A pesar del reencuentro con Pedro en La Muñoza, las sesiones de sexo entre Pedro, Ana y Miguel se volvieron a interrumpir. Tras haberlo compartido en la cama con Ana, Lourdes se volvió muy posesiva con Pedro, evitando los planes en grupo en los que participasen Ana y Miguel y proponiendo constantemente actividades que le alejaban de ese círculo de amigos. El efecto fue que el poco tiempo libre que le quedaba a Pedro para su activa vida sexual fuera de la pareja oficial, se quedaba en su esfera más cercana y la pelirroja hija de la portera de la casa de sus padres, fue la que más disfrutó de sus embestidas en aquel tiempo. Se citaban a través de pequeños mensajitos escritos en un papel que Pedro dejaba detrás de la esquina inferior derecha del ascensor, un imponente cacharro de primeros del siglo XX tallado a mano en madera que parecía más un mueble que un ascensor. Era grande, oscuro y crujía cuando se movía por el gran hueco de la escalera del edificio y la moldura del gran espejo que presidía su interior tenía un desperfecto casi invisible que dejaba un hueco en el que Pedro y su amante se dejaban los mensajes.
Sus encuentros solían ser por las noches y se desarrollaban en las buhardillas del edificio, donde cada vivienda contaba con un generoso espacio de almacenamiento. La mayoría estaban en uso y se cuidaban, pero había dos con la puerta sin cerrar y que tenían sofás y colchones viejos donde dar rienda suelta a su pasión. Casi nadie subía y menos a esas horas, así que se tomaban su tiempo para disfrutar. A Pedro le excitaba mucho aquel cuerpo lleno de curvas y la pasión con la que se entregaba su dueña, que parecía ser tan insaciable como él.
Ana echaba en faltaba la potencia sexual de Pedro y a Miguel el recuerdo del morbo de compartir a su novia con Pedro le inspiraba alguna que otra paja, pero no se plantearon buscar a nadie más para sus juegos sexuales. Su vida pasó por una época más rutinaria con sucesivos ciclos de estudio y exámenes y cuando se quisieron dar cuenta, tenían delante las vacaciones de verano sin haber hecho planes. Así que tras barajar varias alternativas, decidieron viajar por interrail por Europa y sin mucho tiempo para prepararlo, agarraron dos mochilas enormes y unos días más tarde estaban rumbo a París en un tren nocturno.
Con un presupuesto muy escaso, procurando ser espartanos y aprovechando los trenes nocturnos para gastar menos en los albergues juveniles, pudieron conocer Paris, Bruselas, Amsterdam, Berlín, Munich y Viena antes de que se acabasen los fondos y tuvieran que poner rumbo a Madrid.
Durmiendo en habitaciones compartidas y a duchándose en baños comunes, sus oportunidades de tener sexo se limitaban mucho, pero en ocasiones tuvieron habitaciones sin testigos, duchas sin usuarios y compartimentos de tren sin viajeros donde pudieron dar rienda suelta a su pasión, descubriendo de paso el morbo de hacerlo donde alguien pudiera verles. De hecho, les pillaron varias veces, sin que la cosa pasase de provocar una divertida cara de sorpresa en quien les pillaba y desaparecía tras pedir perdón (o no) y ellos dos, que siempre se reían unos segundos y lo retomaban con toda naturalidad al instante.
El tren de regreso a España partía de Lyon rumbo a Barcelona. Era uno de esos trenes de la época, con un pasillo a un lado y compartimentos al otro que se abren con una puerta corredera. Lo habían alcanzado en el último instante y el tren ya estaba moviéndose cuando seguían buscando su compartimento. Ana recorría el pasillo deseando que en este trayecto estuviesen solos. Tenía ganas de poder follar a gusto tras varios días de albergues y trenes saturados. Su peor pesadilla ahora mismo era encontrar una familia sentada en el compartimento con la que compartir las muchas horas de trayecto que quedaban hasta Barcelona.
“Es aquí” dijo mientras abría la puerta.
Le pareció liberador que solamente hubiera una persona dentro.
“¿españoles?” preguntó el tipo con un inconfundible acento extranjero y una sonrisa del tamaño del teclado de un piano de cola.
“Si, claro”
“Hola, yo mi presento. Mi nombre es Andrew y vengo de los Estados Unidos”
Extendió su largo brazo y su enorme mano para saludar.
Miguel vió como la mano de Ana desaparecía dentro de la manaza de aquel negrazo.
“yo soy Ana y este es Miguel”
Andrew extendió su mano y Miguel la estrechó recibiendo un apretón tan potente como afectuoso mientras los blanquísimos dientes de Andrew destacaban en su enorme sonrisa.
“Yo mi alegro mucha de poder practicar mi español con ustedes. Soy estudiante de arquitectura en mi país y estoy viajando por Europa, aprendiendo sus bonitos edificios. Ahora estoy muy excitado que voy a conocer la arquitectura de Gaudí en Barcelona”
“Ah si, muy bonito si… nosotros somos de Madrid”
“Oh si, ese es el final de mi viaje. Desde allí sale mi vuelo de vuelta a United States”
El tipo era realmente agradable, no paraba de sonreír nunca y en cuanto se sentaron les ofreció galletas y café que llevaba dentro de un termo. Ellos compartieron algunos dulces y unos sándwiches y al cabo de un rato, parecía que se conocían de toda la vida.
Les contó que estaba acabando sus estudios y que pronto comenzaría a trabajar en la empresa de su padre, un cotizado arquitecto que diseñaba rascacielos en la costa este. El plan no le apetecía demasiado, porque lo que él quería era diseñar viviendas individuales, estructuras relacionadas con el sitio donde se sitúan, su paisaje y su cultura y donde la gente fuera a vivir y a disfrutar. Los complejos de oficinas en vertical que pueden estar en esa ciudad o en cualquier otra, eran solo el primer paso que le permitiría alcanzar la independencia algún día para poder realizar su sueño.
Mientras pasaban por diferentes ciudades francesas rumbo al sur, Miguel y Ana también compartieron con Andrew como se conocieron al iniciar sus estudios y sus escasamente definidos planes para el futuro terminando con algunas anécdotas del viaje.
Anocheció y abrieron las literas para poder dormir. Miguel y Ana se acurrucaron en la más baja, un pelín más ancha que las otras, mientras Andrew se colocaba enfrente. La verdad es que los tres estaban bastante cansados, así que no tardaron demasiado en quedarse dormidos con el traqueteo del tren.
Fue Ana la que se despertó al notar que el tren se había parado en algún sitio. Abrió los ojos sin poder ver nada más que oscuridad por la ventana. Luego miró hacia Andrew y le vio dormido, boca arriba, respirando profundamente. Estaba tumbada de costado mirando hacia el americano, con Miguel tumbado detrás de ella. Llevaba un vestido de verano amplio sin hombreras y de repente, la respiración de Miguel en su hombro le resultó excitante. Echó una mano hacia atrás y buscó su polla a tientas.
Miguel despertó de repente al contacto de la mano de Ana sobre su miembro. Abrió los ojos y confirmó que no era un sueño. Ana le estaba sobando el paquete y hasta intentaba abrirle la bragueta. Miró hacia el americano, le vio dormido y se dejó hacer, notando como su miembro crecía sin parar ante las caricias de Ana. El empezó a subirle la falda desde atrás, despacio sin hacer ruido. Ella ayudaba intentando facilitarle la tarea.
Ya con la falda de ella a la altura de su culo y la polla de Miguel dura y fuera del pantalón, él buscó en su bolsillo, sacó un preservativo y se lo puso. Un instante después estaba penetrando lentamente a Ana, quien recibía su carne en su interior con un ligero suspiro, cerrando los ojos y mordiéndose el labio inferior.
Miguel empezó a moverse dentro de ella despacio, procurando no hacer ningún ruido pero la pasión les podía y pronto empezaron los movimientos rítmicos y constantes. Ana se bajó el vestido con el sujetador incluido, liberando sus tetas y guiando a Miguel para que se las apretujase con las manos. Se concentró en la sensación de placer mientras guiaba las manos de Miguel y empujaba hacia atrás buscando su miembro más dentro de su cuerpo.
“joder que rico, que ganas tenía” pensaba. Se dejaba ir, disfrutando de sus sensaciones, perdiendo la noción del tiempo. Al cabo de un rato, abrió los ojos para comprobar si el americano seguía dormido.
Se encontró el contraste de sus ojos blanquísimos abiertos mirando desde la oscuridad de su litera.
Ana se quedó quieta, sin saber cómo reaccionar. Observó sus ojos, luego la sonrisa y finalmente detectó que estaba masturbándose mientras los miraba. Y entonces lo vió. Aquella polla negra era la más grande que había visto en su vida. De hecho, le parecía increíble que una polla pudiera tener ese tamaño. Sin darse cuenta abrió la boca con la sorpresa incapaz de cambiar la mirada a otro punto.
Mientras, Miguel seguía empujando rítmicamente, aunque de repente detectó que algo había pasado en la respiración de Ana, que parecía haber iniciado una inesperada pausa. Abrió los ojos y entonces vio al americano mirándoles. Paró en seco.
Ana seguía quieta, sin apartar la vista del enorme miembro de Andrew, hasta que volvió a mirar su cara. El americano seguía sonriendo sin dejar de masturbarse lentamente y empezó a asentir con la cabeza hasta que casi en un susurro dijo “seguid”.
Sintió un relámpago de excitación por dentro. La excitación de aquel hombre se agregó a la suya y empezó ella a moverse contra su hombre. Miguel volvió a dejar a Ana la iniciativa una vez más. Si quería montar un espectáculo para el negro, él estaba ahí apoyándola…
El movimiento de caderas de Ana se hizo intenso, pero la postura le será poco propicia así que tras mantener la cópula durante un par de minutos decidió separarse. Se levantó, se quitó las bragas y dobló la litera de arriba, que estaba sin ocupar. Después miró a Andrew, que seguía tumbado en su litera y a Miguel, que se había sentado en la suya. Entonces se quitó el vestido y el sujetador que llevaba ya por la cintura y totalmente desnuda se apoyó en la litera de encima de la de Andrew con los codos ofreciendo su culo con las piernas separadas a Miguel enfrente, que se bajó los pantalones y la embistió desde atrás sin contemplaciones.
Desde su litera Andrew veía las preciosas y grandes tetas de Ana colgando y meneándose al ritmo de las embestidas masturbándose sin ningún recato
“That´s right man, fuck her, fuck her” animaba a Miguel.
Ana gemía suavemente, pero de forma constante y apenas tardó un minuto en tener su primer orgasmo y dos más en tener el siguiente. Al cabo de unos cinco minutos, Miguel se vació en su interior entre grandes gruñidos de placer.
Aún se quedó dentro de ella moviéndose. Ana sentía que unas manos le acariciaban las tetas con suavidad, sopesándolas, sobrándolas, pellizcando suavemente sus pezones y provocándole un placer inesperado. Entonces se dio cuenta de que las manos de Miguel seguían aferradas a sus caderas. Tenía que ser el americano….
Se separó un poco para mirarle y se encontró su eterna sonrisa.
“you are so beautiful …que guapa eres. Tu chico es muy afortunado”
Desvió su mirada a su enorme polla dura… le resultaba irresistible.
“¿quieres probar?
En ese momento Miguel se había salido de su interior. Sentía su vagina fría, húmeda y vacía y de alguna manera deseando sentirse rellena de esa barra de carne ardiente.
“¿tienes un condón? Los de Miguel no te valen”
“Por supuesto”
Se levantó, y de un bolsillo sacó un preservativo
Se lo puso y se sentó
“Si tu pones encima, es más fácil, creeme”
Ella puso una rodilla a cada lado de sus muslos y empezó a bajar, mientras él mantenía aquel enorme miembro vertical a la espera de entrar en su cuerpo.
El primer contacto le arrancó una sonrisa nerviosa y un gemido leve, estaba excitadísima.
Luego notó como el glande entraba lentamente en su interior, dilatando su vagina como nunca antes se había dilatado.
Notaba mucha tensión, un leve dolor y a la vez, una sensación nueva, única se sentía llena como nunca antes, y a la vez quería más.
Bajaba poco a poco, saliéndose un poco en ocasiones cuando la tensión le resultaba excesiva y seguía bajando después.
Su respiración alterándose poco a poco, cada vez más excitada y notándose cada vez más mojada
Miguel miraba sentado en la litera de enfrente, viendo aquella enorme polla entrar en el cuerpo de Ana. Había entrado más de la mitad de su longitud, pero era el grosor lo que a él le parecía increíble que entrase en el coño que se acababa de follar. Habían comentado alguna vez en broma si era real el mito de los hombres de color, pero jamás había pensado que la vería con uno.
Andrew la acariciaba la espalda y el culo, le besaba los pechos, le susurraba cosas que Miguel no podía oir, pero que claramente funcionaban porque veía a Ana ir avanzando y sobre todo veía como por el preservativo escurrían gotas de flujo que lubricaban la penetración y la hacían posible.
Le costó unos cuantos minutos, pero finalmente Ana sintió que había conseguido engullir todo aquel pedazo de carne ardiente en su interior. De alguna manera su cuerpo se había adaptado y dilatado lo suficiente para lograrlo y ahora empezaba a moverse con suavidad, experimentando con ese movimiento sensaciones desconocidas. Era como cuando la follaba Pedro, pero más a lo bestia. Se empezó a mover cada vez con más amplitud, al principio con bastante cuidado, con vaivenes de apenas un par de centímetros de aquel descomunal falo hasta que poco a poco cogió confianza y se acabó cabalgando a aquel tipo sin miramientos. Como era de esperar, el primer orgasmo no se hizo esperar y fue muy muy intenso, hasta el punto que Andrew vio los ojos de Ana en blanco y su cuerpo tener casi una pequeña convulsión durante el mismo. Ella se paró un instante, para retomar su cabalgata de nuevo enseguida.
El ciclo se repitió durante un tiempo imposible de determinar para todos con orgasmos cada vez más intensos y largos para Ana, hasta que perdieron la cuenta de los que llevaba. Al final se dejó caer encima de Andrew, agotada.
“no puedo parar, pero me vas a matar de gusto joder….”
Entonces Andrew la cogió con delicadeza y la sentó a su lado
“ya está tu no preocupes, esto es nuevo para ti, está bien así”
Ana se dejó sentar en el asiento, pero luego miró a Andrew y su tremenda erección
“No, no te puedo dejar a medias, anda ponte de pie”
Andrew obedeció y se puso de pie delante de ella
Entonces Ana se inclinó hacia delante y agarrando aquel enorme miembro empezó a chupársela con el preservativo puesto.
“joder que bien lo haces ufff”
Animada por las palabras de Andrew, aceleró el ritmo engullendo lo que podía de aquel enorme pollón que apenas era algo más allá del glande y pajeando con fuerza de cuando en cuando para descansar la mandíbula que le costaba abrir la boca con tanta intensidad.
Y tras apenas un par de minutos notó que la polla del negro empezaba a palpitar con fuerza, y empezó a pajear con más energía. Andrew apenas tardó un minuto más en empezar a eyacular dentro de su condón, gruñendo como un jabalí. Ana seguía moviendo su mano in parar fascinada con la cantidad de líquido blanco que llenó el preservativo durante los siguientes instantes hasta que finalmente Andrew se retiró para quitárselo.
Ana quería sentir esa inyección de semen dentro de su cuerpo.
Y no tardó en conseguirlo.