto mutuo y el apoyo incondicional, sin importar las diferencias en nuestras vivencias. Loísa me enseñó a apreciar mis propias experiencias y a descubrir la belleza en lo cotidiano, revelándome que cada momento tiene su valor especial, independientemente de cuán emocionante o tranquilo pueda ser.

Durante nuestras conversaciones sobre nuestras vacaciones, nuestras risas y charlas llenaban el ambiente, subrayando que la verdadera riqueza de nuestra amistad radica en el cariño, la aceptación y la complicidad que compartimos. Estas cualidades nos unían más allá de cualquier aventura pasada o futura, creando un lazo profundo y genuino.

En una de nuestras charlas, le conté a Loísa que había decidido empezar a hacer ejercicio con el objetivo de perder peso y mejorar mi salud y bienestar. Para mi sorpresa, ella recibió la noticia con gran entusiasmo y alegría. Su apoyo me motivó aún más a seguir con mi decisión, sabiendo que contaba con una amiga que no solo valoraba mis esfuerzos, sino que también estaba dispuesta a animarme en cada paso del camino.

Loísa me felicitó con entusiasmo y me aseguró que estaría a mi lado en este nuevo capítulo de mi vida. No solo me ofreció su apoyo incondicional, sino que también se propuso ser mi compañera de ejercicio, reconociendo que tener una amiga a mi lado podría ser un gran motivador y ayudarme a mantenerme comprometida con mis objetivos. Su disposición para hacer ejercicio juntas me brindó un impulso adicional y una renovada motivación para alcanzar mis metas.

Desde ese momento, comenzamos a planificar nuestras sesiones de ejercicio, intercambiando consejos y compartiendo nuestras experiencias sobre bienestar físico. La energía positiva y el sentido de camaradería que emergieron de nuestra colaboración fortalecieron aún más nuestro vínculo, convirtiendo nuestras sesiones de entrenamiento en momentos de conexión y alegría compartida.

Con Loísa como compañera de ejercicio y confidente, me sentía más motivada y segura en mi proceso de transformación personal. Su apoyo constante y su genuina alegría por mis logros me recordaban que no estaba sola en esta travesía.

Dado que no me atrevía a ir a las piscinas municipales por miedo a las posibles burlas de mis acosadoras, Loísa tuvo una idea ingeniosa. Me sugirió que visitáramos una antigua poza en el río, un lugar que solían bañarse los jóvenes del pueblo antes de la construcción de las piscinas. Aunque yo desconocía la existencia de este rincón, ya que las piscinas ya estaban en uso hace años, Loísa sí sabía exactamente dónde se encontraba.

Un día, decidimos montar en bicicleta y explorar esa zona remota. Al llegar, descubrimos que la poza, que había sido acondicionada con una pequeña presa, estaba ubicada en un lugar tranquilo y apartado del pueblo. La presa estaba algo deteriorada por el paso del tiempo, pero aún conservaba suficiente agua embalsada para disfrutar de un buen baño.

El entorno era idílico y natural, rodeado de vegetación que brindaba privacidad y protección. Loísa y yo pasamos una tarde encantadora en ese refugio secreto, disfrutando del agua y de la compañía mutua. El lugar se convirtió en nuestro pequeño escape durante ese verano, y cada tarde que fuimos allí se convirtió en una experiencia especial. La sensación de libertad y la tranquilidad del lugar nos ofrecieron un respiro muy necesario, y los días se llenaron de risas y charlas mientras compartíamos esos momentos en la poza.

A medida que los días avanzaban y el inicio del curso escolar se acercaba, nuestra amistad se fortalecía cada vez más. Cada encuentro estaba lleno de risas, confidencias y momentos que se grababan en nuestra memoria, profundizando una conexión que parecía ir más allá de las paredes del aula.

Loísa me inspiraba constantemente con sus emocionantes planes de viajar, explorar nuevos lugares y vivir aventuras que parecían sacadas de un cuento. Cada conversación con ella era una ventana a destinos exóticos, culturas fascinantes y experiencias únicas que deseaba vivir. Su entusiasmo por la vida y sus sueños audaces me contagiarían, llenándome de una vibrante inspiración.

Por mi parte, comenzaba a clarificar mis propios deseos y metas. Las historias de Loísa sobre sus aventuras despertaban en mí un profundo deseo de explorar mis propias pasiones y descubrir lo que verdaderamente me apasionaba en la vida. Soñaba con tener éxito en mis estudios, encontrar mi verdadera vocación y construir un proyecto que tuviera un impacto significativo. Me esforzaba por obtener excelentes calificaciones y participar activamente en clase, absorbiendo cada pedazo de conocimiento que pudiera. Mis aspiraciones se entrelazaban con mis metas académicas y personales, formando una visión clara de lo que quería alcanzar en el futuro. Imaginaba un futuro donde pudiera convertirme en una profesional exitosa y apasionada, alguien capaz de inspirar a otros y dejar una huella positiva en el mundo.

A pesar de que nuestras visiones del futuro eran distintas, nuestra amistad se convirtió en una fuente invaluable de apoyo mientras perseguíamos nuestros propios sueños y aspiraciones. Apreciábamos y respetábamos las metas individuales de cada una, y nos animábamos mutuamente a seguir nuestros propios caminos con determinación y valentía.

El último verano antes de nuestro último año escolar se convirtió en un punto de inflexión en nuestras vidas. Fue un periodo de introspección y preparación para los desafíos que se avecinaban. Durante ese tiempo, experimentamos cambios significativos y comenzamos a enfrentar la realidad de que nuestra etapa escolar estaba por llegar a su fin. Este verano se convirtió en un periodo crucial para reflexionar sobre nuestras experiencias pasadas y planificar el futuro.

Nuestra amistad se había fortalecido enormemente a lo largo de ese verano, gracias a las vivencias compartidas y a las conversaciones profundas y significativas que tuvimos. Cada vez que nos abríamos la una a la otra, descubríamos nuevas dimensiones de confianza y comprensión, lo que nos acercaba aún más. Estas conversaciones nos permitieron conocer nuestras esperanzas, temores y aspiraciones más íntimas, creando un vínculo más sólido y genuino.

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Long Island



-Julia, parece que la amistad que formaste con Loísa era realmente fuerte, lo que hace que resulte desconcertante entender cómo ella pudo traicionarte con Ángel. Por lo que me cuentas, ella parecía una persona muy sincera y de confianza. Además, tengo la sensación de que todavía sientes su ausencia como amiga.

-Sí, Isabella, es verdad. Aún siento su ausencia y la extraño en mi vida. Antes de conoceros a vosotras, Loísa fue mi única amiga, y deposité toda mi confianza en ella. Fue muy doloroso cuando me traicionó al liarse con mi novio. Esa experiencia significó un punto de inflexión en mi vida, transformando profundamente no solo mi perspectiva, sino también el rumbo de cada decisión que tomé a partir de ese momento. Lo que viví no solo me cambió, sino que me obligó a replantear mis prioridades, valores y objetivos, influyendo de manera decisiva en las elecciones futuras que definirían quién soy. Sin embargo, prefiero no adelantarme y dejar esos temas para más adelante. ¿Qué os parece si hacemos una pausa para comer? Voy a consultar con Gabriela para ver qué ha preparado la cocinera hoy, y si estáis de acuerdo, podríamos disfrutar de la comida en el jardín aprovechando el buen clima.

Todos aceptan la sugerencia y decidimos tomarnos un descanso. Mientras esperamos, el ambiente se llena de una mezcla de reflexión y esperanza, y la promesa de un tiempo relajado en el jardín proporciona un respiro bienvenido.



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La historia de Julia continua en:

Capítulo 21. El guardaespaldas .


Julia ha superado el acoso que sufrió anteriormente y ha fortalecido su amistad con Loísa, lo que también ha mejorado los estudios de esta última. Julia descubre que Ángel, un compañero de clase, está interesado en ella, aunque sus inseguridades pasadas le dificultan aceptarlo.

Una amistad inolvidable.jpegNuevo Móvil.jpegLoísa y Dominic.jpegJulia y sus padres.jpegJulia y Loísa.jpeg
 
Este capítulo puede parecer, a simple vista, carente de eventos trascendentales, pero es precisamente en esos momentos cotidianos donde se construyen las conexiones más profundas. Quería dedicarlo a la amistad inquebrantable que Julia y Loísa forjaron con el tiempo, para mostrar la intensidad y la autenticidad de su vínculo. A través de los pequeños gestos, las risas compartidas y las confidencias intercambiadas, se fortaleció una relación que parecía indestructible. Entender estos lazos profundos nos permitirá comprender, en toda su magnitud, el dolor y la sensación de traición que Julia experimentó al sentirse traicionada por alguien en quien depositó su confianza y afecto más sinceros. Este capítulo nos ofrece una ventana a esos momentos significativos, que, aunque parecen pequeños, son el corazón de una amistad verdadera.
 
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