El Talismán

No entendí bien porque acusaba a Angel de violador, si no estaba al comienzo cuando la amenazaban, sólo lo vio desmayado en un sofá.

Lo habrá incluido por despecho?

Cuando vuelva a ese pueblo, espero que se trague la bondad, ética y cordura, y ejecute una venganza a la altura de sus terribles experiencias. Que les cause el triple de dolor.

Aún sigo intrigado porque una nn como Julia despertó tanto odio y alboroto en ese pueblo.
 
No entendí bien porque acusaba a Angel de violador, si no estaba al comienzo cuando la amenazaban, sólo lo vio desmayado en un sofá.

Lo habrá incluido por despecho?

Cuando vuelva a ese pueblo, espero que se trague la bondad, ética y cordura, y ejecute una venganza a la altura de sus terribles experiencias. Que les cause el triple de dolor.

Aún sigo intrigado porque una nn como Julia despertó tanto odio y alboroto en ese pueblo.
Siempre hay alguien en el colegio en el que se le hace la vida imposible y le ha tocado a Julia.
 
Que me perdone el autor que no lo recuerdo y posiblemente lo ha explicado. La empresa que se llama M y J, o algo parecido, la J es de Julia y mucho me temo que la M puede ser de su hijo que creo que al final lo tuvo pero posiblemente nació mal y murió. Y esa es creo la parte dolorosa que queda por relatar.
 
EL TALISMÁN. SEGUNDA PARTE. BALADA TRISTE DE TROMPETA.

Capítulo 25: Crash.

Long Island.

Abril 2011.


Mis ánimos comienzan a levantarse poco a poco, como si la pesada niebla que me envolvía finalmente estuviera disipándose. Liam está a mi lado, rodeándome con su brazo cálido y protector, mientras siento su presencia reconfortante. En el otro extremo, Sophie me toma la mano con delicadeza, transmitiéndome su fuerza con ese toque suave pero firme. Justo enfrente, Isabella me observa con una mirada serena, sus ojos llenos de comprensión y apoyo, sin necesidad de palabras.

-Nunca antes había sentido tanta atención concentrada en mí -digo, soltando una leve sonrisa que alivia la tensión en el aire. Mi sonrisa es genuina, un reflejo de que, por fin, algo dentro de mí comienza a sanar.

-Parece que estás en mejor estado ahora, Julia -responde Sophie, su tono cálido y lleno de cariño.

Isabella asiente en silencio, y aunque no habla, la conexión entre nosotras es evidente. Me siento rodeada de un amor sincero y profundo, una sensación de pertenencia que nunca antes había experimentado con tanta intensidad.

-Lo siento, “chicas” -digo con un nudo en la garganta, mientras el peso de mis palabras comienza a caer sobre mí-. Sacar a la luz algo que he mantenido oculto durante tantos años es como revivirlo todo de nuevo... y duele más de lo que imaginé.

Sophie, siempre tan protectora, se inclina ligeramente hacia adelante, su preocupación evidente en su mirada.

-Julia, tal vez sería prudente que pongas todo esto en pausa por un tiempo -sugiere con delicadeza, su tono suave, pero firme-. Al menos hasta que te hayas recuperado por completo. No tienes que cargar con todo de golpe.

Sus palabras me tocan, y sé que están impulsadas por su deseo de protegerme. Miro a las tres, sus rostros llenos de preocupación y cariño, y sonrío ligeramente, aunque mis ojos aún reflejan el dolor que intento superar.

-Aprecio mucho vuestra preocupación sincera, de verdad -respondo, tratando de encontrar un equilibrio entre el agradecimiento y mi necesidad de seguir adelante-. Pero necesito liberar todo esto, aunque me afecte y me cause dolor. No puedo seguir viviendo con esta carga sobre mis hombros. No descansaré hasta que haya sacado todo a la luz.

Isabella, que ha permanecido en silencio hasta ahora, finalmente habla con ese tono calmado y profundo que siempre logra llegarme.

-Lo entiendo, Julia, y estoy contigo en esto -dice, sus palabras llenas de empatía-, pero no te exijas demasiado. Lo que intentas contarnos debe haber sido muy duro, lo suficiente como para haberte bloqueado y provocarte ese ataque de ansiedad que acabas de sufrir. No quiero que te esfuerces tanto. Si notas que es demasiado, por favor, descansa. Prométeme que lo harás.

Sus ojos se encuentran con los míos, y sé que no solo está pidiendo que me cuide, está exigiéndomelo como alguien que me quiere bien. Asiento lentamente, sabiendo que no estoy sola en este proceso, aunque la decisión final siga siendo mía.

-No puedo asegurarte nada, Isabella. Una vez que empiezo, me resulta difícil detenerme, ya que siento la urgencia de liberar todo el dolor acumulado en mi interior. Mi deseo es liberarme de esta carga de una vez por todas.

-Entiendo, Julia. Adelante con tu relato, pero si percibo los primeros signos, me aseguraré personalmente de que descanses. Puedes contar con eso.

…………

Zaragoza.

Septiembre 1998.

Julia.


Desperté en una habitación que me era completamente ajena, un entorno desconocido que me llenó de una extraña inquietud. Pasaron varios minutos antes de que mi mente comenzara a despejarse lo suficiente como para darme cuenta de que me encontraba en un hospital. El olor a desinfectante y el sonido tenue de monitores me rodeaban, recordándome que estaba lejos de casa.

Mientras intentaba orientarme, sentí unas manos que acariciaban mi cuerpo con cuidado, utilizando lo que pronto identificaría como una esponja empapada en jabón. La sensación era extraña y, en medio de la confusión, traté de hablar, pero las palabras no salían; mi voz parecía haberse desvanecido en el aire.

Con esfuerzo, levanté el brazo y agarré la mano de la persona que me estaba aseando. En ese momento, la auxiliar se sobresaltó, dejando caer la esponja al suelo y mirándome con sorpresa. Mis ojos se abrieron de par en par, intentando comunicar algo, aunque mi voz continuaba atrapada entre mi mente y mis labios. A pesar de mi incapacidad para hablar, mi mirada reflejaba una mezcla de confusión y necesidad, buscando respuestas en su rostro.

La auxiliar se recuperó del susto inicial y, tras un instante, me dirigió una sonrisa tranquilizadora que me ayudó a calmarme un poco.

-Has despertado -dijo con una voz suave, como si entendiera mi frustración-. Voy a llamar al médico. No te esfuerces demasiado.

Asentí con la cabeza, sintiendo un alivio momentáneo al saber que había alguien a mi lado, cuidando de mí en este extraño lugar. Mientras esperaba la llegada del médico, me concentré en relajarme, intentando recuperar el control sobre mis cuerdas vocales. Un torrente de preguntas inundaba mi mente: ¿Qué había sucedido? ¿Cómo había llegado aquí? ¿Estaba bien? Deseaba poder expresar todo eso, comprender mi estado y la situación que me había llevado a despertar en este entorno hospitalario. La incertidumbre me envolvía, pero la promesa de atención y cuidado me daba una chispa de esperanza.

Pronto, el médico hizo su entrada en la habitación, acompañado por una enfermera que llevaba consigo una pequeña carpeta de notas. Con un aire profesional, comenzó a hacerme una serie de preguntas mientras iluminaba mis ojos con una linterna, evaluando la respuesta de mis pupilas. Su mirada era atenta y serena, lo que me ayudaba a sentirme un poco más en control de la situación.

Mientras él continuaba su examen, anotando cuidadosamente detalles en su cuaderno, yo hacía lo posible por responder a sus preguntas, aunque las palabras parecían salir con dificultad. La enfermera se mantenía a su lado, observando con atención y tomando notas adicionales, lo que me hizo sentir que estaba en buenas manos.

Finalmente, con un esfuerzo considerable, logré formular una pregunta que había estado atormentándome.

-Doctor, ¿dónde estoy? -logré preguntar, mi voz era un susurro apenas audible, pero llena de necesidad.

El médico se detuvo un momento, mirándome a los ojos con seriedad y compasión.

-¿Podrías proporcionarme tu nombre completo? -preguntó, su tono calmado y profesional, como si intentara guiarme a través de mi confusión.

Su pregunta resonó en mí, y aunque mi mente estaba nublada, comprendí que debía intentar recordar. Me sentí un poco más centrada en medio de la niebla que cubría mis pensamientos, como si esos simples datos pudieran ayudarme a encajar las piezas de este rompecabezas que era mi situación actual.

-Soy Julia Gracia Moreno. ¿Podría explicarme qué ocurrió? -dije, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza mientras buscaba respuestas.

El médico seguía realizando pruebas, evaluando la sensibilidad y el movimiento de mis pies, sus dedos moviéndose con precisión. La enfermera se mantuvo a su lado, observando con atención cada detalle de la evaluación.

-Julia, ¿cuál es el último recuerdo que tienes? -me preguntó el médico, su tono era firme pero amable.

-Iba en el coche con mis padres... y luego... mis padres. ¿Dónde están? -las palabras salieron de mi boca en un hilo de preocupación, mi corazón latiendo con fuerza al pensar en ellos.

El médico tomó un momento antes de responder, su expresión seria mientras elegía sus palabras con cuidado.

-Escucha, Julia -dijo suavemente-, habéis tenido un accidente. Cuando ingresaste al hospital, estabas en coma. Has permanecido en ese estado durante un mes.

Sus palabras golpearon como un martillo, y una ola de confusión y miedo me inundó. Un accidente. Un mes. La realidad de lo que había sucedido comenzaba a desdibujarse ante mis ojos, pero la preocupación por mis padres se mantenía en el centro de mis pensamientos. Intenté procesar la información mientras una sensación de desasosiego crecía dentro de mí.

-¿Un mes? -pregunté, sintiendo un escalofrío recorrer mi cuerpo mientras oscuros temores comenzaban a apoderarse de mí.

Pensamientos aterradores llenaban mi mente: mis padres... ¿Dónde estarían? ¿Estarían en el hospital también? La incertidumbre me invadía, como un manto pesado que me oprimía el pecho.

-¿Mis padres? ¿Están bien? ¿Dónde están? -pregunté, mi voz temblando con ansiedad, la angustia reflejada en mis ojos.

El médico intercambió una mirada preocupada con la enfermera, y eso solo aumentó mi inquietud.

-Mantén la calma, Julia -dijo, intentando infundirme tranquilidad-. Hemos avisado a la psicóloga, y se encuentra en camino en este momento.

Justo en ese instante, la puerta se abrió y una mujer de mediana edad entró en la habitación, su presencia emanaba calidez y profesionalismo. Se presentó como la psicóloga del hospital, y su mirada amable me dio un pequeño destello de esperanza.

-Hola, soy Cristina, la psicóloga del hospital. Me han informado que deseas hablar conmigo -dijo la mujer con un tono suave pero decidido, su mirada llena de empatía.

De repente, el médico y la enfermera se retiraron, dejándonos solas a ella y a mí en la habitación. La intimidad del momento me permitió concentrarme en lo que estaba a punto de suceder, sintiendo que, por fin, podría obtener algunas respuestas sobre mis padres y lo que había ocurrido.

Mi corazón latía con fuerza mientras le hacía la pregunta que había estado atormentándome desde que desperté.

-Pregunté por mis padres. Ellos estaban en el coche conmigo. ¿Cómo están? -mi voz temblaba, cargada de una desesperada necesidad de respuestas.

Cristina respiró hondo, y su expresión se tornó seria, como si las palabras que estaba a punto de decir fueran un peso abrumador.

-Julia, necesito que seas fuerte -comenzó Cristina, su voz temblando levemente mientras luchaba por mantener la calma-. Me duele mucho tener que ser yo quien te comunique esto, pero tus padres no lograron sobrevivir al accidente. Lamentablemente, fallecieron al instante.

Sus palabras flotaron en el aire, pesadas y dolorosas, como una sentencia cruel que se cernía sobre mí. La habitación se llenó de un silencio abrumador, y mi mente comenzó a luchar contra la realidad de lo que acababa de escuchar.

Las palabras de Cristina se hundieron en mi pecho como dagas afiladas. La incredulidad se transformó en un grito ahogado de horror y dolor.

-¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡ESTO NO PUEDE SER REAL, DEBE HABER UN ERROR -grité, mi voz quebrada por el terror y la incredulidad-. ¡Necesito verlos, por favor, necesito verlos ahora mismo!. ¿Dónde están? ¡MAMÁ, PAPÁ!

Mi desesperación se apoderó de mí, como si esas palabras pudieran revertir la tragedia. Intentaba aferrarme a la esperanza de que todo era un malentendido, una horrible confusión que podría corregirse. Mis gritos resonaron en la habitación, llenos de angustia y un dolor tan profundo que parecía traspasar los límites de mi cuerpo.

Desesperada, arranqué la vía del gotero de mi brazo con un movimiento brusco y traté de incorporarme de la cama. Cristina intentó contenerme, pero mi angustia me impulsaba a actuar sin pensar.

Ella pidió ayuda, y en un abrir y cerrar de ojos, dos auxiliares irrumpieron en la habitación, sus movimientos rápidos y coordinados. Justo cuando estaba a punto de ponerme de pie, me inmovilizaron con firmeza, y una sensación fría se extendió por mi brazo cuando me administraron un sedante. La realidad se desdibujó lentamente mientras el sedante hacía efecto, arrastrándome a una somnolencia dolorosa, pero necesaria.

A medida que el sedante comenzaba a hacer efecto, sentí cómo mis músculos se relajaban y la tormenta de emociones internas se desvanecía. La habitación giraba ligeramente a mi alrededor, y mi mente, llena de confusión y angustia, empezó a ceder ante la calma inducida por el medicamento.

Las voces de Cristina y las enfermeras se desvanecían lentamente en un murmullo distante mientras me sumía en un estado de somnolencia. Mi resistencia se desmoronaba, reemplazada por una resignación temporal. A medida que mi cuerpo se volvía pesado, me dejé llevar por la sensación de letargo que el sedante proporcionaba.

Cristina permaneció a mi lado, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y comprensión que, a pesar de todo, ofrecía un consuelo sutil. Las enfermeras, con movimientos precisos y tranquilos, se aseguraron de que estuviera cómoda y segura en la cama antes de retirarse de la habitación.

Con los ojos entrecerrados y la mente nublada, me dejé envolver por la neblina relajante del sedante. Aunque el torbellino de emociones aún giraba en mi mente, el efecto calmante del medicamento me ofreció un respiro, permitiéndome escapar temporalmente de la tormenta interna y adentrarme en un estado de ensoñación.

Al día siguiente, cuando recobré el conocimiento, me sentía notablemente más serena, aunque aún confundida. Noté que estaba sujeta a la cama con correas suaves, lo que me hizo sentir una mezcla de desconcierto y vulnerabilidad. A mi lado, Cristina estaba sentada, sosteniendo mi mano con ternura, un gesto que me proporcionaba una sensación de calma en medio de mi inquietud.

Miré a mi alrededor, tratando de asimilar mejor mi entorno. La habitación estaba bañada por la suave luz del día que se filtraba a través de las persianas, creando un ambiente más acogedor y menos amenazante. A pesar de la confusión persistente, el contacto cálido de Cristina y la luz del día me ofrecieron una pequeña dosis de paz en medio de la turbulencia emocional.

A pesar de sus palabras reconfortantes, la sensación de estar restringida me resultaba incómoda y angustiante. Sin embargo, la presencia de Cristina, con su actitud calmada y solidaria, me brindaba un consuelo importante. Me esforzaba por aceptar la situación, tratando de enfocarme en el apoyo que ella ofrecía mientras intentaba adaptarme a las restricciones físicas y a la realidad de mi nuevo entorno.

-¿Cómo te encuentras, Julia? -preguntó Cristina con una preocupación genuina, su mirada atenta buscando una señal de cómo estaba manejando la situación.

Respiré profundamente, intentando organizar mis pensamientos y encontrar las palabras adecuadas para expresar cómo me sentía.

-No muy bien, Cristina -respondí, mi voz cargada de desánimo-. Me siento realmente mal. La vida no me está tratando bien. Pero, ¿por qué estoy atada?

-Entiendo que esto pueda ser desconcertante -dijo-. Dada tu reacción de ayer, el equipo médico decidió tomar precauciones para asegurarse de que estuvieras segura. No te preocupes, esto es solo una medida temporal.

Cristina asintió, tomando nota de mi estado emocional antes de seguir.

-Julia, hemos estado intentando localizar a algún familiar tuyo. ¿Te gustaría que contactemos a algún pariente o conocido?

La idea de que alguien pudiera ser contactado me hizo reflexionar. Aunque tenía familiares, no había mantenido contacto con ellos en mucho tiempo. Mi mente empezó a recorrer las opciones, pero pronto me di cuenta de la fría realidad.

-No es necesario avisar a nadie -dije, mi voz sonando más resignada que nunca-. En realidad, no tengo a nadie en quien pueda confiar. Los familiares que tengo me dieron la espalda en el pueblo.

Cristina me miró con una mezcla de tristeza y empatía.

-Debe de haber alguien en tu vida, quizás un amigo cercano o incluso un novio -sugirió, intentando ofrecer alguna alternativa que pudiera proporcionar apoyo.

Me detuve a pensar en sus palabras, pero mi corazón no encontró respuesta. La sensación de soledad se hizo más intensa mientras revisaba mentalmente mi círculo de relaciones.

-¿Un novio? No, Cristina, no tengo a nadie. Solo tenía a mis padres, y ahora estoy sola.

Las palabras resonaron en mi mente mientras las lágrimas comenzaban a brotar. Recordé que en el pasado había tenido una amiga y un novio, además de mis padres, pero ahora me encontraba completamente sola. La tristeza y la desesperanza se apoderaban de mí mientras reflexionaba sobre el futuro que me esperaba: sin mis padres, sin familiares, sin amigos y siendo menor de edad. ¿Qué iba a ser de mí?

Mi mente estaba en una espiral de tristeza e incertidumbre, las lágrimas fluían libremente, sin que pudiera detenerlas. Me preguntaba cómo sería enfrentar la vida sin el apoyo y la seguridad que mis padres solían brindarme. La sensación de soledad era abrumadora, como si estuviera flotando en un vasto océano sin nada a lo que aferrarme.

Cristina permanecía a mi lado, su presencia era un faro de comprensión en medio de mi tormenta emocional. Su simple compañía parecía ofrecer un pequeño consuelo en mi desolación.

-Entonces, ¿no tienes un novio o pareja? -preguntó Cristina, con un tono que denotaba preocupación.

-Claro que no tengo novio, ¿por qué lo preguntas? -respondí.

La sorpresa y el cansancio en mi voz. La pregunta parecía fuera de lugar en ese momento, y mi mente estaba demasiado abrumada para procesar la razón detrás de ella.

-Julia, hay algo importante que necesitas saber, aunque entiendo que no será fácil de escuchar -dijo Cristina, su tono grave y lleno de delicadeza.

-¿Qué ocurre ahora? Por favor, no más malas noticias -respondí, sintiendo una mezcla de angustia y agotamiento.

Cristina tomó una respiración profunda antes de continuar, sus palabras cargadas de pesar.

-Debido al accidente, has perdido al bebé que llevabas.

Mis ojos se abrieron de par en par ante la revelación. Mi mente se atascó en un lugar de incredulidad y confusión.

-¿Qué? No tenía intención de tener ese bebé, Cristina. Pensaba abortar. Así que, en realidad, es mejor que lo haya perdido -dije, tratando de procesar la noticia mientras mis emociones fluctuaban entre el alivio y la tristeza.

Cristina me miró con una mezcla de preocupación y empatía.

-¿Por qué no querías tener al bebé? Dijiste que no tenías novio. ¿Fue resultado de una agresión sexual?

La pregunta hizo que una oleada de recuerdos y emociones regresara a mi mente. Mi expresión se tornó sombría mientras pensaba en cómo el juez había manejado la situación.

-El juez no lo interpretó de esa manera -respondí con voz cansada y resignada, sintiendo el peso de la situación en cada palabra.

Cristina asintió, su expresión reflejando una profunda comprensión mientras me ofrecía el espacio para procesar lo que acababa de escuchar.

-¿Quieres hablar sobre esto? -preguntó Cristina con un tono suave, tratando de abrir un espacio para expresar mis sentimientos.

-No, no quiero hablar de eso. Solo deseo morirme -respondí, mi voz cargada de desesperanza y resignación.

Cristina me miró con preocupación, su mirada transmitiendo una mezcla de comprensión y tristeza.

-No es saludable reprimir tus sentimientos, Julia. No obstante, no te forzaré a hablar si no estás lista. En este momento, lo más importante es encontrar un familiar que pueda cuidar de ti.

Mi corazón se hundió ante la mención de familiares.

-Tengo familia, Cristina, pero no quiero depender de ellos. No fueron buenos con mis padres ni conmigo. Prefiero evitarlos.

Cristina asintió, comprendiendo la dificultad de mi situación.

-Julia, eres menor de edad. Si ningún pariente asume la responsabilidad, los servicios sociales tendrán que encargarse de ti hasta que alcances la mayoría de edad.

La idea de los servicios sociales me resultaba inquietante.

-¿Servicios sociales? ¿Eso significa que me llevarán a un centro de menores?

-No exactamente -respondió Cristina, intentando tranquilizarme-. Los servicios sociales podrían encontrar una familia dispuesta a cuidarte o podrían llevarte a una residencia. No es como estar en prisión. Aunque hay horarios y ciertas reglas, tendrás cierta libertad para entrar y salir. Podrás estudiar, trabajar o aprender un oficio. Sin embargo, debes saber que cuando cumplas 18 años, el Estado dejará de ser tu tutor y tendrás que hacerte cargo de ti misma.

Sus palabras, aunque llenas de realidad dura, también ofrecían una pequeña chispa de esperanza.

-A pesar de las limitaciones, puedes aprovechar las oportunidades que te ofrecen para continuar con tus estudios, explorar tus intereses y prepararte para el futuro. La situación no es ideal, pero hay formas de seguir adelante y construir un futuro para ti misma.

-¿Futuro? Yo no tengo futuro -dije, con un tono sombrío y resignado.

Cristina escuchó atentamente mientras yo compartía mi dolor.

-Desde el día en que celebré mi cumpleaños, mi vida ha caído en picado No he experimentado ningún momento positivo desde entonces, y a veces me pregunto si realmente quiero seguir viviendo así. Pienso que habría sido mejor haber fallecido en el accidente junto a mis padres -comenté, con lágrimas que comenzaban a resbalar por mis mejillas.

Mis palabras colgaron en el aire, llenas de un dolor profundo y una desesperanza abrumadora. Cada lágrima parecía representar una parte de la tristeza que se había acumulado desde ese trágico día. Cristina me observó con una empatía sincera, entendiendo la magnitud de mi sufrimiento.

-No digas eso, Julia. A pesar de lo difícil que es ahora, eres joven y tienes la posibilidad de experimentar mejoras significativas en tu vida. Es completamente normal sentirte así después de todo lo que has pasado, pero recuerda que estás atravesando una etapa muy dura. Las circunstancias pueden cambiar y, a pesar de todo, todavía hay oportunidades para encontrar un camino hacia adelante -dijo Cristina, con una voz llena de comprensión y esperanza.

Aunque sus palabras intentaban ofrecer consuelo, la sensación de oscuridad y desesperanza seguía siendo abrumadora.

-Mientras estés en el hospital, puedes hablar conmigo en cualquier momento. Cuando te den el alta, también puedo recomendarte profesionales que pueden brindarte el apoyo que necesitas. Lo más importante es que no te dejes abatir y evites tomar decisiones apresuradas -añadió Cristina, tratando de infundir una chispa de esperanza en medio de mi desolación.

-No tengo ningún recuerdo del accidente. ¿Podrías explicarme cómo ocurrió? -pregunté, buscando una comprensión más clara de los eventos que habían llevado a mi situación actual.

-¿Estás segura de que quieres saberlo en detalle, Julia?

-Sí, Cristina, no deseo que me oculten información. Quiero conocer la verdad completa -dije, mi voz firme pero temblorosa.

Cristina asintió y comenzó a explicarme con calma.

-Para ponerte en contexto, Julia, un automóvil que circulaba a alta velocidad por la avenida, se saltó un semáforo en rojo y chocó lateralmente contra el coche de tus padres. El impacto fue brutal e hizo que vuestro vehículo diera una vuelta de campana e invadiera el carril contrario y chocara de frente con otro coche. El impacto fue extremadamente fuerte. Lamentablemente, no se pudo hacer nada por tus padres, pero tú fuiste rescatada con vida. Gracias a la rápida intervención de los servicios de emergencias, fuiste trasladada al hospital a tiempo. Llegaste al hospital con un hilo de vida, pero la intervención inmediata del equipo médico permitió estabilizarte. Al principio, nadie apostaba por tí, pero tu fortaleza al aferrarte a la vida ha sido realmente notable. Los médicos y el equipo de cuidados intensivos han trabajado incansablemente para brindarte el tratamiento necesario. Tu resiliencia y la rapidez con la que se actuó jugaron un papel crucial en que estés aquí hoy.

Mis pensamientos estaban revueltos, y una sensación de desorientación se apoderó de mí.

-Debieron haberme dejado allí con mis padres. No entiendo por qué me trajeron hasta aquí -dije, con el dolor y la confusión evidentes en mi voz.

Cristina me miró con una mezcla de ternura y determinación.

-Julia, estás aquí porque todavía no era tu hora de partir. Tus padres no te llevaron con ellos porque hay algo más que estás destinada a hacer en esta vida. Puede que tengas un propósito significativo que aún no has cumplido. A veces, en medio del dolor y la pérdida, es difícil ver la luz al final del túnel, pero cada día que pasas aquí es una oportunidad para descubrir ese propósito, para sanar y para crecer. La vida puede parecer abrumadora en este momento, pero hay posibilidades que aún no has explorado y experiencias que podrían transformar tu camino. Es posible que, al enfrentar esta adversidad, encuentres una nueva fuerza dentro de ti y un sentido renovado de esperanza.

Debo irme ahora, tengo otros pacientes a los que atender. Pero si necesitas algo, no dudes en contactarme.

Una petición urgente me salió del corazón.

-Cristina, ¿podrías desatarme?

Ella me miró con cautela, evaluando mi solicitud.

-¿Puedo estar segura de que no tomarás ninguna decisión precipitada?

-Te doy mi palabra, Cristina. Por favor, desátame. -le respondí con sinceridad, deseando recuperar un poco de autonomía mientras lidiaba con la abrumadora realidad de mi situación.

-Confío en ti, Julia. Espero que mantengas tu palabra -dijo Cristina, mientras su mirada reflejaba una mezcla de preocupación y esperanza.

Quedarme sola resultó ser aún más complicado de lo que había imaginado. Una avalancha de preguntas surgió en mi mente, pero no había a quién acudir para obtener respuestas. La sensación de estar atrapada en un torbellino de pensamientos tumultuosos era abrumadora. Sin alguien en quien apoyarme para aclarar mis dudas o simplemente compartir mis inquietudes, me sentía sumergida en un laberinto emocional del que no podía encontrar la salida.

Las preguntas se multiplicaban sin cesar: ¿Qué decisiones debía tomar ahora? ¿Cómo enfrentaría el futuro sin mis padres? ¿Qué opciones tenía para superar esta devastadora situación? Sin guía ni consuelo, me sentía completamente perdida en un mar de incertidumbre. Al reflexionar sobre mi situación, comprendí la cruda realidad: era huérfana, sin ningún recurso al que pudiera recurrir. Regresar al pueblo no era una opción viable; lo había descartado por completo. Además, una oscura pregunta se instalaba en mi mente: ¿realmente valía la pena seguir viviendo? En mi angustia, se formaban innumerables pensamientos sobre cómo poner fin a mi sufrimiento.

Mis emociones oscilaban entre la tristeza y la angustia mientras consideraba el futuro incierto que se extendía ante mí. La realidad de haber perdido a mis padres, combinada con la perspectiva de enfrentar la vida sin su apoyo, era abrumadora. La idea de vivir con una familia de acogida o en una residencia, y luego enfrentar la necesidad de trabajar en lugar de perseguir mis sueños educativos, era desoladora. Sin embargo, en medio de esta tormenta emocional, una voz interior me recordaba la importancia de honrar a mis padres y su memoria. Sentía un profundo anhelo de visitarlos, de hablar con ellos como si aún estuvieran presentes. Su imagen y la angustia de pensar en su funeral, celebrado sin amigos ni familiares, me atormentaban constantemente, intensificando mi dolor. En mi mente, la idea de reunirme con ellos se convertía en un refugio al que deseaba escapar.

Pasados unos días, me informaron que los servicios sociales habían sido notificados de mi situación y que pronto se pondrían en contacto conmigo. Me dijeron que, una vez encontraran una solución adecuada, podría dejar el hospital, ya que mi estado físico estaba mejorando y no se habían encontrado secuelas serias. Aunque exteriormente mostraba mejoría, por dentro me sentía devastada, completamente rota. Era como si el hecho de quedarme huérfana de la noche a la mañana, enfrentando la soledad de manera repentina, no se considerara una secuela seria.

A los pocos días, la asistenta social vino a visitarme en compañía de Cristina.

-Hola, Julia. ¿Cómo te sientes hoy?

-Tan mal como estos días atrás, Cristina. La voluntad de vivir sigue ausente.

-No digas eso, Julia. Quiero presentarte a Isabel, la asistenta social. Ella estará aquí para apoyarte en la transición hacia tu nueva vida.

Isabel asintió amablemente y me dedicó una sonrisa reconfortante. Su presencia era un rayo de esperanza en medio de mi desolación. A pesar de que la idea de recuperar la normalidad en mi vida parecía casi inalcanzable, traté de mantener una mente abierta ante la posibilidad de recibir apoyo.

-Hola, Julia. Cristina me ha puesto al tanto de tu situación. No te preocupes, dado que eres menor de edad, ahora eres nuestra responsabilidad, y no te dejaremos sola. Voy a llevar tu caso personalmente.

Isabel continuó, su tono era firme pero cálido.

-En primer lugar, tenemos una familia de acogida candidata a acogerte. Se trata de un matrimonio que ha colaborado con nosotros durante años. Viven solos y te tratarán como a una hija, lo que facilitará tu adaptación en comparación con una residencia. Aun no se lo hemos comunicado porque antes quería hablar contigo, pero si estás de acuerdo, iniciaremos los trámites lo antes posible. Necesitaremos confirmar su disponibilidad para acogerte, ya que ellos tendrán la última palabra, pero una vez que me lo confirmen, te recogeré y te llevaré a su casa. ¿Tienes alguna pregunta, Julia?

-Me gustaría regresar a casa para recoger mis cosas, y también tendremos que avisar a la inmobiliaria.

-Por supuesto, Julia. Definitivamente podemos hacer una visita a tu casa antes de llevarte a tu nuevo hogar. En cuanto al alquiler, no tienes de qué preocuparte; nos ocuparemos de todo.

La certeza de que había un plan y que no estaría sola me dio un ligero alivio. Aunque el camino por delante se sentía incierto, al menos sabía que había personas dispuestas a ayudarme en este nuevo capítulo de mi vida.

-También deseo visitar el cementerio y despedirme de mis padres.

-Tendrás la libertad de hacerlo siempre que lo desees. No estarás confinada. ¿Necesitarás compañía en tu primera visita?

-Te lo agradezco, pero prefiero estar a solas con ellos una vez que me haya establecido.

-Cuando te sientas mejor, podremos hablar sobre tus planes a futuro. Sin embargo, eso puede esperar. Lo más importante ahora es que te acomodes y conozcas a tu nueva familia.

Continuamos conversando un poco más antes de que se retiraran, acordando que regresarían tan pronto tuvieran la confirmación para llevarme a mi nuevo hogar. A pesar de los detalles que compartieron, mi mente vagaba. La verdad es que no tenía muchas intenciones de quedarme mucho tiempo en esa casa; la idea de un nuevo comienzo me resultaba abrumadora.

La rutina en el hospital comenzó a sentirse opresiva, como si el tiempo avanzara a un ritmo más lento, atrapándome en un ciclo interminable de tristeza. Cada día se volvía una lucha interna, y la melancolía parecía abrazarme con más fuerza. Las lágrimas se convirtieron en mis compañeras constantes, y la sensación de soledad se intensificaba con cada minuto que pasaba.

A medida que la tristeza se acumulaba, los ataques de ansiedad comenzaron a asediarme, aportando una sensación avasalladora de angustia. En medio de este caos emocional, los ansiolíticos se convirtieron en una especie de tabla de salvación, un respiro temporal en medio de la tormenta que rugía en mi mente y en mi corazón. Aunque no deseaba depender de medicamentos, sabía que necesitaba algo que me ayudara a calmar el torbellino de emociones que me abrumaba. Era una lucha constante entre el deseo de ser fuerte y la realidad de mi situación.

Los días que siguieron no trajeron una mejoría significativa. A medida que me preparaba para dejar el hospital e iniciar una nueva etapa en mi vida, la incertidumbre y el miedo a lo desconocido se convirtieron en mis compañeros constantes. Era como si cada paso que daba hacia el futuro estuviera plagado de dudas y temores que no podía sacudir.

Cristina venía siempre que tenía oportunidad, brindándome aliento para enfrentar este nuevo comienzo. Durante esos días en el hospital, su presencia era la única luz en medio de mi oscuridad, pero, a pesar de su esfuerzo, nunca logré abrirme por completo a ella. La idea de liberar todo lo que guardaba en mi interior me resultaba abrumadora; en realidad, nunca había estado lista para ello.

A pesar de mi resistencia, Cristina nunca dejó de intentar conectarse conmigo. Sus palabras de aliento eran como pequeñas grietas en el muro de mi dolor, permitiendo que un poco de luz y esperanza se filtraran en mi corazón. Pero yo aún no estaba preparada para enfrentar todos mis sentimientos y pensamientos; la tormenta emocional dentro de mí seguía siendo demasiado intensa.

Finalmente, llegó el día de mi alta. Cristina me había advertido con antelación para que estuviera lista. Isabel, la asistenta social, trajo ropa de mi talla, ya que la que llevaba el día del accidente había quedado completamente arruinada. Me entregaron mis objetos personales recuperados del lugar del accidente, junto con las pertenencias que llevaban mis padres. Entre esos objetos, se encontraban las alianzas que solían llevar, un recordatorio tangible de su amor.

Despedirme de Cristina fue un momento agridulce; aunque me aguardaban muchas incertidumbres, ella había sido una luz constante en mis días oscuros. Acompañé a Isabel hasta el estacionamiento del hospital, sintiendo una mezcla de emociones abrumadoras. La ansiedad por lo desconocido se entrelazaba con un ligero destello de esperanza mientras Isabel caminaba a mi lado, ofreciendo una sonrisa cálida que intentaba transmitir tranquilidad.

Al llegar al coche, Isabel me ayudó a acomodarme y se aseguró de que estuviera cómoda. Mientras conducía hacia mi nuevo hogar, el paisaje fuera de la ventana se desdibujaba en una serie de imágenes borrosas. Mi mente estaba llena de pensamientos sobre lo que me esperaba y cómo sería vivir con una familia de acogida.

Cuando llegamos al apartamento que había compartido con mis padres, un torrente de recuerdos me invadió. Aunque apenas había tenido tiempo de convertirlo en un hogar, era el lugar donde había compartido los últimos momentos con ellos. No pude evitar que algunas lágrimas se deslizaran por mis mejillas. A pesar del dolor que me embargaba, sabía que no deseaba permanecer más tiempo en esa casa. Era hora de seguir adelante, aunque el camino por delante se presentara incierto y lleno de retos.

Fui directamente a mi habitación y comencé a empacar mis cosas en la maleta que había traído del pueblo. También decidí recoger objetos pertenecientes a mis padres, objetos personales que se habían traído. Cada objeto que tomaba me recordaba a ellos, y aunque el dolor era abrumador, sentía que estaba haciendo algo importante al preservar esos recuerdos.

Mientras guardaba esas pertenencias, podía sentir la presencia de mis padres a mi alrededor. Aunque el dolor de su pérdida seguía siendo abrumador, encontrar un lugar para sus recuerdos dentro de mi corazón me brindaba cierta sensación de consuelo.

Isabel estaba esperándome fuera de la habitación, y asintió comprensivamente al verme lista para partir. Dejé atrás ese lugar con una sensación agridulce, sabiendo que estaba dando paso a una nueva etapa en mi vida, pero también dejando atrás una parte de mi pasado. Cargando las maletas llenas de recuerdos y esperanzas, caminé hacia el futuro incierto con un corazón lleno de emociones encontradas.

Cuando llegamos a la casa que se convertiría en mi nuevo hogar, me recibió una pareja amable, Luis y Pilar. No tenían hijos propios y ofrecían su hogar como refugio temporal para menores huérfanos, esperando que encontraran un hogar permanente o alcanzaran la mayoría de edad. La casa estaba situada en una tranquila urbanización de casas unifamiliares, rodeada de un jardín bien cuidado y una pequeña piscina que parecía invitar al relax. Luis, que tenía su propia pequeña empresa, y Pilar, que trabajaba desde casa, vivían cómodamente allí.

Se mostraron muy afectuosos al recibirme, lo que, aunque era un gesto bienintencionado, me resultaba ajeno en ese momento. Mientras recogía algunas de mis pertenencias, ellos se quedaron conversando con Isabel, quien había sido mi pilar durante todo este proceso. La habitación que me habían asignado estaba en el segundo piso; era más espaciosa que la que había tenido en la casa del pueblo. Desde la ventana, podía ver el jardín y la piscina, así como las demás casas de estilo similar en la urbanización.

Lo que más me impactó fue la tranquilidad del lugar. La urbanización estaba ubicada en las afueras de Zaragoza, rodeada de lomas y naturaleza, y aunque la pérdida de mis padres aún resonaba en mi mente, esa nueva vista me recordaba que el mundo seguía girando a su alrededor. Me informaron que había un autobús que conectaba la urbanización con la ciudad cada hora, brindándome la oportunidad de acceder a lugares más concurridos cuando deseara.

Isabel se despidió de mí, asegurándome que regresaría al día siguiente. Teníamos planeado hablar sobre mis objetivos y planes para el futuro, pero en ese momento, esa pregunta parecía carecer de sentido. Sentía que mi vida se había detenido en aquella carretera, junto a mis padres. Desde ese día, mi existencia parecía vacía, atrapada en un cuerpo que simplemente seguía adelante sin verdadera voluntad. Mis pensamientos a menudo giraban en torno a la idea de dejar este mundo y reunirme con ellos.

Después de la partida de Isabel, Luis y Pilar intentaron acercarse a mí, ansiosos por hacerme sentir bienvenida. Sin embargo, al notar mi reticencia a hablar, respetaron mi necesidad de espacio y me dejaron sola en mi habitación. Antes de hacerlo, me llevaron a un recorrido por la casa, mostrándome cada rincón, con la esperanza de hacerme sentir más cómoda en este nuevo entorno. Pero, en el fondo, sabía que no importaba cuán acogedora fuera esta casa; nada podría reemplazar la calidez del hogar que había perdido.

Me avisaron que era hora de comer y me uní a Luis y Pilar en la amplia y luminosa cocina. La mesa estaba bien dispuesta, y el aroma de la comida me hizo sentir un ligero desvío de la tristeza que me acompañaba.

-Julia, entendemos que nunca podremos reemplazar a tus padres, pero queremos que te sientas bien mientras estés aquí con nosotros. Si necesitas algo, no dudes en decírnoslo. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que te sientas cómoda en esta casa y la consideres tu hogar -me dijo Pilar, su voz llena de sincera empatía.

-Gracias, señora, son realmente amables -respondí, sintiendo una mezcla de gratitud y desconfianza.

-Puedes llamarme Pilar, Julia -me corrigió con una sonrisa amable.

-Y a mí me puedes llamar Luis, ya que lo de "señor" solo lo usan mis empleados -añadió Luis, riendo suavemente, lo que aligeró un poco la atmósfera.

-Gracias a los dos -dije sinceramente, empezando a experimentar un ligero atisbo de comodidad en este nuevo entorno, aunque aún era frágil.

Después de la comida, decidí regresar a mi habitación. Una vez tumbada en la cama, la tristeza me envolvió por completo; parecía haber tomado posesión de mí, convirtiéndose en una compañera constante que no tenía intención de marcharse. Mi mente luchaba por encontrar un motivo para seguir adelante, pero cualquier intento era en vano. Mis aspiraciones de futuro se reducían a visitar la tumba de mis padres, y en ese oscuro rincón de mi ser, emergía un deseo perturbador de desaparecer, como si eso pudiera aliviar mi sufrimiento.

Durante la cena, finalmente compartí mi deseo de ir al cementerio lo más pronto posible.

-Por supuesto, Julia. Cuando quieras, te llevaré -me aseguró Luis con una sinceridad que me reconfortó un poco.

-Gracias, Luis. No quiero que te lo tomes a mal, pero prefiero ir sola al cementerio. Solo necesito saber cómo llegar -le dije, sintiendo que esa visita era algo que debía hacer por mí misma.

-Está bien, Julia. Luego te explicaré qué autobuses debes tomar y dónde debes bajarte. ¿Tienes un teléfono móvil? ¿No? No te preocupes, mañana te conseguiré uno. Quiero que sepas que tienes libertad para salir de casa cuando quieras. De hecho, creo que sería bueno que salieras todos los días, pero no quiero que lo hagas sin un móvil. No conoces bien la ciudad, y podría ser útil que me llames si necesitas que te vaya a buscar.

-Mañana Isabel vendrá a hablar conmigo de mañana, así que, si consigo el móvil, me gustaría ir al cementerio por la tarde.

-No hay problema, Julia. Para la hora de la comida, tendrás tu móvil.

Esa noche, como ya era costumbre desde mi cumpleaños, me costó mucho dormir. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del accidente y los recuerdos de mis padres se mezclaban en un torbellino de emociones abrumadoras. Me sentía atrapada en una espiral de pensamientos oscuros que no me dejaban en paz. El silencio de la noche solo intensificaba mis temores y ansiedades, y me dejaba exhausta, anhelando la llegada del amanecer como si fuera una vía de escape de mi propio tormento. Cada hora que pasaba se sentía como una eternidad, y en la penumbra, mis lágrimas se deslizaban silenciosamente, una expresión de la tristeza que me inundaba.



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La historia de Julia continua en:

Capítulo 26: El sexto sentido.


Julia, a través de su dolor y su deseo de justicia, encuentra un nuevo propósito y una fuerza interior que la impulsa a seguir adelante.

Isabella y Julia.jpegJulia y médico.jpegJulia en el hospital.jpegNo me dejes sola.jpegJulia en el coche de Isabel.jpeg
 
Ya era raro que nunca hablaba de sus Padres.
Jolín, ni en una novela turca hay tanto drama.
Menos mal que ya se acaba lo malo y empieza el resurgir de Julia.
 
Supongo que en el próximo capítulo narrará co.o siguió hacia delante hasta llegar a crear su gran empresa y de ahí hasta el momento actual
Y como este mundo es más pequeño de lo que parece, pronto se volverá a ver las caras con los miserables de la familia Villalba, especialmente la escoria de Sergio y la mala amiga de Loisa. Como dice el dicho, " a cada cerdo le llega su San Martín .
Ansioso estoy por el plan estratégico de Julia para arrebatarles la empresa a esos cerdos de los Villalbas.
 
Ya le reñi en su día. Para historias trágicas ya están los puñeteros turcos con sus mentes retorcidas y finales que dan ganas de tirarse de un balcón ( aunque esto es dura competencia con mi equipo, que es una tortura cada partido).
 
EL TALISMÁN. SEGUNDA PARTE. BALADA TRISTE DE TROMPETA.



Capítulo 26. El sexto sentido.

Zaragoza.

Octubre 1998.



Al siguiente día por la mañana, Isabel hizo su aparición. Mantuvimos una conversación en mi habitación.

-Cuéntame, Julia, ¿cuáles eran tus planes antes del accidente? ¿Te inclinas hacia el trabajo o preferirías continuar con tus estudios?

-Mi plan era enfocarme en los estudios. Quería cursar el bachillerato y luego ingresar a la universidad, aunque siento que ya he perdido bastante tiempo.

-Aún tenemos oportunidades, Julia. Si te aplicas, tienes la posibilidad de aprobar.

-Sin embargo, necesito obtener una calificación alta para asegurarme una beca. Si no la consigo, mis padres no podrán...

.

“Estaba a punto de mencionar que, si no obtengo una beca, mis padres no tendrían los recursos para financiar mis estudios universitarios. Me quedé sin palabras, sin saber qué responder”.

.


-Tus padres no tenían los medios para pagarte la universidad, ¿era eso lo que estabas a punto de decir?

-Sí, supongo que aún no he llegado a aceptar completamente esta realidad.

-Entiendo, Julia. Estas situaciones requieren tiempo para procesarse. ¿Has considerado la posibilidad de hablar con un psicólogo? Colaboramos con algunos profesionales que podrían ayudarte.

-No, gracias. En este momento, no me siento lista para compartir esto con nadie.

-Lo respeto, Julia. No obstante, desahogarte podría ser beneficioso en el futuro.

-No puedo ni siquiera empezar a pensar en eso, y mucho menos hablarlo. Realmente, Isabel, no estoy preparada para afrontarlo. Tal vez más adelante.

Entendido, Julia. No insistiré más en ese tema. Ahora, en cuanto a tus estudios y, más concretamente, a la parte financiera, hay algo importante que debo comunicarte. Mientras estabas en el hospital, gestionamos en tu nombre el certificado de últimas voluntades de tus padres. Como ahora somos tus tutores legales, era necesario iniciar este trámite, ya que es fundamental para saber si tus padres dejaron algún testamento o expresión final de sus deseos y quiero que sepas que ya hemos recibido el certificado.

-¿Mis padres hicieron testamento? Pero si no tenían prácticamente nada… Aparte de la casa del pueblo, no creo que hubiera más.

-No, Julia, tus padres no llegaron a hacer un testamento. Pero hay algo que no sabías: ambos tenían un seguro de vida.



La noticia me cayó con un algo inesperado. Levanté la mirada, confundida. Nunca había pensado que mis padres, con su vida sencilla y sin grandes posesiones, pudieran haber previsto algo tan complejo como un seguro de vida.

-¿Un seguro de vida? No tenía idea de eso... ¿Por qué nunca me dijeron nada?

-Es algo que muchas personas hacen en silencio, pensando en proteger a sus seres queridos sin querer preocuparles en vida. Tus padres, a pesar de no tener grandes bienes materiales, querían asegurarse de que, si les pasaba algo, tú estarías cuidada y no tendrías que preocuparte demasiado por lo económico.

Sentí un nudo en la garganta al darme cuenta de la magnitud del gesto. A pesar de su modestia, mis padres habían hecho todo lo posible para prever un futuro seguro para mí.

Hemos realizado una solicitud a la compañía de seguros para obtener información detallada sobre la póliza, con el fin de determinar el monto total de la indemnización que podrías recibir. Están en proceso de enviarnos los documentos para que puedas firmarlos y así proceder al cobro. Sin embargo, antes de eso, al no haber testamento, debes declararte heredera. En resumen, llevará un tiempo hasta que tengamos acceso a esos fondos. Además, no debemos olvidar la indemnización por el accidente.

-¿De qué indemnización estás hablando?

-El conductor del vehículo que impactó contra el vuestro también falleció en el accidente. Hemos establecido comunicación con su aseguradora para solicitar una indemnización en tu nombre, como tutores tuyos que somos. Conforme a la póliza que nos han proporcionado, y considerando la edad de tus padres, corresponde una cantidad importante por cada uno. Esto, en conjunto con la suma que recibirás del seguro de vida de tus padres, Julia, te coloca en una posición financiera significativamente ventajosa.

Nos haremos cargo de administrar el dinero por ti, dado que, al ser menor de edad, no tienes la capacidad de tener una cuenta independiente. En este momento, el Gobierno de Aragón es tu tutor legal. Te proporcionaremos una asignación mensual destinada a tus gastos hasta que cumplas los 18 años. Si llegaras a necesitar dinero adicional para gastos excepcionales, simplemente tendrás que solicitárnoslo. Sin embargo, también es importante tener en cuenta que estamos comprometidos a asegurar un uso responsable de estos fondos y evitar derroches innecesarios.

-Me parece bien, tampoco tengo intención de gastarlo de manera impulsiva.

-Entiendo. Entonces, ¿has decidido qué te gustaría estudiar y dónde?

-Siempre me han apasionado las matemáticas y la contabilidad. Sin embargo, no tengo planes de hacerlo aquí; mi objetivo es trasladarme lejos de Zaragoza. Cuanto más distante, mejor.

-¿Cuál es la razón de que quieras alejarte de aquí, Julia?

-Mi pueblo está cerca, y si estudio en esta universidad, es muy probable que me encuentre con alguien conocido de mi pueblo, y eso es algo que preferiría evitar.

-Entiendo, Julia. Lo que vamos a hacer es buscar un instituto de Bachillerato que tenga cupos disponibles. Dado que el año escolar ya ha comenzado, exploraremos la posibilidad de conseguir un profesor de apoyo para ayudarte a ponerte al día. Además, sería beneficioso para ti salir un poco a la calle; después de haber pasado tantos días en el hospital, estás muy pálida y sería saludable que salgas al aire libre.

-Gracias, Isabel. Tomaré en cuenta tu consejo y saldré más a al jardín a tomar el sol. De hecho, esta tarde tengo planeado ir al cementerio para visitar a mis padres.

-Eso me parece bien. Si estás de acuerdo, podría acompañarte.

-Prefiero ir sola.

-De acuerdo, Julia. Entonces me retiro y nos encontramos nuevamente en dos días.

Durante la hora de la comida, Luis me entregó un teléfono móvil nuevo de gama alta, junto con una tarjeta SIM.

-Aprecio el gesto del móvil, Luis, aunque sinceramente no era necesario que fuera tan costoso. Realmente no uso el teléfono con mucha frecuencia.

-No te preocupes por eso, son móviles de la empresa y nos hacen un buen descuento en ellos. Pero me gustaría que lo lleves contigo siempre que salgas de casa, ¿te parece bien?

-Claro, por supuesto.

Después de la comida, colaboré con Pilar en retirar los platos y luego me preparé para dirigirme al cementerio. Luis me proporcionó instrucciones sobre la parada de autobús y el punto donde debía bajar para tomar otro autobús hacia el cementerio. Además, me entregó un bonobús para el pasaje. Les prometí que regresaría a la hora de la cena y salí de la casa en dirección a la parada de autobús.

Al salir de la casa, me encaminé hacia la parada de autobús siguiendo las indicaciones que Luis me había proporcionado. El sol iluminaba el camino y el aire fresco me hacía sentir renovada después de tanto tiempo sin salir. Al llegar a la parada del autobús, noté que había una cantidad considerable de personas esperando y decidí mantenerme un poco apartada mientras esperaba. Cuando el autobús llegó, estaba lleno de pasajeros, pero al ser el punto de inicio y fin de ruta, se vació rápidamente y los demás comenzamos a abordarlo.

Al quedarme rezagada del grupo, fui la última en subir al autobús. Sin embargo, tan pronto como me acerqué a la puerta, una inquietante sensación comenzó a apoderarse de mí. Un extraño apretón en el pecho, acompañado de un leve pero persistente dolor en la espalda, me alertaron de que algo no iba bien. Mi respiración se volvió irregular, y al cruzar el umbral del vehículo, el malestar no hizo más que intensificarse. Sentí que el aire dentro del autobús era denso, casi irrespirable, y sudores fríos recorrieron mi cuerpo, amplificando mi ansiedad.

Busqué desesperadamente un asiento libre, pero la creciente sensación de claustrofobia me lo impedía. Los rostros de los pasajeros, desconocidos y ajenos a mi tormento, comenzaron a distorsionarse ante mis ojos. Donde antes había personas comunes, ahora veía las caras de aquellos que me atormentaban: Ángel, Loísa, Sergio, Elena, Paco y Miguel. Cada mirada parecía una amenaza latente, cada gesto un recordatorio de todo lo que había vivido. Sentí cómo su hostilidad, real o imaginada, me envolvía, intensificando el dolor en mi pecho y acelerando mi respiración hasta el borde de la hiperventilación.

El pánico se apoderó de mí por completo. Incapaz de soportar la presión, me acerqué tambaleante y, con la voz entrecortada por el miedo, me dirigí al conductor. Mis palabras salieron apresuradas, casi desesperadas, pidiéndole que parara el autobús. Mi petición fue casi un grito de auxilio. Al ver mi estado, el conductor no dudó en detener el vehículo a un lado de la carretera.

Las puertas se abrieron y un golpe de aire fresco me recibió, pero el alivio fue fugaz. Al bajar del autobús, aún podía sentir el eco del pánico reverberando en mi interior. Aunque el entorno era más abierto, el verdadero problema no había desaparecido. Sabía que lo que me afectaba no era solo el autobús o las personas que había visto; era algo más profundo, algo que estaba arraigando en mi mente y en mis emociones. Un miedo que me acechaba desde el interior, del que no podía escapar fácilmente.

Mientras intentaba recuperar el aliento, sentí la necesidad urgente de enfrentar esa oscuridad interna, de enfrentar mis miedos y traumas, pero no tenía idea de cómo hacerlo.

Me senté en un banco cercano, tratando de recuperar la calma mientras observaba cómo el autobús se alejaba. Las imágenes aterradoras de las caras distorsionadas seguían revoloteando en mi mente, y el miedo me tenía paralizada.

En ese instante, no comprendía completamente lo que me estaba sucediendo, pero más tarde me explicaron que había experimentado un ataque de pánico. Me encontraba en un estado de confusión, sin saber dónde me hallaba ni cómo regresar a casa. Pasaron algunos minutos hasta que logré calmarme lo suficiente. Entendí que necesitaba comunicarme con alguien en quien confiara. Saqué el teléfono móvil que Luis me había proporcionado y marqué su número.

-Hola Julia, ¿todo está bien? ¿Sucedió algo?

-¡Luis, necesito tu ayuda! Tuve que bajarme del autobús y estoy un poco perdida. No sé cómo regresar a casa. ¿Podrías venir a buscarme, por favor?

-Tranquilízate Julia, no te preocupes. En este momento estoy en el trabajo, pero Pilar irá a buscarte. ¿Está bien?

-Sí, sí, estoy bien, pero no sé dónde estoy.

-Solo comparte tu ubicación con nosotros para que sepamos dónde estás y podamos encontrarte. ¿Sabes cómo hacerlo?

-Sí, ahora mismo lo hago.

-Entendido, Julia. Pilar estará ahí en breve, no te encuentras muy lejos. Es fundamental que no te muevas de tu ubicación actual.

-Vale Luis, gracias.

No pasó mucho tiempo antes de que Pilar llegara. En el momento en que la vi salir del coche, toda la tensión acumulada se desbordó y no pude contener las lágrimas. Mi alivio y gratitud eran tan profundos que mis emociones se manifestaron en un llanto sincero.

-Julia por Dios, pero ¿qué te ha pasado?

-No lo sé, Pilar. Pero tuve que bajarme del autobús porque me sentía mal.

-¿Ahora te sientes mejor?

-Sí, ahora me siento mejor. Fue extraño, me sentí como atrapada en una pesadilla. Me sentía amenazada por los demás pasajeros en el autobús.

-¿Te hicieron algo esas personas?

-No, en realidad no me hicieron nada. Fue solo una sensación propia, pero me invadió un gran miedo y llegué a pensar que me iba a desmayar o algo así.

-Bueno, lo importante es que ya pasó. ¿Te encuentras mejor ahora? ¿Quieres que vayamos al centro de salud?

-No es necesario, en serio. Ya me siento mejor. Aunque ahora tengo miedo de tomar el autobús nuevamente para ir al cementerio. Sin embargo, necesito ir allí, necesito estar con mis padres.

-Mira, en este momento no tengo compromisos. Si quieres, puedo llevarte.

-¿Realmente estarías dispuesta a hacer eso por mí? No quiero causarte molestias.

-No es ninguna molestia, Julia. Con gusto te llevo.

-Muchas gracias Pilar.

-Venga, vámonos. Pero antes, sería bueno llamar a Luis. Estará preocupado por ti.

Pilar me llevó hasta el cementerio de Torrero y, una vez estacionamos el auto en el estacionamiento, me brindó apoyo para buscar la tumba de mis padres. En el hospital me habían dado un documento con las indicaciones precisas de su ubicación. Con la ayuda de Pilar y el plano que encontramos en la entrada, no nos tomó mucho tiempo localizarla.

Mientras caminábamos por el cementerio, siguiendo las indicaciones del papel y guiados por el plano, finalmente llegamos al nicho de mis padres. La atmósfera tranquila del lugar contrastaba con todas las emociones turbulentas que estaba experimentando. Me detuve frente a su nicho, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio al estar cerca de ellos una vez más.

El nicho en el que estaban reposando mis padres estaba ubicado en la segunda fila. Solo una sencilla losa de yeso cubría el nicho, con los nombres de mis padres inscritos con trazos simples y la fecha de su fallecimiento. Era una escena de serenidad y simplicidad, pero cargada de significado para mí.

-Julia, ¿prefieres quedarte a solas con ellos?

-Por favor.

-Entendido, estaré esperándote en el coche. ¿Estás segura de cómo regresar? Si tienes algún problema, solo llámame y vendré por ti. No te preocupes por el tiempo, tómate todo el que necesites. No hay prisa.

-Gracias Pilar.

Había algunas flores secas cerca, supongo que eran las que se usaron en el servicio fúnebre.

Las lágrimas brotaron de mis ojos como una cascada, y mis piernas casi se rindieron bajo la emoción. Terminé deslizándome hasta quedar sentada en el suelo. Tenía tantas palabras que compartir con ellos, pero no conseguía articular ninguna; solo podía llorar mientras mis dedos trazaban sus nombres toscamente escritos en la losa. Llevaba colgada una cadena con las dos alianzas de mis padres alrededor de mi cuello, una forma de sentirlos más cerca. Mientras les hablaba en silencio, tomé las alianzas en mi mano, sintiendo su presencia de alguna manera reconfortante.

Mis palabras se entremezclaban con los sollozos mientras les compartía lo que había sentido, lo que había vivido desde su partida. Las alianzas en mi mano se convirtieron en un vínculo tangible con ellos, en un símbolo de su amor y apoyo continuo, incluso en su ausencia física.

Las emociones que había estado reteniendo durante tanto tiempo finalmente encontraron una salida, y sentí que estaba liberando una carga que había estado llevando conmigo desde el hospital. Hablarles en ese lugar tranquilo y sereno me brindó una sensación de cercanía, de que de alguna manera podían escucharme y sentir todo lo que estaba expresando.

-Mamá, papá, hay tantas cosas que desearía poder deciros, pero tengo un nudo en la garganta que me impide expresarme con claridad. Vuestra partida ha sido un golpe devastador, y me pesa no haber mostrado lo mucho que os amaba y lo valiosos que siempre habéis sido para mí, aunque nunca lo demostré como debí. Ahora lamento profundamente no haberlo hecho, aunque sé que, en el fondo, ya lo sabíais. Quiero que sepáis que cada día sentí vuestro amor y que llevaré vuestro legado en mi corazón por siempre.

A pesar de que vuestra ausencia es irreversible, no creo que alguna vez pueda resignarme a haberos perdido tan pronto. El vacío que dejáis es inmenso y mi corazón se llena de una amarga tristeza al no teneros aquí. Me duele profundamente no poder compartir este momento con vosotros. Tuve la suerte de tener unos padres como vosotros, y cada uno de los momentos hermosos que compartimos son tesoros que atesoro. Cada lección aprendida y cada valor que poseo son un reflejo del amor y el ejemplo que me disteis.

Fuisteis los mejores padres que una hija podría desear, y la profunda herida de no teneros a mi lado en estos momentos difíciles se siente insoportable. Vuestra sabiduría y apoyo eran invaluables, y me siento perdida sin ellos. Siempre fuisteis mi guía en los momentos oscuros, y ahora me encuentro sola, sin ese faro que me iluminaba el camino. La idea de seguir adelante sin vosotros me abruma, y a menudo me pregunto qué sentido tiene continuar en este mundo.

Si estuvierais aquí, sé que me mostraríais el camino correcto, como siempre lo hicisteis. Pero ahora me enfrento a la incertidumbre, sin una dirección clara. Anhelo encontrar un propósito que me motive a seguir viviendo, algo que me brinde la fuerza necesaria para sobrevivir en este mar de dolor. La vida ha sido increíblemente injusta con nosotros, y a veces, siento que no tengo la energía para avanzar. Sin embargo, en mi corazón, sé que el amor que me disteis es el legado que debo honrar.

. . . . . . . . . . . .

Las lágrimas seguían fluyendo mientras hablaba con mis padres, compartiendo mis pensamientos y sentimientos más profundos con ellos. Era un momento de vulnerabilidad y sinceridad, una conversación que anhelaba tener desde que se habían ido. Aunque ya no estaban físicamente, sentía que estaban presentes, escuchándome y abrazándome con su amor eterno.

Mi voz se entrecortaba mientras expresaba mis pensamientos con intensidad.

. . . . . . . . . .

-No puedo aceptar que la vida, Dios o el destino sean los responsables de todo lo que hemos tenido que soportar, especialmente vuestra pérdida. La realidad es que hay nombres y apellidos detrás de todo esto, individuos concretos que son culpables de lo que ha sucedido. Me duele profundamente saber que nos han privado de la justicia que merecemos, y esa verdad me pesa en el corazón.

Es desgarrador pensar que tal vez nunca enfrentarán las consecuencias de sus acciones. La idea de que puedan seguir sus vidas sin rendir cuentas por el dolor que han causado es una carga difícil de llevar. Me siento atrapada entre el deseo de honrar vuestros recuerdos y la necesidad de buscar justicia en un mundo que a menudo parece tan injusto. Este conflicto interno me consume, y a menudo me pregunto si habrá algún momento en el que pueda encontrar paz, o si esta lucha se convertirá en mi único propósito.

El dolor de vuestra ausencia se mezcla con la rabia y la impotencia, y me siento impulsada a hacer algo, a tomar acción. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras aquellos responsables de nuestra tragedia continúan con sus vidas sin un atisbo de remordimiento. La lucha por la justicia no solo es por mí, también por vosotros.

. . . . . . . . . . . .

Las palabras fluían cargadas de frustración y dolor, revelando mi deseo de que los responsables enfrentaran la responsabilidad de sus actos. Era una lucha contra la sensación de impotencia que me invadía, una lucha por la justicia y la rendición de cuentas que deseaba ver realizarse. Mis padres merecían que se hiciera justicia por lo que nos habían arrebatado, y yo anhelaba que quienes eran responsables rindieran cuentas por sus acciones.

. . . . . . . . . . . . .

-Anhelo con todo mi ser el día en que podamos volver a reunirnos, incluso si eso significa que aquellos que nos han causado tanto daño salgan victoriosos. Es un pensamiento doloroso, pero soy consciente de que la justicia a menudo parece estar al alcance solo de los poderosos. Para quienes somos menos afortunados, la lucha por la justicia se siente como una batalla cuesta arriba, llena de obstáculos que parecen insuperables.

La realidad es que el poder del dinero puede corromper la justicia y torcer el rumbo de lo que debería ser un proceso justo. Las decisiones pueden ser influenciadas por intereses económicos, dejando a los más vulnerables en una posición desventajosa. Esta situación me deja una sensación de impotencia, ya que veo cómo las desigualdades se manifiestan en el sistema. Es desgarrador pensar que el valor de una vida, de un dolor, puede verse eclipsado por la riqueza y la corrupción.

. . . . . . . . .

Mis palabras reflejaban una compleja mezcla de esperanza y resignación, anhelando el consuelo de una reunión con mis padres, incluso si eso significaba que los culpables de nuestra tragedia quedaran impunes. Compartía mi profunda desilusión al observar cómo la justicia a menudo parecía un lujo reservado solo para quienes tenían los medios para acceder a ella. La forma en que el dinero podía distorsionar los principios fundamentales de justicia y equidad me llenaba de frustración. Mi voz resonaba con la impotencia que sentía al ver cómo las disparidades socioeconómicas afectaban el sistema judicial y la búsqueda de la verdad, dejando a los menos afortunados en la sombra.

Sin embargo, al reflexionar sobre mi situación, me di cuenta de que también contaba con recursos, aunque quizás no fueran abundantes. Gracias al seguro de vida, había algo de dinero en camino. Aunque aún no lo tenía en mis manos, la certeza de su llegada me proporcionaba una chispa de esperanza. Siempre he sido hábil en la administración de mis finanzas, y sentía que este podría ser el inicio de un cambio que tanto necesitaba. Las pólizas de seguro se convertían en un símbolo de empoderamiento, como un mensaje que me instaba a avanzar en una dirección específica. Esa era la señal que había estado esperando, un guiño de mis padres que, incluso en su ausencia, seguían iluminando mi camino.

En ese momento, comprendí que tenía el poder de utilizar esos recursos para transformar mi dolor en acción, para buscar la justicia que merecemos. La idea de canalizar esa energía hacia un propósito mayor me llenaba de determinación. Mis padres siempre habían sido mi apoyo, y ahora su legado se convertía en la fuerza que me impulsaba a luchar por lo que era justo, a no rendirme ante las adversidades. Con esa nueva perspectiva, el futuro empezaba a tomar forma, y una nueva esperanza comenzaba a florecer en medio de la desolación.

. . . . . . . . . . . .

-Papá, mamá, he recibido vuestro mensaje y ahora comprendo lo que debo hacer. Parece que mi reencuentro con vosotros tendrá que esperar un tiempo más. He decidido enfocarme en un propósito más grande que yo misma, aunque eso implique un esfuerzo considerable y un camino largo. Mi determinación es firme: dedicaré cada momento a planear mi venganza.

No permitiré que nada ni nadie se interponga en mi camino ni me detenga en mi búsqueda de justicia. Los responsables de esta tragedia que han devastado nuestras vidas enfrentarán las consecuencias de sus acciones. Queridos padres, os prometo que lucharé con cada fibra de mi ser para asegurar que la justicia que tanto merecemos se convierta en realidad. Nunca más permitiré que me hagan daño. Esto no es simplemente una promesa; es un juramento que hago en vuesra memoria y en honor a todo lo que compartimos. No descansaré hasta ver cumplida mi venganza, ya sea en esta vida o en la otra. ¡Lo juro con toda la fuerza de mi corazón!

. . . . . . . . . . .

Mis palabras expresaban un cambio de enfoque y una determinación firme. Mientras compartía mi plan de acción, revelaba mi compromiso de transformar mi dolor en un impulso para la acción. Aunque las emociones seguían siendo intensas, había un sentido de propósito y decisión en mis palabras. Estaba dispuesta a enfrentar el camino difícil y largo hacia la venganza, guiada por la memoria de mis padres y la búsqueda de lo que consideraba la justicia que merecíamos.

En todo el tiempo no había dejado de sujetar las alianzas de mis padres con la mano. Creo que ellos me estaban inspirando. En ese momento, se levantó una ráfaga de aire, que removió las flores secas. Habían recibido mi mensaje.

Sin percatarme, el tiempo había pasado rápidamente, y Pilar se acercó a mí, visiblemente preocupada.

-Julia, necesitamos irnos, el lugar está por cerrar y se está haciendo tarde. Luis me llamó preocupado. ¿Tú estás bien?

-Ahora me encuentro mejor. Finalmente pude despedirme de mis padres, -respondí.

-Está bien, vamos de regreso a casa.

Durante el trayecto de regreso, Pilar hablaba ocasionalmente mientras yo permanecía sumida en el silencio. Mi mente estaba ocupada con un nuevo propósito en la vida, y ya estaba esbozando planes para el futuro que me esperaba. Era consciente de que la tarea sería ardua y llevada a cabo en el tiempo, pero tenía una gran confianza en mí misma. Estaba decidida a enfrentar a aquellos responsables utilizando sus propias tácticas, confiando en que lograría vencerlos.

Mientras la vista pasaba por la ventana del auto, imaginaba cómo iría avanzando en mi búsqueda de justicia. Investigaciones, pruebas, estrategias legales y exposición pública eran solo algunas de las herramientas que tenía en mente. No me dejaría intimidar ni distraer por los obstáculos que pudieran surgir en el camino. Mi deseo de honrar la memoria de mis padres y asegurar que se hiciera justicia me impulsaba a seguir adelante con valentía.

Finalmente, llegamos a casa. Luis ya estaba esperándonos, con la cena preparada. Me excusé de cenar y entré a la casa con un nuevo sentido de propósito, listo para enfrentar el desafío que tenía por delante. Sabía que mi viaje sería largo y difícil, pero estaba decidida a luchar incansablemente hasta lograr que aquellos responsables enfrentaran las consecuencias de sus acciones. Mi determinación estaba firme y mi compromiso inquebrantable. La búsqueda de venganza se había convertido en mi meta, y no descansaría hasta alcanzarla.

Una vez en casa, mi primer paso fue enviarle un mensaje a Isabel, expresando mi urgencia por reunirme con ella. Necesitaba su apoyo y orientación para poner en marcha mi plan. Luego, con mi portátil en mano, me sumergí en la búsqueda de información. Para llevar a cabo mi plan con éxito, entendí que tendría que salir del país y necesitaba determinar el destino adecuado para iniciar mi nueva vida. A medida que investigaba, el tiempo pasaba volando y ni me di cuenta de lo tarde que se estaba haciendo. Pero al menos había logrado definir mi destino: la Universidad de Harvard. Estaba decidida a transformarme en una nueva versión de mí misma allí, pero sabía que antes debía completar el Bachillerato, y ya había perdido demasiado tiempo.

Con esa determinación en mente, caí rendida y me quedé dormida hasta que Pilar me despertó para desayunar. Mi mente estaba llena de planes y objetivos claros para el futuro, y estaba lista para enfrentar cualquier desafío que se presentara en mi camino.

Isabel, habiendo leído mi mensaje, llegó a casa a media mañana.

-Julia, ¿hay algo que quieras compartir conmigo? ¿Por qué el mensaje de anoche?

-Disculpa, no tenía la intención de molestarte tan tarde.

-No te preocupes, no fue una molestia. Pero me dejó sorprendida. Ahora, cuéntame, ¿qué tienes en mente?

-Quiero prepararme para entrar a la universidad, pero no en una española. Mi objetivo es estudiar en Harvard.

-¿Harvard? Eso es una meta ambiciosa, Julia. La admisión allí es muy rigurosa, y no solo en términos académicos.

-Lo entiendo, y no tengo miedo. Me encanta estudiar y tengo la capacidad para ello. Siempre he terminado mis cursos con calificaciones entre 9 y 10. Aunque este curso ya esté avanzado, estoy decidida a recuperar y finalizar el primer año, y luego completar el segundo curso el siguiente año, incluso si eso significa estudiar todo el día. Además, planeo tomar clases particulares para fortalecer mi inglés y prepararme para los exámenes de admisión de Harvard. Estoy en búsqueda de un tutor especializado en esta universidad que pueda ayudarme en esta tarea.

Además, soy consciente de que Harvard no solo valora las calificaciones, sino también las actividades extracurriculares y las cartas de recomendación. Así que estoy decidida a participar en proyectos y actividades que demuestren mi compromiso y pasión por la justicia y la equidad. Sé que el proceso de admisión será desafiante, pero estoy dispuesta a poner todo mi esfuerzo y dedicación en lograrlo.

Tengo una gran confianza en mí misma y estoy segura de que lo lograré. Cuando termine el Bachillerato, estaré a punto de cumplir los 18 años y me mudaré a Estados Unidos para ingresar a Harvard. Estoy convencida de que mi solicitud será aceptada. Mi determinación y mi enfoque están firmes en este objetivo, y haré todo lo necesario para que se haga realidad.

-Estupendo. Veo que tienes todo planeado de manera detallada. Si tu sueño es estudiar en Harvard, estaré aquí para apoyarte en lo que pueda. Podemos buscar un centro de Bachiller cercano y asegurarnos de que estés bien preparada.

-No quiero uno cercano, quiero el mejor, aunque sea más caro. Si está lejos, he pensado en comprarme una moto para poder trasladarme y no depender tanto de Pilar.

-Me parece una buena idea. Te enviaré a tu correo un listado de los centros mejor valorados para que elijas al cual quieres ir. Como aún no tienes dinero, nosotros te adelantaremos lo que necesites. Te iré informando, ¿alguna cosa más?

-Sí, hay otra cosa, pero me parece que ya estoy abusando de ti.

-No importa Julia, dime que necesitas.

-Hoy estuve en el cementerio para honrar la memoria de mis padres. -Mis ojos se humedecen al rememorarlos. -Quisiera poder colocarles una lápida, pero no me atrevo a tomar el autobús para encargarla.

-¿Me estás pidiendo que yo me encargue de ello por ti?

-¿Serías capaz de hacerlo, por favor?

-Entiendo, pero ¿por qué no se lo pides a Luis o a Pilar?

-Están haciendo mucho por mí, no quiero aprovecharme de su amabilidad.

-No digas tonterías, están más que dispuestos a ayudarte. Te han cogido cariño, Julia. Vamos a llamar a Pilar.

Isabel sale de mi habitación y regresa después de un rato acompañada de Pilar.

-¿Qué necesitas, Julia? Puedes pedirme lo que quieras.

-Es que me gustaría encargar una lápida para mis padres, y si me pudieras acompañar, te lo agradecería mucho. Pero tampoco quiero que te suponga una molestia.

-No me molesta en absoluto, Julia. Lo haré con mucho gusto. ¿Te parece bien que vayamos esta tarde?

-Esta tarde está perfecto. Gracias, Pilar. Pero aún no tengo dinero para pagarla.

-No te preocupes, no será necesario. Estará cubierto por el seguro.

Esa misma tarde nos dirigimos a la funeraria, donde me mostraron varios modelos disponibles. Sin embargo, todos los modelos presentaban símbolos religiosos como cruces y vírgenes, ¡uf.

-Preferiría una lápida simple, solo con los nombres y las fechas.

-No se preocupe, podemos hacerlo. Solo necesito saber los nombres y qué tipo de letra prefiere.

Le facilité los nombres de mis padres y las fechas de nacimiento y fallecimiento.

-¿No tienes ninguna otra idea? La gente que no desea símbolos religiosos suele optar por algún otro símbolo, una frase o algo similar. Si tienes alguna foto de ellos, podríamos considerar serigrafiarla. Solo con los nombres puede parecer un poco simple. Si no tienes algo específico en mente, podríamos idear algo que los represente y colocarlo en lugar de una cruz.

-Sí, es cierto, no había pensado en añadir algún otro detalle que los represente. No tengo fotos en este momento, pero definitivamente quiero que la lápida sea significativa y especial para ellos. Pero quiero que ponga una dedicatoria, apunte:

"En memoria de mis queridos padres, quienes siempre serán una inspiración en mi vida. Su amor y guía perduran en mi corazón. Descansen en paz."

Lo demás se lo dejo en sus manos, pero nada religioso. Aunque mis padres son… eran muy creyentes, Dios nos abandonó a favor de los poderosos. Que se quede con ellos, mis padres ya no lo necesitan, y yo tampoco.

-Entonces, si me proporciona la ubicación del nicho, podré tener la lápida lista en 24 o 48 horas.

-Perfecto, Muchas gracias.

Después de salir de la funeraria, Pilar expresó su curiosidad acerca de mi actitud poco religiosa y me preguntó por qué la tenía.

-Julia, tu actitud poco religiosa me ha sorprendido. ¿Acaso no eres creyente?

-La religión me ha decepcionado en gran medida. Aunque mis padres eran devotos y confiaban en el párroco del pueblo, mosén Senante, cuando más necesitábamos su apoyo, se alineó con los que nos habían causado daño. En poco tiempo, he llegado a la conclusión de que la justicia y la divinidad parecen favorecer a los que poseen poder y riqueza. ¿Acaso Dios cuida de los pobres? Tal vez sí, tal vez no. Pero una cosa es segura: si algún lugar ha elegido para sentarse, es en la mesa de los poderosos, donde siempre parece haber un lugar para él.

En lugar de encontrar consuelo en la religión, he decidido buscar mi propio camino para honrar la memoria de mis padres y luchar por la justicia que merecemos. Creo que es importante centrarnos en lo que podemos hacer aquí y ahora, en lugar de depender de fuerzas externas que parecen ser injustas o indiferentes a nuestro sufrimiento. Quiero enfocar mis esfuerzos en construir un futuro en el que su memoria y los valores que me transmitieron sean mi guía.

Pilar optó por no profundizar más en el tema y regresamos a casa.

En los días siguientes, dediqué tiempo a considerar cómo llevar a cabo mi plan. No era complicado ya que la responsabilidad recaía únicamente en mí, y en ese momento, mi motivación y energía estaban en su punto máximo. Si bien mi plan era a largo plazo, sabía que tenía tiempo para prepararme adecuadamente.

Finalmente, tenía un propósito claro y definido en la vida. Cada día se convirtió en una oportunidad para avanzar hacia mi objetivo, y cada pequeño paso que daba se sentía significativo. Investigué, planeé y me esforcé por adquirir las habilidades necesarias para lograr lo que me había propuesto.

A medida que pasaba el tiempo, encontré un sentido de satisfacción en mi determinación y en el progreso que iba logrando. Aunque sabía que el camino no sería fácil, me encontraba más enfocada y dedicada que nunca.

Pilar notó el cambio en mí y me brindó su apoyo silencioso, lo cual me animó aún más. Nuestros días transcurrían con una sensación de propósito compartido, aunque ella no conocía plenamente el alcance de ese propósito.

. . . . . . . . . . . .



Long Island.

Abril 2011.



Gabriela hace acto de presencia en el salón y nos informa de que la comida está casi lista, por si deseamos comer en este momento. Convenimos que es una oportunidad propicia para tomar un descanso y relajarnos durante la comida.




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La historia de Julia continúa en:

Capítulo 27. El mago de Oz.

Julia, a través de su experiencia, nos muestra cómo es posible superar el dolor y encontrar la fuerza para seguir adelante, incluso en las circunstancias más difíciles.

Julia e Isabel.jpegJulia se entera del seguro de vida de sus padres.jpegJulia, en el jardín.jpegJulia y Pilar.jpegJulia en el cementerio.jpeg¿Donde está Dios.jpeg
 
Solo queda un capítulo para concluir esta segunda parte de la historia.
Supongo que en este último capítulo de la segunda parte narrará que hizo desde el instituto, pasando por la universidad hasta llegar al momento actual y ya en la tercera parte comenzará la operación venganza y justicia, con la ayuda de su amado Liam y sus amigas Sophie e Isabella
 
Supongo que en este último capítulo de la segunda parte narrará que hizo desde el instituto, pasando por la universidad hasta llegar al momento actual y ya en la tercera parte comenzará la operación venganza y justicia, con la ayuda de su amado Liam y sus amigas Sophie e Isabella
No estoy seguro si ellos la animen a ejecutar su venganza. Más bien los veo a esos aburridos desanimándola.

Espero que no, queremos ver sangre.
 
No estoy seguro si ellos la animen a ejecutar su venganza. Más bien los veo a esos aburridos desanimándola.

Espero que no, queremos ver sangre.
Yo creo que esa gentuza debe pagar lo que hicieron y no puede quedar impune.
Desgraciadamente el delito ya ha prescrito y la forma de vengarse es quitándoles la empresa.
 
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