El fin de semana que pasaron en la Muñoza Pedro, Lourdes, Miguel y Ana, fue el comienzo del otoño. Había refrescado desde hacía unos días y desde que salieron de Madrid después de comer, las nubes cubrieron el cielo poco a poco y al llegar a la finca, amenazaban lluvia inminente. Pedro había llamado para que les encendieran las chimeneas de los dormitorios y el salón y cuando llegaron la casa ya estaba a buena temperatura. Varios empleados habían cortado abundante leña y la mujer del guardés les había preparado varios platos que estaban en la nevera, por lo que todo estaba preparado para que disfrutar del fin de semana sin preocupaciones.
A pesar del viento y de la amenaza de lluvia, decidieron salir a dar un paseo, pero sin llevar la ropa adecuada para lo que se le podía venir encima y con un par de simples paraguas plegables “por si acaso”. A los 15 minutos, empezó a chispear, pero decidieron seguir, bajando por la senda que va hacia el río. Cuando llegaron, empezó a llover con fuerza y el fuerte viento racheado hizo inútiles los paraguas. Estaban a una buena media hora de la casa. Y cuesta arriba. Volver corriendo era totalmente inviable y la lluvia no parecía que fuera pasajera, por lo que tras esperar un rato bajo una gran encina que no les protegía apenas, decidieron afrontar la realidad y empezar a andar, asumiendo que llegarían muy mojados.
Cuando abrieron el portón de entrada en la casa, los cuatro estaban literalmente chorreando y ateridos de frío, incluso tiritando. Pedro les sugirió ir al salón a quitarse la ropa mojada junto a la chimenea para entrar en calor y a la carrera entraron en aquella estancia ya cálida y se acercaron a la enorme chimenea que presidía la estancia.
Les costó mucho poder quitarse los pantalones vaqueros y los jerséis que estaban totalmente empapados.
“Tengo mojadas hasta las bragas” dijo Ana al quitarse el pantalón, tiritando y sentándose en el suelo para conseguir sacar sus piernas de las perneras.
“Yo también” contestó Lourdes que se había sentado en la mesa de centro del salón y tampoco conseguía sacar sus piernas de los pantalones. Pedro, ya solo con un boxer también mojado, echó dos grandes troncos de leña en la enorme chimenea, mientras las chicas se ayudaban entre sí para quitarse los jerséis. Cuando estaban todos en ropa interior, se arrimaron al fuego. Pero también la ropa interior estaba empapada así que decidieron quitársela y abrazarse cada cual a su pareja para entrar en calor. Los chicas quedaron espalda con espalda en el centro, flanqueadas por los chicos, que podían ver de espaldas a la otra chica abrazándolas y acercándolas a sus cuerpos con sus manos a la altura de la cintura.
Pedro miró el culo de Ana, tan redondo y apetecible como siempre y con la piel de gallina por el frío. Miguel se fijó en el culo de Lourdes, mucho más escaso que el de Ana, pero igualmente redondo y muy bien proporcionado con un cuerpo más alto y más esbelto que el de su novia.
“Ya voy entrando en calor, pero tengo la espalda helada dijo Ana”
“Yo también” contestó Lourdes.
“Abrázame por detrás”
Se giró y se puso de frente a la chimenea, con Pedro detrás agarrándola por la cintura.
Ana la imitó.
Ambas tenían los pezones marcados y se sonrieron entre sí brevemente, mirándose una a otra con disimulo, algo que Miguel intentaba hacer con Lourdes también, tras fijarse fugazmente en que Lourdes era rubia natural ya que su vello púbico era del mismo tono que su melena.
En cuanto los dos grandes troncos que había puesto Pedro empezaron a arder, la temperatura de la sala subió rápidamente y al poco tuvieron que dar un paso hacia atrás para alejarse de la fuente de calor dada su intensidad.
Para Lourdes, el contacto de la piel de Pedro en su espalda, que ahora ya estaba caliente, empezaba a resultarle muy erótico. El apretaba el cuerpo contra ella y la abrazaba alrededor de la cintura, cruzando los brazos por delante, se frotaba suavemente contra su espalda. Por la estatura de ambos, el miembro de Pedro quedaba exactamente entra sus nalgas y colgaba entre la parte alta de sus muslos. Su roce le estaba produciendo una creciente excitación, incluso estando fláccido. Pedro inclinó su cabeza hacia la oreja derecha de Lourdes y susurró en su oído “¿entras en calor”. El aliento cálido en su cuello y el roce de sus labios en su oreja y cuello produjo en el cuerpo de Lourdes una reacción imparable. Notó su sexo mojarse, su piel, ya caliente, se volvió a poner como la de una gallina y sus pezones se endurecieron aún más. Definitivamente, la había puesto cachonda.
Ana miraba de refilón a Lourdes mientras Miguel la abrazaba de la misma forma que Pedro lo hacía con Lourdes. A cualquier otra mujer le habría impuesto de alguna forma de una mujer con un físico tan formidable como el de Lourdes totalmente desnuda a su lado. Tenía un cuerpo casi perfecto, de modelo que siempre sería el imán de las miradas de todos los machos presentes. Pero a Ana no le ocurría lo mismo. Sabía que iba a disfrutar de Pedro cuando quisiera, como quisiera y cuantas veces quisiera, incluso hoy, delante de su cuerpo de diosa vikinga. Es más, pensaba demostrarle a aquella mujer que por alta que fuera, por perfecto que fuera su culo y por guapa que sea su cara, le faltaba un par de buenas tetas para hacerle una cubana a su hombre. Su mano derecha buscó el espacio entre Miguel y ella y agarró la polla de Miguel con suavidad y destreza, empezando a masturbarlo. Miguel se dejó hacer, subiendo sus manos y empezando a acariciar los pechos de Ana mientras empezaban a besarse.
Lourdes se volvió a girar cara a cara con Pedro y buscó su boca con pasión. Mientras Pedro y ella jugaban con sus lenguas, ambos empezaron a acariciarse recíprocamente las nalgas.
Miguel se separó de Ana y besándola brevemente en los labios le dijo “vamos al sofá”. La llevó de la mano y al pasar junto a sus pantalones se agachó y sacó un preservativo. Se sentó en el sofá, con la polla ya bien dura y Ana se puso encima de él, con una rodilla en cada lado. Siguieron besándose mientras Miguel volvía a acariciar las tetas de ella y ella hacia resbalar su sexo mojado y contra el de Miguel lentamente.
Al verlos moverse, Pedro le susurró al oído a Lourdes “¿vamos nosotros también?”. Lourdes le agarró de la mano y se dirigieron también hacia el sofá. Fue la primera vez que Miguel pudo observarla bien de frente durante el corto trayecto de la chimenea al sofá. Alta, delgada, con una figura perfecta, pechos de modelo, algo pequeños para su gusto, pero que no caían nada en absoluto y estaban coronados con unas areolas muy pequeñas. Su vientre liso terminaba en un vello púbico tan rubio como su melena y muy poco abundante. Las marcas de sol del reciente verano dejaban claro que Lourdes rasuraba ese vello a una prudente distancia de lo que el bikini tapaba y que practicaba topless ocasionalmente, puesto que sus pechos estaban claramente más morenos que su pubis pero no tanto como sus hombros. Pedro se sentó en el sofá a medio metro de la otra pareja, cogiendo también un condón de su pantalón mojado del suelo. Su miembro lucía ya bien duro y apuntaba al techo. Lourdes se quedó un instante mirándolo antes de subirse encima de los muslos de Pedro.
Ambas parejas empezaron a besarse con pasión, ellas frotándose contra la polla dura de su pareja, ellos acariciando su pecho o lamiéndolo con avidez. El nivel de excitación aumentó rápidamente y al poco, Lourdes cogió el sobre del preservativo que Pedro había dejado en el sofá y le dijo “ponte esto”, separándose lo justo para que él pudiera hacerlo. Nada más colocárselo, se volvió a acercar a Pedro y con un largo suspiro quedó claro que él había entrado dentro de ella. Comenzó entonces un movimiento de caderas de la rubia muy lento y profundo. Resoplaba con delicadeza cada vez que todo el miembro de él estaba en su interior y no dejaba de mirarle fijamente a los ojos.
Llevaban ya un par de minutos de cabalgada cuando Ana se separó, agarró el condón que Miguel había dejado en el brazo del sofá y lo abrió. Luego, se levantó, separó las piernas de Miguel y se arrodilló entre las mismas agarrando su polla dura con una mano. La pajeó un instante mirándola con deseo y finalmente la engulló con decisión hasta que desapareció completamente dentro de su boca.
Lourdes se giró al ver movimiento y vio como la polla de Miguel desaparecía dentro de la boca de Ana. No era tan grande como la de Pedro, pero era notable como Ana era capaz de tragársela entera. Ella era incapaz de llegar a tanto, puesto que siempre le daban arcadas y apenas conseguía dar placer con su boca a Pedro manteniendo el glande y poco más en su boca.
La mamada de Ana a su chico era espectacular. Miguel se dejaba hacer con los ojos cerrados y Pedro y Lourdes miraban con excitación como Ana literalmente lo follaba con la boca. La cabalgada de Lourdes ganó en intensidad, botando ya con ritmo sobre los muslos de Pedro y al poco empezó a emitir un gemido breve, agudo y repetido: “hi, hi, hi, hi”
Ana al oírlo giró la cabeza encontrándose con la mirada de Lourdes. Ana le mantuvo la mirada mientras jugaba con su lengua a lo largo de toda la polla de Miguel. Finalmente le puso el condón en el glande y con un movimiento decidido de sus labios alrededor del mismo se lo colocó con la boca. Después, se subió sobre sus muslos y con la mano guió la polla de Miguel dentro de su vagina y empezó a cabalgarlo con decisión.
Lourdes, agarrada a los hombros de Pedro, iba acelerando el ritmo poco a poco “hi, hi, hi, hi” y al cabo de un minuto tuvo un orgasmo. Se quedó quieta y el “hi, hi, hi, pasó a un “hiiiiiiiiiiiiii” agudo y continuado que fue perdiendo volumen hasta desaparecer, para luego retomar la cabalgada y retomar el “hi, hi, hi” anterior.
Ana tuvo su primer orgasmo poco después, apretándose las tetas ellas sola y celebrándolo con un “siiiii, siiiii oooooh”. Miguel, al ver a su novia disfrutando tanto, no pudo aguantar más y con un fuerte gruñido, se vació en su interior. Ana siguió cabalgándole, con fuerza, pero desistió al notar que la polla de Miguel perdía dureza.
Mientras, Lourdes alcanzó un nuevo orgasmo, mucho más intenso que el anterior y acabó por dejarla temblorosa, abrazada a Pedro y soltando una secuencia de “hiiiis” larga y anárquica, tras la que se separó de Pedro y se acurrucó en el sofá jadeando. Era algo habitual para ella y a la segunda o tercera vez que se corría, las sensaciones eran de tal intensidad que tenía que parar, incapaz de sentir más placer en su cuerpo.
Ana se separó de Miguel, y sonriendo le dijo a Pedro “parece que solo quedamos tu y yo. No nos vamos a quedar a medias…¿verdad?” Se puso de rodillas en el sofá, al lado de Pedro y le hizo un gesto con la cabeza señalando a su espalda. Pedro sonrió, se separó y sin miramientos la penetró desde atrás con fuerza. Ana se sujetaba con los codos al sofá mientras Pedro la agarraba por las caderas y empezaba a embestir con fuerza. “plas, plas, plas, plas” sus ingles empezaron a golpear contra las nalgas de Ana rítmicamente a la vez que ella empezaba a jadear y a gemir. Ya llevaban un minuto cuando Lourdes se incorporó a mirar la escena. Ana con los ojos cerrados se concentraba en sus sensaciones, aguantando las fuertes embestidas de Pedro, con los pechos bailando al mismo ritmo. Pedro, sudoroso, la embestía sin piedad, agarrándola por las caderas todo el tiempo, aunque en ocasiones le daba un cachete con la mano abierta en las nalgas. Era evidente el placer que estaban sintiendo los dos y Lourdes no pudo evitar empezar a tocarse mientras miraba. Miguel hacía lo mismo, pero su polla no estaba dura para poder masturbarse en condiciones. No tardó mucho Ana en llegar a su primer orgasmo, que manifestó con gemidos fuertes y jadeo constante, pero Pedro no se apiadó de ella y siguió como una máquina al mismo ritmo, implacable. Y la constancia dio su fruto porque Ana volvió a correrse muy poco después, aunque esta vez se derrumbó sobre el sofá, haciendo que con el cambio de postura, la polla de Pedro se saliera de su interior.
Se quedó así, jadeando unos segundos, después se giró, sentándose en el sofá y juntándose las tetas le dijo “fóllame las tetas”, dejando caer saliva en el canalillo. Pedro se quitó el preservativo y poniendo sus piernas a ambos lados del cuerpo de Ana, enterró su miembro entre sus pechos y empezó a moverse hacia delante y hacia atrás. Lourdes miraba tocándose, con su “hi, hi, hi” característico mirando mientras Miguel seguía la acción con atención, acariciándose la polla morcillona. Estuvieron así varios minutos durante los cuales Ana miró sonriente a Lourdes a los ojos, hasta que Pedro acabó corriéndose, regando su pecho, su barbilla y sobre todo el espacio entre sus tetas, gruñendo de placer. Ana sonreía, mirando su pecho manchado de semen y comenzó a extenderlo por su pecho, a jugar con él sobre su piel, mirando a los ojos a Pedro primero y a Lourdes después.