Un viaje inesperado

Yo no la he querido volver a ver por el final, que me dolió mucho.
Es duro sí! Te parte el corazón, pero es precioso al mismo tiempo.
Mis pelis favoritas son las que tienen estas escenas tan épicas. Como por ejemplo en el Señor de los Anillos, la carga de los Rohirrim en los campos de pelenor. Buuuuf! Esa escena del rey Theoden gritando Muerteeeeee! Impresionante.

Y sobretodo me gusta en el abismo de Helm, cuando el rey Theoden parece rendirse y Aragorn lo empuja a luchar.
-demasiada muerte. Que pueden hacer los hombres ante tan aciago destino?
-cabalgad conmigo. Resistid y enfrentarlos
-por la muerte y la gloria
-por Rohan. Por vuestro pueblo

-si. Si. El cuerno de Helm resonará en el abismo, una última vez. Ha llegado la hora de empuñar juntos el acero. Olvidado coraje, despierta. Ahora por ira, holocausto y rojo amanecer. A ellos Eorlingaaas!

Y cargan de frente, sin miedo a la muerte. Es que lo recuerdo y se me ponen los pelos de punta.
Puto Tolkien de los cojones, que bueno era escribiendo.
 
Capítulo 24 - Horror en la cima de la isla púrpura: los demonios del polvo

Los valientes aventureros ascendían la montaña, y con cada paso el aire se volvía más denso, sofocante, como si aquel mundo subterráneo se negara a dejarlos respirar. El calor se pegaba a la piel, haciendo que el sudor resbalara por la espalda y empapara la ropa. Grace y Yara encabezaban la marcha, deteniéndose de vez en cuando para contemplar el paisaje que se abría ante sus pies: grietas iluminadas por líquenes fosforescentes, cascadas de agua oscura y estalactitas que colgaban como colmillos de un mundo descompuesto.
  • ¡No puedo con este calor! - masculló Yara, abriendo un par de botones de su vestido y abanicándose el pecho empapado de sudor.
  • ¿Y me lo dice una caribeña? - rió Grace, igualmente sudada, mientras se apartaba mechones de cabello pegados a la frente.
  • Ya me queda poco de eso, amiga - respondió Yara, levantando un poco el vestido para dejar al descubierto sus muslos bronceados - Demasiado tiempo en Bristol, supongo.
Ambas rieron, y por un instante dejaron de lado la preocupación de la travesía.
Detrás, Vihaan, Macfarlane y Cortés seguían de cerca, llevando las riendas de los tres caballos que los acompañaban.
  • Madre mía - susurró Cortés, mirando los muslos de Yara con una sonrisa ladeada - Lo que daría por pasar una sola noche con esa mujer.
Vihaan y Macfarlane sonrieron ante sus palabras.
  • Anda con ojo, español - gruñó Macfarlane - Como te escuche el africano, quizás te arranque la cabeza de un mordisco.
  • ¿Qué más me da morir? - respondió Cortés, divertido - A cambio de poder estar entre sus piernas… valdría la pena, te lo aseguro.
A la cola de la expedición, Yrsa y Akuma caminaban en silencio. La nórdica observaba a la japonesa, que no apartaba la mirada del acantilado.
  • ¿Tener miedo a altura? - preguntó Yrsa, rompiendo el silencio.
  • No - respondió secamente Akuma, fija en el puente que habían cruzado y que empezaba a quedar muy abajo.
Yrsa siguió los ojos rasgados de la silenciosa mujer y comprendió al instante su preocupación. Una cosa era enfrentarse a animales salvajes; otra muy distinta era enfrentarse a mentes pensantes. La ley de los hombres, más cruel que la naturaleza, podía ser despiadada.
  • No preocupar - susurró Yrsa, clavando su mirada en la cima que cada vez estaba más cerca - Si estar juntos… ¡nosotros sobrevivir!
La subida se volvió cada vez más dura. La montaña parecía viva: la roca estaba húmeda y resbaladiza, y un calor pegajoso los envolvía como un manto que no dejaba respirar. La vegetación crecía descontrolada, hojas enormes y brillantes que se movían con un susurro extraño, como si los ojos de la isla los siguieran. Cada paso requería esfuerzo; las raíces se enredaban en los tobillos y pequeñas piedras caían por la pendiente con cada movimiento. El sudor se mezclaba con el polvo y el musgo húmedo, y el aire estaba cargado de un olor a tierra caliente y vegetación putrefacta.

Grace y Yara, avanzaban con pasos seguros, pero con los sentidos alertas. Sus miradas recorrían el paisaje de roca y vegetación fosforescente, buscando cualquier indicio de peligro. Detrás, Vihaan, Macfarlane y Cortés cargaban con los caballos, atentos a cada resbalón y pendiente. Yrsa y Akuma cerraban la columna, sus ojos escrutando la espesura de la montaña y el aire cargado, sintiendo cada vibración de aquel mundo que parecía querer aplastarlos.

De repente, Grace y Yara se detuvieron de golpe. Sus cuerpos se inclinaron hacia un lado del camino, ocultándose tras una roca cubierta de musgo. Los ojos de ambas mujeres brillaban con concentración, tensos y alertas.
  • ¡¿Qué sucede ahí delante?! - gritó Macfarlane, su voz retumbando en la montaña.
Pero las dos amigas solo levantaron un dedo ante sus labios, y con gestos claros le reclamaron silencio. Sus manos señalaron la dirección en la que sus ojos seguían cada movimiento imperceptible, y su respiración se volvió contenida, casi sincronizada. Era una orden muda: ni un sonido, ni un movimiento.

El grupo se congeló al instante, conteniendo la respiración. Cada músculo tenso, cada oído pendiente del más mínimo ruido. La montaña parecía cerrarse sobre ellos, y por primera vez desde que habían partido, todos sintieron que aquel mundo subterráneo no era solo peligroso… sino consciente de su presencia.

Vihaan aceleró el paso, la mano derecha descansando sobre la empuñadura de su espada. Susurró, apenas audible, preguntando qué sucedía, y se colocó al lado de Grace.
  • Mira - contestó ella, señalando hacia delante con un leve gesto.
A unos metros, la vegetación se abrió dejando ver una aldea inesperada. Construcciones rústicas, de madera y paja, se erguían dispersas, evocando aldeas africanas o tribus perdidas en el tiempo. En el centro, una gran fogata apagada despedía restos de ceniza negra. No había rastro de vida. Las casas parecían abandonadas desde hacía décadas, y la atmósfera estaba cargada de silencio, como si la misma montaña contuviera la respiración ante aquel lugar olvidado.
  • Shhht… shhht - dijo Yara intentando llamar su atención desde el otro extremo del camino - ¡Graceee! - llamó suavemente, apuntando hacia arriba.
La capitana alzó la vista siguiendo la dirección del gesto de Yara. Entre las copas de la vegetación, brillaba un manantial que descendía en cascada desde lo alto de la montaña. Sus aguas cristalinas caían sobre rocas irregulares, formando charcos que reflejaban la luz fosforescente del entorno. El sonido del agua, aunque distante, era como un canto en medio del silencio inquietante de la aldea.
  • Hay que cruzar - dijo Vihaan, señalando el manantial con decisión - Es nuestro único acceso.
  • Es verdad… No hay otro camino - masculló Grace, examinando los alrededores en busca de rutas alternativas. Sus ojos recorrían cada sombra, cada recoveco, buscando un posible atajo.
Se giró hacia los demás y, con gestos firmes, les indicó que avanzaran en silencio y despacio. Cada paso debía ser medido. Cada movimiento, vigilado. Debían abrir bien los ojos y permanecer alerta, listos para reaccionar ante cualquier peligro que pudiera surgir de aquel lugar que parecía muerto… pero que, de algún modo, los observaba.

Avanzaron entre las construcciones rústicas con cautela, el suelo crujía bajo sus botas y las piedras húmedas resbalaban con cada paso. Vihaan y Cortés caminaban cerca de los caballos, manteniéndolos tranquilos y atentos a cualquier ruido que pudiera delatar su presencia.
Akuma, ágil y silenciosa como un felino, se acercó a la hoguera apagada. Extendió la mano sobre las cenizas y la retiró. Luego, con un gesto rápido, giró hacia Grace y le hizo una señal para que se acercara.
  • Aún están calientes - susurró.
  • ¡Estate alerta, fantasma! - contestó la capitana, alzando la vista y escaneando los alrededores - Quienquiera que encendió este fuego… no estará muy lejos.
Yrsa, Macfarlane y Yara exploraban el resto de la aldea, avanzando agazapados. El suelo estaba marcado por pisadas recientes, extrañas y no humanas, idénticas a las que habían observado en la entrada del puente. Entre ellas encontraron rastros de comida, utensilios primitivos tallados en madera y piedra, y signos evidentes de vida inteligente: restos de cestas, herramientas y pequeñas marcas que indicaban que alguien había pasado por allí no hacía mucho tiempo.

Yara se acercó a una de las chozas. La construcción era alta, pero la apertura de acceso, pequeña y estrecha, apenas permitía el paso de una persona. La oscuridad en su interior despertó su curiosidad natural. Con cuidado, se agachó y asomó la cabeza, metiendo medio cuerpo dentro.

De repente, un ruido sordo, un movimiento inesperado, hizo que perdiera el equilibrio. Cayó al suelo, empezando a retroceder, arrastrando sus muslos y su trasero por el fango húmedo. Grace, que había estado observando desde detrás, se movió de inmediato, agachándose y acercándose a ella con pasos rápidos y silenciosos. Su rostro mostraba preocupación, pero también determinación.
  • ¿Qué sucede? ¿Qué has visto? - preguntó, con la voz baja pero firme.
Yara no contestó. Solo negó con la cabeza, el horror reflejado en sus ojos brillantes en la penumbra.
  • Yara, pero… ¿qué sucede?
  • Hay… hay… hay que irse… ¡ya! - susurró la cubana, su voz temblando mientras intentaba incorporarse.
El silencio de la aldea se hizo más pesado que nunca, y todos comprendieron de inmediato que aquel lugar no estaba tan abandonado como parecía. Grace ayudó a Yara a incorporarse, y aunque intentó sostenerla con firmeza, sintió el temblor en su amiga, el miedo que pocas veces había visto en ella. La cubana alzó la voz lo suficiente para reunir al grupo, con palabras atropelladas, casi ahogadas por la urgencia:
  • No son humanos… duermen… pero… pero como los murciélagos… Tienen a… - se interrumpió, su voz quebrándose, y luego señaló con la mano temblorosa el estrecho sendero que ascendía hacia el manantial.
El silencio se volvió insoportable. Entonces, entre la maleza que bordeaba el camino, emergió una silueta imposible. Todos se quedaron paralizados, sus respiraciones contenidas, hasta que de golpe corrieron a ocultarse detrás de una de las casas de la aldea.
  • ¿Qué demonios es eso? - murmuró Grace, con el ceño fruncido y la mano cerca de la empuñadura de su sable.
  • ¡Mierda! ¡Los caballos! - exclamó Vihaan, el primero en darse cuenta de su error.
Los tres animales, ajenos al peligro, seguían pastando entre las chozas. El ser los había visto y, curioso, se acercó tambaleante. Su cuerpo era alto, fibroso, la piel rugosa y teñida de un púrpura enfermizo. Caminaba semierguido, ayudándose de sus brazos largos y nudosos que rozaban el suelo, como un simio. Su rostro era una pesadilla: una boca desproporcionada llena de colmillos amarillentos, una nariz hundida casi borrada en la piel, y unos ojos enormes, fríos y reptilianos que destilaban hambre.

Betelcheuse, inquieto, relinchó y sacudió la cabeza. El monstruo se sobresaltó, retrocediendo con un gruñido gutural. Fue entonces cuando, al girar, todos lo vieron en su verdadera abominación: de su espalda emergieron dos apéndices retráctiles, alas membranosas que se abrieron con un chasquido áspero, como de cuero tensándose. Más abajo, una cola felina, larga y peluda, se arqueaba con violencia; en la punta brillaba un aguijón curvado que recordaba al cascabel de una serpiente, preparado para matar.
  • ¿Qué maldito engendro de la naturaleza es este? - masculló Macfarlane, con la voz ronca, el sudor corriéndole por la frente.
  • No lo sé, escocés… - susurró Grace, apretando la mandíbula - Pero debemos irnos.
  • ¡No sin los caballos! - gruñó Vihaan, sin apartar la vista de las bestias.
El monstruo volvió a acercarse a Betelcheuse, esta vez por la espalda. El animal, aterrado, lanzó una coz. El ser chilló con un alarido que perforó los huesos de todos, un grito tan agudo y animal que hizo retumbar la montaña. Y de pronto… se desvaneció en una nube de polvo violáceo que quedó flotando en el aire.

Los exploradores dieron un paso atrás al unísono, sus armas brillando bajo la luz espectral.
Pero un parpadeo después, el demonio reapareció. Esta vez justo delante de Betelcheuse. Con una rapidez imposible, hundió sus garras en el hocico del caballo y, arqueando la cola, clavó el aguijón en su lomo. El noble animal cayó de inmediato, rígido y muerto, la vida escapando de sus ojos en un suspiro.
  • ¡Noooooo! - rugió Vihaan, incapaz de contenerse, saliendo de su escondite con la espada desenvainada.
  • ¡Espera, Vi! - gritó Grace, tendiendo la mano hacia él - ¡Detente!
Pero era tarde. El acero brillaba ya en el aire, y el destino del grupo pendía de un hilo.
Cuando el engendro vio a Vihaan abalanzarse, soltó un alarido que heló la sangre y se deshizo de nuevo en aquel polvo violáceo. Pero esta vez no se perdió en silencio: el grito arrastraba algo más, como un llamado de auxilio que reverberó en cada rincón de la aldea.
  • ¡No… no está solo! - susurró Yara, con el rostro blanco como la cera.
No hubo tiempo para pensar. De la maleza, de los techos de paja, de la propia tierra, empezaron a brotar nubes de polvo púrpura que estallaban como chispazos. Los caballos restantes, Sirius y Rigel, relincharon aterrados y salieron desbocados cuesta abajo, perdiéndose en la espesura.
  • ¡Formad! - ordenó Grace con un grito que cortó la confusión.
En segundos, la tripulación se agrupó espalda contra espalda, formando un círculo perfecto en mitad de la aldea abandonada. El resplandor del techo helado de la gruta aún marcaba sombras extrañas en el suelo. La tripulación respiraba agitada, las armas desenvainadas, las mandíbulas apretadas, los ojos danzando de un lado a otro intentando descifrar el caos.

El aire se llenó de chillidos ahogados, lamentos que parecían humanos pero deformados, bestiales. El polvo lo impregnaba todo, ardiendo en los pulmones. Cada explosión de humo violáceo dejaba ver una silueta fugaz, garras, dientes, alas extendidas… y luego nada.
  • ¡Vigilad! - bramó Grace, con los dientes apretados, el sudor bajándole por la frente - ¡Que no se acerquen!
Akuma estaba más rígida que nunca. Por primera vez en su vida, sentía que la oscuridad no la protegía: esas criaturas parecían moverse con la misma invisibilidad que ella. Sus ojos rasgados intentaban anticipar los destellos, los lugares donde reaparecerían, pero era imposible. El aire mismo parecía ser su guarida. Y entonces sucedió. Una de las bestias se materializó frente a ella en un parpadeo, con las fauces abiertas de par en par y la cola blandiéndose como un látigo. El aguijón silbó en el aire buscando su carne.

Pero Akuma reaccionó con una agilidad sorprendente. Con un giro felino apartó el cuerpo, y con la precisión de años de disciplina desvió el golpe alzando su naginata. El acero raspó contra el aguijón, lanzando un chispazo en la penumbra. La japonesa aprovechó el impulso para deslizarse un paso atrás, sus pies apenas tocando el suelo, su mirada fría clavada en la criatura que rugió frustrada y volvió a desvanecerse en polvo.

El círculo entero se estremeció: no luchaban contra un solo monstruo, sino contra un enjambre invisible, rápido e implacable. El aire vibró otra vez, un zumbido grave como un corte en el aire. De pronto, un rugido animal rasgó el flanco derecho del círculo: uno de los monstruos surgió de la nada, abalanzándose sobre Cortés. El español rodó hacia un lado, el aguijón silbando a centímetros de su cabeza. Con un gesto rápido desenvainó por completo y, con un giro fluido, buscó atravesar el cuello de la criatura en un tajo certero.

Pero justo cuando el acero iba a hundirse en la carne púrpura, el engendro se deshizo en polvo violáceo, como humo arrancado por el viento. Cortés gruñó de rabia, levantando la espada a tiempo para frenar un segundo embate que casi lo derriba.
  • ¡¿Cómo vamos a acabar con ellos?! - gritó, jadeando, esquivando el coletazo de otra bestia - ¡No hay carne donde hundir el filo!
  • ¡Resiste, Cortés! - rugió Grace, interponiéndose con un salto. Su espada silbó en el aire y desvió de lleno el aguijón que buscaba la espalda del español. Chispas salieron al chocar el acero contra aquella coraza natural - ¡Resiste hasta que entendamos cómo enfrentarlos!
Akuma, que había esquivado otro embate con una pirueta hacia atrás, volvió de inmediato a la formación, aterrizando con un giro elegante. Su voz fue un cuchillo frío en medio del tumulto.
  • Hay que atacarlos cuando ellos atacan - Sus ojos seguían cada nube de polvo como un depredador acechando en la oscuridad - Es el único momento en que son vulnerables.
El silencio del grupo fue breve, roto por los gruñidos que resonaban a su alrededor. Pero la verdad de sus palabras era innegable: cada aparición fugaz era una oportunidad… y también una condena si fallaban. Grace apretó la empuñadura de su sable, sus ojos ardiendo bajo el resplandor púrpura.
  • Entonces eso haremos - su voz tronó firme, como una orden de batalla - ¡Esperad el golpe y responded con todo lo que tengáis! ¡Ni un segundo antes, ni un segundo después!
Los corazones latían al unísono, las armas listas. El círculo se cerró aún más, convirtiéndose en una muralla viva que esperaba el siguiente ataque de aquellas criaturas imposibles. El aire volvió a estallar en rugidos. Pero esta vez la tripulación estaba lista.

Un aguijón descendió sobre Macfarlane. El contramaestre, sin pensarlo, agarró el brazo púrpura con ambas manos y tiró con la furia de un toro, estrellando a la criatura contra el suelo de piedra. Levantó su cuchillo para hundirlo en su pecho, pero el monstruo se deshizo en polvo antes de que la hoja lo tocara. El escocés rugió de impotencia.

A unos pasos, Vihaan giró sobre sí mismo, calculando con precisión el instante en que una bestia se materializó frente a él. Su espada brilló, cortando el aire en un tajo limpio y perfecto… que solo encontró vacío cuando la criatura desapareció un latido antes.

Yara, en cambio, improvisó. Con la agilidad de quien sabe engañar a la muerte, recogió del suelo un puñado de cenizas aún calientes de la hoguera. Cuando el rugido sonó a su espalda, lanzó la brasa a los ojos del engendro que se abalanzaba sobre ella. La criatura chilló, cegada por un instante, lo suficiente para que Yara intentara rematarla con su pistola bendita… pero se deshizo ante sus ojos.
  • ¡Maldición! - escupió la cubana - son demasiado rápidos!
En medio del caos, un rugido resonó más cerca que nunca. Grace giró sobre sus talones y, sin pensarlo, sacó la pistola de la cintura. El disparo estalló en la cueva subterránea, reventando la cabeza de un demonio que se había lanzado directo hacia Yrsa. El cuerpo púrpura cayó pesadamente al suelo, por fin muerto.
  • ¡Así se hace, capitana! - gritó Cortés, con una mezcla de alivio y asombro.
Pero no hubo tiempo para celebraciones. Del polvo a su espalda emergió otro engendro, su aguijón vibrando como una lanza, directo hacia el cuello de Grace.
  • ¡Capitana! - gritó Macfarlane.
Antes de que el veneno encontrara su destino, una sombra enorme se interpuso. Yrsa, con un rugido nórdico, blandió su martillo a dos manos y golpeó de lleno el costado del monstruo. El impacto lo lanzó varios metros, pero en el mismo instante otra bestia hundió sus colmillos en el brazo de la giganta. Ella gritó desgarradoramente cuando volvió a desvanecerse en polvo.
  • Þat brennr! Helvítis skapraun! - rugió Yrsa, apretando el brazo ensangrentado.
La piel de la nórdica, normalmente tan pálida, se volvió cenicienta al instante. Sus músculos comenzaron a convulsionar, los ojos se le pusieron en blanco y su cuerpo rígido tembló como si una corriente eléctrica la atravesara.
  • ¡Yrsa! - exclamó Vihaan, empujándola dentro del estrecho círculo de defensa. La giganta cayó al suelo, petrificada, la mirada perdida hacia ninguna parte.
  • ¡Yara, rápido atiéndela! - ordenó la capitana con voz de trueno.
La cubana no dudó. Se lanzó al interior del círculo, apartando con fuerza a los demás para abrirse paso hasta la herida, mientras la formación se cerraba aún más, hombro con hombro, sosteniendo la línea contra el enjambre que no cesaba de acecharlos.

Yara se arrodilló junto a la giganta. Sus manos temblaban, cubiertas de sudor frío, intentando mantener la presión sobre la herida. El veneno ardía bajo la piel de Yrsa, que convulsionaba con los ojos en blanco. La cubana cerró los suyos un instante, respirando hondo, como si buscara la fuerza en otro lugar, en otra presencia.

Cuando volvió a abrirlos, algo había cambiado en ella. Su mirada ardía con un brillo extraño, casi sobrenatural, y sus facciones se endurecieron con solemnidad. No era la Yara de siempre: era la santera, la hija de los orishas. Empezó a cantar, gutural y repetitiva, palabras antiguas que parecían golpear el aire como tambores invisibles:
  • Obàtálá, má wá mi… Obàtálá, má gbà mí… Obàtálá, má fi mi sílẹ̀…
Sus manos acariciaban con dulzura la cabeza de la vikinga, acompañando el ritmo de la plegaria. La voz, cada vez más profunda, vibraba en el pecho de todos los presentes, como si la selva y la propia montaña escucharan. Cortés, que acababa de desviar dos ataques seguidos con la espada, se giró apenas un instante para verla. Y aunque la batalla rugía a su alrededor, una sonrisa leve se dibujó en su rostro endurecido. Entre la muerte, el polvo y la sangre, aquella mujer, envuelta en la fuerza de sus santos, le pareció más hermosa que nunca.

Mientras tanto, Grace bloqueaba con fuerza el golpe de un aguijón que rozó su hombro, lanzando un tajo hacia el vientre púrpura de la criatura que se deshizo al instante.
  • ¿Alguna idea, fantasma? - jadeó, sin perder el pulso, dirigiéndose a Akuma.
La japonesa, inmóvil en su centro de gravedad, no respondío de inmediato. Sus ojos rasgados se movían rápido, analizando cada rincón de la aldea, cada sombra, cada destello de polvo violáceo. Era como si leyera la danza invisible de los demonios. Al fin, habló, con una calma que erizó la piel de la capitana:
  • Haz que la luz desaparezca. Toda.
Grace chasqueó la lengua, incrédula, mientras rechazaba otro zarpazo con el sable.
  • ¿Estás loca? Luchar a oscuras es una imprudencia.
Akuma la miró entonces, fría, firme, como una daga que no conoce duda.
  • No para mí.
Grace se quedó unos segundos mirando a Akuma, leyendo la seguridad helada en su rostro. Asintió, comprendiendo al fin la idea. Su mirada recorrió la aldea en busca de una oportunidad. Allí, en el centro, las brasas apagadas de otro gran fuego aún humeaban débilmente; cenizas anaranjadas, polvo que esperaba un soplo para renacer.

Con decisión, la capitana se inclinó hacia Macfarlane, que aún resoplaba con rabia contenida.
  • La pólvora, contramaestre. ¡Dámela ya!
El escocés gruñó, pero sin rechistar abrió el zurrón y le entregó un pequeño cuerno de pólvora negra. Grace lo sostuvo con firmeza, apuntó hacia el montón de cenizas y, con un gesto rápido, lo arrojó entero sobre la hoguera muerta.

Sacó su pistola con la otra mano, apuntó al aire y disparó.
El estruendo sacudió la aldea. Las brasas encendieron de golpe el polvo oscuro de la pólvora, levantando una nube espesa de humo negro y ceniza incandescente. En segundos, la poca luz que quedaba se extinguió bajo la cortina sofocante, y la aldea se sumió en una oscuridad casi absoluta.

Los demonios chillaron, confundidos, invisibles ahora incluso para ellos mismos.
Grace volvió a mirar a Akuma. La japonesa apenas había movido un músculo, pero en la penumbra sus ojos brillaban como los de un depredador que acababa de entrar en su territorio.
  • Ahora… - susurró Akuma, tensando la naginata entre sus manos - empieza la caza.
El humo espesó el aire, la luz murió, y por un instante la aldea quedó suspendida en un silencio irreal. Entonces un rugido metálico lo rompió todo: el filo de la naginata de Akuma cortando el aire. Las criaturas chillaron, desconcertadas, pero antes de que pudieran reaccionar, una sombra se movió entre ellas con una rapidez imposible. Akuma había desaparecido del círculo, la muerte silenciosa se mostraba una vez más. La presa ahora, era la cazadora.

Un aullido desgarrador: el primero de los engendros cayó, partido en dos de arriba abajo. Nadie lo vio, solo escucharon el impacto seco de la carne contra la tierra. Otro chillido. Esta vez un cuerpo atravesado de lado a lado. Akuma se deslizaba entre ellos, invisible incluso para la mirada reptil de los demonios. Más rápida que su polvo violeta, más cruel que sus colmillos venenosos. El círculo de la tripulación se cerró aún más. Ellos apenas alcanzaban a distinguir destellos: una silueta femenina que aparecía y desaparecía como un relámpago, trazando líneas de muerte en el aire.
  • ¡Por todos los diablos…! - murmuró Macfarlane con sus puñales en alto, incapaz de apartar la vista.
Akuma giró sobre sí misma, la naginata extendida, y una cabeza púrpura rodó hasta los pies de Vihaan. El astrónomo la apartó con una patada, boquiabierto, mientras apuntaba su espada al vacío, inútil: allí no había nada más que humo y gritos. Otro destello: la japonesa saltó sobre una choza, el aguijón de una bestia pasó por debajo, y desde arriba se dejó caer con la fuerza de una guillotina. El crujido del cráneo reventado retumbó como un tambor de guerra. Un cuarto ser intentó huir montaña abajo, pero un movimiento rápido lo hizo tropezar. Nadie supo cómo. Lo único que vieron fue a Akuma de pie sobre su espalda, hundiendo el filo en la base de su cuello y girándolo con una violencia brutal hasta arrancar un chillido final.

La sangre púrpura manchaba el suelo y sus brazos. Pero ella no se detenía. Cada respiración era un golpe, cada latido un tajo. No era una mujer, era una tormenta vestida de sombras. Dentro del círculo, Yara seguía cantando, los ojos cerrados, sus cánticos yoruba alzándose sobre el caos, como si dieran ritmo a la carnicería. Cada golpe de Akuma parecía acompasado con esos tambores invisibles que solo ella escuchaba.

La capitana apretó los dientes, con la espada aún firme en sus manos.
  • Maldita sea… - susurró, con el orgullo brillando en su mirada - …¡esa mujer es la propia muerte encarnada!
Los rugidos se fueron apagando uno a uno, transformándose en chillidos ahogados, en golpes secos contra el suelo, en silencio. La matanza había dejado de ser un combate: era un exterminio. Los engendros, antes orgullosos de su invisibilidad, se volvieron torpes, erráticos, aterrados. Intentaban desvanecerse en nubes de polvo para huir, pero cada vez que lo hacían Akuma ya estaba allí, aguardando su regreso, cazándolos con la paciencia cruel de un depredador mayor.

Las alas púrpuras batieron en vano, los aguijones silbaron sin rumbo, las fauces dentadas se cerraron sobre nada. La sombra japonesa los desarmaba de su propia ventaja. Y entonces, lo inevitable aconteció. Aquellas bestias infernales cedieron como cualquier hombre que se enfrentara al demonio fantasma. El miedo brotó en sus corazones.

Los que aún respiraban ya no atacaban. Solo corrían. Hacia los árboles, hacia la montaña, hacia la nada. Se evaporaban con chillidos histéricos, abandonando la aldea en desbandada. Grace, con la espada aún en alto y el pecho ardiendo de cansancio, apenas pudo seguirlos con la mirada. Su respiración era un látido entrecortado, la adrenalina mordiéndole el pecho. Alcanzó a ver el último destello: Akuma, deslizándose como un espectro tras ellos, persiguiendo incluso a los que huían. Una sombra que no daba tregua.

Y entonces, lentamente, la nube oscura del fuego empezó a disiparse.
Los rayos de la luz perdida se abrieron paso otra vez entre el humo, revelando el escenario: chozas destrozadas, cuerpos púrpuras desmembrados, la tierra teñida en charcos viscosos… y, en medio, Akuma, de pie, inmóvil, la naginata goteando sangre demoníaca.

Por primera vez, los monstruos entendieron que no estaban allí para cazarlos.
La verdadera depredadora era ella.

El silencio cayó como un manto pesado sobre la aldea. El humo se disipaba poco a poco, y el hedor a carne púrpura sin vida impregnaba el aire. Nadie se atrevía a hablar; solo se escuchaban las respiraciones agitadas, el jadeo de quienes habían sobrevivido al infierno y el canto de Yara apagandose lentamente.

Cortés, aún con la espada en la mano, rompió la quietud. Su voz ronca salió temblorosa, más por asombro que por miedo.
  • Así que las historias eran ciertas… - murmuró, mirando a Akuma como si la viera por primera vez - Ese es el verdadero rostro de la Muerte Silenciosa.
Grace, con el rostro bañado en sudor y sangre ajena, lo observó un instante. Su mirada pasó de Cortés a la figura erguida de la japonesa, la sombra inmóvil entre cadáveres púrpuras. Y con una voz firme, que resonó como un juramento, respondió.
  • Así es… - inclinó apenas la cabeza, con un destello de orgullo en sus ojos - Y gracias a Dios, lucha de nuestro lado.
Vihaan apareció de entre la maleza jadeando, con las riendas de Sirius y Rigel bien agarradas. Los caballos, aún nerviosos, bufaban con las orejas erguidas y los ojos muy abiertos. El astrónomo les hablaba en voz baja, en su lengua natal, acariciándoles el cuello hasta que sus cuerpos cansados empezaron a relajarse.

Un poco más allá, Macfarlane y Cortés empezaron a trabajar hombro con hombro en el manantial. Hundían los odres y barriles en el agua cristalina, procurando no derramar ni una gota. El escocés bufaba como un toro, resoplando entre dientes, mientras el español lanzaba chascarrillos para ocultar el temblor que aún recorría sus brazos después de la batalla.

En la aldea, Akuma se movía como una sentencia. Su hoja brillaba un instante, se escuchaba un suspiro ahogado… y luego nada. Uno a uno, los engendros que aún palpitaban agonizando en el suelo eran silenciados. Su rostro no mostraba odio ni placer, solo la fría precisión de quien cumple con un deber inevitable.

Junto a la hoguera apagada, Grace se mantenía de rodillas al lado de Yrsa. La giganta estaba tendida en el suelo, su cuerpo rígido y sudoroso, los labios entreabiertos y los ojos en blanco.
  • ¿Respira? - preguntó la capitana con la voz grave.
Yara, arrodillada al otro lado, posaba la palma sobre el pecho enorme de la vikinga, buscando un rastro de vida.
  • Sí… - susurró, con la frente perlada de sudor - Muy leve… pero sigue viva.
Grace apretó los dientes, conteniendo la angustia que amenazaba con quebrarla. Luego sonrió, forzando su voz a sonar firme, fuerte, como siempre. Acarició la mejilla helada de su compañera.
  • ¡Vamos, amiga! - dijo con un brillo de esperanza en los ojos - Demuestra tu fortaleza… ¡aguanta, Yrsa!
Yara seguía junto a ella, la mano firme sobre su pecho, acariciando con cuidado mientras hablaba en voz baja, casi murmurando.
  • No te preocupes, amiga… - susurraba - Mis santos te enseñarán el camino de vuelta. Tan solo escuchalos, deja que te guien.
Grace la miró, con la respiración todavía agitada, y comprendió lo delicado de la situación. Aquella magia que emanaba de Yara escapaba a todo entendimiento, incluso al de ella, ofrecíendo un hilo de esperanza. Aunque Yrsa seguía rígida, como un gigante petrificado, sus ojos fijos en ninguna parte, los músculos tensos como roca. Se enfrentaban a lo desconocido. Necesitaban ayuda, y la urgencia apremiaba.

Vihaan, un poco apartado, guiaba a Sirius y Rigel hacia el manantial. Los caballos se acercaron al agua con cautela, olfateándola, y finalmente empezaron a beber con avidez. El astrónomo se agachó junto a ellos y, al verlos relajarse y pastar, no pudo contener una exclamación de alivio.
  • ¡Está potable! - dijo, levantando las manos hacia el grupo - El agua es buena… pero no hay nada más que podamos comer - Hizo un gesto al bosque - Todo lo que hemos visto parece alimentarse del veneno de esta isla.
Grace asintió, con el ceño fruncido, pero manteniendo la calma que siempre imponía.
  • Ya nos ocuparemos de eso más tarde. Lo importante ahora es que al menos tenemos agua - Se inclinó hacia Yara y Yrsa, sus manos firmes sobre la gigantesca figura de la vikinga - Ahora debemos volver al barco… antes de que Yrsa empeore, o de que aparezcan más de esas criaturas.
El grupo respiró hondo, consciente de que cada instante contaba. Mientras los caballos bebían, el silencio de la aldea caía lentamente a su alrededor. La paz que quedaba tras la tormenta de muerte parecía demasiado frágil. El peligro aún acechaba, pero por primera vez en horas, tenían un momento para pensar, para moverse y sobrevivir.

Con cuidado, Macfarlane y Cortés rellenaron los odres y barriles, asegurándolos a los costados de Sirius y Rigel. Los caballos bufaron y relincharon al sentir el peso, pero pronto se acostumbraron a la carga. Yrsa fue colocada sobre Sirius, su cuerpo inmenso y rígido sostenido con cuerdas firmes para que no cayera durante el descenso. Grace revisó los nudos, asegurándose de que nada cediera, mientras Macfarlane sujetaba la rienda del caballo para guiarlo con firmeza.
  • Todo listo - murmuró la capitana, respirando hondo antes de iniciar la bajada - ¿Vihaan?
  • Si… todo listo! - dijo con voz triste acariciando el cuerpo sin vida de Betlechuse.
  • Pues partamos! Con precaución, pero sin pausa. Tenemos que volver al Red Viper cuanto antes y salir de esta maldita isla.
Grace y Macfarlane encabezaron el descenso, sus pasos seguros y calculados, mientras los caballos avanzaban sobre la pendiente irregular. El grupo se movía en formación: Yara y Akuma junto a Yrsa, vigilando cada movimiento del cuerpo petrificado de la nórdica; Cortés y Vihaan cubriendo la retaguardia, atentos a cualquier ruido extraño que la isla pudiera producir.

Mientras avanzaban, la tensión cedió espacio a la concentración silenciosa. La bioluminiscencia de la selva aún envolvía la montaña, pero la certeza de tener agua y de que Yrsa seguía viva les daba un hilo de confianza.

Yara se inclinó sobre Yrsa, tocando suavemente la frente de la gigante. Akuma permaneció a su lado, observando cada gesto, cada respiración superficial. Tras un momento de silencio, la japonesa rompió la quietud.
  • Debo disculparme - dijo, con la voz fría pero sincera - Menosprecié tus artes curatorias, santera. Pensé que la ciencia lo explicaba todo, y que tu… devoción mística… era una farsa.
Yara la miró, relajando la tensión de su rostro curtido por años de misterio y rituales. Sonrió con suavidad.
  • No importa, amiga. No te preocupes por eso ahora. De todo se aprende… de los aciertos y sobretodo de los errores.
Akuma bajó los ojos un instante, como reconociendo la verdad en esas palabras.
  • Mis métodos son medidos, calculados… cada gesto, cada presión tiene una base racional, una explicación. Pero tú… tú hablas con lo que no se puede medir, con lo que se siente. Tu poder emerge de lo sagrado, de lo ancestral - Hizo una pausa - Por primera vez, veo que ambos caminos pueden coexistir.
Yara asintió, acariciando con cuidado la frente de Yrsa.
  • Así es. Hoy no competimos por ver quién tiene razón. Hoy… colaboramos para mantener viva a nuestra amiga.
Akuma levantó la mirada, sus ojos rasgados encontrando los de Yara. Un silencio de entendimiento pasó entre ellas. No había orgullo ni desafío; solo la certeza de que, combinando sabiduría ancestral y ciencia meticulosa, podían lograr lo imposible.

Mientras tanto, Grace lideraba el descenso, vigilante. La montaña seguía siendo peligrosa, la isla aún desconocida y traicionera, pero aquel instante de confianza silenciosa les dio fuerzas. Sabían que, pese al agotamiento y al terror reciente, podían llegar con vida al barco y proteger a Yrsa.

El Red Viper se recortaba contra la playa, no habían olas chocando con la arena, ni viento que meciera el sofocante calor. Aquel mar muerto acompañaba en misterioso silencio los pasos de la tripulación que esperaban la vuelta de su capitana y compañeros. Al verlos emerger entre la espesura de la jungla, todos dejaron lo que estuvieran haciendo y salieron corriendo hacia ellos, gritos de alivio y alarma mezclados.

Bhagirath, que lijaba maderas junto a los balleneros nórdicos, se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron como platos al ver a Yrsa tumbada sobre Sirius, el cuerpo inmenso de la vikinga colgando rígido encima del caballo. El corazón le dio un vuelco. Sin pensarlo, soltó el papel de lija y el cepillo, saltó a la arena y corrió, sujetándose con fuerza el turbante mientras avanzaba entre la multitud que se desplazaba a recibirlos.
  • ¡¿Qué ha pasado?! - gritó con el pánico dibujado en el rostro, tomando entre sus grandes manos la cabeza de Yrsa y levantándola, como buscando explicaciones imposibles - ¡Respóndanme! ¡Por favor!
Vihaan se acercó rápidamente, levantando las manos en un gesto de calma, mientras Grace rodeaba al hindú con un brazo, intentando calmarlo.
  • Bhagirath… tranquilo… respira. Está viva. Solo necesitamos llevarla al barco y atenderla.
Pero antes de que la tensión se diluyera, un grito agudo resonó desde lo alto de la cofa.
  • ¡Jineteees! - La voz de Halcón cortó la enorme caverna como un sable, atravesando la playa - ¡Se acercan por el este!
Grace alzó la cabeza, los ojos recorriendo la distancia que Halcón señalaba con el brazo extendido. En la distancia, una línea de caballos avanzaba a galope firme, el polvo luminoso levantándose bajo sus cascos.
  • ¡Preparáos para luchar! - ordenó Grace, su voz firme y clara, cortando la confusión que aún recorría a los suyos - ¡Llevad a Yrsa y a los caballos hacia el barco, rápido!
Los hombres y mujeres del Red Viper se movieron al instante. Macfarlane y Vihaan ayudaron a estabilizar a Yrsa sobre Sirius, mientras un marinero subía al caballo y sujetaba sus riendas. Yara y Akuma formaron un escudo a su alrededor, dispuestas a luchar hasta el último aliento. Bhagirath, respirando con fuerza, seguía al lado de la gigante, casi protegiéndola con su propio cuerpo, mientras Grace se adelantaba unos pasos, espada en mano, lista para recibir sin miedo lo que viniera de la línea de caballos que avanzaba desde el este.

El aire olía a sudor y a peligro, y la playa, que un instante antes había sido refugio, ahora se transformaba en un campo de batalla inminente. La capitana se adelantó unos pasos más, espada en mano, la mirada fija en los jinetes que se acercaban desde el este. La tripulación se agrupó a su alrededor, expectante.
  • ¡A los cañones! - gritó - ¡Que los balleneros carguen los obuses y preparen la pólvora ¡Mosquetes al frente! - ordenó, señalando a los hombres que formaban la primera línea de defensa - ¡Brazos firmes mis valientes!
Respiró hondo, levantando la voz para atravesar el rugido de los cascos y el jadeo constante de los caballos acercandose.
  • ¡Escuchadme todos! Hoy la isla nos ha querido quebrar… nos ha querido arrebatar lo que es nuestro: la vida, la libertad, a nuestros compañeros. ¡Pero nosotros somos la tripulación del Red Viper! ¡Y nadie nos puede romper! ¡Nadie! - sus ojos se encendieron - ¡Hoy defendemos a los nuestros, defendemos nuestra fuerza, nuestra vida! ¡A vuestro lado marineros, hasta el último aliento!
Los hombres y mujeres de la tripulación respondieron con un grito ensordecedor, sus voces mezclándose con el bramido de la guerra. La adrenalina creció, alimentando la tensión y la determinación. Entonces Halcón volvió a gritar desde la torre de vigía, su voz temblando entre el asombro y la alarma.
  • ¡Vienen por el oesteeeee! ¡Nos rodeaaaaan! - levantó el parche de su ojo, boquiabierto - ¡Son… son mujeres!
Grace frunció el ceño, apartando a algunos hombres para tener un mejor ángulo de visión. Desde la distancia, vio cómo los jinetes que se acercaban por el oeste trazaban un semicírculo sobre la arena. Caballos relinchando, crines al viento, herraduras levantando arena, y las jinetes: altas, fuertes, con miradas de acero.
  • Amazonas! - dijo Cortés con los ojos abiertos.
El español parecía acertar. No eran mujeres comunes. Su presencia emanaba fuerza, decisión y peligro. Cada una era más alta y robusta que la anterior, pero su belleza era distinta: no era la belleza delicada de una doncella, sino la belleza indomable de quien ha sobrevivido a todo y aún se mantiene erguida, gritando órdenes a sus caballos mientras rodeaban la posición de la tripulación.

Grace respiró hondo y, sin perder la calma, volvió a dar órdenes.
  • ¡Montad un círculo, rápido! - gritó - ¡No dejéis ni un hueco sin cubrir!
La tripulación se reorganizó al instante. Los caballos empezaron a galopar en círculos alrededor de ellos, y la tensión en el aire se volvió palpable. Grace alzó la espada, los ojos brillando con determinación.
  • ¡Hoy no solo defendemos al Red Viper! ¡Hoy veremos de qué están hechas estas mujeres… y ellas sabran lo qué estamos dispuestos a dar para proteger lo nuestro!
Y en el aire, entre el rugido de los cascos y los gritos de las guerreras, Grace supo que la batalla estaba a punto de estallar. Aunque las mujeres no atacaban, pero su mera presencia seguía siendo intimidante. Cabalgaban en círculos perfectos, moviéndose con la fluidez de expertas jinetes, las crines de sus caballos danzando al viento, sus firmes patas levantando nubes de arena mientras sus miradas punzantes no dejaban a nadie respirar tranquilo. Iban vestidas con armaduras ligeras de cuero y metal entrelazadas, faldas cortas que permitían libertad de movimiento y brazaletes con grabados tribales, cinturones cargados de dagas y cuchillos, botas reforzadas para el dominio del caballo. Cada gesto de su cuerpo era fuerza y control; cada grito corto y repetitivo parecía una orden invisible entre ellas.
  • ¿Por qué no atacan? - preguntó Vihaan a Grace, la tensión aún vibrando en sus hombros.
  • ¡No lo sé! - contestó Grace, frunciendo el ceño - ¡Pero no bajes la guardia!
De repente, un estruendo retumbó por la isla. Los caballos de las mujeres relincharon al unísono, asustados. La tierra tembló bajo sus cascos, y una de ellas perdió momentáneamente el equilibrio. Con un movimiento ágil y controlado, saltó sobre la arena y cayó de pie, ajustando la postura mientras giraba su arco lista para disparar.

Todos se giraron hacia el origen del ruido. De entre la jungla emergió el gigante, moviéndose con pasos que hacían temblar la arena, su enorme figura imponente sobre la playa. Sobre su hombro, Bishnu estaba sentado, observando la escena desde la altura, la sonrisa iluminando su rostro mientras la tensión corría por la tripulación.

El gigante avanzaba arrastrando a dos enormes lagartos por sus colas, como si fueran simples obstáculos. La mujer que había caído del caballo gritó y, al instante, las demás reaccionaron. Desenfundaron sus arcos cargados a la espalda, tensando las cuerdas y apuntando con precisión letal.
  • ¡Esperaaaad! ¡Nooooo! - gritó Grace, adelantándose y saliendo del círculo defensivo, tratando de que las flechas no volaran.
Pero fue en vano. Una lluvia de flechas surcó el aire, cortando el viento, dirigidas al gigante y a Bishnu. Con una calma impresionante, el gigante alzó los brazos como escudo, formando un muro impenetrable con su propio cuerpo. Los lagartos que arrastraba cayeron a los lados. Las flechas que lograron rozarlo hicieron eco sobre su piel gruesa como madera de roble, rebotando o clavándose sin causar daño grave.

Bishnu, sentado en su hombro, se agachó ligeramente, cubriéndose detrás del brazo del gigante, mientras sus pequeñas manos se aferraban al pelo del coloso. El niño enorme se movía con sorprendente rapidez para su tamaño, adaptando cada gesto, girando el torso, levantando brazos y piernas, bloqueando o desviando los proyectiles, convirtiendo su propia masa en un escudo móvil.

Grace y Vihaan observaron, boquiabiertos, cómo el gigante se movía con precisión, protegiendo a Bishnu sin perder un instante en su avance hacia la tripulación y los caballos, esquivando y neutralizando el peligro que las amazonas habían desatado. Pero no atacó. Su rostro reflejaba la inocencia de un niño enorme, y sus brazos levantados eran únicamente un gesto de protección para Bishnu, quien permanecía aferrado a su hombro con la misma calma de alguien que estuviera montando un caballo. Las flechas siguieron volando un instante, cortando el aire, pero al ver que el gigante no reaccionaba agresivamente, las amazonas comenzaron a frenar, deteniendo su ataque una a una. El tiempo pareció congelarse en la playa.

Una de ellas desmontó con rapidez. Su armadura ligera y flexible brillaba a la luz mortecina de la gruta. Llevaba una corona que más parecía un casco guerrero que un adorno regio. Una banda de metal reforzado con grabados tribales y puntas que simulaban alas diminutas, ajustada a su cabeza para protegerla sin impedir la visión ni el movimiento. Cada detalle de su atuendo estaba pensado para la batalla, no para la ostentación. Brazaletes, grebas reforzadas, cinturones con dagas, y botas firmes que le permitían correr y maniobrar sin perder estabilidad.

Decidida, comenzó a avanzar hacia Grace, su mirada fija en la capitana del Red Viper. Pero antes de que pudiera dar dos pasos, una marea de acero la detuvo. Mosquetes, espadas, puñales y lanzas se levantaron en un solo gesto. La tripulación había cubierto a Grace al instante, formando un muro protector alrededor de su capitana.

Al otro lado, las amazonas replicaron la acción. Cada una cubrió a su líder, creando un escudo humano e inpenetrable que reflejaba la misma determinación que la tripulación del barco.

El aire quedó cargado de tensión. Jinete y capitana se miraron fijamente, entre un mar de armas y corazones dispuestos a pelear hasta la muerte. Ninguno de los dos bandos habló. Solo existía el peso de la decisión, la medida del coraje en los ojos de los combatientes.

La amazona desvió un instante la vista hacia las figuras que la defendían. Cada hombre y mujer que la acompañaba mostraba un valor feroz, dispuesto a sacrificarlo todo por ella, sin un atisbo de miedo en los ojos.

Grace, por su parte, recorrió con la mirada a las amazonas frente a ella. Fieras y hermosas, cada una de ellas irradiaba una fuerza indomable y una belleza extrema, tan peligrosa como fascinante. La capitana respiró hondo, consciente de que aquel primer encuentro no sería fácil, pero comprendiendo que en esos ojos había tanto desafío como respeto por la vida y la fuerza.

Los ojos de Macfarlane y Cortés se movían con cautela entre el mar de amazonas y la tripulación, evaluando la situación mientras los caballos resollaban a su alrededor. Ambos permanecían listos, armas alzadas, miradas fijas, conscientes de que un solo movimiento en falso podría desatar un conflicto imposible de controlar.
  • ¿Ves lo mismo que yo, escocés? - susurró Cortés, una sonrisa divertida curvando su rostro, los ojos brillando con admiración y algo de picardía.
  • ¿Si veo el qué? - masculló Macfarlane, ajustando el agarre sobre sus dos puñales, que llevaban los nombres de sus dos difuntas esposas. Su ceño fruncido reflejaba más concentración que diversión.
  • La belleza de estas mujeres… - Cortés bajó aún más la voz, como si temiera que las amazonas pudieran oírlo - Ojalá nos apresen y nos conviertan en sus prisioneros. Cumpliría encantado cualquier orden que nos dieran.
Macfarlane bufó, exasperado pero sin perder la calma.
  • Deja de pensar con la entrepierna, español - masculló, con su acento pesado, los ojos fijos en las amazonas y sus miradas ferozes - ¡Y estate preparado! Que si una de estas fieras se mueve mal, tendremos que responder con nuestras vidas.
Cortés soltó una risa ahogada, pero sus manos permanecieron firmes sobre las armas, mientras el aire cargado de polvo y la amenaza inminente de la batalla les recordaba que cada segundo contaba. La amazona avanzó un paso más, cada movimiento seguro y calculado, mientras los caballos detrás de ella permanecían quietos, como si entendieran la importancia del momento. Su mirada jamás se apartaba de Grace, y en sus ojos no había ni amenaza vacía ni duda, solo un juicio silencioso y penetrante.

Entonces abrió la boca y habló, con una voz clara y firme, cargada de autoridad y feminidad.
  • Shalara nohmé, viratha kelen isara duvola…
Grace frunció el ceño, intentando descifrar las palabras, pero aunque no entendía el significado, la cadencia y el ritmo de aquella lengua transmitían algo profundo: respeto, poder y la certeza de que cada sílaba llevaba siglos de tradición guerrera. La amazona repitió, esta vez más despacio, casi como un canto:.
  • Isara duvola… venka shalo, kireth anuma.
El sonido era extraño y bello a la vez, con consonantes duras que chocaban con vocales suaves, como un río de piedra y seda. La líder parecía pesar cada palabra, medir su fuerza y su intención, mientras Grace la observaba, reconociendo en ella una fuerza indomable que no necesitaba palabras comunes para imponerse.

La tripulación, agazapada, contuvo la respiración. Incluso Macfarlane y Cortés intercambiaron una mirada breve, conscientes de que aquella lengua no era solo comunicación: era un arma de presencia y voluntad. Grace respondió finalmente, con voz firme, sin apartar la mirada.
  • No entiendo tus palabras, guerrera.
El silencio que siguió fue casi tangible, la tensión de la playa suspendida mientras ambas líderes se estudiaban, midiendo fuerza y decisión sin un solo gesto de debilidad. La voz de Bishnu rompió el silencio, clara y segura.
  • Pregunta de dónde venís, capitana, y cuáles son sus intenciones.
Sin dejar su botella de ron, se inclinó y susurró algo a la enorme oreja del gigante. Con un movimiento cuidadoso, el coloso acercó la palma de su mano, y Bishnu, con un salto ágil, cayó sobre ella. Con un lento gesto, el gigante lo acercó al suelo para que pudiera descender con seguridad.

El sabio avanzó sobre la arena, apoyándose en su bastón, y se situó entre Grace y la amazona líder, quienes permanecían inmóviles, fijas la una en la otra, sin entenderse más allá de la fuerza y la determinación en sus miradas.
Entonces Bishnu habló, imitando el idioma tosco y ancestral de la amazona.

  • Shalara nohmé, viratha kelen… isara duvola venka shalor…
La amazona se quedó sorprendida, abriendo ligeramente los ojos y haciendo un gesto rápido con la mano, indicándole a sus guerreras que bajaran las armas, aunque sin guardarlas completamente. Sus movimientos eran precisos, llenos de autoridad, y las demás amazonas obedecieron, tensas pero expectantes. Los tripulantes del Red Viper replicaron el gesto, relajando sus armas, aunque sin perder la guardia ni un instante. La arena parecía contener la respiración.

La amazona volvió a hablar, señalando a Grace y a los hombres con un gesto decidido.
  • Kireth anuma… isara duvola, venka shalor!
Grace se inclinó ligeramente hacia Bishnu, susurrando.
  • ¿Qué dice, anciano?
Bishnu ladeó la cabeza, evaluando la cadencia y la intención en cada palabra antes de responder.
  • No he entendido exactamente si es un ofrecimiento o una orden… pero dice que debemos acompañarla.
El silencio volvió a instalarse. La playa se llenaba del sonido de la respiración contenida de la tripulación, de los relinchos de los caballos y del murmullo del gigante rompiendo contra la arena. Todos comprendieron que la decisión de confiar o resistir estaba en manos de Grace, mientras los ojos de la amazona permanecían fijos en ella, midiendo cada gesto.

Continuará…
 
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Capítulo 25 - La isla de Shar Keleth: el reino perdido de las amazonas

La capitana seguía manteniendo la mirada penetrante de aquella mujer. Ninguna de las dos pestañeaba, y en ambas ardía la misma llama de decisión. Era un duelo silencioso de voluntades, un choque de fuerzas igualadas, donde cada respiración contaba.
  • ¿Y bien? - preguntó Bishnu, el único que parecía relajado ante la tensión - ¿Qué debo contestar?
Grace no respondió al instante. Sabía que su palabra era la ley, por eso debía meditar bien sus respuestas. Pero no era la ley de un tirano: su decisión era la de una capitana que guiaba a los suyos en la oscuridad. Además un peso la consumía desde que habían caído en aquel maldito agujero, perdido en el mundo conocido. Sus decisiones ya se habían llevado vidas: hombres valientes y audaces que confiaban en ella. Incluso Yrsa, forjada en hierro, ahora se debatía entre la fina línea de la vida y la muerte.
  • ¿Qué opináis vosotros? - dijo finalmente, sin apartar la mirada de la reina amazona.
La tripulación permaneció en silencio. Se miraron entre ellos, confundidos por un instante, pero poco a poco los susurros crecieron en conversaciones cautelosas, evaluando riesgos y opciones. La amazona líder observaba, comprendiendo claramente la dinámica: una decisión que se tomaba en consenso, no por imposición. Entonces habló, y esta vez su idioma sonó continuo, con cadencia y musicalidad, como si contara una historia solo para su oído interno.
  • Kirethanu valora shalara duvoma, isara venkel thurana. Shalara vrenka duvola, thirena kirethana. Venka shalor, isara duvola thurenka, valora shaliru.
Bishnu inclinó la cabeza, concentrándose en la intención y no en las palabras exactas.
  • A la reina le parece curioso que no toméis vos la decisión. Pregunta si… ¿acaso no es usted la que manda?
Grace esbozó una ligera sonrisa, dura y desafiante, los labios apenas curvados.
  • Una reina manda a sus tropas, sí - dijo con voz firme, Bishnu traduciendo al momento - Pero una líder de verdad se interesa en las opiniones de los que dependen de ella. Confío en mi tripulación como si fueran de mi propia sangre.
El silencio volvió a instalarse en la playa, pero esta vez cargado de respeto mutuo. La amazona líder parpadeó apenas, evaluando cada palabra, cada gesto. Sus labios se curvaron en un atisbo de sonrisa, casi imperceptible, y un nuevo entendimiento comenzó a formarse en el aire. La tensión no desapareció, pero se transformó: de enfrentamiento a respeto vigilante.
Bishnu ladeó la cabeza, satisfecho, mientras la tripulación del Red Viper respiraba con algo más de alivio. Grace, aún firme, mantuvo la espada a la vista, la mirada fija en aquella mujer que era igual de fiera y determinada que ella misma.

La playa parecía contener la respiración mientras la tripulación del Red Viper debatía qué hacer. Los caballos de las guerreras resoplando, los relinchos de Sirius y Rigel mientras descargaban a Yrsa de sus lomos, y el paisaje inmovil de aquel mundo extraño añadían un ritmo casi hipnótico a la conversación.
  • No tenemos muchas más opciones - dijo Vihaan, encogiéndose de hombros mientras se frotaba la frente, perlada de sudor - Aunque tengamos agua, seguimos sin comida. Si seguimos a estas mujeres, al menos habrá una posibilidad de conseguir provisiones.
  • Yo nni un pelo - gruñó Macfarlane, cruzando los brazos sobre su pecho ancho - No sabemos nada de ellas, y parecen peligrosas.
  • Y preciosas al mismo tiempo - susurró Cortés con una sonrisa ladeada, mirando disimuladamente a un pequeño grupo de amazonas que seguían cabalgando por la playa más allá - Demasiado… preciosas.
Macfarlane frunció el ceño, refunfuñando entre dientes.
  • ¡Dejad de pensar con la entrepierna, español! ¡Estamos hablando de nuestra supervivencia, no de un baile de salón!
Cortés rió, golpeándose la rodilla.
  • ¡Si sobrevivo a esto, ya decidiré después cómo me recompenso!
Vihaan suspiró y negó con la cabeza, mirando al escocés y al español con cierto humor.
- Señores… centremonos en que hacer, por favor.

Bhagirath dio un paso al frente, serio y preocupado por Yrsa, que aún yacía inmóvil devuelta al Red Viper, como una hija a los brazos de su madre.
  • Tal vez puedan ayudarnos a curar a Yrsa - dijo con calma - Esa es la cuestión más importante ahora.
Yara asintió, mirando el cuerpo pálido de la gigante en la lejanía.
  • Sus conocimientos podrían ser nuestra única esperanza. Este veneno, este maldito hechizo… me supera. Cualquier ayuda que puedan brindar es necesaria.
Akuma permaneció en silencio junto a Yara, su mirada fija en las guerreras, y apenas murmuró.
  • Estoy de acuerdo.
Macfarlane resopló con fastidio.
  • Pero no sabemos nada acerca de estas mujeres. No sabemos si nos quieren vivos o muertos. Haced el favor de atender… ¿cómo fiarnos? miradlas, son guerreras.
  • Y bellas - intervino Cortés con descaro, levantando una ceja - Muy bellas.
  • ¡Maldito español! - gruñó Macfarlane, refunfuñando - Reflexionad un momento sobre el peligro de confiar en desconocidos.
  • Morir de hambre o morir bajo el filo de sus espadas - replicó Vihaan encogiéndose de hombros de nuevo - Qué más da discutir. Si el final es el mismo, al menos si las seguimos tendremos una oportunidad.
Yara dio un paso adelante, insistente.
  • Es preciso atender a Yrsa. No podemos permitirnos retrasos ni dudas.
Bhagirath asintió y levantó la mano.
  • Entonces propongo que votemos. Quien esté a favor de seguir a estas mujeres, que alce la mano.
Los ojos de la tripulación recorrieron a sus compañeros. Algunos dudaban, otros miraban a las amazonas con respeto y cautela. Grace suspiró, sintiendo la tensión de la decisión.

Uno a uno, los hombres levantaron la mano. Vihaan, firme, primero. Luego Grace, con la mirada puesta en la líder amazona. Cortés lo hizo con un gesto exagerado, divertido, mientras Macfarlane dudaba un momento antes de alzar su mano renuentemente.
  • No me gusta - murmuró el escocés alzando la suya - pero os doy la razón, la vida de Yrsa está en juego. Y debemos proteger a los nuestros, cueste lo que cueste.
Finalmente, la mayoría había decidido: seguir a las amazonas. La decisión se tomó en silencio, pero con firmeza. Cada miembro de la tripulación comprendía que era un riesgo, sí, pero uno que podía salvar la vida de la gigante y la suya propia.Grace miró al grupo, asintió y luego alzó la voz.
  • Muy bien. Preparad todo. Vamos a acompañarlas. Manteneos alerta, y cuidad de Yrsa. ¡No bajemos la guardia ni un instante!
La tripulación asintió, más unida y decidida que nunca, mientras la playa parecía respirar con ellos, en el silencio previo a un movimiento que podría cambiarlo todo.

El Red Viper permanecía inmóvil en la playa, encajado entre rocas y arena bajo la gruta, mientras la tripulación trabajaba con esmero. No había viento que impulsara las velas en aquel lugar cerrado, así que todas las energías se concentraban en subir los barriles de agua, acomodar a Sirius y Rigel, y continuar reparando los daños que la caída había causado en la embarcación. El casco crujía aquí y allá, y aún quedaban maderas astilladas y velas rasgadas que reforzar.

A lo lejos, cuatro amazonas permanecían quietas sobre sus caballos, observando cada movimiento con ojos penetrantes. La tensión era palpable: cualquier error podía ser fatal. El gigante, tranquilo a pesar del bullicio, ataba los dos enormes lagartos muertos al costado del barco, como si fueran simples cargas. Mientras tanto, el resto de las amazonas partió hacia el este, cruzando la playa a toda velocidad, desapareciendo entre la vegetación, dejando tras de sí el eco de cascos y sus feroces gritos.

Grace se apoyó en la barandilla de la cubierta, la mirada fija en las figuras que aún permanecían quietas sobre la arena. Bishnu apareció a su lado, botella de ron en una mano, bastón en la otra, tambaleándose ligeramente con su paso, pero atento a todo.
  • ¿Son de fiar, anciano? - preguntó Grace, con la voz baja, observando cada gesto de las guerreras.
Bishnu se rascó la calva, ladeando la cabeza con una sonrisa torcida.
  • Las conozco lo mismo que vos, capitana - dijo, claramente aturdido por el alcohol - Pero he visto los ojos de la que parece mandar por encima de las demás… mostraban respeto por usted.
Grace agudizó la vista hacia las pocas amazonas que permanecían quietas en la arena, sus caballos tan perfectos y silenciosos como esculturas vivientes. La poca luz que se filtraba del techo cavernoso reflejaba la fuerza y elegancia de cada movimiento, y el silencio de su espera parecía un desafío.
  • Quiero saber más de ellas, anciano - dijo la capitana, firme - Necesito saber a qué nos enfrentamos.
  • ¿Qué quiere saber en concreto? - preguntó Bishnu, su mirada aún siguiendo los caballos que se alejaban por el este.
  • Lo que puedas averiguar. Cualquier información será bien recibida. No quiero cometer más errores. Hay que ser precavidos.
Bishnu sonrió con un atisbo de picardía, apoyándose en el bastón.
  • Entonces confiad en mí, capitana. Yo iré y os traeré respuestas de vuelta… o al menos señales de lo que tienen en mente.
Sin esperar más, empezó a andar hacia las amazonas, la botella de ron oscilando con cada paso y el bastón golpeando suavemente la arena. Grace lo observó, la mirada fija y calculadora, mientras la tripulación del Red Viper continuaba con los preparativos, consciente de que cada movimiento sería observado desde lejos por esos ojos inquebrantables.

Abajo de la cubierta, la luz era tenue y el aire cargado de humedad y tensión. Habían improvisado un catre con mantas y sacos de grano para Yrsa, y alrededor de su cuerpo enorme se agolpaban Yara, Akuma y Bhagirath. Glafúr permanecía con su enorme cabeza apoyada en sus piernas, soltando lamentos animales. Los ungüentos de la cubana y las medicinas diversas se encontraban esparcidos por el suelo de madera, entre frascos abiertos y paños empapados. En cambio, la pequeña caja de Akuma con sus agujas de sanación estaba cuidadosamente colocada a un lado, lista para ser usada.

Grace bajó con paso decidido, sus ojos recorriendo cada detalle.
  • ¿Cómo está? ¿Algún avance? - preguntó, preocupada, mientras se acercaba al catre.
Bhagirath le tomó la mano com delicadeza y la empujó a acariciar con suavidad la piel blanca de la gigante.
  • Nada - dijo, con voz grave - Parece petrificada, como si se hubiera convertido en roca.
  • Yara, Akuma… ¿alguna idea? - preguntó Grace, la ansiedad asomando en su voz.
Las dos mujeres se miraron un momento antes de contestar.
  • Esto se escapa a mi entendimiento, Grace - respondió Yara, frunciendo el ceño - Jamás había visto algo así. Escucha!
Golpeó suavemente con su nudillo el vientre desnudo de Yrsa. El sonido seco rebotó como si golpeara piedra.
  • Es como golpear la misma roca - explicó - Ese veneno ha endurecido su piel. Sigue viva ahí debajo, pero su cuerpo es una prisión.
  • ¿Y tus agujas, Akuma? - preguntó Grace, sin perder la esperanza.
En silencio, la japonesa hizo un movimiento ágil para intentar atravesar la piel de Yrsa, pero fue en vano. Ni un ápice de emoción apareció en su rostro; solo negó con la cabeza. El silencio volvió a llenarlo todo, roto únicamente por el crujido del barco y la respiración contenida de los presentes. Cada segundo parecía pesar más que el anterior. La tensión, la incertidumbre y la impotencia se mezclaban en el aire, mientras Grace observaba la gigantesca figura inmóvil, consciente de que cualquier decisión, cualquier movimiento, podía cambiarlo todo.

Yara y Akuma trabajaban en silencio, compenetradas de un modo casi instintivo. La cubana aplicaba ungüentos con movimientos precisos y medidos, mientras Akuma movía sus manos con la delicadeza y exactitud de quien conoce cada nervio y músculo. Las agujas de sanación parecían bailar sobre la piel de Yrsa, intentando infiltrarse en la prisión de su cuerpo endurecido por el veneno. Cada gesto, cada toque, estaba sincronizado sin necesidad de palabras; solo sus miradas bastaban. Baghirath y Grace observaban con preocupación contenida, cada respiración llena de duda, ante la incertidumbre de la recuperación.

De repente, unos pasos rompieron el silencio. Halcón bajó las escaleras de dos en dos, sudoroso y con la respiración agitada.
  • ¡Capitana! - exclamó, sujetándose a la barandilla - ¡Las amazonas vuelven… en un… en un navío!
Grace lo miró, confundida. Ningún barco podía surcar un mar sin viento. Sin perder tiempo, se acercó a Yrsa y le dio un beso en la frente, prometiéndole que todo saldría bien, antes de subir de nuevo a cubierta. Al llegar, sus ojos se abrieron ante la visión de la embarcación que se aproximaba. Era un barco de madera robusta y fuerte, sin velas, con líneas bajas y armónicas, reminiscentes de las naves griegas antiguas. Sobre la cubierta, las mujeres remaban de pie, sus movimientos sincronizados como un solo organismo, empujando la nave con fuerza imposible. La reina amazona permanecía al frente, de pie sobre la proa, gritando órdenes en su idioma indescifrable, guiando los remos y marcando el ritmo de la tripulación. Cada golpe de remo hacía avanzar la embarcación con una velocidad que desafiaba toda lógica.
  • ¿Maravilloso, verdad? - susurró Halcón, con su único ojo abierto de par en par, maravillado ante tal demostración de fuerza y sincronización.
Uno a uno, los miembros del Red Viper se acercaron a la barandilla, conteniendo la respiración, admirando la fuerza, la sincronía y la belleza de aquellas mujeres que llevaban la embarcación como si fuera una extensión de su propio cuerpo. La visión era imponente, casi sobrenatural, y ningún ojo podía apartarse de aquel espectáculo de poder femenino que se acercaba cada vez más, desafiando la lógica del mundo que conocían.

Desde la playa, las cuatro amazonas empezaron a galopar hacia la embarcación, los cascos de sus caballos golpeando la arena con fuerza rítmica. Bishnu, que había subido en uno de ellos, saltó ágilmente a la arena antes de que las mujeres entraran al agua, aún montadas en sus caballos. Los animales, enormes y fuertes, se internaron en la corriente y nadaron hasta alcanzar su enbarcación. Subieron a la cubierta con facilidad, dejando a sus monturas aseguradas en el medio mientras las amazonas se acercaban a sus compañeras, tomando remos y preparándose para remar.

Bishnu, con pasos algo más cansados pero firme, se acercó a Grace mientras las amazonas viraban, dispuestas a volver a casa.
  • ¿Y bien? - preguntó Grace - ¿Podemos confiar en ellas?
  • Mi instito me dice que sí, capitana.
  • Perfecto, pues dile a tu amigo gigante que empuje el Red Viper - le indicó - Las seguiremos. Y luego vuelve; quiero saber qué has averiguado.
  • ¡Como usted mande, capitana! - respondió el viejo, mientras se dirigía hacia el gigante que ya esperaba en la proa, sus enormes manos aferradas al costado del barco.
El navío comenzó a moverse con fuerza, avanzando rapidamente gracias a los empujes del gigante. Grace alzó la vista hacia donde debería haber cielo, pero solo encontró roca sobre ellos. Por un instante, se sintió pequeña, insignificante, como si dudara de sí misma y de la decisión que habían tomado.
  • Todo saldrá bien, Grace, ya lo verás - susurró Vihaan, acercándose y sujetándole la mano con firmeza, transmitiéndole seguridad.
  • Eso espero… - murmuró ella, los ojos fijos en las amazonas, siguiendo cada gesto y cada movimiento de aquellas extrañas y poderosas mujeres que marcaban el rumbo.
Todos se reunieron alrededor del anciano, atentos y expectantes. La tenue luz de la caverna iluminaba sus rostros; cada mirada reflejaba curiosidad, cautela y un deje de asombro. Incluso Macfarlane apretaba los puñales con más fuerza de lo habitual, mientras Vihaan y Cortés intercambiaban miradas rápidas, intentando descifrar los secretos de aquel mundo.

Bishnu tomó un trago de su botella y, con un gesto de la mano, pidió otra antes de empezar a hablar.
  • Aquellas mujeres - comenzó con voz profunda y pausada - pertenecen a un clan muy antiguo, una tribu guerrera, que habita esta tierra desde tiempos inmemoriales. Rinden tributo a una diosa guerrera a la que llaman Keleth. Y el lugar donde viven se llama Shar Keleth, el reposo de la diosa.
Un silencio solemne se apoderó de todos. Sus caras reflejaban asombro y respeto; incluso los más incrédulos sentían la magnitud de lo que escuchaban.
  • Como he dicho, son una tribu guerrera - continuó Bishnu - Desde que son niñas, son arrebatadas de sus madres y puestas a prueba en un mundo despiadado. Se les enseña a cazar, a luchar y a sobrevivir bajo las condiciones más extremas. Como los espartanos de antaño, que eran arrancados de sus hogares y lanzados a la violencia y la disciplina sin piedad, ellas aprenden a soportar el dolor, el hambre y el miedo, y a dominar su cuerpo y su mente hasta convertirlas en armas perfectas. Se les enseña el combate cuerpo a cuerpo, el manejo de espadas, lanzas y arcos; a montar y controlar bestias salvajes; a leer el terreno y anticipar al enemigo; a moverse con sigilo y atacar con precisión. Cada fracaso se paga con dolor, cada victoria con más pruebas. No hay indulgencia. La supervivencia no es un premio, es un mandato.
Los ojos de la tripulación se abrieron aún más. Incluso Mordisquitos, salvaje y enorme como él solo, acostumbrado a la vida dura en el mar, tragó saliva ante la dureza del relato. Cortés, en cambio, dejó escapar un leve silbido de admiración y respeto.
De repente, Macfarlane se inclinó y acercó la botella al anciano.
  • ¿Y contra quién luchan? - preguntó con su voz grave y cargada de desconfianza.
  • ¿A qué te refieres? - inquirió Vihaan.
  • Si son educadas en el arte de la guerra desde niñas - dijo el escocés con un hilo de ironía - será por un buen motivo, digo yo ¿no?
Bishnu sonrió con calma, abriendo la nueva botella.
  • Quieres saber si hay otras tribus… ¿es eso?
  • Así es - soltó el escocés con rostro preocupado.
  • No estoy seguro - respondió el anciano - pero según lo que han dicho las propias guerreras, este mundo es peligroso por sí solo. Quizás no luchen contra otros hombres u otras mujeres, quizás solo luchen contra la propia naturaleza.
  • No hace falta que lo jures, viejo - comentó Cortés, acariciándose la barba, desestimando la solemnidad - algunos ya hemos provado lo despiadado que puede ser esta caverna.
Bishnu continuó, como si recordase de repente.
  • Algo que me llamó la atención… fué cuando les pregunté por los hombres. Ellas se miraron entre sí y rieron. Les pregunté por qué, y una de ellas respondió que no había hombres en Shar Keleth.
  • ¡Eso es imposible! - exclamó Halcón - ¿Cómo podrían sobrevivir sin hombres?
Grace, divertida pero desafiante, cruzó los brazos.
  • Muy sencillo tuerto. Pues, aunque te parezca increible, sobrevivir sin hombres es posible -dijo con una sonrisa - Las mujeres de este barco son un claro ejemplo de que una mujer es válida por sí misma.
Aquella respuesta creó un rugido entre la tripulación femenina, que ahora se cruzaban de brazos y miraban con desprecio al vigía. Halcón, claramente mosqueado, frunció el ceño.
  • No me refiero a eso - dijo con gravedad - Me refiero a cómo engendran hijos.
Aquella pregunta produjo un silencio absoluto. Los ojos de todos se abrieron con incredulidad, y ni el mismo Bishnu supo qué contestar. Incluso Macfarlane dejó escapar un largo suspiro, como si quisiera gritar de frustración ante un misterio imposible de desentrañar.
La cubierta quedó sumida en un silencio expectante, con el murmullo del mar subterráneo y los golpes de gritos de las amazonas en la lejanía como única compañía, mientras todos digerían la revelación sobre aquel extraño mundo y las mujeres que lo habitaban.

Mientras Bishnu seguía contando lo que había podido averiguar sobre aquellas formidables guerrerss, las preguntas salían atropelladas de la tripulación, una tras otra, como un río desbordado. Vihaan, serio, quería saber si eran tan invencibles como parecían. Macfarlane mascullaba su desconfianza en voz alta. Halcón, con el ceño fruncido, preguntaba por su forma de gobernarse sin hombres. Yara, que había salido a la cubierta, curiosa por saber más, con los ojos fijos en el anciano, se preocupaba por los vínculos espirituales de aquellas mujeres con su diosa.
Todos escuchaban atentos, todos menos Cortés. El español tenía la mirada perdida, una sonrisa soñadora dibujada en sus labios, mientras sus pensamientos vagaban muy lejos de la charla.
  • ¿Y vos, Cortés? - gruñó Macfarlane, molesto por su aire ausente - No tenéis nada que preguntar, eh?
  • ¿Preguntar? - rió el español, sacudiendo la cabeza - Yo ya tengo todas las respuestas que necesito… Una isla entera de mujeres hermosas, y ni un hombre con quien competir. El cielo existe, y estamos en él, amigos.
Las carcajadas se mezclaron con resoplidos de fastidio. El escocés masculló una maldición, y Grace lo fulminó con la mirada, mientras Cortés levantaba las manos con descaro, como si se rindiera ante la evidencia de su propio deseo. La avalancha de dudas siguió durante un buen tramo de travesía, mientras el Red Viper avanzaba por las aguas silenciosas de aquella gruta infinita. Pero entonces un sonido grave, gutural y prolongado sacudió el silencio.
  • Frrriiiiooorrr… Frrrriiirrrr… Fruuuuurrrr… - rugió la voz profunda del gigante, reverberando contra las paredes de roca.
Todos se giraron al unísono. Bishnu, con una sonrisa que parecía anticipar lo inevitable, levantó un dedo tembloroso hacia adelante.
  • Ahí está - murmuró, su voz solemne - El reposo de la diosa… Shar Keleth.
Y entonces la vieron.
Ante ellos se desplegaba una visión que cortaba la respiración. Shar Keleth se alzaba majestuosa en la distancia, suspendida entre las sombras de la cueva y la luz difusa que se filtraba desde un extraño resplandor subterráneo. Sus edificios recordaban a ciudades clásicas, templos y partenones erigidos en mármol blanco pulido, con columnas altas que sostenían techos dorados y relieves que reflejaban la luz como si estuvieran vivos.

Las calles eran anchas, limpias y llenas de movimiento. Desde los muelles, embarcaciones de madera fina y remos perfectamente sincronizados surcaban un río interno que atravesaba la ciudad, bordeado por jardines y plazas donde la vegetación crecía exuberante, musgos brillantes y enredaderas cubriendo esculturas de guerreras y animales míticos. Las casas, también blancas y con tejados dorados y rojos, se apiñaban en terrazas escalonadas, conectadas por escaleras y pasarelas que parecían flotar sobre la ciudad.

Por doquier se percibía vida. Mujeres, adultas y jóvenes practicaban ejercicios de combate, movimientos precisos y fluidos, recorriendo las calles, saltando sobre plataformas, entrenando con espadas, arcos y lanzas. Entre ellas, otras atendían los jardines, los muelles o la forja de armas, cada una moviéndose con propósito, energía y coordinación impecable. Todo respiraba orden y fuerza, pero también belleza. La ciudad parecía una joya viva, un lugar donde la majestuosidad arquitectónica se entrelazaba con la disciplina y el vigor de sus habitantes.

Incluso desde la distancia, las figuras que se movían entre columnas y jardines proyectaban un aura de poder y misterio. La luz de los muros blancos reflejada en los ojos de la tripulación del Red Viper, dejando a todos boquiabiertos. Ni Cortés, ni Macfarlane, ni Halcón, ni ninguno de ellos habían visto jamás algo tan perfecto, imponente y, al mismo tiempo, tan lleno de vida y propósito, en todos sus años de navegación.

El Red Viper se detuvo al fin junto al muelle, arrastrado con suavidad por la fuerza titánica del gigante. El rumor de la ciudad, bulliciosa y vibrante, se apagó de pronto. Como si el simple contacto de los forasteros con aquel lugar fuera suficiente para que cada mujer interrumpiera su tarea. Las guerreras de Shar Keleth, con sus pieles brillando por el esfuerzo, dejaron de entrenar. Las que trabajaban la forja detuvieron el martillo a medio golpe. Las que llevaban ánforas sobre los hombros se quedaron inmóviles. Todas, desde las más jóvenes hasta las de cabellos grises, giraron sus miradas con una mezcla de curiosidad y solemnidad hacia el navío extranjero y la mole que lo empujaba.

El silencio era extraño, no hostil, sino expectante.
La tripulación descendió poco a poco, en fila, con más respeto que recelo. Sentían que estaban entrando en tierra sagrada. Los pies de los piratas crujieron sobre la madera del muelle, mientras sus ojos recorrían aquella ciudad imposible.

Fue entonces cuando Bum-Bum, incapaz de contener su entusiasmo, se soltó de la mano férrea de Mordisquitos. Sus ojos se iluminaron como dos faros al ver a un grupo de niñas que, riendo, saltaban desde el muelle al agua calmada y regresaban empapadas entre carcajadas. Con pasos torpes, el niño echó a correr hacia ellas, como si lo moviera la misma inocencia de un cachorro.

Pero de repente dos amazonas dieron un paso adelante, interponiéndose en su camino. Sus cuerpos altos y bellos formaron un muro infranqueable. No alzaron armas, no gritaron, simplemente se plantaron, imponentes, con los ojos fijos en el pequeño.

Bum-Bum se detuvo de golpe, con la respiración agitada y los labios entreabiertos. Alzó la vista, sorprendido, hacia aquellas dos figuras que parecían tan grandes como torres para él.
  • ¡Ven aquí, pequeñajo! - la voz cálida de Yara rompió la tensión. Se adelantó con decisión, tomó al niño en brazos y lo levantó con facilidad, apretándolo contra su pecho - Este no es lugar para tus juegos.
La cubana no dejó de mirar a las dos amazonas mientras retrocedía lentamente, volviendo con los suyos. Sus ojos oscuros cruzaron con los de las guerreras, sin miedo, pero tampoco con desafío, como si buscara entenderlas.

Entonces, la lider avanzó. Con paso firme y seguro, la mujer que mandaba en aquel precioso reino se plantó frentre a la capitana del Red Viper. Sus movimientos tenían la cadencia de alguien acostumbrada a ser obedecida, y sin embargo había nobleza en su porte, no simple arrogancia.
Alzó la voz en su lengua ancestral, poderosa y melodiosa al mismo tiempo, mientras Bishnu traducía al instante junto a Grace.
  • Bienvenidas a Shar Keleth, hogar de las mujeres guerreras - repitió el anciano con solemnidad - En nuestra ancestral tierra es tradición agasajar a los invitados y ofrecerles aquello que precisan, siempre y cuando esté en nuestras manos ofrecérselo.
Hubo un breve silencio, pesado como una losa.
La líder, con porte real, continuó, su mirada fija en Grace, sus palabras cayendo como sentencias.
  • Pero antes de seguir - Bishnu dió un trago largo, acomodándose luego la botella bajo el brazo antes de traducir - debo comunicaros que los hombres no pueden entrar en la ciudad. Las leyes son claras al respecto, y quebrantarlas solo puede traer la muerte.
El aire se tensó. Los hombres del Red Viper se miraron entre sí, algunos confundidos, otros indignados. Cortés arqueó las cejas con un gesto entre divertido y sorprendido, mientras Macfarlane apretaba la mandíbula, sujetando instintivamente el pomo de uno de sus cuchillos.
Grace, en cambio, permaneció inmóvil. Sus ojos de fuego no se apartaron ni un instante de los de aquella mujer.
  • Yara - la voz de la capitaba sonó firme, aunque un brillo de urgencia se escapó en sus ojos - Haz que Bhagirath y Akuma traigan a Yrsa, rápido.
La cubana salió corriendo, dejando de nuevo a Bum-Bum en el suelo bajo la supervisión de Vihaan. Bishnu entendió antes de que la cubana reaccionara y, adelantándose un paso, habló en la lengua ancestral de las amazonas, su voz arrastrada y grave.
  • Shar Keleth na… orai ven ar. Thar kaleth asha ru! Veniar drahka… veniar ashirtu!
Traduciendo al instante para la capitana, explicó.
  • Les he dicho que tenemos una amiga enferma, que necesita ser curada.
La reina ladeó la cabeza, sus ojos como brasas encendidas, y pronunció algo breve en su lengua.
  • Drah kethirsn Vanaer ni shair?
Bishnu giró hacia Grace, levantando las cejas.
  • Pregunta qué le ha sucedido.
Grace respiró hondo, el recuerdo del ataque aún fresco en su memoria.
  • Fue mordida… por una criatura extraña. Su piel era púrpura, tenía alas oscuras y una cola semejante a la de una serpiente.
Las palabras viajaron de inmediato por la boca del anciano, su lengua arrastrando las sílabas al idioma de las amazonas. Y entonces ocurrió: la impasibilidad de la reina se quebró. Sus facciones, firmes como el mármol, se tensaron de golpe y en su rostro apareció la urgencia. Dio un paso adelante y comenzó a gritar órdenes rápidas y afiladas, como látigos en el aire.
  • Shara their! Vekhar! Vekhar drah Uru-Takh! Tohna shara, tohna sharraaa!
Dos de sus guerreras se adelantaron al instante, justo cuando Bhagirath y Akuma llegaban al muelle arrastrando el cuerpo de Yrsa, ayudados por cuatro marineros más. La vikinga, rígida como piedra, parecía pesar el doble, pero no se detenían.
Las amazonas los apartaron sin esfuerzo, sus brazos firmes como vigas, y sin mediar palabra cargaron a Yrsa entre las dos, levantándola como si aquel cuerpo inmenso fuera apenas un tronco de madera.
  • ¡¿A dónde se la llevan?! - exclamó Grace, dando un paso tras ellas, la voz tensa, casi a punto de romperse.
Bishnu iba a responder, pero el grito de Bhagirath tronó como un cañonazo.
  • ¡¿Qué demonios hacéis?! ¡Dejadme pasar! - rugía con el rostro desencajado, intentando abalanzarse tras Yrsa. Sus brazos se extendían hacia ella, desesperados - ¡YRSAAAA! ¡YRSAAAAA!
Las amazonas del muelle se cerraron en torno a él como un muro de hierro y carne. Mientras Gláfur salía disparado de cubierta, dispuesto a atacar. Entre varios hombres lo sujetaron por los brazos y el torso, impidiéndole dar un solo paso más, temiendo que pudiera empezar una guerra. La fuerza del sirviente era igual de inmensa, empujada por el miedo y la desesperación, pero la de ellas lo igualaba, y sus gritos se alzaron sobre todo el muelle.

Grace lo miraba todo, con el corazón encogido, hasta que la reina volvió a hablar, su voz firme y clara.
  • Sharkehnt entirudi naru, Kaleth shar agori! Uru-Takh… drah keth orru. Shar-vari’na, shar-telna.
Bishnu tradujo, con calma grave.
  • Las leyes son claras, capitana. Ningún hombre puede pisar la ciudad sagrada. Pero dice que vuestra amiga estará bien. Si ha podido sobrevivir al mordisco de un Uru-Takh, es porque es más fuerte que ninguna otra. Afirma que las sanadoras del templo la devolverán del sueño eterno.
El silencio se apoderó de todos por un instante, roto únicamente por los gritos ahogados de Bhagirath, que seguía llamando a Yrsa como si con su voz pudiera traerla de vuelta. La ley era clara. En el reposo de la diosa, ningún hombre podía andar sobre su tierra sagrada. El amcano, con la voz algo pastosa por el ron pero firme en sus palabras, tradujo cada sílaba de la reina para Grace.
  • Dice que vuestra tripulación masculina será bien recibida, capitana, pero en los barracones del Irdi Shult… la isla de los hombres. Allí no les faltará de nada: tendrán comida, bebida, y hasta baños calientes. Pero la ciudad… la ciudad está prohibida para ellos. Nadie con barba ni pecho varonil puede poner pie en Shar Keleth.
Un murmullo recorrió a la tripulación. El contraste entre el lujo prometido y la amenaza de aquella prohibición resultaba desconcertante.
  • No es buena idea separarnos, capitana - masculló Macfarlane entre dientes, sus ojos clavados en la reina como si esperase que ella misma lo atacara en cualquier momento - Es la estrategia más antigua de todas… divide y vencerás.
Grace apretó la mandíbula, sus ojos oscuros siguiendo la figura de Yrsa que ya se alejaba entre las calles, cargada en hombros por las amazonas. Más cerca, Vihaan y Mordisquitos forcejeaban con Bhagirath, que rugía como un toro enardecido, intentando soltarse para ir tras su amada, mientras Bum-Bum tiraba con fuerza de sus ropajes, ayudandolos.
  • ¡Soltadme! - bramaba el hindú, los ojos vidriosos - ¡YRSA! ¡No la dejéis sola, por los dioses!
Grace dio un paso al frente, su voz se alzó clara y cortante.
  • No tenemos otra opción, escocés - le respondió a Macfarlane sin apartar la vista de la reina - No voy a dejar que Yrsa muera. No dejaré a nadie atrás.
El contramaestre refunfuñó con un bufido gutural, como un perro al que se le obliga a obedecer, pero no replicó más. Sabía que, le pesara lo que le pesara, la capitana tenía razón. La reina volvió a hablar, su tono firme pero suave como un martillo sobre una tela. En cuanto lo hizo, una mujer de cabellos negros y ondulados, de piel bronceada y ojos intensos como el carbón, avanzó desde entre las filas de amazonas. Su porte era tan elegante como fiero.

Bishnu tradujo con un leve gesto, señalándola.
  • Dice que ella se llama Arketh. Será quien guíe a los hombres hasta sus aposentos. Vosotras - añadió mirando a Grace y al resto de las mujeres - debéis seguirla a ella. Supone que estareis hambrientas… y que agredecereis un buen baño.
El tono del anciano dejaba claro lo que Grace comprendió de inmediato: no era un ofrecimiento. Era una orden. Una de esas órdenes que no admitían réplica, emanada de una mujer que gobernaba con el mismo temple con que se blandía una espada.

La separación comenzó de inmediato. Arketh, con paso ágil y mirada vigilante, encabezó al grupo de hombres, que marcharon tras ella con la incomodidad visible en sus rostros. Macfarlane mascullaba maldiciones en voz baja, Cortés lanzaba alguna sonrisa pícara como si en su cabeza hubiera otro tipo de fantasías, y Halcón no dejaba de mirar atrás con el ceño fruncido, temiendo una trampa.

Del otro lado, la reina avanzó con la majestad de una leona, seguida por Grace, Yara, Akuma y las demás mujeres del Red Viper. El bullicio de la ciudad retomó lentamente, aunque los ojos de decenas de amazonas acompañaban sus pasos con una mezcla de curiosidad y recelo.
Bhagirath al verlas marchar, se resistía como un animal herido. Vihaan lo sujetaba de un brazo, Mordisquitos del otro, arrastrándolo a trompicones mientras él volvía la cabeza hacia la ciudad, desgarrado, con los pulmones ardiendo de tanto gritar el nombre de Yrsa.
  • ¡No la dejéis! ¡Por favor capitana, no la dejéis! ¡YRSAAAA!
Sus lamentos resonaron largos y hondos en el muelle, hasta perderse entre los cantos graves de las amazonas que escoltaban la procesión. Grace caminaba al lado de la reina, sus ojos vagando de un lado a otro, tratando de asimilar la belleza de aquel reino escondido bajo la tierra. Las calles eran amplias y empedradas con piedra blanca, pulidas por siglos de pasos firmes. A ambos lados se alzaban casas sólidas y elegantes, con columnas y frisos dorados que brillaban bajo la luz cálida de antorchas y cristales luminosos incrustados en las paredes. Tenderetes llenaban las plazas, rebosantes de frutas, tejidos y armas finamente trabajadas. Por todas partes, mujeres hermosas caminaban erguidas, algunas con túnicas ligeras, otras con armaduras que reflejaban el fulgor de la ciudad, todas con el mismo aire de fuerza y dignidad.

Detrás de ella, Yara y Akuma compartían la misma expresión de asombro que el resto de las mujeres del Red Viper. Avanzaban en silencio, apenas atreviéndose a parpadear para no perder detalle, mientras un grupo de guerreras amazonas las escoltaba. No hablaban, no reían; caminaban atentas, como si cada respiración ajena fuera un posible peligro.
De repente, la voz de la reina quebró el silencio.

  • ¿Cómo os llamáis, capitana?
Grace giró de golpe, sorprendida, al ver cómo la mujer la miraba fijamente. Sus ojos eran firmes, pero una sonrisa amable suavizaba su gesto.
  • ¿Hablas mi idioma? - preguntó la capitana, desconcertada.
La reina asintió con serenidad.
  • Hablo muchos idiomas, capitana. Idiomas antiguos, algunos olvidados… y otros más recientes, como el vuestro.
  • Pero… ¿cómo…? - Grace frunció el ceño, incapaz de ocultar su extrañeza.
La reina volvió la vista al frente, su expresión solemne.
  • No sois los primeros que llegan al corazón del mundo. Y supongo que no seréis los últimos en hacerlo. Muchos antes que vosotros lo hicieron. Algunos por error: marineros perdidos tras tormentas, viajeros extraviados… pero otros descendieron por voluntad propia… - hubo una pausa, y su voz se endureció - Ansiosos de riquezas. Sin respeto por la vida, movidos por la codicia… de ellos aprendimos. Almenos sirvieron para algo.
Grace meditó aquellas palabras y comprendió, sin necesidad de más, el recelo casi instintivo que aquellas mujeres sentían hacia los hombres.
  • ¿Por eso los rechazáis? - preguntó con voz baja.
La respuesta fue seca, cortante como una espada.
  • Los hombres son crueles. Nosotras vivimos para engendrar vida; ellos se esmeran en acabar con ella.
En su mirada ardía rencor, pero también fiereza, como si hablara desde la herida y no desde la teoría.
  • La ley no fue siempre así - continuó la reina - pero hubo un momento en que la decisión se volvió inevitable. Surgió de forma natural… o ellos, o nosotras. Y nosotras decidimos prevalecer.
Grace la escuchaba con una mezcla de admiración y respeto. Había fuego en aquellas palabras, el mismo fuego que ella reconocía en sí misma cuando debía tomar decisiones imposibles.
La reina clavó de nuevo sus ojos en ella.
  • No fue sencillo al principio. - Su voz se volvió grave, cargada de recuerdos - Pero no desistimos. Nos unimos, fuertes y sólidas como un bloque. Les plantamos cara y tomamos las riendas de nuestro reino. Aprendimos a luchar, a trabajar duro, a realizar las tareas que decían que no estaban hechas para cuerpos débiles y flojos como los nuestros. Y lo conseguimos.
Grace apenas respiraba. La mujer seguía avanzando con decisión, como si sus palabras fueran el peso de una revelación.

  • Conseguimos que nuestro mundo recuperara su ciclo natural. Alejándonos de las guerras, de la muerte y de la destrucción. Devolvimos a la tierra lo que ella nos había dado, con respeto y amor.
  • ¿Por qué no hablaste antes? - preguntó Grace, su ceño fruncido - En la playa… casi nos matamos por no entendernos.
La reina la miró de soslayo, sus labios se curvaron apenas en un gesto entre la cautela y la firmeza.
  • Jamás hablamos con los hombres. Usamos nuestra lengua natal para ocultar nuestras intenciones. Aquí, cualquier precaución es poca…
  • Entiendo - contestó Grace en un suspiro. Luego, con la misma firmeza con la que había conducido a su tripulación tantas veces, añadió - ¿Cómo nos encontrasteis entonces? ¿Llegásteis por casualidad o ya nos seguíais de antes?
La reina sonrió, aunque en sus ojos brillaba todavía la sospecha.
  • Un disparo en mi mundo, llega hasta el infinito capitana… el eco de sus paredes se encarga de delatar al que se atreve a romper su silencio. Pero antes dime… ¿cómo te llamas?, por favor. Un nombre es importante en mi tierra… pues es el reflejo del alma.
  • Me llamo Grace O’Malley… - la capitana bajó un poco la voz, como dudando y añadió - Su majestad.
La reina negó suavemente con la cabeza, y extendió la mano.
  • Nada de majestad. Aquí todas somos iguales. Mi nombre es Tierde. Un placer.
Grace apretó aquella mano fuerte, y notó en ese gesto una especie de reconocimiento, como si las dos compartieran algo que iba más allá de palabras.
  • Y dime, Grace O’Malley - continuó la reina - ¿cómo habéis acabado aquí?
La capitana dudó un instante. Miró a Yara, luego a Akuma, y finalmente decidió que había algo en aquella mujer que le inspiraba confianza.
  • Nosotros… - tomó aire - seguimos los pasos de un tesoro. Aunque no sé si debería llamarlo así. En realidad es un cofre…
Tierde se detuvo en seco. Sus pasos, y con ellos los de toda la comitiva, se congelaron de golpe. Yara, distraída por la belleza de la ciudad, chocó contra su espalda firme como un roble, murmurando una disculpa entre dientes. Akuma, en cambio, giró el rostro con rapidez, ocultando bajo una leve sonrisa el destello de diversión que le provocaba ver a su compañera tan fuera de lugar.
  • ¿Un cofre dices? - la voz de Tierde sonó cargada de interés, pero también de una gravedad inesperada.
  • Bueno… es más bien una leyenda. ¿Conoces a un dios mono que fue encarce…
Grace no pudo terminar. Tierde la sujetó de la muñeca con una fuerza sorprendente y tiró de ella hacia adelante, casi arrastrándola.
  • ¡Sígueme! - ordenó con una mezcla de urgencia y excitación en la voz - ¡Tienes que ver algo!
Mientras las mujeres apretaban el paso siguiendo a la reina y a la capitana, los hombres marchaban tras Arketh en un silencio cargado de dudas. La guerrera de cabellos negros encabezaba la marcha con firmeza, sin girarse ni una sola vez. El grupo cruzaba entonces un puente colgante que crujía bajo sus botas, colgado entre la roca y dando acceso a una pequeña isla fortificada. El peñasco era insignificante en comparación con la gran ciudad de Shar Keleth, pero estaba rodeado de murallas sólidas, altas y vigiladas por amazonas armadas con lanzas y arcos listos para disparar.

Bum-Bum, ajeno a la tensión, saltaba de tabla en tabla sujetando la mano de Mordisquitos, como si aquel fuera el juego más divertido del mundo. Mientras el gigante rodeaba con un brazo el hombro de Baghirath, que miraba al suelo con pesadez. Detrás de ellos caminaban Vihaan, Halcón y los demás marineros, observando con asombro la extraña belleza de aquel mundo subterráneo.

Un poco más atrás, Cortés y Macfarlane avanzaban en susurros, flanqueados de cerca por dos amazonas que no apartaban los ojos de ellos. El español, como era costumbre, no dejaba de girarse con picardía, lanzando guiños y sonrisas descaradas. Las guerreras, serias al principio, acabaron intercambiando disimuladas sonrisas entre ellas, murmurando en su lengua mientras intentaban mantener la compostura.
  • ¿Quieres borrar esa sonrisa estúpida de tu cara? - gruñó Macfarlane con los dientes apretados, sin apartar los ojos del frente - ¿Es que acaso no ves a dónde nos llevan? ¡Vamos de cabeza a una prisión, estúpido holgazán!
Cortés soltó una risa clara, llevándose la mano al pecho y lanzando un beso exagerado, con la otra, a una de las guerreras, que esta vez no pudo contener una carcajada abierta.
  • ¡Oh, venga ya, escocés! - dijo divertido volviendose y pasándole el brazo por encima del hombro con camaradería - Quizás sea una prisión, de acuerdo… ¡pero custodiada por mujeres así!… ¿que más da? Si quieren, que me apresen de por vida. Esto es el paraíso.
El contramaestre con visible fastidio se sacudió de encima aquel brazo con brusquedad.
  • Eres incorregible… - masculló, apretando el paso y manteniendo la mirada fija en Arketh con recelo.
Cortés, en cambio, se inclinó en una reverencia exagerada hacia las guerreras, como si estuviera en un salón de palacio y no en un puente custodiado por guardias hostiles. Esta vez las mujeres no se contuvieron y respondieron con sonrisas abiertas, cuchicheando entre ellas con ojos brillantes y saludandolo con las manos, entrando en su juego. El español sonrió satisfecho, inflando el pecho como si hubiera conquistado algo más importante que cualquier batalla.

Bishnu, por su parte, había permanecido en el Red Viper, junto a su inseparable amigo gigante, que a esas horas hundía los dientes en el vientre abierto de uno de los enormes lagartos, desgarrando carne cruda con la misma naturalidad que un niño mordisquea un caramelo. Su hambre era inconmensurable, y cada bocado resonaba en la madera del navío como un eco animal.

Un grupo de amazonas vigilaba desde el muelle, lanzas dispuestas y ojos atentos, pero no hicieron ademán de sorpresa. Era como si ninguno de los dos - ni el anciano encorvado ni el coloso que apenas sabía hablar - fueran lo suficientemente hombres como para merecer preocupación o prisión en el Irdi Shult.
  • No, gracias, pequeño… - sonrió Bishnu, rechazando el trozo de vísceras ensangrentadas que el gigante le ofrecía con inocencia - No tengo hambre.
Con esfuerzo se incorporó del suelo, apoyándose en su bastón de madera gastada. Dio unos pasos hasta la borda, donde la ciudad se extendía como un sueño imposible. Fue entonces cuando vio a Grace, corriendo calle arriba tras la reina, su melena roja brillando bajo la luz blanca que bañaba las cúpulas y columnas.

Bishnu descorchó la botella con un solo movimiento de su dedo y bebió un trago largo, cerrando los ojos para sentir el ardor del licor en su garganta. Al bajarla, dejó escapar una risa seca, cargada de afecto y presagio.
  • Aquí se decide todo, joven capitana… - murmuró en voz baja, como si hablara con los fantasmas que lo seguían desde hacía años - De ti depende que el camino continúe… o que jamás volvamos a ver la luz del sol.
Alzó la botella en un gesto de brindis hacia la silueta que se perdía entre los templos de mármol, y susurró con un dejo de ternura y fatalidad.
  • ¡Suerte, cabellos de fuego… pues la vamos a necesitar!
Continuará…
 
Que van a curar a Yrsa lo tengo claro, pero que son un poco feministas también.
Al final lo de siempre, el malo es el hombre. 😡
Para las amazonas sí, sin duda.
A mí me fascina su historia. La verdadera, la que cuentan los griegos.
Según dicen los relatos clásicos las amazonas más que feministas eran supervivientes. Piensa que en aquella época las mujeres eran propiedad de los hombres. Ellas se independizaron, por decirlo de algún modo, y fundaron un pais con leyes enfocadas únicamente a ellas. No era un lugar justo, pues los hombres solo servian para servir o para garantizar el legado de su especie. Hay relatos que dicen que cuando nacían hijos varones, estas los sacrificaban o los abandonaban directamente, a su suerte.

Lo mejor de todo es que la leyenda se mezcla con la realidad.
Hay evidencias escritas de notables historiadores de la época que documentaron la presencia de bandas de mujeres guerreras participando en batallas importantes. Hay restos arqueologicos de mas de 2000 años de antiguedad de mujeres enterradas con escudos, arcos, flechas y dagas, lo que sugiere un grupo de mujeres que participaban en la guerra.
No creo que existieran las amazonas como tal, pero si que hubieron mujeres en esa época que se revelaron y se adiestraron en la guerra.

Pero entiendo lo que dices. Aunque haría un matiz. Yo las veo más ********* que femenistas jajaja.
 
Voy a dejar un par de capitulos hoy, incluso podría dejar más pero no quiero agobiaros jaja.
Estoy en una especie de trance y no puedo dejar de escribir. Acabo de terminar justo ahora el capítulo 34. Imaginad! Jaja
No quiero hacer spoilers, ni parecer obstinado, pero la cosa se pone muy interesante a partir del encuentro con las amazonas.
A Grace y a Vihaan les espera la mayor aventura de sus vidas. Sin más os dejo con los dos capítulos del tirón. Que me tiembla el pulso y necesito escribir más.
 
Capítulo 26 - Un nuevo camino espera: las lágrimas de la Capitana


Grace trotaba tras la reina, esforzándose por seguir el ritmo de sus largas y musculosas piernas. Sus botas repiqueteaban contra el empedrado y, por momentos, sentía que tropezaría y caería de bruces, pero se negaba a quedarse atrás.
  • ¿Qué sucede? - preguntó, alarmada, con la respiración acelerada - ¡Dime qué está pasando!
La reina soltó una carcajada breve, casi incrédula, mientras no bajaba el paso.
  • Seré estúpida… - respondió entre risas - Debí darme cuenta en el mismo momento en que te vi. Ha pasado tanto tiempo que lo había olvidado…
Grace frunció el ceño, tropezando con una piedra antes de recuperar el equilibrio.
  • ¿Darte cuenta de qué? ¿Puedes decirme adónde vamos?
Tierde giró el rostro un instante, sus cabellos dorados ondeando como una llamarada bajo la luz. Sus ojos brillaban con una chispa enigmática.
  • Ahora lo verás.
Subieron deprisa la cuesta empedrada. Al final del camino, un gran Partenón se alzaba solemne e imponente, gobernando la isla desde lo alto. Grace creyó que iban hacia allí, pero justo al llegar a la explanada que daba acceso al templo, la reina viró bruscamente a la derecha, llevándolas a un jardín precioso.

El mármol blanco pavimentaba el sendero, pulido como espejo, y a cada lado brotaban flores extrañas, fluorescentes, que parecían respirar luz propia. El aire estaba impregnado de un perfume dulzón, casi irreal. Al fondo, junto al borde de un peñasco que se abría en caída recta hacia el mar, se alzaba un árbol que desentonaba con la exuberancia fantástica de aquel lugar. Grace lo reconoció de inmediato: un roble. Alto, fuerte, imponente, pero fuera de lugar en aquel mundo irreal.

Tierde se detuvo bajo su sombra y se arrodilló sin dudar, obligando a Grace a hacer lo mismo con un gesto severo. La reina introdujo ambas manos en una pequeña abertura en la base del árbol, palpando en su interior hasta dar con algo oculto.
  • Hace muchos años… - empezó a decir con voz grave - Tantos, que yo era apenas una niña, llegó aquí un hombre de sonrisa extraña y carisma embriagador.
Grace sintió cómo su corazón golpeaba con fuerza, anticipando el nombre que estaba a punto de escuchar.
  • Su nombre era…
  • Diego de la Vega - interrumpió la capitana, con un susurro que parecía arrancado de lo más profundo de su ser.
Tierde la miró sorprendida, y después sonrió con dulzura.
  • Exacto. - Sacó un pequeño cofre de madera y lo sostuvo entre sus manos - Dijo que un día llegaría una mujer, de mirada penetrante como un león y cabellos salvajes bañados por el fuego…
Un escalofrío recorrió la espalda de Grace. Sus manos temblorosas tomaron el cofre cuando la reina se lo ofreció, como si pesara más de lo que aparentaba.
  • Aquel hombre… - continuó Tierde levantándose con solemnidad - fue el único que recibió permiso de la diosa para pisar tierra sagrada. Pues no era como los demás.
Grace la observaba desde el suelo, con los ojos muy abiertos, apenas respirando.
  • No le movía la codicia, ni el poder. No… - la reina negó con la cabeza - Su propósito era puro y simple como la vida misma. Solo ansiaba la libertad: no la suya, sino la del mundo entero. Ese impulso vital de protegerla hasta el fin de sus días le hacía sumamente especial… por eso se ganó el respeto de la diosa.
Alzó la mirada hacia el roble, sus ojos brillando de nostalgia.
  • Nos dejó este árbol como recuerdo de su mundo y de su virtud. - Tendió la mano a Grace, ayudándola a levantarse - Fue él quien nos habló de Kāmara y del Sundra-Kalash. Y de la urgencia de proteger el tesoro, para que no cayera en las manos equivocadas.
Grace aceptó la mano y se incorporó, aún con el cofre apretado contra el pecho. Yara y Akuma, arrodilladas junto a ella, se levantaron también, desconcertadas y maravilladas, intentando comprender el peso de las palabras que acababan de escuchar.
  • ¿Dón… dónde está? - preguntó Grace, casi temblando - ¿Hacia dónde se fue?
Tierde bajó un instante la mirada, y al levantarla de nuevo su expresión era más suave, casi tierna.
  • No lo sé, Grace O’Malley… - respondió con voz tranquila - Ese hombre era un misterio… supongo que la libertad es así, ¿no? Impredecible, incontrolable. Una virtud, sí… pero también una condena para quienes no pueden seguirla.
Las palabras flotaron en el aire como un eco pesado. Entonces Yara, que llevaba un rato con el ceño fruncido, se adelantó.
  • Grace, escucha… - dijo con tono serio - Lo que cuenta no tiene sentido. - Luego miró a la reina con respeto, pero sin temor - No se ofenda, majestad… pero usted es bastante vieja, ¿cuántos años tiene?
  • ¿Años? - repitió Tierde, confundida, como si el concepto mismo le resultara extraño.
  • Da igual… - Yara sonrió nerviosa, pero sus ojos seguían afilados - Grace, ¿no lo entiendes? No puede ser. Fíjate en el árbol, cuantos años debe tener? Cien?… doscientos?… ¿Cómo pudo estar Diego contigo cuando eras niña y también con ella cuando lo era? No cuadra.
Grace no apartaba los ojos de la reina. Su voz salió como un susurro quebrado.
  • La maldición…
  • ¿Cómo dices? - preguntó Yara, sin haberla oído bien.
  • La maldición - repitió Grace, más fuerte - Cortés me habló de ella… decía que la tripulación del Español Errante estaba maldita, que jamás envejecían mientras surcaran los mares…
  • Eso suena a cuento de taberna, amiga - respondió Yara, escéptica, cruzándose de brazos.
  • Piénsalo un momento - replicó Grace - ¿Cómo si no se explica? ¿Cómo podía Tierde conocer a Diego… si no es así?
Akuma, seria como el hielo, intervino con voz baja pero cortante.
  • Capitana… Yara tiene razón. Aunque la idea de la vida eterna me parezca absurda, hay otra contradicción más. ¿Cómo podía saber ese hombre que usted vendría aquí… si ni siquiera había nacido?
  • Sí, Grace - añadió Yara, apoyándola - ¿Cómo?
El silencio se extendió. Todas las mujeres de la tripulación, expectantes, miraban a la capitana. Grace sintió por un instante el peso del pequeño cofre arder en sus manos. Entonces, la voz de la reina rompió la tensión desde detrás de ellas, firme y clara.
  • Creo que yo puedo responderos a eso…
Tierde empezó a caminar lentamente, sus dorados cabellos brillando bajo la luz extraña del jardín. Se volvió apenas, con una sonrisa enigmática.
  • Seguidme, por favor.
La tripulación siguió a la reina en completo silencio. Grace sostenía el cofre entre sus manos, con el mareo volviendo a su cabeza de forma repentina, como un viento que le giraba el estómago. Al entrar en el partenón, la majestuosidad de la sala la dejó sin aliento. Columnas blancas y altas sostenían un techo que parecía tocar el cielo, mientras el suelo de mármol reflejaba la luz que entraba por las aperturas. En el centro, gobernando la sala, se alzaba la escultura de Keleth, la diosa guerrera: de mármol pulido, de proporciones enormes y perfectas, con una expresión serena pero fiera, los brazos extendidos como si protegiera a todas las mujeres presentes.

Por toda la sala, las amazonas realizaban ofrendas florales, depositándolas ante la estatua y rezando en un silencio solemne, su devoción palpable en cada gesto. La reina giró hacia la izquierda y condujo a Grace hacia una sala contigua, al aire libre, cubierta por columnas que sostenían un techo abierto al cielo. En el centro, un estanque de aguas apacibles emitía un vapor cálido que envolvía el lugar, creando una atmósfera etérea y tranquila.
  • Quitaros las ropas, creo que os sentará bien daros un baño - dijo la reina con una sonrisa, mientras dos amazonas empezaban a ayudarla a despojarse de sus prendas.
Grace se quedó paralizada un instante, observando el cuerpo de la reina: fuerte, musculoso, elegante en su poder, con curvas que hablaban de fuerza y resistencia; su piel brillaba bajo la luz y el vapor, y cada movimiento irradiaba una autoridad que inspiraba respeto y admiración. La reina entró delicadamente en el agua, dejando que el vapor abrazara su cuerpo.

Yara, con un rápido movimiento, se despojó de sus ropas y saltó al agua de forma abrupta, agarrandose las rodillas y tapandose la nariz, levantando carcajadas y aplausos entre las amazonas y la tripulación femenina. Pronto, el resto de las mujeres del Red Viper siguieron su ejemplo, riendo, relajándose y dejando que el calor del agua y el vapor calmaran sus músculos tensos por la larga travesía.

Grace se acercó con cautela, dejando el cofre sobre el borde del estanque. Con movimientos delicados, retiró sus ropas y entró en el agua, sintiendo cómo el calor la envolvía y aliviaba el cansancio. Akuma la imitó, manteniendo la mirada firme sobre las amazonas, asegurándose de que ninguna se atreviera a ayudarla a desvestirse.

En cuestión de minutos, las aguas estaban llenas de mujeres desnudas, respirando lentamente, relajadas y rodeadas por el vapor que ascendía hacia el techo. En el suelo, a su alrededor, se amontonaban ropajes sudados y sucios, junto a un sinfín de armas, recordatorio silencioso de la fuerza y la vida que todas habían traído hasta allí. El aire estaba lleno de risas suaves, del murmullo del agua y de la paz que reinaba entre guerreras y piratas por igual.

Grace, con el calor del agua suavizando su mente, permanecía en silencio, sus dedos acariciando inconscientemente el borde del cofre que descansaba a un lado de la piscina. El vapor le nublaba la vista, pero la figura de Tierde seguía destacando con una fuerza casi sobrenatural. La reina sonrió, incorporándose despacio, y todas las miradas se giraron hacia ella.
  • Cuando antes me preguntaste por mis años… - dijo, con voz calmada- no entendí la pregunta. Pero ahora lo he comprendido.
Alzó un dedo y lo hizo trazar una línea efímera sobre la superficie del agua.
  • Vosotras entendéis la vida como una línea recta. Naces… - golpeó un extremo de la línea - y mueres… - golpeó el otro.
Las ondas se deshicieron en un suspiro. Entonces, cerró el puño y lo hundió de golpe en el agua. De aquel impacto surgieron decenas de esferas que se expandieron, superponiéndose, repitiéndose en un círculo infinito.
  • Pero en realidad, la vida es un círculo. La vida no empieza ni acaba. La vida es…
  • ¡Eso de que no acaba que se lo pregunten a los demonios esos que mató Akuma en lo alto de la montaña! - interrumpió Yara entre carcajadas, flotando boca arriba como un tronco a la deriva.
Las mujeres rieron, pero Tierde frunció el ceño, incrédula.
  • ¿Conseguisteis alcanzar a uno?
  • ¿A uno? - replicó Yara divertida, incorporándose un poco - ¡Matamos a casi todos los que había, reina de las amazonas! Ahí tienes a la culpable.
Tierde giró la vista hacia Akuma, que permanecía en el extremo más alejado del estanque. Sus ojos negros la miraban fijos, sin pestañear, como si atravesaran su carne y sus huesos. Incluso la reina, que había sido formada desde niña entre las guerreras más duras, sintió un escalofrío recorrer su piel húmeda.
  • De haber nacido en mi mundo, guerrera… - dijo con solemnidad - hubieras sido reina sin duda.
La japonesa no respondió. Ni un gesto, ni un susurro. Solo la misma mirada helada, la que parecía ser el final de aquella línea imaginaria que la reina había dibujado sobre el agua. Grace, más serena, rompió el silencio.
  • ¿Qué tiene que ver todo eso que dices con De la Vega?
Tierde volvió a sonreír, moviendo el agua con las palmas abiertas, como si envolviera el mundo entre sus manos.
  • Lo que quiero decir, joven capitana, es que la vida no se acaba jamás. Nosotras somos recipientes que la sostienen por un tiempo. Luego, cuando ya no somos útiles, vuelve a la tierra… para llenar otra vasija, en un ciclo que no tiene fin.
Grace frunció el ceño.
  • ¡Sigo sin entenderlo!
La reina soltó una risa suave. A su alrededor, otras amazonas entraban en los baños, reverenciándola antes de dejarse sumergir entre las visitantes, compartiendo el vapor y la calma.
  • No sé mucho acerca del tesoro que buscas. Ni tampoco del hombre que persigues. Quizá las dos cosas sean lo mismo para ti…
Grace sintió un vuelco en el corazón, como si Tierde pudiera leer directamente en su alma.
  • Pero cuando hablásteis de la vida eterna, pensé… ¿Y si alguien pudiera vivir por siempre en una misma vasija? - continuó la reina - Vería la vida nacer y renacer sin fin, siendo consciente de ello. Repitiéndose eternamente.
Grace la miró con una media sonrisa.
  • ¿Dices que… Diego ya ha vivido esto antes? ¿Como si supiera todo lo que iba a suceder?
Tierde negó con suavidad.
  • No… eso es imposible, capitana. No se pueden recorrer las mismas aguas de un rio dos veces. Lo que digo es que él sabía que tú llegarías aquí… porque en realidad no has llegado, has vuelto.
Yara, que había permanecido atenta a la charla, se incorporó de golpe, dejando a la vista su pecho firme, y miró a Akuma con picardía.
  • ¡Oye, sombra! ¿No habrás traido ese opio tuyo, verdad? Creo que la reina anda un tanto perturbada - fingió un mareo y se dejó caer sobre el agua.
Las carcajadas rompieron el ambiente solemne, desarmando el misticismo. Incluso las amazonas, contagiadas, rieron con ganas. Grace, sonriendo y negando con la cabeza, giró hacia atrás. Su mirada se posó en el cofre, inmóvil en el borde del estanque. Se quedó un largo rato contemplándolo, en silencio, como si aquel objeto esperara el momento justo para revelar su secreto.

Al fin se inclinó sobre el cofre, sus dedos recorriendo la superficie áspera de la madera. Era una caja pequeña, austera, sin barniz ni adornos, pero sólida como si hubiera resistido siglos. No tenía bisagras ni cerradura, tan solo una línea casi imperceptible que marcaba la unión de las piezas. Grace entrecerró los ojos y pasó la uña por aquella comisura, intentando forzar la apertura. Nada.

La observó con más cuidado. En un costado, un diminuto agujero interrumpía la superficie lisa. No parecía tallado a propósito, más bien el resultado de un golpe, un accidente. Aun así, la capitana no dejó de mirarlo con desconfianza.

Clavó con más fuerza sus uñas, resoplando. Fue entonces cuando una mano apareció frente a ella, silenciosa, firme como una sombra. Era Akuma. En su palma descansaba un kunai de filo oscuro, afilado y discreto, que parecía más una extensión de su propio cuerpo que un arma.
  • Prueba con esto, capitana - dijo, sin apartar la vista del cofre.
Grace tomó el arma y trató de hundir la punta en la rendija, forzando con todo su peso. El metal chirrió contra la madera. Nada.
  • No hay manera - gruñó entre dientes, el sudor perlando su frente por el esfuerzo.
  • ¿Qué ocurre aquí? - saltó Yara a su espalda, rodeándola con un abrazo juguetón - ¿No se abre o qué?
  • Parece compacto - bufó Grace - Aunque está claro que se puede abrir. La pregunta es cómo.
  • ¿Y eso qué es? - inquirió Yara señalando el agujero.
  • ¿El qué?
  • Ese hueco en la madera.
Grace lo observó un instante.
  • No tengo ni idea. Supongo que un golpe, una irregularidad de la caja… vete tú a saber.
La cubana se inclinó más sobre ella, jugueteando con el collar que colgaba de su cuello: aquel trozo de ámbar que la vieja nórdica le regaló en Svalbard. Sus dedos lo acariciaron pensativos, hasta que sus ojos brillaron con una corazonada.
  • Espera un momento - exclamó.
Con un gesto rápido desató el collar y, adelantándose a Grace, encajó la piedra sobre la hendidura. La forma coincidía a la perfección. Ambas contuvieron la respiración. Pero no pasó nada.
  • ¡Maldita sea! - bufó Yara, chasqueando la lengua.
Grace sonrió y le dio un beso en la mejilla, apartándole un mechón de la frente.
  • Buen intento, amiga. Pero si realmente este cofre lo dejó De la Vega… la respuesta no puede ser tan sencilla.
Extendió la mano para retirar el collar. Pero en cuanto sus dedos rozaron el ámbar, un destello breve, como un relámpago atrapado, iluminó el baño. El cofre emitió un chasquido y la hendidura se abrió con un crujido seco.

Todas las miradas se alzaron al instante. Algunas tripulantes del Red Viper se acercaron curiosas, y hasta Tierde cruzó las aguas con varias amazonas para ver qué ocurría. El silencio era tan intenso que se oía el burbujeo del vapor.

Grace tragó saliva y, consciente de que todas aguardaban expectantes, murmuró:
  • Vamos allá…
Con cuidado retiró la tapa. Dentro, protegida del tiempo, descansaba una única cosa: un pergamino enrollado, atado con un simple cordel deshilachado, probablemente arrancado de un cabo de barco. El papel estaba amarillento, quebradizo en los bordes, con manchas de humedad y el olor rancio de los años. Aun así, se conservaba sorprendentemente bien.

Grace deshizo el cordel y lo extendió con delicadeza. El trazo de la tinta, firme y elegante, revelaba pocas palabras, escritas por una mano segura. No era un texto extenso, sino breve y directo.

Yara, que había leído por encima, fue la primera en ver la firma. Su sonrisa traviesa se transformó en una expresión de respeto. Dio un salto atrás, alzando las manos.
  • ¡Está bieeen! - exclamó en voz alta - ¡Dejad espacio, es privado!
Con suavidad pero con autoridad, fue apartando a las demás. Algunas piratas refunfuñaron, deseosas de saciar su curiosidad. Las amazonas, disciplinadas, retrocedieron sin protestar, aunque sus ojos no podían dejar de observar.

Grace esperó a que el bullicio se calmara. Luego se sentó en la repisa del baño, el vapor envolviéndola como un manto. Sujetó la carta con ambas manos. Su corazón latía con fuerza, como si temiera lo que iba a leer. Inspiró hondo y, finalmente, comenzó a leer en silencio.
Sostuvo el pergamino con ambas manos, sintiendo cómo el papel áspero crujía suavemente al desplegarse. Sus ojos recorrieron las primeras líneas, y el mundo a su alrededor pareció desvanecerse, como si solo existiera ella y aquella letra firme, dibujada con trazos elegantes y seguros.

Querida Grace,
Me alegra que hayas encontrado esta carta y que la estés leyendo ahora mismo.
Eso significa que sigues viva y que navegas hacia buen destino.
Supongo que te preguntarás por qué te he hecho venir hasta el fin del mundo, siguiendo este juego de pistas que seguramente te estará desquiciando, haciendo que esa cabezita tuya no deje de dar vueltas como un molino de viento…”


Grace no pudo evitar sonreír. Una sonrisa quebrada, hecha de dolor y de dulzura a la vez. Sus labios se curvaron, mientras sus ojos se empañaban de lágrimas que pugnaban por salir. El recuerdo de su voz, de sus gestos, de esa manera única que tenía de mirarla, regresó de golpe, invadiéndole el pecho con un ardor nostálgico imposible de contener.

“Conozco el paradero del Sundra-Kalash, sé dónde se oculta. Pero, lamentablemente, no puedo acceder a él. Es una historia demasiado larga de contar. Quizás en otro momento, querida. Como no puedo saber con certeza si quien lee estas líneas es quien debe leerlas, he decidido dejar una última pista. Sabiendo, sin embargo, que tú, Red, eres la única con el suficiente valor y la determinación necesaria para encontrarlo. Si deseas seguir, recuerda lo que te conté la primera vez que partimos de Bristol. No lo olvides jamás, mi pequeña.”

El pulso de Grace tembló. Las lágrimas al fin se liberaron, corriendo por sus mejillas ardientes mientras leía la última línea.

“Siento haberte dejado atrás. Pero no tuve otra opción. Pienso en tí niña, todos los días y todas las noches. Si algún día nos volvemos a ver, si algún día la corriente nos vuelve a unir, prometo darte todas las respuestas que necesites. Con cariño, De la Vega.”

El nombre quedó suspendido en sus ojos, como un puñal que al mismo tiempo hería y sanaba. Cerró los párpados un instante, aferrándose al pergamino como si apretara contra sí mismo el fantasma de aquel hombre imposible de olvidar.

Las aguas termales callaron de golpe, como si el vapor mismo hubiera retenido el aliento. Grace sostenía el pergamino contra su pecho, el rostro cubierto de lágrimas, y sin embargo su postura era firme, erguida, como el tronco de un árbol que resiste el embate del vendaval. Las amazonas y las piratas la miraban en silencio, testigos de aquella extraña contradicción: la capitana indomable, la mujer de mirada de fuego, desnuda y frágil quebrándose en un mar de dolor íntimo y profundo. Y aun así, en esa fragilidad, había una fuerza diferente. Una que todas reconocieron, porque la vulnerabilidad también era un campo de batalla.

Yara, con el corazón desgarrado al verla así, empezó a levantarse del agua. Los ojos empañados, los labios temblorosos. Estiró la mano, dispuesta a rodear a su amiga en un abrazo cálido, necesario, inevitable. Pero un tirón seco en su muñeca la detuvo. Era Akuma. La japonesa negó con la cabeza, fría, inflexible, con esa calma de acero que tan poco admitía réplica.
  • El dolor se respeta - murmuró, sin apartar los ojos de Grace - Es un maestro cruel y despiadado… pero también sabio. Nadie puede sufrir por otro, Yara. Ni siquiera por amor.
Las palabras calaron como cuchillos en la cubana, que bajó la cabeza un instante. Pero la necesidad era más fuerte que la razón, y de pronto se lanzó contra Akuma, hundiendo el rostro en su hombro y soltando lágrimas como una niña.

La japonesa se tensó al sentir aquel cuerpo desnudo, cálido y mojado pegado al suyo. Sus músculos se contrajeron, su respiración se volvió rígida, incómoda. Yara la apretaba con fuerza, llorando a moco tendido, mientras Akuma, visiblemente incómoda, levantaba una mano… y empezó a darle torpes golpecitos en la espalda, como quien intenta calmar a un perro mojado que no sabe soltar.

Algunas piratas, entre lágrimas, no pudieron contener una risa ahogada, y hasta un par de amazonas sonrieron al ver aquella escena insólita: la sombra implacable, la asesina silenciosa, atrapada en un abrazo desesperado del que parecía querer escapar más que de cualquier campo de batalla.

Yara, sin embargo, no soltaba, hundida en su llanto; y Akuma, con el ceño fruncido, cerró los ojos con resignación. En silencio rogaba que aquella tormenta pasara pronto. No la de Grace… sino la suya propia.

Nadie osó acercarse a la capitana. Nadie intentó arrancarle el dolor de las manos. La dejaron llorar en silencio, respetando la pena que caía por sus mejillas convertida en gotas saladas. Gotas que, como Tierde sabía, nacían en los ojos, recorrían el cuerpo y morían en las aguas termales, cerrando un ciclo sin fin.

Cuando al fin encontró fuerzas, Grace enrolló de nuevo el pergamino con cuidado. Volvió a pasar la cuerda y la apretó con delicadeza. Con reverencia lo dejó dentro del cofre y lo cerró sin ruido, como si cada gesto fuera un rezo. De espaldas a las demás, secó sus lágrimas con la mano y se sumergió otra vez en el agua, permitiendo que el vapor y el silencio la envolvieran como un sudario cálido.

Tierde habló en su lengua ancestral, y las dos amazonas que montaban guardia en la puerta de los baños asintieron. Se acercaron a una pequeña mesa de madera, agarraron unas jarras y vertieron vino espeso y oscuro en vasos de barro. Con pasos seguros comenzaron a repartirlos entre las mujeres, que recibían la copa en silencio, aún esperando que alguien rompiera el peso de la escena.

La reina, al recibir el suyo, alzó el vaso con dignidad. Se levantó del agua, su cuerpo desnudo brillando bajo la neblina, y caminó hasta el centro de los baños. Sus guerreras la siguieron, formando un círculo solemne alrededor de ella. Extendió el brazo hacia adelante y miró a las tripulantes del Red Viper, que la contemplaban con reverencia.
  • Brindemos, amigas - dijo con voz firme y grave - Por las vivas y por las muertas. Por las que estuvieron, y por las que siguen a nuestro lado.
Las mujeres se levantaron una a una, formando un corro. Grace, alzando el suyo, dio un paso adelante para unirse al círculo. Tierde la miró entonces, con una mezcla de compresión y fuerza.
  • Y, sobre todo, brindemos… por aquellas que jamás podremos olvidar.
Grace asintió en silencio, y todas bebieron juntas.

Tan solo Akuma, siempre precavida, llevó la copa a sus labios y la olfateó primero. El fuerte olor a alcohol la hizo entrecerrar los ojos. Fingiendo beber, inclinó apenas la muñeca, y con un gesto ágil vació el vino hacia el bosque que rodeaba los baños. El líquido desapareció entre la vegetación, mientras la japonesa mantenía el vaso a la altura de los labios, sin que nadie notara el engaño.

Al volver a sumergiese, Yara, incapaz de contenerse más, se acercó a Grace y se acurrucó a su lado en el agua caliente. La rodeó con los brazos y comenzó a acariciarle el cabello mojado, dejando caer sobre su mejilla una lluvia de besos tiernos y torpes, como si quisiera borrar con ellos cualquier lágrima que quedara. Grace, arropada por el calor de su amiga y la tibieza del vapor, cerró los ojos un instante. Una sonrisa relajada le cruzó el rostro, entregándose al silencio y a la calma de aquel mundo subterráneo, tan lejano de todo lo que conocía.

De pronto, el agua se agitó levemente a su lado. Tierde se sentó junto a ellas. La reina y la capitana se miraron durante unos instantes, ya sin fuego ni desafío en sus ojos, tan solo el respeto mutuo y la comprensión del dolor ajeno.
  • ¿Estás mejor? - preguntó Tierde con voz baja, casi maternal.
  • Sí… - respondió Grace, y esta vez su sonrisa fue sincera, serena.
  • Espero que hayas encontrado lo que andabas buscando, Grace O’Malley.
Grace suspiró, apretando suavemente la mano de Yara que aún la sostenía.
  • Bueno… ahora tengo muchas más preguntas que cuando llegué aquí… pero supongo que así es la vida, ¿verdad, Tierde? Un ciclo sin fin, que jamás termina.
La reina sostuvo su mirada unos segundos más y luego le devolvió la sonrisa. Ambas alzaron sus copas y chocaron con suavidad.
  • Así es, capitana… nunca termina…
El eco de esas palabras se fundió con el murmullo del agua, con la risa lejana de las piratas y el susurro del vapor envolviéndolo todo en una quietud sagrada.

Grace se dejó llevar por el murmullo del agua y el calor envolvente del vapor. Cerró los ojos y la carta regresó a su mente con fuerza, cada palabra grabada como hierro candente: “Recuerda lo que te conté la primera vez que partimos de Bristol. No lo olvides jamás.”
¿Qué significaba aquello? ¿Qué ocultaban esas palabras?

Grace intentó concentrarse, buscó en su memoria. Y pronto, como mareas imparables, los recuerdos llegaron a ella, llenando su pecho de nostalgia.

Recordó las mañanas en las que, siendo apenas una niña, Diego le enseñaba a coser las velas rasgadas por el viento del canal de Bristol. Su voz paciente la guiaba mientras ella luchaba con la aguja y el hilo, torpe pero decidida. “Cada puntada debe ser firme, pequeña, porque una vela no puede permitirse dudas en mitad de una tormenta.”

Otra imagen se abrió paso: Grace con las manos llenas de brea, intentando tapar una fuga en las tablas del casco. Él, riendo, con las mangas arremangadas, trabajando a su lado. Le había dicho que todo barco era como un ser vivo, que cada grieta, cada crujido, eran voces que había que aprender a escuchar. “Un buen capitán no gobierna un barco, lo cuida.”

Después, lo recordó mostrándole a usar la brújula. Era de noche, bajo un cielo estrellado que parecía no tener fin. Diego le puso la aguja en la mano y la obligó a mirar el norte con firmeza. “No importa cuánto gire el mundo, pequeña. Siempre habrá un lugar fijo al que regresar.”

Y también aquella tarde de calma en cubierta, cuando Will el Hacha y Fred el Bocas jugaban a los dados. Ella los observaba fascinada, mientras Diego se arrodillaba junto a ellos con sonrisa traviesa. Siempre dejaba que ganaran, incluso cuando el azar no estaba de su lado. Recibía con satisfacción las burlas de sus hombres, como si cada carcajada y cada moneda perdida fueran el precio justo para reforzar los lazos de hermandad en el Español Errante. Grace nunca olvidó aquella lección silenciosa: un capitán no siempre vence, a veces se deja vencer para que otros se sientan parte del todo.

Y por último, aquel día imborrable. Los delfines. El mar estaba en calma, el cielo pintado de azul líquido, y de pronto el agua se rompió en destellos plateados. Grace se había encaramado a la barandilla de babor, pero su estatura apenas le permitía ver. Diego, riendo, la alzó por la cintura y la sostuvo con fuerza mientras los animales saltaban en juegos infinitos alrededor del barco.
  • Míralos bien, pequeña pirata - le susurró junto al oído - Son los espíritus del mar. Juegan, ríen y viajan a donde quieren, sin cadenas ni fronteras. Son la imagen misma de la libertad.
Grace sonrió en silencio al recordarlo. Habían pasado los años, habían cambiado mares y destinos, pero aquella escena permanecía intacta en lo más hondo de su ser. Formidables animales… pensó, con un deje de melancolía. Nadan sin temor, siempre hacia adelante, y jamás olvidan lo que son.

Entendió que, sin saberlo entonces, sin ser consciente, de alguna manera Diego la había formado, la había educado. No solo para ser una buena marinera, ni siquiera tan solo para ser una buena capitana. Le había enseñado a amar la libertad, a respetar a quienes caminan a tu lado, le había mostrado el camino que todo el mundo debería seguir y honrar: la vida de pirata.
  • ¿En qué piensas? - preguntó Yara, medio dormida, apoyando la cabeza en el pecho de Grace.
  • En delfines - contestó Grace, sonriendo.
  • Me encantan los delfines, Red - murmuró la cubana, acurrucándose más contra ella - Son mis animales favoritos.
  • Los míos son los elefantes… - dijo Grace recordando la primera vez que los vio.
De repente, sus ojos se abrieron con claridad. Se incorporó de golpe, sintiendo un mareo instantáneo que le nubló la visión. Al hacerlo, Yara se resbaló y cayó sumergida en el agua, el vino mezclandose en las termas.
  • ¡Ya lo tengo! ¡Eso es…! - exclamó Grace, con la voz temblando de emoción.
  • ¿Qué te pasa, loca? - dijo Yara, saliendo del agua, aún sorprendida.
  • Lo he descifrado… el acertijo de Diego.
  • ¿Qué acertijo? ¿De qué hablas? - preguntó Yara, todavía desconcertada.
  • ¡Ya sé adónde debemos ir ahora! - Grace levantó la mirada, firme y decidida, con el corazón latiendo con fuerza - Ya sé hacía dónde debemos partir.
“Recuerda lo que te conté la primera vez que partimos de Bristol. No lo olvides jamás.”

Las palabras de Diego resonaban en su memoria como un eco eterno. Grace cerró los ojos un momento y, de repente, estaba allí de nuevo: una niña, con el corazón latiendo rápido y la brisa salada del puerto en la cara.

Descendían por las empedradas calles que conducían al muelle cuando un bullicio inusual les cortó el paso. Un hombre gordo, de mirada punzante y voz atronadora, se alzaba sobre un taburete en mitad de la calle. Vestía ropas de colores chillones, rojos, verdes y dorados, que resaltaban como una llamarada en medio del gris plomizo de la ciudad.
  • ¡Vengan, vengan todos! - bramaba, agitando los brazos - ¡Los misterios del corazón del continente africano! ¡Salvajes, majestuosos y despiadados animales! ¡Lo nunca visto por ojos cristianos!
Tras él, levantándose como un pequeño reino ambulante, se extendía el circo. Carromatos pintados, telas raídas de mil colores, farándula de acróbatas y músicos que llenaban el aire con notas de tamboriles y flautas extrañas. Y detrás, las jaulas: sombras vivas moviéndose en su interior, cargadas de rugidos, olores salvajes y una fascinación prohibida.

La pequeña Grace, con los ojos como platos, no pudo contenerse. Con un gesto nervioso se soltó de la mano de Diego y salió corriendo entre la gente.
  • ¡Grace! - gritó él, sin rabia, solo con el susto en la voz, mientras avanzaba tras ella.
Ella, sin embargo, ya estaba pegada a las rejas. Primero vio leones, de melena imponente, paseándose con una majestad indolente que contrastaba con el hierro de sus barrotes. Más allá, un par de avestruces sacudían sus largos cuellos, picoteando el aire como si quisieran romperlo. Había monos chillones, cebras inquietas, y otros animales que ni siquiera sabía nombrar, bestias traídas de un mundo lejano y misterioso.

Grace iba de jaula en jaula, con la respiración entrecortada de emoción, hasta que una sombra inmensa la cubrió de repente. Una pata gigantesca se plantó frente a ella, tan grande que pudo haberla aplastado sin esfuerzo. Diego llegó justo a tiempo, levantandola de la cintura y tirándola hacia atrás con firmeza.
  • ¡Pequeña insensata! - exclamó con un suspiro, volviendo a ponerla en el suelo.
Pero Grace ya no lo escuchaba. Señalaba, embobada, al animal descomunal que se alzaba ante ella. Ojos profundos, colmillos de marfil, orejas como velas desplegadas al viento. Diego la observó un momento y, al ver la maravilla en su mirada, sonrió de oreja a oreja.
  • Es un elefante, Grace.
Ella no apartaba los ojos de la bestia.
  • Dicen que son los guardianes de la memoria del mundo. Que los elefantes nunca olvidan. - Diego se agachó a su lado, su voz baja y cálida, como un padre compartiendo un secreto con su hija - Quizás por eso la vida siempre nos recuerda lo que somos… aunque intentemos olvidarlo.
La niña lo miró un instante, sin comprender del todo, pero sabiendo que aquellas palabras eran importantes. Luego volvió a girarse hacia el gigante gris, su corazón palpitando con la misma fuerza que ahora, tantos años después, al recordarlo.
La pequeña Grace, con los ojos brillando de emoción, tiró de la chaqueta de Diego casi suplicando.
  • Por favor… quiero ver el espectáculo.
Diego, siempre sonriente, negó suavemente con la cabeza.
  • No, pequeña. No es justo - contestó poniendose en pie.
Grace frunció el ceño, sin entender.
  • ¿Por qué? Solo vale tres chelines…
Él se agachó de nuevo para mirarla a los ojos, con aquella calma que parecía brotarle del alma.
  • No es por el dinero, pequeña. Es por ellos - dijo señalando las jaulas - No es justo, porque los animales deberían ser libres, no vivir encerrados en jaulas. Los que están ahí detrás de esos barrotes no son más que sombras de lo que un día fueron. Y la libertad, Grace… la libertad es lo más sagrado que existe.
Ella lo miró un instante, con el gesto serio, como si intentara comprender una verdad demasiado grande para su corta edad. Luego asintió despacio, y volvió a tenderle su mano diminuta. Diego la sostuvo con firmeza, y juntos retomaron el camino hacia el puerto.

Caminaron en silencio, pero Diego pronto notó que ella no dejaba de girarse hacia el circo, robándole miradas curiosas y llenas de deseo. Entonces, con un gesto cariñoso, la levantó en brazos y la sostuvo contra su pecho.
  • Escucha, pequeña - murmuró mientras apartaba con la mano aquellos rizos rebeldes que se empeñaban en cubrirle la cara - Si realmente deseas ver a esos animales, entonces deberás aprender a navegar. Así, algún día, podrás visitar su hogar y encontrarlos en su esplendor, libres, como deben vivir… como deberíamos vivir todos.
Grace lo miró maravillada, con la sonrisa más pura y sincera que él hubiera visto jamás.
  • ¿Me llevarás contigo a África? - preguntó con ilusión, casi en un susurro.
Diego no respondió con palabras. Enternecido, apretó más fuerte su abrazo y depositó un beso cálido en su mejilla. No hacía falta nada más: en ese gesto silencioso le entregaba algo más grande que una promesa. Le entregaba su corazón.
  • ¿África? - preguntó Yara sorprendida.
  • Sí, hermana… África - respondió Grace con firmeza - “No lo olvides jamás”, eso decía la carta. Como los elefantes… que nunca olvidan. Lo recuerdo como si fuera ayer: el circo, los animales… Tiene que ser África. No hay otra opción.
  • ¡Áfricaaaa! Me encanta Red - exclamó Yara, con los ojos brillando de emoción - He escuchado tantas historias sobre ella… me muero de ganas de explorarla.
Tierde, que permanecía cerca, las observaba con curiosidad.
  • ¿Qué es África? ¿Una ciudad? - preguntó con toda naturalidad.
Las piratas del mundo de la superficie no pudieron evitar reír disimuladamente.
  • No exactamente… - sonrió Grace - Es un continente.
  • Tan grande como tu mundo - añadió Akuma desde el otro extremo de los baños. Su tono era sereno, pero su mirada cortante. Luego, clavó los ojos en Grace - Capitana… no quiero apagar este momento de júbilo, pero ¿cómo vamos a encontrar el tesoro que buscamos? Aunque sepamos dónde debemos ir, el terreno a cubrir es inmenso… es como buscar una aguja en un pajar.
El baño se llenó de un silencio denso. La realidad, fría y cortante, había atravesado a todas como un cuchillo. Lo que Akuma decía era cierto, y cada una lo sabía.
  • ¡Venga, sombrita! - replicó Yara con su tono burlón, sacudiendo el agua con las manos - No seas tan aguafiestas… ya veremos qué hacer cuando lleguemos allí. Lo importante es que ahora tenemos un destino al que seguir. ¿No queda más vino por ahí? - preguntó alzando su vaso.
Las mujeres se dispusieron a un nuevo brindis, pero Grace permaneció en el agua, en silencio, con la mirada fija en Akuma. Sus palabras seguían pesando en su interior como un ancla. Buscar el Sundra-Kalash en África era lo mismo que buscar un trébol de cuatro hojas en un valle infinito.
De pronto, Tierde, que llevaba rato meditando en silencio, alzó la voz.

- Hay una opción… - dijo despacio, dejando flotar las palabras en el aire - Pero es muy peligrosa

  • ¿Cuál? - contestó Grace al instante, clavando en ella una mirada ardiente.
La reina amazona la sostuvo con firmeza. En su rostro se dibujaba una mezcla de seriedad y pesar.
  • Existe un objeto, antiguo y poderoso. Un instrumento que puede mostrar el camino cuando nadie más puede verlo. Mi pueblo lo llama el Vorial Shardeth. Pero…
Grace se inclinó hacia ella, sus pupilas encendidas de impaciencia.

- Quien lo protege es… - pareció tener miedo de decir su nombre en voz alta - Es un ser horroroso, nacido de las profundidades de la tierra. Muchas han partido en su búsqueda… pero ninguna ha vuelto para contarlo.

El nombre resonó en la sala como un eco maldito: Vorial Shardeth.
Las palabras de Tierde se quedaron suspendidas en el vapor, cargadas de un peso que heló la sangre de todas. Grace sintió el frío recorrerle la espalda, aunque el agua termal ardiera alrededor de su cuerpo.

No era un simple objeto, lo comprendía. Era algo más. Algo prohibido, oculto, envuelto en sombras tan antiguas que parecían no pertenecer a este mundo. Las palabras de la reina envolvieron las aguas termales de miedo y horror. Hablaba de hombres devorados por la oscuridad, de almas perdidas entre cavernas, de cadáveres que nunca regresaban a la superficie. Nadie, en su sano juicio, se atrevía a buscarlo. Quien lo intentaba encontraba una muerte segura, lenta y miserable.

El Vorial Shardeth no era una guía, era una condena. Un camino que llevaba directo al infierno.
Grace lo supo. Lo sintió en la forma en que Tierde evitaba mirarla directamente, como si temiera que hasta pronunciar su nombre atrajera su furia. Nadie, salvo un loco, pensaría en seguir esa pista. Nadie salvo alguien lo suficientemente desesperado, o lo suficientemente estúpido, para desafiar al demonio que lo custodiaba.

Y entonces lo tuvo claro. Tan claro como el mar en calma después de la tormenta.
Grace O’Malley no era una cobarde, ni una mujer que se dejara amedrentar por historias de miedo. La vida de pirata le había enseñado que cada tesoro merecía un riesgo, y que la libertad se pagaba cara, incluso con la propia vida.

Alzó la barbilla, y con la voz firme, cortante como el filo de un sable, habló:
  • Entonces dime, reina… ¿dónde se esconde ese maldito demonio?
Continuará…
 
Capítulo 27 - Una prisión llena de placeres: el Irdi Shult

En aquel mundo subterráneo todo parecía estar del revés.

No había día, ni noche, tan solo una penumbra azulada que lo abarcaba todo. El mar no se agitaba, quieto como un espejo inmenso. El cielo no era cielo, sino una bóveda dura y pétrea, tan impenetrable como el fondo marino. Las plantas no buscaban la luz, la engendraban por si solas; iluminando con destellos verdes y azules las grutas eternas. Ranas gigantes, seres demoniacos hechos de polvo y aguijones letales, gigantes más grandes que montañas. Y quizás lo más sorprendete para muchos. Las mujeres, y no los hombres, eran las que gobernaban, dictando el rumbo de Shar Keleth mientras ellos aguardaban en silencio, reducidos a la condición de prisioneros.

El Irdi Shult se alzaba sobre una pequeña isla en medio del lago subterráneo, cerca del reino de las mujeres y cercada por murallas de piedra pulida. Altas, sólidas, custodiadas sin descanso por centinelas amazonas que, con sus lanzas cruzadas, vigilaban cada entrada y cada sombra.
Dentro, la prisión no tenía el rostro áspero del hierro ni de la miseria. Era hermosa, casi engañosa en su abundancia. Los barracones ofrecían camas cómodas, limpias, mullidas con pieles suaves. En el centro de la isla, una plaza de piedra clara acogía una fuente de aguas puras que brotaban inagotables de la roca, rodeada de bancos donde los cautivos podían sentarse a conversar. Había vino y comida en abundancia, carnes y frutas que parecían sacadas de un festín. Y un edificio de baños al aire libre, sostenido por columnas que relucían bajo el fulgor fosforescente de las plantas, donde podían sumergirse en aguas templadas que aliviaban el cansancio y las heridas.

Era un lugar pensado para el bienestar, casi un paraíso… pero en cada esquina, en cada muralla que se alzaba hacia lo alto, se recordaba la verdad: quien estuviera en su interior no era huésped, sino prisionero. La libertad, esa vieja amante de todos los marineros, se les había escapado de las manos. Y por muy hermoso que fuera el encierro, las piedras del Irdi Shult pesaban como grilletes invisibles sobre sus corazones.

Así lo sentían la mayoría de los hombres: hombros encogidos, precavidos, comiendo y bebiendo desnudos dentro de los baños, atentos a cada movimiento de las amazonas que vigilaban desde los márgenes. No solo custodiaban, sino que parecían escuchar cada palabra, cada susurro, cada secreto que brotaba entre ellos. La cautela pesaba en el aire. Llevaban mucho tiempo ecerrados, imposible saber cuanto exactamente. El tiempo aunque detenido en aquel mundo, parecía pasar aún más lento entre los muros de la prisión.

Todos permanecían atentos… todos, menos dos.

Bum-Bum, como siempre, parecía ajeno al peligro, desbordando energía infantil. Se lanzaba de cabeza al agua con estrépito, salpicando a los demás sin importarle sus protestas. A veces desaparecía bajo la superficie durante largos segundos, para luego emerger con un rugido de triunfo, golpeándose el pecho y riendo a carcajadas. Después volvía a hacerlo: corría, se impulsaba, saltaba en un chapoteo descomunal, como si la prisión fuera para él un parque de juegos.

Y el español, por su lado, reclinando su cuerpo fornido sobre una roca pulida, parecía la viva imagen de Baco. Tenía un racimo de unas frutas bioluminiscentes parecidas a las uvas en una mano y una copa de vino rebosante en la otra. Mordía una fruta, bebía un sorbo, y entre bocado y trago lanzaba miradas pícaras a las guerreras que montaban guardia alrededor del recinto. Sus ojos chispeaban de atrevimiento y malicia, como si las amazonas fueran parte de un espectáculo hecho solo para él. Y lo más sorprendente era que sonreía con tal desparpajo, como si en vez de prisionero fuera un invitado de honor en algún banquete de los dioses.

Macfarlane lo miraba fijamente con cierto desdén, negando con la cabeza ante aquella actitud descarada del español. Pero de pronto, algo le hizo apartar la vista. Vió cómo un grupo de tres hombres entraba en los baños, siempre custodiados, claro está, por las amazonas que no les dejaban a sol ni sombra. Ya los había visto antes, pero ahora vislumbró una oportunidad.
  • Eh… ¡Tuerto! - susurró el escocés, acercándose con sigilo hacia Halcón.
El vigía levantó la cabeza, su único ojo brillando cansado pero alerta, como si lo hubieran sacado de un sueño ligero.
  • Mira… - dijo Macfarlane, señalando discretamente a los recién llegados que, en silencio, se sumergían en el agua templada.
  • ¿Quiénes crees que serán loco? - preguntó el vigía en voz baja.
  • No lo sé… Vamos a averiguarlo… Cúbreme - respondió el escocés con una media sonrisa.
El vigía se levantó del agua, señalando su pene, oculto debajo de aquella barrigota peluda. Pidiendo a gritos que necesitaba mear. Al mismo tiempo que con un disimulo excepcional en él, Macfarlane comenzó a deslizarse por las aguas, avanzando poco a poco, como una sombra que se acercaba sin levantar sospechas. Cuando estuvo lo bastante cerca de los tres desconocidos, les susurró con voz baja y directa:
  • Eh, caballeros… ¿de dónde son? ¿Llevan mucho tiempo aquí?
Los tres hombres se miraron entre ellos, como si las palabras fueran un galimatías incomprensible. El más viejo, con barba canosa y los ojos hundidos por los años, fue quien finalmente respondió, pero no lo hizo en lengua común, sino en el mismo idioma extraño que utilizaban las amazonas.

- Shar keleth mor’ath, ulen averdi on athar…

No pudo terminar la frase.
Una sombra veloz pasó junto a ellos y, sin previo aviso, la dura patada de una de las guerreras impactó contra su espalda. El anciano cayó al instante hacia adelante, con el rostro hundido en el agua, la mirada hacia abajo, en un silencio impuesto y brutal.

El escocés cruzó la mirada con la guerrera. No hubo necesidad de palabras: en sus ojos fieros estaba la advertencia clara como el acero. Mejor callar. Mejor no insistir. Macfarlane tragó saliva y, con un gesto que apenas fue un encogimiento de hombros, fingió indiferencia. Volvió a deslizarse por el agua hasta su puesto habitual, procurando que nadie notara el temblor que aún recorría su nuca. Se dejó caer contra la piedra del borde, disimulando cansancio, y decidió seguir observando en silencio.
  • Pues mearé en el agua… que remedio - masculló Halcón.
Por muy hermoso y cómodo que pareciera aquel lugar —con su fuente de aguas puras, sus columnas blanquecinas y el vino que corría como un río interminable—, en el fondo no era sino una jaula. Una jaula adornada, perfumada y brillante, sí… pero una prisión al fin y al cabo.
Y a Macfarlane, aquella verdad, le quemaba por dentro como hierro al rojo vivo.

Bhagirath y Vihaan descansaban juntos, hombro con hombro, en un rincón apartado de las aguas termales. Ambos tenían los ojos cerrados, como si quisieran aprovechar aquel instante de calma, aunque en realidad el silencio pesaba más que el descanso.
Vihaan fue el primero en hablar, con voz baja y tranquila, como un hermano que busca apaciguar una herida abierta.
  • No te preocupes, Bhagirath. Yrsa saldrá de esta.
El sirviente abrió los ojos despacio. Sus manos, fuertes como rocas, se cerraron en puños bajo el agua.
  • Con todo mi respeto señor… no me siento a gusto. ¿Cómo puedo estar aquí, tomando un baño como si nada… mientras la mujer que amo se debate entre la vida y la muerte? Ya ha pasado mucho tiempo y no las hemos vuelto a ver, a ninguna de ellas…
Vihaan le dio unas palmaditas amables en el brazo, intentando arrancarle un respiro de alivio.
  • Yrsa está con Grace amigo, ella y todas las demás - dijo con una media sonrisa - Y tú lo sabes mejor que nadie. La capitana jamás permitiría que les pasara nada malo.
Bhagirath inspiró hondo, dejando que las palabras calaran en su pecho. Encontró cierto consuelo en ellas, como una manta demasiado fina para espantar el frío, pero aún así necesaria. Asintió despacio, aunque la incomodidad seguía latiendo en su interior, mezclada con la impaciencia de un hombre que desearía mover cielo y tierra por ella, y que sin embargo debía permanecer allí, quieto, prisionero de la espera.
De repente, una guerrera irrumpió en los baños, corriendo con la lanza firme en la mano. Las dos que custodiaban el acceso al recinto se giraron al instante al oír sus palabras.
  • ¡Mandira ere shuritan arsi colieth! - exclamó, con la voz cargada de urgencia.
Las dos guardias se intercambiaron una rápida mirada antes de que una respondiera.
  • ¿Eri avolie curu’eth varsio on eleth in?
  • ¡Mandira ere curu’eth! Shar irindel Keleth vin aromia’or! - replicó la mensajera, jadeante.
Toda la tripulación levantó las cabezas, intentando captar el significado de aquel idioma extraño. Solo los tres hombres desconocidos parecieron comprender y, de inmediato, bajaron la mirada, con los rostros tensos y alterados.
  • ¿Qué sucede? - preguntó Halcón observandolos.
  • Ni idea, tuerto - gruñó Macfarlane - que bien nos iría tener aquí al anciano… permaneced alerta todos, entendido?
Los hombres del Red Viper asintieron al unísono. Mordisquitos sujetó a Bum-Bum para que dejara de jugar, haciendo gestos claros con las manos para que el niño entendiera la seriedad del momento.
  • ¡Cortés! - volvió a gruñir el escocés - ¡Esto también va por ti!
El español levantó la vista, esbozó una sonrisa y, sin más preocupación, volvió a acomodarse sobre la roca, dejando que el vino corriera por su garganta sin ningún control, indiferente a la tensión que los demás sentían.

Y entonces, la puerta de los baños se abrió con solemnidad, y Tierde apareció. Las guerreras que los rodeaban se inclinaron ligeramente, reverentes, mientras los tres hombres desconocidos se arrodillaban al instante dentro del agua, rendidos ante la presencia de su reina.
La tripulación del Red Viper permaneció sentada, sin arrodillarse, pero sus ojos no podían apartarse de aquella mujer imponente. Su porte y autoridad llenaban el espacio, y un silencio respetuoso se apoderó de los baños. Había algo en su mirada que transmitía poder, fuerza y un aura de miedo controlado; todos lo percibieron al instante, incluso los hombres más intrépidos de la tripulación.

La reina los observó detenidamente, uno a uno, como si quisiera calibrar de qué pasta estaban hechos. Su mirada firme parecía atravesar sus cuerpos y sus intenciones, midiendo fuerza, carácter y valentía. De repente, por detrás de su espalda, asomaron los cabellos rojizos de la capitana, resplandeciendo en el vapor de los baños. Su rostro pecoso se asomaba con una sonrisa burlona que lo decía todo.

Al verla, todos los hombres no pudieron evitar sonreír con cierto alivio. Algunos incluso se levantaron ilusionados, solo para volver a sumergirse rápidamente al recordar que estaban completamente desnudos, provocando un momento cómico y ligero entre la tensión reinante.
  • ¡Graceee! - exclamó Vihaan, saliendo del agua y corriendo hacia ella, totalmente desnudo.
  • ¡Capitana! - gritó Macfarlane, apretando el puño y mostrando una sonrisa casi delirante de emoción - Me alegro de verla!
Entre toda la algarabía, Bhagirath se giró hacia ella, apoyándose en la roca de los baños, con la voz cargada de preocupación por lo único que realmente le importaba.
  • ¿Yrsa? ¿Cómo está? ¿La han curado?
Grace, intentando separarse un poco de Vihaan sin perder la sonrisa enorme que iluminaba su rostro, hizo un gesto con la cabeza hacia el hindú. Bhagirath, sintiendo un consuelo momentáneo, se incorporó, saliendo apresuradamente de la piscina, solo para verla.
Acercándose lentamente a los baños, sujetada por dos amazonas, la giganta sonreía débilmente, pero estaba viva. Bhagirath, sin pensarlo, intentó vestirse apresuradamente mientras medio desnudo corría hacia ella, el corazón latiendo con fuerza.
  • ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estáis aquí? - preguntó Vihaan, sujetando las mejillas de Grace entre sus manos, deseando besarla con toda la fuerza de su alivio y emoción.
Grace, un tanto alterada al ver a Vihaan tan cerca y desnudo, apartó sus cabellos negros de la cara con delicadeza.
  • ¡Encontré el cofre, Vi! - exclamó con felicidad - Tengo que contarte tantas cosas.
  • ¿De verdad? Cómo me alegro, y ¿Dónde está? Quiero verlo! El Sundra-Kalash, por fin lo encontramos, Grace!
La capitaba reía al verlo, con la ilusión de un niño, saltando y sonriendo sin poder parar.
  • Escucha! No he encontrado el Sundra-Kalash, era otra cosa y además no lo tengo, está bajo el árbol, donde debe quedarse.
  • ¿Árbol? - Vihaan se separó un poco, extrañado - ¿Pero qué dices?
La voz de Grace que quería contarle tantas cosas se apagó al instante ante el chillido agudo de una amazona, un sonido intenso y penetrante, casi como un llamado a la guerra, que recorrió los baños en un abrir y cerrar de ojos. De inmediato, todas las guerreras se pusieron tensas, como si cada músculo hubiera cobrado vida.

Bhagirath fue apresado antes de que pudiera abrazar a Yrsa, arrastrado de vuelta a los baños con firmeza. Vihaan también fue separado, arrancado de los brazos de Grace. Varias guerreras se situaron estratégicamente al borde del agua, sus cuerpos rígidos y amenazantes, recordándole a toda la tripulación masculina que, en ese mundo subterráneo, eran prisioneros por completo.

La reina bajó el brazo con autoridad cuando todos los hombres regresaron al agua. Instintivamente, la tripulación se juntó en el centro de la piscina, formando un pequeño grupo como defensa ante cualquier eventual ataque.

Fuera del agua, erguida y majestuosa, Tierde se mantenía firme, rodeada por sus guerreras, mientras Grace y el resto de su tripulación observaban con actitudes muy diferentes, sabiendo lo que estaba a punto de acontecer. Las amazonas seguían con semblante serio y autoritario, mientras las piratas disfrutaban de la situación, con sonrisas divertidas y burlonas, como si aquel mundo secreto y peligroso no pudiera borrar del todo su espíritu irreverente.

Tierde se acercó a Grace y le susurró algo al oído. La capitana escuchó con atención, sin perder su sonrisa y sin apartar la mirada de Vihaan, quien desde el agua la observaba con asombro, preguntándose cuándo había aprendido a hablar aquel idioma antiguo e indescifrable.
  • ¡Escuchad, hombres del Red Viper! - Grace dio unos pasos al frente, cruzándose de brazos - Hemos encontrado lo que estábamos persiguiendo, y Yrsa ha sido liberada de la prisión de piedra que la atrapaba. Todo gracias a la reina Tierde y a sus grandes guerreras…
La reina hizo una leve reverencia ante esas palabras, para luego recuperar su porte regio e indomable, mirando a los hombres que, ante su presencia, parecían diminutos.
  • Como sabéis… me gusta pagar un favor. Creo que el mundo sería más justo si todos fuésemos un poco más agradecidos. Así que antes de partir, le pregunté a la reina cómo podía recompensar la ayuda prestada.
Yara, cerca de la capitana, no pudo evitar soltar una risa, intentando disimularla dando la espalda a los hombres.
  • ¡Halcón! - dijo de repente Grace, mirando al tuerto.
  • ¿Sí, mi capitana? - respondió él, alerta.
  • Te preguntabas cómo podía sobrevivir un mundo solo lleno de mujeres, ¿verdad?
  • ¡Así es, capitana!
  • La respuesta… - Grace tuvo que contener una carcajada - es muy sencilla. En Shar Keleth, las hijas se engendran como en cualquier otra parte del mundo: ¡fornicando!
Los hombres del Red Viper se miraron entre sí, juntándose un poco más, algunos cubriéndose las partes íntimas con torpeza, tragando saliva mientras observaban a aquellas aguerridas mujeres que, aunque bellas, parecían demasiado salvajes para ser amadas.

De repente, Cortés, al escuchar la palabra fornicar, pareció activarse de golpe. Con un movimiento rápido y torpe cruzó la piscina, apartando a los demás hombres, y se acercó a la capitana, alzando el brazo como quien se presenta voluntario.
  • ¿Qué sucede, español? - preguntó Grace, dura pero divertida.
  • Ofrezco mis servicios a la reina Tierde y sus aguerridas guerreras - dijo él, haciendo una reverencia exagerada - ¡Pueden usarme como deseen, las veces que quieran! No opondré resistencia alguna.
La tripulación femenina del Red Viper estalló en risas, sin poder contenerse. Yara se cubría la boca mientras soltaba carcajadas, y algunas se agarraban del brazo de las demás para no caerse al suelo del ataque de risa. Incluso a la reina pareció divertirle aquel insolente hombrecillo.
Macfarlane, al ver la escena y las risas de las mujeres, se separó del grupo con gesto serio y avanzó hacia la capitana, claramente mosqueado.
  • ¡Jamás! ¡Me niego a ser la puta de nadie, capitana! - gritó, señalando con énfasis a la reina - Si esa mujer quiere ser fertilizada, que rece a los dioses por un milagro… ¡pero mi miembro! - añadió, agrrandose las pelotas con gesto teatral - ¡No será sometido a la voluntad de ningúna reina!
De repente, y sin previo aviso, Tierde, seria y decidida, entró en los baños. Avanzó por el agua hacia el escocés sin mediar palabra. Sus ojos se encontraron, cerca, en una lucha silenciosa de poder. Sin pronunciar un sonido, la reina introdujo la mano bajo el agua, y la expresión de Macfarlane cambió por completo. Su cicatriz pareció menguar mientras el rojo de sus mejillas subía de color; un calor penetrante recorrió su cuerpo, sacudiéndolo como el zarpazo de un oso.

Tierde palpó durante largos segundos, firme e implacable. Cortés, a su lado, sonreía, deseando ser el siguiente, anticipando el contacto con la poderosa reina. Sin decir nada, Tierde sujetó de la muñeca al contramaestre y lo arrastró, sacándolo del agua, llevándolo directa a los barracones. Macfarlane no supo qué decir. Tan solo la seguía, desnudo sobre el empedrado de la cárcel, intentando mantener la compostura y deseando en su interior estar a la altura de los caballos que aquella jinete experimentada solía cabalgar con salvaje destreza y ferocidad.
Grace observó la escena divertida, conteniendo una sonrisa. Luego se giró hacia su tripulación.
  • ¡En pie! ¡Vamos! ¡Mostrad a estas guerreras de qué están hechos los hombres del Red Viper!
La tripulación se miró entre sí, evaluando silenciosamente la situación. Luego dirigieron sus miradas hacia las amazonas, que, con expectación contenida, parecían juzgar sus atributos, como si quisieran decidir quién era digno de dar continuidad a su linaje.
Poco a poco, los hombres fueron saliendo del agua, bajo la atenta mirada de las piratas, que entre sonrisas y cuchicheos observaban sus cuerpos masculinos, mostrándose tal y como Dios los trajo al mundo. La mezcla de respeto, humor y ligera vergüenza llenaba el ambiente.

Yara comenzó a vestir a Bum-Bum, secándole el turbante empapado y susurrándole con cariño que todavía era demasiado pequeño para esas cosas del mundo adulto. Se hizo un silencio absoluto justo cuando Mordisquitos salió del agua, erguido y poderoso. Una amazona, sorprendida, dejó caer su lanza al suelo, tardando unos segundos en recogerla mientras no podía apartar la mirada de aquel Hércules de ébano, imponente y majestuoso.

Antes de que los hombres pudieran alinearse para ser inspeccionados, estallaron pequeñas peleas por hacerse con el gigante africano. Las amazonas, por primera vez, perdieron la compostura, discutiendo acaloradamente quién tendría el privilegio de encamarse con aquel portento de la naturaleza. Finalmente, una mujer más larga que un día sin pan, de pechos enormes y muslos firmes, se alzó por encima de las demás y se llevó de la mano al africano, que no pudo evitar esbozar una sonrisa metálica que iluminó toda la estancia.

El resto de los hombres permanecieron de pie, en fila. Como soldados pasando revista. Observando con cierto temor cómo las guerreras pasaban frente a ellos. La escena parecía más una feria de ganado que un ritual sagrado: las mujeres sopesaban sus brazos, miraban sus dientes, les daban vueltas para contemplar sus cuerpos y comentaban entre susurros las virtudes de cada uno.

De repente, un par de jóvenes y hermosas amazonas se detuvieron frente a Vihaan, murmurando entre ellas mientras sus miradas escrutaban los ojos oscuros del joven astrónomo. Grace, con picardía, se acercó por su espalda.
  • Parece que la fortuna te sonríe, Vi… - susurró.
Las dos mujeres lo sujetaron suavemente por las muñecas y, entre las dos, comenzaron a llevárselo. Antes de que pudiera alejarse demasiado, Grace le propinó una cachetada en el trasero, mientras Yara acompañaba la acción con un silbido poderoso. Bum-Bum intentó imitarla, pero sus labios toparon con la tela mojada de su pañuelo, impidiéndole emitir sonido alguno.
  • No me parece correcto - comentó Akuma, acercándose en silencio a la capitana - imaginad que la situación fuera al revés y fuéramos nosotras las que estuviéramos en su lugar.
  • No descansas, ¿verdad, Fantasma? - rió Yara divertida - Mira a esas mujeres, son preciosas… hasta yo desearía tener un pene colgando entre mis piernas en este momento.
Las risas estallaron entre las piratas, mientras algunas se abanicaban ante el repentino aumento de temperatura que invadió la prisión.
  • Yara tiene razón, Akuma - sonrió Grace - además, míralos - dijo señalando con un gesto de cabeza a los hombres del Red Viper - no parecen estar pasándolo mal, precisamente.
La japonesa observó a los hombres que permanecían en fila. Ya no se tapaban; la incomodidad había desaparecido en su totalidad. Ahora sonreían, mostrándose firmes y orgullosos, algunos incluso contenían la respiración para ocultar las barrigas, pero ninguno bajaba la cabeza. Comprendiendo la escena, Akuma guardó silencio y desapareció entre la multitud, dejando que Grace y el resto de mujeres disfrutara del espectáculo.

A Cortés se le notaba nervioso. Cada vez quedaban menos amazonas y él aún no había sido elegido. A su lado, Bhagirath permanecía serio y rígido, las manos pegadas a los costados y la mirada fija al frente, como un monumento de disciplina.
Una amazona de cabellos negros como la noche se detuvo frente a él. Sus dedos acariciaron con delicadeza las puntas de su bigote y, sin pensarlo, comenzó a desatar su turbante.
Pero no pudo continuar: la mano férrea del hindú interceptó su gesto al instante, sujetando con firmeza su antebrazo. La mujer lo miró, desafiante, y sacó rápidamente una daga de su cinto, apuntando a su garganta. Bhagirath, impasible, permaneció recto, como un acantilado en calma frente al mar embravecido, la mirada fija en ella, fría y calculadora, un león acechando a su presa.

La amazona pareció temblar, pero no de miedo: era un temblor distinto, de excitación contenida. Sin decir palabra, se deshizo del agarre y, con un gesto, lo llevó consigo. Yrsa, observando la escena con seriedad, no emitió comentario alguno; solo siguió con la mirada cómo Bhagirath se alejaba, firme y majestuoso, dejando tras de sí una estela de respeto y tensión.
  • ¡Madre santísima! ¡Por tu amor bendito! Te ruego me concedas este deseo, por favor… madre santísima, por tu amor bendito, te ruego… - murmuraba Cortés entre dientes, con los ojos cerrados y las manos entrelazadas como si fuera a invocar milagros divinos.
Su corazón palpitaba a mil por hora. Su mente calenturienta imaginaba todos los posibles escenarios: un gesto de una mujer preciosa, una mirada apasionada, un roce leve en su entrepierna… ¡y él estaba listo! Nervioso, rezaba como un monaguillo desesperado, suplicando la intervención celestial para que la fortuna finalmente se apiadara de su libido.

De repente, sintió un tacto firme sobre su muñeca. Abrió los ojos con un sobresalto… y lo que vio le hizo tragarse un buen sorbo de saliva, casi atragantándose. Delante de él estaba una amazona. Pero no una amazona cualquiera: su rostro estaba marcado por cicatrices de batalla y quemaduras que habían arrancado parte de su cuero cabelludo, un ojo ligeramente caído y el otro mirando hacía un lado, desubicado. Le faltaba media nariz y varios dientes en su boca.

Cortés tragó saliva de nuevo, forzando una sonrisa torcida, como si intentara convencer a su estómago de que aquello era lo que había pedido.
  • Bueno… - suspiró - supongo que en tiempos de guerra… cualquier agujero es trinchera - murmuró para sí mismo, resignado, mientras la más fea de las amazonas lo guiaba con firmeza hacia su destino.
Entre las risas de las mujeres del Red Viper, el último elegido se alejaba, pues ya no quedaban más. Los pocos hombres que aún permanecían en los baños se notaban tristes, resignados, mientras se zambullían de nuevo en el agua, dandose consuelo mutuamente. Entre ellos, Halcón caminaba cabizbajo, dirigiéndose hacia el interior de las aguas termales, con el peso de la derrota pintado en su rostro.

Grace, con un gesto de cordialidad y sonrisa traviesa, empezó a desnudarse y se sumergió junto a ellos. Las demás mujeres, siguiendo su ejemplo, la imitaron sin dudar, dejando que las aguas cálidas las envolvieran de nuevo.
  • No ha habido suerte esta vez, ¿eh, Vigía? - dijo Grace, divertida.
  • Ni esta ni ninguna, capitana - bufó el tuerto - Supongo que mis días de gloria ya pasaron… no se puede luchar contra esto - agregó, mostrando sus arrugas y el peso de los años.
De repente, dos mujeres de la tripulación se acercaron lentamente hacia él. Eran mayores, curtidas por el mar y por la vida en libertad, pero sus ojos irradiaban fuerza, y sus sonrisas destilaban lujuria.
  • Anda, ven… pirata - sonrió una de ellas, agarrándole el brazo - ¡Esas guerreras no saben lo que se pierden!
Sin mediar palabra, lo guiaron hacia un rincón apartado de las aguas termales, mientras Grace no podía contener la risa.
  • ¡Esto no lo viste venir, eh, Halcón! - exclamó entre carcajadas - Ni tu ojo que todo lo ve lo anticipó.
El tuerto se giró un instante, rodeado de labios que buscaban su boca, mientras la capitana lo observaba con diversión.
  • ¡Disfruta, bribón! - rió Grace, viéndolo desaparecer entre las manos de las mujeres.
El sexo se desplegaba en las termas como un incendio debastador. Todos juntos, compartiendo un instante de desenfreno y excitación. Algunos se entregaban a ello, otros se relajaban en las cálidas aguas, mientras unos pocos comentaban entre risas lo sucedido con Cortés.

Grace los observaba divertida, disfrutando de la mezcla de lujuria y camaradería que llenaba el ambiente. A su lado, Yara y Yrsa compartían la mirada cómplice de quien se sabe parte de aquel mundo salvaje y pleno, acompañándola en el gozo de los buenos momentos. Las rodeó a ambas con los brazos sonriendo y dejandose llevar.
  • ¡Gigantona! ¿Qué sucede? - preguntó Yara al ver a Yrsa muy seria - ¿No estarás celosa, verdad?
Yrsa miraba la bacanal que se había formado delante suya. Los hombres y mujeres del Red Viper parecían haber cedido a la lujuria y ahora los baños, sin supervisión de las amazonas, se habían vuelto un mar de placer y suaves caricias. Incluso los tres hombres desconocidos se habían sumado a la acción, sin preguntas, sin presentaciones, tan solo rendidos al amor y al deseo.
  • No ser eso… - dijo Yrsa empezando a ponerse colorada - Yo caliente… necesitar hombre ahora mismo…
Grace la miró un instante sorprendida y luego echó la cabeza hacia atrás, empezando a reír a carcajadas. Pero se detuvo al notar los pechos de Yara rozar los suyos. La cubana se avalanzó sobre la giganta y con un gesto rápido movió su barbilla hacia ella, empezando a besarla. Con la misma mano empezó a bajar suavemente hacia su entrepierna, desapareciendo en el agua.
  • No es necesario ningún hombre para sentir placer… yo te enseñaré - le susurró a la oreja.
Yrsa, al principio aturdida y rígida, se estremeció cuando los dedos de la cubana llegaron a su destino. El frio de su piel pareció disolverse y una extraña expresión cambió su rostro duro y helado. Grace notó un calor invadirle su cuerpo, y antes de que pudiera reaccionar, su amiga cubana pasó por encima suyo, arrastrándola con ella a los deseos más carnosos y satisfactorios. No era la primera vez que probaba los labios de una mujer y aunque prefiriera mil veces los de un hombre, había algo irrebatible. Nadie sabe amar a una mujer, como una mujer.

En los barracones, Macfarlane miraba con los ojos abiertos y la respiración jadeante a la reina, que lo cabalgaba sin descanso encima suyo. Aparte de los gemidos de ella y los suyos propios, podía escuchar los que provenían del resto de las estancias.
Se sentía bien, más que bien mejor dicho. Sentía el placer en su estado más puro, pero no estaba acostumbrado a que lo amaran de ese modo. Estaba tumbado en la cama, con los brazos por encima de su cabeza, sujetados por las muñecas por las firmes manos de la amazona. Ella lo miraba con poder, como si fuera suyo, y furiosa arremetía una y otra vez contra su pelvis, haciendo que se estremeciera de placer. El escocés, después de muchas semanas sin el calor de una mujer y aturdido por el cuerpo y la belleza de aquella diosa guerrera, no pudo aguantar demasiado. Empezó a gritar como un loco, sus ojos poniéndose en blanco. Pero antes de estallar, la mano de ella lo agarró del cuello, apretándolo violentamente.
  • ¡Me asfixioooo! ¡No puedo respirar! - dijo él, mirándola asustado.
Tierde no respondió. Tan solo sonrió con malicia, le dio una bofetada, luego otra, mientras apretaba el ritmo de sus empujes. Macfarlane supo que debía resistir y recuperó el vigor. Con impetu agarró sus nalgas y empezó a devolverle las embestidas con más fuerza. Aquello era algo más que sexo: parecía una batalla. Sin sangre, sin muerte, solo sudor y placer.

La reina siguió, arremetiendo sin piedad y agarrandole del cuello con más fuerza. De pronto levantó la cabeza, su piel se erizó y empezó a gritar como si anunciara el fin del mundo, mientras su interior se contraía estrepitosamente. Macfarlane, rendido ante esa belleza indomable, la siguió, uniéndose a su grito y liberando la semilla en su interior. Por un momento olvidó ser un preso, por un momento todos sus fantasmas se disiparon; por un instante se sintió en paz consigo mismo y con el mundo.

En los barracones contiguos, la misma danza de poder y deseo se repetía. Cada marinero cedía ante las órdenes silenciosas de aquellas guerreras indomables. No estaban acostumbrados a ser dominados, pero ¿qué podían hacer? Aquel mundo no les pertenecía, así que se dejaron arrastrar por el placer, por la intensidad de lo desconocido.

Macfarlane salió al exterior, aún con la erección presente. Los gritos de los hombres se mezclaban con sus propios jadeos, que ya se apagaban lentamente y no pudo evitar soltar una sonrisa cómplice. Se giró hacia la reina, recostada en la cama, sudada, satisfecha, su presencia irradiando autoridad y deseo.

Quiso abrir la boca, buscar palabras como un amante que añora el próximo encuentro, pero Tierde, con un gesto severo y firme, lo despidió: un simple movimiento de brazo, el dedo apuntando hacia las termas. Le ordenó que volviera con los demás. Recordadole al instante que no era más que un instrumento, pues en su mundo de constante peligro, no había cabida al amor.

El escocés se encogió de hombros y comenzó a andar, desnudo, por la prisión. Las murallas, antes amenazantes, ahora se veían distintas: menos imponentes, casi amables. Al pasar por la fuente central, un leve suspiro detrás de su espalda, efimero como un castillo de arena cerca de las olas del mar, lo hizo girar bruscamente.

Ahí estaba. Desnuda, su piel blanca espectral, flotando casi como un fantasma entre la luz tenue. Macfarlane quedó sin palabras, contemplando la elegancia de aquel cuerpo delgado y perfecto, tan ajeno a todo lo que conocía.
Akuma permaneció en silencio, observándolo, estudiándolo. Dos cuerpos frente a frente, despojados de la prisión de sus ropas, atrapados en un instante irreal, suspendidos entre el deseo y la sombra. Sin una palabra, la mujer lo tomó de la muñeca y lo guió hacia la oscuridad. Su habitat, su hogar. El único lugar dónde se sentía segura, donde las sombras la abrazaban y la protegían. Allí, en la penumbra, él sintió el contraste de la sensualidad y el peligro. La muerte silenciosa, fría y mortal, pero también la certeza de la humanidad que aún latía en aquel ser.

En ese instante, Macfarlane comprendió algo: incluso en un mundo de caos, poder y muerte, había lugar para la confianza, para la entrega, para sentirse vivo. Allí, en la oscuridad, con el pulso acelerado y el corazón desbocado, comprendió que algunas mujeres podían ser tan letales como un filo… y tan necesarias como el aire que respiraba. El amor, aquel que tantas veces lo había hecho sufrir, volvió a susurrarle con sus cantos de sirena, embriagandole el corazón y nublando su razón.

Uno a uno fueron saliendo de sus barracones, habiendo cumplido con el deber que la diosa Keleth imponía a los hombres en aquella isla gobernada por mujeres. Tan solo Vihaan se quedó dentro, pues en vez de una, debía satisfacer a dos preciosas guerreras. Dura condena para el jóven astrónomo. Los que llegaban a las termas se daban cuenta de inmediato de que sus compañeros no habían perdido el tiempo en su ausencia, y con sonrisas divertidas y cuerpos relajados se unían a ellos, dispuestos a que aquel día no terminase jamás.
Mientras, en Shar Keleth, en el puerto, Bishnu bebía en soledad, apoyado en la barandilla del navío. Sonreía al observar el espectáculo que Gláfur y Gipsy ofrecían junto al muelle.

El enorme oso polar saltaba al agua con fuerza, sumergiéndose y emergiendo con un entusiasmo contagioso. Cada zambullida era un espectáculo de energía pura. Sobre su cabeza, aferrándose a los espesos pelos del animal, Gipsy chillaba con nerviosa emoción, tratando de evitar caer al agua. Sus diminutas manos se aferraban con firmeza al pelaje de Gláfur, que parecía ignorar la precaución del compañero más pequeño, como si el vínculo entre ambos fuera un secreto que solo ellos entendieran.

Dos amazonas, acercándose con curiosidad, no pudieron evitar soltar risas al ver aquella extraña dupla. Observaban al animal gigante, temible y poderoso, convertido en juguete de un animal pequeño y travieso que chillaba y tiraba de su melena, mientras Gláfur se sumergía y volvía a salir, repitiendo el salto una y otra vez, disfrutando del agua como si no hubiera un mañana. La escena, absurda y encantadora a la vez, hacía que Bishnu esbozara una sonrisa aún más amplia, fascinado por la sorprendente armonía entre fuerza y agilidad, entre lo enorme y lo diminuto.

Precisamente, hablando de enormes. El gigante, aquel coloso de brazos largos y piernas poderosas, pero aún un niño en su corazón, había encontrado refugio entre unas rocas que formaban un pequeño abrigo natural. Allí dormía profundamente, chupando uno de sus dedos enormes metido en la boca, emitiendo suaves resoplidos que vibraban en el aire cálido de la caverna. La luz mortecina y azulada caía sobre su piel, dorando su cabello y haciendo que las sombras de las rocas bailaran sobre su enorme espalda.

Alrededor de él, un grupo de niñas de la tribu se acercaba con cautela, fascinadas por aquel ser fuera de lo común. Sus pasos eran lentos, casi un murmullo sobre la hierba, y sus ojos se agrandaban a cada respiración profunda del gigante. Cuando este suspiraba o movía un brazo en sueños, el viento de su nariz empujaba a las niñas, que saltaban entre risas y gritos agudos, tropezando entre sí pero volviendo siempre, atraídas por la maravilla de aquel ser que parecía tan poderoso y a la vez tan frágil.

Las amazonas más mayores, conscientes del riesgo, intentaban apartarlas, preocupadas por la seguridad de las más pequeñas. Pero la curiosidad era más fuerte que el miedo: las niñas se escurrían entre sus brazos, regresando de inmediato a contemplar al gigante, tocando con dedos temblorosos su piel fria y dura, maravilladas por cada arruga de su frente, cada mechón de pelo que caía sobre su hombro.

El gigante murmuraba en sueños, sus labios pronunciando sonidos inconexos, y de vez en cuando abría un ojo, viendo a las pequeñas danzar alrededor suyo. Un resoplido más fuerte provocaba que todas saltaran en un torbellino de risas, y él, sin moverse demasiado, cerraba los ojos de nuevo, satisfecho, disfrutando de la compañía sin comprender del todo su impacto. La escena era un cuadro de contrastes: fuerza y delicadeza, gigante y niñas, peligro y ternura, en un instante suspendido que parecía eterno.

Entonces Bishnu lo volvió a sentir: esa presencia densa, fría como un aliento en la nuca, oculta entre las sombras. No necesitaba verla, sabía que estaba ahí, desde hacía tiempo; el aire mismo había cambiado, obedeciendo a una voluntad que se deslizaba invisible. Sin apartar los ojos de Gláfur y Gipsy, habló con voz serena, como si supiera que su presencia era observada desde hacía rato.
  • Sé que andas ahí, fantasma. No hace falta que te ocultes. Sé tu secreto… - esbozó una sonrisa lenta, girándose hacia la penumbra de cubierta - Soy consciente del secreto que compartes con tu hermana.
El viento se agitó un instante, y de entre la oscuridad emergió una figura femenina. Sus pasos eran tan leves que parecían no dejar huella, como si el aire cediera a su paso para envolverla. Sus ojos brillaban enmarcados por las telas negras que ocultaban su cuerpo, fijos y penetrantes como cuchillas en la carne del alma.

Bishnu no retrocedió; al contrario, la miró con solemne calma, aceptando su aparición como quien contempla una tormenta lejana y hermosa.
  • Y bien… - dijo despacio, midiendo cada sílaba - ¿Con quién tengo el placer de hablar esta vez? ¿Con aquella que llaman demonio? ¿O aquella que apodan el fantasma?
La silenciosa mujer no respondió, tan solo lo contempló. Como si sus ojos pudieran ver dentro del anciano. Su cuerpo siempre cerca de la oscuridad.
  • Tranquila… - rió Bishnu - jamás haría nada que pudiera ofender a la asesina más temida de este mundo. Tu secreto está a salvo conmigo… Akuma Shinrei. Aunque si el filo de tu cuchillo me lo permite, me gustaría deciros algo… a las dos.
Continuará…
 
Para que luego digan que para nosotros las mujeres son objetos sexuales a veces. Aquí ha sido al revés.
No me gusta, de todas formas, ese rollo lesbi que se tren Grace y Yara metiendo a Yrsa por en medio. Pero bueno, ellas sabrán.
 
Que no he querido parecer homófobo, yo respeto las orientaciones sexuales de cada uno, pero quiero que nadie pueda estropear las bonitas historias de amor de Grace con Vihaan y de Yrsa con el buenachon.
 
Que no he querido parecer homófobo, yo respeto las orientaciones sexuales de cada uno, pero quiero que nadie pueda estropear las bonitas historias de amor de Grace con Vihaan y de Yrsa con el buenachon.
No te preocupes, no lo he malinterpretado.
Eso será solventado mas adelante, pero aun quedan muchos mares por surcar. Jaja.

Yo lo entiendo como que son sus formas de ser, por un lado Vihaan y Bhagirath viniendo de un mundo más ‘normal’ por decirlo de algun modo; entienden el amor como todos lo entendemos. Un hombre - una mujer, fidelidad, entrega, compromiso. En cambio Grace y Yara son niñas de la calle, sin educación, salvajes y libres. Desde pequeñas lo comparten todo y se entregan al placer sin pensar si lo que hacen está bien o mal.
 
Capítulo 28 - El Vorial Shardeth aguarda: El juramento de la guerrera y de la asesina

  • No hace falta, de verdad, Tierde - sonrió Grace al ver a las amazonas acercar más y más provisiones al muelle - Es demasiado… ¿cómo voy a devolverte este favor?
La reina respondió con una sonrisa serena. Colocó una mano firme sobre su hombro y con la otra acarició su estómago, gesto solemne y maternal a la vez.
  • Soy yo quien te devuelve el favor, Grace O’Malley. Tu simple presencia ha contribuido a la supervivencia de mi tribu. Estaremos agradecidas de por vida contigo y con tus hombres. Gracias, de corazón.
Capitana y reina se unieron en un abrazo sincero, verdadero, de dos mujeres que se reconocían iguales pese a venir de mundos tan distintos.
  • ¡Oye, tuerto! - murmuró Cortés desde cubierta, mirando a las mujeres que acudían al puerto, sin dejar de ayudar a cargar las provisiones - ¿Qué crees que harán si, en vez de hembras, nacen varones?
Halcón se secó el sudor de la frente y estiró la espalda vieja y dolorida, como si cada hueso fuera un mástil astillado.
  • No quiero saberlo, español… creeme… hay cosas que es mejor no saber.
El muelle bullía de actividad. Los marineros del Red Viper cargaban toneles de vino oscuro, fragante como la madera quemada, y cántaros de agua cristalina que manaban de las grutas subterráneas. Había frutas extrañas: orbes traslúcidos que brillaban como linternas, raíces dulces que parecían talladas en ámbar, panes compactos de cereales subterráneos que crujían como piedras al partirse. Peces plateados que aún palpitaban, recién sacados de los lagos y rios interiores, y hierbas aromáticas que desprendían un perfume embriagador que llenaba todo el aire.

En la orilla, el gigante se había despertado con el bullicio del muelle. Sus amigas diminutas lo rodeaban, las niñas que habían jugado a perder el miedo a su tamaño colosal. Ahora lo miraban con ojos húmedos, sabiendo que aquel era el momento de despedirse. El coloso, de cuerpo inmenso pero corazón infantil, extendió la mano hacia ellas con cuidado, como si ofreciera un puente de carne. Una a una, las pequeñas treparon a sus dedos, abrazándolos como si fueran troncos de árbol. Sus pies quedaban suspendidos en el aire, colgando, y ellas reían nerviosas mientras se mecían, aferradas a la piel rugosa.

El gigante sonrió con dulzura, dejando que sus enormes dedos se cerrasen suavemente, como protegiéndolas en un gesto de cariño. Luego alzó la otra mano, grande como una vela desplegada, para que más niñas pudieran aferrarse a él. Las madres, emocionadas y temerosas a la vez, intentaban contenerlas, pero no había manera: las pequeñas se negaban a soltarlo, como si aquel adiós no debiera llegar nunca.

Al fin, el coloso inclinó la cabeza hacia ellas y, con un soplo suave, casi como un susurro de viento, las fue depositando de nuevo en tierra firme. Las niñas cayeron de pie entre risas, con los cabellos revueltos por la brisa de su aliento. Entonces, con un último gesto lento y solemne, el gigante llevó su mano al corazón, y después la extendió hacia las pequeñas, despidiéndose como lo haría un niño que todavía no sabe lo que es la separación, pero que entiende perfectamente lo que significa querer.

En cubierta, Yrsa y Gláfur se revolcaban como bestias liberadas. La giganta reía a carcajadas mientras el oso polar le mordía los brazos con juego feroz, feliz de volverla a ver. Gipsy saltaba alrrededor, dando pequeños gritos mientras la nórdica empujaba al oso de espaldas contra los toneles, ambos gruñendo, rodando por las tablas y destrozando todo a su paso. Era una lucha salvaje, pero llena de afecto: dos amigos que, pese a su brutalidad, se celebraban con cada embestida.

Tierde, observando aquella tripulación extraña y maravillosa, posó la mano en el hombro de Grace y la apartó unos pasos del bullicio, como quien prepara una confidencia.
  • Antes de partir… - su voz era firme, pero escondía incomodidad - tengo que pedirte un último favor.
  • Claro, por supuesto - contestó Grace con entusiasmo - ¡Lo que necesites!
La reina alzó la vista y, con un gesto rápido, ordenó que alguien se acercara. De entre la multitud que abarrotaba el puerto apareció una joven de cabellos dorados, tan hermosa y solemne como todas las hijas de Shar Keleth. De su mano venía una niña risueña, aproximadamente de la edad de Bum-Bum. Éste, curioso, ya se había deslizado entre las piernas de la capitana para observarla mejor.
  • Es mi hija - dijo Tierde en un susurro cargado de emoción - Y el pequeño que la acompaña es mi nieto.
  • ¿Nieto? - repitió Grace, confundida, creyendo que era un error de lenguaje - Querrás decir nieta, ¿verdad?
La joven se presentó erguida, con natural porte de princesa guerrera. Su cabello trenzado brillaba como el oro, y su sonrisa iluminaba el muelle. Extendió la mano a la capitana.
  • Me presento, capitana Grace O’Malley. Mi nombre es Aibori, y ella es… - levantó a la niña en brazos - Breide, mi tesoro más preciado.
Tierde murmuró algo en su lengua ancestral, casi una plegaria, acariciando el brazalete dorado de su brazo. Sus palabras, aunque incomprensibles, sonaban a disculpa, como una súplica. Luego las atrajo hacia sí, capitana e hija, con un gesto cargado de amor.
  • Breide no es nombre de mujer, capitana…
  • ¡Madre, no! - interrumpió Aibori con urgencia.
  • Biri’er ona urshi’en Aibori! La capitana es de fiar…
Grace arqueó una ceja, divertida.
  • ¿Qué está ocurriendo aquí?
La reina suspiró, como quien se desnuda ante la verdad.
  • En nuestro mundo no hay cabida para los hombres. Sólo engendramos hijas.
  • ¿Y cómo se consigue eso? - rió Grace, incrédula.
  • Descartando a los varones...
Las palabras golpearon a Grace como un látigo.
  • ¿Los… los matáis? - preguntó horrorizada ante la simple idea de arrebatar la vida a un niño.
Tierde negó con la cabeza, sonriendo con melancolía.
  • No, jamás. Eso sería una crueldad. Tan sólo los apartamos de la vida en Shar Keleth.
  • Los mandáis a la otra isla… - murmuró Grace, comprendiendo.
  • Exacto. Pero cuando nació Breide… - acarició el cabello del niño - no fuí capaz de seguir la ley. Mi condición de abuela pesó más que la de reina.
Aivori notó que Bum-Bum le tiraba de la falda, con una sonrisa confiada dejó a su hijo en el suelo. Y los dos salieron corriendo. Reían y se empujaban con fuerza inocente. Ambos jugaban, persiguiéndose entre las tablas como dos cachorros libres y felices.
  • No puedo encerrarlo en la isla de los hombres - susurró Tierde - No a mi propio nieto. Que la diosa me perdone, pero no soy capaz.
  • ¡Madre! Hacéis lo correcto - replicó Aibori, con lágrimas contenidas - Sheiri’eth Keleth arum na arath!
Madre e hija unieron sus frentes en un gesto de amor antiguo. Luego ambas miraron a Grace.
  • Dentro de poco, Breide será llamado a la Keleth’ir, la escuela de las amazonas. Y temo que el secreto se descubra.
  • Tarde o temprano se descubrirá, madre - añadió Aivori - Breide se hará mayor y será imposible seguir ocultando que es un hombre. Sheri amun Katheir, oma avoir tardeth.
Tierde miró a su hija. Grace vió como ellas se decían muchas cosas solo con aquella mirada.
Antes de que la reina dijese nada más, entendió lo que sucedía.
  • El favor que te pido… - dijo la reina - no es por mí, ni siquiera por mi hija. Es por él.
Su voz se quebró. Grace, con el alma encogida, posó una mano sobre su corazón.
  • No hace falta decir nada más, Tierde. - sonrió - No soy madre, y por supuesto no soy abuela… pero entiendo lo que me pides y sobretodo comprendo por qué me lo pides.
Sus ojos se desviaron a los niños que reían, peleando como Yrsa y Gláfur, puro instinto y vida.
  • Cuidaré de él - afirmó Grace - te doy mi palabra. Y también cuidaré de ti, Aibori.
  • Puedes contar conmigo capitana - contestó la princesa de las amazonas apretando su puño contra su corazón - trabajaré hasta el último aliento, aprenderé rápido y lucharé a tu lado, defendiendo tu navío como si fuera mi hogar. Mi espada es vuestra, desde este momento hasta la eternidad. Keleth Vinir ardinvor!
  • Keleth Vinir ardinvor! - repitió Tierde observando a su hija por un momento, orgullosa de ser su madre, pero más orgullosa, si cabe, de ser la reina de tal formidable guerrera.
Luego se giró hacía Grace sujetandole las dos manos con ternura.
  • Eres un milagro, Grace O’Malley - dijo la reina conmovida - Nunca imaginé que tu llegada pudiera cambiar tanto mi destino. Apenas te conozco, pero siento que te he conocido siempre. Por eso confio en tí las vidas de quien más amo. Aunque nuestros mundos jamás vuelvan a encontrarse, Shar Keleth será tu hogar por siempre. Te debo mi vida, capitana.
Grace hizo una reverencia profunda, juntando su frente con la de Tierde. Luego miró a madre e hija, sabiendo que necesitaban un momento de intimidad para despedirse.
  • Dejaré que os despidáis antes de partir. Gracias por todo, reina Tierde. Deseo que algún día nos volvamos a ver. En esta vasija…
  • O en la siguiente… - sonrió la reina llena de respeto y gratitud.
Y sin más, la capitana se volvió hacia su navío, mientras madre e hija se fundían en un abrazo repleto de lágrimas y esperanza, sabiendo que aquel adiós era, al mismo tiempo, una promesa de futuro y el último que se darían.
  • ¿Va todo bien? - preguntó Vihaan al ver a Grace subir a bordo, con los ojos vidriosos.
Grace, sin decir nada, se lanzó a sus brazos y se aferró a él con toda la fuerza que pudo.
  • ¡Odio las despedidas! - susurró entre sollozos, su voz quebrada por la emoción.
Vihaan, sin entender del todo lo que sucedía, la envolvió con ternura, mirando más allá de su hombro aquel mundo extraño y precioso que estaban a punto de dejar atrás. Grace alzó sus ojos enrojecidos hacia él y lo miró directamente, como si su vida entera dependiera de su respuesta.
  • Prométeme que jamás nos diremos adiós…
Vihaan la contempló con suavidad. Le apartó un mechón rebelde de la cara y acarició su mejilla pecosa con la calidez de una promesa eterna.
  • Te lo prometo, Grace… jamás nos diremos adiós. - de repente una risa burlona apareció en su rostro - y menos cuando aún tienes tantas cosas que contarme… ¿Cuando vas a…
  • Cállate y abrazame idiota! - exclamó ella buscando el consuelo de su pecho.
El Red Viper comenzó a separarse del muelle, impulsado por las colosales manos del gigante. Sus dedos parecían montañas, pero al posarse contra el casco lo empujaban con la delicadeza de un niño que protege su juguete favorito. En la orilla, las niñas corrían tras él, agitando sus pequeños brazos y riendo entre lágrimas, como si quisieran sujetar con sus voces aquel instante para siempre.

Aibori permanecía erguida, firme como su madre, sangre real recorriendo sus venas guerreras, aunque sus ojos brillaban con la humedad de lo irremediable. Su hijo se retorcía en sus brazos, saludando con manitas diminutas a la reina, que lo observaba con una mezcla de orgullo y dolor. Ambas sabían la verdad: aquel adiós era definitivo.

En cubierta, la tripulación entera saludaba a las amazonas. Unos lo hacían con gritos jubilosos, otros con lágrimas mal disimuladas como si dejaran un amor en un puerto, pero todos compartían la certeza de que ese cruce de destinos, fuera breve o eterno, los marcaría para siempre. ¿Horas? ¿Días? ¿Semanas? Ya no importaba el tiempo que habían pasado allí. Lo vivido en Shar Keleth había trascendido al tiempo.

Grace y Tierde se miraron una última vez. En silencio, pues no hicieron falta palabras. La reina llevó su mano al corazón, con orgullo. La capitana respondió del mismo modo, feroz y decidida. Un gesto simple, pero tan puro y verdadero como todo lo que habían compartido.
Entonces, con un ademán solemne, lleno de poder, Tierde alzó el puño hacia el cielo de la gruta. Y como un solo cuerpo, todas las guerreras la siguieron, alzando sus brazos y sus voces rompiendo el aire con un rugido coral que estremeció las paredes de roca.
  • ¡Ir’kith et! ¡Ir’kith et! - repetían con ferocidad.
El eco de aquel grito sagrado se expandió por la caverna como un trueno que no conoce fin. Rebotó en las bóvedas, corrió por las aguas, se hundió en los huesos de quienes lo escucharon. Y Grace lo supo en lo más hondo de sí misma: esa promesa, ese canto, ese lazo forjado en un rincón olvidado del mundo… sería eterno, infinito, como un círculo que nunca termina.
Antes de que las lágrimas volvieran a abrirse paso, la capitana se giró, dejando atrás lo vivido y empezando a pensar en el porvenir. No era sencillo, pero así le había enseñado su maestro. “El apego es una cadena tan pesada como el hierro, Grace… y la libertad no admite cadenas. Aprende a soltar, incluso lo que más amas, porque solo entonces podrás volar.” ¿Por qué entonces Grace seguía desesperda en encontrar a Diego? ¿Por qué había pedido a Vihaan prometer que nunca se dirían adiós? Contradictorio, pensaréis algunos. Pero así era ella: un torbellino en la batalla, del mismo modo que lo era su corazón.

Al girarse, vio a Macfarlane despidiéndose de la reina con cara de bobo.
  • ¿Qué sucede, contramaestre? - dijo con tono burlón, intentando sofocar los otros sentimientos - ¡Parece que habéis caído rendido a los encantos de esa mujer!
El escocés la miró, y rápidamente dejó de saludar, volviendo a poner esa cara de loco gruñón.
  • ¡Dos mujeres he tenido, capitana, dos! - y mientras señalaba sus puñales añadió - Bess era fuerte y terca como una mula, e Isobel más dura que un día sin pan… pero esa mujer… bah!.
Grace notó que, cuando se calló de golpe, no miraba a la reina, sino a Akuma, que apartada de los demás hablaba con Bishnu entre susurros. Sin darle más importancia, la capitana alzó la voz para que todos la escucharan.
  • ¡Atención, piratas del Red Viper! ¡Moved vuestros culos a cubierta ahora mismo, pues vuestra capitana tiene algo muy importante que contaros!
Todos reaccionaron al instante. Mientras Grace avanzaba hacia el palo mayor, la tripulación acudió a la llamada, ilusionada por partir de nuevo y ansiosa por saber a qué locura mortal se enfrentarían ahora. La libertad los volvía a llamar, y cada uno de ellos sintió esa necesidad imperiosa de lanzarse, una vez más, hacia lo desconocido.

Grace levantó una mesa del suelo con el pie y la puso recta, mientras Macfarlane hizo deslizar un taburete por la cubierta mojada. La capitana, con agilidad, lo detuvo y se sentó, extendiendo un mapa sobre la madera y clavando en él su cuchillo. Todos se acercaron, expectantes, formando un círculo. Grace, disfrutando de ese instante, se tomó unos segundos para hablar, mirándolos a cada uno a los ojos con una mirada feroz y llena de determinación.
  • Nos dirigimos a África - dijo Grace con una media sonrisa desafiante - el continente menos explorado del mundo conocido, hogar de criaturas de pesadilla y de tribus que, dicen, se alimentan de carne humana… ¿No es así Yara?
  • Así es hermana!
Los hombres de la tripulación temblaron, pero no de miedo, sino de expectación.
  • Pero antes… debemos recuperar un objeto - golpeó varias veces con el dedo el mapa clavado en la mesa - Las amazonas me han hablado de un artefacto ancestral, una brújula mística que guía a quien la posee hasta aquello que más ansía encontrar.
  • El Vorial Shardeth… - murmuró Aivori, incapaz de contenerse.
Varios hombres, entre ellos Halcón y Cortés, se giraron para ver a la mujer que había pronunciado aquellas palabras. Los murmullos crecieron como una ola, y el español, incorregible, ya se abría paso con una sonrisa descarada para alagar a la preciosa princesa.
  • Ella es la princesa Aivori - intervino Grace con firmeza - hija de Tierde, reina de las amazonas. Y nos acompañará a partir de ahora. Tratadla con respeto - añadió, dejando que su voz retumbara entre las maderas de la cubierta - No por su condición de princesa, pues aquí ese título no tiene valor alguno, sino por ser, desde hoy, parte de la tripulación del Red Viper.
Capitana y amazona se miraron unos segundos, asintiendo mutuamente con solemnidad.
  • Como decía, debemos recuperar el Vorial Shardeth. Es la única manera de encontrar el Sundra-Kalash… a no ser que deseéis pasar años recorriendo a pie todo el continente africano, huyendo de leones y hombres hambrientos.
Las carcajadas estallaron entre los marineros, sacudiendo el aire con un alivio nervioso.
  • Bien - continuó Grace - la reina Tierde, en su benevolencia, dibujó este mapa para que pudiéramos llegar. La puerta que da acceso al tesoro no está lejos y el trayecto, en apariencia, no alberga peligros. - Su dedo recorrió las líneas dibujadas en el pergamino - Pero no es eso lo que debe preocuparos, sino lo que nos encontraremos una vez crucemos ese umbral.
Los murmullos regresaron, como un viento helado que recorriera la cubierta. Grace levantó las palmas, pidiendo silencio. Luego miró a Aivori, que permanecía firme, aunque su rostro delataba la seriedad del momento.
  • Aivori, ¿podrías explicar a tus compañeros más acerca de ese objeto misterioso… y del demonio que lo protege?
La joven amazona dio un paso al frente. Sus pies descalzos resonaron suavemente sobre la madera húmeda. Su voz, dulce y clara, contrastaba con la fortaleza de su cuerpo entrenado.
  • En nuestra lengua, Vorial Shardeth podría traducirse como Hallador de Destinos. Es lo que vosotros llamaís… brújula, creo…
  • Pero no una común. No apunta al norte ni a las estrellas - añadió Grace - sino al deseo más profundo de quien la sostiene.
  • Dice la leyenda - siguió Aibori - que aquel que la posea podrá encontrar cualquier cosa: riquezas, poder, venganza… incluso el camino de regreso a un amor perdido. Incluso algunas hablan de muertos que han vuelto del otro lado.
Un silencio reverente cayó sobre los presentes, mientras los marineros contenían la respiración.
  • Fue un regalo de los dioses en tiempos antiguos - continuó Aivori - Una herramienta de un poder tan grande que, al comprender la magnitud de su error, los mismos dioses que la forjaron, intentaron destruirla. Pero no fueron capaces. Sus fragmentos resistieron incluso la furia de los rayos divinos y las llamas eternas. Así que decidieron ocultarla al mundo de los mortales.
Hizo una pausa. La serenidad en su rostro se quebró un instante, dejando entrever un destello de miedo.
  • Para que nadie pudiera hallarla jamás, la escondieron cerca del corazón del mundo… allí donde el fuego quema la piel y el calor sofoca la respiración. Allí donde nada puede nacer, donde todo termina y donde la tierra misma tiembla con la furia de un dios despiadado, que la protejerá eternamente.
La tripulación escuchaba con los ojos muy abiertos, como si las palabras de Aivori hubieran abierto una puerta invisible hacia un destino más grande de lo que jamás imaginaron.
  • Nosotras lo llamamos… - la amazona se detuvo, y por un instante pareció que sus labios se negaban a pronunciar el nombre. Bajó la mirada, respiró hondo y, como si temiera invocar algo con sus palabras, continuó con voz grave - Lo llamamos Irdi Ruthon’en… el Portador de Calamidades.
Un silencio helado se apoderó de la cubierta. Ni una risa, ni un murmullo. Solo el crujido lejano de la madera y el movimiento del gigante contra el casco del Red Viper. El modo en que Aivori había pronunciado aquel nombre parecía haber congelado la sangre de todos.
Habían enfrentado mil peligros: un galeón armado hasta los dientes, la furia helada del norte, la misma roca que se alzaba contra ellos. Vencieron a la ciudad flotante, desafiaron a la naturaleza y sobrevivieron incluso a los demonios púrpura de esa isla maldita. Pero esto… esto era distinto.
No era un enemigo de carne y hueso. Era un dios.

¿Quién en su sano juicio se atrevería a desafiar a un dios?

Grace rompió la tensión con una media sonrisa desafiante. Caminó hasta ponerse al lado de Aivori y, cruzándose de brazos, ladeó la cabeza con picardía.
  • Y dinos, honorable guerrera… - su voz sonó clara, burlona y valiente a la vez - ¿cómo demonios se mata a un dios?
Todos clavaron la mirada en la capitana. Y en un instante lo supieron. Las dudas se deshicieron como humo. ¿Estaba loca? Probablemente. ¿Insensata? Sin duda. Pero también era cierto que, si había en el mundo alguien capaz de desafiar a los mismísimos dioses y vivir para contarlo despúes, esa persona era ella: Grace O’Malley, hija de prostitutas, la mujer que eligió su nombre, forjada en el mismo fuego, capitana de la nave más temida de los siete mares.

Aivori la miró con asombro. Quizás todavía no comprendía del todo con quién hablaba. Aquella mujer de cabellos rojizos no era una simple pirata, sino la Víbora Roja. Algo en sus ojos le llamó la atención. Dudó por un instante, se pasó una mano por la coleta y la sacudió como si así pudiera espantar los malos augurios.
  • Nadie, jamás, ha visto a Irdi Ruthon’en y ha vuelto para contarlo - respondió al fin - No sabemos a qué nos enfrentamos, capitana. Hay historias que dicen que es un demonio ancestral, más viejo que la tierra misma, con tres cabezas que escupen fuego incandescente. Otros hablan de una sombra gigantesca, capaz de gobernar los elementos y de arrasar el mundo entero con un solo gesto de sus manos… Hay miles de historias, a cada cúal más aterradora que la anterior. Se que acabó de llegar, pero luchar contra un Dios… es una locura.
Grace no apartó la vista de ella. Colocó una mano firme sobre su hombro y, alzando la voz hacia la tripulación, preguntó clara y desafiante.
  • ¿Quién está dispuesto a luchar a mi lado?
  • ¡¡¡Yooo!!! - rugió toda la cubierta a una sola voz.
  • ¿Qué hombre o mujer de este maldito barco tiene las agallas suficientes para enfrentarse a un Dios?
  • ¡¡¡Yoooooo!!! - la respuesta fue un trueno.
Grace entornó los ojos, bajó el tono hasta hacerlo sepulcral y lanzó la última pregunta, mirando a Aivori directamente hacía lo más hondo de su ser.
  • ¿Quién de vosotros, le teme a la muerte?
El silencio que siguió fue absoluto, casi sagrado. Y en ese instante, Aivori lo comprendió. Aquella mujer no era reina, como su madre, ni guerrera, como sus hermanas. Era algo distinto, algo más poderoso que cualquier cosa que hubiera visto antes. Era el fuego incontrolable que ardía en los corazones de todos aquellos hombres y mujeres. Era la llama indomable que los haría seguirla sin pestañear ni un solo segundo, hasta el mismísimo infierno si fuera preciso. Los observo, a todos y cada uno, sus miradas penetrantes, sus puños apretados, nadie dudaba, sus corazones latían al mismo ritmo. Las llamas de su capitana los envolvían por completo.

La amazona entonces posó su mano sobre el hombro de Grace. La miró de igual a igual, sabiendo que aquella mujer era distinta a cualquier otra que hubiera visto antes. Su mirada era firme, sus labios no temblaban, y su voz resonó clara como un juramento que nadie en la cubierta olvidaría jamás.
  • Te seguiré, Grace O’Malley. Lo haré sin dudarlo. Aunque me conduzcas al infierno, aunque tenga que enfrentarme a un Dios… lucharé a tu lado.
Un murmullo recorrió la cubierta, como un trueno lejano que va creciendo. Grace asintió, seria, y al momento dejó escapar una carcajada feroz.
  • Ya habrá tiempo de luchar, amiga - dijo, levantando una botella de ron - ¡Pero ahora bebamos! Si eres una de los nuestros, si desde hoy eres pirata del Red Viper… ¡debes beber como tal!
La cubierta estalló en vítores. Palmas, gritos, golpes contra la madera y el retumbar de botas. La música se alzó súbitamente, arrancada de violines gastados y tambores improvisados. Las botellas de ron y vino volaron de mano en mano, se descorcharon con los dientes entre carcajadas y discusiones, y el aire se llenó del rugido de la tripulación que celebraba su destino incierto como si ya hubiesen vencido.

El gigante, que aún empujaba lentamente al Red Viper hacia la negrura de la gruta, intentaba seguir la melodía: tarareaba torpemente, desentonando con cada nota, pero su sonrisa iluminaba la escena. En sus enormes manos, el navío surcaba aquel mar muerto, decidido a enfrentarse a cualquier peligro que osara entrometerse en su camino.

Grace bebió como si llevara meses cruzando el desierto, el ardor del ron bajando por su garganta como fuego líquido. Y mientras lo hacía, sus ojos se posaban en su tripulación: hombres y mujeres riendo, cantando, bailando en libertad. En ese instante supo la verdad: los llevaba, seguramente, al lugar más peligroso del mundo. A su corazón.

La fiesta siguió, descontrolandose cada vez más. Las risas y las peleas brotaban y se apagaban sin cesar, todas provocadas por el alcohol. Que fluía sin cesar como un manantial. La capitana, aplaudiendo al ritmo de la música, reía con Vihaan mientras compartían caricias furtivas, el calor del ron encendiendo sus mejillas. Estaba a punto de susurrarle la invitación para bajar al camarote cuando apareció Bishnu, tambaleante, con su sonrisa incorregible y los ojos vidriosos.
  • ¡Capitana, hip! - balbuceó - Necesito que baje a su camarote, hip! Pues alguien… hip! Alguien necesita contarle algo…
Grace, divertida y también arrastrada por el alcohol, le dio un pequeño empujón en broma. El anciano cayó hacia atrás como un árbol talado, pero Vihaan lo sujetó a tiempo… solo para acabar rodando con él contra la cubierta. La capitana estalló en carcajadas, pidiendo perdón entre sollozos de risa, y ayudó a levantar a ambos.

  • ¿Y quién demonios quiere hablar conmigo, anciano?
  • A… hip! Akuma, capitana… - sonrió Bishnu, con la lengua pesada - La espera en su camarote.
Grace, con los ojos brillantes, le estampó un beso en la mejilla. El sabio cerró los ojos un instante y se llevó la mano a la cara, como si quisiera atrapar ese gesto y guardarlo para siempre. Vihaan lo recostó contra el mástil, y empezó a seguir a Grace, mientras el viejo agitaba un dedo en alto.
  • ¡Alto, muchacho! - masculló, tambaleándose - Es… privado.
  • Ah… entiendo, anciano - rió Vihaan - Conversación de mujeres.
Grace, entre carcajadas, se dio media vuelta y reprendió el camino hacia su camarote.
El contraste fue inmediato. Arriba, la música seguía desbordando la cubierta con risas, palmas y canciones desafinadas. Ella, en cambio, bajaba tambaleante por las escaleras, sujetándose a la barandilla como si fuera la cuerda de un barco en plena tormenta. El ron le nublaba la vista, y más de una vez se golpeó el hombro contra la pared, o tropezó con un barril olvidado en el pasillo.
  • ¡Maldito barco traicionero! - rió en voz alta, como si la madera misma conspirara contra su equilibrio.
A cada paso, sus botas resonaban huecas sobre el suelo mojado. Con la mano izquierda se arrimaba a la pared, como quien escala un acantilado invisible, y con la derecha apartaba cabos y sogas, maldiciendo entre risas. Al pasar junto a la cabina de Bhagirath, esta cedió a su peso y calló de bruces dentro, contra el suelo.
  • Vaya! Perdón - dijo levantandose torpemente al ver a Yrsa desnuda sobre el hindú, interrumpiendo su momento íntimo - Ya… ya me voy… perdón, perdón.
Avergonazada por interrumpir se retiró lo más rápido que pudo, entre risas y miradas curiosas. Cerró de nuevo la puerta y a trompicones siguió avanzando.

Al llegar frente a la puerta de su camarote, se detuvo un instante para recuperar el aliento. El corazón le golpeaba fuerte, no por el ron, sino por la expectativa. Hablar con Akuma seguía siendo incómodo, aunque poco a poco se iba acostumbrando a la presencia de la asesina. Lo único que la atormentaba, en realidad, era no saber jamás si estaba o no estaba allí.


Con un gesto torpe, apoyó la frente contra la madera y dejó escapar un suspiro. Luego, tanteando con los dedos, buscó el pomo, se rió sola, y finalmente empujó la puerta, dejando atrás el estruendo de la fiesta y entrando en la penumbra íntima de su camarote.


Lógicamente, y tal como esperaba, allí no había nadie. Dio unos pasos y se dejó caer de frente sobre la cama, la cabeza dándole vueltas.

  • ¡Akumaaaaa! - gritó, su voz apagada por la almohada - ¡Akumaaaa! Maldita seas, sal de las sombras antes de que me quede dormida.
  • ¡Hola de nuevo, capitana!
Grace dio un salto, sin haber notado su presencia. Allí estaba, sentada a los pies de la cama, con el pelo perfectamente recogido y los ojos abiertos, fría y firme. Ni un ruido, ni un olor, ni un movimiento que la delatara al sentarse. Esa mujer era impresionante y terrorifica al mismo tiempo.
  • ¡Jamás voy a acostumbrarme a eso! ¡Te lo juro!
Con una mezcla de diversión y agotamiento, Grace se acomodó en la cama, enderezándose el pelo como pudo. Una vez lista, le preguntó de qué quería hablar. Akuma la miró varios segundos, como evaluando si debía hablar o no. Al final, sin mostrar emoción alguna, decidió hacerlo.
  • En realidad no me llamo Akuma, capitana…
  • ¡Oh, vaya! - exclamó Grace con burla - Menuda sorpresa, fantasma… Jamás hubiera imaginado que tu nombre no era el verdadero, más viniendo de una asesina que vive en las sombras y jamás se muestra tal como es.
  • Precisamente a eso vengo, a mostrarme tal como soy… Mi nombre es Shinrei…
  • Espera, espera un momento - dijo Grace alzando la mano y tapando un eructo que quería salir de su interior - ¿Shinrei no era tu apellido?
Akuma suspiró, apenas perceptible, pero suficiente para que Grace lo notara.
  • Mi nombre es Shinrei… - repitió - Akuma, es ella…
Grace siguió el dedo de Akuma y entonces la vio: a ella, a Akuma. Apoyada en la mesa, con la misma mirada fría y letal. Lentamente volvió a mirar a Akuma, esta vez sentada en el borde de su cama. Lo repitió varias veces, sintiendo de nuevo aquel escalofrío en su espalda. Habían dos Akumas, dos figuras, idénticas, dos presencias que parecían superponerse y respirar al mismo tiempo. No había bebido tanto como para ver doble… o quizás sí, quién sabe.
  • ¡Hola, capitana! - dijo la Akuma apoyada en el escritorio.
  • ¿Qué demonios está pasando aquí? - dijo Grace, apartándose de la Akuma de la cama, el terror reflejado en su rostro.
  • Te dije que no era buena idea contarselo - volvió a decir la Akuma del escritorio.
  • Hay que contarle la verdad, lo merece - respondió la de la cama con la misma voz.
  • ¡No, no, no, no! - gritó Grace, dando un salto de la cama y retrocediendo - ¿Qué tipo de magia es esta, fantasma? ¿Cómo haces para estar en dos sitios a la vez?
Akuma y Akuma se miraron, sin decir una palabra, observando cómo Grace retrocedía hacia el ventanal, ebria y asustada. La de la cama se levantó y la del escritorio la siguió, avanzando al mismo paso, con la misma expresión mortal.
  • El anciano me dijo que debía contarle mi secreto - dijo una.
  • Pensé que no era buena idea, pero al final el gesto de la princesa amazona, acabó por convencerme - dijo la otra.
Grace estaba atrapada, su trasero tocó la ventana, los ojos abiertos al máximo.
  • Me hizo ver que debía depositar mi confianza en usted.
  • Dijo que así sellaría mi vínculo con el Red Viper, su tripulación y…
  • Su capitana.
Grace miraba desconcertada, de una Akuma a otra, intentando comprender. Lentamente, extendió la mano hacia ellas, como buscando confirmar que ambas eran reales y no producto de una alucinación. La Akuma de la izquierda se apartó, reticente al contacto, pero la de la derecha tomó su mano entre las suyas, firme pero no reconfortante.
  • Yo soy Akuma, ella… - dijo, mirando a su derecha - es Shinrei, mi hermana.
La habitación quedó en un silencio extraño, cargado de tensión y asombro, mientras Grace absorbía cada palabra y cada presencia. La doble revelación no era solo un truco de magia o un capricho de la realidad: era la prueba viviente de los secretos que habían vivido en las sombras, y de la confianza que ahora depositaban en ella.
  • ¿He… hermana? - balbuceó Grace.
Las dos Akumas asintieron a la vez, sin sonrisas, sin rastro de vida en sus rostros.
  • ¿Habéis sido dos siempre? ¿Desde el principio?
  • Así es - contestó una.
  • A veces hablaste con una, a veces con la otra - añadió la segunda, con la misma cadencia en la voz. Era imposible distinguir cuál era cuál.
Grace las observó en silencio, la boca abierta, todavía procesando lo que veía. Intentó tocar a la otra Akuma, pero esta volvió a apartarse.
  • Sois… sois como dos gotas de agua, es impresionante.
  • Por fuera sí, somos iguales - dijo una.
  • Por dentro no. Aunque seguimos el mismo propósito - completó la otra.
Las hermanas se miraron, mudas. Grace esbozó una sonrisa nerviosa, imaginando por un instante una reunión familiar de las hermanas Akuma, seguro habría menos palabras que peces en un barril de pólvora.
  • Pero… ¿por qué? - preguntó, bajando el tono.
  • Por qué somos gemelas - dijo una, impasible.
  • No… No me refiero a eso. Pregunto por qué lo ocultasteis.
La Akuma que aún sujetaba la mano de Grace la soltó de repente. Sus ojos, fríos como cuchillas, se clavaron en los de la capitana.
  • Porque el arma más letal no es la más afilada, capitana. Lo que no se muestra, lo que nadie sospecha… el engaño. Eso mata más rápido que cualquier puñal.
La otra continuó, enlazando como si compartieran el mismo pensamiento.
  • La sorpresa es la diferencia entre la vida y la muerte. En medio de una batalla, lo que nadie espera es lo que decide quién sigue respirando.
La primera retomó, con la misma voz cortante.
  • Para el mundo, somos una.
Y la otra remató, avanzando un paso.
  • Pero atacamos con la fuerza de dos.
  • Somos un demonio… - susurró la primera.
  • Y un fantasma - cerró la segunda.
Grace tragó saliva, intentando procesar aquella revelación. Tenía frente a ella dos sombras idénticas, que hablaban como una sola. Se pasó la mano por el rostro, aún aturdida, y dejó escapar una risa nerviosa.
  • Sois… sois un espectáculo aterrador, debo admitirlo. Una pesadilla hecha carne. Y sin embargo… - alzó la mirada hacia ambas - ¿No os dais cuenta? Eso que sois, ese secreto que os hace tan letales… también os condena. ¿No os impide acaso vivir una vida plena? ¿Ser algo más que letales asesinas?
Hubo un silencio gélido. Finalmente, una de ellas respondió sin pestañear.
  • Nosotras vivimos para la venganza.
La otra completó con la misma dureza.
  • Y haremos todo lo necesario para cumplir ese objetivo.
  • Cualquier cosa ajena a ese propósito… - dijo la primera.
  • No merece la más mínima importancia - concluyó la segunda.
Las dos se quedaron quietas, erguidas, con esa doble mirada de acero que helaba hasta lo más hondo del alma.
  • No lo entiendo - dijo Grace, mirándolas fijamente - Si este secreto es realmente lo que os hace tan poderosas… ¿por qué me lo contáis? ¿Por qué me mostráis vuestra debilidad?
Las dos Akumas se acercaron más, hasta que su sombra se mezcló con la de la capitana. Sus miradas, negras y penetrantes, eran el reflejo mismo de la nada. Dos mujeres, un solo destino: vivir y morir en nombre de la venganza.
  • Porque tras hablar con Bishnu… - empezó una, su voz apenas un murmullo de acero.
  • Comprendimos que la única forma de cumplir nuestro objetivo… - siguió la otra.
  • Es seguirte a ti.
Grace no parpadeó.

  • No llevamos tanto tiempo a tu lado como los demás… - dijo la primera.
  • Pero hemos visto lo que eres, y lo que esconden tus ojos. Ese don que ningún hombre ni mujer posee. - la segunda se inclinó levemente, como si confesara un secreto al oído.
  • Cuando supieste que nos dirigiamos hacia la batalla contra un ser divino… - prosiguió la primera.
  • No dudaste ni un instante - completó la segunda.
Las hermanas bajaron la voz, pero no la intensidad.
  • Sabemos lo que significa enfrentar a un dios.
  • Porque hemos visto el poder de Sir Reginald. Él es más terrible que cualquier divinidad.
  • Y aún así, tú lo desafías con el fuego en los ojos.
  • Por eso, capitana… - una la señaló con un dedo afilado como cuchilla.
  • Eres la única capaz de llevarnos hacía la victoria.
Entonces ambas, a la vez, como si sus lenguas fueran una sola.
  • Te mostramos nuestra debilidad… porque solo confiamos en ti. Este es nuestro juramento eterno. Nuestra venganza será saciada a tu lado, o jamás será saciada.
Grace bajó la mirada, dejando escapar un suspiro. Había comprendido el peso de aquellas palabras, aunque no compartiera esa vida dedicada enteramente a la ira y al odio. Levantó el rostro, desafiante como siempre, y preguntó.
  • ¿Y alguna vez habéis pensado qué haréis cuando vuestra venganza esté cumplida?
Las hermanas no respondieron. Ni un pestañeo, ni un gesto. Su silencio era tan helado como la fosa más profunda del océano. Se limitaron a mirarla, inmóviles, hasta que lentamente sus figuras se deshicieron en la penumbra, fundiéndose con las sombras de la cabina. Un parpadeo, y ya no estaban allí.

Grace se quedó sola, o quizás no. Era imposible saberlo. Pero se quedó acompañada del eco de sus palabras resonando en el aire. Afuera, la música y las risas de la tripulación aún se colaban por los tablones, pero dentro de aquel camarote solo quedó la huella de las Akuma: una presencia oscura, sofocante, como la misma muerte rondando en silencio. Eran un espectro y un demonio, una pesadilla que caminaba entre los vivos. Y hasta los más valientes sabían que en la quietud de su sombra, el miedo era inevitable.
  • Dios santo! - susurró Grace - creo me he meado encima…
Continuará…
 
Wonder Woman (la reina de las amazonas deja marchar a su hija), Piratas del Caribe (El Vorial Shardeth la brújula de Jack Sparrow), saldrá Superman?
Compañero Ron_Artest te superas en cada capitulo.
 
Wonder Woman (la reina de las amazonas deja marchar a su hija), Piratas del Caribe (El Vorial Shardeth la brújula de Jack Sparrow), saldrá Superman?
Compañero Ron_Artest te superas en cada capitulo.
Jajajaja, gracias por las palabras compañero! Superman no me cuadra mucho, pero el enemigo que viene ahora deja a superman a la altura del betún… jajaja

Lo que se oculta en el corazón del mundo supondrá un punto de no regreso. Pero no quiero decir nada más, que se me escapa la mano jajajaja

Nos leemos!
 
Capítulo 29 - Descenso al centro de la Tierra: Un corazón gigante


Grace tardó mucho en conciliar el sueño. Ni siquiera el ardoroso consuelo de Vihaan logró acallar la tormenta de su mente. Y cuando al fin se rindió al descanso, lo que la aguardaba fue aún peor: un desfile de pesadillas en las que las dos Akumas la acosaban sin tregua, sombras gemelas persiguiéndola en corredores sin fin.

Al despertar, si era mañana o tarde resultaba imposible de saber en aquel mundo subterráneo, su rostro era un poema de cansancio y fastidio. Apenas abrió la puerta de su camarote, se topó de frente con Yara, que no había soñado con demonios, pero mostraba la misma cara de sapo muerto.
  • Por todos los santos… - gruñó la cubana, sujetándose la sien - Me va a estallar la cabeza, hermana.
  • A mí también… - contestó Grace, dejándose caer sobre su hombro - ¿No tendrás algún remedio de esos tuyos por ahí?
  • Ahora mismo los preparo… si consigo llegar hasta la cocina, claro.
Avanzaban abrazadas, tambaleantes, como si treparan una montaña invisible. Fue entonces cuando Bhagirath asomó por el umbral de la cocina, con la sonrisa más amplia que permitía su bigote.
  • ¡Buenos días, señoritas! - canturreó alegremente - ¿Precioso día, no les parece?
  • ¡No chilles tanto, Bigotes! - replicó Yara, tapándose un oído.
  • ¡Estamos enfermas, insensible! - se unió la capitana al lamento.
Antes de que pudieran reaccionar, por su retaguardia, un par de brazos como vigas las alzó por la cintura, arrancándoles un grito ahogado. Una carcajada poderosa retumbó en el pasillo.
  • ¡No saber beber, amigas! - rió Yrsa, cargándolas como sacos de patatas - Yo arreglar. Remedio típico de Svalbard.
La nórdica pasó junto a Bharitah con amplia sonrisa, subió las escaleras de dos en dos, abrió la puerta de un cabezazo y la mortecina luz de la gruta fue tan intensa que ambas amigas tuvieron que cubrirse los ojos.
  • ¿A dónde nos llevas, Yrsa? - protestó Grace, forcejeando.
  • ¡Suéltanos, gigantona! - chillaba Yara, viendo con horror hacia dónde se dirigían.
Yrsa cruzó la cubierta y se detuvo en la barandilla. La tripulación entera se acercó, expectante.
  • ¡Esto ayudar! - exclamó con sonrisa salvaje - Vosotras agradecer después.
  • ¡No, Yrsa, no! ¡Detente!
  • ¡No nos sueltes, por todos los cielos!
Choooooof!!!!
  • ¡Borrachas al aguaaa! - rugió Macfarlane, tronchándose de risa.
Las carcajadas estallaron en cubierta, palmadas sonoras sonaban sobre la espalda de la giganta que observaba la escena con los brazos cruzados y aire satisfecho. Apenas unos segundos después, el gigante con cara de bonachón, metió una mano por debajo del agua, como si pescara un par de piedras en un río, sacó a Grace y Yara, dejándolas goteando sobre la madera de cubierta de nuevo.

Las dos se miraron un instante, empapadas, los pelos cubriendoles la cara mientras todos se acercaban. Yara sonrió primero.
  • Ahora sí que pareces la reina de los sapos.
  • Y tú pareces un perro mojado - Grace estalló en risas.
Sin más, se lanzaron la una contra la otra, tirándose de los pelos y soltándose manotazos entre gruñidos y carcajadas. La tripulación formó un corro alrededor, animando con vítores como si fuese un duelo a muerte.
  • Ahhh… - suspiró Macfarlane, cerrando los ojos al lado de la amazona que miraba la pelea divertida - La vida del pirata es, sin duda, la mejor vida que hay.
Grace y Yara, todavía empapadas, se revolvían rodando por el suelo de la cubierta. Entre tirones de pelo y manotazos torpes, los golpes ya no tenían tanta fuerza; eran más empujones cariñosos que auténtica pelea. Reían entre dientes, jadeando, hasta que una sombra enorme se plantó delante de ellas.

Yrsa se agachó en cuclillas, mirándolas de frente con una sonrisa satisfecha.
  • Yrsa tener razón - dijo orgullosa - Vosotras estar mejor ahora.
Grace y Yara se miraron de nuevo, deteniendose en seco. Y sin necesidad de palabras, la conspiración fue instantánea. Con un movimiento sincronizado, se abalanzaron sobre la nórdica y la tiraron al suelo.
  • ¡Nooo! ¡Parar, parar! - gritaba Yrsa entre carcajadas, dejándose vencer mientras intentaba zafarse de sus amigas.
En ese momento Gláfur apareció trotando, olfateó la escena y decidió unirse a la refriega. El oso polar mordisqueó la ropa empapada de Yara, intentando arrastrarla de encima de Yrsa, mientras Gipsy daba saltos alrededor del grupo, lanzando manotazos en la cabeza de la giganta y escapando a toda velocidad cada vez que ella intentaba atraparlo con sus enormes manos.

Los chillidos y las carcajadas llamaron la atención del resto. Bum-Bum se lanzó de cabeza al montón, seguido de Briede, que rugía de risa mientras empujaba a unos y se defendía de otros. En cuestión de segundos, la cubierta del Red Viper se había convertido en una auténtica batalla campal, un amasijo de cuerpos, risas y gritos, cada cual empujando, rodando o revolcándose en pura diversión.
  • ¡Oh nooo! ¡Que viene Mordisquitos! - chilló Yara al ver aparecer al gigante de ébano.
El coloso avanzaba con paso pesado, mostrando sus brillantes dientes de metal y gruñendo como un monstruo salido de una pesadilla.
  • ¡Correeeeed! - gritó Grace.
Niños y mayores salieron disparados por la cubierta, los más pequeños escapando como flechas mientras Mordisquitos los perseguía con zancadas enormes, rugidos teatrales y carcajadas que hacían retumbar el barco entero.

Aivori, al lado de Macfarlane, sonreía con una alegría sincera al contemplar la escena. El caos juguetón en cubierta —niños, bestias y piratas entre risas— le pareció, por un instante, más propio de una familia que de una tripulación destinada a la guerra. Aunque todos sabían que se dirigían hacia las mismas puertas del infierno, aquel día, bajo la luz mortecina de la gruta, vivían como si nada pudiera tocarlos. Y en esa fugaz ilusión, la princesa comprendió que la fuerza del Red Viper no residía en su acero, sino en ese vínculo imposible que los mantenía unidos incluso frente al abismo.

De repente, una voz sonó desde la cofa. Todos esperaban el estridente grito del tuerto, aquel hombre de ojo certero que todo lo veía. Pero no. Halcón estaba demasiado ebrio incluso para mantenerse en pie. Esta vez la voz fue otra: fría, cortante, sin necesidad de alzar el tono. Una voz fantasmal, portadora de malas noticias, como el ángel de la muerte anunciando su llegada.
  • Capitana… hemos llegado.
Grace alzó la mirada. Allí estaba, Akuma, recortada en la penumbra. Con esas tres palabras había desgarrado la felicidad del momento. Las carreras cesaron, las risas se apagaron, y en cubierta se hizo un silencio espeso, insoportable.

Uno a uno, todos se fueron agolpando en la proa, como si una fuerza invisible los empujara. Ante ellos se erguía la puerta del infierno. Un umbral colosal, hecho de piedra negra y fuego apagado, que parecía devorar la luz que se atrevía a rozarlo.

Incluso Bishnu, que hasta hacía un instante señalaba alegremente el trayecto al gigante mientras sostenía el mapa, cambió de rostro al instante. Sus ojos brillaron con un peso que los demás nunca antes le habían visto. Caminó despacio hasta la proa, sin apartar la vista del abismo. Porque él sabía —mejor que nadie— que aquel lugar no era solo un paso más en el viaje: era la oscuridad más antigua y peligrosa a la que un ser humano podía enfrentarse.

Ante ellos, emergiendo de la roca como una cicatriz imposible, se alzaba una abertura gigantesca. Una herida abierta en la piedra, tan vasta que la tripulación entera podía caber en su umbral sin llenar ni un fragmento de su sombra.

Y allí, cerrando el paso, se levantaba una puerta colosal. No tenía adornos, ni símbolos, ni estandartes. Nada que indicara un camino, un reino, o un dueño. Solo madera ennegrecida y acero corroído, encajados en una estructura tan descomunal que parecía forjada por titanes.
No era una puerta de entrada. Era una barrera, un muro que no pedía ser abierto, sino que gritaba en silencio que estaba allí para impedir que algo saliera. Como si más allá aguardara un monstruo, o un ejército de sombras, empujando desde dentro con siglos de furia contenida.

El viento que soplaba desde la grieta era pesado, húmedo, con un olor rancio a hierro y ceniza. No había antorchas, ni estatuas, ni un solo vestigio de humanidad en aquel lugar. Solo la inmensidad de la madera y el metal, y la certeza sombría de que lo que ocultaba era demasiado terrible para ser liberado.

La tripulación se quedó muda. Se sentían diminutos, reducidos a insectos frente a una muralla que parecía no tener fin. El eco de su propia respiración les devolvía la sensación de fragilidad. Incluso los más valientes bajaron la vista, temerosos de que la puerta los mirara de vuelta.
Grace apretó los puños. Aquella era la frontera. Más allá no había certezas ni esperanza, solo el terror de lo desconocido. Quería hablar. Quiso armarse de valor, levantar la voz y devolverle el coraje a su tripulación, como siempre hacía. Pero aquella visión… aquella puerta inmensa, ajena a toda medida humana, era tan poderosa que por un instante incluso la voluntad de hierro de la Víbora Roja pareció flaquear.

El navío se detuvo suavemente. Las manos del gigante dejaron de empujar. Con pasos pesados, casi solemnes, comenzó a avanzar hacia la puerta. El agua se agitaba a sus lados, levantando olas que lamían la borda del navío. La tripulación lo siguió con la mirada, muda, abrumada por la magnitud del momento.

El gigante se plantó ante el portón colosal. Incluso para un ser de su tamaño, aquella mole parecía infinita. Posó sus manos enormes sobre la madera ennegrecida, palpándola, como intentando comprender su historia. La olfateó, aspirando el olor rancio de los siglos. Luego, con la inocencia de un niño curioso, pasó la lengua sobre la superficie húmeda y áspera. Se volvió hacia ellos, sin apartar sus manos del portón, con los ojos muy abiertos y una sonrisa ingenua.

  • Fruuurrrr… Fraiiiir… Froooorr…
Su voz retumbó en las paredes de la caverna como un eco eterno, arrastrándose grave y pesada. Las palabras sonaban antiguas, ajenas, como si pertenecieran a otro tiempo. Pero su rostro… su rostro era amable, casi infantil, como si todo aquello fuese un simple juego.

Grace buscó a Bishnu con la mirada.
  • ¿Qué dice, anciano?
El saco de huesos avanzó lentamente hasta ponerse a su lado, bajando la botella de ron de los labios. Sus ojos se clavaron en la puerta como si la reconociera de algún sueño antiguo.
  • La puerta fue construida por sus antepasados - dijo con solemnidad - Dice que ese es el camino a casa.
Grace asintió. Su mirada volvió hacia el gigante, que permanecía esperando, inmóvil, como si aguardara una señal de ella. Y entonces los sintió, a sus compañeros, a sus hermanos, hombro con hombro. Notó su calor, su fuerza compartida. Poco a poco, la puerta dejó de parecer tan grande. El abismo dejó de ser tan profundo. No estaba sola.

A su lado estaban hombres y mujeres excepcionales. Guerreras, ladrones, piratas, asesinas y soñadores, unidos por un mismo destino. Duros e implacables, fuertes y resilientes. La tripulación que cualquier capitán habría deseado.
Sabía muy bien lo que aguardaba al otro lado: un umbral tenebroso, guardián de un dios portador de calamidades. Pero con ellos a su lado, el miedo perdió filo.

Grace clavó los ojos en la oscuridad y, con voz firme, habló:
  • Entonces… volvamos a casa.
El gigante inclinó la cabeza, como si en verdad hubiese comprendido a aquella diminuta mujer de cabellos rojizos. No necesitó traducción alguna, su mirada hablaba por si sola. Su cuerpo colosal se tensó de pronto: los músculos, como montañas vivientes, se marcaron bajo la piel tersa, y con un bramido que resonó como un trueno en las profundidades, empujó el portón.
El estruendo fue colosal. La madera, vieja y cargada de siglos, gimió con un crujido que parecía un rugido. Los goznes invisibles chirriaron como bestias heridas. El eco retumbó en la gruta como si las paredes mismas se quebraran. El gigante apretó los dientes, rugiendo con la fuerza de un animal acorralado, su espalda arqueada como Hércules sujetando las columnas del templo.

El portón cedió. No del todo, apenas una apertura. Pero fue más que suficiente.

De repente, un tirón brutal lo sacudió. El coloso tambaleó hacia delante, y sin poder aferrarse a nada fue arrastrado, como si una garra invisible lo atrapara desde el otro lado. Su cuerpo inmenso se perdió en la oscuridad, tragado por ella sin remedio.
  • ¡Giganteeeeee, nooooo! - gritó una marinera en la cubierta, pero ya era tarde.
El Red Viper entero se estremeció. La proa se inclinó hacia delante, y el navío comenzó a deslizarse cada vez más rápido, como si la gruta lo reclamara. Entonces Vihaan, adelantándose, se asomó sobre la borda y vio lo que ocurría.
  • ¡Hay corriente! - bramó, señalando hacia abajo - nos arrastra un rio.
Los demás corrieron a mirar. El agua, ennegrecida, se movía bajo ellos con una fuerza oculta, girando y tirando como un remolino sin forma. No era el viento, ni la marea. Era la propia oscuridad que los arrastraba hacia sus entrañas.
  • ¡Preparad cabos! - gritó Grace, dejando la proa y caminando erguida a través de cubierta. Su voz clara como una campana en medio del caos - ¡Atadlos a los mástiles, a la cubierta, a donde podáis! ¡Sujetad lo que tengáis y agarraos con todas vuestras fuerzas, porque vamos a entrar en el malditoooo infiernoooo!
Los hombres rugieron, y el valor regresó a sus pechos. Corrieron de un lado a otro, asegurando cuerdas, fijándolas a las maderas del casco, a las argollas, a los cañones. Algunos enrollaban cabos alrededor de los mástiles, otros improvisaban amarres en las barandillas. El sonido de nudos apretándose y sogas tensándose se mezclaba con el retumbar del agua que golpeaba contra las rocas invisibles.

El Red Viper avanzaba cada vez más rápido, arrastrado sin remedio. Ya no era un barco navegando: era un tronco a la deriva en un río bravo, precipitado hacia lo desconocido. El gigante había desaparecido en las fauces de la oscuridad, y nada quedaba de él salvo el recuerdo de su rugido.

Grace se sostuvo firme contra el timón, los cabellos rojos agitados por el viento húmedo y caliente que salía del umbral. Alzó la vista hacia adelante. Allí no había horizonte, ni estrellas, ni luz. Solo una negrura espesa, como si el mundo terminara en ese vacío, acompañada del estrépito del agua rompiendo contra la roca con violencia.
El Red Viper cruzaba ya el umbral del infierno.
  • Capitana - dijo Macfarlane, casi riendo - ¡todo listo!
Grace lo miró un segundo, y en su rostro renació la seguridad. No iba a permitir otra vez un desastre como el que los arrastró hasta aquel mundo subterráneo. Quizás había sido necesario llegar, pero ahora no pensaba tolerar más daños en su navío. Estaba decidida a que el Red Viper pudiera navegar incluso en la más densa oscuridad.
  • Avisa a Bum-Bum - ordenó, sin soltar el timón - ¡Que se haga de día!
El escocés asintió con una sonrisa desquiciada y salió disparado por la cubierta. Bajó a la bodega como un relámpago, corriendo entre marineros que cargaban barriles de pólvora, todos en la misma dirección. Y entonces lo vio. Aquel pequeño demonio.
Bum-Bum, con su piel marcada por el fuego y el rostro siempre oculto, dirigía a los hombres con una precisión sorprendente: señales rápidas de dedos, órdenes silenciosas, correcciones instantáneas. Parecía un capitán en miniatura, un niño que mandaba sobre lobos.

Por orden de la capitana llevaba días trabajando en una máquina extraña, un artefacto al que él mismo había bautizado como Taj’al Ahdir, “El día en la noche”. Lo había llevado todo en secreto, montando guardia para que nadie se acercase. Pues un mago que se aprecie, nunca revela sus secretos. Como dijo Akuma, el engaño y la sorpresa, son los mejores aliados.

Tan solo se lo había contado a una persona más. La única mujer capaz de domar el metal. El artilugio, creado con la ayuda de la formidable Yrsa, era simple en apariencia: una caldera central donde ya ardían brasas incandescentes, de la cual salían dos tubos metálicos como dos cuernos de toro, sus extremos perfectamente incrustados en la madera del Red Viper.
  • ¡Bum-Bum! - bramó Macfarlane - ¡Necesitamos ver! ¡Haz tu magia, pequeño demonio!
El niño alzó la mirada, sus ojos negros chispeantes y divertidos. No dijo nada. Solo se puso en marcha con una seguridad escalofriante. Caminó hasta un arcón que custodiaba como si en él guardara el corazón del mundo. Cuando lo abrió, la oscuridad se quebró: una luz dorada estalló en la bodega, cegadora, como un amanecer atrapado en la madera.

Dentro había decenas de frascos redondos de vidrio, cada uno lleno de un líquido espeso que brillaba como rayos de sol líquidos. Dos marineros echaron paladas de pólvora en la caldera, que rugió con furia, escupiendo llamaradas incontrolables. El calor era insoportable, los hombres retrocedieron, cubriéndose los rostros. Pero Bum-Bum avanzó sin miedo. Las llamas parecían abrazarlo en lugar de quemarlo, como si fueran parte de él, como si lo reconocieran como igual.

Macfarlane tragó saliva, helado por la visión. Aquel niño no era humano.
Era puro fuego.

Con pasos firmes, el pequeño se acercó a la caldera rugiente. Levantó un frasco entre sus manos diminutas y lo arrojó dentro. El estallido fue inmediato. Cerró la compuerta de un golpe seco, y en ese instante, la oscuridad del mundo se quebró.
  • ¡Dios santo! - gritó Grace desde el timón, al ver la explosión de luz.
Los marineros en cubierta cayeron hacia atrás, otros quedaron boquiabiertos. Aivori, aterrada, apretó a su hijo contra su pecho, como si temiera que aquel milagro se lo tragara. De los dos orificios en el Red Viper surgieron dos columnas cegadoras, no de fuego, sino de pura luz. Un fogonazo blanco y dorado que no se apagaba, que se mantenía como un sol contenido, bañando el mundo subterráneo.

La gruta, hasta entonces un abismo insondable, resplandecía ahora como el día más brillante. Aquel niño había encendido el sol en el corazón de las tinieblas.
  • ¡Graceeeee! - gritó Vihaan, aferrado a un cabo en la proa - ¡Allí, a estriboooor! ¡Miraaaa!
La capitana giró la cabeza. El mar tranquilo que hasta entonces los había acompañado había desaparecido como un recuerdo lejano. Ante ellos se abría ahora un río descomunal, un torrente desatado que rugía como una bestia hambrienta. El agua chocaba con violencia contra las rocas, y el Red Viper descendía cada vez más rápido, cada vez más al límite. En medio de aquel río colosal, el gigante se aferraba a una roca, luchando desesperado por no ser tragado. Su enorme cuerpo se sacudía, tragaba agua, pataleaba como un niño contra la furia del abismo.

Grace sintió su corazón golpearle el pecho. Apretó los dientes y viró el timón con toda la fuerza de su cuerpo. Sus músculos ardían, la madera crujía bajo sus manos. Intentaba llegar a él, pero la furia del río parecía empujar en contra de cada esfuerzo.
  • ¡Vamoooos, maldita seaaaaa! - rugió, apretando con rabia, a punto de reventar.
Entonces, dos manos más se cerraron sobre el timón.
  • ¡Hagámoslo, mi capitana! - dijo Bhagirath con una sonrisa de acero.
Un segundo par de manos, blancas como el hielo, se unió de inmediato.
  • ¡Juntos, empujar! - tronó Yrsa con determinación.
Grace los miró, y por un instante su rabia se volvió fuerza pura.
  • ¡A la de tres, hermanos! ¡Una… dos… TRES! Tiraaaaaaaaad!
Las seis manos se aferraron al timón, tirando con un poder capaz de mover el mundo mismo si quisieran. La madera gimió, el barco crujió, pero resistió. En ese instante, Grace recordó a Diego, su maestro, y las palabras que le había grabado a fuego en el alma: “Un hombre solo puede hundirse en el mar… pero una tripulación unida puede cambiar la corriente misma.”

El Red Viper volaba más que navegaba, esquivando rocas que surgían como cuchillas de la nada, rozando con su quilla corrientes asesinas que amenazaban con volcarlo en cada cambio de rumbo. Cada crujido del casco parecía un presagio de desastre, pero el timón, empuñado por seis manos y una sola voluntad, lo mantenía vivo contra toda lógica.

El gigante alzó la cabeza, atrapado contra una roca, apenas resistiendo, sus brazos enormes luchando contra el torrente que lo arrancaba a dentelladas.
  • ¡Aguanta, maldita sea, aguanta! - rugió Grace con los músculos desgarrándose del esfuerzo.
El bergantín giró como una fiera herida, la corriente golpeando su costado, levantándolo a un paso del desastre. Un milagro tras otro los mantenía en pie. Pasaron rapadimente al lado del coloso y cuando la popa estuvo a un suspiro de perderse para siempre, el gigante alzó sus manos desesperadas y se aferró al navío.

La madera gimió, el barco entero tembló como si fuera a partirse en dos. La proa se elevó, levantada por su peso, y la luz del Taj’al Ahdir iluminó por primera vez el techo de la caverna.
Fue entonces cuando se escuchó.

Un murmullo primero, un roce que se convirtió en grito, y luego un estruendo de mil gargantas abriéndose a la vez. Miles de ojos se encendieron en la oscuridad, brillando como brasas encendidas.
  • ¡Qué demonios es esoooooo! - gritó Cortés, presa del pánico señalando hacía arriba.
Las sombras se soltaron del techo. Criaturas aladas, negras como la noche, cayeron en picado desde la bóveda como una lluvia de muerte. El primero aterrizó en cubierta, sus garras de acero aferrando a una marinera. La alzó como si fuera un muñeco y la arrojó al vacío, desapareciendo para siempre en la negrura. La proa golpeó de nuevo en el río, cayendo con violencia, lanzando a un español por la barandilla, perdiendose en las aguas turbulentas.
  • Nooooooo! - gritó Cortés desesperado, al verlo caer.
Otro monstruo cruzó como un relámpago, arrancando a dos jóvenes marineros que gritaron antes de ser engullidos por la caverna.
  • ¡¡Luchaaaaaaad!! - tronó la voz de Macfarlane, apareciendo en cubierta. Estaba desnudo, y todos supieron que aquello era buena señal.
Lo entendieron al instante. La furia del mar había despertado en él y hacía acto de presencia. Con un salto salvaje se lanzó a la espalda de un demonio alado, apuñalándolo una y otra vez en el vientre. Otro lo atacó por la espalda, pero el escocés lo agarró del cuello y lo estampó contra la cubierta. Una nagitana surgió como un espectro y le rebanó la garganta. Akuma también estaba allí, invisible pero mortal, luchando con la fuerza de dos mujeres.

Cortés y los suyos formaron muro, sus arcabuces y espadas brillando bajo la luz imposible. Sedientos de sangre por perder a un hermano. Resistieron cada embestida, una tras otra, sin bajar los brazos. Formaban un bastión de acero que mantenía a raya la oscuridad. De repente un demonio atrapó a un español por el cabello, alzándolo en vilo, pero un disparo seco lo derribó.

Halcón apareció, amarrado a la cofa, disparaba y recargaba con precisión letal, cada mosquete que dejaba a un lado sustituido de inmediato por otro cargado.

Bhagirath e Yrsa se cruzaron la mirada, un instante de silencio entre la tormenta. Él desenvainó su talwar, ella alzó su martillo. Avanzaron juntos, como amantes guerreros, una danza de acero y furia. Un martillazo pulverizó un cráneo, un tajo cortó en dos a otra bestia. Los marineros se agruparon junto a ellos, siguiendoles en su avanze inparable.

Un rugido azoto el viento y Mordisquitos irrumpió entre las alas negras de las bestias, arrancandoselas de cuajo y pisoteando con furia su craneo. Lanzaba puñetazos que parecían truenos, cada grito suyo una sentencia de muerte.

Gláfur de pié, mordía y desgarraba la carne como un demonio blanco. A su lado, la Amazona se movía con precisión implacable, cada golpe medido, cada paso una coreografía de muerte. Un cuerpo entrenado en la guerra incluso antes de aprender a hablar. Su espalda chocó contra la de Yara; ambas se miraron un segundo, con sonrisas encendidas, ojos brillando con el fuego del caos. Pólvora y acero. Fuerza y precisión. El baile de la guerra.

Grace lo sintió entonces. Algo dentro de ella ardía, un fuego que no era suyo, que le quemaba las entrañas y le daba vida. Cada gota de sudor, cada golpe de viento en el rostro, cada roca partida por el casco del Red Viper, la hacía más presente, más viva que nunca.

De repente un demonio pasó volando sobre su cabeza, sus garras rozando sus cabellos rojizos. Se agachó de golpe y una fuerte corriente de aire azotó a la criatura, que perdió el equilibrio. Cayó de bruces contra la cubierta, y antes de que pudiera levantarse, un bastón giró como un relámpago y le partió el cuello.
  • ¡Pensaba que os negabais a quitar vidas, viejo! - gritó Grace volviendose a poner de píe.
  • ¡Así es, capitana! - respondió el anciano desviando otro ataque con precisión quirúrgica - ¡Cualquier vida es valiosa, pero no dejaré que se lleven la suya!
Con un movimiento rápido, Bishnu derribó a otro demonio, desviando su vuelo y estrellándolo contra la cubierta. La bestia quedó inconsciente, retorciéndose.
  • ¡Cueste lo que cueste! - añadió mirandola con fiereza, rematando al demonio antes de que volviera en sí.
La voz de la capitana rugió entonces por encima del caos, clara, cortante, hecha de hierro y fuego. Grace alzó la voz, desgarrándose los pulmones, su garganta un cañón de pólvora, cada palabra un disparo certero, cada latido un sable ondeando al viento.
  • ¡¡¡Os veo luchar y solo puedo sentirme orgullosa!!!
Los hombres rugieron en respuesta, un estruendo de acero y furia. Akuma, cubierta de sombras, partió en dos a una bestia que se lanzó contra ella, el corte limpio, el rugido de la criatura ahogado en sangre y oscuridad. Un nuevo fogonazo de Bum-Bum iluminó las sombras, pero ella ya no estaba allí.
  • ¡¡¡Que vengan mááááás!!! - tronó Grace - ¡¡Pues no los tememoooos!! ¡¡Demonios, pesadillas, engendros del infierno… aquí os esperamoooos!!
¡Aaaaaaah! - Yara giró sobre sí misma, un torbellino de pólvora, y en un solo movimiento despachó a dos demonios, bañada en sudor y sangre, su respiración jadeante, sus ojos en llamas.
Justo cuando levantó la cabeza, vió las fauces de un demonio de cerca, cogiendola de sorpresa. Pero al momento, las garras de Gláfur la rodearon cubriendola y las espadas firmes de la amazona cortaron en dos al engendro.

Grace volvió a gritar, su voz quebrando la noche, retumbando contra las paredes de la caverna.
  • ¡¡¡Creen que pueden derribaaaarnooos!!! ¡¡Creen que pueden acabar con nosotros!!
Su risa resonó entonces, la carcajada de una loca, de alguien que había dejado el miedo atrás para abrazar la furia del destino.

- ¡¡¡Insensatoooos!!! ¡¡No saben a quién se enfrentan!!!

Aquellas palabras incendiaron los corazones de todos los presentes. Una mecha encendida que estalló en cada pecho, transformando el terror en fuerza, el dolor en rabia, la duda en voluntad. Las manos se cerraron en puños, los dientes se apretaron, los ojos se afilaron como cuchillas.
Y entonces, como si fueran una sola criatura, la tripulación del Red Viper dejó de resistir el embate.

Ya no se defendían, ya no resistían los ataques.
Ahora ellos, eran la tormenta.

Todos luchaban como uno, y uno luchaba como todos. La tripulación del Red Viper no era un grupo desordenado de marineros y aventureros; era un solo corazón latiendo, un mismo puño golpeando, una única bestia rugiendo contra la oscuridad.

Yrsa avanzaba en primera línea, su martillo de guerra brillando bajo la luz artificial de la magia de Bum-Bum. Cada golpe era un trueno, cada impacto un hueso roto. Una bestia alada cayó con el cráneo destrozado y ella rugió, levantando su arma, la sangre negra chorreando por su brazo como si fuera pintura de guerra.

Aivori, más ágil y rápida, danzaba entre las criaturas. Con una espada corta en cada mano, se movía con precisión letal, como si el acero formara parte de sus venas. Atravesaba gargantas, cortaba alas y volvía a cubrir a los suyos antes de que el enemigo pudiera reaccionar. En un instante estaba delante de Gláfur, en el siguiente a la espalda de un marinero a punto de ser arrastrado al vacío. Parecía moverse al mismo ritmo que la asesina, era sin duda una princesa guerrera, bella y letal.

Cortés, firme como una muralla, blandía su alabarda con disciplina férrea. Sus hombres se alineaban a su lado, un muro de acero que repelía con estoicismo los embates. Cuando una criatura se abalanzó sobre ellos, el español hundió la hoja de su arma en su pecho y con un giro brutal lo lanzó contra la madera de la cubierta. Era el bastión, el punto de apoyo sobre el que se sostenía el resto.

Bhagirath, a su lado, era un río de furia contenida. Su talwar danzaba en círculos, cortando alas y desgarrando carne. Un demonio le saltó encima y él, en un movimiento de pura fuerza y maestría, lo agarró del cuello, lo levantó como si no pesara nada y lo atravesó de un tajo del hombro a la cadera. Su bigote brillaba en medio de la sangre, como si cada muerte fuera una oración cumplida.

Por encima de todos, en lo alto de la cofa, Halcón disparaba sin descanso. Cada mosquete que dejaba humeando era reemplazado por otro ya cargado, que le alcanzaba Gipsy. Sus disparos eran fríos, exactos, quirúrgicos. Un ojo, una garganta, un ala extendida. Nunca fallaba. Sus balas eran la diferencia entre un hombre devorado y otro que seguía peleando.

Y en medio de aquel caos, Grace. Sus cabellos ondeaban como una llama encendida, no era solo locura, era voluntad pura. A cada enemigo que caía bajo las hojas de sus hombres, un rugido se elevaba de su boca, y cada grito los hacía más fuertes, más imparables. Era más que una capitana: era el faro que iluminaba aquella batalla infernal.

El Red Viper entero era un destino. Y aquella voluntad, por primera vez, hizo retroceder a las bestias del abismo.
  • Graceeeeee! - gritó Vihaan desde la proa, aferrándose con fuerza a un cabo.
Ella alzó la vista y lo vio allí, peleando junto a los demás. Su flor de lis danzaba como la picadura de una avispa, atravesando la cara de un demonio que abría sus fauces para engullirlo. Sin perder tiempo, gritó.
  • ¡Vira a estribooooor, rápidoooo! ¡Nos acercamos a un precipiciooooo!
  • ¡Capitaanaaaaa! - corroboró Halcón desde la cofa - ¡El río terminaaaaaa!
Grace alzó la vista al abismo que se abría ante ellos. El bastón de Bishnu repelía los ataques de los demonios que intentaban llevársela, mientras un nuevo fogonazo estallaba desde la máquina de Bum-Bum. La luz se intensificó de manera deslumbrante, cegando a varios monstruos helados y lanzándolos a las aguas turbulentas.

Frente a ellos, el río terminaba, ya no seguía recto; se bifurcaba a la derecha y descendía en espiral alrededor de un gran agujero, como un vórtice dispuesto a tragarse todo lo que se acercara. Las paredes de roca húmeda y oscura reflejaban la luz de los fogonazos como relámpagos atrapados, y los fragmentos de madera y ramas flotaban violentamente hacia el vacío.
  • ¡Necesito manos fuertes aquí! ¡Ahoraaa! - gritó Grace, clavando los ojos en la proa.
Mordisquitos corrió hacia ella, seguido de Yrsa. Entre los tres, empujaron y giraron el timón con músculos tensos al límite, luchando contra la corriente que parecía viva, decidida a arrastrarlos. Cada segundo que pasaba los acercaba más al borde del abismo; cada giro era un milagro que los mantenía a flote.
  • ¡Fruuuur friiiir freoirrrrr! - chilló Bishnu, su voz atravesando el rugido del río y el viento que azotaba la cubierta.
El gigante, hasta entonces aferrado a la popa, arrastrado por la corriente, reaccionó. Su rostro infantil se endureció; con un esfuerzo colosal, se levantó lentamente, sus rodillas rasgadas por el fondo del rio, por un momento el barco pareció detenerse. Rugió de dolor, pero no desistió. Primero una pierna, luego la otra. Sus enormes pies se clavaron en el lecho del río; las piedras crujieron y saltaron bajo su peso, mientras sus músculos se tensaban hasta el límite. Cada fibra gritaba de dolor, pero él resistía, luchando contra el tirón de la corriente.
  • ¡Ahoraaaaaaa! - rugió Grace, uniendo su voz a la de Yrsa y Mordisquitos en un solo grito de desafío.
Los seis brazos se unieron, empujando el timón con fuerza descomunal. La madera crujía y temblaba, los dientes de los dos gigantes chasqueaban de esfuerzo, y lágrimas de tensión recorrían sus rostros. Poco a poco, el Red Viper comenzó a virar a estribor, desviándose de la mortal caída hacía el vacio, dirigiendose a la nueva corriente. La proa se levantó ligeramente sobre las aguas, iluminando con el fogonazo de Bum-Bum el techo de la caverna. Por un instante, todo pareció detenerse; el gigante, el barco y la tripulación estaban aún unidos, desafiando la muerte al borde del abismo.
  • Vamos, vamos, vamos! - repetía Grace mientras la proa del Red Viper se acercaba cada vez más a la nueva corriente.
El barco se puso en transversal, inclinadose peligrosamente, la borda de vabor cayendo cada vez más hacia las aguas turbulentas. El gigante pareció perder el equilibrió pero rapidamente clavó la pierna de nuevo con fuerza entre dos rocas, estabilizando el navío con un esfuerzo sobrehumano. El agua se arremolinaba y caía por estribor, cruzando la cubierta y desbordándose por vabor. Los hombres perdieron momentáneamente el equilibrio, pero se aferraron con uñas y dientes a los cabos, luchando por no ser arrastrados.
  • ¡Un poco más, gigante! ¡Tú puedeeees! ¡Vamoooss, empujaaaa! - gritó Grace, ahora sujetándose al timón más que manejándolo, para no caer al vacío.
El Red Viper estaba al borde de la oscuridad absoluta. Los marineros, suspendidos entre el cielo y el abismo, golpeaban la madera agarrados a los cabos, suspendidos en el aire, mientras sus ojos se clavaban en la garganta del infierno: una oscuridad tan profunda que parecía albergar únicamente horrores. Uno de ellos resbaló; sus manos mojadas no encontraron asidero. Akuma, desafiando a la gravedad saltó hacía él, pero sus dedos tan solo se rozaron. Todos lo vieron caer, gritando, perdiéndose en el vacío insondable.

El gigante rugió, un sonido que mezclaba dolor y furia. Con un último empujón descomunal, mandó el navío hacia la nueva corriente. Pero para ello tuvo que soltarlo. Entonces, la corriente lo lanzó violentamente, haciéndolo tambalearse al borde del abismo. Cuando parecía que sería engullido, ocurrió algo que nadie olvidaría jamás.

Un grito feroz, repetitivo e incesante, rasgó la tensión del momento. La amazona de cabellos dorados y mirada firme cruzó la cubierta con fuerza ancestral, haciendo girar en el aire un garfio atado a un cabo. Con precisión y rapidez, llegó a la popa y lo lanzó lejos, muy lejos; el garfio surcó la gruta, silbando como una flecha y enrollándose alrededor de una roca que descendía del techo. La cuerda se movía sobre cubierta como una serpiente viva. Aivori la tomó al vuelo, sujetándola con firmeza. El gigante al ver la cuerda tensada se agarró por instinto. Y al hacerlo, Aivori gritó, apoyó sus dos pies descalzos sobre la borda de popa, tirando todo su cuerpo atrás para no ser arrastrada al mar.
  • ¡Tiraaaaaad! - gritó Grace - ¡Ayudadlaaaaa!
Los hombres se pusieron en fila detrás de la amazona, agarrando el cabo con decisión y tensión, mientras el gigante, a punto de caer al precipicio, se aferraba con ambas manos a la cuerda. Sus pies se clavaban en la piedra resbaladiza, los dedos arañando el vacío. La fuerza del gigante al agarrarse y la corriente intentaba arrastrarlos, pero los marineros luchaban con fuerza titánica, tensando la cuerda al máximo. Pero no era suficiente.
  • ¡Soltaaaad el anclaaaaaaa! ¡Rápiddoooooo! - ordenó Grace.
Vihaan y dos nórdicos acudieron velozmente. El ancla cayó al suelo, deteniendo el avance del navío y ofreciendo un respiro momentáneo.
  • ¡Ahoraaaaaa! ¡Todos juntooooosss! - gritó la capitana soltando el timón.
Nadie se quedó quieto. Cada marinero, con la respiración contenida, tiró con toda su fuerza, luchando contra el peso del gigante y la corriente diabólica que lo empujaba. Mientras tanto, los engendros continuaban atacando sin piedad. Bishnu saltó a cubierta, moviendo su bastón en círculos, creando corrientes de aire que desviaban a los demonios, erigiendo un muro místico de protección a su alrededor.
El Red Viper, temblando bajo el peso del caos y la oscuridad, se detuvo en seco, cada metro que no avanzaban era una victoria sobre el abismo, el río y los horrores que querían engullirlos.

El gigante se agarraba a la cuerda tensada con todas sus fuerzas, inclinando su enorme cuerpo hacia adelante. El agua le llegaba hasta la cintura, el abismo parecía llamarlo.
  • Resistiiiiiid! - gritaba Grace. Todos haciendo un esfuerzo imposible.
El gigante giró la cabeza y vio a sus diminutos amigos resistiendo todo su peso, gritando de furia para evitar que cayera. El Red Viper permanecía quieto en la corriente, resistiendo la embestida como un coloso de madera y acero.
Con pasos lentos pero seguros, empezó a avanzar hacia ellos, sujetándose de la cuerda que chirriaba y gemía bajo la tensión extrema.
  • ¡Vamoooosss chiquitiiiiin! - gritaba Grace, al borde de sus fuerzas - ¡Un poco máaaas!
  • Ya casi lo tieneees vamoooos! - animaba Yara a su espalda.
El gigante estaba casi a su alcance cuando un crujido seco se escuchó: el ancla se rompió. El Red Viper salió disparado. La cuerda se destensó de golpe y todos cayeron al suelo, agarrándose a lo que podían. Pero en el último instante, el gigante reunió todas sus fuerzas, dio un salto colosal hacia la nueva corriente y desapareció entre el rugido del río.

Grace se levantó rápidamente, aferrándose al timón. A su izquierda se extendía el vacío. El río descendía en espiral alrededor del abismo, arrastrandolos con fuerza implacable.
  • ¡Cuidadoooo, capitanaaa! - gritó Macfarlane, pero la fuerza del impacto lo lanzó por el suelo, lejos del timón.
El navío, descontrolado, se acercó demasiado a la pared de roca. Alejandose del hoyo sí, pero chocando fuertemente contra el muro del otro extremo. Cada roce arrancaba astillas de madera como si fueran virutas, marcando el barco con grietas profundas. Grace intentó girar el timón, pero la pared se lo impedía, como si la misma fuerza de la cueva la empujara contra ella. Destrozando con furia el costado del bergantín.

Entonces, una mano colosal apareció entre el barco y la pared. El gigante, en un acto de fuerza y desesperación, agarró el Red Viper con todas sus fuerzas y lo levantó un instante, pasando sus piernas por debajo y dejandolo sobre sus muslos, utilizando su propio cuerpo como una barrera. La corriente lo arrastraba con violencia, mientras las rocas del lecho le cortaban las piernas y la piedra de la cueva rasgaba su espalda, arrancándole la piel y dejando que sus gritos resonaran como un trueno.

Caían, y seguían cayendo, rodeando aquel hoyo inmenso. Cada vez más rápidos cada segundo vivos un milagro. Los gritos del gigante se mezclaban con los fogonazos de luz que iluminaban la oscuridad, revelando el río furioso, las rocas cortantes y la tripulación aferrada con uñas y dientes. La tensión recorría cada pulgada del cuerpo de Grace, cada fibra del Red Viper vibraba con la lucha por sobrevivir, y aun así, la voluntad de la capitana permanecía inquebrantable.

El descenso era imparable. La espiral parecía no tener fin. El gigante había dejado de chillar, desmayado por el dolor; su cuerpo se movía como un muñeco de trapo gigante, golpeado por las piedras, pero aun así manteniendo a todos a salvo.
La tripulación seguía luchando contra los engendros alados, que llegaban en oleadas cada vez más pequeñas, pero cuyos ojos rojos continuaban acechando sin descanso. Parte de los hombres y mujeres se amarraba a la barandilla con todas sus fuerzas, mirando el abismo eterno que parecía no terminar jamás. Gritaban desesperados, sin saber cuánto tiempo llevaban cayendo. ¿Horas? ¿Días? ¿Semanas? Tan solo percibían que aquel descenso interminable los consumía lentamente.

El cansancio era absoluto. El sueño los azotaba como agujas punzantes clavándose en sus cabezas. La luz eterna de Bum-Bum se apagó por un instante; pero antes de que pudiera volver a introducir uno de sus frascos mágicos en la caldera, todo cambió de repente.
La corriente disminuyó, suavizándose poco a poco. Lentamente, la caída se volvió calmada. Los demonios, con un gruñido agudo, retrocedieron como si huyeran despavoridos. Un nuevo fogonazo de la máquina iluminó la oscuridad y todos alzaron la cabeza, asombrados por la magnitud de lo que tenían delante.

Ante ellos se abrió una bóveda de dimensiones imposibles. La luz no alcanzaba a ningún límite; solo podían ver la inmensidad de un mar oscuro, tan negro como la noche, cuyas aguas permanecían inmóviles bajo el Red Viper, como un manto de seda perfectamente liso.
Grace observó cómo el gigante se separaba del barco y caía tendido sobre las aguas oscuras, pero no se hundió. Permaneció sobre la superficie como si esta fuera sólida. El Red Viper se detuvo, sin corriente, sin brisa, envuelto en la más inmensa oscuridad y un calor abrasador que parecía querer devorarlos y ahogarlos a la vez.

De repente, Bishnu saltó del navío. Todos se acercaron corriendo a la barandilla para verlo, conteniendo la respiración. Desde cubierta, parecía una visión bíblica: el anciano caminando sobre el agua, con su bastón a un lado, avanzando con paso firme hacia el gigante que, de espaldas, reposaba sobre aquella superficie oscura. La luz iluminaba su espalda, mostrando heridas profundas, llenas de sangre; un espectáculo que heló la sangre de todos, temiendo lo peor.
  • ¡Maldita calor! - gruñó Macfarlane, aún desnudo, el cuerpo cubierto de sangre oscura - ¡Es como si quisiera arrancarme la piel!
Grace lo sintió, el sudor brotando de su frente como un río incontrolable. Los hombres bebían sin descanso, mientras los barriles se vaciaban a su alrededor, entrando en sus gargantas y expulsada al instante por los poros de su piel en un espectáculo casi sobrenatural. La tensión era absoluta.

Entonces, la puerta debajo del puesto de mando se abrió de golpe. Dos marineros salieron corriendo, sujetando telas entre sus brazos. Detrás, Bum-Bum los seguía, manteniendo el equilibrio con asombrosa destreza mientras cargaba frascos de cristal llenos de un brebaje azul marino brillante.

Con rapidez les indicó a los marineros que dejaran las telas sobre la cubierta y, sin perder tiempo, comenzó a derramar aquel extraño líquido sobre ellas. Grace, Yara y algunos marineros se acercaron con curiosidad, observando cada movimiento del pequeño alquimista.
  • ¿Qué haces, pequeño? — preguntó Grace al borde del desmayo, empapada de sudor.
Bum-Bum se puso de cuclillas frente a ella, seleccionando una de las telas y ofreciéndosela con los ojos abiertos, brillantes de urgencia. Grace la tomó, y al tocarla, un escalofrío recorrió su cuerpo; era como rozar la superficie de un glaciar.
  • ¿Quieres que me lo ponga? ¿Es eso? - preguntó ella, extrañada.
  • Ahdir iri’ahdar sulhama’dehan! Ves… vestir… tú vestir! - contestó el niño, nervioso pero firme.
Briede, el hijo de Aivori, estaba a su lado, vestido igual que Bum-Bum, cubierto hasta la cabeza, con los ojos asomando entre las telas como dos faros atentos. Grace se cubrió con la túnica, y Yara hizo lo mismo. De inmediato, la sensación abrasadora desapareció por completo; un frescor reconfortante envolvió sus cuerpos, como si un manto de aire helado y limpio hubiera descendido sobre ellos.
  • ¡Rápido! - gritó Grace a todos, asombrada por aquella magia - ¡Poneros las túnicas, no perdáis más tiempo!
Los marineros comenzaron a vestirse con rapidez, ayudándose unos a otros. Grace y Yara se ayudaron mutuamente a atarse los cinturones y a colocarse los pañuelos sobre la cabeza.
  • Este niño… - dijo Grace, observando cómo Bum-Bum daba saltos y aplaudía entre los marineros - realmente, es una caja de sorpresas.
La magia de aquel diminuto alquimista, que no se alzaba más de dos palmos del suelo, les había vuelto a salvar la vida. La tela era suave y ligera, abrazando su piel con comodidad, liberando un aroma fresco a hierbabuena que calmaba el calor abrasador y el cansancio extremo.
Cada respiración se sentía más clara, cada movimiento más seguro, y un alivio casi físico se extendió por todo el Red Viper: habían sobrevivido a la fuerza del río infernal, y ahora podían enfrentar lo que viniera con una frescura y energía renovadas.

Macfarlane, que al principio había rehusado vestirse, finalmente cedió bajo la insistencia del resto. Se cubrió a desgana, ajustó el cinturón y se quedó unos instantes quieto, contemplando la escena con los ojos llenos de asombro.
  • ¡Maldita sea, pequeño demonio! - soltó entre carcajadas - ¡¿Qué clase de magia es esta?! - empezó a dar pequeños saltos - ¡Tengo las pelotas fresquitaaaas!
Las risas estallaron por toda la cubierta. Siguiendo la recomendación del escocés, muchos comenzaron a despojarse de sus ropas empapadas, dejando que el fresco toque de la tela se deslizara sobre su piel sudada y cansada. El alivio se sentía casi espiritual, como si un soplo de aire helado les hubiera devuelto la energía.

Vihaan, ya cubierto también, observó al anciano Bishnu, que permanecía quieto frente al gigante, acariciando su propia mejilla con la mano huesuda, contemplando la magnitud del momento. Sin perder tiempo, tomó una de las telas del suelo y se dispuso a saltar de cubierta. Dudó por un instante, consciente del peligro de aquel mar negro e infinito, pero finalmente se lanzó.

Al hacer contacto con el agua, se tambaleó, el corazón encogido, pero no se hundió. Dio un par de pasos sobre la superficie oscura, como un explorador avanzando sobre un lago helado, antes de lanzarse corriendo hacia el anciano. Cada paso sobre aquel mar impenetrable era una mezcla de asombro y tensión, y por primera vez en horas, la tripulación respiró con un alivio renovado al ver que la magia de Bum-Bum los sostenía a todos.
  • Póngase esto, anciano, se sentirá mejor! - le dijo el jóven astrónomo.
El viejo, sin apartar la vista del gigante, le entregó su bastón y se despojó de su túnica. Su cuerpo era un mapa de la privación: más huesos que carne, con la piel adherida a costillas y clavículas como pergamino viejo. La falta de alimento y los años de vida dura se marcaban en cada línea de su piel, pero su agilidad permanecía intacta. Con movimientos sorprendentemente veloces, se colocó la nueva túnica y, con la ayuda de Vihaan, se cubrió la cabeza con el pañuelo, dejando que el fresco contacto de la tela le devolviera un ápice de fuerza.
  • ¿Está bien? - preguntó Vihaan, asegurándose de su estado.
  • No muerde el fuego, pues amado por el hielo está. La sombra crece de afuera a dentro, el mar aúlla, la montaña acude - respondió el anciano con voz serena pero cargada de presagio.
Vihaan comprendió que el viejo hablaba del gigante, no de sí mismo. Aun así, la calor incesante de aquel mundo había evaporado cualquier rastro de alcohol, y la maldición parecía caer de nuevo sobre él. Sus palabras adquirieron un aire críptico, un extraño sinsentido cargado de advertencia.
  • ¡Yaraaaa! ¡Rápidoooo! - gritó Vihaan - ¡Necesitamos tus manos sanadoras!
La cubana alzó la cabeza, sin dudarlo corrió hacia el mar y saltó. Con el zurrón atado a la cintura corrió hacía ellos, escaló por la pierna del gigante, que descansaba pesado sobre la superficie oscura del agua. Sus ojos se abrieron al ver el lienzo de dolor que era la espalda del coloso: heridas abiertas, pus, carne rasgada que dejaba ver los huesos en algunas partes, un mapa de tortura y supervivencia que parecía imposible de sanar. Mientras los marineros se atrevían a pisar agua firme, algunos aprovecharon para explorar los alrededores, evaluando la infinidad del abismo y la oscuridad que los rodeaba, sin alejarse demasiado del bergantín. Otros, junto a Yrsa, examinaban con preocupación los daños del Red Viper, que, como ellos, había sangrado y sufrido en cada combate.

Bum-Bum y Brierde pasaron una túnica sobre Gláfur, que permanecía sobre la cubierta entre lamentos. Al sentir el frío, el oso gruñó, percibiendo el frescor de su hábitat natural regresar poco a poco. Con Gipsy tuvieron más dificultades: el pequeño capuchino se escabullía entre los marineros, gruñéndoles, como resistiéndose a cualquier control. Los niños lo perseguían, más como un juego que con urgencia. Finalmente, en un intento de huida, Gipsy se escondió detrás del hocico de Gláfur; el oso lo empujó suavemente con un brazo bajo la túnica. Los niños se arrodillaron para observar al pequeño mono, y tras unos momentos, Gipsy asomó la cabeza, les gruñó y volvió a esconderse, jugando con ellos sin miedo.

Grace, junto a una de las dos Akumas, avanzaron hacia el gigante, el corazón lleno de preocupación. Subieron por su espalda hasta unirse a Yara, que ya empezaba a preparar sus ungüentos con la eficiencia de alguien acostumbrado a salvar vidas en medio del caos.

- ¡Necesito hilo! - dijo Yara, examinando las heridas abiertas - ¡Mucho hilo! - sonrió en una media mueca, mezcla de concentración y preocupación.
  • ¡Ten! - respondió Akuma, dejando cuidadosamente a un lado de los cuencos un rollo intacto de hilo de pescar. Luego, abrió su estuche de sanación, sacó sus agujas y comenzó a limpiarlas con un aceite especial, preparando todo con precisión silenciosa, como si cada gesto contara tanto como el siguiente.
  • Yara, tienes que salvarle la vida - murmuró Grace, acariciando la espalda del gigante - Él nos la salvó a nosotros, ¡se lo debemos!
  • Haré lo que pueda, Grace - refunfuñó la santera - No puedes pedirme lo imposible, no soy una diosa que pueda devolver la vida, solo soy…
Grace la agarró del hombro y la miró fijamente a los ojos.
  • Eres mucho más que una diosa - dijo con convicción - Eres Yara Adeyemi, la escogida de los orishas, la bruja inmortal que rehúye la muerte y detiene el tiempo…
Yara sonrió, negando con la cabeza, y volvió a su trabajo con una sonrisa que mezclaba determinación y ternura.
  • Y no estás sola - añadió fría Akuma, colocando su mano sobre el otro hombro de Yara.
Las tres se miraron un instante. Juntas podían hacerlo. Juntas salvarían a aquel gigante.
Juntas.

Continuará…
 
Se me escapó el capitulo ayer pero ya me he puesto al día.
Jolín, no que fueramos malos los varones para llevarlos a una isla sin ellos.
Por otra parte, este último capitulo ha sido otro ejercicio de súper vivencia, pero creo que van a salir todos bien.
Por último decir que Grace es evidente que está enamorada de Vihaan, cuando le dices que no quiere que jamás se separen.
 
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