Capítulo 29 - Descenso al centro de la Tierra: Un corazón gigante
Grace tardó mucho en conciliar el sueño. Ni siquiera el ardoroso consuelo de Vihaan logró acallar la tormenta de su mente. Y cuando al fin se rindió al descanso, lo que la aguardaba fue aún peor: un desfile de pesadillas en las que las dos Akumas la acosaban sin tregua, sombras gemelas persiguiéndola en corredores sin fin.
Al despertar, si era mañana o tarde resultaba imposible de saber en aquel mundo subterráneo, su rostro era un poema de cansancio y fastidio. Apenas abrió la puerta de su camarote, se topó de frente con Yara, que no había soñado con demonios, pero mostraba la misma cara de sapo muerto.
- Por todos los santos… - gruñó la cubana, sujetándose la sien - Me va a estallar la cabeza, hermana.
- A mí también… - contestó Grace, dejándose caer sobre su hombro - ¿No tendrás algún remedio de esos tuyos por ahí?
- Ahora mismo los preparo… si consigo llegar hasta la cocina, claro.
Avanzaban abrazadas, tambaleantes, como si treparan una montaña invisible. Fue entonces cuando Bhagirath asomó por el umbral de la cocina, con la sonrisa más amplia que permitía su bigote.
- ¡Buenos días, señoritas! - canturreó alegremente - ¿Precioso día, no les parece?
- ¡No chilles tanto, Bigotes! - replicó Yara, tapándose un oído.
- ¡Estamos enfermas, insensible! - se unió la capitana al lamento.
Antes de que pudieran reaccionar, por su retaguardia, un par de brazos como vigas las alzó por la cintura, arrancándoles un grito ahogado. Una carcajada poderosa retumbó en el pasillo.
- ¡No saber beber, amigas! - rió Yrsa, cargándolas como sacos de patatas - Yo arreglar. Remedio típico de Svalbard.
La nórdica pasó junto a Bharitah con amplia sonrisa, subió las escaleras de dos en dos, abrió la puerta de un cabezazo y la mortecina luz de la gruta fue tan intensa que ambas amigas tuvieron que cubrirse los ojos.
- ¿A dónde nos llevas, Yrsa? - protestó Grace, forcejeando.
- ¡Suéltanos, gigantona! - chillaba Yara, viendo con horror hacia dónde se dirigían.
Yrsa cruzó la cubierta y se detuvo en la barandilla. La tripulación entera se acercó, expectante.
- ¡Esto ayudar! - exclamó con sonrisa salvaje - Vosotras agradecer después.
- ¡No, Yrsa, no! ¡Detente!
- ¡No nos sueltes, por todos los cielos!
Choooooof!!!!
- ¡Borrachas al aguaaa! - rugió Macfarlane, tronchándose de risa.
Las carcajadas estallaron en cubierta, palmadas sonoras sonaban sobre la espalda de la giganta que observaba la escena con los brazos cruzados y aire satisfecho. Apenas unos segundos después, el gigante con cara de bonachón, metió una mano por debajo del agua, como si pescara un par de piedras en un río, sacó a Grace y Yara, dejándolas goteando sobre la madera de cubierta de nuevo.
Las dos se miraron un instante, empapadas, los pelos cubriendoles la cara mientras todos se acercaban. Yara sonrió primero.
- Ahora sí que pareces la reina de los sapos.
- Y tú pareces un perro mojado - Grace estalló en risas.
Sin más, se lanzaron la una contra la otra, tirándose de los pelos y soltándose manotazos entre gruñidos y carcajadas. La tripulación formó un corro alrededor, animando con vítores como si fuese un duelo a muerte.
- Ahhh… - suspiró Macfarlane, cerrando los ojos al lado de la amazona que miraba la pelea divertida - La vida del pirata es, sin duda, la mejor vida que hay.
Grace y Yara, todavía empapadas, se revolvían rodando por el suelo de la cubierta. Entre tirones de pelo y manotazos torpes, los golpes ya no tenían tanta fuerza; eran más empujones cariñosos que auténtica pelea. Reían entre dientes, jadeando, hasta que una sombra enorme se plantó delante de ellas.
Yrsa se agachó en cuclillas, mirándolas de frente con una sonrisa satisfecha.
- Yrsa tener razón - dijo orgullosa - Vosotras estar mejor ahora.
Grace y Yara se miraron de nuevo, deteniendose en seco. Y sin necesidad de palabras, la conspiración fue instantánea. Con un movimiento sincronizado, se abalanzaron sobre la nórdica y la tiraron al suelo.
- ¡Nooo! ¡Parar, parar! - gritaba Yrsa entre carcajadas, dejándose vencer mientras intentaba zafarse de sus amigas.
En ese momento Gláfur apareció trotando, olfateó la escena y decidió unirse a la refriega. El oso polar mordisqueó la ropa empapada de Yara, intentando arrastrarla de encima de Yrsa, mientras Gipsy daba saltos alrededor del grupo, lanzando manotazos en la cabeza de la giganta y escapando a toda velocidad cada vez que ella intentaba atraparlo con sus enormes manos.
Los chillidos y las carcajadas llamaron la atención del resto. Bum-Bum se lanzó de cabeza al montón, seguido de Briede, que rugía de risa mientras empujaba a unos y se defendía de otros. En cuestión de segundos, la cubierta del Red Viper se había convertido en una auténtica batalla campal, un amasijo de cuerpos, risas y gritos, cada cual empujando, rodando o revolcándose en pura diversión.
- ¡Oh nooo! ¡Que viene Mordisquitos! - chilló Yara al ver aparecer al gigante de ébano.
El coloso avanzaba con paso pesado, mostrando sus brillantes dientes de metal y gruñendo como un monstruo salido de una pesadilla.
- ¡Correeeeed! - gritó Grace.
Niños y mayores salieron disparados por la cubierta, los más pequeños escapando como flechas mientras Mordisquitos los perseguía con zancadas enormes, rugidos teatrales y carcajadas que hacían retumbar el barco entero.
Aivori, al lado de Macfarlane, sonreía con una alegría sincera al contemplar la escena. El caos juguetón en cubierta —niños, bestias y piratas entre risas— le pareció, por un instante, más propio de una familia que de una tripulación destinada a la guerra. Aunque todos sabían que se dirigían hacia las mismas puertas del infierno, aquel día, bajo la luz mortecina de la gruta, vivían como si nada pudiera tocarlos. Y en esa fugaz ilusión, la princesa comprendió que la fuerza del Red Viper no residía en su acero, sino en ese vínculo imposible que los mantenía unidos incluso frente al abismo.
De repente, una voz sonó desde la cofa. Todos esperaban el estridente grito del tuerto, aquel hombre de ojo certero que todo lo veía. Pero no. Halcón estaba demasiado ebrio incluso para mantenerse en pie. Esta vez la voz fue otra: fría, cortante, sin necesidad de alzar el tono. Una voz fantasmal, portadora de malas noticias, como el ángel de la muerte anunciando su llegada.
Grace alzó la mirada. Allí estaba, Akuma, recortada en la penumbra. Con esas tres palabras había desgarrado la felicidad del momento. Las carreras cesaron, las risas se apagaron, y en cubierta se hizo un silencio espeso, insoportable.
Uno a uno, todos se fueron agolpando en la proa, como si una fuerza invisible los empujara. Ante ellos se erguía la puerta del infierno. Un umbral colosal, hecho de piedra negra y fuego apagado, que parecía devorar la luz que se atrevía a rozarlo.
Incluso Bishnu, que hasta hacía un instante señalaba alegremente el trayecto al gigante mientras sostenía el mapa, cambió de rostro al instante. Sus ojos brillaron con un peso que los demás nunca antes le habían visto. Caminó despacio hasta la proa, sin apartar la vista del abismo. Porque él sabía —mejor que nadie— que aquel lugar no era solo un paso más en el viaje: era la oscuridad más antigua y peligrosa a la que un ser humano podía enfrentarse.
Ante ellos, emergiendo de la roca como una cicatriz imposible, se alzaba una abertura gigantesca. Una herida abierta en la piedra, tan vasta que la tripulación entera podía caber en su umbral sin llenar ni un fragmento de su sombra.
Y allí, cerrando el paso, se levantaba una puerta colosal. No tenía adornos, ni símbolos, ni estandartes. Nada que indicara un camino, un reino, o un dueño. Solo madera ennegrecida y acero corroído, encajados en una estructura tan descomunal que parecía forjada por titanes.
No era una puerta de entrada. Era una barrera, un muro que no pedía ser abierto, sino que gritaba en silencio que estaba allí para impedir que algo saliera. Como si más allá aguardara un monstruo, o un ejército de sombras, empujando desde dentro con siglos de furia contenida.
El viento que soplaba desde la grieta era pesado, húmedo, con un olor rancio a hierro y ceniza. No había antorchas, ni estatuas, ni un solo vestigio de humanidad en aquel lugar. Solo la inmensidad de la madera y el metal, y la certeza sombría de que lo que ocultaba era demasiado terrible para ser liberado.
La tripulación se quedó muda. Se sentían diminutos, reducidos a insectos frente a una muralla que parecía no tener fin. El eco de su propia respiración les devolvía la sensación de fragilidad. Incluso los más valientes bajaron la vista, temerosos de que la puerta los mirara de vuelta.
Grace apretó los puños. Aquella era la frontera. Más allá no había certezas ni esperanza, solo el terror de lo desconocido. Quería hablar. Quiso armarse de valor, levantar la voz y devolverle el coraje a su tripulación, como siempre hacía. Pero aquella visión… aquella puerta inmensa, ajena a toda medida humana, era tan poderosa que por un instante incluso la voluntad de hierro de la Víbora Roja pareció flaquear.
El navío se detuvo suavemente. Las manos del gigante dejaron de empujar. Con pasos pesados, casi solemnes, comenzó a avanzar hacia la puerta. El agua se agitaba a sus lados, levantando olas que lamían la borda del navío. La tripulación lo siguió con la mirada, muda, abrumada por la magnitud del momento.
El gigante se plantó ante el portón colosal. Incluso para un ser de su tamaño, aquella mole parecía infinita. Posó sus manos enormes sobre la madera ennegrecida, palpándola, como intentando comprender su historia. La olfateó, aspirando el olor rancio de los siglos. Luego, con la inocencia de un niño curioso, pasó la lengua sobre la superficie húmeda y áspera. Se volvió hacia ellos, sin apartar sus manos del portón, con los ojos muy abiertos y una sonrisa ingenua.
- Fruuurrrr… Fraiiiir… Froooorr…
Su voz retumbó en las paredes de la caverna como un eco eterno, arrastrándose grave y pesada. Las palabras sonaban antiguas, ajenas, como si pertenecieran a otro tiempo. Pero su rostro… su rostro era amable, casi infantil, como si todo aquello fuese un simple juego.
Grace buscó a Bishnu con la mirada.
El saco de huesos avanzó lentamente hasta ponerse a su lado, bajando la botella de ron de los labios. Sus ojos se clavaron en la puerta como si la reconociera de algún sueño antiguo.
- La puerta fue construida por sus antepasados - dijo con solemnidad - Dice que ese es el camino a casa.
Grace asintió. Su mirada volvió hacia el gigante, que permanecía esperando, inmóvil, como si aguardara una señal de ella. Y entonces los sintió, a sus compañeros, a sus hermanos, hombro con hombro. Notó su calor, su fuerza compartida. Poco a poco, la puerta dejó de parecer tan grande. El abismo dejó de ser tan profundo. No estaba sola.
A su lado estaban hombres y mujeres excepcionales. Guerreras, ladrones, piratas, asesinas y soñadores, unidos por un mismo destino. Duros e implacables, fuertes y resilientes. La tripulación que cualquier capitán habría deseado.
Sabía muy bien lo que aguardaba al otro lado: un umbral tenebroso, guardián de un dios portador de calamidades. Pero con ellos a su lado, el miedo perdió filo.
Grace clavó los ojos en la oscuridad y, con voz firme, habló:
- Entonces… volvamos a casa.
El gigante inclinó la cabeza, como si en verdad hubiese comprendido a aquella diminuta mujer de cabellos rojizos. No necesitó traducción alguna, su mirada hablaba por si sola. Su cuerpo colosal se tensó de pronto: los músculos, como montañas vivientes, se marcaron bajo la piel tersa, y con un bramido que resonó como un trueno en las profundidades, empujó el portón.
El estruendo fue colosal. La madera, vieja y cargada de siglos, gimió con un crujido que parecía un rugido. Los goznes invisibles chirriaron como bestias heridas. El eco retumbó en la gruta como si las paredes mismas se quebraran. El gigante apretó los dientes, rugiendo con la fuerza de un animal acorralado, su espalda arqueada como Hércules sujetando las columnas del templo.
El portón cedió. No del todo, apenas una apertura. Pero fue más que suficiente.
De repente, un tirón brutal lo sacudió. El coloso tambaleó hacia delante, y sin poder aferrarse a nada fue arrastrado, como si una garra invisible lo atrapara desde el otro lado. Su cuerpo inmenso se perdió en la oscuridad, tragado por ella sin remedio.
- ¡Giganteeeeee, nooooo! - gritó una marinera en la cubierta, pero ya era tarde.
El Red Viper entero se estremeció. La proa se inclinó hacia delante, y el navío comenzó a deslizarse cada vez más rápido, como si la gruta lo reclamara. Entonces Vihaan, adelantándose, se asomó sobre la borda y vio lo que ocurría.
- ¡Hay corriente! - bramó, señalando hacia abajo - nos arrastra un rio.
Los demás corrieron a mirar. El agua, ennegrecida, se movía bajo ellos con una fuerza oculta, girando y tirando como un remolino sin forma. No era el viento, ni la marea. Era la propia oscuridad que los arrastraba hacia sus entrañas.
- ¡Preparad cabos! - gritó Grace, dejando la proa y caminando erguida a través de cubierta. Su voz clara como una campana en medio del caos - ¡Atadlos a los mástiles, a la cubierta, a donde podáis! ¡Sujetad lo que tengáis y agarraos con todas vuestras fuerzas, porque vamos a entrar en el malditoooo infiernoooo!
Los hombres rugieron, y el valor regresó a sus pechos. Corrieron de un lado a otro, asegurando cuerdas, fijándolas a las maderas del casco, a las argollas, a los cañones. Algunos enrollaban cabos alrededor de los mástiles, otros improvisaban amarres en las barandillas. El sonido de nudos apretándose y sogas tensándose se mezclaba con el retumbar del agua que golpeaba contra las rocas invisibles.
El Red Viper avanzaba cada vez más rápido, arrastrado sin remedio. Ya no era un barco navegando: era un tronco a la deriva en un río bravo, precipitado hacia lo desconocido. El gigante había desaparecido en las fauces de la oscuridad, y nada quedaba de él salvo el recuerdo de su rugido.
Grace se sostuvo firme contra el timón, los cabellos rojos agitados por el viento húmedo y caliente que salía del umbral. Alzó la vista hacia adelante. Allí no había horizonte, ni estrellas, ni luz. Solo una negrura espesa, como si el mundo terminara en ese vacío, acompañada del estrépito del agua rompiendo contra la roca con violencia.
El Red Viper cruzaba ya el umbral del infierno.
- Capitana - dijo Macfarlane, casi riendo - ¡todo listo!
Grace lo miró un segundo, y en su rostro renació la seguridad. No iba a permitir otra vez un desastre como el que los arrastró hasta aquel mundo subterráneo. Quizás había sido necesario llegar, pero ahora no pensaba tolerar más daños en su navío. Estaba decidida a que el Red Viper pudiera navegar incluso en la más densa oscuridad.
- Avisa a Bum-Bum - ordenó, sin soltar el timón - ¡Que se haga de día!
El escocés asintió con una sonrisa desquiciada y salió disparado por la cubierta. Bajó a la bodega como un relámpago, corriendo entre marineros que cargaban barriles de pólvora, todos en la misma dirección. Y entonces lo vio. Aquel pequeño demonio.
Bum-Bum, con su piel marcada por el fuego y el rostro siempre oculto, dirigía a los hombres con una precisión sorprendente: señales rápidas de dedos, órdenes silenciosas, correcciones instantáneas. Parecía un capitán en miniatura, un niño que mandaba sobre lobos.
Por orden de la capitana llevaba días trabajando en una máquina extraña, un artefacto al que él mismo había bautizado como Taj’al Ahdir, “El día en la noche”. Lo había llevado todo en secreto, montando guardia para que nadie se acercase. Pues un mago que se aprecie, nunca revela sus secretos. Como dijo Akuma, el engaño y la sorpresa, son los mejores aliados.
Tan solo se lo había contado a una persona más. La única mujer capaz de domar el metal. El artilugio, creado con la ayuda de la formidable Yrsa, era simple en apariencia: una caldera central donde ya ardían brasas incandescentes, de la cual salían dos tubos metálicos como dos cuernos de toro, sus extremos perfectamente incrustados en la madera del Red Viper.
- ¡Bum-Bum! - bramó Macfarlane - ¡Necesitamos ver! ¡Haz tu magia, pequeño demonio!
El niño alzó la mirada, sus ojos negros chispeantes y divertidos. No dijo nada. Solo se puso en marcha con una seguridad escalofriante. Caminó hasta un arcón que custodiaba como si en él guardara el corazón del mundo. Cuando lo abrió, la oscuridad se quebró: una luz dorada estalló en la bodega, cegadora, como un amanecer atrapado en la madera.
Dentro había decenas de frascos redondos de vidrio, cada uno lleno de un líquido espeso que brillaba como rayos de sol líquidos. Dos marineros echaron paladas de pólvora en la caldera, que rugió con furia, escupiendo llamaradas incontrolables. El calor era insoportable, los hombres retrocedieron, cubriéndose los rostros. Pero Bum-Bum avanzó sin miedo. Las llamas parecían abrazarlo en lugar de quemarlo, como si fueran parte de él, como si lo reconocieran como igual.
Macfarlane tragó saliva, helado por la visión. Aquel niño no era humano.
Era puro fuego.
Con pasos firmes, el pequeño se acercó a la caldera rugiente. Levantó un frasco entre sus manos diminutas y lo arrojó dentro. El estallido fue inmediato. Cerró la compuerta de un golpe seco, y en ese instante, la oscuridad del mundo se quebró.
- ¡Dios santo! - gritó Grace desde el timón, al ver la explosión de luz.
Los marineros en cubierta cayeron hacia atrás, otros quedaron boquiabiertos. Aivori, aterrada, apretó a su hijo contra su pecho, como si temiera que aquel milagro se lo tragara. De los dos orificios en el Red Viper surgieron dos columnas cegadoras, no de fuego, sino de pura luz. Un fogonazo blanco y dorado que no se apagaba, que se mantenía como un sol contenido, bañando el mundo subterráneo.
La gruta, hasta entonces un abismo insondable, resplandecía ahora como el día más brillante. Aquel niño había encendido el sol en el corazón de las tinieblas.
- ¡Graceeeee! - gritó Vihaan, aferrado a un cabo en la proa - ¡Allí, a estriboooor! ¡Miraaaa!
La capitana giró la cabeza. El mar tranquilo que hasta entonces los había acompañado había desaparecido como un recuerdo lejano. Ante ellos se abría ahora un río descomunal, un torrente desatado que rugía como una bestia hambrienta. El agua chocaba con violencia contra las rocas, y el Red Viper descendía cada vez más rápido, cada vez más al límite. En medio de aquel río colosal, el gigante se aferraba a una roca, luchando desesperado por no ser tragado. Su enorme cuerpo se sacudía, tragaba agua, pataleaba como un niño contra la furia del abismo.
Grace sintió su corazón golpearle el pecho. Apretó los dientes y viró el timón con toda la fuerza de su cuerpo. Sus músculos ardían, la madera crujía bajo sus manos. Intentaba llegar a él, pero la furia del río parecía empujar en contra de cada esfuerzo.
- ¡Vamoooos, maldita seaaaaa! - rugió, apretando con rabia, a punto de reventar.
Entonces, dos manos más se cerraron sobre el timón.
- ¡Hagámoslo, mi capitana! - dijo Bhagirath con una sonrisa de acero.
Un segundo par de manos, blancas como el hielo, se unió de inmediato.
- ¡Juntos, empujar! - tronó Yrsa con determinación.
Grace los miró, y por un instante su rabia se volvió fuerza pura.
- ¡A la de tres, hermanos! ¡Una… dos… TRES! Tiraaaaaaaaad!
Las seis manos se aferraron al timón, tirando con un poder capaz de mover el mundo mismo si quisieran. La madera gimió, el barco crujió, pero resistió. En ese instante, Grace recordó a Diego, su maestro, y las palabras que le había grabado a fuego en el alma: “Un hombre solo puede hundirse en el mar… pero una tripulación unida puede cambiar la corriente misma.”
El Red Viper volaba más que navegaba, esquivando rocas que surgían como cuchillas de la nada, rozando con su quilla corrientes asesinas que amenazaban con volcarlo en cada cambio de rumbo. Cada crujido del casco parecía un presagio de desastre, pero el timón, empuñado por seis manos y una sola voluntad, lo mantenía vivo contra toda lógica.
El gigante alzó la cabeza, atrapado contra una roca, apenas resistiendo, sus brazos enormes luchando contra el torrente que lo arrancaba a dentelladas.
- ¡Aguanta, maldita sea, aguanta! - rugió Grace con los músculos desgarrándose del esfuerzo.
El bergantín giró como una fiera herida, la corriente golpeando su costado, levantándolo a un paso del desastre. Un milagro tras otro los mantenía en pie. Pasaron rapadimente al lado del coloso y cuando la popa estuvo a un suspiro de perderse para siempre, el gigante alzó sus manos desesperadas y se aferró al navío.
La madera gimió, el barco entero tembló como si fuera a partirse en dos. La proa se elevó, levantada por su peso, y la luz del Taj’al Ahdir iluminó por primera vez el techo de la caverna.
Fue entonces cuando se escuchó.
Un murmullo primero, un roce que se convirtió en grito, y luego un estruendo de mil gargantas abriéndose a la vez. Miles de ojos se encendieron en la oscuridad, brillando como brasas encendidas.
- ¡Qué demonios es esoooooo! - gritó Cortés, presa del pánico señalando hacía arriba.
Las sombras se soltaron del techo. Criaturas aladas, negras como la noche, cayeron en picado desde la bóveda como una lluvia de muerte. El primero aterrizó en cubierta, sus garras de acero aferrando a una marinera. La alzó como si fuera un muñeco y la arrojó al vacío, desapareciendo para siempre en la negrura. La proa golpeó de nuevo en el río, cayendo con violencia, lanzando a un español por la barandilla, perdiendose en las aguas turbulentas.
- Nooooooo! - gritó Cortés desesperado, al verlo caer.
Otro monstruo cruzó como un relámpago, arrancando a dos jóvenes marineros que gritaron antes de ser engullidos por la caverna.
- ¡¡Luchaaaaaaad!! - tronó la voz de Macfarlane, apareciendo en cubierta. Estaba desnudo, y todos supieron que aquello era buena señal.
Lo entendieron al instante. La furia del mar había despertado en él y hacía acto de presencia. Con un salto salvaje se lanzó a la espalda de un demonio alado, apuñalándolo una y otra vez en el vientre. Otro lo atacó por la espalda, pero el escocés lo agarró del cuello y lo estampó contra la cubierta. Una nagitana surgió como un espectro y le rebanó la garganta. Akuma también estaba allí, invisible pero mortal, luchando con la fuerza de dos mujeres.
Cortés y los suyos formaron muro, sus arcabuces y espadas brillando bajo la luz imposible. Sedientos de sangre por perder a un hermano. Resistieron cada embestida, una tras otra, sin bajar los brazos. Formaban un bastión de acero que mantenía a raya la oscuridad. De repente un demonio atrapó a un español por el cabello, alzándolo en vilo, pero un disparo seco lo derribó.
Halcón apareció, amarrado a la cofa, disparaba y recargaba con precisión letal, cada mosquete que dejaba a un lado sustituido de inmediato por otro cargado.
Bhagirath e Yrsa se cruzaron la mirada, un instante de silencio entre la tormenta. Él desenvainó su talwar, ella alzó su martillo. Avanzaron juntos, como amantes guerreros, una danza de acero y furia. Un martillazo pulverizó un cráneo, un tajo cortó en dos a otra bestia. Los marineros se agruparon junto a ellos, siguiendoles en su avanze inparable.
Un rugido azoto el viento y Mordisquitos irrumpió entre las alas negras de las bestias, arrancandoselas de cuajo y pisoteando con furia su craneo. Lanzaba puñetazos que parecían truenos, cada grito suyo una sentencia de muerte.
Gláfur de pié, mordía y desgarraba la carne como un demonio blanco. A su lado, la Amazona se movía con precisión implacable, cada golpe medido, cada paso una coreografía de muerte. Un cuerpo entrenado en la guerra incluso antes de aprender a hablar. Su espalda chocó contra la de Yara; ambas se miraron un segundo, con sonrisas encendidas, ojos brillando con el fuego del caos. Pólvora y acero. Fuerza y precisión. El baile de la guerra.
Grace lo sintió entonces. Algo dentro de ella ardía, un fuego que no era suyo, que le quemaba las entrañas y le daba vida. Cada gota de sudor, cada golpe de viento en el rostro, cada roca partida por el casco del Red Viper, la hacía más presente, más viva que nunca.
De repente un demonio pasó volando sobre su cabeza, sus garras rozando sus cabellos rojizos. Se agachó de golpe y una fuerte corriente de aire azotó a la criatura, que perdió el equilibrio. Cayó de bruces contra la cubierta, y antes de que pudiera levantarse, un bastón giró como un relámpago y le partió el cuello.
- ¡Pensaba que os negabais a quitar vidas, viejo! - gritó Grace volviendose a poner de píe.
- ¡Así es, capitana! - respondió el anciano desviando otro ataque con precisión quirúrgica - ¡Cualquier vida es valiosa, pero no dejaré que se lleven la suya!
Con un movimiento rápido, Bishnu derribó a otro demonio, desviando su vuelo y estrellándolo contra la cubierta. La bestia quedó inconsciente, retorciéndose.
- ¡Cueste lo que cueste! - añadió mirandola con fiereza, rematando al demonio antes de que volviera en sí.
La voz de la capitana rugió entonces por encima del caos, clara, cortante, hecha de hierro y fuego. Grace alzó la voz, desgarrándose los pulmones, su garganta un cañón de pólvora, cada palabra un disparo certero, cada latido un sable ondeando al viento.
- ¡¡¡Os veo luchar y solo puedo sentirme orgullosa!!!
Los hombres rugieron en respuesta, un estruendo de acero y furia. Akuma, cubierta de sombras, partió en dos a una bestia que se lanzó contra ella, el corte limpio, el rugido de la criatura ahogado en sangre y oscuridad. Un nuevo fogonazo de Bum-Bum iluminó las sombras, pero ella ya no estaba allí.
- ¡¡¡Que vengan mááááás!!! - tronó Grace - ¡¡Pues no los tememoooos!! ¡¡Demonios, pesadillas, engendros del infierno… aquí os esperamoooos!!
¡Aaaaaaah! - Yara giró sobre sí misma, un torbellino de pólvora, y en un solo movimiento despachó a dos demonios, bañada en sudor y sangre, su respiración jadeante, sus ojos en llamas.
Justo cuando levantó la cabeza, vió las fauces de un demonio de cerca, cogiendola de sorpresa. Pero al momento, las garras de Gláfur la rodearon cubriendola y las espadas firmes de la amazona cortaron en dos al engendro.
Grace volvió a gritar, su voz quebrando la noche, retumbando contra las paredes de la caverna.
- ¡¡¡Creen que pueden derribaaaarnooos!!! ¡¡Creen que pueden acabar con nosotros!!
Su risa resonó entonces, la carcajada de una loca, de alguien que había dejado el miedo atrás para abrazar la furia del destino.
- ¡¡¡Insensatoooos!!! ¡¡No saben a quién se enfrentan!!!
Aquellas palabras incendiaron los corazones de todos los presentes. Una mecha encendida que estalló en cada pecho, transformando el terror en fuerza, el dolor en rabia, la duda en voluntad. Las manos se cerraron en puños, los dientes se apretaron, los ojos se afilaron como cuchillas.
Y entonces, como si fueran una sola criatura, la tripulación del Red Viper dejó de resistir el embate.
Ya no se defendían, ya no resistían los ataques.
Ahora ellos, eran la tormenta.
Todos luchaban como uno, y uno luchaba como todos. La tripulación del Red Viper no era un grupo desordenado de marineros y aventureros; era un solo corazón latiendo, un mismo puño golpeando, una única bestia rugiendo contra la oscuridad.
Yrsa avanzaba en primera línea, su martillo de guerra brillando bajo la luz artificial de la magia de Bum-Bum. Cada golpe era un trueno, cada impacto un hueso roto. Una bestia alada cayó con el cráneo destrozado y ella rugió, levantando su arma, la sangre negra chorreando por su brazo como si fuera pintura de guerra.
Aivori, más ágil y rápida, danzaba entre las criaturas. Con una espada corta en cada mano, se movía con precisión letal, como si el acero formara parte de sus venas. Atravesaba gargantas, cortaba alas y volvía a cubrir a los suyos antes de que el enemigo pudiera reaccionar. En un instante estaba delante de Gláfur, en el siguiente a la espalda de un marinero a punto de ser arrastrado al vacío. Parecía moverse al mismo ritmo que la asesina, era sin duda una princesa guerrera, bella y letal.
Cortés, firme como una muralla, blandía su alabarda con disciplina férrea. Sus hombres se alineaban a su lado, un muro de acero que repelía con estoicismo los embates. Cuando una criatura se abalanzó sobre ellos, el español hundió la hoja de su arma en su pecho y con un giro brutal lo lanzó contra la madera de la cubierta. Era el bastión, el punto de apoyo sobre el que se sostenía el resto.
Bhagirath, a su lado, era un río de furia contenida. Su talwar danzaba en círculos, cortando alas y desgarrando carne. Un demonio le saltó encima y él, en un movimiento de pura fuerza y maestría, lo agarró del cuello, lo levantó como si no pesara nada y lo atravesó de un tajo del hombro a la cadera. Su bigote brillaba en medio de la sangre, como si cada muerte fuera una oración cumplida.
Por encima de todos, en lo alto de la cofa, Halcón disparaba sin descanso. Cada mosquete que dejaba humeando era reemplazado por otro ya cargado, que le alcanzaba Gipsy. Sus disparos eran fríos, exactos, quirúrgicos. Un ojo, una garganta, un ala extendida. Nunca fallaba. Sus balas eran la diferencia entre un hombre devorado y otro que seguía peleando.
Y en medio de aquel caos, Grace. Sus cabellos ondeaban como una llama encendida, no era solo locura, era voluntad pura. A cada enemigo que caía bajo las hojas de sus hombres, un rugido se elevaba de su boca, y cada grito los hacía más fuertes, más imparables. Era más que una capitana: era el faro que iluminaba aquella batalla infernal.
El Red Viper entero era un destino. Y aquella voluntad, por primera vez, hizo retroceder a las bestias del abismo.
- Graceeeeee! - gritó Vihaan desde la proa, aferrándose con fuerza a un cabo.
Ella alzó la vista y lo vio allí, peleando junto a los demás. Su flor de lis danzaba como la picadura de una avispa, atravesando la cara de un demonio que abría sus fauces para engullirlo. Sin perder tiempo, gritó.
- ¡Vira a estribooooor, rápidoooo! ¡Nos acercamos a un precipiciooooo!
- ¡Capitaanaaaaa! - corroboró Halcón desde la cofa - ¡El río terminaaaaaa!
Grace alzó la vista al abismo que se abría ante ellos. El bastón de Bishnu repelía los ataques de los demonios que intentaban llevársela, mientras un nuevo fogonazo estallaba desde la máquina de Bum-Bum. La luz se intensificó de manera deslumbrante, cegando a varios monstruos helados y lanzándolos a las aguas turbulentas.
Frente a ellos, el río terminaba, ya no seguía recto; se bifurcaba a la derecha y descendía en espiral alrededor de un gran agujero, como un vórtice dispuesto a tragarse todo lo que se acercara. Las paredes de roca húmeda y oscura reflejaban la luz de los fogonazos como relámpagos atrapados, y los fragmentos de madera y ramas flotaban violentamente hacia el vacío.
- ¡Necesito manos fuertes aquí! ¡Ahoraaa! - gritó Grace, clavando los ojos en la proa.
Mordisquitos corrió hacia ella, seguido de Yrsa. Entre los tres, empujaron y giraron el timón con músculos tensos al límite, luchando contra la corriente que parecía viva, decidida a arrastrarlos. Cada segundo que pasaba los acercaba más al borde del abismo; cada giro era un milagro que los mantenía a flote.
- ¡Fruuuur friiiir freoirrrrr! - chilló Bishnu, su voz atravesando el rugido del río y el viento que azotaba la cubierta.
El gigante, hasta entonces aferrado a la popa, arrastrado por la corriente, reaccionó. Su rostro infantil se endureció; con un esfuerzo colosal, se levantó lentamente, sus rodillas rasgadas por el fondo del rio, por un momento el barco pareció detenerse. Rugió de dolor, pero no desistió. Primero una pierna, luego la otra. Sus enormes pies se clavaron en el lecho del río; las piedras crujieron y saltaron bajo su peso, mientras sus músculos se tensaban hasta el límite. Cada fibra gritaba de dolor, pero él resistía, luchando contra el tirón de la corriente.
- ¡Ahoraaaaaaa! - rugió Grace, uniendo su voz a la de Yrsa y Mordisquitos en un solo grito de desafío.
Los seis brazos se unieron, empujando el timón con fuerza descomunal. La madera crujía y temblaba, los dientes de los dos gigantes chasqueaban de esfuerzo, y lágrimas de tensión recorrían sus rostros. Poco a poco, el Red Viper comenzó a virar a estribor, desviándose de la mortal caída hacía el vacio, dirigiendose a la nueva corriente. La proa se levantó ligeramente sobre las aguas, iluminando con el fogonazo de Bum-Bum el techo de la caverna. Por un instante, todo pareció detenerse; el gigante, el barco y la tripulación estaban aún unidos, desafiando la muerte al borde del abismo.
- Vamos, vamos, vamos! - repetía Grace mientras la proa del Red Viper se acercaba cada vez más a la nueva corriente.
El barco se puso en transversal, inclinadose peligrosamente, la borda de vabor cayendo cada vez más hacia las aguas turbulentas. El gigante pareció perder el equilibrió pero rapidamente clavó la pierna de nuevo con fuerza entre dos rocas, estabilizando el navío con un esfuerzo sobrehumano. El agua se arremolinaba y caía por estribor, cruzando la cubierta y desbordándose por vabor. Los hombres perdieron momentáneamente el equilibrio, pero se aferraron con uñas y dientes a los cabos, luchando por no ser arrastrados.
- ¡Un poco más, gigante! ¡Tú puedeeees! ¡Vamoooss, empujaaaa! - gritó Grace, ahora sujetándose al timón más que manejándolo, para no caer al vacío.
El Red Viper estaba al borde de la oscuridad absoluta. Los marineros, suspendidos entre el cielo y el abismo, golpeaban la madera agarrados a los cabos, suspendidos en el aire, mientras sus ojos se clavaban en la garganta del infierno: una oscuridad tan profunda que parecía albergar únicamente horrores. Uno de ellos resbaló; sus manos mojadas no encontraron asidero. Akuma, desafiando a la gravedad saltó hacía él, pero sus dedos tan solo se rozaron. Todos lo vieron caer, gritando, perdiéndose en el vacío insondable.
El gigante rugió, un sonido que mezclaba dolor y furia. Con un último empujón descomunal, mandó el navío hacia la nueva corriente. Pero para ello tuvo que soltarlo. Entonces, la corriente lo lanzó violentamente, haciéndolo tambalearse al borde del abismo. Cuando parecía que sería engullido, ocurrió algo que nadie olvidaría jamás.
Un grito feroz, repetitivo e incesante, rasgó la tensión del momento. La amazona de cabellos dorados y mirada firme cruzó la cubierta con fuerza ancestral, haciendo girar en el aire un garfio atado a un cabo. Con precisión y rapidez, llegó a la popa y lo lanzó lejos, muy lejos; el garfio surcó la gruta, silbando como una flecha y enrollándose alrededor de una roca que descendía del techo. La cuerda se movía sobre cubierta como una serpiente viva. Aivori la tomó al vuelo, sujetándola con firmeza. El gigante al ver la cuerda tensada se agarró por instinto. Y al hacerlo, Aivori gritó, apoyó sus dos pies descalzos sobre la borda de popa, tirando todo su cuerpo atrás para no ser arrastrada al mar.
- ¡Tiraaaaaad! - gritó Grace - ¡Ayudadlaaaaa!
Los hombres se pusieron en fila detrás de la amazona, agarrando el cabo con decisión y tensión, mientras el gigante, a punto de caer al precipicio, se aferraba con ambas manos a la cuerda. Sus pies se clavaban en la piedra resbaladiza, los dedos arañando el vacío. La fuerza del gigante al agarrarse y la corriente intentaba arrastrarlos, pero los marineros luchaban con fuerza titánica, tensando la cuerda al máximo. Pero no era suficiente.
- ¡Soltaaaad el anclaaaaaaa! ¡Rápiddoooooo! - ordenó Grace.
Vihaan y dos nórdicos acudieron velozmente. El ancla cayó al suelo, deteniendo el avance del navío y ofreciendo un respiro momentáneo.
- ¡Ahoraaaaaa! ¡Todos juntooooosss! - gritó la capitana soltando el timón.
Nadie se quedó quieto. Cada marinero, con la respiración contenida, tiró con toda su fuerza, luchando contra el peso del gigante y la corriente diabólica que lo empujaba. Mientras tanto, los engendros continuaban atacando sin piedad. Bishnu saltó a cubierta, moviendo su bastón en círculos, creando corrientes de aire que desviaban a los demonios, erigiendo un muro místico de protección a su alrededor.
El Red Viper, temblando bajo el peso del caos y la oscuridad, se detuvo en seco, cada metro que no avanzaban era una victoria sobre el abismo, el río y los horrores que querían engullirlos.
El gigante se agarraba a la cuerda tensada con todas sus fuerzas, inclinando su enorme cuerpo hacia adelante. El agua le llegaba hasta la cintura, el abismo parecía llamarlo.
- Resistiiiiiid! - gritaba Grace. Todos haciendo un esfuerzo imposible.
El gigante giró la cabeza y vio a sus diminutos amigos resistiendo todo su peso, gritando de furia para evitar que cayera. El Red Viper permanecía quieto en la corriente, resistiendo la embestida como un coloso de madera y acero.
Con pasos lentos pero seguros, empezó a avanzar hacia ellos, sujetándose de la cuerda que chirriaba y gemía bajo la tensión extrema.
- ¡Vamoooosss chiquitiiiiin! - gritaba Grace, al borde de sus fuerzas - ¡Un poco máaaas!
- Ya casi lo tieneees vamoooos! - animaba Yara a su espalda.
El gigante estaba casi a su alcance cuando un crujido seco se escuchó: el ancla se rompió. El Red Viper salió disparado. La cuerda se destensó de golpe y todos cayeron al suelo, agarrándose a lo que podían. Pero en el último instante, el gigante reunió todas sus fuerzas, dio un salto colosal hacia la nueva corriente y desapareció entre el rugido del río.
Grace se levantó rápidamente, aferrándose al timón. A su izquierda se extendía el vacío. El río descendía en espiral alrededor del abismo, arrastrandolos con fuerza implacable.
- ¡Cuidadoooo, capitanaaa! - gritó Macfarlane, pero la fuerza del impacto lo lanzó por el suelo, lejos del timón.
El navío, descontrolado, se acercó demasiado a la pared de roca. Alejandose del hoyo sí, pero chocando fuertemente contra el muro del otro extremo. Cada roce arrancaba astillas de madera como si fueran virutas, marcando el barco con grietas profundas. Grace intentó girar el timón, pero la pared se lo impedía, como si la misma fuerza de la cueva la empujara contra ella. Destrozando con furia el costado del bergantín.
Entonces, una mano colosal apareció entre el barco y la pared. El gigante, en un acto de fuerza y desesperación, agarró el Red Viper con todas sus fuerzas y lo levantó un instante, pasando sus piernas por debajo y dejandolo sobre sus muslos, utilizando su propio cuerpo como una barrera. La corriente lo arrastraba con violencia, mientras las rocas del lecho le cortaban las piernas y la piedra de la cueva rasgaba su espalda, arrancándole la piel y dejando que sus gritos resonaran como un trueno.
Caían, y seguían cayendo, rodeando aquel hoyo inmenso. Cada vez más rápidos cada segundo vivos un milagro. Los gritos del gigante se mezclaban con los fogonazos de luz que iluminaban la oscuridad, revelando el río furioso, las rocas cortantes y la tripulación aferrada con uñas y dientes. La tensión recorría cada pulgada del cuerpo de Grace, cada fibra del Red Viper vibraba con la lucha por sobrevivir, y aun así, la voluntad de la capitana permanecía inquebrantable.
El descenso era imparable. La espiral parecía no tener fin. El gigante había dejado de chillar, desmayado por el dolor; su cuerpo se movía como un muñeco de trapo gigante, golpeado por las piedras, pero aun así manteniendo a todos a salvo.
La tripulación seguía luchando contra los engendros alados, que llegaban en oleadas cada vez más pequeñas, pero cuyos ojos rojos continuaban acechando sin descanso. Parte de los hombres y mujeres se amarraba a la barandilla con todas sus fuerzas, mirando el abismo eterno que parecía no terminar jamás. Gritaban desesperados, sin saber cuánto tiempo llevaban cayendo. ¿Horas? ¿Días? ¿Semanas? Tan solo percibían que aquel descenso interminable los consumía lentamente.
El cansancio era absoluto. El sueño los azotaba como agujas punzantes clavándose en sus cabezas. La luz eterna de Bum-Bum se apagó por un instante; pero antes de que pudiera volver a introducir uno de sus frascos mágicos en la caldera, todo cambió de repente.
La corriente disminuyó, suavizándose poco a poco. Lentamente, la caída se volvió calmada. Los demonios, con un gruñido agudo, retrocedieron como si huyeran despavoridos. Un nuevo fogonazo de la máquina iluminó la oscuridad y todos alzaron la cabeza, asombrados por la magnitud de lo que tenían delante.
Ante ellos se abrió una bóveda de dimensiones imposibles. La luz no alcanzaba a ningún límite; solo podían ver la inmensidad de un mar oscuro, tan negro como la noche, cuyas aguas permanecían inmóviles bajo el Red Viper, como un manto de seda perfectamente liso.
Grace observó cómo el gigante se separaba del barco y caía tendido sobre las aguas oscuras, pero no se hundió. Permaneció sobre la superficie como si esta fuera sólida. El Red Viper se detuvo, sin corriente, sin brisa, envuelto en la más inmensa oscuridad y un calor abrasador que parecía querer devorarlos y ahogarlos a la vez.
De repente, Bishnu saltó del navío. Todos se acercaron corriendo a la barandilla para verlo, conteniendo la respiración. Desde cubierta, parecía una visión bíblica: el anciano caminando sobre el agua, con su bastón a un lado, avanzando con paso firme hacia el gigante que, de espaldas, reposaba sobre aquella superficie oscura. La luz iluminaba su espalda, mostrando heridas profundas, llenas de sangre; un espectáculo que heló la sangre de todos, temiendo lo peor.
- ¡Maldita calor! - gruñó Macfarlane, aún desnudo, el cuerpo cubierto de sangre oscura - ¡Es como si quisiera arrancarme la piel!
Grace lo sintió, el sudor brotando de su frente como un río incontrolable. Los hombres bebían sin descanso, mientras los barriles se vaciaban a su alrededor, entrando en sus gargantas y expulsada al instante por los poros de su piel en un espectáculo casi sobrenatural. La tensión era absoluta.
Entonces, la puerta debajo del puesto de mando se abrió de golpe. Dos marineros salieron corriendo, sujetando telas entre sus brazos. Detrás, Bum-Bum los seguía, manteniendo el equilibrio con asombrosa destreza mientras cargaba frascos de cristal llenos de un brebaje azul marino brillante.
Con rapidez les indicó a los marineros que dejaran las telas sobre la cubierta y, sin perder tiempo, comenzó a derramar aquel extraño líquido sobre ellas. Grace, Yara y algunos marineros se acercaron con curiosidad, observando cada movimiento del pequeño alquimista.
- ¿Qué haces, pequeño? — preguntó Grace al borde del desmayo, empapada de sudor.
Bum-Bum se puso de cuclillas frente a ella, seleccionando una de las telas y ofreciéndosela con los ojos abiertos, brillantes de urgencia. Grace la tomó, y al tocarla, un escalofrío recorrió su cuerpo; era como rozar la superficie de un glaciar.
- ¿Quieres que me lo ponga? ¿Es eso? - preguntó ella, extrañada.
- Ahdir iri’ahdar sulhama’dehan! Ves… vestir… tú vestir! - contestó el niño, nervioso pero firme.
Briede, el hijo de Aivori, estaba a su lado, vestido igual que Bum-Bum, cubierto hasta la cabeza, con los ojos asomando entre las telas como dos faros atentos. Grace se cubrió con la túnica, y Yara hizo lo mismo. De inmediato, la sensación abrasadora desapareció por completo; un frescor reconfortante envolvió sus cuerpos, como si un manto de aire helado y limpio hubiera descendido sobre ellos.
- ¡Rápido! - gritó Grace a todos, asombrada por aquella magia - ¡Poneros las túnicas, no perdáis más tiempo!
Los marineros comenzaron a vestirse con rapidez, ayudándose unos a otros. Grace y Yara se ayudaron mutuamente a atarse los cinturones y a colocarse los pañuelos sobre la cabeza.
- Este niño… - dijo Grace, observando cómo Bum-Bum daba saltos y aplaudía entre los marineros - realmente, es una caja de sorpresas.
La magia de aquel diminuto alquimista, que no se alzaba más de dos palmos del suelo, les había vuelto a salvar la vida. La tela era suave y ligera, abrazando su piel con comodidad, liberando un aroma fresco a hierbabuena que calmaba el calor abrasador y el cansancio extremo.
Cada respiración se sentía más clara, cada movimiento más seguro, y un alivio casi físico se extendió por todo el Red Viper: habían sobrevivido a la fuerza del río infernal, y ahora podían enfrentar lo que viniera con una frescura y energía renovadas.
Macfarlane, que al principio había rehusado vestirse, finalmente cedió bajo la insistencia del resto. Se cubrió a desgana, ajustó el cinturón y se quedó unos instantes quieto, contemplando la escena con los ojos llenos de asombro.
- ¡Maldita sea, pequeño demonio! - soltó entre carcajadas - ¡¿Qué clase de magia es esta?! - empezó a dar pequeños saltos - ¡Tengo las pelotas fresquitaaaas!
Las risas estallaron por toda la cubierta. Siguiendo la recomendación del escocés, muchos comenzaron a despojarse de sus ropas empapadas, dejando que el fresco toque de la tela se deslizara sobre su piel sudada y cansada. El alivio se sentía casi espiritual, como si un soplo de aire helado les hubiera devuelto la energía.
Vihaan, ya cubierto también, observó al anciano Bishnu, que permanecía quieto frente al gigante, acariciando su propia mejilla con la mano huesuda, contemplando la magnitud del momento. Sin perder tiempo, tomó una de las telas del suelo y se dispuso a saltar de cubierta. Dudó por un instante, consciente del peligro de aquel mar negro e infinito, pero finalmente se lanzó.
Al hacer contacto con el agua, se tambaleó, el corazón encogido, pero no se hundió. Dio un par de pasos sobre la superficie oscura, como un explorador avanzando sobre un lago helado, antes de lanzarse corriendo hacia el anciano. Cada paso sobre aquel mar impenetrable era una mezcla de asombro y tensión, y por primera vez en horas, la tripulación respiró con un alivio renovado al ver que la magia de Bum-Bum los sostenía a todos.
- Póngase esto, anciano, se sentirá mejor! - le dijo el jóven astrónomo.
El viejo, sin apartar la vista del gigante, le entregó su bastón y se despojó de su túnica. Su cuerpo era un mapa de la privación: más huesos que carne, con la piel adherida a costillas y clavículas como pergamino viejo. La falta de alimento y los años de vida dura se marcaban en cada línea de su piel, pero su agilidad permanecía intacta. Con movimientos sorprendentemente veloces, se colocó la nueva túnica y, con la ayuda de Vihaan, se cubrió la cabeza con el pañuelo, dejando que el fresco contacto de la tela le devolviera un ápice de fuerza.
- ¿Está bien? - preguntó Vihaan, asegurándose de su estado.
- No muerde el fuego, pues amado por el hielo está. La sombra crece de afuera a dentro, el mar aúlla, la montaña acude - respondió el anciano con voz serena pero cargada de presagio.
Vihaan comprendió que el viejo hablaba del gigante, no de sí mismo. Aun así, la calor incesante de aquel mundo había evaporado cualquier rastro de alcohol, y la maldición parecía caer de nuevo sobre él. Sus palabras adquirieron un aire críptico, un extraño sinsentido cargado de advertencia.
- ¡Yaraaaa! ¡Rápidoooo! - gritó Vihaan - ¡Necesitamos tus manos sanadoras!
La cubana alzó la cabeza, sin dudarlo corrió hacia el mar y saltó. Con el zurrón atado a la cintura corrió hacía ellos, escaló por la pierna del gigante, que descansaba pesado sobre la superficie oscura del agua. Sus ojos se abrieron al ver el lienzo de dolor que era la espalda del coloso: heridas abiertas, pus, carne rasgada que dejaba ver los huesos en algunas partes, un mapa de tortura y supervivencia que parecía imposible de sanar. Mientras los marineros se atrevían a pisar agua firme, algunos aprovecharon para explorar los alrededores, evaluando la infinidad del abismo y la oscuridad que los rodeaba, sin alejarse demasiado del bergantín. Otros, junto a Yrsa, examinaban con preocupación los daños del Red Viper, que, como ellos, había sangrado y sufrido en cada combate.
Bum-Bum y Brierde pasaron una túnica sobre Gláfur, que permanecía sobre la cubierta entre lamentos. Al sentir el frío, el oso gruñó, percibiendo el frescor de su hábitat natural regresar poco a poco. Con Gipsy tuvieron más dificultades: el pequeño capuchino se escabullía entre los marineros, gruñéndoles, como resistiéndose a cualquier control. Los niños lo perseguían, más como un juego que con urgencia. Finalmente, en un intento de huida, Gipsy se escondió detrás del hocico de Gláfur; el oso lo empujó suavemente con un brazo bajo la túnica. Los niños se arrodillaron para observar al pequeño mono, y tras unos momentos, Gipsy asomó la cabeza, les gruñó y volvió a esconderse, jugando con ellos sin miedo.
Grace, junto a una de las dos Akumas, avanzaron hacia el gigante, el corazón lleno de preocupación. Subieron por su espalda hasta unirse a Yara, que ya empezaba a preparar sus ungüentos con la eficiencia de alguien acostumbrado a salvar vidas en medio del caos.
- ¡Necesito hilo! - dijo Yara, examinando las heridas abiertas - ¡Mucho hilo! - sonrió en una media mueca, mezcla de concentración y preocupación.
- ¡Ten! - respondió Akuma, dejando cuidadosamente a un lado de los cuencos un rollo intacto de hilo de pescar. Luego, abrió su estuche de sanación, sacó sus agujas y comenzó a limpiarlas con un aceite especial, preparando todo con precisión silenciosa, como si cada gesto contara tanto como el siguiente.
- Yara, tienes que salvarle la vida - murmuró Grace, acariciando la espalda del gigante - Él nos la salvó a nosotros, ¡se lo debemos!
- Haré lo que pueda, Grace - refunfuñó la santera - No puedes pedirme lo imposible, no soy una diosa que pueda devolver la vida, solo soy…
Grace la agarró del hombro y la miró fijamente a los ojos.
- Eres mucho más que una diosa - dijo con convicción - Eres Yara Adeyemi, la escogida de los orishas, la bruja inmortal que rehúye la muerte y detiene el tiempo…
Yara sonrió, negando con la cabeza, y volvió a su trabajo con una sonrisa que mezclaba determinación y ternura.
- Y no estás sola - añadió fría Akuma, colocando su mano sobre el otro hombro de Yara.
Las tres se miraron un instante. Juntas podían hacerlo. Juntas salvarían a aquel gigante.
Juntas.
Continuará…