La tentación de Sara

Capítulo 11



En los dos siguientes días la carga de trabajo fue brutal. Teníamos que preparar la auditoría de Barcelona y me pasé pegado a Sara diez horas diarias. Bajamos juntos a tomar café, a comer y después del curro me invitó a unas cervezas.

Sara estuvo conmigo más atenta y simpática de lo normal. En el trabajo había ganado una confianza importante y eso hacía que estuviera bromista y risueña, dentro de que desempeñaba sus tareas con una pulcritud intachable.

Yo intenté olvidar lo que me había contado Javier y traté a Sara de la mejor manera posible, como si no supiera nada. No quería sexualizar a mi compañera de prácticas y verla como un simple objeto, pero ella no me lo ponía nada fácil y aprovechando la ausencia de nuestro jefe de equipo Sara volvió a vestirse con modelitos muy atrevidos.

Formales y sexys, rozando el código ético de una empresa tan rancia como la nuestra.

No solo me tenía loco a mí, también notaba cómo la miraban el resto de compañeros y las caras de envida de las auditoras más veteranas. Era imposible que esas largas piernas pasaran desapercibidas y en la pequeña salita de café había tortas por hablar unos minutos con la de prácticas. Me hacía gracia ver a mis compis en plan baboso con ella, incluso algunos me hacían comentarios fuera de lugar sobre el imponente físico de Sara.

Y no era para menos. El miércoles nos sorprendió con unos shorts vaqueros que le llegaban dos centímetros por debajo de donde terminaban sus glúteos. Se cubrió los brazos con una fina chaquetilla para que su look no fuera tan provocativo, pero a media mañana, cuando comenzó a hacer calor y se la quitó, quedándose tan solo con una camisa azul clarita de manga larga, metida por dentro de los shorts, aquello fue un escándalo.

Yo tenía que trabajar a su lado, pegado a ella. ¿Cómo no iba a mirar sus piernas? Era imposible no hacerlo o colarme entre su sugerente escote, con un botón abierto de más en su camisa, por donde se podía apreciar un poco de su sujetador negro.

Su movimiento de pelo, el cruce de piernas, su manera de caminar, la sonrisa; todo en ella era sugerente y sensual, aderezado, además, con la vitalidad de la juventud.

El miércoles a media tarde terminamos de preparar la documentación para la auditoría de Barcelona y después Sara me invitó a una caña en el bar de abajo. El trabajo ya estaba hecho. No nos entretuvimos mucho porque al día siguiente cogíamos un avión temprano para hacer el puente aéreo hasta Barcelona, pero me gustó tomar algo con ella en plan distendido, aunque solo hablamos de cosas del curro.

Ya en casa no podía dejar de pensar en Sara. Me costaba mucho imaginar lo que me había contado Javier. Si no lo hubiera escuchado con mis propios oídos, no me lo hubiera creído. En el trabajo parecía tan correcta que no le pegaba hacer todas esas cosas que me relató nuestro jefe.

¿Cómo se le iba a poner a cuatro patas, de buenas a primeras, en cuanto entraron en la habitación? ¿Se dejó follar sin condón teniendo novio? ¿Le comió la polla de rodillas en el suelo y dejó que Javier se corriera en su boca?

Sus gemidos seguían retumbando en mi cabeza y solo con verla en el trabajo con esos modelitos tan atractivos, hacía que llegara a casa con unos calentones considerables. Aquella noche, antes de viajar a Barcelona, estaba muy nervioso y alterado y tuve que masturbarme para poder relajarme. Y se me vino a la cabeza la faldita tan corta que llevaba en Bilbao, imaginé cómo debía de estar con ella sumisa a cuatro patas sobre la cama, esperando que Javier llegara por detrás y se la follara.

Era tan corta que no se la tuvo ni que subir.

Con unas pocas sacudidas y gimiendo su nombre, me corrí patéticamente fantaseando que Sara se sentaba sobre mí y yo hundía mi cara entre su pelo mientras ella me cabalgaba hasta hacerme terminar.

A primera hora de la mañana Sara ya me estaba esperando en el aeropuerto de Barajas con una pequeña maleta. Iba impecable, como siempre, con unos pantalones de vestir anchos oscuros, pero con los que marcaba culazo, americana a juego, camiseta blanca y zapatos de tacón.

Durante el vuelo fuimos repasando la documentación y del aeropuerto nos llevó un taxi a la empresa que íbamos a auditar. Nos pegamos un trabajazo importante y, como no queríamos dejarlo para el día siguiente, estuvimos hasta casi las diez de la noche para finalizar la auditoría.

Sara volvió a estar lúcida, aplicada, y sobre todo me gustaba el orden con el que desempeñaba su tarea. Eso era quizás lo peor de Javier, que era un poco caótico con la documentación aunque tuviera un ordenador en la cabeza. Mi compi de prácticas era todo lo contrario, siempre tenía la mesa perfectamente ordenada, lo que me daba mucha tranquilidad y hacía que avanzáramos más deprisa.

La felicité por el trabajo y cogimos un taxi para el hotel. Por suerte pudimos llegar a cenar al restaurante sin apenas cambiarnos de ropa y cuando terminamos, eran casi las doce de la noche.

―Uf, estoy molido, qué ganas tengo de llegar a la habitación y pegarme una buena ducha… ―le dije a Sara.
―Yo igual, ha sido un día muy intenso, aunque, si te digo la verdad, me apetece tomar algo contigo, ya que estamos aquí, podíamos disfrutar de la noche de Barcelona, ¿no?
―Uy, eso lo dejo para los jóvenes como tú…, además, hoy es jueves, no creo que haya mucha fiesta.
―¿Un jueves por la noche en agosto en Barcelona?, te aseguro que estará casi todo abierto y con ambientazo…, venga, Pablo, no seas muermo, una noche es una noche…
―Mañana cogemos el avión de vuelta a las once, el taxi nos recoge a las ocho, quizás deberíamos dormir…
―Ya tienes todo el finde para dormir, porfi, Pablo, solo una copa, ¿en serio no vas a salir conmigo a tomar una?
―Estoy muy cansado, Sara.
―De eso nada ―insistió mientras esperábamos abajo para coger el ascensor―. En media hora te paso a buscar por la habitación…
―Cuando te pones así, es difícil decirte que no…
―No lo sabes tú bien…

Al final me dejé convencer por Sara para salir por Barcelona. Me dio el tiempo justo a ducharme, ponerme un pantalón corto y un polo. Cuando me quise dar cuenta, ella ya estaba llamando a mi puerta.

Al abrir casi me caigo de culo al verla. Me parecía increíble que en tan solo media hora le hubiera dado tiempo a ducharse y a vestirse. Sara apenas se había maquillado, llevaba el pelo húmedo y un vestido blanco veraniego, con una falda tan corta que apenas le tapaba el culo, con el que, además, lucía un escote exagerado.

Cualquier otra chica con ese vestido iría como una choni de barrio, pero Sara sabía cómo ponérselo y combinado con sus pulseras, un collar de perlas y unas sandalias de tiras, que rodeaban sus gemelos, estaba realmente guapa y para nada vulgar.

―¿Listo? ―me preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.
―Sí, claro, pero algo rápido y volvemos, ¿eh?
―Bueno, ya veremos…

Las calles estaban abarrotadas de gente, y como me había prometido Sara, había ambientazo por toda la ciudad. Nos metimos en el primer garito que tenía buena pinta. Total, para tomar una copa casi me daba igual el sitio, lo único que quería es que no estuviera muy lejos y así regresar más deprisa al hotel.

El bar era un sitio muy raro y la gente que entraba y salía constantemente también, pero a Sara eso no pareció importarle y también le gustó la música chill-out que sonaba. Se acercó una camarera muy atractiva con rastas y un piercing en la nariz y Sara le pidió un daiquiri.

―Pues que sean dos ―dije sin tener ni idea de lo que llevaba.

Ron, lima y azúcar, por lo que me comentó Sara, y la chica nos preparó dos cócteles bien ricos en apenas un par de minutos. Sara cogió un taburete y yo me quedé de pie a su lado. Con el primer cruce de piernas ya me puse en alerta y durante media hora estuvimos hablando de trabajo y sobre cómo nos había ido la auditoría.

A Sara le supo a poco un daiquiri y pedimos otro. Al segundo ya se le había calentado el pico y sin que me lo esperara no tardó en sacar sus garras contra Javier.

―Joder, menuda diferencia de viajar contigo a hacerlo con él…
―¿Y eso?
―Ya ves, por todo, por el trato, por lo a gusto que estoy, sois como el día y la noche, tenían que hacerte un monumento en la empresa por haber aguantado con ese tío tantos años.
―Ja, ja, ja, en eso tienes razón… ―dije siguiendo su broma.

La muy cabrona no podía ser más cínica. Sí, Javier era todo lo impresentable que ella quisiera, pero a las primeras de cambio se había dejado follar por él. Estaba claro que Sara ni se imaginaba por lo más remoto que Javier me había puesto al corriente de lo que pasó en Bilbao y dejé que siguiera hablando, a ver si se le escapaba algo.

―¿Y el otro día qué tal?, espero que no te diera mucha caña… ―añadí sin ningún doble sentido, pero en cuanto terminé la frase no sonó tan bien como yo había pensado.
―No, eh…, bien, bien, estuve todo lo atenta que pude para no equivocarme ni una sola vez y que no me pudiera decir nada…

Sara se puso roja y luego esbozó una sonrisa forzada antes de beber de su copa.

―¿Cenasteis en el hotel o en algún restaurante?, Javier conoce muchos sitios y seguro que te llevó a uno bueno para impresionarte, ja, ja, ja.
―Eh, sí, cómo se nota que lo conoces bien, la segunda noche, cuando ya habíamos terminado la auditoría, me llevó a un restaurante de un conocido suyo, la verdad que cenamos muy bien…, y me invitó, por cierto ―dijo removiendo su copa con la pajita.
―¿Ves como no es tan malo?
―Sí, no estuvo muy borde como de costumbre…, pero vamos a dejar de hablar de trabajo y de Javier…, a partir de ahora prohibido hablar de la auditoría, cambio de tema… ―Y levantó su daiquiri para que brindáramos.
―Eso está hecho…
―La verdad es que hemos acertado con el sitio, un poco… psicodélico quizás, pero las copas están muy ricas y me gusta el rollo… Bueno, voy a levantarme, porque, como siga aquí sentada, me voy a amuermar…

Sara se puso de pie y sacó a relucir todos sus encantos. El pelo ya se le había secado y había cogido volumen, lo que hacía que llamara más la atención. Inevitablemente se me fue la vista a su escote y ella se dio cuenta enseguida. No tenía un pelo de tonta y sabía de sobra que tenía un cuerpazo y cómo lucirlo.

Al tenerla tan cerca de mí, mostrándome esa sonrisa perfecta, hizo que me pusiera de los nervios. Sara conseguía sacar mi lado sexual más salvaje y primitivo sin ningún esfuerzo. Me excitaba todo de ella, no solo sus curvas, también su manera de hablar, de mover las manos, sus gestos.

Era la sensualidad hecha mujer.

Y al verla así, tan radiante, no podía dejar de preguntarme cómo podía haber sucumbido ante Javier. Con lo buena que estaba podría haberse acostado con el que le hubiera dado la gana. Es que no podía comprenderlo. Quizás mi jefe tenía razón y Sara no era más que una puta arpía que lo único que buscaba era que la contrataran en la empresa, aunque a mí no me parecía ese tipo de chica.

Había algo que no me encajaba.

Cuando terminamos la segunda, yo ya iba un poco perjudicado y Sara más alegre de lo normal. Tenía que reconocer que no esperaba pasármelo tan bien. Y entonces ella llamó a la camarera para pedir de nuevo.

―¿Otro?
―Uf, no debería, la verdad es que está muy bueno, pero ya se me están subiendo… ―comenté―. Creo que mañana voy a tener resaca como me tome otro más…
―Venga, Pablo, deja que te invite, por todo lo bien que te has portado conmigo estos meses, al final me va a dar mucha pena terminar las prácticas…
―Vas a echar de menos hasta a Javier, ja, ja, ja.
―No, ¡qué malo eres!, eso no creo, ja, ja, ja. Bueno, y cambiando de tema, ¿tú qué tal con la chica esa con la que quedaste?, ¿has vuelto a verla? ―me preguntó de repente, interesándose por mi vida amorosa.
―Eh, no, solo estuvimos juntos ese día…, no hubo… feeling, por así decirlo…
―Vaya, lo siento.
―¿Por qué lo vas a sentir?
―No, lo digo porque no encontraras a una chica adecuada para ti, creo que eres un buen tío y a muchas les gustaría estar contigo.
―Gracias, ¿y tú qué tal con tu novio?
―Pues regular, tenemos etapas; a veces estamos bien; a veces lo dejamos una temporada. Abel es modelo, viaja mucho, así que es una relación un poco… complicada.
―Me hago una idea…
―Es difícil de explicar porque no lo entendemos ni nosotros qué clase de pareja somos…, en nuestras separaciones yo sé que él ha estado por ahí con unas cuantas modelos y yo también he tenido mis rollos…; pero luego volvemos y como si nada.
―Sí, es un poco extraño, los jóvenes de hoy en día tenéis una mentalidad mucho más abierta que nosotros… y está claro que disfrutáis la vida de otra manera…
―Puede ser.
―¿Y ahora cómo estáis? ―pregunté solo por curiosidad.
―¿Por qué quieres saberlo?
―No, por nada, perdona si te ha molestado, no quería…
―¿Es que quieres ligar conmigo…?, ja, ja, ja, era broma… ―me dijo acercándose a mí.

En ese momento me acordé de todo lo que me había contado Javier. Ahora estaba viviendo una situación parecida a la que pasó él y Sara avanzó hasta casi pegarse a mí. Fue muy disimulado y casi sin querer, pero cuando me quise dar cuenta, ella me había rozado con un pecho en el brazo.

¿Es que acaso estaba usando la misma táctica de seducción que con Javier?

Con dos daiquiris encima, el ambiente distendido que se había creado entre nosotros y el tener delante a aquella chica espectacular, con ese vestido tan provocativo, hizo que no me importara que ella se hubiera acostado con el jefe.

Si surgía la oportunidad, no tendría ninguna duda. Deseaba con todas mis fuerzas follarme a aquella jovencita.

Y ahora estaba allí, conmigo, insinuándose, poderosa, con su vestido blanco, y me miró sin decir nada, solo esperando que diera el siguiente paso; pero yo no era como Javier, él seguramente ya le hubiera puesto la mano en la cintura y le habría soltado cualquier burrada sobre lo buena que estaba.

Al ver que no me decidía, Sara me dijo que tenía que ir al baño. Se giró y no pude evitar fijarme en su culazo. Eso es lo que ella pretendía. Se le transparentaba el tanguita negro a través de la tela y durante unos segundos no pude despegar la vista del movimiento de sus nalgas en dirección al servicio.

¡No podía estar más potente la cabrona!

Ese mínimo acercamiento de Sara me había puesto muy nervioso y notaba el corazón latiendo más deprisa. Y lo que era peor, con el simple roce de una de sus tetas en mi brazo me había provocado una erección considerable.

Sara desprendía una energía sexual fuera de lo normal y cuando estaba con ella, la podía percibir; además, era como que me la transmitía también, y encendía mi fuego interno con solo su presencia.

No me moví del sitio, yo era muy cortado para ligarme a una chica como Sara, pero no era tonto y claramente se me estaba insinuando. Solo esperaba que cuando regresara del baño, ella tomara la iniciativa y esperé hasta que un par de minutos más tarde ya la tenía de nuevo delante de mí.

Removió el daiquiri con la pajita y le dio un trago sin dejar de mirarme.

―¿Ves?, al final no lo hemos pasado tan mal, ¿no? ―comentó.
―No, tenías razón, ahora me alegro de haber salido contigo…
―¿Ah, sí? ―susurró acercándose otra vez como había hecho antes.
―Sí, claro ―afirmé poniendo una mano en su cintura y acercándome a su oído―, uno no tiene todos los días la oportunidad de salir con una chica como tú…
―Gracias, Pablo… ―Y volvió a rozarme con los pechos, acercando más su cuerpo contra mí.

Apoyé la mano en su cintura, casi sin querer, pero no sabía qué más hacer, estábamos demasiado cerca y el contacto era inevitable. Lo que no estaba dispuesto era a dar un paso atrás, al fin y al cabo, era ella la que se había pegado a mí.

Nuestras caras se encontraban a menos de treinta centímetros, y en ese instante el mundo se paró. Ya me daba igual la música que sonaba, la gente tan rara que entraba y salía, la camarera de los piercings…, ya solo estaba pendiente de Sara.

―Yo creo que se nos han subido las copas a la cabeza, no sé tú, pero yo ya voy un poco… ―dije excusándome por algo que todavía no había sucedido.

Ella volvió a beber, poniendo su copa delante de mi cara, y contemplé esos labios chupando la pajita, húmedos, carnosos. Pidiendo a gritos que los devorara. Apoyé con firmeza la mano en su cintura y me incliné sobre ella para comentarle algo al oído, pero sinceramente no tenía ni puta idea de qué decir.

Habíamos llegado a un punto muerto en el que ella lo único que hacía era pegar sus tetas contra mi brazo y mirarme de manera insinuante y yo comportarme como un pardillo. No podía pensar con claridad y mi acercamiento a su oreja quedó en nada. No me salió ni una triste frase, pero no me retiré de allí y dejé mi mano contra su cuerpo.

Solo con ese mínimo contacto hizo que mi polla ya palpitara bajo los pantalones.

Me daba igual si Sara me estaba utilizando para quedarse en la empresa, si Javier ya se la había follado, si tenía novio, si era la chica de prácticas y si no era muy ético que me acostara con ella; todo me importaba tres cojones.

Os aseguro que, si hubierais tenido a Sara delante de vosotros, con ese ambiente que se respiraba en el bar, su vestido, con sus tetas pegadas contra vuestro brazo, con esa mirada de deseo, también habríais hecho lo mismo que yo.

Dejé la copa en la barra y miré fijamente a Sara, luego me acerqué despacio, pero decidido a su boca y saboreé ese segundo previo a posar mis labios en los suyos. Cerré los ojos y aterricé… ¡en su mejilla!

¿Qué había pasado?

No me lo podía creer, pero Sara había retirado la cara y yo no entendía por qué. Me sentí como un estúpido besuqueando su rostro con la mano en su cintura.

―No, lo siento… ―se disculpó―, perdona, Pablo, es que ahora Abel y yo…, bueno, pues eso, que ahora sí estamos juntos…
―Eh, sí, claro, lo siento, yo no quería…, eeeeh, perdona… ―dije avergonzado.

Sara se separó de mí y de repente me invadió una vergüenza como pocas veces había sentido. Quizás había interpretado mal sus señales, pero aquel intento frustrado de beso nos cortó el rollo y el resto de la noche ya no volvió a ser lo mismo. Terminamos la copa y enseguida regresamos al hotel.

Iluso de mí, todavía albergaba alguna esperanza de que mi noche con Sara terminara bien, pues a Javier tampoco le había dejado besarla y eso no había sido impedimento para que nuestro jefe se la follara.

Por los pasillos del hotel, antes de llegar a la habitación, intenté arreglar lo que había sucedido en el bar.

―Oye, Sara, perdona lo de antes ―volví a disculparme con ella cuando llegamos hasta su puerta.
―No tienes por qué, yo quizás no debería… ―Y bajó la cabeza apartándome la mirada.
―Entonces, ¿todo bien entre nosotros?
―Sí, claro, buenas noches, Pablo ―se despidió acercándose a mí con un tierno beso en la cara.

Eso me dejó todavía más descolocado en medio del pasillo, y regresé a mi habitación completamente derrotado. Aquella niñata había jugado conmigo y yo poco menos que me había comportado como un pagafantas.

Analicé todo lo que había pasado y no entendía qué es lo que había hecho mal. Había sido ella la que me suplicó salir a tomar una copa, se había puesto el vestido más erótico que tenía, me había preguntado por mi vida amorosa, se había pegado a mí y me rozó con las tetas en el brazo, había tonteado conmigo, y cuando por fin me lancé a besarla, ella me rechazó de manera incomprensible.

A pesar del mal rato que pasé, eso no impidió que llegara muy excitado a la habitación. No podía sacarme de la cabeza el vestido blanco de Sara, sus tetas botando libres y sin sujetador bajo los tirantes, el tanga transparentándose a través de la tela, la forma de su culo, su pelo húmedo, cómo olía, mi mano en su cintura, sus labios casi pegados a mí.

Tumbado en la cama liberé mi polla y cerré los ojos. Comencé a masturbarme pensando en ella y no tardé en recordar sus gemidos la noche que folló con Javier. «¿Por qué con él sí y conmigo no?, eres una jodida calientapollas», murmuré mientras me la meneaba. Ahora debería estar en su cama probando su cuerpo, sobando su culo y sus tetas, lamiendo su delicioso coño depilado, y ella se me ofrecería también a cuatro patas.

Me lo había ganado.

¿O es que acaso tenía que ser un puto cabrón con ella, como Javier, para que me invitara a su cama?

Y lo que era peor. Todavía fantaseaba con que aquella noche Sara me llamara a su habitación o se presentara en la mía. Lo había visto en su mirada, ella también quería hacerlo, pero había algo que se lo impedía. Retrasé mi eyaculación todo lo que pude, esperando el milagro, y cuando ya había pasado más me media hora, me resigné sobre mi cama.

Sara no me iba a llamar. Ni esa noche ni ninguna.

Al final me dejé llevar y me corrí sobre mi propio estómago. Mientras me limpiaba, me avergoncé de mí mismo por mi comportamiento y tomé la firme decisión de que no iba a volver a ser un pelele en manos de Sara.

Solo quedaban dos semanas para que ella terminara las prácticas y a partir de ahora nuestra relación sería meramente profesional. Nada de hablar de mi vida privada con ella, nada de cañas después del trabajo y nada de seguirle el juego.

Aquella noche me di de bruces con la realidad. Sara era un imposible para mí y debía olvidarme de ella cuanto antes. No me estaba haciendo nada bien ese flirteo que nos traíamos y al final yo era siempre el que salía perjudicado.

En muy poquito Sara saldría de mi vida…, o eso pensaba yo…
 
Capítulo 11



En los dos siguientes días la carga de trabajo fue brutal. Teníamos que preparar la auditoría de Barcelona y me pasé pegado a Sara diez horas diarias. Bajamos juntos a tomar café, a comer y después del curro me invitó a unas cervezas.

Sara estuvo conmigo más atenta y simpática de lo normal. En el trabajo había ganado una confianza importante y eso hacía que estuviera bromista y risueña, dentro de que desempeñaba sus tareas con una pulcritud intachable.

Yo intenté olvidar lo que me había contado Javier y traté a Sara de la mejor manera posible, como si no supiera nada. No quería sexualizar a mi compañera de prácticas y verla como un simple objeto, pero ella no me lo ponía nada fácil y aprovechando la ausencia de nuestro jefe de equipo Sara volvió a vestirse con modelitos muy atrevidos.

Formales y sexys, rozando el código ético de una empresa tan rancia como la nuestra.

No solo me tenía loco a mí, también notaba cómo la miraban el resto de compañeros y las caras de envida de las auditoras más veteranas. Era imposible que esas largas piernas pasaran desapercibidas y en la pequeña salita de café había tortas por hablar unos minutos con la de prácticas. Me hacía gracia ver a mis compis en plan baboso con ella, incluso algunos me hacían comentarios fuera de lugar sobre el imponente físico de Sara.

Y no era para menos. El miércoles nos sorprendió con unos shorts vaqueros que le llegaban dos centímetros por debajo de donde terminaban sus glúteos. Se cubrió los brazos con una fina chaquetilla para que su look no fuera tan provocativo, pero a media mañana, cuando comenzó a hacer calor y se la quitó, quedándose tan solo con una camisa azul clarita de manga larga, metida por dentro de los shorts, aquello fue un escándalo.

Yo tenía que trabajar a su lado, pegado a ella. ¿Cómo no iba a mirar sus piernas? Era imposible no hacerlo o colarme entre su sugerente escote, con un botón abierto de más en su camisa, por donde se podía apreciar un poco de su sujetador negro.

Su movimiento de pelo, el cruce de piernas, su manera de caminar, la sonrisa; todo en ella era sugerente y sensual, aderezado, además, con la vitalidad de la juventud.

El miércoles a media tarde terminamos de preparar la documentación para la auditoría de Barcelona y después Sara me invitó a una caña en el bar de abajo. El trabajo ya estaba hecho. No nos entretuvimos mucho porque al día siguiente cogíamos un avión temprano para hacer el puente aéreo hasta Barcelona, pero me gustó tomar algo con ella en plan distendido, aunque solo hablamos de cosas del curro.

Ya en casa no podía dejar de pensar en Sara. Me costaba mucho imaginar lo que me había contado Javier. Si no lo hubiera escuchado con mis propios oídos, no me lo hubiera creído. En el trabajo parecía tan correcta que no le pegaba hacer todas esas cosas que me relató nuestro jefe.

¿Cómo se le iba a poner a cuatro patas, de buenas a primeras, en cuanto entraron en la habitación? ¿Se dejó follar sin condón teniendo novio? ¿Le comió la polla de rodillas en el suelo y dejó que Javier se corriera en su boca?

Sus gemidos seguían retumbando en mi cabeza y solo con verla en el trabajo con esos modelitos tan atractivos, hacía que llegara a casa con unos calentones considerables. Aquella noche, antes de viajar a Barcelona, estaba muy nervioso y alterado y tuve que masturbarme para poder relajarme. Y se me vino a la cabeza la faldita tan corta que llevaba en Bilbao, imaginé cómo debía de estar con ella sumisa a cuatro patas sobre la cama, esperando que Javier llegara por detrás y se la follara.

Era tan corta que no se la tuvo ni que subir.

Con unas pocas sacudidas y gimiendo su nombre, me corrí patéticamente fantaseando que Sara se sentaba sobre mí y yo hundía mi cara entre su pelo mientras ella me cabalgaba hasta hacerme terminar.

A primera hora de la mañana Sara ya me estaba esperando en el aeropuerto de Barajas con una pequeña maleta. Iba impecable, como siempre, con unos pantalones de vestir anchos oscuros, pero con los que marcaba culazo, americana a juego, camiseta blanca y zapatos de tacón.

Durante el vuelo fuimos repasando la documentación y del aeropuerto nos llevó un taxi a la empresa que íbamos a auditar. Nos pegamos un trabajazo importante y, como no queríamos dejarlo para el día siguiente, estuvimos hasta casi las diez de la noche para finalizar la auditoría.

Sara volvió a estar lúcida, aplicada, y sobre todo me gustaba el orden con el que desempeñaba su tarea. Eso era quizás lo peor de Javier, que era un poco caótico con la documentación aunque tuviera un ordenador en la cabeza. Mi compi de prácticas era todo lo contrario, siempre tenía la mesa perfectamente ordenada, lo que me daba mucha tranquilidad y hacía que avanzáramos más deprisa.

La felicité por el trabajo y cogimos un taxi para el hotel. Por suerte pudimos llegar a cenar al restaurante sin apenas cambiarnos de ropa y cuando terminamos, eran casi las doce de la noche.

―Uf, estoy molido, qué ganas tengo de llegar a la habitación y pegarme una buena ducha… ―le dije a Sara.
―Yo igual, ha sido un día muy intenso, aunque, si te digo la verdad, me apetece tomar algo contigo, ya que estamos aquí, podíamos disfrutar de la noche de Barcelona, ¿no?
―Uy, eso lo dejo para los jóvenes como tú…, además, hoy es jueves, no creo que haya mucha fiesta.
―¿Un jueves por la noche en agosto en Barcelona?, te aseguro que estará casi todo abierto y con ambientazo…, venga, Pablo, no seas muermo, una noche es una noche…
―Mañana cogemos el avión de vuelta a las once, el taxi nos recoge a las ocho, quizás deberíamos dormir…
―Ya tienes todo el finde para dormir, porfi, Pablo, solo una copa, ¿en serio no vas a salir conmigo a tomar una?
―Estoy muy cansado, Sara.
―De eso nada ―insistió mientras esperábamos abajo para coger el ascensor―. En media hora te paso a buscar por la habitación…
―Cuando te pones así, es difícil decirte que no…
―No lo sabes tú bien…

Al final me dejé convencer por Sara para salir por Barcelona. Me dio el tiempo justo a ducharme, ponerme un pantalón corto y un polo. Cuando me quise dar cuenta, ella ya estaba llamando a mi puerta.

Al abrir casi me caigo de culo al verla. Me parecía increíble que en tan solo media hora le hubiera dado tiempo a ducharse y a vestirse. Sara apenas se había maquillado, llevaba el pelo húmedo y un vestido blanco veraniego, con una falda tan corta que apenas le tapaba el culo, con el que, además, lucía un escote exagerado.

Cualquier otra chica con ese vestido iría como una choni de barrio, pero Sara sabía cómo ponérselo y combinado con sus pulseras, un collar de perlas y unas sandalias de tiras, que rodeaban sus gemelos, estaba realmente guapa y para nada vulgar.

―¿Listo? ―me preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.
―Sí, claro, pero algo rápido y volvemos, ¿eh?
―Bueno, ya veremos…

Las calles estaban abarrotadas de gente, y como me había prometido Sara, había ambientazo por toda la ciudad. Nos metimos en el primer garito que tenía buena pinta. Total, para tomar una copa casi me daba igual el sitio, lo único que quería es que no estuviera muy lejos y así regresar más deprisa al hotel.

El bar era un sitio muy raro y la gente que entraba y salía constantemente también, pero a Sara eso no pareció importarle y también le gustó la música chill-out que sonaba. Se acercó una camarera muy atractiva con rastas y un piercing en la nariz y Sara le pidió un daiquiri.

―Pues que sean dos ―dije sin tener ni idea de lo que llevaba.

Ron, lima y azúcar, por lo que me comentó Sara, y la chica nos preparó dos cócteles bien ricos en apenas un par de minutos. Sara cogió un taburete y yo me quedé de pie a su lado. Con el primer cruce de piernas ya me puse en alerta y durante media hora estuvimos hablando de trabajo y sobre cómo nos había ido la auditoría.

A Sara le supo a poco un daiquiri y pedimos otro. Al segundo ya se le había calentado el pico y sin que me lo esperara no tardó en sacar sus garras contra Javier.

―Joder, menuda diferencia de viajar contigo a hacerlo con él…
―¿Y eso?
―Ya ves, por todo, por el trato, por lo a gusto que estoy, sois como el día y la noche, tenían que hacerte un monumento en la empresa por haber aguantado con ese tío tantos años.
―Ja, ja, ja, en eso tienes razón… ―dije siguiendo su broma.

La muy cabrona no podía ser más cínica. Sí, Javier era todo lo impresentable que ella quisiera, pero a las primeras de cambio se había dejado follar por él. Estaba claro que Sara ni se imaginaba por lo más remoto que Javier me había puesto al corriente de lo que pasó en Bilbao y dejé que siguiera hablando, a ver si se le escapaba algo.

―¿Y el otro día qué tal?, espero que no te diera mucha caña… ―añadí sin ningún doble sentido, pero en cuanto terminé la frase no sonó tan bien como yo había pensado.
―No, eh…, bien, bien, estuve todo lo atenta que pude para no equivocarme ni una sola vez y que no me pudiera decir nada…

Sara se puso roja y luego esbozó una sonrisa forzada antes de beber de su copa.

―¿Cenasteis en el hotel o en algún restaurante?, Javier conoce muchos sitios y seguro que te llevó a uno bueno para impresionarte, ja, ja, ja.
―Eh, sí, cómo se nota que lo conoces bien, la segunda noche, cuando ya habíamos terminado la auditoría, me llevó a un restaurante de un conocido suyo, la verdad que cenamos muy bien…, y me invitó, por cierto ―dijo removiendo su copa con la pajita.
―¿Ves como no es tan malo?
―Sí, no estuvo muy borde como de costumbre…, pero vamos a dejar de hablar de trabajo y de Javier…, a partir de ahora prohibido hablar de la auditoría, cambio de tema… ―Y levantó su daiquiri para que brindáramos.
―Eso está hecho…
―La verdad es que hemos acertado con el sitio, un poco… psicodélico quizás, pero las copas están muy ricas y me gusta el rollo… Bueno, voy a levantarme, porque, como siga aquí sentada, me voy a amuermar…

Sara se puso de pie y sacó a relucir todos sus encantos. El pelo ya se le había secado y había cogido volumen, lo que hacía que llamara más la atención. Inevitablemente se me fue la vista a su escote y ella se dio cuenta enseguida. No tenía un pelo de tonta y sabía de sobra que tenía un cuerpazo y cómo lucirlo.

Al tenerla tan cerca de mí, mostrándome esa sonrisa perfecta, hizo que me pusiera de los nervios. Sara conseguía sacar mi lado sexual más salvaje y primitivo sin ningún esfuerzo. Me excitaba todo de ella, no solo sus curvas, también su manera de hablar, de mover las manos, sus gestos.

Era la sensualidad hecha mujer.

Y al verla así, tan radiante, no podía dejar de preguntarme cómo podía haber sucumbido ante Javier. Con lo buena que estaba podría haberse acostado con el que le hubiera dado la gana. Es que no podía comprenderlo. Quizás mi jefe tenía razón y Sara no era más que una puta arpía que lo único que buscaba era que la contrataran en la empresa, aunque a mí no me parecía ese tipo de chica.

Había algo que no me encajaba.

Cuando terminamos la segunda, yo ya iba un poco perjudicado y Sara más alegre de lo normal. Tenía que reconocer que no esperaba pasármelo tan bien. Y entonces ella llamó a la camarera para pedir de nuevo.

―¿Otro?
―Uf, no debería, la verdad es que está muy bueno, pero ya se me están subiendo… ―comenté―. Creo que mañana voy a tener resaca como me tome otro más…
―Venga, Pablo, deja que te invite, por todo lo bien que te has portado conmigo estos meses, al final me va a dar mucha pena terminar las prácticas…
―Vas a echar de menos hasta a Javier, ja, ja, ja.
―No, ¡qué malo eres!, eso no creo, ja, ja, ja. Bueno, y cambiando de tema, ¿tú qué tal con la chica esa con la que quedaste?, ¿has vuelto a verla? ―me preguntó de repente, interesándose por mi vida amorosa.
―Eh, no, solo estuvimos juntos ese día…, no hubo… feeling, por así decirlo…
―Vaya, lo siento.
―¿Por qué lo vas a sentir?
―No, lo digo porque no encontraras a una chica adecuada para ti, creo que eres un buen tío y a muchas les gustaría estar contigo.
―Gracias, ¿y tú qué tal con tu novio?
―Pues regular, tenemos etapas; a veces estamos bien; a veces lo dejamos una temporada. Abel es modelo, viaja mucho, así que es una relación un poco… complicada.
―Me hago una idea…
―Es difícil de explicar porque no lo entendemos ni nosotros qué clase de pareja somos…, en nuestras separaciones yo sé que él ha estado por ahí con unas cuantas modelos y yo también he tenido mis rollos…; pero luego volvemos y como si nada.
―Sí, es un poco extraño, los jóvenes de hoy en día tenéis una mentalidad mucho más abierta que nosotros… y está claro que disfrutáis la vida de otra manera…
―Puede ser.
―¿Y ahora cómo estáis? ―pregunté solo por curiosidad.
―¿Por qué quieres saberlo?
―No, por nada, perdona si te ha molestado, no quería…
―¿Es que quieres ligar conmigo…?, ja, ja, ja, era broma… ―me dijo acercándose a mí.

En ese momento me acordé de todo lo que me había contado Javier. Ahora estaba viviendo una situación parecida a la que pasó él y Sara avanzó hasta casi pegarse a mí. Fue muy disimulado y casi sin querer, pero cuando me quise dar cuenta, ella me había rozado con un pecho en el brazo.

¿Es que acaso estaba usando la misma táctica de seducción que con Javier?

Con dos daiquiris encima, el ambiente distendido que se había creado entre nosotros y el tener delante a aquella chica espectacular, con ese vestido tan provocativo, hizo que no me importara que ella se hubiera acostado con el jefe.

Si surgía la oportunidad, no tendría ninguna duda. Deseaba con todas mis fuerzas follarme a aquella jovencita.

Y ahora estaba allí, conmigo, insinuándose, poderosa, con su vestido blanco, y me miró sin decir nada, solo esperando que diera el siguiente paso; pero yo no era como Javier, él seguramente ya le hubiera puesto la mano en la cintura y le habría soltado cualquier burrada sobre lo buena que estaba.

Al ver que no me decidía, Sara me dijo que tenía que ir al baño. Se giró y no pude evitar fijarme en su culazo. Eso es lo que ella pretendía. Se le transparentaba el tanguita negro a través de la tela y durante unos segundos no pude despegar la vista del movimiento de sus nalgas en dirección al servicio.

¡No podía estar más potente la cabrona!

Ese mínimo acercamiento de Sara me había puesto muy nervioso y notaba el corazón latiendo más deprisa. Y lo que era peor, con el simple roce de una de sus tetas en mi brazo me había provocado una erección considerable.

Sara desprendía una energía sexual fuera de lo normal y cuando estaba con ella, la podía percibir; además, era como que me la transmitía también, y encendía mi fuego interno con solo su presencia.

No me moví del sitio, yo era muy cortado para ligarme a una chica como Sara, pero no era tonto y claramente se me estaba insinuando. Solo esperaba que cuando regresara del baño, ella tomara la iniciativa y esperé hasta que un par de minutos más tarde ya la tenía de nuevo delante de mí.

Removió el daiquiri con la pajita y le dio un trago sin dejar de mirarme.

―¿Ves?, al final no lo hemos pasado tan mal, ¿no? ―comentó.
―No, tenías razón, ahora me alegro de haber salido contigo…
―¿Ah, sí? ―susurró acercándose otra vez como había hecho antes.
―Sí, claro ―afirmé poniendo una mano en su cintura y acercándome a su oído―, uno no tiene todos los días la oportunidad de salir con una chica como tú…
―Gracias, Pablo… ―Y volvió a rozarme con los pechos, acercando más su cuerpo contra mí.

Apoyé la mano en su cintura, casi sin querer, pero no sabía qué más hacer, estábamos demasiado cerca y el contacto era inevitable. Lo que no estaba dispuesto era a dar un paso atrás, al fin y al cabo, era ella la que se había pegado a mí.

Nuestras caras se encontraban a menos de treinta centímetros, y en ese instante el mundo se paró. Ya me daba igual la música que sonaba, la gente tan rara que entraba y salía, la camarera de los piercings…, ya solo estaba pendiente de Sara.

―Yo creo que se nos han subido las copas a la cabeza, no sé tú, pero yo ya voy un poco… ―dije excusándome por algo que todavía no había sucedido.

Ella volvió a beber, poniendo su copa delante de mi cara, y contemplé esos labios chupando la pajita, húmedos, carnosos. Pidiendo a gritos que los devorara. Apoyé con firmeza la mano en su cintura y me incliné sobre ella para comentarle algo al oído, pero sinceramente no tenía ni puta idea de qué decir.

Habíamos llegado a un punto muerto en el que ella lo único que hacía era pegar sus tetas contra mi brazo y mirarme de manera insinuante y yo comportarme como un pardillo. No podía pensar con claridad y mi acercamiento a su oreja quedó en nada. No me salió ni una triste frase, pero no me retiré de allí y dejé mi mano contra su cuerpo.

Solo con ese mínimo contacto hizo que mi polla ya palpitara bajo los pantalones.

Me daba igual si Sara me estaba utilizando para quedarse en la empresa, si Javier ya se la había follado, si tenía novio, si era la chica de prácticas y si no era muy ético que me acostara con ella; todo me importaba tres cojones.

Os aseguro que, si hubierais tenido a Sara delante de vosotros, con ese ambiente que se respiraba en el bar, su vestido, con sus tetas pegadas contra vuestro brazo, con esa mirada de deseo, también habríais hecho lo mismo que yo.

Dejé la copa en la barra y miré fijamente a Sara, luego me acerqué despacio, pero decidido a su boca y saboreé ese segundo previo a posar mis labios en los suyos. Cerré los ojos y aterricé… ¡en su mejilla!

¿Qué había pasado?

No me lo podía creer, pero Sara había retirado la cara y yo no entendía por qué. Me sentí como un estúpido besuqueando su rostro con la mano en su cintura.

―No, lo siento… ―se disculpó―, perdona, Pablo, es que ahora Abel y yo…, bueno, pues eso, que ahora sí estamos juntos…
―Eh, sí, claro, lo siento, yo no quería…, eeeeh, perdona… ―dije avergonzado.

Sara se separó de mí y de repente me invadió una vergüenza como pocas veces había sentido. Quizás había interpretado mal sus señales, pero aquel intento frustrado de beso nos cortó el rollo y el resto de la noche ya no volvió a ser lo mismo. Terminamos la copa y enseguida regresamos al hotel.

Iluso de mí, todavía albergaba alguna esperanza de que mi noche con Sara terminara bien, pues a Javier tampoco le había dejado besarla y eso no había sido impedimento para que nuestro jefe se la follara.

Por los pasillos del hotel, antes de llegar a la habitación, intenté arreglar lo que había sucedido en el bar.

―Oye, Sara, perdona lo de antes ―volví a disculparme con ella cuando llegamos hasta su puerta.
―No tienes por qué, yo quizás no debería… ―Y bajó la cabeza apartándome la mirada.
―Entonces, ¿todo bien entre nosotros?
―Sí, claro, buenas noches, Pablo ―se despidió acercándose a mí con un tierno beso en la cara.

Eso me dejó todavía más descolocado en medio del pasillo, y regresé a mi habitación completamente derrotado. Aquella niñata había jugado conmigo y yo poco menos que me había comportado como un pagafantas.

Analicé todo lo que había pasado y no entendía qué es lo que había hecho mal. Había sido ella la que me suplicó salir a tomar una copa, se había puesto el vestido más erótico que tenía, me había preguntado por mi vida amorosa, se había pegado a mí y me rozó con las tetas en el brazo, había tonteado conmigo, y cuando por fin me lancé a besarla, ella me rechazó de manera incomprensible.

A pesar del mal rato que pasé, eso no impidió que llegara muy excitado a la habitación. No podía sacarme de la cabeza el vestido blanco de Sara, sus tetas botando libres y sin sujetador bajo los tirantes, el tanga transparentándose a través de la tela, la forma de su culo, su pelo húmedo, cómo olía, mi mano en su cintura, sus labios casi pegados a mí.

Tumbado en la cama liberé mi polla y cerré los ojos. Comencé a masturbarme pensando en ella y no tardé en recordar sus gemidos la noche que folló con Javier. «¿Por qué con él sí y conmigo no?, eres una jodida calientapollas», murmuré mientras me la meneaba. Ahora debería estar en su cama probando su cuerpo, sobando su culo y sus tetas, lamiendo su delicioso coño depilado, y ella se me ofrecería también a cuatro patas.

Me lo había ganado.

¿O es que acaso tenía que ser un puto cabrón con ella, como Javier, para que me invitara a su cama?

Y lo que era peor. Todavía fantaseaba con que aquella noche Sara me llamara a su habitación o se presentara en la mía. Lo había visto en su mirada, ella también quería hacerlo, pero había algo que se lo impedía. Retrasé mi eyaculación todo lo que pude, esperando el milagro, y cuando ya había pasado más me media hora, me resigné sobre mi cama.

Sara no me iba a llamar. Ni esa noche ni ninguna.

Al final me dejé llevar y me corrí sobre mi propio estómago. Mientras me limpiaba, me avergoncé de mí mismo por mi comportamiento y tomé la firme decisión de que no iba a volver a ser un pelele en manos de Sara.

Solo quedaban dos semanas para que ella terminara las prácticas y a partir de ahora nuestra relación sería meramente profesional. Nada de hablar de mi vida privada con ella, nada de cañas después del trabajo y nada de seguirle el juego.

Aquella noche me di de bruces con la realidad. Sara era un imposible para mí y debía olvidarme de ella cuanto antes. No me estaba haciendo nada bien ese flirteo que nos traíamos y al final yo era siempre el que salía perjudicado.

En muy poquito Sara saldría de mi vida…, o eso pensaba yo…
Muchísimas gracias maestro .....si, esto de ser un pagafantas.....te sientes un puñetero insecto inmundo y pequeño
 
"Nada de hablar de mi vida privada con ella, nada de cañas después del trabajo y nada de seguirle el juego"

Es puro bla bla bla este pagafantas.

Por cierto, la primera vez que escuché pagafantas fue en un video de hace años, que se hizo viral en la red, "la metalera y el pagafantas"

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Capítulo 12



Por suerte no me tocó salir de viaje con Sara la siguiente semana. Javier seguía de vacaciones, así que de nuestro equipo solo estábamos ella y yo. Me mantuve todo lo frío y distante que pude, y Sara también se mostró mucho más cortada de lo habitual.

Ni tan siquiera bajé a tomar café con ella cuando me lo pidió a media mañana y me quedé en la sala de descanso del trabajo. El martes ya no insistió en almorzar conmigo y el resto de la semana tampoco.

Me jodía terminar así mi relación con Sara después de lo bien que nos habíamos llevado durante los seis meses de sus prácticas; pero para mí había sido muy humillante lo que pasó en Barcelona y no me atrevía ni a mirarla a la cara. Además, preferí poner un poco de distancia para olvidarme de Sara cuanto antes, pasar página y empezar de cero.

Aun así, me era imposible no fijarme en su cuerpazo, a la mínima se me escapaba una mirada furtiva a su culo cuando se daba la vuelta o me quedaba hipnotizado con el movimiento de su pelo o el bamboleo de sus tetas. Punto y aparte eran sus largas piernas, bronceadas y suaves, y el miércoles, aprovechando la ausencia de Javier, y quizás en un último intento de seducirme, vino con una falda que rozaba «lo legal».

Cada cruce de piernas fue una tortura para mí, y cuando terminó la jornada de trabajo, salí de la oficina con un dolor de huevos importante y tuve que hacerme una paja antológica en cuanto llegué a casa.

Sara intentó estar simpática conmigo, pero sabía que en Barcelona no había actuado bien, y yo ni tan siquiera le di pie a poder disculparse; así que la semana fue bastante tensa entre los dos. Y el viernes, diez minutos antes de la hora de salida, ella se dirigió a mí.

―Bueno, Pablo, eeeeh, he estado hablando con Santi y como ya vuelve Javier me han ofrecido si quería cogerme la semana que viene de vacaciones… y he aceptado; así que oficialmente hoy es mi último día de prácticas.

Eso sí que no me lo esperaba, en el fondo me sentí decepcionado, pero casi mejor, así no tendría que volver a verla. Me giré hacia ella y desde mi silla no supe ni qué decir.

―Vaya…
―Me sabe mal que terminemos de esta manera después de lo bien que te has portado conmigo, ¿te apetece tomar algo?, no puedo irme con este mal sabor de boca ―me pidió Sara.
―Mejor no, es que no puedo, tengo que ir a buscar a las niñas a casa de mi ex… ―puse de excusa para no bajar con ella al bar.
―Vale, lo entiendo, pues, entonces, aquí nos despedimos, ¿no? ―dijo poniéndose de pie y acercándose a mí con los brazos abiertos.
―Claro. ―Nos dimos dos besos y un tímido abrazo.
―Ya lo he dejado todo recogido y terminado. Muchas gracias por todo, Pablo, he aprendido muchísimo contigo.
―Gracias a ti, y bueno, ya te dije que voy a recomendarte para que sigas en la empresa…, has hecho un trabajo estupendo.
―Pues te lo agradezco ―comentó poniéndose el bolso al hombro―, ojalá volvamos a vernos pronto, adiós, Pablo.
―Adiós.

Y Sara salió de la oficina con el rostro triste, me jodió una despedida tan fría, pero era lo mejor para mí. Una cosa era lo personal y otra lo profesional. Es verdad que tenía muchas ganas de que Sara saliera de mi vida, pero en el trabajo nos había ayudado un montón, lo había hecho de diez y yo le prometí que iba a recomendar su contratación. En apenas seis meses Sara se había convertido en una estupenda auditora.

Tampoco consideraba justo que por lo que había pasado en Barcelona entre nosotros Sara no se mereciera continuar en la empresa.

La semana siguiente regresó Javier de vacaciones y, en cuanto entró en la oficina, preguntó por «la de prácticas» al no verla por allí. Yo le contesté que ya había terminado y se había cogido unos días de descanso.

―No voy a decir que la eche de menos, pero nos quitaba mucho trabajo…
―Sí, deberíamos hacer un buen informe de ella, a ver si la vuelven a contratar… ―le expuse .
―Sí, buena idea, hazlo, si quieres, y yo te lo firmo, de todas formas, espero que no cojan a otra de prácticas para empezar desde cero…, eso sí que me jodería…

El lunes, a última hora de la mañana, nos informaron que el miércoles teníamos auditoría en Sevilla.

―¡Cojonudo, a Sevilla en pleno mes de agosto! ¡Me cago en la puta, menuda vuelta de vacaciones!, y encima sin la de prácticas… ―protestó Javier cuando se enteró.

El martes, como no estaba Sara, nos pegamos un currazo tremendo para tener la documentación lista y el miércoles salimos a primerísima hora en el AVE hasta Sevilla. No se me iba a olvidar ese puto viaje en la vida.

Hacía un calor de tres pares de narices en la estación y cogimos un taxi que nos llevó directamente hasta la empresa. Yo estaba deseando llegar para que nos metieran a una salita con su aire acondicionado, pero nos informaron que se había jodido el día anterior.

Nos dejaron una oficina minúscula, con un ventilador de pie que lo único que hacía era mover el aire caliente y pasamos un día de perros. Se nos caían los chorretones de sudor por la frente y a media mañana salimos de allí con la camisa empapada.

Bajamos a comer a un restaurante cercano con un cabreo considerable, tanto que incluso Javier amenazó con no seguir con la auditoría en esas condiciones. Tuve que convencerlo, y si por la mañana pasamos calor por la tarde parecía que estábamos en el mismísimo infierno. Además, tuvimos que apagar el ventilador un buen rato porque nos volaba la documentación, lo cual incrementó, todavía más, la sensación de asfixia.

Nuestra idea era finalizar la auditoría en un solo día, Javier se negaba a volver al día siguiente; así que cuando se hizo tarde, bajamos a picar algo de cenar y regresamos para terminar el trabajo a las once y media de la noche.

Bañados en sudor, enfadados y agotados, pero con la satisfacción del deber cumplido, cogimos un taxi hasta el hotel.

―¡Menudo día!, necesito pegarme una ducha y tomar algo ―anunció Javier―. Así no puedo meterme en la cama, con esta sofoquina…, ¿te apetece?

Otro día le hubiera puesto cualquier excusa, pero a más de treinta grados y sabiendo que el hotel, en el que ya habíamos estado unas cuantas veces, tenía una terraza muy agradable, decidí acompañarle.

Lo hice sin ninguna intención de hablar de Sara ni nada por el estilo; de hecho, no me apetecía y era lo mejor para mí, aunque reconozco que sentía curiosidad por saber si había pasado algo entre ellos cuando hicieron la auditoría juntos.

A pesar de ser miércoles había bastante gente en la terraza y una vez que nos duchamos y nos cambiamos de ropa, tomamos asiento en una mesita con vistas a los jardines.

Javier se pidió su old fashioned y yo un ron cola en copa ancha, y con el calor que hacía y lo bien que se estaba allí, supe que no era lo único que íbamos a beber aquella noche.

―Hoy nos hubiera venido de puta madre la de prácticas, joder, qué currazo nos hemos pegado, te lo juro que estaba deseando salir de aquel infierno.
―Sí, nos habría ahorrado unas cuantas horas de trabajo.
―Ah, por cierto, ¿sabes que «estos» le están montando una cena de despedida? ―me anunció.
―¿A Sara?
―Sí, claro, a quién va a ser…
―Pues no tenía ni idea.
―Como te llevas bien con ella, pensé que lo sabrías.

Por «estos» me supongo que se refería a Luis y Chus, dos compañeros encargados de este tipo de eventos cada vez que alguien se jubilaba, se marchaba de la empresa o terminaba sus prácticas. El montar aquellas cenas no era más que una excusa con sus respectivas para escapar de sus monótonas vidas y salir de fiesta una noche.

―¿Y cuándo se supone que va a ser? ―pregunté.
―El sábado que viene…
―No creo que pueda ir, me toca a las niñas…
―Joder, tío, ¿cómo no vas a venir?, tú y yo tenemos la obligación de ir, ella estaba en nuestro equipo y quedaría un poco feo…, seguro que lo puedes arreglar con tu ex…
―No sé, veré qué puedo hacer…
―No vuelvas a dejarme solo con ella, je, je, je…, que me conozco… ―comentó con un poco de sorna, en un tono que no me gustó nada.

Yo lo miré de manera inquisitiva y sabía que no debía haberlo hecho, pero abrí la bocaza y piqué el anzuelo. Tampoco se resistió mucho Javier, que estaba deseando que lo hiciera.

―¿Y eso?, ¿es que cuando viajasteis solos a hacer la auditoría otra vez te la volviste a…?
―Por supuesto ―afirmó muy seguro de sí mismo―, ¿es que acaso lo dudabas?, no hay nada como dejar a una zorrita con ganas de más…
―¿Lo dices por lo de Bilbao?
―Sí, aquella noche me la pude haber follado más veces, pero dejándola cachonda me aseguré de que ya me la podría tirar cuando quisiera, ja, ja, ja… ―dijo el muy cretino.
―Entonces, te da igual si voy o no a la cena, casi mejor si no lo hago, así te la puedes volver a follar, ¿no?
―No me importaría echarle un polvo de despedida, la niñata bien lo merece…

Casi no le presté atención cuando soltó esa última frase. Tengo que reconocer que no me sorprendió mucho conocer que Javier y Sara se habían vuelto a enrollar, aunque aquella noche no me apetecía escuchar sus fanfarronadas y menos que me relatara cómo se había acostado con Sara; pero una vez que había empezado ya no quiso detenerse.

Se puso cómodo en la silla, le dio un trago a la copa y sin que yo se lo pidiera comenzó a martirizarme con toda la historia, recreándose en los detalles y sin dejarse nada en el tintero…
 
El idiota del prota va a ir al la última reunión y verá como se la levantan ante sus ojos de nuevo.

La otra versión es que ella tome la iniciativa y se lo folle, pero quedará decepcionada por lo rápido que termine. Prefiero que pase lo primero
 
Por ahora Sara es una calientapollas, ambiciosa y egoísta que no vale ni para humillar a su esbirro. Basura como persona y como mujer poderosa.
Claudia le podía dar lecciones de cómo tratar a un sumiso.
 
El personaje protagonista principal y narrador en primera persona, está perfectamente definido y toda la historia actuará como tal. Indeciso, sumiso, introvertido, acomplejado, onanista, etc., etc. Disfruta más y su eyaculación es, seguramente más intensa, cuando piensa en ella que si lo estuviera.
Su vida nos dará más pena que gloria, y sus éxitos son de pura rutina y sin mucho disfrute íntimo. Vamos, que si se la folla, en alguna de las cinco partes del libro, no creo sea por mérito suyo, creo habrá de tener algo de ayuda o una situación muy especial, con la que el magnífico autor nos deleitará.
Reato brutal y excelente, o eso creo.
Un placer
 
Capítulo 13



Se atusó su canoso pelo, jugando con los caracolillos que se le formaban en la nuca y sin tiempo que perder me transportó hasta aquella noche.

―Te lo juro que no tenía ninguna intención de acostarme con ella, de hecho, cuando me dijeron que teníamos auditoría externa, no me sentó nada bien sabiendo que no estabas tú y me iba a tocar viajar con la niñata…
―Sara es lista, ha aprendido rápido y es muy buena, ya puede salir perfectamente a auditar con nosotros…
―Sí, pero no deja de ser de prácticas y, no sé, no tengo tanta confianza como contigo, aunque reconozco que me volvió a sorprender…, ¡hizo un trabajo excelente en Pamplona!
―Lo sé, te recuerdo que yo le he enseñado casi todo…
―No te atribuyas todo el mérito, algo habrá aprendido de mí, ¿no?, pero sí, serías un buen formador, Pablo…, tienes mucha paciencia con los nuevos, en eso tengo que admitir que me superas con creces…
―Creo que en cuanto tome esta copa me subo a dormir, estoy muy cansado con este calor…
―¿Ya?, espera que te cuento lo de Pamplona…, te vas a quedar a cuadros…
―No sé si…
―Terminamos pronto la auditoría ―continuó―, a las seis y media ya estábamos en el hotel…, casi hasta nos habría dado tiempo a volver a Madrid, aunque era un poco precipitado; así que nada, le dije a Sara que podríamos ir adelantando trabajo para que al día siguiente yo no tuviera ni que pasarme por la oficina. Y hasta la hora de la cena nos quedamos cada uno en su habitación, aunque yo no hice una mierda…, no me apetecía trabajar y ya tenía en mente encasquetarle a la de prácticas lo mío también para que lo terminara ella, ja, ja, ja…
―¡Qué cabrón!
―Oye, para eso está…
―Bueno, tampoco es…
―Bajamos a cenar ―dijo volviendo a interrumpirme―, y en cuanto la vi ya supe que quería guerra. Se había puesto una camiseta blanca de tirantes, tipo ropa interior de hombre, y la llevaba metida por dentro de un pantalón vaquero que no podía ir más apretado. Y lo mejor es que se notaba que… ¡no llevaba sujetador!, ¿tú te crees que puede bajar así a cenar?
―Por lo que dices, parece que ya iba pidiendo guerra ―comenté sin mucho entusiasmo.
―Y tanto, joder, se le marcaban los pezones de manera indecente, ¡vaya tetazas!, y yo, claro, durante la cena no sabía ni dónde mirar…, no te creas, para mí también era un poco incómodo.
―Entiendo ―dije de manera seca para ver si Javier se daba por aludido, pues no me apetecía escuchar la historia; pero él siguió a lo suyo.
―Total, que terminamos de cenar y no serían ni las once. Le comenté a Sara que me había quedado dormido en el hotel al llegar de la auditoría y que no me había dado tiempo a adelantar nada de trabajo, que si no le importaba hacerlo a ella.
―¡Vaya morro, tío!, y qué te va a decir la pobre, no le quedó más remedio…
―Sí, no tuve ni que invitarla a una copa ni tan siquiera una mínima proposición para ligármela, con la excusa de lo del trabajo fue ella la que se ofreció a pasar por mi habitación a recoger la documentación.
―¿Y así te la follaste? ―pregunté sin creerme que le hubiera resultado tan fácil volver a llevarse a Sara a la cama.
―Así, tal cual. Me acompañó a la habitación y tenía el papeleo sobre la mesita al lado de la tele…, ella pasó dentro y al cerrar le invité a una copa, abrí el minibar y comencé a servirme un botellín y le pregunté si quería tomar algo…, ella me dijo algo así como «cualquier cosa me vale» y se quedó de pie, haciendo que miraba la documentación, pero en el fondo se me mostraba con ese culazo tan redondo y las tetas sueltas bajo la camiseta. La niñata no estaba dispuesta a irse de la habitación sin otra buena follada, ja, ja, ja.
―¡Qué zorra! ―afirmé, dándome asco de mí mismo.

Pero el desprecio con el que Javier hablaba de Sara e imaginarme la situación hizo que algo se removiera en mí. No podía creérmelo. No quería que sucediera, pero… ¡mi polla comenzó a crecer bajo los pantalones!

Javier ya no se iba a detener. Lo veía en su mirada afilada, en cómo se relamía los labios después de cada trago, degustando su cóctel y reviviendo aquella noche otra vez mientras me lo contaba.

―Me acerqué a ella por detrás, tan sencillo como eso, y dejé su vaso junto a los papeles, y de repente, nos miramos a través del espejo. No se movió, solo me mantenía la mirada y apoyó las dos manos en la mesa. Dejé mi copa junto a la suya y puse una mano en su cintura y le dije algo así como «¿de verdad no te importa hacerlo tú?», me contestó que no y cerró la carpeta. Sin moverse. Esperando que yo diera el siguiente paso.
―Y lo diste…
―Claro, ya no era como el primer día en Bilbao que tenía que ir con pies de plomo, ahora era distinto, ya me la había follado y que ella hubiera entrado en mi habitación y se quedara así no podía significar otra cosa…
―Tampoco te había dicho nada.
―No hizo falta. Si hubieras visto su cara en ese momento lo entenderías, Pablito. Estaba seria, pero me lo pedía a gritos. Sentía su piel de gallina y el calor que transmitía, la pelusilla del cuello la tenía erizada y se echó la melena hacia un lado, dejándola caer por el hombro contrario al que yo me encontraba. Con otro paso me quedé pegado a su culo y besé su hombro desnudo, la niñata cerró los ojos y te lo juro que se me puso durísima.

Igual que a mí escuchando su historia.

―Llevaba todo el día con un buen calentón encima, durante la auditoría no es que se hubiera puesto muy escandalosa, pero no le hace falta, está demasiado buena; pero al bajar así a la cena todavía me calentó más. Era como si se hubiera vestido así para mí…

Por un lado, me apetecía seguir allí, pero mi otro yo quería salir huyendo y apuré mi copa sin pensar. Sin disfrutarla. Solo tenía que ser fuerte y decirle a Javier que me subía a la habitación. Tampoco era tan difícil.

Era demasiado insano volver a escuchar cómo se había follado a Sara.

―¿Ya has terminado eso? ―Y llamó al camarero aprovechando una de las veces que pasaba―. Otras dos de lo mismo ―le pidió señalando la mesa.
―No, yo no quiero más, de verdad, Javier.
―Venga, ahora hace de puta madre, parece que quiere correr un poco el aire y tengo que contarte el final de la historia…, falta lo mejor…
―Otro día, en serio…
―Ya te he pedido la copa, no me hagas el feo, Pablo. Nos la tomamos rápido y termino…
―Está bien ―desistí sin mucho carácter, dejándome caer en la silla.

Todavía tuve que humillarme un poco más y escuchar el final. Me sentía muy despreciable por dejar que Javier hablara así de Sara y yo encima le seguía la corriente; pero cuanto más soez era su relato, más me empalmaba.

¿Cómo podía excitarme y repugnarme a partes iguales lo que salía de su boca?

Hizo una pequeña pausa sabiendo que había llegado el momento culmen de la historia y esperó paciente a que el camarero regresara con las copas y las sirviera. No tenía ninguna prisa. Seguro que el muy cerdo también la tenía dura e hizo su gesto característico de repeinarse con la mano hacia detrás.

―Mmmmm, delicioso ―exclamó al probar su nuevo old fashioned―. Bueno, seguimos…, ¿por dónde iba? ―me preguntó para hacerme cómplice de su aventura.
―Cuando le serviste la copa y te acercaste por detrás…
―Eso es…, besé su hombro y ella cerró los ojos…, ¡no veas qué cachondo me puso eso!, la niñata estaba dispuesta a dejarse follar, ¡otra vez!
―¿Te dijo algo?
―No, estaba callada, seria, con la boca cerrada, solo me miraba a través del espejo, tío. Era muy extraño, pero excitante a la vez. Y mientras besuqueaba su hombro, bajé las manos y fui directo. Podía haber amasado esas tetazas que cada vez parecían más hinchadas, pero no quise perder tiempo y… le desabroché el pantalón. Imagínatelo, Pablo, sin decirnos nada y yo detrás de ella soltándole el botón de sus vaqueros… Sin dejar de apoyar las manos en la mesita, cerró los ojos y se le escapó un gemido cuando bajé la cremallera del pantalón…

Aquella frase hizo que me palpitara la polla y en ese momento supe que en cuanto llegara a la habitación me iba a hacer una tremenda paja. Si es que antes no me corría encima mientras Javier se regodeaba con su «hazaña».

―Me costó un huevo bajárselos, los llevaba tan ceñidos que era casi imposible y tuvo que ayudarme ella moviendo de lado a lado el trasero. Apenas conseguí dejárselos a medio muslo, pero ya era suficiente para podérsela meter sin que me molestaran…, y con el pantalón fueron las braguitas también, ¿para qué perder tiempo?, ja, ja, ja, y en unos pocos segundos la niñata ya me estaba ofreciendo su culazo para que me la follara desde atrás. Era mi puto momento. Ahora tenía que jugar con ella, hacer que esa zorra se rebajara todavía más…
―¡Hijo de puta!, no tenías por qué hacerlo, ya la tenías comiendo de tu mano… ―dije en plan colega levantando la copa para que Javier brindara conmigo.

Pero no lo hizo, le pegó un trago y la dejó en la mesa, dejándome con cara de tonto.

―Lo sé, pero así lo disfrutaba más, ja, ja, ja, me la saqué con calma y le solté: «No he traído condones», y ella me dijo que en el bolso tenía y estiró el brazo para alcanzarlo, pero yo se lo quité de las manos y lo lancé a la cama, «¿No prefieres como el otro día?», le pregunté y se la coloqué entre las piernas.
―¿Te la volviste a follar así?
―No me gustan los putos condones, hace que se me baje, me parecen una puta mierda, solo los he usado cuando no me ha quedado más remedio…, y este no era el caso, ja, ja, ja.
―¿Y qué te respondió ella?
―Pues qué me va a decir, Pablito. Estaba como loca porque se la metiera, ni tan siquiera me advirtió que no me corriera dentro como en Bilbao. Entre suspiros y muy bajito, casi en un gemido se le escapó: «Vale, hazlo así». Uf, no veas cómo me puso aquella frasecita. Imagínatela, tío, ofreciéndome ese tremendo culazo que tiene y… ¡¡dejándome que me la follara a pelo!!
―Sí, me hago una idea. ―Y visualicé la escena. Mi polla volvió a palpitar. Ya tenía el calzón mojado.
―Casi no llegaba a metérsela, la cabrona es alta y menos mal que no llevaba tacones, aunque se había puesto unas sandalias de esas que tienen un poco de cuña. Le pedí que se agachara, la niñata no podía abrir más las piernas porque los pantalones no la dejaban; así que se inclinó sobre la mesa y flexionó las rodillas. Pues todavía tuve que ponerme de puntillas para podérsela meter. Me abalancé sobre ella y mmmmmm …, ¡¡fue una gozada volver a clavársela hasta los huevos!!
―¡Joder!
―No tuvo nada que ver con lo de Bilbao, aquella noche no sé qué me pasó, no sé si fue la situación o…, pero nunca había tenido esa sensación de que no tenía el control y que me podía correr en cualquier momento. Aunque se la acabara de meter, por lo general aguanto mucho y decido cuando termino, pero ese día no. ¡La niñata está demasiado buena!, y no pude ni ver unos segundos cómo rebotaba mi cuerpo contra su culo; así que me incliné sobre ella, pasé las manos hacia delante, apreté sus tetas por encima de la camiseta y me la follé… como un puto conejo, ja, ja, ja. Mientras la embestía, le pregunté: «¿Te has puesto esa camiseta para mí?, me ha puesto muy cachondo».
―¿Y te contestó?
―Entre gemidos murmuró que sí y yo seguí: «Querías que te volviera a follar el jefe, ¿eh?».
―Cómo te pasas…
―Lo sé, ja, ja, ja…
―¿También te contestó a eso?
―La muy puta me miró fijamente a través del espejo, se me estaba cayendo la puta baba en su hombro cuando cruzamos la mirada y me dijo: «Sí, eso es lo que quería, vamos, fóllame». Joder, ¿te lo puedes creer?, pero eso no fue lo mejor…
―¿Todavía hay más? ―insistí removiéndome en la silla para intentar acomodarme la molesta erección.
―Mientras me decía eso, se subió ella misma la camiseta para que le viera las tetas a través del espejo y pasó la mano hacia atrás y me agarró por el culo.
―¿Ella a ti?
―Claro, Pablito, no quería dejarme escapar, ¡¡me estaba pidiendo a su manera que me corriera dentro!!, ¿te lo puedes creer?

Pues no. ¿Cómo iba a creerme aquello? Sara pasando la mano hacia atrás y poniéndola sobre el culo de Javier para que se la follara de pie en su habitación.

¡Era de locos!

―La muy puta me clavó las uñas en los glúteos, ¡qué daño más rico me hizo!, ¡me encantó!, seguía con la cabeza agachada y de repente se levantó un poco y nos miramos a través del espejo, yo le puse una mano en el hombro para clavársela más fuerte y la niñata se mordió los labios, tenías que haber visto esa cara, Pablito, ¡se me estaba derritiendo encima!
―Me lo puedo imaginar.
―Eso no te lo puedas imaginar, hay que verlo…, y yo inclinado sobre ella, de puntillas, parecíamos dos perritos enganchados, rebotando mi barriga contra su culazo y ella con el pantalón a medio bajar y la camiseta subida, ¡enseñándome cómo se le movían las tetas adelante y atrás!, ya no podía más y eso que apenas llevaba un par de minutos follándomela.
―Normal, es que Sara está muy buena…, yo no sé si habría aguantado tant…
―Tú te hubieras corrido nada más empezar, Pablito, la de prácticas en mucha hembra para ti, ja, ja, ja…
―No te digo que no …
―Déjame terminar ―me pidió dándole un nuevo trago a su copa―. Lo que me hizo correrme definitivamente fue cuando palpé sus tetas y las dejé caer a plomo sobre la palma de mi mano, mmmmm, ¡qué tetazas más pesadas y calientes!, y luego pasé el brazo hacia delante y le acaricié los labios con el dedo pulgar.

No. Sara. No hagas eso. Noooo.

―Y la muy guarra abrió la boquita y dejó que le metiera el pulgar, aquello ya fue demasiado, ¡¡me lo chupó con una cara de vicio que flipas!!, sin dejar de mirarme en el espejo mientras le soltaba un pollazo tras otro, ja, ja, ja.
―Se la tenías que haber metido por el culo a la niñata esa ―le seguí la corriente cada vez más enfadado con Sara, pero con una empalmada bajo los pantalones que estaba deseando aliviar en cuanto llegara a la habitación.
―¿Tú crees que me hubiera dejado?, si te digo la verdad, ni lo pensé, estaba demasiado pendiente de sus uñas clavadas en mi piel…, ¡ese dolor me estaba martirizando!
―Sí, yo creo que sí, por lo que cuentas, no te decía que no a nada, seguro que se habría dejado encular por el jefe…
―Ja, ja, ja…, tampoco estaba yo para mucho más, lo tenía a punto y con un golpe final de cadera me agarré a sus dos tetas como un náufrago a la tabla y le dije: «Me voy a correr, zorra». Fue una afirmación de lo que iba a pasar, ni tan siquiera se lo pedí.
―¿Y te contestó?
―Sí, tampoco es que estuviera gimiendo a lo bestia, lo hacía de manera extraña, pero eran muy excitantes esos gemiditos que se le escapaban y suspiró algo así como «vale», y entonces fue cuando caí en la cuenta de que durante todo el día otra vez había omitido llamarle por su nombre, y le pregunté si quería que lo dijera, ja, ja, ja.
―¡Qué cabrón eres!, ¿y Sara?
―Me apretó más fuerte del culo y giró el cuello buscando mi boca, sacó la lengua, me la pasó por los labios y me soltó un lametazo así en plan vulgar, y luego me preguntó: «¿Ya te acuerdas de cómo me llamo?», y yo le contesté: «Pues no, solo eres una puta más de las que me he follado», y bajó la cabeza sumisa, tío, yo creo que le temblaron las piernas y fue cuando gimió más fuerte; pero ya era demasiado tarde, ufffff, ¡¡ya me estaba vaciando dentro de ella!!, y le dije: «No sé ni cómo te llamas y dejas que me corra dentro de ti, hay que ser muy puta».
―Mmmm, ¿te corriste dentro y a pelo?, ya lo creo que hay que ser muy puta…
―¿Te lo dije o no, Pablito?, esta va de fina, pero para tener solo veinticinco tacos en ese coño ya han entrado muuuuuchas pollas, ja, ja, ja.
―¿Y qué pasó después?
―Nada. Todo fue muy rápido, ella apartó la mano de mi culo y cuando me salí de dentro, me subí los pantalones. La niñata se quedó unos segundos más inclinada sobre la mesa, yo creo que se había quedado a medias y quería más, podía haberle hecho un dedo, pero pasé, ¡es que me encanta putearla!, ja, ja, ja…, no sé por qué…

“Porque eres un cerdo machista y una persona de mierda”. Por eso mismo.

―Joder, tío, y después le empezó a escurrir toda mi corrida y le cayó en las braguitas y el pantalón que tenía a medio bajar…, yo tenía una sudada importante y no me quería acostar así. Me quité la camisa para meterme en la ducha y antes de pasar al baño le dije: «Ahí tienes la documentación, vete adelantando todo el trabajo que puedas», y va y me suelta la niñata: «¿Quieres que me quede?».
―Uf, qué manera de rebajarse ¿es que no captó la indirecta de que querías que se pirara?
―Pues parece que no, ja, ja, ja, pero no me corté un pelo y la eché de la habitación. La última instantánea que tengo de ella antes de entrar en la ducha es cuando comenzó a subirse con esfuerzo los vaqueros, ja, ja, ja, me la imagino yendo por el pasillo del hotel con las braguitas empapadas con mi corrida. Y ya no la vi hasta el día siguiente. Debió quedarse hasta bastante tarde, porque cuando cogimos el tren por la mañana, había adelantado bastante, se pegó un currazo.
―¡Guau, menuda historia! ―afirmé apurando mi copa con celeridad―. Bueno, Javier, ahora sí, deberíamos irnos…
―Se está de puta madre aquí, pero sí, es buena hora para dormir.

Antes de coger el ascensor Javier puso la puntilla a su historia.

―Creo que la voy a echar de menos, ja, ja, ja.
―Sí, no me cabe duda…
―El sábado que viene, en su cena de despedida, tendré que rematar la faena…

Lo que me faltaba. Si iba a esa cena, tendría que ver cómo Javier engatusaba a Sara delante de mis narices y se la llevaba a algún hotel para follársela otra vez de manera humillante. Todo lo que salía por boca de Javier me repateaba el estómago y, sin embargo, entré apresurado en la habitación.

Me solté el botón del pantalón y de pie sobre la taza, con siete u ocho sacudidas, exploté en un orgasmo incontrolado, mientras se me venía a la cabeza la escenita de Javier embistiéndola por detrás como un conejo.

¡Qué imagen más desagradable!

Yo visualizaba las uñas de Sara pintaditas arañando el viejo y fofo culo de su jefe, el vaquero a medio bajar y su preciosa melena sudada por encima de su hombro izquierdo. También me imaginaba sus tetas desnudas, estrujadas por las manos de Javier.

Me acababa de correr y no se me bajaba la polla. Seguía igual de dura y palpitante.

Un viscoso hilo caía desde la punta hasta la taza del baño y en ese momento no pude evitar acordarme del coño de Sara goteando la corrida de Javier, que la había inundado por completo. Me sentí fatal, mareado, tenía mucho calor y me puse de rodillas. Me derrumbé mientras limpiaba mi propio semen, asumiendo que, ahora sí, había perdido a Sara para siempre.

Fue bonito mientras duró. Y a pesar de todo lo que había pasado entre nosotros, y aun sabiendo que mis opciones de estar con una chica como Sara fueron mínimas desde el principio, por no decir casi nulas, yo mantuve una cierta esperanza de que podría tener algo con ella, hasta aquella noche.

Se había vuelto a dejar follar por Javier. Era repugnante. ¿Por qué Sara permitía eso? No lo entendía y quería odiarla y que saliera de mi vida, pero no podía hacerlo. Necesitaba olvidarla, cuanto antes mejor, pero Sara seguía ahí, clavada en mi cabeza.

Por suerte para mí, ya solo me quedaba aguantar una última humillación y no la vería nunca más. El sábado siguiente teníamos la cena de homenaje que habían preparado a Sara y yo iría, más que nada por despedirme, pero hasta ahí. En cuanto terminara la cena me marcharía para casa. No podría soportar ver a Sara zorrear con Javier en un bar delante de todos.

Ya era demasiado y mi corazón no estaba preparado para eso…
 

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