Capítulo 4
Muy temprano cogimos el Alvia que nos llevaba hasta Bilbao. Yo me senté con Sara y en la fila de al lado Javier encendió la tablet en cuanto el tren se puso en marcha. En total eran cuatro horas y media de viaje, que bien administradas eran muy valiosas.
Javier puede ser muchas cosas, pero sobre todo es un gran profesional y le gustaba ser muy perfeccionista en el trabajo. Sara y yo empezamos revisando la documentación y lo que teníamos que hacer nada más llegar a la empresa a auditar, pero en apenas una hora yo ya estaba leyendo un libro y ella se puso música con unos gigantescos cascos inalámbricos.
Me encantaba tenerla a mi lado, sentirla cerca, oler su dulce perfume. Sara era toda una tentación irresistible. Y eso que a pesar de estar ya en verano se había vuelto muy recatada en su manera de vestir. Aquel día iba con unos pantalones de vestir azul marino, zapatos de tacón y americana gris, con una camiseta blanca sin ningún dibujo.
Joven, elegante, discreta y formal.
Estaba claro que la advertencia de Javier sobre su vestuario había hecho mella en Sara y no quería dar pie a que nuestro jefe volviera a reprenderla por la ropa que llevaba.
Media hora antes de llegar repasé con Sara nuestro plan de trabajo. En principio, si todo iba bien, pasaríamos dos noches allí y el viernes por la mañana regresaríamos a casa. Sara me comentó que había vivido unos años en Bilbao y tenía muchos amigos en la ciudad; por lo que el jueves saldría a cenar con ellos.
―El jueves, después de estar dos días currando más de doce horas seguidas, no creo que tenga fuerzas para salir de fiesta… ―dije.
―Seguro que sí… y, además, te recuerdo que tenemos pendiente una caña, por lo de ayer.
―Cuando quieras…
―A ver si luego.
―Bueno, ya estamos ―anunció Javier guardando la tablet en su funda―, cada vez se me hacen más pesados estos viajes… ―murmuró intentando establecer un poco de cercanía con nosotros, pues durante el trayecto apenas habíamos cruzado dos frases.
Estaba claro que su relación con Sara no era todo lo fluida que debería ser en un equipo de tres personas y yo me encontraba en medio, intentando ser el nexo entre todos para que el trabajo saliera adelante.
Por la mañana llegamos a la empresa que íbamos a auditar y nos adjudicaron una pequeña sala dentro. El administrador nos facilitó la información que necesitábamos y sin tiempo que perder nos pusimos manos a la obra.
Desde el primer minuto Sara estuvo activa, concentrada y sabiendo lo que tenía que hacer. Como si llevara toda la vida. Incluso me di cuenta de que Javier se mostró gratamente sorprendido por la eficiencia de nuestra chica de prácticas.
No cabe duda de que había tenido un gran maestro.
Y ella era lista e intuitiva, y había aprendido muy deprisa. Con la americana en la silla, esos pantalones de vestir ajustados, el brazo lleno de pulseritas con un cierto aire hippie y su pelo de leona recogido en una coleta, era toda una delicia verla trabajar.
Apenas nos tomamos una hora para comer, en la que estuvimos hablando de cómo iba la auditoría y pronto reanudamos la tarea. A las ocho de la noche decidimos que ya estaba bien por ese día. Habíamos avanzado mucho más de lo que pensábamos y ya teníamos más de la mitad del trabajo realizado.
Un rato más tarde llegamos al hotel y por fin pudimos dejar las maletas y pegarnos una ducha. Habíamos reservado tres habitaciones individuales y casualmente la de Sara estaba al lado de la mía.
Fue ella la que unos minutos más tarde picó en mi puerta, se había preparado antes que yo y me sorprendí al abrir y verla con sandalias, un vaquero bastante más ceñido que el pantalón que había llevado durante el día y un polo rosa, con el que iba muy clásica.
A pesar de no estar en horario de trabajo Sara quería seguir vistiendo así para que Javier no se molestara. Estaba igual de guapa…, pero ese no era su estilo.
―¿Ya estás listo?
―Un minuto ―le pedí abriendo la puerta―, pasa si quieres ―dije metiéndome al baño para echarme un poco de colonia por el cuello.
Ella aceptó con timidez mi invitación y se quedó plantada en medio con los brazos cruzados y el bolso al hombro. Enseguida hizo una panorámica de la habitación y se dio cuenta de lo recogido que estaba todo.
―Me gusta lo apañadito que eres, tenías que ver mi habitación, está hecha un desastre.
―No será para tanto, y qué te voy a decir…, después de mi separación no me ha quedado más remedio que aprender a organizarme, aunque tampoco es que me haya costado mucho…, supongo que gracias al trabajo siempre lo he tenido todo muy planificado. Por cierto…, enhorabuena, hoy has dejado a Javier con la boca abierta.
―¡Muchas gracias!, ¿en serio?, ¿te lo ha dicho él?
―No es de hacer esa clase de cumplidos, para Javier estamos obligados a hacerlo perfecto, pero si te equivocas ahí sí que te va a decir algo. Seguro. Que le hayas cerrado la boca es muy buena señal.
―Entiendo.
―Habíamos quedado dentro de media hora con él para cenar, ¿qué hacemos?, ¿le pegamos un toque? ―pregunté a Sara.
―Casi que… mejor nos adelantamos, ¿no?, y así puedo invitarte a esa cañita que teníamos pendiente ―me dijo Sara.
―Como quieras…
Bajamos al bar del hotel, en el que Sara y yo compartimos una cerveza antes de que se nos uniera Javier para cenar. Ella estaba contenta y eufórica por lo bien que se había desenvuelto en la auditoría y aquello hizo que ganara la confianza que necesitaba cuando tenía a Javier delante.
Ese día fue un punto de inflexión en el trabajo de Sara, y Javier no era tonto, llevaba muchos años de auditor y sabía que Sara podía llegar a ser una gran profesional en el futuro. No era nada fácil hacer lo que había hecho la chica de prácticas en su primera auditoría externa.
Durante la cena nuestro jefe estuvo bastante agradable y eso era señal de que todo iba de maravilla, incluso después nos invitó a un chupito en la cafetería, que Sara y yo aceptamos gustosamente.
Cuando estaba en ese plan, era una persona encantadora. La pena es que se podían contar con los dedos de la mano las veces que Javier se mostraba así a lo largo del mes. Y hoy nos recordaba anécdotas graciosas de las primeras auditorías que hizo de joven, aunque al día siguiente podía levantarse perfectamente siendo un puto ogro.
Por suerte, el jueves Javier estuvo igual de simpático, o incluso más, y a eso de las seis de la tarde terminamos el trabajo.
―Muy bien, chicos ―nos felicitó Javier―, si queréis, nos pasamos por el hotel a pegarnos una ducha y cambiarnos y luego os invito a unas tapas por el centro, nos lo hemos ganado…
Sara se vio en un pequeño compromiso, pues había quedado para cenar y se excusó de manera elegante.
―Me encantaría, pero hace tiempo que no veo a mis amigos y ya había quedado con ellos, jo…, ¡qué pena!, me hubiera gustado ir con vosotros… ―se disculpó Sara.
―No pasa nada, otra vez será, seguro que vamos a tener más oportunidades ―comenté yo para quitarle hierro al asunto.
Tampoco es que me hiciera mucha ilusión salir de tapeo con Javier, pero él también tenía conocidos en la ciudad y con un par de llamadas reunió un grupo de siete personas con las que no me quedó más remedio que cenar, echando mucho de menos la juventud, belleza y compañía de Sara.
Curiosamente, sobre las once, recibí un whatsapp de ella.
Sara 23:05
Hola!
Qué tal va todo?
Siento haberte dejado solo con Javier, seguro que esta me la guardas, jajaja
Pablo 23:06
No te preocupes, no estamos solos, Javier ha reunido a sus amiguetes y al final hemos salido siete personas
Pero sí, esta te la guardo, eh, jajaja
Y tú qué tal la cena?
Sara 23:06
Bien, bien, también estamos de tapeo por el centro
Dentro de un rato, si seguís por aquí, me acerco donde estéis y me tomo una contigo
Pablo 23:07
Vale, luego te digo sitio y si te apetece
Sara 23:08
Hecho.
Un besote.
Pablo 23:08
Otro para ti.
Noté a Sara un poco más efusiva de lo normal, sin duda alguna debía estar muy contenta por el buen trabajo que había hecho durante las dos jornadas de auditoría y en presencia de sus amigos y con un par de cañas encima estaba algo más desinhibida. Si no hubiera sabido que tenía por novio a ese guaperas de metro noventa de altura, podría haberme emocionado un poquito con esos mensajes, pero la actitud cariñosa de Sara me seguía desconcertando.
¿A qué venía ese tonteo conmigo?
Quizás solo eran imaginaciones mías, pero los continuos whatsapp por privado, el querer vernos a solas para tomar algo, sus gestos hacia mí… Yo todo eso lo consideraba como un juego entre nosotros que, aunque era inocente, me estaba creando unas falsas expectativas que posiblemente estuvieran bastante alejadas de la realidad.
Desde que recibí su mensaje ya estuve pendiente del móvil toda la noche. Los amigos de Javier se fueron marchando y cuando solo quedábamos otro señor, él y yo, recibí otro mensaje de Sara.
Sara 00:23
Ya estás libre?
Si eso, ahora me acerco…
Pablo 00:24
Estamos en el Winston Churchill, no sé si te pilla bien
Sara 00:24
Sí, estoy aquí al lado… me paso
Repasé la conversación y Sara me estaba preguntando si ya estaba libre. ¿Solo? No lo había leído bien y yo le había dado nuestra ubicación sin caer en la cuenta de que todavía estaba con Javier. Ahora tenía que pensar en algo para deshacerme del jefe y su colega, que justo acababan de terminar la copa.
―Bueno, chicos, yo os voy a dejar ya, estoy muy cansado y me apetece volver al hotel dando un paseo. Encantado de conocerte ―le dije al señor a modo de despedida.
―Pero ¿ya te vas?, si todavía es muy pronto ―me recriminó Javier mientras pedía otra copa para su amigo y para él.
―Yo creo que voy a seguir los pasos de Pablo ―le interrumpió su colega―, como me tome otra mañana no voy a ser persona.
―No me jodas, Gorka, con lo que tú has sido…
―Ya vamos teniendo una edad, Javier…
―Vaya dos, ¡seréis cabrones!, ¿me vais a dejar aquí solo tomando la copa?
Y justo en ese momento llegó Sara al bar. Fue como una aparición estelar. Mierda, se había adelantado y no me había dado tiempo a salir y quedarme a solas con ella, como me pidió.
¡Dios mío, estaba espectacular!
En nada tenía que ver con la Sara pija y moderna del trabajo. Ahora estaba vestida para salir de fiesta y aquella minifalda roja había sobrepasado con mucho la delgada línea de la decencia y el erotismo.
Sus piernazas morenas lucían increíbles con unas sandalias de cuña, llevaba una blusa blanca escotada sin mangas y más maquillaje del que su juvenil rostro le pedía, pero, aun así, estaba guapísima y radiante.
―Te acompaño a la salida… ―me dijo el amigo de Javier justo cuando Sara se dirigía hacia nosotros.
Llegó hasta nuestra altura y me hice el sorprendido al verla. Ella también se quedó descolocada, pues creo que no se esperaba que estuviera acompañado y mucho menos por Javier, que la iba a ver así vestida.
―Pero bueno, Sara, ¿qué haces aquí? ―le preguntó Javier al verla como si fueran íntimos de toda la vida y le dio dos besos.
―Es que había quedado con unos amigos y… ―intentó excusarse.
―Menos mal que has venido, porque estos dos iban a dejarme solos ahora mismo…
―¡Anda, qué suerte! ―ironizó ella.
Le presentó a Sara a su colega y yo me quedé dudando qué hacer. No quería dejarla a solas con Javier, pero ya había dicho que estaba muy cansado y me apetecía regresar al hotel. Ahora no podía cambiar de opinión. Aquello podría considerarse un gesto muy feo hacia Javier y Sara y yo nos miramos con complicidad intentando salir del apuro.
―¿Qué quieres tomar?, te invito a una en lo que vienen tus amigos, ¿no me harás el feo, no? ―la preguntó Javier.
―No te preocupes, de verdad, deben estar al llegar…
―Venga, deja que te invite, no voy a aceptar un no por respuesta ―insistió Javier poniendo una mano en su cintura en un gesto cariñoso.
―Está bien, pues un San Francisco, por ejemplo…
―Eso está mejor…
―Bueno, Sara, pues yo me voy… ―Y subí las cejas como si le estuviera dando una seña de duples en el mus.
Ahora la pelota estaba en su tejado y era ella la que tenía que inventarse algo para perder de vista a Javier y venir conmigo, pero el camarero ya estaba sirviendo el cóctel que había pedido y la copa de mi jefe.
Antes de poner un pie en la calle pasé por el baño y al salir me los encontré en el mismo punto de antes. Javier seguía con una mano en su cintura y parecía disculparse por el comportamiento que había tenido con ella desde que llegó a la empresa y Sara no solo las aceptaba, sino que subía los hombros y asentía con la cabeza.
―Si yo lo entiendo, es normal… ―intuí leer en sus labios a la vez que esbozaba una sonrisa ¿forzada?
Se me hizo un nudo en el estómago al ver aquella escena. Después de todo lo que había pasado Sara, los desplantes de Javier hacia ella, cómo la había machacado constantemente y ahora era como si todo eso se hubiera borrado de un plumazo y ella incluso le reía las gracias.
La imagen era brutal, el cuerpazo de Sara, moreno, brillante, sensual, con su pelo suelto y salvaje, y Javier, a sus cincuenta y nueve tacos, con su incipiente barriguita, un pelín más bajo que ella, con su canoso pelo engominado hacia atrás, le ponía una mano en la cintura en una actitud que para mí rozaba incluso el acoso.
Lo único que se me ocurrió fue mandarle un whatsapp a Sara y salí caminando del bar muy despacio en dirección al hotel.
Pablo 00:37
Siento haberte dejado así con Javier, pero ya me había despedido
No se me ha ocurrido nada para perderle de vista…
Espero que no se ponga muy pesado
Si puedes llámame…
En veinte minutos llegué al hotel y Sara todavía no me había contestado; es más, ni siquiera había leído el mensaje. Intenté llamarla tres veces, pero no me cogió el teléfono. Con el bullicio del bar seguro que ni habría escuchado el sonido del móvil. Hice algo de tiempo, esperando que se pusiera en contacto conmigo, pero cuando ya eran más de la una y media, me di por vencido y me quité la ropa para meterme en la cama.
Nada había salido como me hubiera gustado.
Reconozco que me había fastidiado no quedarme a solas con Sara para tomar una copa con ella. Estaba muy intrigado por saber el porqué de su comportamiento conmigo y si hubiera seguido con su descarado tonteo.
Caí en un sueño profundo después de dos intensas jornadas de trabajo y una hora más tarde unos ruidos en la habitación de Sara me despertaron. Miré el reloj y solo llevaba una hora dormido. No podía distinguir bien lo que sucedía tras la pared, pero una cosa estaba clara por los tonos de voz que percibía.
Sara no había regresado sola y un hombre estaba con ella en su habitación a las dos y media de la mañana…