Capítulo 11
En los dos siguientes días la carga de trabajo fue brutal. Teníamos que preparar la auditoría de Barcelona y me pasé pegado a Sara diez horas diarias. Bajamos juntos a tomar café, a comer y después del curro me invitó a unas cervezas.
Sara estuvo conmigo más atenta y simpática de lo normal. En el trabajo había ganado una confianza importante y eso hacía que estuviera bromista y risueña, dentro de que desempeñaba sus tareas con una pulcritud intachable.
Yo intenté olvidar lo que me había contado Javier y traté a Sara de la mejor manera posible, como si no supiera nada. No quería sexualizar a mi compañera de prácticas y verla como un simple objeto, pero ella no me lo ponía nada fácil y aprovechando la ausencia de nuestro jefe de equipo Sara volvió a vestirse con modelitos muy atrevidos.
Formales y sexys, rozando el código ético de una empresa tan rancia como la nuestra.
No solo me tenía loco a mí, también notaba cómo la miraban el resto de compañeros y las caras de envida de las auditoras más veteranas. Era imposible que esas largas piernas pasaran desapercibidas y en la pequeña salita de café había tortas por hablar unos minutos con la de prácticas. Me hacía gracia ver a mis compis en plan baboso con ella, incluso algunos me hacían comentarios fuera de lugar sobre el imponente físico de Sara.
Y no era para menos. El miércoles nos sorprendió con unos shorts vaqueros que le llegaban dos centímetros por debajo de donde terminaban sus glúteos. Se cubrió los brazos con una fina chaquetilla para que su look no fuera tan provocativo, pero a media mañana, cuando comenzó a hacer calor y se la quitó, quedándose tan solo con una camisa azul clarita de manga larga, metida por dentro de los shorts, aquello fue un escándalo.
Yo tenía que trabajar a su lado, pegado a ella. ¿Cómo no iba a mirar sus piernas? Era imposible no hacerlo o colarme entre su sugerente escote, con un botón abierto de más en su camisa, por donde se podía apreciar un poco de su sujetador negro.
Su movimiento de pelo, el cruce de piernas, su manera de caminar, la sonrisa; todo en ella era sugerente y sensual, aderezado, además, con la vitalidad de la juventud.
El miércoles a media tarde terminamos de preparar la documentación para la auditoría de Barcelona y después Sara me invitó a una caña en el bar de abajo. El trabajo ya estaba hecho. No nos entretuvimos mucho porque al día siguiente cogíamos un avión temprano para hacer el puente aéreo hasta Barcelona, pero me gustó tomar algo con ella en plan distendido, aunque solo hablamos de cosas del curro.
Ya en casa no podía dejar de pensar en Sara. Me costaba mucho imaginar lo que me había contado Javier. Si no lo hubiera escuchado con mis propios oídos, no me lo hubiera creído. En el trabajo parecía tan correcta que no le pegaba hacer todas esas cosas que me relató nuestro jefe.
¿Cómo se le iba a poner a cuatro patas, de buenas a primeras, en cuanto entraron en la habitación? ¿Se dejó follar sin condón teniendo novio? ¿Le comió la polla de rodillas en el suelo y dejó que Javier se corriera en su boca?
Sus gemidos seguían retumbando en mi cabeza y solo con verla en el trabajo con esos modelitos tan atractivos, hacía que llegara a casa con unos calentones considerables. Aquella noche, antes de viajar a Barcelona, estaba muy nervioso y alterado y tuve que masturbarme para poder relajarme. Y se me vino a la cabeza la faldita tan corta que llevaba en Bilbao, imaginé cómo debía de estar con ella sumisa a cuatro patas sobre la cama, esperando que Javier llegara por detrás y se la follara.
Era tan corta que no se la tuvo ni que subir.
Con unas pocas sacudidas y gimiendo su nombre, me corrí patéticamente fantaseando que Sara se sentaba sobre mí y yo hundía mi cara entre su pelo mientras ella me cabalgaba hasta hacerme terminar.
A primera hora de la mañana Sara ya me estaba esperando en el aeropuerto de Barajas con una pequeña maleta. Iba impecable, como siempre, con unos pantalones de vestir anchos oscuros, pero con los que marcaba culazo, americana a juego, camiseta blanca y zapatos de tacón.
Durante el vuelo fuimos repasando la documentación y del aeropuerto nos llevó un taxi a la empresa que íbamos a auditar. Nos pegamos un trabajazo importante y, como no queríamos dejarlo para el día siguiente, estuvimos hasta casi las diez de la noche para finalizar la auditoría.
Sara volvió a estar lúcida, aplicada, y sobre todo me gustaba el orden con el que desempeñaba su tarea. Eso era quizás lo peor de Javier, que era un poco caótico con la documentación aunque tuviera un ordenador en la cabeza. Mi compi de prácticas era todo lo contrario, siempre tenía la mesa perfectamente ordenada, lo que me daba mucha tranquilidad y hacía que avanzáramos más deprisa.
La felicité por el trabajo y cogimos un taxi para el hotel. Por suerte pudimos llegar a cenar al restaurante sin apenas cambiarnos de ropa y cuando terminamos, eran casi las doce de la noche.
―Uf, estoy molido, qué ganas tengo de llegar a la habitación y pegarme una buena ducha… ―le dije a Sara.
―Yo igual, ha sido un día muy intenso, aunque, si te digo la verdad, me apetece tomar algo contigo, ya que estamos aquí, podíamos disfrutar de la noche de Barcelona, ¿no?
―Uy, eso lo dejo para los jóvenes como tú…, además, hoy es jueves, no creo que haya mucha fiesta.
―¿Un jueves por la noche en agosto en Barcelona?, te aseguro que estará casi todo abierto y con ambientazo…, venga, Pablo, no seas muermo, una noche es una noche…
―Mañana cogemos el avión de vuelta a las once, el taxi nos recoge a las ocho, quizás deberíamos dormir…
―Ya tienes todo el finde para dormir, porfi, Pablo, solo una copa, ¿en serio no vas a salir conmigo a tomar una?
―Estoy muy cansado, Sara.
―De eso nada ―insistió mientras esperábamos abajo para coger el ascensor―. En media hora te paso a buscar por la habitación…
―Cuando te pones así, es difícil decirte que no…
―No lo sabes tú bien…
Al final me dejé convencer por Sara para salir por Barcelona. Me dio el tiempo justo a ducharme, ponerme un pantalón corto y un polo. Cuando me quise dar cuenta, ella ya estaba llamando a mi puerta.
Al abrir casi me caigo de culo al verla. Me parecía increíble que en tan solo media hora le hubiera dado tiempo a ducharse y a vestirse. Sara apenas se había maquillado, llevaba el pelo húmedo y un vestido blanco veraniego, con una falda tan corta que apenas le tapaba el culo, con el que, además, lucía un escote exagerado.
Cualquier otra chica con ese vestido iría como una choni de barrio, pero Sara sabía cómo ponérselo y combinado con sus pulseras, un collar de perlas y unas sandalias de tiras, que rodeaban sus gemelos, estaba realmente guapa y para nada vulgar.
―¿Listo? ―me preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.
―Sí, claro, pero algo rápido y volvemos, ¿eh?
―Bueno, ya veremos…
Las calles estaban abarrotadas de gente, y como me había prometido Sara, había ambientazo por toda la ciudad. Nos metimos en el primer garito que tenía buena pinta. Total, para tomar una copa casi me daba igual el sitio, lo único que quería es que no estuviera muy lejos y así regresar más deprisa al hotel.
El bar era un sitio muy raro y la gente que entraba y salía constantemente también, pero a Sara eso no pareció importarle y también le gustó la música chill-out que sonaba. Se acercó una camarera muy atractiva con rastas y un piercing en la nariz y Sara le pidió un daiquiri.
―Pues que sean dos ―dije sin tener ni idea de lo que llevaba.
Ron, lima y azúcar, por lo que me comentó Sara, y la chica nos preparó dos cócteles bien ricos en apenas un par de minutos. Sara cogió un taburete y yo me quedé de pie a su lado. Con el primer cruce de piernas ya me puse en alerta y durante media hora estuvimos hablando de trabajo y sobre cómo nos había ido la auditoría.
A Sara le supo a poco un daiquiri y pedimos otro. Al segundo ya se le había calentado el pico y sin que me lo esperara no tardó en sacar sus garras contra Javier.
―Joder, menuda diferencia de viajar contigo a hacerlo con él…
―¿Y eso?
―Ya ves, por todo, por el trato, por lo a gusto que estoy, sois como el día y la noche, tenían que hacerte un monumento en la empresa por haber aguantado con ese tío tantos años.
―Ja, ja, ja, en eso tienes razón… ―dije siguiendo su broma.
La muy cabrona no podía ser más cínica. Sí, Javier era todo lo impresentable que ella quisiera, pero a las primeras de cambio se había dejado follar por él. Estaba claro que Sara ni se imaginaba por lo más remoto que Javier me había puesto al corriente de lo que pasó en Bilbao y dejé que siguiera hablando, a ver si se le escapaba algo.
―¿Y el otro día qué tal?, espero que no te diera mucha caña… ―añadí sin ningún doble sentido, pero en cuanto terminé la frase no sonó tan bien como yo había pensado.
―No, eh…, bien, bien, estuve todo lo atenta que pude para no equivocarme ni una sola vez y que no me pudiera decir nada…
Sara se puso roja y luego esbozó una sonrisa forzada antes de beber de su copa.
―¿Cenasteis en el hotel o en algún restaurante?, Javier conoce muchos sitios y seguro que te llevó a uno bueno para impresionarte, ja, ja, ja.
―Eh, sí, cómo se nota que lo conoces bien, la segunda noche, cuando ya habíamos terminado la auditoría, me llevó a un restaurante de un conocido suyo, la verdad que cenamos muy bien…, y me invitó, por cierto ―dijo removiendo su copa con la pajita.
―¿Ves como no es tan malo?
―Sí, no estuvo muy borde como de costumbre…, pero vamos a dejar de hablar de trabajo y de Javier…, a partir de ahora prohibido hablar de la auditoría, cambio de tema… ―Y levantó su daiquiri para que brindáramos.
―Eso está hecho…
―La verdad es que hemos acertado con el sitio, un poco… psicodélico quizás, pero las copas están muy ricas y me gusta el rollo… Bueno, voy a levantarme, porque, como siga aquí sentada, me voy a amuermar…
Sara se puso de pie y sacó a relucir todos sus encantos. El pelo ya se le había secado y había cogido volumen, lo que hacía que llamara más la atención. Inevitablemente se me fue la vista a su escote y ella se dio cuenta enseguida. No tenía un pelo de tonta y sabía de sobra que tenía un cuerpazo y cómo lucirlo.
Al tenerla tan cerca de mí, mostrándome esa sonrisa perfecta, hizo que me pusiera de los nervios. Sara conseguía sacar mi lado sexual más salvaje y primitivo sin ningún esfuerzo. Me excitaba todo de ella, no solo sus curvas, también su manera de hablar, de mover las manos, sus gestos.
Era la sensualidad hecha mujer.
Y al verla así, tan radiante, no podía dejar de preguntarme cómo podía haber sucumbido ante Javier. Con lo buena que estaba podría haberse acostado con el que le hubiera dado la gana. Es que no podía comprenderlo. Quizás mi jefe tenía razón y Sara no era más que una puta arpía que lo único que buscaba era que la contrataran en la empresa, aunque a mí no me parecía ese tipo de chica.
Había algo que no me encajaba.
Cuando terminamos la segunda, yo ya iba un poco perjudicado y Sara más alegre de lo normal. Tenía que reconocer que no esperaba pasármelo tan bien. Y entonces ella llamó a la camarera para pedir de nuevo.
―¿Otro?
―Uf, no debería, la verdad es que está muy bueno, pero ya se me están subiendo… ―comenté―. Creo que mañana voy a tener resaca como me tome otro más…
―Venga, Pablo, deja que te invite, por todo lo bien que te has portado conmigo estos meses, al final me va a dar mucha pena terminar las prácticas…
―Vas a echar de menos hasta a Javier, ja, ja, ja.
―No, ¡qué malo eres!, eso no creo, ja, ja, ja. Bueno, y cambiando de tema, ¿tú qué tal con la chica esa con la que quedaste?, ¿has vuelto a verla? ―me preguntó de repente, interesándose por mi vida amorosa.
―Eh, no, solo estuvimos juntos ese día…, no hubo… feeling, por así decirlo…
―Vaya, lo siento.
―¿Por qué lo vas a sentir?
―No, lo digo porque no encontraras a una chica adecuada para ti, creo que eres un buen tío y a muchas les gustaría estar contigo.
―Gracias, ¿y tú qué tal con tu novio?
―Pues regular, tenemos etapas; a veces estamos bien; a veces lo dejamos una temporada. Abel es modelo, viaja mucho, así que es una relación un poco… complicada.
―Me hago una idea…
―Es difícil de explicar porque no lo entendemos ni nosotros qué clase de pareja somos…, en nuestras separaciones yo sé que él ha estado por ahí con unas cuantas modelos y yo también he tenido mis rollos…; pero luego volvemos y como si nada.
―Sí, es un poco extraño, los jóvenes de hoy en día tenéis una mentalidad mucho más abierta que nosotros… y está claro que disfrutáis la vida de otra manera…
―Puede ser.
―¿Y ahora cómo estáis? ―pregunté solo por curiosidad.
―¿Por qué quieres saberlo?
―No, por nada, perdona si te ha molestado, no quería…
―¿Es que quieres ligar conmigo…?, ja, ja, ja, era broma… ―me dijo acercándose a mí.
En ese momento me acordé de todo lo que me había contado Javier. Ahora estaba viviendo una situación parecida a la que pasó él y Sara avanzó hasta casi pegarse a mí. Fue muy disimulado y casi sin querer, pero cuando me quise dar cuenta, ella me había rozado con un pecho en el brazo.
¿Es que acaso estaba usando la misma táctica de seducción que con Javier?
Con dos daiquiris encima, el ambiente distendido que se había creado entre nosotros y el tener delante a aquella chica espectacular, con ese vestido tan provocativo, hizo que no me importara que ella se hubiera acostado con el jefe.
Si surgía la oportunidad, no tendría ninguna duda. Deseaba con todas mis fuerzas follarme a aquella jovencita.
Y ahora estaba allí, conmigo, insinuándose, poderosa, con su vestido blanco, y me miró sin decir nada, solo esperando que diera el siguiente paso; pero yo no era como Javier, él seguramente ya le hubiera puesto la mano en la cintura y le habría soltado cualquier burrada sobre lo buena que estaba.
Al ver que no me decidía, Sara me dijo que tenía que ir al baño. Se giró y no pude evitar fijarme en su culazo. Eso es lo que ella pretendía. Se le transparentaba el tanguita negro a través de la tela y durante unos segundos no pude despegar la vista del movimiento de sus nalgas en dirección al servicio.
¡No podía estar más potente la cabrona!
Ese mínimo acercamiento de Sara me había puesto muy nervioso y notaba el corazón latiendo más deprisa. Y lo que era peor, con el simple roce de una de sus tetas en mi brazo me había provocado una erección considerable.
Sara desprendía una energía sexual fuera de lo normal y cuando estaba con ella, la podía percibir; además, era como que me la transmitía también, y encendía mi fuego interno con solo su presencia.
No me moví del sitio, yo era muy cortado para ligarme a una chica como Sara, pero no era tonto y claramente se me estaba insinuando. Solo esperaba que cuando regresara del baño, ella tomara la iniciativa y esperé hasta que un par de minutos más tarde ya la tenía de nuevo delante de mí.
Removió el daiquiri con la pajita y le dio un trago sin dejar de mirarme.
―¿Ves?, al final no lo hemos pasado tan mal, ¿no? ―comentó.
―No, tenías razón, ahora me alegro de haber salido contigo…
―¿Ah, sí? ―susurró acercándose otra vez como había hecho antes.
―Sí, claro ―afirmé poniendo una mano en su cintura y acercándome a su oído―, uno no tiene todos los días la oportunidad de salir con una chica como tú…
―Gracias, Pablo… ―Y volvió a rozarme con los pechos, acercando más su cuerpo contra mí.
Apoyé la mano en su cintura, casi sin querer, pero no sabía qué más hacer, estábamos demasiado cerca y el contacto era inevitable. Lo que no estaba dispuesto era a dar un paso atrás, al fin y al cabo, era ella la que se había pegado a mí.
Nuestras caras se encontraban a menos de treinta centímetros, y en ese instante el mundo se paró. Ya me daba igual la música que sonaba, la gente tan rara que entraba y salía, la camarera de los piercings…, ya solo estaba pendiente de Sara.
―Yo creo que se nos han subido las copas a la cabeza, no sé tú, pero yo ya voy un poco… ―dije excusándome por algo que todavía no había sucedido.
Ella volvió a beber, poniendo su copa delante de mi cara, y contemplé esos labios chupando la pajita, húmedos, carnosos. Pidiendo a gritos que los devorara. Apoyé con firmeza la mano en su cintura y me incliné sobre ella para comentarle algo al oído, pero sinceramente no tenía ni puta idea de qué decir.
Habíamos llegado a un punto muerto en el que ella lo único que hacía era pegar sus tetas contra mi brazo y mirarme de manera insinuante y yo comportarme como un pardillo. No podía pensar con claridad y mi acercamiento a su oreja quedó en nada. No me salió ni una triste frase, pero no me retiré de allí y dejé mi mano contra su cuerpo.
Solo con ese mínimo contacto hizo que mi polla ya palpitara bajo los pantalones.
Me daba igual si Sara me estaba utilizando para quedarse en la empresa, si Javier ya se la había follado, si tenía novio, si era la chica de prácticas y si no era muy ético que me acostara con ella; todo me importaba tres cojones.
Os aseguro que, si hubierais tenido a Sara delante de vosotros, con ese ambiente que se respiraba en el bar, su vestido, con sus tetas pegadas contra vuestro brazo, con esa mirada de deseo, también habríais hecho lo mismo que yo.
Dejé la copa en la barra y miré fijamente a Sara, luego me acerqué despacio, pero decidido a su boca y saboreé ese segundo previo a posar mis labios en los suyos. Cerré los ojos y aterricé… ¡en su mejilla!
¿Qué había pasado?
No me lo podía creer, pero Sara había retirado la cara y yo no entendía por qué. Me sentí como un estúpido besuqueando su rostro con la mano en su cintura.
―No, lo siento… ―se disculpó―, perdona, Pablo, es que ahora Abel y yo…, bueno, pues eso, que ahora sí estamos juntos…
―Eh, sí, claro, lo siento, yo no quería…, eeeeh, perdona… ―dije avergonzado.
Sara se separó de mí y de repente me invadió una vergüenza como pocas veces había sentido. Quizás había interpretado mal sus señales, pero aquel intento frustrado de beso nos cortó el rollo y el resto de la noche ya no volvió a ser lo mismo. Terminamos la copa y enseguida regresamos al hotel.
Iluso de mí, todavía albergaba alguna esperanza de que mi noche con Sara terminara bien, pues a Javier tampoco le había dejado besarla y eso no había sido impedimento para que nuestro jefe se la follara.
Por los pasillos del hotel, antes de llegar a la habitación, intenté arreglar lo que había sucedido en el bar.
―Oye, Sara, perdona lo de antes ―volví a disculparme con ella cuando llegamos hasta su puerta.
―No tienes por qué, yo quizás no debería… ―Y bajó la cabeza apartándome la mirada.
―Entonces, ¿todo bien entre nosotros?
―Sí, claro, buenas noches, Pablo ―se despidió acercándose a mí con un tierno beso en la cara.
Eso me dejó todavía más descolocado en medio del pasillo, y regresé a mi habitación completamente derrotado. Aquella niñata había jugado conmigo y yo poco menos que me había comportado como un pagafantas.
Analicé todo lo que había pasado y no entendía qué es lo que había hecho mal. Había sido ella la que me suplicó salir a tomar una copa, se había puesto el vestido más erótico que tenía, me había preguntado por mi vida amorosa, se había pegado a mí y me rozó con las tetas en el brazo, había tonteado conmigo, y cuando por fin me lancé a besarla, ella me rechazó de manera incomprensible.
A pesar del mal rato que pasé, eso no impidió que llegara muy excitado a la habitación. No podía sacarme de la cabeza el vestido blanco de Sara, sus tetas botando libres y sin sujetador bajo los tirantes, el tanga transparentándose a través de la tela, la forma de su culo, su pelo húmedo, cómo olía, mi mano en su cintura, sus labios casi pegados a mí.
Tumbado en la cama liberé mi polla y cerré los ojos. Comencé a masturbarme pensando en ella y no tardé en recordar sus gemidos la noche que folló con Javier. «¿Por qué con él sí y conmigo no?, eres una jodida calientapollas», murmuré mientras me la meneaba. Ahora debería estar en su cama probando su cuerpo, sobando su culo y sus tetas, lamiendo su delicioso coño depilado, y ella se me ofrecería también a cuatro patas.
Me lo había ganado.
¿O es que acaso tenía que ser un puto cabrón con ella, como Javier, para que me invitara a su cama?
Y lo que era peor. Todavía fantaseaba con que aquella noche Sara me llamara a su habitación o se presentara en la mía. Lo había visto en su mirada, ella también quería hacerlo, pero había algo que se lo impedía. Retrasé mi eyaculación todo lo que pude, esperando el milagro, y cuando ya había pasado más me media hora, me resigné sobre mi cama.
Sara no me iba a llamar. Ni esa noche ni ninguna.
Al final me dejé llevar y me corrí sobre mi propio estómago. Mientras me limpiaba, me avergoncé de mí mismo por mi comportamiento y tomé la firme decisión de que no iba a volver a ser un pelele en manos de Sara.
Solo quedaban dos semanas para que ella terminara las prácticas y a partir de ahora nuestra relación sería meramente profesional. Nada de hablar de mi vida privada con ella, nada de cañas después del trabajo y nada de seguirle el juego.
Aquella noche me di de bruces con la realidad. Sara era un imposible para mí y debía olvidarme de ella cuanto antes. No me estaba haciendo nada bien ese flirteo que nos traíamos y al final yo era siempre el que salía perjudicado.
En muy poquito Sara saldría de mi vida…, o eso pensaba yo…