Tenía 14 años y eran las fiestas del pueblo. Aquel sábado, unas primas segundas nos habían invitado a su terreno a pasar el día, paella y piscina. En mi pueblo hay una zona en las afueras en la que mucha gente utilizó parte de las tierras para hacer piscina y una pequeña "habitación" en la que realizar reuniones sin estar a la intemperie.
Yo no era muy partidario de ir. En esa rama de la familia los rangos de edad son muy diversos, así que ya veía que me tocaba estar al cuidado de niños pequeños. Además me perdía parte del programa de fiestas de aquel día. Llegué con pocas ganas de acudir y muchas de marcharme, aunque la sorpresa vino pronto.
Una de las primas anunció que al final también se había apuntado su hija, Noemí, así que la cosa se ponía algo menos aburrida. Noemí es un pivon. Bajita y delgada, pero con el volumen justo y necesario en las zonas donde se debe tener. Guapa de cara, con ojos llamativos y labios prominentes, sería la delicia de todos los hombres de no ser por su actitud prepotente y sabelotodo.
Ella tenía 19 años por aquel entonces. Llegó al rato, con su coche. Vestía una camiseta larga naranja, que usaba como vestido, y zapatillas de deporte que se cambio al llegar por unas chanclas. Por los laterales de la camiseta, que quedaban bastante amplios, podía verse el sujetador del bikini que llevaba debajo, palabra de honor y a rayas azul marino y blancas, bastante marinero. No perdí detalle en cada ocasión que la tuve de perfil para observar detenidamente el volumen del pecho que gastaba. Era la primera vez que la veía en ropa de baño en persona. Incluso en redes eran contadas las ocasiones en las que subía algo en ropa de baño, la mayoría de veces eran sus amigas las que la etiquetaban en fotos grupales. No lo entendía. Con lo fanfarrona que era a veces y el cuerpo que gastaba, lo normal era presumir con algún posado veraniego.
Comimos tranquilamente, tomamos tarta y café. Los niños, de los que había renegado, fueron entonces mis mejores aliados. Comenzaron a insistir en ir a la piscina y que la prima Noemí también se bañase. La tiraron del brazo y consiguieron que saliese al patio, a la zona de la piscina. Yo no perdí ocasión y también fui a bañarme. Metió uno de los pies e intentó que los niños cambiasen de opinión, "es que está muy fría chicos." Pero nada. Noemí se quitó la camiseta y se zambulló. Su piel, blanca y frágil, marcó rápidamente el estado del agua, como si fuese un termómetro, con una carne de gallina que daba especial morbo en la zona del escote. No sé si de un verano a otro había aumentado la talla de sujetador o es que, por el contrario, le gustaba lucir así, pero aquellas dos tetas estaban súper comprimidas en el sujetador. Con cada movimiento, el bikini se bajaba ligeramente, como si los pechos luchasen por zafarse de la sujeción, teniendo ella que estar cada dos por tres estirando hacia arriba la tela para evitar sustos.
En uno de los movimientos, saltando con los niños en un juego, no tuvo tiempo de corregir nada y pude ver, de forma rápida, como uno de esos pechos escapaba y me regalaba la imagen de un pezón rosado y erecto chocando directamente contra el agua. Ella agarró rápido, aunque tarde, la tela y volvio a guardar su pecho, para después mirarme con gesto enfadado, como si aquello hubiese sido mi culpa y no fruto del azar. Se sabía pivon, y sabía que había regalado un momento agradable a un chaval en plena pubertad que se pajearia duro aquel día.