Capítulo 39
Metí en la maleta tres camisas, un jersey, dos pantalones, cuatro mudas, calcetines, neceser, camiseta blanca para dormir y una toalla. Era lo que necesitaba para mi viaje a Barcelona. Luego me quedé sentado en la cama, derrotado, mirando hacia el suelo.
Esto no me podía estar pasando.
Creo que no me lo merecía. Justo cuando mejor me iba todo Sara había dinamitado lo nuestro. Y esta vez ya no había vuelta atrás. Me daba vergüenza ser tan cobarde y no haber tenido cojones para terminar mi relación con ella.
Tampoco lo tenía tan difícil.
Solo debía haberle dicho lo que sabía por boca de Javier. Ni una palabra de más ni una coma de menos, y ella hubiera bajado la cabeza, abochornada y habría salido de mi vida para siempre; pero no lo hice y ahora me tocaba emprender este viaje con ella y con Javier. Desde luego que era lo último que me apetecía.
Compartir avión, trabajo y hotel con las dos personas que me habían destrozado la vida.
Esa noche apenas pegué ojo. No quería ver a Sara ni pasar un segundo más a su lado, y mucho menos escuchar las fanfarronadas de Javier. Incluso pensé fingir una baja médica y quitarme de en medio en ese viaje a Barcelona. No estaba en condiciones físicas ni mentales para afrontar una auditoría ni mucho menos para pasar 48 horas con las dos personas que más odiaba en el mundo.
Aun así, saqué fuerzas de flaqueza y al día siguiente me arrastré a duras penas hasta el aeropuerto. Cuando llegué, ya me estaban esperando Sara y Javier y sin tiempo que perder nos dirigimos a sacar la tarjeta de embarque.
Desde el principio estuve serio, distante con Sara, y notó que algo me pasaba, pero lo achacó a que estaba muy nervioso por mi cambio de trabajo. Me costaba horrores mirarla a la cara sabiendo que tenía que romper con ella.
El viernes, al regresar de la auditoría, era el momento adecuado para hacerlo. No lo retrasaría ni un segundo más. Quedaría por la tarde con Sara y le diría lo que todavía no me había atrevido. Luego intentaría desconectar todo el fin de semana, olvidarme de ella lo más rápido posible y me cogería unos días libres para empezar en el nuevo trabajo con aires renovados.
Ese era mi plan.
Pero claro, antes tendría que pasar dos días con ellos, y en el avión me senté al lado de Sara. Iba espectacular con una americana oscura, vaqueros ajustados, camiseta blanca y zapatos de tacón. Aunque lo nuestro estaba terminado, no podía evitar que me siguiera excitando. Mucho. Nos pusimos los tres en la misma fila, con Sara en el medio, y al bajar del avión lo mismo en el taxi que nos llevó hasta la empresa, con los tres en el asiento de atrás y Sara en el centro.
Después creo que hice la peor auditoría de mi vida, desconcentrado, abatido, con la cabeza en otra parte. Sara tomó las riendas del trabajo, se mostró muy activa, casi mandando ella, parecía la jefa. Se había convertido en una auditora de nivel y Javier también se dejó llevar, estaba extrañamente callado, tranquilo y relajado, permitiendo que Sara tomara el mando y pasando a un segundo plano que no le pegaba nada.
Por suerte terminó esa primera jornada y cogimos otro taxi hasta el hotel. Allí nos asignaron tres habitaciones contiguas en la primera planta, 104, 106 y 108. Sara se cogió la del medio y un rato más tarde me tocó en la puerta.
―¿Bajamos a tomar algo antes de la cena?
―Eh, sí, claro, ya estoy listo…
Nos bebimos una caña en la cafetería del hotel y Sara me preguntó otra vez si me encontraba bien. Me dijo que había estado irreconocible durante todo el día y que se estaba empezando a preocupar de verdad. Yo me inventé que llevaba unos días muy cansado, con mucho estrés por lo del nuevo trabajo, pero que no se preocupara.
Sara en ningún momento imaginó que yo sabía lo que había pasado entre ella y Javier, y se creyó mi excusa sin dudar. No tardó en bajar nuestro jefe y enseguida entramos a cenar. Fue algo rápido y después subimos a las habitaciones a descansar.
Al día siguiente todavía nos quedaba otra dura jornada de trabajo.
Nos despedimos los tres con un «buenas noches» en el pasillo y cada uno se fue a su habitación. Me puse la camiseta blanca de dormir, me lavé los dientes y antes de meterme en la cama sentí que alguien llamaba a mi puerta con mucha suavidad.
Abrí y me encontré con Sara, que todavía no se había cambiado de ropa. Llevaba un pantalón verde jogger, de esos estrechos en el tobillo, zapatillas y camiseta de tirantes negra. Sin hacer ruido entró en mi habitación y me pidió que me sentara en la cama. Luego se me puso encima y rodeó mi cuello con sus brazos.
―Quería venir a ver si te animabas un poquito, no me gusta verte así. ―Y me dio un pico en los labios.
―No te preocupes, es que ya sabes que esto del trabajo nuevo me está afectando, es un cambio muy importante, son tantos años en la misma empresa…
―Mañana es tu último día con nosotros…
―Sí… Por cierto, hoy has estado increíble…, casi te podíamos haber dejado a ti sola…
―Ja, ja, ja, no te pases, pero muchas gracias…, he tenido muy buen maestro. ―Y volvió a darme otro beso restregándose contra mí.
―Estoy un poquito cansado, ¿te importa si lo dejamos para mañana?
―Mmmmm, ¿y eso?, es la primera vez que no quieres… ―comentó poniéndose de pie al instante―. Está bien…, hoy voy a ser buena, porque yo también estoy cansada, pero mañana me follas sí o sí…
―Claro…
―Y anímate, eh ―me pidió agachándose y dándome un morreo más intenso y luego bajando la mano para palpar mis huevos y acariciarme el paquete―, mmmmm, no sé, no sé, esto ya está muy duro…
―Sara, por favor…
―Vaaaale, me voy a portar bien…, mañana nos vemos prontito ―susurró como si no quisiera que nos escucharan, a pesar de que Javier estaba dos habitaciones más adelante.
Salió sin hacer casi ruido y me quedé en la misma posición sentado en la cama. Empalmado y confundido. Por suerte para mí, Sara no le puso mucho interés o, si hubiera forzado un poquito más, me habría follado sin ningún problema.
Era un pelele en sus manos y hacía de mí lo que quería.
Después pegué la oreja a la pared, quería asegurarme de que Sara iba a pasar la noche en su habitación. Sola. Ya no me fiaba de ella, como era lógico, aunque no la veía capaz de follarse a Javier delante de mis narices. Eso ya sería demasiado.
El primer día ya había pasado. Solo tendría que aguantar una última noche más a los dos.
Con esa convicción me eché a dormir. Sacaría el trabajo lo más dignamente posible y por la noche diría que me dolía la cabeza y me retiraría a dormir a la habitación, ese era mi plan, aunque Sara ya me había advertido que quería que me la follara.
Y por supuesto que mi plan no salió como había pensado. Ni parecido. Aunque en el trabajo mejoré algo mi aportación, tampoco era muy difícil hacerlo tan mal como el día anterior y a media tarde ya habíamos terminado la auditoría.
―Pues ahora sí ―me dijo Javier con una palmada en la espalda―, se acabó. Me alegro por ti y espero que te vaya muy bien. Te voy a echar mucho de menos y esto no se lo digo a casi nadie, eh…
―Muchas gracias, Javier, te lo agradezco.
―Y esta noche, os invito a cenar, tenemos que celebrarlo…
―No, de verdad, no me encuentro muy bien ―intenté excusarme.
―De eso nada, es nuestra última salida, tenemos que celebrarla como Dios manda ―insistió Javier poniendo una cara que me heló la sangre.
No sé qué intenciones tendría, pero nada buenas. Sara no se dio cuenta mientras recogía la documentación, aunque yo sí, y estaba claro que Javier maquinaba algo. Y se confirmó mi teoría en cuanto llegamos al hotel.
―Pablo, me gustaría tomar un vino contigo a solas antes de salir a cenar, si no te importa, claro ―dijo Javier excusándose con Sara.
―No, no, me parece bien ―titubeó ella―, tenéis que despediros…
―Sí, eso es… ―afirmó Javier―, pues entonces, en un ratito, nos vemos en la cafetería… ―me confirmó.
―Vale, me pego una ducha y me visto, en treinta minutos estoy listo…
Que Javier quisiera hablar conmigo en privado todavía me escamó más. No me gustaba cómo se iba desarrollando la noche, y Javier parecía el maestro de ceremonias. Estaba organizando algo y quería hacerme su cómplice.
Como si lo estuviera viendo.
Media hora más tarde nos encontramos en la cafetería. Los dos en vaqueros, camisa y americana sin corbata. Pedimos un vino y lo primero que hicimos fue brindar. Lo mismo me había equivocado y Javier solo quería despedirse en nuestra última auditoría juntos, pero cinco minutos después dejó la copa en la barra y se frotó las manos.
―Bueno, ya he reservado para cenar, y luego tenemos que salir de fiesta…, y no me valen excusas…
―Javier, no…, ya te dije…
―Venga, Pablito…, lo vamos a pasar de puta madre, y hoy, además, está la niñata…
―Pues por eso mismo, no me apetece estar de sujetavelas con vosotros, os dejo solos y así te la puedes follar tranquilamente…
―Joder, no seas muermo…, que es nuestra última noche… y bueno ―susurró inclinándose para acercarse a mí―, es una locura, pero después de lo que pasó la semana pasada en Bilbao, eh…, se me ha ocurrido una cosa…
―¡Uy!, creo que prefiero no saberla…
―Yo creo que sí, escúchame bien, tío…, ¿no te gustaría follarte a la niñata? ―me soltó Javier de repente.
―¡¿Cómo dices?! ―pregunté poniendo cara de extrañeza. Ahora sí que a Javier se le había ido la pinza del todo.
―Sí, follártela esta noche, ¿o es que no te pone?, pero si está buenísima…
―Sí, sí, claro que me gusta, pero no entiendo lo que quieres decir…
―Tranquilo, deja que te lo explique…, te acuerdas de que el otro día te conté lo que había pasado entre nosotros…
―Sí…
―Y le medio sugerí que quería que fuera mía, emputecerla…, hacer que follara con otros cuando yo se lo mandara…
―Nooooo, ya veo por donde vas… y no, Javier…, no cuentes conmigo para eso ―me negué con rotundidad.
―Venga, Pablito, sería una despedida apoteósica, no me digas que no, no la olvidaríamos en la vida…
―¡Que noooo, que ni de coña!
―No tendrías que hacer nada, solo esperar en tu habitación…, y yo te la mandaría cuando la tuviera bien cachonda, ja, ja, ja…, piénsalo, tío, podrías hacer con ella lo que quisieras…
¡Esto ya era el colmo! ¡¡Javier dándome permiso para follarme a mi propia novia!! Pero aquel plan me voló la cabeza. Yo no estaba dispuesto a prestarme a ese juego, era humillante para mí y todavía no sabía cómo iba hacer Javier para que mi chica aceptara esa propuesta.
No era muy realista que Sara pasara de mí por la noche, que lo hiciera delante de mis narices y encima me pusiera los cuernos con esa desfachatez. Si hacía eso, era imposible que no la descubriera y Sara no se iba a arriesgar a ese plan que hacía aguas por todas partes.
Aunque reconozco que en cuanto escuché a Javier tuve una erección bajo los pantalones y, pensándolo fríamente, me picó la curiosidad por ver qué coño tenía pensado hacer y el comportamiento de Sara.
―¿Y tú crees que ella va a aceptar? ―le pregunté con un ligero temblor de manos, y poniéndome muy nervioso.
―Por probar no perdemos nada, ¿no?, lo único que tienes que hacer es acompañarnos a tomar una copita después de cenar y luego nos dejas solos…, nada más, y esperar que todo vaya como yo pienso. El resto es cosa mía.
―Si tú lo dices, pero vamos, lo veo imposible…
―¿Es que no confías en mí?
―Sí, pero… es que me parece muy fuerte…
―Mira, antes de venir ya hablé con Sara…
―¡¡¿Quééééé?!!
―Sí, el martes, cuando nos quedamos a solas en la oficina a media mañana, una de las veces que fuiste al baño…
―¿Y qué le dijiste?
―Que estaba muy contento de que nos volviera a tocar una salida juntos… y que el jueves íbamos a salir a cenar los tres, que se pusiera bien guapa, y que luego… me la quería follar…
―¿Le soltaste eso en la oficina? ¿En serio?
―Y tan en serio…
―¿Y qué te dijo…?, porque no creo que le sentara nada bien…
―Pues se cortó bastante y me pidió por favor que no hiciera nada, que tenía novio y no quería que tú te enteraras de que ella y yo nos acostábamos…
―Lógico…
―Pero yo le quité hierro al asunto y le dije que no se preocupara por ti, que no te enterarías de nada, ja, ja, ja…, lo siento, eh, afirmé eso para que la niñata tragara…
―¿Y…?
―Me lo pidió por favor otra vez, que no podíamos vernos esta salida… Y antes de que tú llegaras le ordené que se vistiera como una putita, que se pusiera lo que le diera la gana, lo único obligatorio que tenía que llevar era esas botas negras altas por encima de las rodillas que me ponen cerdísimo, el resto lo dejaba a su elección…
―¡Joder!
―Así que ahora lo vamos a comprobar…
―¿Ahora…?
―Sí, claro, cuando baje…
―No te sigo…
―¡Madre mía, Pablito!, eres más pagafantas de lo que pensaba, es que para follarte a esta zorra se te va a tener que abrir de piernas y todavía le vas a preguntar que si quiere jugar al parchís, ja, ja, ja…
―Es que me he perdido…
―A ver, la niñata me dijo que no quería hacerlo, me lo pidió por favor, pero si ahora cuando baje lleva las botas negras es que… ¡está dispuesta a hacer lo que le he propuesto!
―Aaaaah…
―Así que… vamos a esperar…
Tenía que recapitular toda la información que Javier me había dado. Eran demasiados datos en tan poco tiempo y yo no estaba como para pensar.
Javier había planeado follarse a mi novia. Eso para empezar.
El día antes de viajar se lo había dicho en la oficina y Sara le había pedido por favor que no hiciera nada.
Su intención era emputecer a mi chica y luego ofrecérmela para que yo me la follara. ¡A mi propia novia!
Y le había dicho que tenía que ponerse sus botas negras altas. Era como una señal entre ellos.
Vamos, ni de coña Sara se iba a prestar a ese juego, era demasiado arriesgado, incluso para una zorra como ella, pero seguro que estaba empapada solo con pensar en ponerme los cuernos estando yo en el mismo hotel que ellos, aunque me había prometido que esa noche quería verme para acostarnos juntos.
Yo no es que tuviera muchas ganas, Sara todavía no lo sabía, pero lo nuestro se había terminado, mi idea era cortar con ella al día siguiente, pero el morbo pudo conmigo. Ya era simple curiosidad por ver de lo que era capaz Javier y hasta donde llegaba la sumisión de Sara hacia él.
Justo cuando terminamos la copa de vino apareció Sara. Se dirigió hacia nosotros, directa, decidida. Lucía una camisa blanca larga a modo de vestido, con un cinturón negro, debajo se había puesto una especie de culotte para que no se le viera la ropa interior, aunque era tan corto que parecía que no llevaba nada debajo de la camisa, y completaba el vestuario con… ¡sus botas negras altas!
¡¡No podía ser verdad!!
¿Qué pretendía Sara? ¿En serio se iba a follar a Javier delante de mis narices?
Javier sonrió cuando la vio. Luego se puso de pie y me dio una pequeña palmadita en la espalda.
―Bueno, bueno, bueno, cómo nos viene la niñata… Creo que esta noche vas a tener la despedida que te mereces, menuda suerte, Pablito, ja, ja, ja…, ¿ahora ya me crees o todavía no?