Noches alegres…
Se despertó apenas tres horas después. No se había acordado de bajar las persianas y los rayos de un sol cegador daban de lleno en su cara. De haber llevado gafas, se le habrían prendido fuego los párpados. Alba no se enteraba porque tenía enterrada su cara bajo las sábanas y para ella todo seguía siendo oscuridad. A Dani, pese a las pocas horas de sueño, su polla ya daba síntomas de querer entrar en guerra. La tienda de campaña de su calzoncillo se notaba hasta debajo de las sábanas. Seguramente su novia no estaría muy receptiva por culpa de la resaca, pero las ganas de frotarse con ella lo empujaron a pegarse por detrás haciendo la cucharilla.
La abrazó y apartó el pelo para besar su cuello, pero al acercar los labios se llevó el primer susto.
Tenía un chupetón.
Parpadeó varias veces para estar seguro de lo que estaba viendo. Sí, lo era, un chupetón en toda regla. El mal humor de anoche resurgió de nuevo y con más fuerza. Su novia había estado con alguien mientras él se encontraba solo, vagueando por una ciudad que no conocía. Se sentó en la cama con la espalda en el cabecero sin apartar la mirada de su cuello, incrédulo. ¿De verdad había bastado una noche loca para que le pusiera los cuernos?
Sacudió la cabeza, confuso. Recordó el fular con el que Alba había llegado anoche y se mordió los labios, enfadado. Ahora se daba cuenta de que no era del frío precisamente de lo que la protegía.
Le había dicho que habían estado en casa de un amigo de Aníbal, cuyo nombre no recordaba. Ahora aquello le sonaba muy raro. Necesitaba una charla sincera para saber dónde estuvo y con quién.
Con quién.
La primera reacción fue la de despertarla y tener esa charla a costa de terminar montando un pollo de órdago, pero la prudencia le aconsejaba ir con cuidado. Si metía la pata, Alba se lo haría pagar muy caro y, en cualquier caso, las consecuencias serían muy malas para sus intereses. Él no quería enfadarse con ella, sino que todo mejorase para que fuera como había sido siempre. Habían venido aquí a arreglar su relación, a hacer que volviera a ser como lo había sido desde el principio, no a empeorarlo. A lo mejor ese chupetón era fruto de una amiga borracha en un momento de exaltación de la amistad. O a lo mejor de algún tipo de broma. O a lo mejor…
A lo mejor.
Se le ocurrió algo. Fue hasta la cómoda donde descansaba su bolso y se hizo con el móvil.
Y entonces llegó la primera duda. Si hacía eso, si la espiaba, estaría siendo él quien cometiera una falta muy grave. Aquello no solo era inmoral sino que además era un delito. ¿Y si estaba haciendo una montaña de un grano de arena?; ¿Y si se estaba comportando como el novio celoso y controlador que ella tanto detestaba?
Y si… y si...
Sacudió la cabeza, dibujó el patrón de desbloqueo y entró en su whatsapp. La última conversación mantenida había sido la suya con los mensajes que le escribió anoche.
ALBA_02:12
Vamos con la marcha a otro sitio. Aníbal muy pesado con continuar la fiesta. Venis?
ALBA_02:35
Te has ido a casa?? estabas cansado, pobre. Me quedo con stos un rato mas. envia was cdo llegues, muac
Seguido estaba el mensaje que le envió él mismo desde el móvil del portero del Mega. Había llegado con unos minutos de diferencia. Después, nada. No había más conversaciones ese día.
Aunque bien podría haberlas borrado.
Entró en la galería de fotos. Ahí hubo más (mala) suerte. Una foto realizada a las 4:03 de la mañana mostraba a una Alba con la cabeza ladeada besando con la boca completamente abierta a Aníbal. Se estaban dando un muerdo. Él, de frente a la cámara, cerraba los ojos disfrutando del beso. A ella, desde atrás y con la cabeza inclinada, solo se le veía la nuca y parte de la mejilla. No se apreciaba su cara pero era evidente que era ella. Le había bastado una noche para darse el lote con él.
Se quiso morir.
Aníbal, maldito Aníbal. Lobo con piel de cordero. ¿Y ella? Qué engañado lo tenía. Cerró los ojos y contuvo un gemido de agonía. Los odió en silencio. De repente Alba se había convertido en una extraña a la que ya no conocía.
Miró su maleta en la esquina de la habitación y sopesó rehacerla y largarse de allí Cuatro años antes lo hubiera hecho sin dudarlo. Sin embargo, al final, decidió alejarse para pensar con tranquilidad antes de tomar una decisión precipitada.
BENEFICIO DE LA DUDA, EXPLICACIÓN, CONSECUENCIAS. Ese era el orden lógico. Se vistió y salió al pasillo. Al pasar por delante de la habitación de Marta se fijó en que la cama estaba hecha. Un raudal de luz entraba por una ventana abierta para su ventilación, señal de que ya se había levantado hacía mucho. Bajó las escaleras doblando por el descansillo hasta llegar al salón. Era amplio y estaba dividido en dos zonas. La parte de la entrada, que hacía las veces de recibidor, quedaba separada por dos escalones de la de abajo, algo mayor y amueblada con confortables sofás. Desde allí, a través de una puerta corredera de cristal, se accedía al jardín trasero y la piscina donde el sol ya se dejaba notar con fuerza.
Cristian se encontraba sentado en una de las sillas de madera frente a la mesa de exterior. Toqueteaba su móvil con esa rapidez que da la adicción temprana de un adolescente a las pantallas táctiles. Iba a darse la vuelta cuando Marta lo abordó desde atrás. Llevaba un plato en cada mano.
—Ah, ya te has levantado. Qué madrugador. Siéntate con Cristian y ahora te traigo algo para que desayunes. Te gusta el café, ¿verdad?
Dejó un plato enorme con tostadas, mermelada y mantequilla en mitad de la mesa. En la otra mano tenía una taza que puso delante de Cristian. Dani se vio obligado a sentarse a la mesa frente a él.
—Con lo tarde que vinisteis no pensé que bajarías tan temprano —dijo mientras volvía a meterse en casa.
Cuando volvió se sentó con ellos, lo que fue un alivio pues no le apetecía quedarse a solas con Cristian. Por su parte, el adolescente mantuvo los ojos pegados a su móvil en todo momento y solo los levantaba para contestar con monosílabos a algunas de las preguntas que Marta le hacía con intención de meterle en una conversación de la que pasaba olímpicamente.
Conociéndola mejor, Marta no parecía tan castrante y superficial como la tarde anterior. Estuvo muy simpática y habladora. Le contó que estaba separada del que fue el amor de su vida y había permanecido en soltería forzosa hasta conocer al padre de Cristian con el que llevaba casi seis meses. Su trabajo exigía que en ocasiones se pasara jornadas viajando. En ese momento ya llevaba casi todo un mes fuera de allí por lo que habían aprovechado para que Cristian pasase sus vacaciones con ella y que no estuviera sola.
Cuando el desayuno se acabó y la tertulia no dio más de sí, Marta recogió la mesa y los dejó a solas. Se instaló entonces entre ambos un silencio incómodo que Dani resolvió escondiendo la cara en su móvil, tal y como hacía Cristian.
Se puso a navegar sin interés por internet y acabó revisando las noticias que ese día no eran especialmente interesantes. Fue entonces cuando empezó a saber lo simpático que era el muchacho.
—Ey, primo. Mucha fiesta ayer, ¿eh?
Dani tardó en reaccionar y lo hizo con la misma indiferencia con la que lo había tratado a él durante el desayuno. Levantó los ojos solo para que supiera que lo había oído y los volvió a fijar en la pantalla sin contestarle.
—Con Alba uno sabe cuándo sale de fiesta, pero no cuando entra. —Cristian insistía en iniciar una conversación.
Le hizo el mismo “ni-puto-caso”. En el fondo empezó a agradecer que fuera tan gilipollas para no tener que fingir ser amable.
—No estarás mosqueado, ¿no? —insistía Cristian. Había dejado su móvil sobre la mesa y le miraba con atención.
—¿Por? —Tardó tres segundos en contestar y sin levantar la vista.
—No sé. Igual por lo que te ha hecho Alba.
Cristian debería haber empezado la conversación diciendo: “Ey, perdona por lo de ayer, estaba con mis colegas y se me fue la pinza”, sin embargo, seguía con la misma impertinencia chulesca de adolescente sabelotodo que lo sacaba de sus casillas. Aquel comentario lo había puesto en alerta. Dejó de deslizar su dedo por la pantalla.
—Qué sabrás tú de Alba.
—Bueno, por aquí todo el mundo dice que era de las que solía llegar a casa sin bragas. Y como te dejó tirado durante tres horas…
Casi se le cae el móvil de las manos. Intentó que no notara lo nervioso que acababa de ponerse, preguntándose cómo demonios se habría enterado aquel niñato. Prefirió no entrar en la provocación.
—¿No dices nada? —insistía Cristian con inquina.
—¿Sobre qué? —Había vuelto a dejar pasar varios segundos antes de contestar.
—Sobre lo cabrona que fue dejándote fuera de la fiesta que se montó con sus colegas.
Mantuvo la vista pegada al móvil sin dar muestras de que le afectaran sus palabras, pero preguntándose cuánto sabría de lo que pasó. Era indudable que alguien le había estado contando cosas. Siguió ignorándolo para no darle la satisfacción que buscaba.
Cristian se rió en alto él solo, se puso de pie y se hizo de nuevo con su móvil que guardó en un bolsillo.
—Bueno, ya veo que no estás muy hablador por las mañanas. Me voy, que he quedado con los colegas. Cuídate, primo.
Lo vio desaparecer tras la esquina de la casa y por fin pudo soltar el aire que llevaba tiempo conteniendo. El muy impertinente cada vez le caía peor. Y ya no era por esa obligación autoimpuesta de hacerse el gallito frente a sus colegas a costa de todo el que le rodea, sino por su carácter de estúpido sin filtro que disfruta con el dolor ajeno.
Alba apareció un rato después por la puerta acristalada de acceso al salón. Llevaba un vestidito veraniego que le tapaba por debajo del culo. El bamboleo de sus tetas fue lo primero que le llamó la atención. Las llevaba sueltas y recordó que fue así como las trajo anoche, sin sujetador. Le vino a la memoria lo que había dicho Cristian sobre lo de llegar sin bragas y recordó que Alba se revolvió antes de sacarle el vestido y que pudiera vérselas. Se preguntó si habría sido solo casualidad lo que ese chico, que parecía saber tanto, había comentado del tema.
No llevaba fular ni nada que le tapara el cuello, lo que le daba la oportunidad de sacar la conversación del chupetón y conseguir llegar a la foto del beso con Aníbal sin destapar que lo había visto al espiar su móvil.
—Hola, amor. No te he oído levantarte.
El tono era de niña buena. Dani no supo si se mostraba sumisa por el patinazo de anoche cuando lo dejó tirado en la calle o por lo que había hecho mientras tanto. Lo besó en la mejilla desde atrás apretando las tetas contra su espalda. Después se sentó a su lado. En esa posición no podía ver el chupetón del cuello que quedaba por el otro costado.
—¿Qué tal has dormido? —preguntó él.
—Buff, no sé ni cómo llegué a la cama, pero me he quedado desmayada hasta despertarme.
—Ya, tuve que llevarte yo. Estabas muerta. —Trataba de ser amable, pero sonaba seco y cortante.
—Ayy, lo siento, cari. ¿Cómo no me despertaste para…?
Dejó la frase en el aire y le cogió de ambas manos. El tono, además de sumiso, era complaciente. Se veía el arrepentimiento impreso en la cara. El resto de la conversación fue la típica de una mañana de resaca. Y por más que lo intentó sutilmente y le tiró de la lengua, no consiguió que despuntara nada sobre lo que hizo anoche mientras estaba con Aníbal y sus amigos.
No tuvo más remedio que cambiar de sitio colocándose frente a ella, ligeramente en diagonal para tener visual de su chupetón y sacar el tema como si lo acabara de ver por casualidad.
En un primer momento, Alba ladeó la cabeza y se llevó una mano a la mejilla ocultando la zona de su vista, pero al final terminó por descubrirse mostrando la superficie. La sorpresa entonces fue mayúscula. Su cuello estaba impoluto, sin marca de chupetón alguna.
Se quedó descolocado, preguntándose si se lo habría imaginado y sin poder quitar la vista de su cuello. Intentó continuar la conversación lo más coherentemente que pudo hasta que, por fin, comprendió qué había pasado.
Lo había maquillado. Había tratado de camuflar el morado para que no lo viera y eso fue como gasolina para un Dani que decidió sacar el tema a las claras, hablando de su descubrimiento de esa misma mañana al despertarse y de la obsesión de ella por esconderlo.
La conversación fue cogiendo decibelios. Alba, que se había mostrado dócil y sumisa al principio, empezaba a responder cada vez más molesta a las incisivas preguntas de un Dani que no podía parar de monopolizar la discusión sobre el mismo tema. La trifulca empezó a salirse de madre.
—Te digo que lo he maquillado para que no me afeara. No me gusta llevar esto en el cuello —se defendía ella—. No estaba tratando de ocultártelo.
—¿Y por qué no me has dicho nada de él?
—Porque no le di importancia. Cuando llegué al coche ya ni me acordaba de que lo tenía.
—Pues bien que llevabas un fular tapándolo.
—Eso fue por el frío y porque me dolía la garganta de tanto reír y gritar. —Las mandíbulas de Alba empezaban a tensarse y en su frente aparecían las arrugas de alguien que está a punto de explotar—. El fular es de Gloria. Lo llevaba en el bolso porque me lo dio para que se lo guardara al salir del restaurante. No intentaba ocultar nada. Y ya me está empezando a hartar que me acuses de algo que no soy.
—Pues dime qué más pasó con Aníbal.
—Nada. Ya te he dicho que le dio por hacer la gracia. Fue una chorrada. UNA CHORRADA. No empieces otra vez.
—¿Solo eso?, ¿te hizo un chupetón en el cuello porque apostaste que no sería capaz de hacerte gritar?
—Te lo repito otra vez. SÍ.
—¿Y por eso os besasteis?
—QUE NO ME BESÉ CON ÉL, JODER —estalló dando un puñetazo en la mesa—. Deberías mirarte la cabeza, que parece que te vienen imaginaciones extrañas.
—Y tú deberías mirar las fotos que sacas antes de llamarme paranoico.
El silencio que se produjo se hubiera podido cortar con un cuchillo. Alba se quedó descolocada durante unos segundos, pero no disminuyó su enfado. Lo miraba fijamente, auscultándolo.
—¿Has espiado mi móvil?
—Che, che, che, para, guapita. No quieras darle la vuelta a la tortilla. Que has sido tú la que me has puesto los cuernos a mí.
Alba cerró los ojos e inspiró con fuerza. Después dejó salir el aire por la boca formulando un “FFF” sonoro intentando domar el volcán que tenía dentro. Cuando los abrió y, sin decir palabra, sacó el móvil del bolsillo y comenzó a manipularlo con el mismo gesto adusto. Entró en la galería de fotos y enseguida encontró la prueba del delito. Se quedó mirándola con detenimiento. En ningún momento su cara mostró algo que no fuera un enfado soberano. Tras un tiempo, levantó la mirada y la posó en Dani. Le habló con tranquilidad; sin levantar el volumen y modulando su voz.
—Estábamos echando unas risas con algo que estaba contando Marcos. De repente levantó su vaso para beber y, como estaba vacío, solo cayó el hielo que quedaba dentro —explicó Alba—. Para hacer la gracia, se le ocurrió pasárselo a Gloria con la boca, como el juego ese de pasarse los hielos. Gloria se lo pasó a Aníbal y éste a mí. —Alba levantó la pantalla y la puso frente a la cara de Dani—. Éste es el momento en que yo lo recogía.
Dani tragó saliva.
—No me besaba con él. —continuó—. Solo seguía la broma. —Se levantó, se dio la vuelta y se metió en la casa—. Y tú eres un imbécil celoso y un controlador.
Cagada.
«De cojones —se dijo—. Pues sí que le ha dado la vuelta a la tortilla». Se quedó unos minutos sin saber qué hacer ni a dónde ir. Las cosas no estaban saliendo como quería. En menos de veinticuatro horas había perdido la cuenta del número de veces que había metido la pata. Y ya estaban peor que en cualquier momento de su relación. Quería pensar que todo el tema con Aníbal había sido una chorrada en un momento de fiesta y alcohol sin mayor trascendencia. En adelante, debería pensar en callarse y contar hasta diez antes de abrir la boca.
Se levantó y se fue a dar un paseo para despejarse por el único sitio que conocía: la playa.
Bajó por las rocas hasta llegar a la arena y comenzó a caminar por la orilla. En su recorrido vio a gente de todo tipo. Chavales corriendo por el agua, una vieja haciendo yoga, a otra realizando estiramientos. Un señor se daba un masaje sobre una camilla improvisada. Era un lugar curioso. Nada parecido a las típicas playas turísticas. Caminó con la mente perdida hasta llegar a la otra punta.
La playa terminaba de manera abrupta en unas rocas tan grandes como camiones clavados de punta. Junto a ellas vio a un señor mayor, de unos cincuenta y pico o sesenta años. Vestía con un bañador rojo descolorido como única prenda. Tenía un aspecto algo peculiar. Pelo un poco largo por detrás y desaliñado, como si llevara toda la vida sin peinárselo. Tenía varios tatuajes por el cuerpo. Todos ellos parecían signos o letras raras, y hay que decir que parecían porque se los debieron tatuar con una aguja de hacer calceta porque su contorno era bastante difuso. El aspecto del señor era el de un ermitaño bohemio. Una especie de hippy moderno-playero.
Al llegar a las rocas descubrió que la playa no acababa ahí. Se podía pasar entre ellas y atravesarlas. Eran macizos formidables colocados en línea que formaban una especie de enorme vela dorsal similar a la cola de un dinosaurio. El resultado era una especie de biombo rocoso que dividía la playa en dos. Serpenteó entre ellas hasta el otro lado y descubrió el último trozo de playa.
Continuó caminando unos metros hasta que se percató de algo trascendental. Era una zona nudista. Se dio cuenta cuando una señora mayor cruzó delante de él con un chico de la mano; ambos con todo al aire. Un vistazo rápido al resto de gente constató lo acertado de su descubrimiento. Se giró sobre sus talones y caminó de vuelta hacia las rocas.
—No tienes por qué irte —le dijo una voz. Era el hippy del bañador rojo. —Aquí la forma en que cada uno entiende la playa es libre. El nudismo no es obligatorio.
Un nuevo vistazo ratificó las palabras del señor. Había más de un individuo con bañador. En otra zona, unas chicas en topless hablaban con otras que vestían hasta el cuello. Justo detrás de ellas, unos hombres con sus cipotes al aire, probablemente sus parejas, conversaban de pie. Al parecer era cierto que la gente iba como le daba la gana.
—Cada uno va como quiere y nadie va a mirarte mal solo porque no aceptes tu propio cuerpo tal y como es. —Sonrió de esa manera que sonríen las personas que quieren transmitir tranquilidad—. Tampoco si echas alguna mirada de forma discreta al de los demás.
—Ah, no, no —contestó azorado—. No he venido aquí a mirar. Solo paseaba sin rumbo.
—Aun así, puedes continuar —atajó el hombre al ver su espantada mientras señalaba hacia el final de la playa—. No te prives de terminar tu paseo. Yo camino de punta a punta todos los días.
Dani pareció pensárselo, pero declinó su ofrecimiento. Se despidió y continuó retrocediendo hasta las rocas. Por su parte, el hombre, que tampoco se había despojado de su bañador, siguió su camino, dejándolo atrás.
Comenzó a desandar el camino de vuelta. Hacia la mitad del camino decidió parar. No tenía muchas ganas de ver a Alba todavía. En el fondo era él quien debía estar enfadado, no al revés. Había dado la vuelta a una situación que, de haber sido al contrario, hubiera supuesto una semana sin hablarle. Además, si como decía ella, no había tenido ninguna importancia, por qué no se lo había contado nada más llegar. Por qué no le había hablado de Marcos, de Aníbal y de todas las gracietas de la noche durante el desayuno. La idea de venir de vacaciones a su pueblo estaba resultando un error.
Se sentó con las piernas estiradas y los brazos hacia atrás. Había utilizado la camiseta a modo de mini toalla sobre la que estaba sentado. Recibía el sol con los ojos cerrados por lo que no vio a una figura femenina y esbelta que se acercaba por un costado. Ni tampoco notó cómo ésta extendía una toalla junto a él.
—Estás aquí. —Alba se sentó a su lado. Llevaba unas gafas negras y había cambiado el vestidito por un bikini que realzaba cuerpo, ya de por sí vistoso. Los ojos de algunos hombres ya se posaban en ella. Se había quitado el maquillaje del cuello y ahora el chupetón lucía con un contraste nítido sobre su piel. Se quitó las gafas y las metió en el capazo que dejó entre ambos.
Dani hubiera querido decir algo pero se mantuvo callado y con la vista puesta en el horizonte. Alba también se quedó en silencio, mirándolo. Él sabía que le tocaba pedir perdón por espiar su móvil, pero no podía quitarse de la cabeza que había sido él quien se había quedado tirado, el que había esperado paciente mientras otros se divertían, no Alba.
—No fue una chorrada —dijo ella por fin—. No lo fue porque tú no estabas allí. Tenía que haberme preocupado por ti y haberte buscado. —Le tomó de la mano—. Te lo hubieras pasado bien y nos hubiéramos reído un montón, juntos. En lugar de eso estabas pasando frío, sentado en el bordillo de una acera en la puñetera calle, solo.
Acercó la cabeza hasta juntar sus sienes. Él correspondió de la misma manera, pero de forma sutil, dejando que fuera ella quien se plegara a él.
—Pero no me gusta que seas un celoso, Dani —dijo en el mismo tono—. Estoy en casa, entre amigos. Se me ha ido la pinza saliendo con ellos de fiesta; jugando y echando unas risas —reconoció—. Pero no voy a hacer nada a tus espaldas. Sabes que solo te quiero a ti. No sé por qué has tenido que desconfiar.
—Estuve tres horas sentado esperando —musitó—. Es mucho tiempo para estar solamente echando unas risas. Sin llamarme, sin mirar el móvil… y sin ver mi puñetero mensaje.
Alba asintió sopesando sus palabras y suspiró sentidamente mientras afirmaba con la cabeza. Tenía razón. Comenzó entonces a explicar cómo habían acabado en casa del amigo de Aníbal, medio beodos. Relatando lo que pasó allí dentro.
— · —
—¿Una botella entera? ¿En serio? ¿Entre cuántos?
—Bueno, hubo algunos que no bebieron, o bebieron menos —contestó Alba—. La cosa es que se cayó al suelo girando y cuando se paró apuntaba a Celia… o a Lidia, no me acuerdo. El tema es que alguien empezó a decir lo de “atrevimiento o verdad”. Ya sabes, el juego ese de cuando éramos críos. Y con la tajada que llevábamos empezamos a corear que cumpliera la prueba. Después, todo se desmadró y cada uno de nosotros terminamos por pasar por el aro. Quien más o quien menos tuvo que confesar algo o hacer algo. Pero siempre de coña y entre risas, ¿eh? —recalcó.
Dani escuchaba paciente, una tras otra, las cosas que contaba su novia. Ninguna parecía tener ninguna relevancia o, si la tenía, Alba se encargaba de rebajar las expectativas quitándole hierro o justificando cada pasaje no decoroso. Como cuando contó lo del hielo que se pasaron de boca en boca hasta acabar llegando a Martina. Sonreía para intentar disimular pero, en el fondo, tampoco es que le hiciera mucha gracia.
—Total, que Aníbal empezó a decir que hubiera estado bien que el hielo se me hubiese caído cuando me lo pasó. Por el tema de pagar prenda y eso. Y claro, ahí está Celia, que es una cabrona. Pues va la tía, y le dice que todavía estábamos a tiempo para que se me cayera. —Alba no perdía de vista a Dani y las caras que iba poniendo—. Yo me cierro en banda, porque lo veo venir, pero él se me echa encima y me planta los morros llenos de babas en el cuello en plan asqueroso. Para hacerme reír y que se me escape de los labios. Ya sabes.
Dani asentía por fuera y suspiraba por dentro.
—Y como no lo conseguía, pues empezó a hacerme el chupetón para que gritase. Aunque ya te digo desde ahora que no lo consiguió. Lo malo fue que he tenido que traer esto —dijo señalándose al cuello.
—¿Y por qué no me has dicho nada hasta ahora?
Se quedó un poco cortada y agachó la cabeza. —Porque soy una cabezona y una soberbia, ya me conoces —reconoció en un susurro—. Cuando has sacado el tema del chupetón esta mañana, me ha pillado por sorpresa y… no he sabido cómo reaccionar. Me he puesto a la defensiva y luego… bueno, luego ya no he podido rectificar.
Dani escuchaba paciente, con los brazos cruzados sobre las rodillas.
—Íbamos algo pasados —se justificó ella—, pero te aseguro que la cosa quedó como lo que fue, una anécdota fiestera en medio de un mogollón de risas.
Alba se mordió los labios y cerró los ojos como si rememorara algo escabroso.
—Lo siento, Dani, perdona. Y perdona por no decírtelo. Pero, es que después de la bronca de ayer cuando volvíamos, no me atrevía a reconocerlo y que te cabrearas más todavía. No quiero que estemos enfadados.
Dani empezó a encontrarse más relajado. Toda su gran paranoia había quedado reducida a nada y volvía a respirar feliz.
—Hubo algo más —añadió ella en un susurro casi inaudible—. Pero nada grave, te lo aseguro. Me avergüenza mucho contarlo y ahora mismo solo quiero olvidar esa noche loca. —Cerró los ojos—. Te quiero y nunca te haría daño. Prométeme que lo vamos a dejar aquí, ¿vale?
Dani sopesó unos segundos y asintió lentamente con la cabeza, concediendo.
—Tengo una duda —dijo. Alba lo miró expectante. —¿A quién has dicho que pasaste tú el hielo?
—A Martina, ¿Por?
—¿Y fue fácil?, quiero decir, ¿Lo cogió a la primera?
—Qué va. La tía no paraba de reírse y el hielo no hacía más que resbalarse cada vez que se lo intentaba pasar. Casi se nos cae. No veas lo que costó cambiarlo de boca.
Dani sostuvo la vista unos segundos antes de carraspear con una sonrisa de medio lado.
—Qué cerdo eres —le golpeó en el hombro riendo pero con fuerza. De esos manotazos que pican—. Es mi prima, idiota.
—Ya, por eso mismo —se rio entre dientes—. Y dime, ¿besa bien?
—Eres “mu” tonto. No entiendo cómo puedes pensar esas cosas.
—Lo entenderías si supieras lo que piensa un tío y fueras yo.
—Y si tú fueras yo, sabrías la grima que da oírte.
—Si fuera tú, estaría todo el día sobándome y haciéndome pajas frente al espejo.
El manotazo que le volvió a dar no le impidió que se fijara en su escote. Y no era el único que la miraba con ojos folladores. Toda una legión de paseantes ralentizaba su caminar al cruzar delante de ella para escanearla de cuerpo entero. Dani siempre disfrutaba de esa atención a su novia de hombres que se la comían con los ojos y le envidiaban porque sabía que nunca sería suya.
Alguien llegó hasta ellos desde atrás.
—Hola guapis. Aprovechando la mañana, ¿eh?
Era Martina. No la habían visto venir y abrazó a Alba desde atrás, aplastando las tetas contra su espalda. La besó en la mejilla, muy cerca de su boca. Dani sonrió disimuladamente y Alba le soltó otro manotazo en el hombro.
—Ay, eso ha dolido… aquí dentro —dijo señalándose el corazón.
—Tenías un moscardón. —Sonrió y le sacó la lengua—. ¿Y tú qué haces aquí tan pronto? —preguntó a Martina.
—Cosas de Aníbal. Se ha empeñado en que pasemos la resaca al sol.
—¿Ha venido con vosotros? —preguntó Alba. A Dani le pareció que se le iluminaba la cara.
Al mirar hacia atrás lo vieron caminando con Marcos. Todavía estaban lejos. El resto del grupo también venía con ellos. Todos con gafas de sol y cara de no haber dormido en un año.
—Al final, nos quedamos a dormir en casa de su amigo. Y esta mañana Aníbal se ha empeñado en invitarnos a desayunar. Acabamos de salir del MOCA. Tengo el café en la garganta, tía.
Cada uno había pasado por su casa lo justo para coger las cosas de la playa. Extendió una toalla junto a su prima y se tumbó con un gorro de paja tapándole la cara. —Estoy muerta— suspiró con pesar. Alba se levantó y fue a recibir al grupo de amigos que comenzaba a llegar hasta donde estaban ellos.
Dani vigilaba de reojo a Martina intentando no mirar fijamente su entrepierna. Desde el incidente con ella le costaba no recrearlo en su cabeza cada vez que la veía. El bañador no se le pegaba esta vez por lo que la forma de su coño no quedaba tan definida. Estaba intentando imaginarla sin la prenda cuando notó que alguien se sentaba a su lado. Era Marcos. Le palmeó la espalda y Dani dio un brinco esperando que no se hubiera dado cuenta de cómo miraba a su novia.
—¿Qué pasa, colega? Te piraste pronto a casa. Te perdiste lo mejor.
Dani levantó las palmas y suspiró resignado. —Calla, no me hables. Me quedé solo. Fui al Mega a por Alba, pero allí no había nadie. Y cuando volví al bar a buscaros ya os habíais ido.
—Vaya, perdona. Es que el tío de la barra nos dijo que tenía que cerrar nada más irte.
—¿Un tío?
—Sí, el de la barra —dudó—. Nos echó, y el caso es que cuando estábamos yendo hacia el coche nos escribió Gloria. Que si ella y Martina seguían de marcha, que si estaban en casa de un colega de Aníbal… —Se encogió de hombros—. Total, que nos fuimos para allá. Cuando llegamos nos encontramos a todos —dijo señalando con el pulgar hacia atrás, donde estaba el resto del grupo posicionando toallas a cierta distancia.
—Pues me quedé tirado toda la noche, sentado en una acera. No tenía ni el móvil para llamar a Alba ni las llaves del coche para volver a casa. Una faena.
—¡No me jodas, qué putadón! —dijo Marcos abriendo mucho los ojos—. Joder, ya lo siento. Pensé que estabas de camino a casa. Si hasta se lo dije a Alba cuando la vimos.
—Ya, bueno, ahora ya no importa.
—Me importa a mí porque fue culpa mía. Estaba convencido de que ibas directo a casa. Si lo hubiera sabido te hubiera ido a buscar. No estábamos muy lejos de donde te dejamos. —Chasqueó la lengua.
El resto del tiempo se lo pasaron charlando de temas típicos de tíos que no se conocen, pero se caen bien. Y mientras Martina dormitaba junto a ellos, Alba charlaba animadamente con sus amigos, sentados en un corro alrededor de las toallas varios metros tras él. Al cabo de un rato Marcos lo dejó solo y se unió al grupo. Dani no tenía muchas ganas de juntarse con ellos así que decidió tumbarse al sol imitando a Martina. No llevaba ni tres minutos tumbado cuando alguien se sentó con él.
—Ey, Dani. ¿Qué tal?
Se puso una mano en la frente para poder ver. Aníbal acababa de taparle el sol en sentido físico y metafórico. Se incorporó volviendo a quedar sentado. Juntos, parecían David y Goliat.
—Me han contado el putadón que te hicimos ayer. Lo siento, tío.
—Ah, vale, no pasa nada —dijo limpiándose la arena de las piernas algo cohibido por aquel hombretón que se mostraba sumiso y arrepentido—. En realidad fue culpa mía.
—Aun así… me sabe muy mal, ¿sabes? Yo convencí a Alba para que se viniera. Ni me acordé de ti.
Se hizo un silencio que Dani dejó correr pues no sabía qué decir ni cómo continuar la conversación.
—Además, hay otra cosa… —Aníbal miró inquieto a Martina que en ese momento dormía profundamente—. He estado hablando con Alba. —Echó la vista atrás localizándola entre el resto del grupo—. Lo de ayer… lo del juego del hielo y eso… que perdona. No pensé que iba a causar problemas. En aquel momento me parecía gracioso. No me di cuenta de que podría molestarte.
Oírle le hizo sentir bien de nuevo. Se sintió ridículo por haber pensado mal de aquel musculitos. Desde lo de la conversación telefónica de Rafa se estaba volviendo un paranoico.
—Tranquilo. Está todo bien. Hemos hablado y… no hay malentendidos.
—Ya, guay —decía Aníbal visiblemente aliviado—. Pero en serio, lo siento mucho. Todo. Lo del chupetón y… bueno, lo de la apuesta también. —Lo dijo apesadumbrado. Después, agachó la cabeza—. En esos momentos, la gente se ríe y te crees el tío más gracioso del mundo, ¿sabes? No piensas en las consecuencias.
Dani arrugó la frente. ¿Qué apuesta? ¿Qué más cosas había aparte del chupetón? Si había venido a disculparse se había cubierto de gloria porque lo había dejado peor que antes.
—Vale, sí, tranquilo. Está todo bien.
—¿En serio?
—Sí, sí, en serio. Ya está todo hablado con Alba y… sin malos rollos.
—Vale, guay. Me quedo más tranquilo. —Se puso de pie y miró hacia el grupo de amigos—. ¿Te vienes? —dijo señalándolos.
—Enseguida, en cuanto me desperece. Que todavía estoy un poco ido de no dormir bien.
Se había puesto nervioso. Se pasó las yemas entre los cabellos preguntándose si Alba habría sido sincera del todo.
Ella seguía charlando con sus amigos. Felices, risueños. Al verlos se le ocurrió pensar que él no pegaba con aquel grupo. Todos tan diferentes pero, a la vez, tan parecidos. Comparado con ellos él se sentía la nota discordante. Excepto Marcos, con quien se llevaba estupendamente, o la propia Eva, no tenía nada en común con el resto. Si cada uno fuera una pieza de ajedrez, él sería el tres de espadas.
Alguien volvió a sentarse junto a él. Era Eva. —¿Por qué no te vienes con nosotros?
—Estaba cuidando de la pequeña sleeping beauty. —Señaló con el pulgar a Martina.
—Claro, no vaya a ser que la despierten de tanto mirarla.
—También, pero sobre todo para acojonar con estos musculazos a los que intenten entrarla. Ya sabes —amagó una pose culturista.
—Ya lo veo, pero no te van a hacer falta. Cuando ven al chico tan guapo que está a su lado, ya saben que no tienen nada que hacer con ella.
—Gracias por el piropo. Sabes que eso me obliga a comprarte todos los cupones, ¿verdad?
—Qué bobo eres. Y no estoy ciega. Eres muy guapo.
—Lo que tú digas.
Eva empezó a hacer dibujos en la arena con la punta del pie, cavilante. Pasaron unos segundos en los que ninguno decía nada, como si algo raro flotara en el aire.
—Yo creo que no vienes con los demás porque estás enfadado por la espantada de ayer. Se está hablando en el grupo de que te dejamos tirado.
—Te aseguro que no. —Se encogió de hombros.
—Fue una putada que te quedaras solo mientras el resto se juntaba en casa del amigo de Aníbal.
Dani se quedó pensativo. —Tú también estuviste, ¿no?
—Sí, estuvimos todos... —Se quedó algo cortada y omitió el “menos tú”.
—¿Qué pasó en esa casa?
—Nada. —Tardó unos segundos pensando—. Echamos unas risas. Lo típico.
Se le notaba incómoda y Dani lo percibió al instante. La miró con gesto serio, casi enfadado.
—Yo creo que sí pasó algo.
Eva abrió la boca como si quisiera hablar, pero la volvió a cerrar y desvió la mirada.
—Eva, no me quito la sensación de ser el tonto que no se entera de la fiesta. Y, viendo lo felices que están los demás, empiezo a sospechar que sea a mi costa. Cuéntame. Lo que pasó. Anoche. —Hizo una inspiración profunda—. Por favor.
—Te digo que no pasó nada. A ver, hubo mucha bebida y mucha broma, pero nada más. —No era buena actriz. Se notaba que estaba tensa. No había levantado la vista de la arena.
—Eva, nos hemos criado juntos y te conozco lo suficiente para saber que ocultas algo. —La obligó a mirarlo a los ojos—. Escondiéndome la verdad no me vas a proteger. Solo vas a mantenerme en la ignorancia y en la mentira. Te lo digo en serio. Cuéntame qué pasó.
—Que no pasó nada. Fue una bobada. Las típicas tonterías que se hacen cuando estás de fiesta algo más bebido de la cuenta, pero que no significan nada.
—Vale, está bien. Como quieras —refunfuñó y se giró hacia el horizonte— Ya me enteraré por mi cuenta.
Eva agachó la cabeza y expiró el aire con los ojos cerrados. Miró a Martina que dormitaba a su lado. El gorro de paja tapaba su cara y solo se oía su respiración rasposa. Detrás de ellos, el grupo continuaba charlando, ajenos a ellos excepto Alba, que los observaba por el rabillo del ojo. Ya no sonreía tanto como antes.
—Demos un paseo.
Fin capítulo X
Para los más impacientes, hoy mismo he colgado el libro para que salga a la venta el día 1 (quizás antes, pero no depende de mí).
Como ya he dicho en el otro lado, voy a ausentarme un tiempo que aprovecharé para seguir retocando y moldeando las partes que no terminan de convencerme del segundo y último libro (reacciones de personajes, incoherencias...)
Nos vemos pronto con más de Dani y Alba.