La noche que cambió a Carmen

El jueves por la noche, mientras Luis ordenaba facturas en el salón, Carmen dejó caer su nueva excusa con una naturalidad ensayada. “Este finde me voy con unas compañeras de la oficina a un curso en Zaragoza, cosas de la multinacional”, dijo, recogiendo platos de la cena con una calma fingida. Luis frunció el ceño, su rostro cansado reflejando un leve disgusto. “¿Otra vez fuera? Esto empieza a ser mucho, Carmen.” Ella se acercó, rozándole el hombro con un gesto conciliador. “Es por trabajo, ya sabes cómo son estas cosas. Solo el finde, prometo compensarte.” Él suspiró, comprensivo a su manera, y asintió. “Vale, pero no te acostumbres.” Ella sonrió, ocultando el torbellino que ya la consumía por dentro.

El viernes al mediodía, Carmen salió de Madrid con el Audi rugiendo en la autovía. Conducía a alta velocidad, el cuentakilómetros rozando el límite, como si cada kilómetro la acercara más a la libertad. Había elegido un vestido marrón ajustado que se adhería a su cuerpo como una promesa, marcando cada detalle de su anatomía: las caderas firmes, la cintura estrecha, el contorno sutil de sus pechos pequeños. Las botas altas de cuero negro, con tacón afilado, subían por sus piernas hasta los muslos, dándole un aire feroz y seductor. Su maquillaje era agresivo —ojos ahumados, pestañas cargadas, labios de un rojo intenso—, un reflejo de la mujer que se sentía al volante: poderosa, deseada, imparable.

Llegó a Zaragoza al atardecer, el sol tiñendo el Ebro de fuego. Javier la esperaba en una plaza cerca de su piso, y cuando ella bajó del Audi, el reencuentro fue eléctrico. Sus miradas se cruzaron un segundo antes de que sus cuerpos lo hicieran; él la atrajo con un brazo, y sus bocas se encontraron en un beso intenso, voraz, como si el tiempo separados hubiera sido una eternidad. Sus lenguas danzaron con urgencia, sus manos buscando piel bajo la ropa. “Estás increíble, guapa”, murmuró él contra sus labios, y ella rió, coqueta, rozándole el pecho. “Tú también, mi nene. Va a ser un finde largo.”

Javier le propuso un plan: “Cenamos algo rico y luego te llevo a tomar copas con mis amigos, quiero que te conozcan.” Carmen asintió, encantada, sus ojos brillando con la idea. “Me parece perfecto, todo contigo me parece bien.” La cena fue íntima, en un restaurante pequeño, compartiendo vino y miradas cargadas de intenciones. Después, llegaron a un pub en el casco viejo, un lugar de luces tenues y música que vibraba en el aire. Javier la llevó de la mano, presentándola con orgullo: “Chicos, esta es Carmen. Carlos, July, ella es mi... bueno, ya sabéis.”

Rieron, y ella los saludó con una sonrisa deslumbrante, encantadora, inclinándose ligeramente para que las botas resaltaran aún más.
Todos estaban simpáticos, las cervezas fluyendo en la mesa. Carmen se sentó en las piernas de Javier, su vestido marrón subiendo apenas lo suficiente para insinuar sin mostrar, sus botas rozando el suelo mientras se acomodaba. Era cariñosa, besándolo frecuentemente en los labios, en la mejilla, susurrándole al oído entre risas. “Tus amigos son simpáticos, estoy feliz con mi nene”, dijo en voz baja, dándole un mordisquito juguetón en el lóbulo de la oreja. Javier gruñó, sus manos acariciándole la cintura, apretándola contra él. Carlos, sentado enfrente, estaba encantador con ella, haciéndole bromas, pero sus ojos no mentían: la recorrían sin descanso, deteniéndose en el vestido, en las botas, en cada centímetro que el cuero y la tela dejaban entrever. July también la miraba, aunque con más disimulo, asintiendo a los comentarios de Carlos con risas cómplices.

Carmen se levantó un momento, excusándose con una sonrisa. “Voy al aseo, ahora vuelvo.” Mientras se alejaba, el taconeo de sus botas resonaba en el suelo pegajoso del pub, su figura desapareciendo entre la gente. Javier se giró hacia sus amigos, una cerveza en la mano. “¿Qué os parece?” preguntó, la voz teñida de orgullo. Carlos soltó una carcajada, dando un trago largo. “¿Que qué nos parece? Menudo pibón, madre mía.” July asintió, riendo también. “Joder, qué buena está la hija de puta. ¿De dónde sacas estas tías, cabrón?” Las risas eran crudas, llenas de un asombro casi reverente, y Javier sonrió, aunque algo en su pecho se tensó.

Justo entonces, Carmen reapareció, caminando hacia ellos con esa seguridad que cortaba el aire. Su vestido marrón brillaba bajo las luces del pub, las botas negras marcando cada paso. “¿Me pedís un gin-tonic poco cargadito?” dijo, sentándose de nuevo en las piernas de Javier, sus manos rodeándole el cuello con naturalidad. Carlos levantó una mano al camarero, todavía mirándola con esa mezcla de simpatía y deseo mal disimulado. “Claro, guapa, ahora te lo traen.” Ella sonrió, ajena a las palabras que habían volado en su ausencia, y besó a Javier otra vez, sus labios rozándolo con una ternura que contrastaba con el hambre que él sabía que vendría después.

En Madrid, Luis dormía en el sofá, rodeado de papeles, creyendo la excusa del curso, comprensivo pero ciego. Los cuernos que Carmen le ponía crecían con cada kilómetro del Audi, con cada beso en Zaragoza, y la mentira, ahora un monstruo inmenso, lo mantenía en la oscuridad mientras ella, radiante y encantadora, vivía para el fin de semana que apenas comenzaba.
 
Veo que te cae bien,eh.
Ahora dime lo que quieras, que soy un polvorilla y tal, pero al que tienes que criticar por golfo, caradura y mujeriego que es Javier, de ese no dices nada.
Pues será un " pan sin sal", pero prefiero un tío decente como Luis a ese golfo y sinvergüenza de Javier .
Javier es un tipo soltero, al que se le echa encima un pedazo de mujer con 40 años, y con muchas ganas de marcha.
La que tiene obligaciones y debe rendir cuentas es Carmen. Javier es sólo el medio que nuestra protagonista utiliza para satisfacer sus deseos.
Javier es un golfo, y probablemente un impresentable, pero no está engañando a su pareja, Carmen sí.
Y sí, Luis es un papanatas. No puedes tener a una mujer hermosa y ardiente en tu casa, y hacerla sentir que se está marchitando. Eso es garantizarte unos buenos cuernos.
 
Voy a hacer como Carl Winslow en cosas de casa" 1,2,3,4,5,6,.. yo me calmaré todos los veréis". 😤
 
El jueves por la noche, mientras Luis ordenaba facturas en el salón, Carmen dejó caer su nueva excusa con una naturalidad ensayada. “Este finde me voy con unas compañeras de la oficina a un curso en Zaragoza, cosas de la multinacional”, dijo, recogiendo platos de la cena con una calma fingida. Luis frunció el ceño, su rostro cansado reflejando un leve disgusto. “¿Otra vez fuera? Esto empieza a ser mucho, Carmen.” Ella se acercó, rozándole el hombro con un gesto conciliador. “Es por trabajo, ya sabes cómo son estas cosas. Solo el finde, prometo compensarte.” Él suspiró, comprensivo a su manera, y asintió. “Vale, pero no te acostumbres.” Ella sonrió, ocultando el torbellino que ya la consumía por dentro.

El viernes al mediodía, Carmen salió de Madrid con el Audi rugiendo en la autovía. Conducía a alta velocidad, el cuentakilómetros rozando el límite, como si cada kilómetro la acercara más a la libertad. Había elegido un vestido marrón ajustado que se adhería a su cuerpo como una promesa, marcando cada detalle de su anatomía: las caderas firmes, la cintura estrecha, el contorno sutil de sus pechos pequeños. Las botas altas de cuero negro, con tacón afilado, subían por sus piernas hasta los muslos, dándole un aire feroz y seductor. Su maquillaje era agresivo —ojos ahumados, pestañas cargadas, labios de un rojo intenso—, un reflejo de la mujer que se sentía al volante: poderosa, deseada, imparable.

Llegó a Zaragoza al atardecer, el sol tiñendo el Ebro de fuego. Javier la esperaba en una plaza cerca de su piso, y cuando ella bajó del Audi, el reencuentro fue eléctrico. Sus miradas se cruzaron un segundo antes de que sus cuerpos lo hicieran; él la atrajo con un brazo, y sus bocas se encontraron en un beso intenso, voraz, como si el tiempo separados hubiera sido una eternidad. Sus lenguas danzaron con urgencia, sus manos buscando piel bajo la ropa. “Estás increíble, guapa”, murmuró él contra sus labios, y ella rió, coqueta, rozándole el pecho. “Tú también, mi nene. Va a ser un finde largo.”

Javier le propuso un plan: “Cenamos algo rico y luego te llevo a tomar copas con mis amigos, quiero que te conozcan.” Carmen asintió, encantada, sus ojos brillando con la idea. “Me parece perfecto, todo contigo me parece bien.” La cena fue íntima, en un restaurante pequeño, compartiendo vino y miradas cargadas de intenciones. Después, llegaron a un pub en el casco viejo, un lugar de luces tenues y música que vibraba en el aire. Javier la llevó de la mano, presentándola con orgullo: “Chicos, esta es Carmen. Carlos, July, ella es mi... bueno, ya sabéis.”

Rieron, y ella los saludó con una sonrisa deslumbrante, encantadora, inclinándose ligeramente para que las botas resaltaran aún más.
Todos estaban simpáticos, las cervezas fluyendo en la mesa. Carmen se sentó en las piernas de Javier, su vestido marrón subiendo apenas lo suficiente para insinuar sin mostrar, sus botas rozando el suelo mientras se acomodaba. Era cariñosa, besándolo frecuentemente en los labios, en la mejilla, susurrándole al oído entre risas. “Tus amigos son simpáticos, estoy feliz con mi nene”, dijo en voz baja, dándole un mordisquito juguetón en el lóbulo de la oreja. Javier gruñó, sus manos acariciándole la cintura, apretándola contra él. Carlos, sentado enfrente, estaba encantador con ella, haciéndole bromas, pero sus ojos no mentían: la recorrían sin descanso, deteniéndose en el vestido, en las botas, en cada centímetro que el cuero y la tela dejaban entrever. July también la miraba, aunque con más disimulo, asintiendo a los comentarios de Carlos con risas cómplices.

Carmen se levantó un momento, excusándose con una sonrisa. “Voy al aseo, ahora vuelvo.” Mientras se alejaba, el taconeo de sus botas resonaba en el suelo pegajoso del pub, su figura desapareciendo entre la gente. Javier se giró hacia sus amigos, una cerveza en la mano. “¿Qué os parece?” preguntó, la voz teñida de orgullo. Carlos soltó una carcajada, dando un trago largo. “¿Que qué nos parece? Menudo pibón, madre mía.” July asintió, riendo también. “Joder, qué buena está la hija de puta. ¿De dónde sacas estas tías, cabrón?” Las risas eran crudas, llenas de un asombro casi reverente, y Javier sonrió, aunque algo en su pecho se tensó.

Justo entonces, Carmen reapareció, caminando hacia ellos con esa seguridad que cortaba el aire. Su vestido marrón brillaba bajo las luces del pub, las botas negras marcando cada paso. “¿Me pedís un gin-tonic poco cargadito?” dijo, sentándose de nuevo en las piernas de Javier, sus manos rodeándole el cuello con naturalidad. Carlos levantó una mano al camarero, todavía mirándola con esa mezcla de simpatía y deseo mal disimulado. “Claro, guapa, ahora te lo traen.” Ella sonrió, ajena a las palabras que habían volado en su ausencia, y besó a Javier otra vez, sus labios rozándolo con una ternura que contrastaba con el hambre que él sabía que vendría después.

En Madrid, Luis dormía en el sofá, rodeado de papeles, creyendo la excusa del curso, comprensivo pero ciego. Los cuernos que Carmen le ponía crecían con cada kilómetro del Audi, con cada beso en Zaragoza, y la mentira, ahora un monstruo inmenso, lo mantenía en la oscuridad mientras ella, radiante y encantadora, vivía para el fin de semana que apenas comenzaba.
Los papeles que tiene que preparar ya son los del divorcio y que se quede en la puñetera calle está golfa y adúltera.
 
Mejor lo dejamos, te estás sulfurando demasiado, e incluso perdiendo las formas.
Buenas noches.
Estoy de broma, hombre.
No estoy cabreado ni mucho menos. Di lo que quieras.
Simplemente lo vemos de forma diferente.
Además ese comentario lo has mal interpretado lo había dicho de broma.
 
Carmen se ajustó el vestido frente al espejo del portal del edificio de Javier, su respiración aún acelerada por la anticipación. El viernes estaba a punto de convertirse en algo más, y antes de cruzar el umbral, sacó el móvil. Marcó el número de Luis, el corazón latiéndole en el pecho, pero su voz salió tranquila, ensayada.
Carmen: "Hola, cariño. Oye, estoy en la puerta del hotel, vaya día de trabajo.
Luis, al otro lado, respondió con su habitual tono distraído, perdido en su mundo de números. “Claro, no hay prisa. Estoy con unos informes.
Carmen: "Vale, nos vemos el domingo. Descansa un poco, ¿eh?"

Colgó rápido, una sonrisa traviesa curvándole los labios. La mentira era ya una segunda piel, y con el teléfono guardado, subió las escaleras hacia el piso de Javier, el eco de sus pasos resonando como un preludio. Cuando él abrió la puerta, el aire se cargó al instante: sus ojos se encontraron, y sin mediar palabra, ella se lanzó a sus brazos, el deseo estallando como una chispa en gasolina.
Desde ese momento, el viernes se deshizo en un torbellino de sexo desenfrenado que se alargó dos días enteros. El apartamento se convirtió en su mundo, un espacio donde el tiempo se detenía y solo existían sus cuerpos. Apenas salían, parando solo para comer algo rápido —unos sándwiches improvisados, un poco de vino robado de la cocina— y para que Carmen se duchara y cambiara de ropa entre sesiones, emergiendo cada vez con una energía renovada que lo volvía loco.

El sábado fue una explosión de creatividad y lujuria. Amanecieron enredados en las sábanas, el sol colándose por las persianas rotas, y Javier la despertó con besos hambrientos en el cuello, sus manos deslizándose bajo el sujetador que ella aún llevaba puesto. La tumbó boca abajo, levantándole las caderas con una almohada bajo el vientre, y la penetró con una lentitud tortuosa, sus dedos jugando con su clítoris mientras ella gemía contra el colchón, las uñas clavándose en la tela. “Mi catalana, cómo me pones”, susurró él, y Carmen respondió con un grito ahogado, su cuerpo temblando bajo cada embestida precisa.

Más tarde, tras un breve descanso y una ducha donde ella lo provocó rozándose contra él bajo el agua, volvieron al salón. Javier la sentó en el borde de la mesa del comedor, apartando platos sucios con un gesto impaciente. Le arrancó los jeans con una urgencia que rayaba en lo salvaje, y se arrodilló entre sus piernas, devorándola con la boca mientras ella se retorcía, las manos enredadas en su pelo, gritando su nombre hasta que la voz se le quebró. “¡Javier, no pares!” suplicaba, y él obedecía, lamiendo y succionando hasta que ella se deshizo en un orgasmo que la dejó jadeante, las piernas temblándole como hojas.

La tarde trajo una sesión más audaz. En la cocina, mientras intentaban comer algo, Carmen lo miró con ojos brillantes y lo empujó contra la encimera. Se subió encima, montándolo con una furia que hizo temblar los muebles, el vino derramándose de una copa olvidada. Él la agarró por las caderas, marcándole la piel con los dedos, y le gruñó al oído: “Eres una fiera, joder.” Ella respondió mordiéndole el cuello, sus movimientos rápidos, casi brutales, hasta que ambos colapsaron, sudorosos y riendo entre jadeos.
La noche los encontró en el baño, el espejo empañado por el vapor de otra ducha compartida. Javier la apretó contra la pared de azulejos, el agua cayendo sobre ellos mientras la tomaba por detrás, sus manos resbalando por su cuerpo mojado. Ella giró la cabeza para besarlo, el agua mezclándose con sus labios, y él aceleró el ritmo, sus gruñidos resonando contra las paredes. “Dame todo, mi nene”, rogó ella, y él lo hizo, llevándola al límite una vez más, sus cuerpos chocando con una intensidad que parecía romper el espacio.

Pasaron esos dos días sin apenas dormir, solo deteniéndose para recuperar el aliento, comer algo y dejar que Carmen se cambiara —unos leggins viejos que encontró en el armario del apartamento, una camiseta de él que le quedaba grande pero que usaba como provocación—. El sexo era su idioma, un diálogo de gemidos, caricias y gritos que llenaba cada rincón del piso. Cuando el domingo asomó, estaban exhaustos, tendidos en el suelo del salón, los cuerpos entrelazados, la piel enrojecida por el roce constante.

Mientras tanto, Luis seguía en casa, esperando pacientemente, creyendo que Carmen estaba con Ana en la reunión de trabajo, que subiría “en nada”. Los informes lo tenían atrapado, y la mentira de ella, ahora un monstruo descomunal, lo cegaba por completo. No imaginaba el Audi estacionado en otra calle, el apartamento que vibraba con los alaridos de su mujer, los cuernos que crecían como ramas retorcidas. Carmen, radiante y agotada en los brazos de Javier, vivía para ese fuego, para el hombre que la consumía, mientras su vida con Luis se desvanecía en un eco lejano.

 
Felicitaciones Klous por tu obra. El hecho de que los usuarios expongas sus puntos de vistas o deseos respecto a los personajes de tu obra habla muy bien de la historia que creaste. :aplausos1:

En lo personal no soy aficionado a los relatos de infidelidades, pero este te atrapa. Siempre he pensado que si estas casado y estas decidido a lanzarte en una aventura extramatrimonial, lo más sano sería divorciarse y seguir cada uno por su lado, pero como esto es solo una obra literaria, seguramente veremos a Carmen escalar más en su perversión junto a javier :lamidaculo1:. Y como dice el dicho mientras más alto subes, más fuerte es la caída. De la que deseo que el artífice de esta sea Luis, transformado en una especie de Joker, que solo quiere ver el mundo arder alrededor de los implicados. :bdsm1:
Al margen de mis deseos y el de los demás (que al parecer quieren ver a Carmen hundida en el fango) de seguro daras un buen final para todos los personajes. Esto lo digo en base a la forma en que escribes.

Reitero mis felicitaciones y espero el proximo capítulo. :aplausos1:
 
Es que encima es una mentirosa y no va de cara. Le dice que va a estar con su amiga Ana, cuando en realidad ha ido con ese tipo.

Las infidelidades se sostienen en la mentira; sin ella, no serían más que acuerdos tácitos o explícitos. Para que exista una traición, es necesario ocultar, fingir, deslizarse entre las sombras de la verdad. Si el marido lo supiera y lo aceptara, entonces dejaría de ser una infidelidad y se convertiría en otra cosa: en una relación abierta, en un pacto no dicho. Pero él no parece ser de esos hombres que consienten, que miran hacia otro lado o que aceptan las reglas impuestas por otros. Él ignora, y en esa ignorancia radica la verdadera esencia de la traición.
 
La mañana del domingo irrumpió con una luz tenue en el piso donde Carmen y Javier habían pasado la noche enredados en una pasión que aún resonaba en sus cuerpos. Ella se levantó del suelo, donde habían quedado exhaustos, y revisó su bolso con un ceño fruncido. “Mierda”, murmuró, sacando el móvil. “Tengo que imprimir un justificante para la empresa y enviarlo hoy. No me acordaba.” Javier, aún despeinado y con la camisa a medio abrochar, miró el reloj. “Joder, entro a trabajar en veinte minutos, amor. No me da tiempo.”

Se levantó rápido, buscando una solución. “Espera, espera,” dijo, marcando un número en su móvil. “Carlos, ¿estás por ahí? Necesito un favor urgente. ¿Puedes llevar a Carmen a imprimir algo rápido? Ella no conoce la ciudad.” Al otro lado, la voz ronca de Carlos respondió con una risita. “Claro, en cinco minutos estoy allí. Dime dónde.” Javier le dio la dirección, aliviado, y colgó. “Ya está, amor, Carlos te lleva. Es un poco bruto, pero buena gente.”

Carmen asintió, confiando en él, y se preparó rápido. Se puso unas mallas negras ajustadas que había traído en su bolso, moldeando sus piernas y su trasero con una precisión que parecía desafiar al mundo. Las combinó con unas deportivas grises y un top negro sencillo, recogiendo su melena rubia en una coleta alta que dejaba su cuello al descubierto. Se colocó unas gafas de sol grandes, dándole un aire desenfadado pero magnético, y salió al portal donde Carlos la esperaba en un viejo Seat León gris.

Él la saludó con una sonrisa torcida, sus ojos recorriéndola sin disimulo mientras ella subía al coche. “Vaya, Javi tiene buen gusto,” dijo, arrancando. Carmen sonrió por cortesía, acomodándose en el asiento. Charlaron de cosas banales al principio: el tráfico de Zaragoza, el calor que aún apretaba, algún chiste tonto sobre Zaragoza. Pero Carlos pronto se volvió incisivo, sus preguntas cortando el aire como navajas. “¿Entonces tú y Javi vais en serio? ¿Cuánto lleváis? ¿Es buen tío en la cama?” Ella respondía con evasivas, incómoda pero manteniendo la simpatía, desviando la conversación hacia el locutorio más cercano.

Llegaron a un pequeño local en una calle secundaria. Carmen bajó del coche, consciente de cómo las mallas marcaban cada paso, y entró a imprimir el documento. Tardó apenas unos minutos, tecleando en una máquina vieja mientras Carlos la observaba desde el coche, sus ojos fijos en su trasero ajustado, las piernas delineadas por la tela elástica. Cuando volvió, con el papel en la mano, él le preguntó con una sonrisa: “¿Ya lo tienes hecho?” “Sí,” respondió ella, amable, subiendo de nuevo al asiento del copiloto.

Carlos arrancó, pero su actitud cambió. Conducía más lento, envalentonado, sus manos tamborileando el volante con una energía inquietante. “¿Dónde tienes el Audi para dejarte?” preguntó, y ella le dio indicaciones claras, esperando que la llevase directo. Pero en lugar de eso, giró por una calle secundaria y frenó en un descampado solitario, un terreno baldío rodeado de hierba seca y silencio. Carmen frunció el ceño, el pulso acelerándose. “¿Qué pasa?” preguntó, y entonces lo sintió: la mano de Carlos deslizándose por su muslo, acariciando las mallas con una presión que no pedía permiso.

“Estás preciosa, ¿sabes?” dijo él, su voz baja, cargada de algo oscuro. Ella se tensó, sorprendida, mientras él se acercaba, su aliento rozándole el cuello. “Todavía puedes hacer algo antes de volver a Madrid.” Carmen lo empujó, nerviosa, su voz temblando. “Para, Carlos, ¿qué haces?” Pero él no escuchaba, su mano subiendo más, sobándola con una insistencia que la horrorizaba. “No sabes cómo me pones,” gruñó, y entonces, con un movimiento brusco, se desabrochó el pantalón y sacó su pene erecto, mostrándoselo como un trofeo. “Mira cómo me la has puesto de dura, no te hagas la estrecha, sé que te gusta. Hazme una mamadita como las que le haces a Javier y si quieres te follo aquí mismo, nadie va a enterarse.”

Carmen se quedó helada, el horror subiéndole por la garganta. “Para, por favor,” dijo, su voz quebrándose mientras lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas. Intentó abrir la puerta, pero el descampado se extendía vacío a su alrededor, sin escapatoria inmediata. Carlos, desatado, seguía hablando, su mano apretándole el muslo. “Venga, no llores, solo un poco,” insistió, pero algo en los sollozos de ella lo frenó. La miró, su expresión cambiando de lujuria a confusión, y levantó las manos. “Vale, vale, vale, tranquila. Disculpa, me has puesto muy cachondo y he perdido los papeles.”

Le limpió una lágrima con un gesto torpe, guardando su pene con rapidez, como si quisiera borrar lo sucedido. “Perdona, Carmen, no sé qué me ha pasado,” murmuró, la voz temblándole ahora a él. Ella respiraba agitada, las gafas de sol empañadas por el llanto, pero asintió, más por instinto que por comprensión. “Llévame al Audi, por favor, y déjame,” suplicó, todavía asustada. Carlos arrancó el coche, el silencio pesando como plomo entre ellos. “Perdóname de verdad, guapa,” dijo mientras conducía, sus ojos fijos en la carretera. “No cuentes nada a Javier, que quede todo aquí.”

Llegaron al Audi, aparcado cerca del apartamento. Carmen bajó del coche sin mirarlo, la despedida fría, muda. Él intentó un “Cuídate,” pero ella ya estaba abriendo la puerta de su coche. Se subió, las manos temblándole sobre el volante, y pisó el acelerador rumbo a Madrid, las lágrimas secándose en su rostro mientras el susto la perseguía. Las mallas negras, que habían sido un símbolo de su confianza, ahora le parecían una trampa, y el top se pegaba a su piel sudorosa. Condujo rápido, el paisaje desdibujándose en la autovía, el corazón latiendo con una mezcla de miedo y alivio por haber escapado.

Al llegar a Chamberí, el piso estaba en calma. Luis tecleaba en el salón, ajeno como siempre. “¿Qué tal el día?” preguntó, rutinario. “Bien,” mintió ella, la voz apagada, dejando el bolso en la mesa. Se encerró en el baño, quitándose las mallas con dedos temblorosos, y se miró en el espejo: los ojos rojos, la coleta deshecha, las gafas de sol olvidadas en el coche. El recuerdo de Carlos la asfixiaba, pero no dijo nada. No podía contárselo a Javier, no aún. Se metió en la ducha, dejando que el agua borrara el tacto de unas manos que no quería, mientras su mente, confusa, seguía atada al hombre que la había llevado al éxtasis la noche anterior, y al horror que su amigo había traído al día siguiente.
 
Javier ya no es el problema, sino el matrimonio en si, cada uno está por su lado, ella faltando el respeto a su relación y él sin querer ver lo evidente.

Con o sin Javier, si no hay un cambio radical, eso ya está más que muerto.
 
No entiendo como un tipo puede de pronto comportarse como un perro, sin razonamiento ni nada, encima con la pareja de su amigo. Terrible.

Espero que Carmen se lo cuente a Javier.
 
No entiendo como un tipo puede de pronto comportarse como un perro, sin razonamiento ni nada, encima con la pareja de su amigo. Terrible.

Espero que Carmen se lo cuente a Javier.
Bueno, eso de la pareja de su amigo.....
Más bien la adúltera. Eso en otros países está hasta penado.
 
El golpe que se va a llevar Luis cuando, por fin, descubra la magnitud de los cuernos que carga—con raíces profundas y ramificaciones que se extienden más de lo que imagina—va a ser monumental. Pero no será el único en recibir un mazazo de realidad. Carmen, por su parte, también se estrellará de frente contra la verdad cuando descubra quién es realmente Javier, ese hombre al que idealiza, pero que en realidad la exhibe ante sus amigos como un trofeo, como un objeto de conquista más que como una compañera. Ambos han vivido en la ilusión, ajenos a las sombras que los rodean, pero la verdad, cuando llega, no pide permiso ni suaviza su impacto.
 
No entiendo como un tipo puede de pronto comportarse como un perro, sin razonamiento ni nada, encima con la pareja de su amigo. Terrible.

Espero que Carmen se lo cuente a Javier.
Y tú crees que este golfo se va a poner de parte de la adúltera si se lo cuenta?.
No hay más que ver las lindezas que dice de ella a sus espaldas.
 
No sé porque toman de mala forma que Javier enseñe su conquista a sus amigos, es hasta diría normal, no se ha referido de ella de manera vulgar frente a ellos. Lo único estúpido que hizo fue mandar su foto por mensaje., pero por lo demás ha sido respetuoso creo.
 
No sé porque toman de mala forma que Javier enseñe su conquista a sus amigos, es hasta diría normal, no se ha referido de ella de manera vulgar frente a ellos. Lo único estúpido que hizo fue mandar su foto por mensaje., pero por lo demás ha sido respetuoso creo.
Que no? Quizás deberías revisar cómo hablaba de ella delante de los amigos.
Aunque te cueste, Javier es un mal tipo y si se va con el, va a ver su verdadera cara.
En cualquier caso, a mí no me importa si Se spara de Luis, mejor para él. Mejor solo que mal acompañado.
 
La verdad no me estrañaría que Javier termine compartiendo a Carmen con sus amigos en alguna orgia organizada por ellos (No lo veo como algo imposible). 🤫

Lo que me causa mucha curiosidad es lo que ha estado haciendo Luis durante todo este tiempo, por lo que hemos leido solo se lo ve leyendo informes y trabajando en su computador. Esto me huele a que Luis en algún momento va aspirar 1 tonelada de cocaina, va a tomar una metralleta y va salir a hacer justicia al mejor estilo de Tony Montana en Scarface, mientras ríe de forma desquiciada. (saquen caps). 😎
 

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