Capítulo 17
La conexión fue inmediata. Mágica. Si ya fue morboso cuando me lo contó Javier, escuchar lo que había pasado entre ellos, con ese susurro ahogado de Sara, lo elevaba al siguiente nivel.
No podía tener la polla más dura y notaba que a ella también le ponía muy cachonda recordar aquella noche; así que allí estábamos, demasiado excitados, nuestra primera vez juntos y hablando de Javier, lo cual era muy extraño, pero morboso y pervertido…, y supe que Sara ya no se iba a detener hasta el final.
¡Estaba a punto de contarme cómo se la había follado el jefe!
Yo le había pedido que lo hiciera. Y con gran habilidad me desabrochó el botón del pantalón con una sola mano, luego introdujo los dedos hacia abajo y rozó mi polla por encima del calzón hasta terminar agarrándome los huevos con delicadeza, apoyando el dorso de la mano en mi paquete.
―Mmmmm, ¡cómo estás! ―susurró Sara y bajé mi brazo izquierdo, en el que ella estaba agarrada y busqué la abertura de su falda.
No tuve que hacer mucho esfuerzo para colarme por ella y mientras Sara frotaba su mano tres o cuatro veces sobre mi polla, yo alcancé la suave piel de sus glúteos. Allí estaban desnudos para mí. Debía llegar tanga, como me dijo Javier aquella noche que también la sobó con su minifalda de «buscona», y eso me encantaba.
Esa sensación de poder tocar su culazo casi desnudo en aquel apartado lugar me volvió loco. No podía sacarme de la cabeza las palabras de Javier cuando me describía su culo. Tenía razón. No era de esos pequeñitos y duros de gimnasio. Lo de Sara era todo genético. Carnoso, redondo, proporcionado, de los que llenan bien un vaquero y dan ganas de azotar hasta que te duela la mano.
Ese era el puto culazo de Sara. Y ahora yo tenía la mano sobre él, y ella me permitía tocárselo a mi antojo.
Hizo una breve pausa de diez segundos y luego continuó con la historia. Sin dejar de frotar la mano contra mi polla, que ya debía haber dejado el calzón hecho un asco con mis fluidos. Notaba cómo me babeaba y eso que ni tan siquiera me la había tocado directamente.
―Luego llegamos a mi habitación ―gimió Sara, con una voz que cada vez sonaba más lasciva y sugerente―, ni yo misma me creía lo que estaba haciendo, no me apetecía que me pusiera las manos encima ni ver su cara de hijo de puta y mucho menos que me besara, ¡me daba asco solo de pensarlo!, y, sin embargo…, estaba muy…
―Caliente…
―Sí…, no lo puedo explicar porque no me había pasado nunca, y, además, en ese momento me acordé de que estabas en la habitación de al lado…
―Gracias por el detalle ―dije con ironía.
―No, idiota, lo que quiero decir es que me sabía mal por ti.
―Podías haber ido a su habitación…
―Prefería hacerlo en la mía, así me sentía más segura…, pero, claro, tú estabas al lado…, seguro que lo escucharías todo...
―Bueno, más o menos…
―Lo siento, aunque lo importante es que ahora… estoy aquí contigo… ―E introdujo los dedos por el elástico de mi calzón y me atrapó la polla sin tela de por medio.
Fue una sensación indescriptible y sentí cómo se me apretaban los glúteos y todo mi cuerpo entraba en una tensión sexual muy placentera. Aquella «niñata» me estaba volviendo loco.
―¿Quieres que siga…? ―me preguntó sabiendo ya la respuesta, pero quería oírmelo decir.
―Sí, quiero que me lo cuentes todo…, hasta el final… ―Y clavé los dedos en su glúteo derecho haciendo que se le escapara un pequeño gemido.
―Mmmmmm, es que lo de ahora me da mucha vergüenza, si nos escuchaste, ya te lo imaginarás…, no creo que…
―Sara, por favor, necesito saberlo, aaaah… ―jadeé cuando sus dedos rodearon mi falo y le pegó la primera sacudida.
―Cogí un condón del bolso y lo lancé sobre la cama en plan, toma, ponte esto y terminemos de una jodida vez.
―Despacio, házmelo despacio…
―Ya lo estoy haciendo despacio, no puedo ir más lenta… ―ronroneó mientras me la meneaba con mucha suavidad.
―¡Me vuelves loco, Sara!
―Lo sé…
―Sigue, ¿y qué pasó luego con Javier?
―No quería que me tocara ni tampoco desnudarme delante de él, solo quería que aquello terminara cuanto antes y eso que todavía no habíamos empezado, pero no te voy a mentir, ¡me apetecía mucho que me lo hiciera!, en el bar me había excitado demasiado…, cuando me puteó…
―Joder…
―Me subí a la cama y lo cogí de la mano para que viniera detrás de mí, y para no ver su cara me puse de espaldas a él, de rodillas…
―A cuatro patas.
―Sí, a cuatro patas…, luego me hizo desnudarme de cintura para abajo, notaba su mirada sucia y el muy guarro se agachó y me metió la lengua…
―¿En el culo?
―Sí, mmmmmm. ―Y volvió a gemir cuando pasé mi mano al otro glúteo jugando con la tira del tanguita, que se le metía entre los cachetes.
―No me apetecía que me babeara, solo que me follara y cuando escuché que por fin se desabrochaba el pantalón y sacaba el condón fue como, ¡ya era hora, joder!, y luego… ni tan siquiera me avisó, cuando me quise dar cuenta…, ¡ya me la había metido!… ¡No me manches la falda! ―me advirtió cuando sintió que mi capullo le rozaba la tela por la parte del ombligo, por lo que se separó unos centímetros de mí.
―Entonces, ¿no te gustó?, ¿no lo disfrutaste?
―¿Te importa eso?
―A mí sí…
―Al principio no disfruté, era la nada más absoluta, no lo sentía, me follaba despacio, de manera mecánica, ni tan siquiera tuve que hacer el esfuerzo en disimular los gemidos para que no nos escucharas. Tampoco puedo decir que tuviera una gran…
―Polla…
―Sí, era más bien normalita, tirando a pequeña… ―En ese momento me dio vergüenza, pues, aunque hablaba de Javier, me sentí representado también, pues la mía no debía medir más de catorce centímetros. La media nacional.
―No me extraña que no lo disfrutaras, el muy hijo de puta te había puteado tanto todos estos meses…
―Ya, aunque, bueno…, eso fue al principio, luego cambió.
―¿Cambió?
―Sí, de repente se puso a embestirme fuerte, con rabia, me hizo suya…
―¿Y eso te pone?
―Creo que sí, pero no lo supe hasta ese día. ¡Ningún tío me había sometido así! Me agarró por el pelo a lo bruto, ¡me hacía daño!…, y luego me soltó un azote…
―Me imagino que habrás estado con unos cuantos tíos, ¿en serio ninguno te había dado un azote?
―Sí, eso sí, pero no de la manera que lo hacía Javier, lo sentía distinto, me dio con ganas, ¡quería hacerme daño!, me tiraba del pelo y yo quería protestar, pero no me salía, ¡me estaba volviendo loca!, y ahí ya no pude reprimirme, seguro que lo escuchaste…, ya había perdido la voluntad…, estaba en manos de Javier.
―Joder, Sara… ―gimoteé girándome hacia ella y metiendo la mano derecha por la abertura de su falda hasta alcanzar su coño, pero ella se apartó de inmediato.
―Mmmmmm…, espera, ven aquí…
Retrocedimos varios pasos hasta situarnos debajo del porche, justo en la esquina. Allí todavía estábamos más oscuros y si pasaba alguien casi no se nos vería. Me apoyé contra la pared y me colé por debajo de su falda, le cogí el culazo a dos manos unos segundos y después apoyé el antebrazo en sus nalgas y le acaricié el coño otra vez.
Sentí sus labios vaginales húmedos, casi pegados a la tela del tanguita e hice un poco de presión para penetrarla levemente, sin tan siquiera apartar su ropa interior. Ella me bajó más el calzón y los pantalones vaqueros, así podía pajearme con más facilidad, agarró mi polla y reanudó el fantástico pajote que me estaba haciendo.
―¿Me escuchaste aquella noche?
―Sí…
―¿Y te excitó?, dime la verdad…
―Sí… ―reconocí avergonzado.
―El muy cabrón me daba con ganas, me soltó unos cuantos azotes y yo estaba a puntito de correrme y todavía quería que me diera más fuerte…, y cuando me iba a correr, se detenía…, paraba en seco e incluso me la sacaba…, ¡no me dejaba llegar al orgasmo y eso me estaba volviendo loca!, aaaaah, aaaah… ―gimió cuando aparté su tanguita y alcancé su húmedo coño.
Le metí un dedo y ella me lo permitió facilitándome el trabajo con un casi imperceptible movimiento de cadera. Pasó un brazo sobre mi hombro, jugando con mi pelo mientras me daba besitos cortos en la boca y en el cuello, tenía que hacerlo así para seguir contándome la historia.
―Eso lo hizo cuatro o cinco veces por lo menos, imagínate cómo me tenía, ¡me había dejado al borde del orgasmo cuatro o cinco veces!, además, era increíble cómo aguantaba, parecía que no se cansaba, ni cuando follaba con tíos de veinte años tenían ese aguante y esa potencia. ¡Nunca pensé que Javier sería así en la cama!
―¿Te folló bien?
―Sí ―contestó sin pensar―, muy bien, me llevó al límite…
―¿Nunca habías disfrutado así?, ¿con ningún tío?
―De esa manera no, y reconozco que me gustó…, mucho…
―¿Volverías a repetir con él?
―No, ni de coña ―mintió Sara.
Vaya. Al parecer la noche en la que íbamos a ser sinceros el uno con el otro se acababa de fastidiar. Y yo no podía decirle que sabía que se habían vuelto a acostar cuando fueron solos a hacer la auditoría a Pamplona. Aquello me jodió, en el punto en el que estábamos no tenía por qué engañarme, pero Sara lo hizo.
Sin embargo, su mano me estaba llevando al séptimo cielo y ni qué decir del agradable tacto de las paredes internas de su coño. No quería salirme de allí. Hubiera estado toda la noche penetrándola con mis dedos. Dentro y fuera. Dentro y fuera.
Ese calorcito era adictivo.
―Una de las veces que me la sacó se le quitó el condón, aaaah, aaaaah… ―siguió Sara sin escatimar en detalles.
Ahora me la agarraba aumentando la presión, pero meneándomela a la misma velocidad pausada.
―¿Y se lo volvió a poner?
―No…
―¿Y qué pasó? ―pregunté como si no lo supiera.
―Me dijo que quería seguir sin él, aaaah, aaaah…
―¿Y le dejaste?, joder, Sara, ¿dejaste que Javier te follara sin condón?
―Sí, no podía más, solo quería correrme…, aaaah.
Aquello hizo que mi polla se hinchara al máximo. Apenas iba a aguantar treinta segundos más la deliciosa paja de Sara.
―Y me folló así, a pelo…, mmmmm…, por fin me permitió correrme… y yo creo que eso hizo que el orgasmo fuera todavía más intenso…, aaaah, aaaah, dejó que me corriera…, y no dijo mi nombre ni una sola vez…
―Sara, Sara… ―gemí yo al borde de mi propio clímax.
―¿Qué pasa?
―No puedo más, creo que yo también me voy a…
No paró de darme besitos por el cuello, jugando con la parte trasera de mi pelo, en mi nuca, meciendo las caderas con mi dedo corazón metido en su coño.
―Shhh, respira, aguanta… ―me susurró Sara cogiéndomela con firmeza, pero sin subir la velocidad.
―¿Se corrió dentro de ti?
―No, no lo dejé, eso sí que no…
―¿Y dónde lo hizo?
―¿De verdad quieres saberlo? ―me preguntó dándome un muerdo y metiéndome la lengua dos segundos.
―Sí, quiero saberlo…
―Aaaaah, me tienes muy excitada, Pablo…
―Dime dónde se corrió, no puedo más…
―¿Ya estás a punto?
―Sí.
―No me manches la falda…
―Aaaah, Sara, dímelo… ―De repente, mi polla se puso más dura y los huevos se me encogieron―, ¡dímelo, ya no puedo más, aaaah, aaaaah!
―En mi boca, ¡se corrió en mi boca! ―susurró inclinándose sobre mí y pasándome su juguetona lengua por los labios.
―AAAAAH, AAAAAH, AAAAAH…
―Date la vuelta, deprisa…
Sara me puso contra la pared sin soltarme la polla. Se situó detrás de mí y apoyando la cabeza en mi espalda no dejó de pajearme con suavidad, pero con firmeza. Mi cuerpo convulsionó y acto seguido exploté en aquel apartado rincón. Me corrí de manera bestial mientras la mano de Sara acompasaba a la perfección las sacudidas que me pegaba con mis espasmos involuntarios típicos del orgasmo.
―Muy bien, córrete, eso es, shhh, córrete, Pablo…, mmmmm…
No se detuvo hasta que exprimió la última gota e incluso después de correrme siguió masturbándome casi un minuto más. No puedo decir que ya fuera igual de placentero, aunque ver los dedos de Sara bañados con mi semen y con la confesión de que Javier se había vaciado en su boca, hizo que no se me bajara la erección ni un ápice.
Cuando me soltó la polla, volví a girarme y nos fundimos en un beso guarro antes de que Sara sacara un pañuelo y se limpiara la mano.
―Joder, Sara…
―¿Te ha gustado?
―Sí, ha sido increíble…
―Ya lo creo…, sigues estando muy excitado ―dijo recorriendo con un dedo el tronco de mi polla―, y yo ni te cuento…
―¿Qué hacemos?, ¿volvemos a la fiesta?, es tu despedida…
―No creo que me echen mucho en falta ya…, me apetece quedarme contigo, ¿te parece bien?
―¡Claro! ―exclamé apoyando las manos en su cintura y acariciando levemente uno de sus pechos, antes de buscar su boca para besarme con ella.
―Si quieres… ―comentó Sara―, vamos a la sala, nos despedimos de estos y después… me llevas a tu casa ―suspiró en un tono que dejaba bien a las claras que en ese momento estaba muy cachonda.
Yo afirmé con la cabeza guardándome mi erecta polla en los pantalones. Todavía quedaba lo mejor de la noche.
Sara quería que me la follara.