La cena del Idiota

Creo que Alba se está convirtiendo en la peor protagonista de una historia de relatos eróticos, al menos top 5.
No lo dudes. Pérfida y maléfica. Lava su conciencia en un hospital.
Espero que le llegue su San Martín
 

La mariposa​


Habían vuelto paseando por la orilla. Él, con un bañador que le había dejado Marcos; ella, monísima, como siempre, con un pareo alrededor de la cintura que realzaba una figura escultural. El resto de la tarde, después de comer, la pasaron en compañía de Marta disfrutando de la tranquilidad de su casa y la soledad de su jardín. Habían decidido reposar lo que quedaba de día junto a la piscina.

El buen clima, duró hasta que llegó Cristian. Dani no quería volver a hablar con él pero, para su desgracia, Marta lo llamó con la mano en alto para que se acercara y se sentara con ellos. Le recibió con una sonrisa radiante y dos sonoros besos. Lo acompañaba su deslumbrante Cristina, un paso por detrás de él, con las manos a la espalda poniendo cara de niña buena.

—Hay que felicitarlos —dijo Marta feliz—. Han formalizado su noviazgo.

Cristina levantó una mano y mostró una pulserita dorada. Sonreía con candidez. Se la había regalado él por sus primeros tres meses juntos. Ese mismo día lo habían hecho oficial.

«Menuda cosa —pensó Dani—, ni que fuera un anillo de diamantes y se fueran a casar».

Alba lo saludó con alegría comedida. No supo descifrar su mirada ni sus gestos. Estaba algo cortante, pero no la veía muy enfadada teniendo en cuenta que ayer mismo él y su amigo le habían puesto una polla en la boca. Sacudió la cabeza, debía dejar de emparanoiarse tanto.

Cristian se sentó entre las dos primas; su novia lo hizo junto a Dani, lo que agradeció porque de esa manera no tenía por qué hablar con él. No tardaron en entablar una conversación fluida entre los dos.

—Así que lleváis ya tres meses —le dijo Dani —. Eso es… un montón.

Cristina mantuvo la mirada durante unos segundos antes de mostrar una sonrisa triste de medio lado. Después bajó la vista a la pulserita y pasó un dedo por ella. Había captado su sarcasmo.

—Perdona —dijo, arrepentido. Cristian era un gilipollas, pero no por eso tenía que burlarse de ella.

—A mí también me parece que es una chorrada —dijo sorprendiéndolo—. Noventa días, ya ves tú. —Echó una miradita a su novio—. Y la verdad, no me gusta que me regalen cosas solo por estar con alguien durante determinado tiempo. Parece que es como un premio. O como si me estuvieran atando.

«O comprando», pensó Dani, maledicente.

—Una relación no se mide en días, ni se valora en oro —continuó Cristina—. Se hace en etapas: barreras que se van superando a través de la vida. Haciendo camino, juntos. ¿No crees?

—Y pone sus propios hitos sin necesidad de marcarlos en un calendario —remarcó él.

—Ni de exhibirlos.

Tuvo la impresión de que era una chica con la cabeza bien amueblada. Parecía la más madura de los dos. Y, como muchas otras al igual que ella, se había liado con un capullo. «Cabrón con suerte», pensó.

—Y dime, ¿en cuál de las etapas estáis vosotros? —preguntó él.

Volvió a mirar a su novio de la misma manera que él miraba a Alba antes de hacer el amor.

—Creo que todavía no hemos pasado de la primera.

—¿Y cuál es esa?

—Cuando te das cuenta de que tu amor tiene dueño, y lo ha encontrado sin tu permiso.

Cristian, en ese momento, estaba echando una miradita al escote de Alba disimuladamente. Le hubiera gustado decirle a Cristina que esa etapa no iba a durar los mismos capítulos para los dos, pero prefirió no hacer spoiler y dejar que lo descubriera por sí misma.

La tarde se fue acabando y Alba y Dani decidieron que debían irse a acostar. Había sido un día raro y ya tenía ganas de que acabara. Cuando se levantaron, Cristina lo saludó desde atrás.

—Hasta luego, Dani.

Se despedía con la mano levantada y una sonrisa. La muchacha era realmente simpática y muy agradable. En poco tiempo habían hecho muy buenas migas. Lástima que su novio no se pareciera en algo. Alba y él continuaron su camino hacia la casa.

—Te veo muy callado —tanteó Alba—. Estás un poco raro desde que hemos venido de la playa.

Habían subido al cuarto y se estaban desnudando para meterse en la cama.

—Igual es porque tus amigas me han dejado completamente en pelotas y os habéis reído de mí como un tonto.

—Ay, no digas eso. —Lo abrazó desde atrás y lo besó en el cuello—. Las chicas estaban de broma. Además, los otros también se han desnudado contigo.

—Eso ha sido peor —Resopló—. No me dijiste que Aníbal tenía ese pedazo de aparato.

—Ay, qué bobada. ¿Y qué más da?

—¿Que qué más da? Pues… todas allí mirándome… con él al lado. Me ha dado palo, joder. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué no me dijiste anoche que tenía ese pollón?

—¿Para qué? ¿Para hacerte más daño? Además, yo te prefiero así.

Dani no protestó. En el fondo ella tenía razón. Decírselo al volver de Arenas solo le hubiera hecho sentir peor. Alba lo abrazó con más fuerza y se apretó contra él.

—Me encanta cuando haces esos pucheros. Estás para comerte… la pollita.

—Eres muy boba, ¿lo sabes? —Se le había escapado media sonrisa—. Y todavía estoy enfadado por hacerme ir a la zona nudista.

—Anda ya. Con lo bien que te lo has pasado mirando tetas.

—¿Pero qué dices? Yo no he mirado nada.

—Pues a tu amiga bien que le has repasado sus tetas gordas.

—No es verdad. No le he mirado nada.

—Eso no es lo que me ha parecido cuando te he visto con ella. Y, por cierto, bien contenta que estaba con tu atención. Tenía los pezones como piedras de lo cachonda que la has puesto.

—Qué va, los tenía normal. No empieces a…

Se calló de golpe lamentando ser tan bocazas. Había caído como un tonto. Alba levantó una ceja y movió el mentón a un lado sojuzgándolo.

—Tú le has enseñado las tuyas a Aníbal —contraatacó él.

—Porque te lo merecías —contestó ella sin perder el tono desenfadado—. Que a veces te vuelves un poco capullo. Así aprenderás que las únicas tetas que tienes que mirar son las mías.

Le volteó, poniéndolo de cara frente a ella y se deshizo de la camiseta quedándose desnuda de cintura para arriba.

—¿Es que ya no te gustan?

Dani sintió que su polla saltaba como un resorte. Sin pensarlo, cogió una de ellas y se la llevó a la boca.

—Dime —insistía Alba—. ¿No te gustan más que las de Eva?

—Ya sabes que sí. —Intentó volver a chuparla pero ella le frenó.

—Dímelo.

—Me gustan más tus tetas que las de Eva, mucho más. —Quiso chuparla de nuevo, pero ella volvió a frenarle dejando su pezón huérfano. Tenía una mirada inquisitiva. Dani tardó en comprender. —Tus tetas son las únicas del mundo que me gustan.

Alba sonrió de oreja a oreja. Respuesta acertada. Ahora sí que lamió su pezón y se lo metió en la boca.

—Y no vas a volver a mirar ninguna más que las mías.

—mmm, pfssí —dijo sin dejar de chupar.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

La levantó del suelo y la tumbó sobre la cama sin dejar de chupar y mamar.

—Y tú me prometes que no le vas a enseñar las tuyas a nadie, y menos a Aníbal.

—Ya veremos —dijo con una sonrisa maliciosa y media carcajada.

Antes de que pudiera protestar, Alba atrapó su boca llenándola con su lengua. Después, cuando ella empezó a masajear su polla, se le olvidó lo que tenía que decir. En su lugar, metió la mano entre las piernas de ella y noto el calor que guardaba entre sus pliegues.

—Vaya, empieza a gustarme eso de la playa nudista.

—Mmm, Y eso que no has estado en Arenas. Te hubiese encantado. El sitio era de flipar. ¿Y sabes qué? Había mogollón de gente haciendo nudismo.

—Uff, entonces no sé si me gustaría. Paso de tirarme todo el día boca abajo en la toalla.

—Pero qué bobo eres —dio un gemidito al sentir dos dedos meterse en su coño—. Cuando llevas un rato desnudo te olvidas de que vas sin ropa… Ufff, qué gusto… —Dani jugaba con sus dedos—. Y los demás también. La sensación es de libertad… Ummmm.

Alba aceleró el masaje de su polla.

—Ya. Seguro que es muy chulo —dijo a duras penas.

—Pues sí, una pasada. ¿Quieres ver las fotos que he sacado? —La cara que puso él dejaba bien claro lo poco que le importaban en ese momento los pintorescos paisajes de la zona—. También salen las chicas.

Eso lo cambiaba todo. Levantó las cejas no sabiendo exactamente cómo aceptar sin que sonara demasiado pervertido.

—Ellas te han visto a ti desnudo —dijo Alba—, así que es justo que tú también las veas a ellas.

Sabía que no era un gesto altruista. Si se las enseñaba era solo como compensación por lo de esa tarde, pero no dijo nada y dio gracias por estar empalmado. No quedaría bien empezar a empinarse ahora que las había nombrado. Le iba a mostrar a sus amigas en pelotas. El morbo era doble. Se apartó para que ella se levantara de la cama y se hiciera con el móvil. Después se sentó con él en la cama y encendió la pantalla.

Las primeras imágenes eran panorámicas del lugar. Fotos desde lejos, impersonales y mal enfocadas. Casi enseguida comenzaron los selfies entre ellas y, como no, con el sempiterno Aníbal. Estaba mazado, con un cuerpo de nadador. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía marcas de moreno en la piel. Debía ser asiduo a esos sitios donde podía exhibirse en todo su esplendor.

Cuando llegaron las primeras fotos de desnudos sintió un calambrazo en la entrepierna. En una de ellas aparecía con Celia y Gloria abrazadas por la cintura frente a la cámara. Lo primero que resaltaba de aquella imagen eran sus tetas excelsas.

Casi inmediatamente los ojos se le fueron directos a sus coños. El de Celia rubio, cortito, muy arreglado, dejaba entrever los labios muy sutilmente. El de Gloria era parecido. Más oscuro y ancho quizás. Pero el que hacía perder la respiración era el de Alba.

Verla entre las dos, completamente desnuda, era como observar una pantera entre dos gatas. Morena azabache, con una mirada de ojos esmeralda y cuerpo perfectamente torneado. Tenía los labios del coño oscuros, casi negros, bordeados de un fino pero espeso vello que le daba forma en toda su longitud. No demasiado ancho ni demasiado largo. El contraste era mayor al estar encerrado en un triángulo de piel blanca.

A su lado, sus dos amigas parecían las consortes de la leona reina.

—¿Quién sacó la foto?

—No sé. Cristian, creo. No recuerdo.

«Puto niñato. Seguro que estará imaginando a Alba cuando folle con su novia», pensó. Pasó más fotos con el dedo sin dar tiempo a Dani a deleitarse. Le pareció curioso que no hubiera ninguna de Eva, como si las hubiera borrado. Llegó a una foto que le llamó la atención.

—Ey, Martina no está desnuda.

Alba no hizo caso del comentario y pasó a la siguiente deslizando el dedo con más fuerza de lo normal.

—¿Por qué no está desnuda? Joder, solo hace toples.

—¿Tanto te interesa ver a mi prima? —El rictus serio, de advertencia.

—No es lo que piensas —dijo en el mismo tono enfadado—. Es que ella lleva ropa, Alba. En una nudista.

Lo miró sin comprender.

—Habías dicho que era obligatorio ir sin nada. Que te viste acorralada para desnudarte por completo. Pues resulta que tu prima va tapada.

Se quedó callada, buscando una explicación plausible mientras él esperaba con el ceño fruncido.

—No es lo que piensas. El desnudo sí es obligatorio, y todas tuvimos que quedarnos sin nada. Hasta tu amiga la mojigata. Lo que pasa… —se llevó dos dedos a la frente y se masajeó la sien. Estaba buscando una excusa improvisada y Dani se dio cuenta.

—Alba, que nos conocemos. Estaba vestida en una nudista, y tú no. Me has dicho…

—Vale, joe, tienes razón, pero no es lo que piensas. —Soltó el aire haciendo que se moviera su flequillo—. Mira, te voy a contar una cosa, pero no se lo puedes contar a nadie —amenazó—. Pero a nadie, ¿eh?

«Ya empezamos —pensó—. A ver qué milonga me cuenta ahora».

Alba se acercó y habló en voz baja como si alguien en aquella habitación pudiera oírla además de él.

—El tema es… que Marcos y Martina tienen una especie de juego entre ellos. Un rollo con una mariposa. —Dani levantó una ceja—. Sí, es… o sea, en privado él siempre le dice que ella es su mariposa. Que si es dulce, que si es como la primavera… —Dani iba a amagar una arcada como siguiera diciendo cosas como esa—. El caso es que ella, hace una semana, para darle una sorpresa…

Se quedó callada, dudando seguir contando o quizá para darle más intriga al asunto.

—A ver, que se ha tatuado una mariposa en el pubis. Así, como lo oyes. Y es supergrande. Le ocupa casi toda la zona del bikini. —Se llevó la mano a la frente y se la frotó de parte a parte—. Es que lo flipo.

Dani frunció el ceño.

—Te lo digo en serio. Y claro, le da mucho palo que la vean. Encima se ha depilado entera para poder tatuarse. Ya ves tú qué corte si la ven todos de esa guisa.

Su ceño seguía arrugado. Parecía como si no se tragara del todo la historia que le contaba su novia. En realidad estaba utilizando todas sus neuronas, imaginando al tatuador a menos de un palmo de su coño depilado. Oliendo a hembra durante horas de sesión, sufriendo porque el dibujo no saliera más torcido de la cuenta por culpa del calentón.

¿Estaría Marcos delante mientras otro hombre disfrutaba de un plano corto del coño de su novia? ¿Mientras la marcaba para él? ¿Aprendiendo de memoria aquellos labios con los que, a buen seguro, se iba a hacer mil pajas?

—Que sí, que sí. No te engaño. Tampoco yo me lo podía creer hasta que se abrió un poco el bikini y me lo enseñó. —Sonreía divertida—. Cuando terminamos lo de los barros y llegamos a la playa con el resto, y nos dijeron para quitarnos todo, se quería morir. Pobrecita. —Se tapaba la boca intentando no reírse demasiado—. Así que nos inventamos una excusa. Entre las dos convencimos al resto de que tenía una movida en la piel de esa zona, una especie de alergia, y que no le podía dar el sol.

Dani se preguntó por qué no utilizó alguna otra excusa también para sí misma. Si a él ya le volvía loco su coño negro, a ojos de los demás no sería menos obsceno y morboso.

—No le pega nada a Martina hacer eso. ¿No crees? —preguntó Alba.

—La verdad, no lo hubiera pensado de ella ni en un millón de años.

Sin embargo no podía parar de recrearlo en su imaginación. La buena y dicharachera Martina tatuándose el coño. Una colorida mariposita adornando su coñete. Se imaginó a Marcos metiendo su polla bajo sus alas.

—Es un secreto, ¿vale? Solo lo sabemos tú y yo; aparte de Marcos y Martina, claro.

Él hizo como si se cerrara la cremallera de los labios y tirara la llave. Alba lo besó con la punta de los labios y pegó su frente a la de él.

—La gente está muy loca, ¿no crees?

—Ya te digo.

—Menos mal que tú y yo no hacemos esas cosas.

—Sí, menos mal.

—Porque… a ti no te gustaría que lo hiciera, ¿no? Que me depilara entera y me tatuara el pubis.

—Uff, no, qué horror. Me pone menos cero. Y encima depilada. Si lo haces, te dejo.

Alba sonrió. Su novio había contestado con cruel sinceridad, pero había acertado en su respuesta. De otro modo hubiera sospechado que fantaseaba con su prima.

—Pobre Martina. Con el corte que ya daba tener que quitarnos lo de arriba…

Dani solo pensaba en cómo sería esa mariposa mientras la mano de Alba se colaba dentro de su pantalón de pijama retomando lo que habían dejado antes. Él hizo lo propio con ella y notó que ella emanaba más calor de lo normal.

—¿Te cuento otro secreto? —dijo Alba con voz melosa—. Lo de estar desnuda en la playa hace que me ponga un poco cachonda.

«Cachonda y rodeada de buitres. Joder», pensó.

—¿Por eso hemos ido hoy a la zona nudista?

—No —susurró—, eso ha sido porque a veces eres un poco capullo.

—Humm —puso cara de duda— ¿Y no sería porque querías volver a ver las pililas de los chicos?

—Qué tonto eres. —Se dieron un pico.

—No has dicho que no —susurró al oído antes de atrapar su lóbulo con los labios y succionarlo.

—No, no lo he dicho. —Guiñó un ojo, juguetona. Si Dani buscaba guerra, había elegido mal adversario.

Terminaron tumbados sobre la cama, desnudos. Uno dentro de la otra. Alba clavando sus dedos en el culo de Dani y él arremetiendo contra ella con furia.

—¿Y dices que había mucha gente en la playa nudista?

—Un montón —contestó ella entre gemido y gemido.

—¿Y… había alguno al que mereciera la pena ver?

—Qué bobo eres. —Había dado tres ondas respiraciones antes de contestar.

—Seguro que a los demás les pone a cien verte desnuda.

—No lo creas. Estábamos entre amigos.

—A mí me pondría.

Alba abrió los ojos y los clavó en él como si no le creyera.

—Pues sí, me pondría verte —insistió—. Joder, debo ser el único novio del mundo que se hace pajas con su chica. Habrás sido el centro de atención de toda la playa.

Aumentó la cadencia y golpeó con su cadera a mayor velocidad y con más fuerza, algo que a ella le volvía loca. Sus tetas se bamboleaban arriba y abajo obligándola a morderse los labios para no gemir en alto.

—Tu amiga sí que era el centro de atención —dijo al cabo de un poco—. Tan blanquita, tan rubita y tan mona. —Continuó respirando a bocanadas concentrada en recibir los envites de su novio—. Además de los pezones, también tiene rosas los labios del coño. —Alba seguía al borde del orgasmo sin ser muy dueña de lo que decía—. Seguro que esa zorra tiene rosita hasta el agujero de su culo, joder.

Dani no podía evitar recrear con todo lujo de detalles cada una de las partes que acababa de describir. Sacudió la cabeza intentando deshacerse de esos pensamientos tan sucios que estaba teniendo de su buena amiga.

—Qué va. Seguro que era a ti a quien más miraban. A tus tetas —añadió—. Y a las de Martina, que menudos melones que gasta la cabrona de tu prima.

—¿Martina? —Había abierto los ojos y ralentizando su respiración.

—Sí, ¿no? —tentó—. A ver, es muy guapa. Y hay que reconocer que tiene un busto bonito.

Alba mantenía una mirada que no parecía muy halagüeña. Dani se dio cuenta de que había metido la pata y ahora ella lo miraba sin verlo. Sin saber si entrecerraba los ojos por el placer o por el desconcierto.

—Pero no pasa nada, ¿no? Solo reconozco lo evidente. A ver, que ya sé que es tu prima, pero… si tiene buenas tetas pues, hay que reconocerlo.

Alba cerró los ojos y giró la cabeza. Solo sus jadeos revelaban que seguía con él.

—También hay chicos que están muy bien y seguro que más de una de vosotras se ha deleitado mirando.

Ella soltó las manos de su trasero y las dejó caer un poco hacia los lados.

—Pero es algo normal —insistía—. También se puede disfrutar de esas cosas. Y no pasa nada. Yo no me enfadaría.

Su novia parecía seguir ausente. Concentrada en sí misma y sus pensamientos. Sin responder a sus comentarios ni reaccionar a ellos. Dani seguía golpeando con fuerza temeroso de que se estropeara el momento.

—Hoy, en la playa, he visto muchos chicos que no estaban nada mal. De los que te gustan a ti, bien armados, ya sabes.

No cesaba de embestir a la desesperada, intentando arreglarlo. —Como por ejemplo Aníbal. Menudo animal. Está cuadrado el tío. No me extrañaría que todas las tías de la playa lo hayan estado repasando sin parar. Y menuda polla tiene.

Alba se mordió los labios.

—Me da que el tío debe ser una máquina en la cama. Tiene pinta de saber cómo moverse en ese terreno.

—Y está buenísimo el cabrón —dijo al fin antes de soltar un largo gemido y volver a apretar el culo de Dani contra ella.

Él se quedó momentáneamente cortado. Lo reconocía. Había reconocido que le ponía Aníbal.

—Dame, joder. Dame con fuerza —le apremió tirando de él—. Así, así, fóllame. Más, más. Quiero más. Quiero polla. QUIERO TODA TU POLLA.

Y entonces le empujó, volteándolo y colocándose encima de él como una amazona. Comenzó a cabalgarlo moviendo la cadera como una loca, galopando hacia el orgasmo.

Dani ya llevaba rato al borde del suyo, haciendo esfuerzos por no acabar, como siempre, antes de tiempo. Ahora, además, tuvo que hacer esfuerzos para no salirse mientras ella lo galopaba tan fuerte como podía. Sus tetas subían y bajaban frente a su cara. Sus pezones, tan negros como sus anchas areolas, ocupaban toda su visión y, de nuevo, sobrevino la imagen de ella desnuda frente a todos, y de todos frente a ella, mirándola. Una imagen que lo turbaba y le excitaba.

No lo podía negar, imaginarla expuesta delante de extraños que se la comían con los ojos, le encendía

Apretó las mandíbulas y sacudió su cabeza intentando retrasarlo todo lo posible. Faltaba poco para que Alba comenzara a “explotar”.


— · —​


Al final, no hubo sorpresas y se corrió dejándola a las puertas del orgasmo. Y eso que intentó disimularlo continuando el mete y saca con la polla flácida. Terminaron quedándose quietos, la una sobre el otro, con la habitual disculpa y los eternos lamentos.

—No pasa nada —repetía ella.

—Te lo hago con la boca, como te gusta —imploraba él.

—He dicho que no pasa nada, está todo bien. Tranquilo, vamos a dormir.

Lo besó en la punta de los labios y se giró hacia su lado dispuesta a dormirse. Dani sentía el corazón encogido. La abrazó desde atrás haciendo la cucharita que ella acogió receptiva. Tardó mucho en dormirse, perdido en la cuenta de cuántas noches como ésta llevaban ya.

Fin capítulo XXIII
 
Yo creo que Alba le tiene que estar poniendo unos pedazos de cuernos increíble a Dani que es el hazme reir del grupito pijo.
 
Yo creo que Alba le tiene que estar poniendo unos pedazos de cuernos increíble a Dani que es el hazme reir del grupito pijo.
Nooo... Santa Alba buena y martir... patrona de la fidelidad....
 

La mariposa​


Habían vuelto paseando por la orilla. Él, con un bañador que le había dejado Marcos; ella, monísima, como siempre, con un pareo alrededor de la cintura que realzaba una figura escultural. El resto de la tarde, después de comer, la pasaron en compañía de Marta disfrutando de la tranquilidad de su casa y la soledad de su jardín. Habían decidido reposar lo que quedaba de día junto a la piscina.

El buen clima, duró hasta que llegó Cristian. Dani no quería volver a hablar con él pero, para su desgracia, Marta lo llamó con la mano en alto para que se acercara y se sentara con ellos. Le recibió con una sonrisa radiante y dos sonoros besos. Lo acompañaba su deslumbrante Cristina, un paso por detrás de él, con las manos a la espalda poniendo cara de niña buena.

—Hay que felicitarlos —dijo Marta feliz—. Han formalizado su noviazgo.

Cristina levantó una mano y mostró una pulserita dorada. Sonreía con candidez. Se la había regalado él por sus primeros tres meses juntos. Ese mismo día lo habían hecho oficial.

«Menuda cosa —pensó Dani—, ni que fuera un anillo de diamantes y se fueran a casar».

Alba lo saludó con alegría comedida. No supo descifrar su mirada ni sus gestos. Estaba algo cortante, pero no la veía muy enfadada teniendo en cuenta que ayer mismo él y su amigo le habían puesto una polla en la boca. Sacudió la cabeza, debía dejar de emparanoiarse tanto.

Cristian se sentó entre las dos primas; su novia lo hizo junto a Dani, lo que agradeció porque de esa manera no tenía por qué hablar con él. No tardaron en entablar una conversación fluida entre los dos.

—Así que lleváis ya tres meses —le dijo Dani —. Eso es… un montón.

Cristina mantuvo la mirada durante unos segundos antes de mostrar una sonrisa triste de medio lado. Después bajó la vista a la pulserita y pasó un dedo por ella. Había captado su sarcasmo.

—Perdona —dijo, arrepentido. Cristian era un gilipollas, pero no por eso tenía que burlarse de ella.

—A mí también me parece que es una chorrada —dijo sorprendiéndolo—. Noventa días, ya ves tú. —Echó una miradita a su novio—. Y la verdad, no me gusta que me regalen cosas solo por estar con alguien durante determinado tiempo. Parece que es como un premio. O como si me estuvieran atando.

«O comprando», pensó Dani, maledicente.

—Una relación no se mide en días, ni se valora en oro —continuó Cristina—. Se hace en etapas: barreras que se van superando a través de la vida. Haciendo camino, juntos. ¿No crees?

—Y pone sus propios hitos sin necesidad de marcarlos en un calendario —remarcó él.

—Ni de exhibirlos.

Tuvo la impresión de que era una chica con la cabeza bien amueblada. Parecía la más madura de los dos. Y, como muchas otras al igual que ella, se había liado con un capullo. «Cabrón con suerte», pensó.

—Y dime, ¿en cuál de las etapas estáis vosotros? —preguntó él.

Volvió a mirar a su novio de la misma manera que él miraba a Alba antes de hacer el amor.

—Creo que todavía no hemos pasado de la primera.

—¿Y cuál es esa?

—Cuando te das cuenta de que tu amor tiene dueño, y lo ha encontrado sin tu permiso.

Cristian, en ese momento, estaba echando una miradita al escote de Alba disimuladamente. Le hubiera gustado decirle a Cristina que esa etapa no iba a durar los mismos capítulos para los dos, pero prefirió no hacer spoiler y dejar que lo descubriera por sí misma.

La tarde se fue acabando y Alba y Dani decidieron que debían irse a acostar. Había sido un día raro y ya tenía ganas de que acabara. Cuando se levantaron, Cristina lo saludó desde atrás.

—Hasta luego, Dani.

Se despedía con la mano levantada y una sonrisa. La muchacha era realmente simpática y muy agradable. En poco tiempo habían hecho muy buenas migas. Lástima que su novio no se pareciera en algo. Alba y él continuaron su camino hacia la casa.

—Te veo muy callado —tanteó Alba—. Estás un poco raro desde que hemos venido de la playa.

Habían subido al cuarto y se estaban desnudando para meterse en la cama.

—Igual es porque tus amigas me han dejado completamente en pelotas y os habéis reído de mí como un tonto.

—Ay, no digas eso. —Lo abrazó desde atrás y lo besó en el cuello—. Las chicas estaban de broma. Además, los otros también se han desnudado contigo.

—Eso ha sido peor —Resopló—. No me dijiste que Aníbal tenía ese pedazo de aparato.

—Ay, qué bobada. ¿Y qué más da?

—¿Que qué más da? Pues… todas allí mirándome… con él al lado. Me ha dado palo, joder. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué no me dijiste anoche que tenía ese pollón?

—¿Para qué? ¿Para hacerte más daño? Además, yo te prefiero así.

Dani no protestó. En el fondo ella tenía razón. Decírselo al volver de Arenas solo le hubiera hecho sentir peor. Alba lo abrazó con más fuerza y se apretó contra él.

—Me encanta cuando haces esos pucheros. Estás para comerte… la pollita.

—Eres muy boba, ¿lo sabes? —Se le había escapado media sonrisa—. Y todavía estoy enfadado por hacerme ir a la zona nudista.

—Anda ya. Con lo bien que te lo has pasado mirando tetas.

—¿Pero qué dices? Yo no he mirado nada.

—Pues a tu amiga bien que le has repasado sus tetas gordas.

—No es verdad. No le he mirado nada.

—Eso no es lo que me ha parecido cuando te he visto con ella. Y, por cierto, bien contenta que estaba con tu atención. Tenía los pezones como piedras de lo cachonda que la has puesto.

—Qué va, los tenía normal. No empieces a…

Se calló de golpe lamentando ser tan bocazas. Había caído como un tonto. Alba levantó una ceja y movió el mentón a un lado sojuzgándolo.

—Tú le has enseñado las tuyas a Aníbal —contraatacó él.

—Porque te lo merecías —contestó ella sin perder el tono desenfadado—. Que a veces te vuelves un poco capullo. Así aprenderás que las únicas tetas que tienes que mirar son las mías.

Le volteó, poniéndolo de cara frente a ella y se deshizo de la camiseta quedándose desnuda de cintura para arriba.

—¿Es que ya no te gustan?

Dani sintió que su polla saltaba como un resorte. Sin pensarlo, cogió una de ellas y se la llevó a la boca.

—Dime —insistía Alba—. ¿No te gustan más que las de Eva?

—Ya sabes que sí. —Intentó volver a chuparla pero ella le frenó.

—Dímelo.

—Me gustan más tus tetas que las de Eva, mucho más. —Quiso chuparla de nuevo, pero ella volvió a frenarle dejando su pezón huérfano. Tenía una mirada inquisitiva. Dani tardó en comprender. —Tus tetas son las únicas del mundo que me gustan.

Alba sonrió de oreja a oreja. Respuesta acertada. Ahora sí que lamió su pezón y se lo metió en la boca.

—Y no vas a volver a mirar ninguna más que las mías.

—mmm, pfssí —dijo sin dejar de chupar.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

La levantó del suelo y la tumbó sobre la cama sin dejar de chupar y mamar.

—Y tú me prometes que no le vas a enseñar las tuyas a nadie, y menos a Aníbal.

—Ya veremos —dijo con una sonrisa maliciosa y media carcajada.

Antes de que pudiera protestar, Alba atrapó su boca llenándola con su lengua. Después, cuando ella empezó a masajear su polla, se le olvidó lo que tenía que decir. En su lugar, metió la mano entre las piernas de ella y noto el calor que guardaba entre sus pliegues.

—Vaya, empieza a gustarme eso de la playa nudista.

—Mmm, Y eso que no has estado en Arenas. Te hubiese encantado. El sitio era de flipar. ¿Y sabes qué? Había mogollón de gente haciendo nudismo.

—Uff, entonces no sé si me gustaría. Paso de tirarme todo el día boca abajo en la toalla.

—Pero qué bobo eres —dio un gemidito al sentir dos dedos meterse en su coño—. Cuando llevas un rato desnudo te olvidas de que vas sin ropa… Ufff, qué gusto… —Dani jugaba con sus dedos—. Y los demás también. La sensación es de libertad… Ummmm.

Alba aceleró el masaje de su polla.

—Ya. Seguro que es muy chulo —dijo a duras penas.

—Pues sí, una pasada. ¿Quieres ver las fotos que he sacado? —La cara que puso él dejaba bien claro lo poco que le importaban en ese momento los pintorescos paisajes de la zona—. También salen las chicas.

Eso lo cambiaba todo. Levantó las cejas no sabiendo exactamente cómo aceptar sin que sonara demasiado pervertido.

—Ellas te han visto a ti desnudo —dijo Alba—, así que es justo que tú también las veas a ellas.

Sabía que no era un gesto altruista. Si se las enseñaba era solo como compensación por lo de esa tarde, pero no dijo nada y dio gracias por estar empalmado. No quedaría bien empezar a empinarse ahora que las había nombrado. Le iba a mostrar a sus amigas en pelotas. El morbo era doble. Se apartó para que ella se levantara de la cama y se hiciera con el móvil. Después se sentó con él en la cama y encendió la pantalla.

Las primeras imágenes eran panorámicas del lugar. Fotos desde lejos, impersonales y mal enfocadas. Casi enseguida comenzaron los selfies entre ellas y, como no, con el sempiterno Aníbal. Estaba mazado, con un cuerpo de nadador. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía marcas de moreno en la piel. Debía ser asiduo a esos sitios donde podía exhibirse en todo su esplendor.

Cuando llegaron las primeras fotos de desnudos sintió un calambrazo en la entrepierna. En una de ellas aparecía con Celia y Gloria abrazadas por la cintura frente a la cámara. Lo primero que resaltaba de aquella imagen eran sus tetas excelsas.

Casi inmediatamente los ojos se le fueron directos a sus coños. El de Celia rubio, cortito, muy arreglado, dejaba entrever los labios muy sutilmente. El de Gloria era parecido. Más oscuro y ancho quizás. Pero el que hacía perder la respiración era el de Alba.

Verla entre las dos, completamente desnuda, era como observar una pantera entre dos gatas. Morena azabache, con una mirada de ojos esmeralda y cuerpo perfectamente torneado. Tenía los labios del coño oscuros, casi negros, bordeados de un fino pero espeso vello que le daba forma en toda su longitud. No demasiado ancho ni demasiado largo. El contraste era mayor al estar encerrado en un triángulo de piel blanca.

A su lado, sus dos amigas parecían las consortes de la leona reina.

—¿Quién sacó la foto?

—No sé. Cristian, creo. No recuerdo.

«Puto niñato. Seguro que estará imaginando a Alba cuando folle con su novia», pensó. Pasó más fotos con el dedo sin dar tiempo a Dani a deleitarse. Le pareció curioso que no hubiera ninguna de Eva, como si las hubiera borrado. Llegó a una foto que le llamó la atención.

—Ey, Martina no está desnuda.

Alba no hizo caso del comentario y pasó a la siguiente deslizando el dedo con más fuerza de lo normal.

—¿Por qué no está desnuda? Joder, solo hace toples.

—¿Tanto te interesa ver a mi prima? —El rictus serio, de advertencia.

—No es lo que piensas —dijo en el mismo tono enfadado—. Es que ella lleva ropa, Alba. En una nudista.

Lo miró sin comprender.

—Habías dicho que era obligatorio ir sin nada. Que te viste acorralada para desnudarte por completo. Pues resulta que tu prima va tapada.

Se quedó callada, buscando una explicación plausible mientras él esperaba con el ceño fruncido.

—No es lo que piensas. El desnudo sí es obligatorio, y todas tuvimos que quedarnos sin nada. Hasta tu amiga la mojigata. Lo que pasa… —se llevó dos dedos a la frente y se masajeó la sien. Estaba buscando una excusa improvisada y Dani se dio cuenta.

—Alba, que nos conocemos. Estaba vestida en una nudista, y tú no. Me has dicho…

—Vale, joe, tienes razón, pero no es lo que piensas. —Soltó el aire haciendo que se moviera su flequillo—. Mira, te voy a contar una cosa, pero no se lo puedes contar a nadie —amenazó—. Pero a nadie, ¿eh?

«Ya empezamos —pensó—. A ver qué milonga me cuenta ahora».

Alba se acercó y habló en voz baja como si alguien en aquella habitación pudiera oírla además de él.

—El tema es… que Marcos y Martina tienen una especie de juego entre ellos. Un rollo con una mariposa. —Dani levantó una ceja—. Sí, es… o sea, en privado él siempre le dice que ella es su mariposa. Que si es dulce, que si es como la primavera… —Dani iba a amagar una arcada como siguiera diciendo cosas como esa—. El caso es que ella, hace una semana, para darle una sorpresa…

Se quedó callada, dudando seguir contando o quizá para darle más intriga al asunto.

—A ver, que se ha tatuado una mariposa en el pubis. Así, como lo oyes. Y es supergrande. Le ocupa casi toda la zona del bikini. —Se llevó la mano a la frente y se la frotó de parte a parte—. Es que lo flipo.

Dani frunció el ceño.

—Te lo digo en serio. Y claro, le da mucho palo que la vean. Encima se ha depilado entera para poder tatuarse. Ya ves tú qué corte si la ven todos de esa guisa.

Su ceño seguía arrugado. Parecía como si no se tragara del todo la historia que le contaba su novia. En realidad estaba utilizando todas sus neuronas, imaginando al tatuador a menos de un palmo de su coño depilado. Oliendo a hembra durante horas de sesión, sufriendo porque el dibujo no saliera más torcido de la cuenta por culpa del calentón.

¿Estaría Marcos delante mientras otro hombre disfrutaba de un plano corto del coño de su novia? ¿Mientras la marcaba para él? ¿Aprendiendo de memoria aquellos labios con los que, a buen seguro, se iba a hacer mil pajas?

—Que sí, que sí. No te engaño. Tampoco yo me lo podía creer hasta que se abrió un poco el bikini y me lo enseñó. —Sonreía divertida—. Cuando terminamos lo de los barros y llegamos a la playa con el resto, y nos dijeron para quitarnos todo, se quería morir. Pobrecita. —Se tapaba la boca intentando no reírse demasiado—. Así que nos inventamos una excusa. Entre las dos convencimos al resto de que tenía una movida en la piel de esa zona, una especie de alergia, y que no le podía dar el sol.

Dani se preguntó por qué no utilizó alguna otra excusa también para sí misma. Si a él ya le volvía loco su coño negro, a ojos de los demás no sería menos obsceno y morboso.

—No le pega nada a Martina hacer eso. ¿No crees? —preguntó Alba.

—La verdad, no lo hubiera pensado de ella ni en un millón de años.

Sin embargo no podía parar de recrearlo en su imaginación. La buena y dicharachera Martina tatuándose el coño. Una colorida mariposita adornando su coñete. Se imaginó a Marcos metiendo su polla bajo sus alas.

—Es un secreto, ¿vale? Solo lo sabemos tú y yo; aparte de Marcos y Martina, claro.

Él hizo como si se cerrara la cremallera de los labios y tirara la llave. Alba lo besó con la punta de los labios y pegó su frente a la de él.

—La gente está muy loca, ¿no crees?

—Ya te digo.

—Menos mal que tú y yo no hacemos esas cosas.

—Sí, menos mal.

—Porque… a ti no te gustaría que lo hiciera, ¿no? Que me depilara entera y me tatuara el pubis.

—Uff, no, qué horror. Me pone menos cero. Y encima depilada. Si lo haces, te dejo.

Alba sonrió. Su novio había contestado con cruel sinceridad, pero había acertado en su respuesta. De otro modo hubiera sospechado que fantaseaba con su prima.

—Pobre Martina. Con el corte que ya daba tener que quitarnos lo de arriba…

Dani solo pensaba en cómo sería esa mariposa mientras la mano de Alba se colaba dentro de su pantalón de pijama retomando lo que habían dejado antes. Él hizo lo propio con ella y notó que ella emanaba más calor de lo normal.

—¿Te cuento otro secreto? —dijo Alba con voz melosa—. Lo de estar desnuda en la playa hace que me ponga un poco cachonda.

«Cachonda y rodeada de buitres. Joder», pensó.

—¿Por eso hemos ido hoy a la zona nudista?

—No —susurró—, eso ha sido porque a veces eres un poco capullo.

—Humm —puso cara de duda— ¿Y no sería porque querías volver a ver las pililas de los chicos?

—Qué tonto eres. —Se dieron un pico.

—No has dicho que no —susurró al oído antes de atrapar su lóbulo con los labios y succionarlo.

—No, no lo he dicho. —Guiñó un ojo, juguetona. Si Dani buscaba guerra, había elegido mal adversario.

Terminaron tumbados sobre la cama, desnudos. Uno dentro de la otra. Alba clavando sus dedos en el culo de Dani y él arremetiendo contra ella con furia.

—¿Y dices que había mucha gente en la playa nudista?

—Un montón —contestó ella entre gemido y gemido.

—¿Y… había alguno al que mereciera la pena ver?

—Qué bobo eres. —Había dado tres ondas respiraciones antes de contestar.

—Seguro que a los demás les pone a cien verte desnuda.

—No lo creas. Estábamos entre amigos.

—A mí me pondría.

Alba abrió los ojos y los clavó en él como si no le creyera.

—Pues sí, me pondría verte —insistió—. Joder, debo ser el único novio del mundo que se hace pajas con su chica. Habrás sido el centro de atención de toda la playa.

Aumentó la cadencia y golpeó con su cadera a mayor velocidad y con más fuerza, algo que a ella le volvía loca. Sus tetas se bamboleaban arriba y abajo obligándola a morderse los labios para no gemir en alto.

—Tu amiga sí que era el centro de atención —dijo al cabo de un poco—. Tan blanquita, tan rubita y tan mona. —Continuó respirando a bocanadas concentrada en recibir los envites de su novio—. Además de los pezones, también tiene rosas los labios del coño. —Alba seguía al borde del orgasmo sin ser muy dueña de lo que decía—. Seguro que esa zorra tiene rosita hasta el agujero de su culo, joder.

Dani no podía evitar recrear con todo lujo de detalles cada una de las partes que acababa de describir. Sacudió la cabeza intentando deshacerse de esos pensamientos tan sucios que estaba teniendo de su buena amiga.

—Qué va. Seguro que era a ti a quien más miraban. A tus tetas —añadió—. Y a las de Martina, que menudos melones que gasta la cabrona de tu prima.

—¿Martina? —Había abierto los ojos y ralentizando su respiración.

—Sí, ¿no? —tentó—. A ver, es muy guapa. Y hay que reconocer que tiene un busto bonito.

Alba mantenía una mirada que no parecía muy halagüeña. Dani se dio cuenta de que había metido la pata y ahora ella lo miraba sin verlo. Sin saber si entrecerraba los ojos por el placer o por el desconcierto.

—Pero no pasa nada, ¿no? Solo reconozco lo evidente. A ver, que ya sé que es tu prima, pero… si tiene buenas tetas pues, hay que reconocerlo.

Alba cerró los ojos y giró la cabeza. Solo sus jadeos revelaban que seguía con él.

—También hay chicos que están muy bien y seguro que más de una de vosotras se ha deleitado mirando.

Ella soltó las manos de su trasero y las dejó caer un poco hacia los lados.

—Pero es algo normal —insistía—. También se puede disfrutar de esas cosas. Y no pasa nada. Yo no me enfadaría.

Su novia parecía seguir ausente. Concentrada en sí misma y sus pensamientos. Sin responder a sus comentarios ni reaccionar a ellos. Dani seguía golpeando con fuerza temeroso de que se estropeara el momento.

—Hoy, en la playa, he visto muchos chicos que no estaban nada mal. De los que te gustan a ti, bien armados, ya sabes.

No cesaba de embestir a la desesperada, intentando arreglarlo. —Como por ejemplo Aníbal. Menudo animal. Está cuadrado el tío. No me extrañaría que todas las tías de la playa lo hayan estado repasando sin parar. Y menuda polla tiene.

Alba se mordió los labios.

—Me da que el tío debe ser una máquina en la cama. Tiene pinta de saber cómo moverse en ese terreno.

—Y está buenísimo el cabrón —dijo al fin antes de soltar un largo gemido y volver a apretar el culo de Dani contra ella.

Él se quedó momentáneamente cortado. Lo reconocía. Había reconocido que le ponía Aníbal.

—Dame, joder. Dame con fuerza —le apremió tirando de él—. Así, así, fóllame. Más, más. Quiero más. Quiero polla. QUIERO TODA TU POLLA.

Y entonces le empujó, volteándolo y colocándose encima de él como una amazona. Comenzó a cabalgarlo moviendo la cadera como una loca, galopando hacia el orgasmo.

Dani ya llevaba rato al borde del suyo, haciendo esfuerzos por no acabar, como siempre, antes de tiempo. Ahora, además, tuvo que hacer esfuerzos para no salirse mientras ella lo galopaba tan fuerte como podía. Sus tetas subían y bajaban frente a su cara. Sus pezones, tan negros como sus anchas areolas, ocupaban toda su visión y, de nuevo, sobrevino la imagen de ella desnuda frente a todos, y de todos frente a ella, mirándola. Una imagen que lo turbaba y le excitaba.

No lo podía negar, imaginarla expuesta delante de extraños que se la comían con los ojos, le encendía

Apretó las mandíbulas y sacudió su cabeza intentando retrasarlo todo lo posible. Faltaba poco para que Alba comenzara a “explotar”.


— · —​


Al final, no hubo sorpresas y se corrió dejándola a las puertas del orgasmo. Y eso que intentó disimularlo continuando el mete y saca con la polla flácida. Terminaron quedándose quietos, la una sobre el otro, con la habitual disculpa y los eternos lamentos.

—No pasa nada —repetía ella.

—Te lo hago con la boca, como te gusta —imploraba él.

—He dicho que no pasa nada, está todo bien. Tranquilo, vamos a dormir.

Lo besó en la punta de los labios y se giró hacia su lado dispuesta a dormirse. Dani sentía el corazón encogido. La abrazó desde atrás haciendo la cucharita que ella acogió receptiva. Tardó mucho en dormirse, perdido en la cuenta de cuántas noches como ésta llevaban ya.

Fin capítulo XXIII
Que ganas de leer el próximo capítulo
 

Caballo

—¿En serio? ¿Y no te da palo?

Habían acabado de desayunar y Marta los había dejado solos en la mesa del jardín. La sombra del toldo les proporcionaba una confortable temperatura, protegiéndolos del sol. A Alba se le había ocurrido pasar la mañana en la zona nudista de la playa, tras las rocas y se lo estaba proponiendo. Ellos dos solos, como una especie de premio o como deferencia hacia él.

—Tú querías verme haciendo toples, ¿no? Y hasta un integral. Pues es lo justo después de lo de Arenas. Y esta vez, vamos a estar los dos solos. Tú y yo.

No le desagradaba la idea de verla sin nada, caminando junto a él en una zona llena de extraños. De nuevo la sensación de sentirla deseada por terceros volvía a excitarlo. Y en esta ocasión, lejos de Aníbales, Cristians, Javieres o cualquier otro de sus puñeteros amigos. Se pasó la mano sobre el mentón, meditando.

—Los dos solos —se repitió para sí—. Podría estar bien.

Cuando atravesaron las rocas que daban paso a la zona nudista se sorprendieron al encontrar un hervidero de gente. Por alguna razón aquella mañana había aumentado la afluencia de personas.

Eligieron una zona algo apartada y extendieron las toallas para poder tomar el sol con tranquilidad. Después de untarse la crema, decidieron caminar por la orilla. Había multitud de chicas guapas de buenas proporciones que hicieron difícil que no se le pusiera morcillona allí mismo.

Le tranquilizó ver que no era el único que debía acomplejarse por sus atributos. Y es que en aquella playa había hombres que nunca ganarían un premio Míster Cuerpo bonito. Entre todos ellos, su polla pasaba desapercibida.

Tema aparte eran las chicas. Las había para todos los gustos. Jóvenes, maduras, de anchas caderas, de caderas estrechas, con culo, con mucho culo, sin él. Había adolescentes de tetas puntiagudas cuya edad no era la recomendada para mirarlas sin cometer un delito.

Mientras caminaba por la orilla (y gozaba de todas esas vistas), también disfrutaba del sol y de la exclusiva compañía de su novia que tampoco era ajena a las miradas de los demás. Se encontraba tan a gusto que, al llegar al otro extremo de la playa, casi se le había olvidado que iba desnudo. Era cierto eso de que al final uno se acostumbra a todo.

—Te veo muy relajado. Pensaba que te iba a dar vergüenza.

—Yo también, pero estar junto a ti, hace que me encuentre tranquilo. Y así la gente podrá ver que hasta una chica como tú puede conseguir a un tío como yo.

—Menos lobos. ¿No será al revés?

—¿Hasta un chico como yo puede rendirse ante una tía como tú?

—Sí, será eso, Casanova. —Se carcajeó Alba.

Un grupo de chicas adolescentes se cruzaron con ellos. Todas completamente desnudas y todas completamente guapísimas. Le pareció que alguna hasta se fijaba en él en el último instante. Una leve sonrisa, un gesto. Recolocarse el pelo por detrás de la oreja tras una mirada coqueta. No pudo evitar sonreír por dentro. Es curioso lo que reconforta sentirse deseado.

—Te lo estás pasando muy bien tú esta mañana, ¿no? —dijo Alba al alejarse las chicas.

—No sé de qué me hablas. —Reprimió una sonrisa de orgullo sabedor de que, en ese momento, estaría siendo el centro de los comentarios de aquellas mozuelas.

Alba señaló su polla que apuntaba hacia delante. —Se lo decía a ella.

De un movimiento rápido se tapó y se giró para que no le vieran rojo de vergüenza. Ella se colocó delante y lo abrazó del cuello pegando su cuerpo al de él, ayudando a ocultar su incipiente erección.

—¿Voy a tener que ponerme celosa? —sonrió.

—No he sido yo. Va por libre —dijo en referencia a su pene traicionero—. Se ha levantado a saludar sin que yo se lo diga.

—Pues vas a tener que meterte en el agua para arreglar esto —dijo señalando su empalmada—. Y a lo mejor vas a necesitar ayuda.

Dani señaló con el pulgar a las chicas guapísimas que se alejaban de ellos. —Pues habrá que darse prisa antes de que se alejen demasiado.

—Más quisieras —Simuló una sonrisa falsa. Después se acercó a su oído—. Si te pillo con alguna de esas niñatas, te la corto en rodajas.

—Está bien, tendré que conformarme contigo —bromeó comenzando a tirar de ella hacia el agua. Alba se dejó llevar pero, en el último momento, cuando ya le cubría hasta la cintura, se soltó y se salió rápidamente dejándolo solo con su empalmada.

—Ey, que era broma.

—Ya lo sé, pero ahora te jodes y te la meneas tú solito. —Mostraba su sempiterna sonrisa maliciosa.

—Venga, tía… vuelve. Que era coña, joder.

Ella se carcajeó, pero no le hizo caso. En su lugar se fue corriendo hasta su toalla dando saltitos. Dani no fue el único que siguió su trayectoria ondulante y lo peor es que su empalmada se hizo más grande.

Nunca se la había cascado en el mar y pensó que lo mejor sería meterse hasta donde le cubriera por el cuello, para que no se notara el movimiento de su brazo. Cuando se aseguró de estar relativamente solo, apartado del resto de bañistas, comenzó a pajearse para bajar su empalmada.

A lo lejos vio las cabezas de señoras y de muchachas mecerse con las escasas olas que llegaban a la orilla. Todas ellas le servían en su propósito. Sonrió pensando en que ninguna de ellas sospechaba que se la estaba pelando a su salud y la del resto de bañistas femeninas.

No tardó mucho en llegar a las puertas del ansiado orgasmo, pero en ese momento se fijó en la figura de una señora muy mayor acercándose hacia donde se encontraba él. Aceleró el ritmo para correrse antes de que llegara a su altura y le jodiera la paja.

Bien por los nervios o porque la señora era más rápida de lo que creía, el caso es que se plantó frente a él justo cuando llegaba la corrida.

—¿Te pasa algo, chico? Te he visto poner mala cara desde allí.

La corrida era inminente. Tenía los ojos cerrados y los labios apretados. Solo pudo negar con la cabeza, rogando por que la señora no se acercara más y se diera cuenta de lo que hacía bajo el agua. Se le escapó un leve gemido. La señora puso los ojos como platos y dio un pequeño gritito.

—Ya sabía yo que te estaba dando un corte de digestión. Aguanta y mantén la cabeza fuera, chaval.

Le agarró de la barbilla desde debajo y se la levantó, hundiéndole los mofletes y haciendo que sus labios quedaran estrujados como los morros de un pez.

…justo cuando llegaba la primera descarga.

—¡NOHH! —protestó Dani con un quejido sordo.

Apartó la mano de la señora agarrándola por la muñeca nada más llegar la segunda descarga. Después, perdió el control de cintura para abajo.

Fue en ese momento cuando la mujer se dio cuenta de lo que pasaba realmente. Lo supo en cuanto hubo puesto la otra mano sobre su hombro y notó su movimiento martilleante llegar a través de él. Se estaba masturbando.

Durante los primeros momentos no supo qué hacer y se quedó como convidada de piedra, viendo a aquel pervertido sufriendo un orgasmo delante de sus narices. La cara que veía él mientras se corría, era la de una mujer aterrada. La que veía ella no era mejor: Ojos en blanco, boca semiabierta y ahogados gemidos de agonía orgásmica en una actitud fuera de sí.

Cuando acabó y la última gota de semen lo abandonó para formar parte del grandioso mar, se topó de frente con la realidad de la situación.

La señora lo seguía mirando, tan atónita como sofocada. Dani se dio cuenta de que seguía sosteniendo la muñeca de la señora por encima del agua y se dio cuenta de lo bochornoso que resultaba haberse corrido agarrado a ella mientras se miraban. Había sujetado su mano durante toda la corrida sin poder evitarlo; impidiéndole irse. Como si la obligara a presenciarlo o se masturbara con ella, follándosela imaginariamente. La soltó en el acto y fue como un gong que marcara el inicio de la huida de sí mismos.

La señora se recompuso del susto. Se pasó las manos por el pelo ajustándose las horquillas y miró hacia los lados, con ademán nervioso, intentando distinguir si alguien los había visto. No era capaz de articular palabra, solo boqueaba y parpadeaba sin cesar.

Tampoco él tenía palabras y rogaba por la discreción de la mujer mayor y, sobre todo, por que no empezara a gritar en medio de aquella playa. Por suerte estaba tan ruborizada como él y lo único que hizo fue dar un paso hacia atrás intentando poner distancia. Después dio otro paso y luego otro hasta que por fin se dio la vuelta alejándose hacia donde había venido.

«De cojones —se dijo—, voy a terminar en la cárcel de pervertidos».

Él también comenzó a caminar para salir del agua, pero a paso lento, dejando que ella se distanciara hasta llegar a la arena. Cuando salió, se fijó en ella. Desde atrás tenía todas las hechuras de una persona de su edad: algo ancha de caderas, con muslos fuertes que acababan en un culo redondo pero no grande.

Pensó que iría donde su marido a contárselo, así que él también intentó poner tierra de por medio. Por suerte, su toalla estaba en dirección opuesta a la de la señora.

Alba lo esperaba con una sonrisita y él se tumbó junto a ella, boca arriba.

—Qué, ¿estás más relajado?

—Pues no. Me has dejado solo, cabrona. —Prefirió no contarle nada del bochornoso incidente—. Y me da palo estar allí con el tema… sin ti.

Sonrió y se pegó a él. —¿Te he dicho alguna vez lo guapo que estás cuando te pones así?

—¿Haciendo pucheros?

—No, con la pollita al aire. Se ha quedado pequeñita. —La movió a un lado y a otro con un dedo—. Ya no parece la de antes.

—Eres tontísima, ¿lo sabes?

Dani se puso boca abajo. Alba se rió a brazo partido y se pegó más a él. Besó su cuello y succionó el lóbulo de su oreja.

—Hmmm, ¿sabes qué? a mí esto de estar desnuda al sol también me está poniendo un poco cachonda. —Dani notó sus pezones clavarse contra su costado—. A lo mejor tengo que ir yo también un rato dentro del agua.

Se la empezó a imaginar bajo el agua, en una situación parecida a la suya, cuando le sobrevino la imagen de un señor mayor tratando de ayudarla justo cuando ella comenzaba a correrse. Se preguntó si la reacción del viejo hubiera sido la misma que la de la mujer. «Seguro que no», se dijo. Con toda probabilidad el hombre aprovecharía la situación para intentar follársela allí mismo. O, al menos, tocar teta.

—Pues si vas, te acompaño.

—No creo que me hagas falta.

Alba había clavado los codos en la arena y apoyaba la barbilla sobre sus manos, fijando la vista hacia adelante. Sus ojos tenían un brillo especial. Dani siguió su mirada hasta llegar a unos chicos que, en ese momento, pasaban delante de ellos con sus ganchudos cipotes al aire.

—¿No son muy jovencitos? —preguntó Dani.

—Perdona, no me he fijado en su cara. ¿Qué edad tenían?

Se la acababa de devolver por la de antes con las chicas. Y lo peor es que ella era de las que tardaban en olvidar. Temió que no fuera la última ocasión en recordárselo así que encajó la puya y sonrió resignado.

No tardó en entrar en ese estado soporífero por culpa del sol y el calor. Alba, junto a él, también acabó sucumbiendo al sueño acumulado.

Se despertó al cabo de un tiempo. La piel de su espalda estaba muy caliente por lo que supuso que su siesta no habría sido breve. Alba estaba sentada junto a él, con las rodillas dobladas bajo la barbilla y sus antebrazos apoyados en ellas. Tenía la vista puesta en la gente que paseaba por la orilla.

Un señor mayor, de unos cincuenta y pico o sesenta años, cruzó por delante en ese momento. Tenía el pelo un poco largo por detrás y desaliñado. Varios tatuajes salpicaban su cuerpo. Lo reconoció enseguida. Era el hippy moderno-playero que conoció el primer día que cruzó las rocas que dividían la playa. Aquel que le invitó a seguir su paseo hasta el final de la zona nudista.

En esta ocasión se había desprendido de su bañador rojo y lucía un pollón descomunal. Dani parpadeó para estar seguro de lo que veía.

Aquel señor, antiguo conquistador de playas olvidadas, surfista de tierra adentro con ínfulas de fumador de marihuana añeja, naturista bohemio en tiempos modernos, caminaba despreocupado dedicando su cuerpo al sol con una polla tan grande como la de Aníbal.

No fue el único que se quedó mirando, obnubilado. Los ojos de su novia también lo siguieron durante todo el tiempo que permaneció en su campo de visión, incluso cuando su espalda era lo único apreciable de él.

Cuando desapareció entre la muchedumbre, ambos cruzaron la mirada. La de Dani era de extrañeza, la de Alba de un extraño brillo y una respiración apagada. Se mordía el labio inferior. Turbada, serenó su rostro y carraspeó incómoda.

—¿Qué? Estaba mirando a la gente —dijo ella retadora.

—No he dicho nada.

—No es malo mirar.

—Te repito que no he dicho nada.

Alba se pasó la mano por el pelo y se rehízo la coleta. Dani se fijó en sus pezones erectos y ella se dio cuenta enseguida. Rápidamente se cruzó de brazos y se ruborizó, incómoda. Se quedaron en silencio unos segundos.

—Ya te he dicho que estar desnuda me excita —dijo a la defensiva—. Tú siempre dices que te gusta verme así.

—Alba, no te he dicho nada. Y por mí puedes mirar a quién quieras.

«Siempre que no sea Aníbal, Rafa o el imbécil Polla-Gorda de Javier».

Volvieron a quedarse en silencio, cada uno con sus cavilaciones, pero ambos pensando lo mismo.

—Es enorme, ¿no? —dijo Dani por fin.

Alba se carcajeó y se tapó la boca roja de turbación. —Ya te digo. Joder, parecía un tercer brazo. Qué pasada de pollón.

—Esa es de las que te gustan a ti.

—Ay, bobo —lo dijo como ofendida, pero en tono meloso, como un ronroneo.

—Qué, ¿no es verdad?

No contestó y en su lugar se puso a buscar en su bolsa de playa intentando que no viera lo colorada que acababa de ponerse. Sacó la crema de sol y se dedicó a aplicársela con esmero intentando abstraerse de todo.

—Empalmada, igual es tan grande como el consolador ese tuyo —tentó Dani.

—¿Tú crees? —contestó saliendo de su ensoñación.

—Seguro, y parecía bien gorda. Eso te tiene que llenar entera.

Alba giró la vista hacia el lugar por donde había desaparecido el hombre y se mordió el labio inferior.

—¿Te imaginas? —tanteó Dani— ¿Que te mete ese aparato entero?

Todavía estuvo unos segundos con la vista fija en la lejanía antes de girarse hacia él. Le sostuvo la mirada, auscultándolo. Movió el mentón hacia un lado y otro, señal de que cavilaba.

—¿Y tú? —preguntó por fin.

Dani se encogió de hombros. —Yo, qué.

—¿Que por qué me preguntas eso?

—Por nada, solo quería saber si te pone pensarlo.

Alba ensombreció el semblante y arrugó la frente. —No estoy pensando en follar con él, si es lo que estás imaginando. Ni con ningún otro —en referencia velada hacia Aníbal que Dani captó a la primera.

—No digo eso. Me refiero… —Escogió las palabras con cuidado— a la fantasía. El morbo de follar con un extraño con una polla como esta.

—Y a ti, ¿te pone imaginar que me folle? —Se lo había estado pensando durante unos segundos.

—Pues… no lo he pensado nunca, pero…

—¿Pero? —inquirió Alba.

Dani apartó la vista y cerró las piernas en un gesto que reveló que se sentía intimidado y avergonzado por la polla de ese hombre. —Pero nada.

Ella lo agarró de la mano. —No te voy a cambiar por otro solo porque tenga la polla más larga. No sé por qué tienes que pensar eso. Ya lo hemos hablado en infinidad de ocasiones. Y voy a terminar enfadándome si sigues así.

—Solo era una pregunta, nada más. No he querido decir nada.

El ambiente se enfrió bastante y ambos se quedaron en silencio sin saber cómo romperlo, como si se hubiera roto algo entre los dos. Empezaron a mirar a un lado y a otro, paseando la vista por la inmensidad de la nada. Una familia llegó a su lado comenzando a desplegar sus toallas y a despojarse de toda la ropa.

—Puede que un poco sí que me ponga —dijo de repente Alba—. Como fantasía solo. Sin películas raras.

Dani asintió lentamente y meditó unos segundos antes de hablar. —La verdad es que el tío no está mal para su edad. Tiene un aire a lo Sean Connery en sus horas buenas. —Alba sintió compartiendo su opinión—. Y tiene un rabo de la hostia.

—Ya te digo —se carcajeó ella—. Menudo cipote que gasta el cabrón. —Lo miró divertida, aliviada de verlo sonreír y se quedaron mirando el uno al otro—. Sí, quizás me guste la fantasía de hacérmelo en la playa, con un tío con una polla como esa.

Esperó la reacción de su novio. Éste levantó una ceja y de nuevo sonrió agradecido por la complicidad que suponía esa confianza.

—Tumbada boca arriba, con él entrando y saliendo de mí, y yo gritando a pleno pulmón —dijo sin apartar la vista de sus ojos, vigilándolo—. Y él berreando de placer. Y yo chupándosela, porque se la chuparía. —Volvió a esperar la reacción hasta que éste asintió—. Y le lamería los huevos, que seguro que también son enormes. Le cogería las pelotas mientras se la meneo con la otra mano y me la metería en la boca hasta el fondo. Hasta hacerle correr su polla enorme. Su superpolla golosa.

Pero entonces percibió en Dani la sombra de la inseguridad. Su sonrisa se había ido apagando y, en su lugar, solo quedaba una mueca en la que intentaba levantar los labios por los bordes. Alba lo abrazó por el cuello y lo besó con ternura.

—Ey, estamos jugando. Sabes que solo fantaseo.

—Ya lo sé —dijo dejándose besar una y otra vez—, no es por eso. Es que…

Ella sonrió con la misma ternura que cuando lo había besado. —...te asusta su polla —dijo con suavidad—. ¿O es porque me ponen las grandes?

Dani se encogió de hombros. —Igual lo segundo—. Bajó la mirada avergonzado por plasmar en voz alta algo que ya sabían ambos en el silencio de su intimidad.

—Pues estate tranquilo, porque eso solo forma parte de mi fantasía, ¿vale? —Dani asintió tímidamente aún con la mirada baja—. Ey, mírame —dijo ella—. Tu polla es la única que quiero. Y la quiero sobre todo por lo que trae adosada.

Se quedaron mirando. Alba con ternura, Dani con ojos de cachorro malherido.

—¿Te he dicho que me encanta cuando te pones así? —Se mordió el labio inferior.

La miró sin comprender. «¿Herido, humillado, amenazado por otro…?».

—Cuando te sientes intimidado, tienes una cara adorable. Me encanta y me dan ganas de comerte. O de abrazarte y acunarte hasta que te duermas.

—Ya, gracias, lo recordaré la próxima noche de insomnio.

Alba sonrió y volvió a pegar sus labios a su oreja. La besó y atrapó su lóbulo succionándolo. Todavía se notaba el calentón que llevaba. Notaba su respiración en el oído y su aliento más húmedo de lo habitual. Se separó ligeramente hasta ponerse cara a cara y Dani pudo ver que sus pezones estaban erectos. Alba siguió su mirada y luego se pegó a él.

—No sé si es por estar desnuda o es este sol que calienta tanto —se justificó con voz melosa.

—Pues me encanta —dijo con el inicio de una sonrisa.

—¿Y sabes qué otra cosa me pone cachonda? —preguntó ella.

Dani la invitó a seguir con un leve movimiento de su barbilla.

—El otro día, cuando te bajaron los pantalones… —Dani se puso tenso—. Te quedaste expuesto delante de todos. Fue una putada, lo sé. Esos niñatos son unos cabrones, pero…

Dani levantó una ceja temiendo lo que pudiera decir y tuvo miedo de que el nombre de Cristian apareciera en una frase no deseada. Alba ladeaba la cabeza intentando encontrar las palabras adecuadas.

—No te enfades conmigo, pero… me puso un montón que te vieran así. —Dani arrugó la frente por completo—. A ver, o sea… —Tomó aire—. Es que tú eres la hostia, ¿vale? Cuando veo la cantidad de cosas que has hecho en la vida y todo lo que vales. Tus amigos, tu trabajo, la cantidad de gente que te aprecia, que son la hostia también, y te veo allí… expuesto… delante de aquellos niñatos y sus chicas tontas…

»Es, no sé, como abrirte en canal, sobre tu pedestal y enseñar lo más prohibido de ti; lo que nadie salvo yo debería ver jamás.

Dani tenía los ojos entrecerrados, intentando comprender.

—Sé que no me entiendes pero… —continuó Alba— es como ayer en la playa, cuando tuviste que salir desnudo del agua.

—¿Te gustó que me humillaran? —No sabía muy bien lo que trataba de decirle.

—No, no, eso nunca. O sea, a ver, reconozco que yo también fui un poco cabrona porque te la quise devolver. —Tomó aire y lo soltó con fuerza pensando cómo salir de ese jardín—. Lo de ayer, me gustó porque estabas expuesto, como si alguien que no se lo merece consiguiera algo prohibido de ti, como si te lo robara lo más íntimo. De ti, de mi Dani.

Dani movía la cabeza sin comprender. —¿Te excita que las chicas se hubieran excitado conmigo?

—Sí, bueno, no sé, tampoco lo he pensado. No es tanto que se exciten contigo sino más bien que se sorprendan… de ti, de lo que no deberían ver. Si hubieras sido tú; si te hubieras quitado el bañador a posta y te hubieras exhibido de motu proprio, no sería lo mismo.

—Te pone que muestre lo que no quiero. —Alba asintió con la cabeza—. Y te pone que se sorprendan conmigo, viéndome mis intimidades, vulnerable. —Nuevo asentimiento que Dani tomó con aire reflexivo—. Entonces… ¿te excitaría ver a alguna chica conmigo?

—Uff, eso sí que no. Para nada. Me pondría celosísima, vamos.

Meditó sobre lo que acababa de oír intentando comprenderla. Intentando descifrar cómo funcionaba su mente. Debía ser algo parecido a lo que sentía él al imaginarla expuesta a los demás. Pensando en la gente deseándola y fantaseando con ella.

—¿Y a ti? —preguntó ella—. ¿No te pone celoso que fantasee con otra polla?

—Solo es una fantasía. Además, si eso hace que estés caliente para mí…

Alba lo miró con una ceja levantada y una sonrisa de extrañeza. No se dijeron mucho más, quizás por la incomodidad del momento. Se volvieron a tumbar el uno junto al otro y decidieron dormitar otro poco. Dani tenía las manos por detrás de la cabeza.

—La verdad, tiene la polla más grande que he visto nunca —dijo él—. ¿Cómo lo llamarán sus amigos, Caballo?

Alba comenzó a partirse de risa y él la siguió después. La gente que pasaba se los quedaba mirando.

Al final se quedaron dormidos sobre las toallas. Dani durmió como un bebé, quizás por el sueño acumulado que no terminaba de recuperar. Permaneció así el tiempo que determinó su reloj biológico.

— · —

Al levantar la cabeza se percató de que Alba no estaba junto a él. Se giró boca abajo, apoyando la barbilla sobre sus manos y la buscó entre la gente con la vista. Barrió la playa de lado a lado. Tampoco la encontró dentro del agua.

Y cuando se disponía a darse por vencido y volver a su tarea interrumpida, dio con ella.

Estaba a cierta distancia, casi oculta por la cantidad de gente que se interponía entre ellos dos. Se había metido en el agua que, dependiendo del vaivén de la marea, dejaba al aire su pubis. Junto a ella había un hombre. Dani arqueó la espalda para elevarse e hizo visera con la mano. Reconoció su cara, y su enorme pene caballuno.

No pudo evitar sentir una punzada de celos. Si estaba con él, no había sido por casualidad. Seguro que habría salido a buscarlo. Se preguntó si habría pasado algo más en el rato que había estado dormido.

«Dani, joder. Para de una puta vez. Te vas a volver loco si sigues así. Es tu novia y te quiere. Solo están hablando y entre los dos no ha pasado ab-so-lu-ta-men-te nada».

Se tumbó boca arriba y cerró los ojos dispuesto a relajarse y a dejar de emparanoiarse como un novio celoso. Su novia no iba a hacer nada con ese hombre que no había visto hasta hoy, y menos en sus morros en una playa atestada de gente. Cogió aire hasta llenar sus pulmones y lo expiró lentamente. Lo repitió varias veces hasta conseguir rebajar las pulsaciones de su corazón. Sintiéndose cada vez más relajado, cada vez mejor.

Unas gotas de agua fría cayeron como punzones en su piel caliente. Se contuvo lo suficiente para no pegar un grito de chica. Al abrir un ojo vio la sonrisa radiante de Alba sobre él. Tenía el pelo empapado.

—Ah, hola. No sabía que te habías ido —mintió—. ¿Dónde has ido?

—Por ahí. —Seguía con su sonrisa de oreja a oreja. Mirándolo divertida.

Se sentó con las piernas dobladas como los indios y se frotó los ojos. Alba, imponente con su cuerpo desnudo completamente empapado, tenía un brillo especial en los ojos. Como si hubiera hecho alguna travesura. El estómago le dio una descarga.

—Mira a quién he conocido mientras paseaba por la orilla —dijo haciéndose a un lado.

Tras ella un señor mayor intimidantemente alto, de anchas espaldas y con una polla enorme lo saludó levantando la mano.

—Se llama Andrés. —Levantó la muñeca y mostró una pulserita de plata—. Y si no es por él, la habría perdido.

—Ibas delante de mí —respondió él—. He visto caer una cosa brillante. No ha sido difícil recuperarla.

—Y me ha regalado esta otra. ¿No te parece bonita? —dijo girándose hacia Dani.

Junto a la primera pulsera había otra hecha con hilo de colores y dibujos extraños

—Las hago yo. Tengo muchas —añadió Andrés—. Ésta es… —dudó— para fortalecer el alma. Tiene el símbolo bordado, ¿ves?

Ese tipo de creencias le parecía tan efectivo como beber agua para prevenir la alopecia, pero no dijo nada y, en su lugar, se mostró cordial y educado.

—Pues muchas gracias por rescatar la pulsera de mi novia. Me llamo Dani, por cierto.

Antes de que pudiera levantarse, Andrés se acercó solícito y le ofreció su enorme mano. Al estar sentado y haber quedado el hombretón demasiado cerca de él, se encontró estrechando su mano a escasa distancia de su zona genital. Alba carraspeó y se atusó el pelo.

Acabaron los tres sentados. Andrés y él compartiendo toalla. Alba, frente a ellos, sentada en la suya, apoyada con las manos hacia atrás. En esa posición sus tetas parecían elevarse más.

Tal y como ocurrió cuando estuvo desnudo junto a Aníbal, Dani volvió a sentirse cohibido por aquel pollón que lo acomplejaba, así que terminó doblando las rodillas bajo la barbilla y cruzando los tobillos.

Sin embargo, el nuevo amigo resultó ser el típico hombretón incapaz de hacer daño a una mosca. Hablaba despacio, con frases cortas que meditaba durante unos segundos antes de soltarlas. Fruncía el ceño continuamente intentando concentrarse en la conversación, como si le costara procesar la información o lo hiciera a menor velocidad que el resto.

Tenía un mentón prominente que resaltaba todavía más cada vez que sonreía, y lo hacía muy a menudo. Era, sobre todo, un hombre feliz. Feliz y tranquilo.

Andrés era, ante todo, un hippy de la vieja guardia. De los que rellenan su espíritu con rayos de sol y sus pulmones con humo de marihuana. De los que rezan debajo de un árbol pero santifican la botella (de orujo de hierbas, por supuesto).

Vivía muy cerca de la playa, en la trastienda de un puesto de souvenirs y piezas esotéricas de su propia elaboración. Así es como se ganaba la vida.

A Dani le cayó bien desde el principio y acabó sintiéndose muy cómodo en su compañía. Tanto, que terminó apoyado hacia atrás, con las piernas abiertas y su pene cayendo lacio, sin importarle la demoledora comparación con la anaconda de su acompañante.

Hablaron de todo, pero principalmente de aquello relacionado con la vida y lo efímero de la existencia. También salió el tema del sexo, pero el de Andrés era de un estilo más… tántrico, más interior y siempre relacionado con la persona que uno es o que quiere ser. A Dani se le escapaba tanta filosofía profunda. Alba, en cambio, lo escuchaba embobada. Con la barbilla apoyada en sus manos que posaba sobre las rodillas.

No se acordaron de la hora hasta que el pitido de un WhatsApp, les obligó a volver a la tierra.

—Es mi prima —dijo con la vista en la pantalla—. Que si vamos a comer o pasamos aquí el día. —Puso unos ojos como platos—. Joder, es tardísimo.

Se despidieron de él con la promesa de visitarlo algún día en su “rincón del mundo”. Al alejarse, a Dani le pareció que hacía algo similar a unas poses de yoga, justo donde habían estado sentados. «Un tío interesante», pensó.

Antes de alcanzar las enormes rocas que delimitaban la zona nudista se percató de una señora que lo miraba con detenimiento. La reconoció enseguida como la mujer que trató de ayudarlo en el agua cuando se estaba pajeando. Junto a ella, estaba el que debía ser su marido, un señor delgado de bigotito fino y pelo entrecano.

Por la forma en que lo miraba, diría que su mujer ya le había contado lo del incidente. Lo más molesto era que ella no quitaba la vista de su polla. La primera reacción fue la de taparse, pero pensó que lo mejor era corresponder mirando con la misma intensidad sus grandes tetorras de areolas rosadas y su oscuro coño.

Incluso se pasó la lengua por los labios con toda la intención. En aquella guerra de miradas, fue ella quien terminó bajando la vista y tapándose disimuladamente con un cambio de posición, avergonzada. «Coño ya —pensó—. Tanto mirar mi polla y tanta gaita».

No hubo más playa aquel día, ni más descansos.

A la noche, cansados de una tarde de paseos y visitas a los lugares más pintorescos de la zona, se fueron a acostar. Dani ya estaba metido en su lado de la cama en modo sueño, cuando Alba se acercó por detrás y lo abrazó clavando sus pezones en su espalda. Estaba desnuda y parecía que demandaba guerra.

Todavía debía arrastrar el calentón de la mañana. Entre el sol, el nudismo y la polla de Andrés debía tener bastantes ganas de sexo.

—Lo siento cariño, pero me duele la cabeza —dijo él sonriendo por dentro.

Ella ya había bajado la mano y lo estaba acariciando entre las piernas. Se quedó parada cuando lo oyó, después continuó masajeando su polla y posteriormente sus huevos. Los abarcó con toda su mano y los apretó ligeramente dando la impresión de que le iba a doler otra cosa si seguía haciendo ese tipo de gracias.

—¿De verdad no te apetece jugar un poquito?

Se dio la vuelta para encararla y ella lo recibió con una mueca divertida.

—Pero no podemos hacer ruido —susurró—. Me ha dicho mi prima que, con este calor, tanto ella como Cristian duermen con la puerta abierta para que haga corriente con la ventana. Seguro que se oye todo.

«Como si a estas alturas no te hubieran oído ya», pensó maledicente.

—A lo mejor deberíamos hacer lo mismo y abrir la nuestra. Esto se va a poner como una olla dentro de un rato —dijo él.

—¿Tú crees? Ay, no sé. Va a ser como si estuviéramos haciéndolo con ellos delante.

Abrió la boca, sorprendido de que ella se lo hubiera tomado en serio. —¿De verdad te estás planteando que la abramos? —Su tono hizo que ella se diera cuenta por fin de la broma.

—Ay, qué bobo eres. Pues claro que no. Te seguía la corriente.

Se desnudó al igual que ella y empezó con los preliminares. En esta ocasión jugaba con la ventaja de tenerla a punto de ebullición antes incluso de empezar. Besó sus labios y fue paseando la lengua hacia donde ella ya lo esperaba con más humedad de la habitual. Se entretuvo sin prisa en acabar.

—Para, para —susurró ella—, que si no, me corro ya y quiero hacerlo con tu polla dentro.

—¿No prefieres que te acabe primero?

—No, tengo ganas de polla.

—¿Ah, sí? ¿Mucho? —Ella asintió con la cabeza— ¿Y por qué tienes tantas ganas?

—No sé. Me apetece. Venga, métemela.

Dani se puso de rodillas entre sus piernas y ella alargó las manos hasta hacerse con su polla dura. La masajeó desde los huevos hasta la punta del glande. Los colores de sus mejillas eran más sonrosados de lo habitual. Respiraba agitadamente mientras la acariciaba en todo su volumen. Se mordió el labio inferior y tiró de él hasta que la punta rozó la entrada de su coño.

—Mmsí, méteme tu polla.

— · —

Otra noche más sin sorpresas. Pese a que tenía todo de cara, volvió a ocurrir el desastre. Y es que era verla empezar a gemir y perdía el control. Le excitaba sobremanera que su novia alcanzara el punto de no retorno.

Esta vez ella no se molestó en consolarlo. Simplemente se quedó boca arriba con él encima, respirando. Tampoco Dani intentó excusarse. ¿Qué sentido tendría después de la enésima derrota?

—Vale, vamos a dormir ya —dijo ella poniendo sus manos en el pecho para apartarlo.

Aunque le costaba tener que dejarla libre en la soledad de su lado de la cama, terminó por apartarse y tumbarse junto a ella, sin tocarla, sin hablarla, sola. Cerró los ojos con fuerza y se maldijo a sí mismo. Ya no era solo cuestión de tenerla pequeña, además era un novio incapaz.

Hacía calor. Quizá por eso sus respiraciones seguían encendidas un rato después, sobre todo la de ella: profunda, larga… resignada.

—Espera —dijo él.

Se levantó y rodeó la cama. Abrió el último cajón de un mueble y metió las manos hasta el fondo hurgando dentro.

Cuando se plantó delante de la cama, Alba seguía de espaldas. Él no la llamó ni hizo ningún ruido para llamar su atención. Quizás porque no estaba seguro de lo que estaba haciendo o quizás porque le avergonzaba hacerlo.

Pasaban los segundos, Dani cada vez con más dudas, Alba más extrañada por el silencio de su novio tras ella. Al final, la curiosidad le pudo y levantó la cabeza hacia él.

—¿Qué haces? ¿Qué es eso…?

Se calló de súbito, abriendo unos ojos como platos. No hizo falta que su novio se explicara. Ella ya conocía lo que había en ese estuche que sujetaba nervioso.

—Joder, eso es…

—Lo encontré el otro día en la guantera.

—Mierda, joder. Lo siento. —Se frotó la frente—. No te mosquees, ¿vale? Te lo puedo explicar.

—No hace falta.

—No, de verdad. No es lo que piensas. Lo he traído por… —Estaba realmente nerviosa—. Verás, es que…

—Te digo en serio que no hace falta. No me importa, de verdad.

Ella se quedó callada. Seguía igual de nerviosa, pero esperaba paciente la reacción de Dani que parecía habérselo tomado con demasiada tranquilidad. Dio un paso hacia ella.

—Hoy he comprendido que esto no es más que un juguete. Un trozo de plástico que solo sirve como fantasía. —Alba asintió lentamente, insegura—. Es… parecido a lo de esta tarde con Andrés. Hemos fantaseado, nos hemos reído y lo hemos pasado bien. Tú y yo, los dos. Él —por Andrés— solo ha sido el “juguete”; la herramienta de nuestro disfrute.

Se sentó en la cama.

—No quiero que nos vuelva a pasar esto. No quiero verte así… —Hizo una pausa— otra noche más. —Alba abrió la boca para decir algo, pero Dani continuó hablando—. Prefiero verte satisfecha con este chisme antes que frustrada por mi culpa.

—Pero si yo no estoy frustrada contigo. —Lo tomó del brazo.

—Tampoco satisfecha, eso desde luego. Y, mira, si no me he sentido mal con Andrés, ¿por qué voy a estarlo por este cacharro?

—Ya hemos hablado de esto. Si te molesta el consolador…

—Me molesta no haberme dado cuenta antes de que podemos jugar los dos; juntos, como esta mañana. —Pegó su frente a la de ella—. Dejando que esto sea solo un mero juguete. Nuestro, de los dos.

Ella puso la mano en su mejilla y sonrió con ternura.

—¿Seguimos donde lo habíamos dejado? —preguntó él.

— · —

De nuevo se encontraba de rodillas entre sus piernas abiertas. Ella acariciaba el enorme aparato que Dani sujetaba frente a su coño, solo que esta vez utilizaba las dos manos. Dani la observaba deleitarse con él, con su reencuentro compartido.

—Es más grande que la mía.

—Sí, mucho más. —Desde su posición veía las dos pollas, una junto a la otra.

Comenzó a pasar el dildo por toda la raja una y otra vez hasta que decidió meterla poco a poco.

—Uff, despacio. Hace mucho que no tengo una polla así ahí dentro.

—Acabas de tener la mía.

—Sí, pero la tuya es más… pequeñita. —Arrugó la frente y puso cara de dolor—. Espera, espera, lubrícala primero, anda, que me roza un poco.

Eso significaba ensalivarla con la lengua. Dani dudó unos momentos si llevársela a la boca. Cuando lo hacía, se sentía como si, de alguna forma, chupara el pollón de otro. Cuando pasó la lengua por el glande, Alba se mordió el labio inferior. La ensalivó bien y volvió a colocarla en la entrada.

—Más, más —pidió ella—. Lubrícala entera.

Tampoco esta vez rechistó. Si había accedido a rebajarse a utilizarlo, lo haría por la puerta grande. La cogió por la base y la metió en la boca hasta donde le entró, aplicando bien la lengua. Metiéndola y sacándola varias veces como si la estuviera mamando de verdad. Alba, con los ojos muy abiertos, exhaló el aire con los mofletes colorados de la excitación y emitió un audible “mmmfffff” cuando lo vio hacerlo.

Ahora sí que la metió en su coño sin mayor dificultad. Lo hizo mediante leves y cortos envites …hasta el fondo. Alba emitía gemiditos de placer con cada empujón.

—¿Te gusta?

Ella solo pudo contestar asintiendo con la cabeza. Sus manos agarraban el cabecero y su cuerpo empezaba a hacer ligeros movimientos sin su control.

—¿Crees que la de Andrés se pondrá así de grande cuando se empalma?

—No sé —dijo con tiento—. En la playa parecía muy grande.

Se quedaron callados, mirándose.

—Yo creo que sí —dijo él. Metiendo y sacando el dildo.

Alba abrió la boca y exhaló una bocanada. Nuevo silencio y nuevas miradas entre ambos.

—Follar con él debe ser algo como esto. ¿No crees? —dijo Dani.

Su novia siguió en silencio, pero continuó mirándolo fijamente, observándolo. Dani se tomó su tiempo y continuó hablando de él. —Cuando estábamos sentados, no te ha mirado las tetas ni una sola vez.

—Sí, ya me di cuenta. —Nueva respiración profunda que le obligó a cerrar los ojos de placer—. Qué raro, ¿verdad?

—Sin embargo… —Hizo una pausa— creo que le he pillado mirándote el coño.

—Qué dices, solo te lo has imaginado —Había tardado en contestar—. Habrá sido casualidad.

—Que no. Ha bajado la vista con toda la intención. Te quiere follar —dijo él—. Con su polla de caballo.

Se agarró con más fuerza al cabecero y emitió un gemido —Ooooh. ¿Tú crees?

—Seguro. Te lo ha mirado porque te la quiere meter por ahí.

—Mmmm, qué tonto eres.

—¿Le dejarías? —Al oírlo, Alba abrió los ojos, alerta—. En tu fantasía, digo, ¿le dejarías?

—¿En mi fantasía? —Tardó bastante en contestar—, ¿la de hacerlo en la playa? —De nuevo se quedó en silencio sin dejar de mirarlo fijamente—. Puede.

—¿Solo puede?

—No sé. Ufff, sigue.

—Tumbada sobre la toalla —insistía él—. Con ese maduro tatuado.

—Sí, follando con él. Aaaaah, ooooh. En la arena.

—Sí, en la arena, debajo de él, boca arriba.

—No, yo, bocabajo. Mmmfff.

—¿Bocabajo?

—Con él detrás. Hummm. Cogiéndome de las caderas.

—Sí, follándote desde detrás. Y yo… ¿Dónde estaría yo? —Alba no contestó. Abrió la boca para gemir pero ahogó el sonido en un gesto mudo—. Dime, yo dónde estaría.

—Tú… —Siguió respirando a bocanadas— mirando.

La sonrisa lujuriosa de Dani se apagó paulatinamente. Ella fantaseaba con él mirando mientras Andrés se la follaba. «Chupársela a Aníbal delante de mi novio y luego follar con él a solas», recordó de la noche de las confesiones.

La conversación acabó allí mismo pues en ese momento Ella giró la cabeza clavando la cara contra la almohada y comenzó a gemir lo más bajo que podía para que no los oyeran. El resto fueron dos minutos de algo que Dani hacía mucho que no vivía.

Cuando acabó, se quedó sobre ella, besándola suavemente unos instantes antes de tumbarse a su lado. Alba respiraba agotada.

—Ha estado bien —dijo Dani.

—Uff, sí. Ya ni me acordaba de lo que era esto. —E inmediatamente se bajó de la cama tirando suavemente de él

—¿Qué?, ¿qué haces?

—Ven, vamos.

Cuando puso los pies en el suelo, ella se arrodilló frente a él y le cogió la polla. Después, para su sorpresa, se la llevó a la boca y se la mamó hasta ponerla dura. Cuando lo consiguió, continuó la tarea con las tetas. Dani alucinaba en colores.

—No entiendo, Alba.

—No solo yo voy a disfrutar de lo que me gusta, ¿no?

«¿Cubana y facial?», pensó al instante.

Lo era. Se la estuvo masajeando hasta que estalló en chorros. El estropicio fue abundante pese a que ya se había corrido antes. Debía tener las pelotas muy llenas. No solo tenía semen en sus ojos, nariz y boca. El pelo también había salido damnificado al igual que sus tetas, que se llevaron la peor parte.

—Estabas a tope, ¿eh? —dijo ella—. Cómo me has puesto.

Dani estaba sudando. Le temblaban tanto las piernas que se tuvo que sentarse en la cama. —Dios, qué pasada. Pues sí que ha merecido la pena utilizar este cacharro. Vamos a tener que usarlo más a menudo.

—A ver si le vamos a terminar poniendo nombre —dijo Alba bromeando. Dani sostenía el aparato en su mano y se lo quedó mirando. Seguía pareciéndole enorme.

—Pues lo llamaremos “Caballo”.

Su novia se levantó y se miró de arriba abajo. —Voy al baño a limpiarme. Ahora vuelvo. —Con la cara ligeramente levantada se dirigió a la puerta.

—¿Vas a ir así, desnuda?

—No me voy a poner la camiseta encima de toda tu lefa y pringarla. Total, el baño está aquí al lado. No me va a ver nadie. A estas horas, todos están durmiendo.

Mientras la esperaba, se tumbó en la cama con una sonrisa tonta en la cara. El consolador seguía en su mano. Lo levantó sobre su cara y lo observó con detenimiento recordando los gritos ahogados de Alba contra la almohada.

—Al final has ganado tú, puto Caballo cabrón.

Terminó por quedarse dormido esperándola y solo el ruido de la puerta al abrirse lo sacó de su sopor. Alba cerró y se metió en la cama con rapidez. Apenas un “Buenas Noches” obligatorio antes de darse la vuelta.

—Has tardado —dijo Dani.

—Ah, sí. He estado más tiempo de la cuenta en el baño.

—¿Te has duchado o qué?

—No, solo que… —Cogió aire y lo expulsó de un suspiro— que me he encontrado con Cristian y nos hemos quedado hablando.

La descarga estomacal casi le hace dar un gemido poniéndolo en alerta al recordar cómo había salido de allí.

—¿Te ha visto llena de lefa?

—No, eso no, menos mal. Ha sido cuando he ido a salir del baño. Me he dado de bruces con él. —Seguía tumbada dando la espalda—. Menudo susto. No sabía dónde meterme.

Cristian se había encontrado con Alba completamente desnuda en mitad del pasillo. A Dani le subían sudores fríos sospechando que no había sido mera casualidad. Ese chaval era más espabilado de lo que creía.

—Nada más verlo me he vuelto a cerrar dentro del baño —dijo ella—, pero hemos empezado a hablar a través de la puerta y, bueno, he terminado saliendo y nos hemos quedado allí de palique.

—¿Has salido desnuda?

—Sí, porque… a ver, él tenía razón. Ya nos vimos desnudos en Arenas durante todo el día, así que para qué escondernos a estas alturas. Y la verdad, una vez que ya nos hemos visto, es una tontería andar escondiéndonos.

Cristian había convencido a Alba para que se mostrara delante de sus narices completamente en pelotas en mitad del pasillo. «Y qué le tendría que decir ese mangarrán a las mil y monas de la noche», pensó. Seguro que ahora mismo estaría haciéndose una paja o quién sabe si…

—Pues me sigue pareciendo mucho rato para estar solamente hablando.

Se arrepintió de abrir la boca nada más decirlo. Se mordió la lengua y apretó los puños con fuerza rezando para que Alba no lo hubiera oído. Podía contar los latidos que comenzaban a aporrear sus sienes. Uno, dos, tres… una gota de sudor frío le resbaló por la frente …cuatro, cinco, seis… no llegó al siete cuando Alba comenzó a incorporarse quedando apoyada sobre un codo frente a él.

—¿Qué coño has querido decir con eso? —Silabeó cada palabra.

—Nada.

—No, dilo, a ver. Crees que he estado follando con él, ¿no? —siseó entre dientes. Dani se quedó cortado—. Eso es lo que piensas.

Y cometió el error de callar, y con ello confirmar la acusación de Alba.

—Ya estás otra vez. No puedes parar. Siempre pensando lo peor. Para ti soy una puta que se folla todo lo que se cruza en mi camino.

—Cariño…

—Que te den. —Se tumbó dándole la espalda—. Eres gilipollas.

Se odió a sí mismo, pero odió más aquel niñato metomentodo. Bufó desconsolado. «Solo nueve días más para volver a casa», se dijo.

Fin capítulo 24.
 

Caballo

—¿En serio? ¿Y no te da palo?

Habían acabado de desayunar y Marta los había dejado solos en la mesa del jardín. La sombra del toldo les proporcionaba una confortable temperatura, protegiéndolos del sol. A Alba se le había ocurrido pasar la mañana en la zona nudista de la playa, tras las rocas y se lo estaba proponiendo. Ellos dos solos, como una especie de premio o como deferencia hacia él.

—Tú querías verme haciendo toples, ¿no? Y hasta un integral. Pues es lo justo después de lo de Arenas. Y esta vez, vamos a estar los dos solos. Tú y yo.

No le desagradaba la idea de verla sin nada, caminando junto a él en una zona llena de extraños. De nuevo la sensación de sentirla deseada por terceros volvía a excitarlo. Y en esta ocasión, lejos de Aníbales, Cristians, Javieres o cualquier otro de sus puñeteros amigos. Se pasó la mano sobre el mentón, meditando.

—Los dos solos —se repitió para sí—. Podría estar bien.

Cuando atravesaron las rocas que daban paso a la zona nudista se sorprendieron al encontrar un hervidero de gente. Por alguna razón aquella mañana había aumentado la afluencia de personas.

Eligieron una zona algo apartada y extendieron las toallas para poder tomar el sol con tranquilidad. Después de untarse la crema, decidieron caminar por la orilla. Había multitud de chicas guapas de buenas proporciones que hicieron difícil que no se le pusiera morcillona allí mismo.

Le tranquilizó ver que no era el único que debía acomplejarse por sus atributos. Y es que en aquella playa había hombres que nunca ganarían un premio Míster Cuerpo bonito. Entre todos ellos, su polla pasaba desapercibida.

Tema aparte eran las chicas. Las había para todos los gustos. Jóvenes, maduras, de anchas caderas, de caderas estrechas, con culo, con mucho culo, sin él. Había adolescentes de tetas puntiagudas cuya edad no era la recomendada para mirarlas sin cometer un delito.

Mientras caminaba por la orilla (y gozaba de todas esas vistas), también disfrutaba del sol y de la exclusiva compañía de su novia que tampoco era ajena a las miradas de los demás. Se encontraba tan a gusto que, al llegar al otro extremo de la playa, casi se le había olvidado que iba desnudo. Era cierto eso de que al final uno se acostumbra a todo.

—Te veo muy relajado. Pensaba que te iba a dar vergüenza.

—Yo también, pero estar junto a ti, hace que me encuentre tranquilo. Y así la gente podrá ver que hasta una chica como tú puede conseguir a un tío como yo.

—Menos lobos. ¿No será al revés?

—¿Hasta un chico como yo puede rendirse ante una tía como tú?

—Sí, será eso, Casanova. —Se carcajeó Alba.

Un grupo de chicas adolescentes se cruzaron con ellos. Todas completamente desnudas y todas completamente guapísimas. Le pareció que alguna hasta se fijaba en él en el último instante. Una leve sonrisa, un gesto. Recolocarse el pelo por detrás de la oreja tras una mirada coqueta. No pudo evitar sonreír por dentro. Es curioso lo que reconforta sentirse deseado.

—Te lo estás pasando muy bien tú esta mañana, ¿no? —dijo Alba al alejarse las chicas.

—No sé de qué me hablas. —Reprimió una sonrisa de orgullo sabedor de que, en ese momento, estaría siendo el centro de los comentarios de aquellas mozuelas.

Alba señaló su polla que apuntaba hacia delante. —Se lo decía a ella.

De un movimiento rápido se tapó y se giró para que no le vieran rojo de vergüenza. Ella se colocó delante y lo abrazó del cuello pegando su cuerpo al de él, ayudando a ocultar su incipiente erección.

—¿Voy a tener que ponerme celosa? —sonrió.

—No he sido yo. Va por libre —dijo en referencia a su pene traicionero—. Se ha levantado a saludar sin que yo se lo diga.

—Pues vas a tener que meterte en el agua para arreglar esto —dijo señalando su empalmada—. Y a lo mejor vas a necesitar ayuda.

Dani señaló con el pulgar a las chicas guapísimas que se alejaban de ellos. —Pues habrá que darse prisa antes de que se alejen demasiado.

—Más quisieras —Simuló una sonrisa falsa. Después se acercó a su oído—. Si te pillo con alguna de esas niñatas, te la corto en rodajas.

—Está bien, tendré que conformarme contigo —bromeó comenzando a tirar de ella hacia el agua. Alba se dejó llevar pero, en el último momento, cuando ya le cubría hasta la cintura, se soltó y se salió rápidamente dejándolo solo con su empalmada.

—Ey, que era broma.

—Ya lo sé, pero ahora te jodes y te la meneas tú solito. —Mostraba su sempiterna sonrisa maliciosa.

—Venga, tía… vuelve. Que era coña, joder.

Ella se carcajeó, pero no le hizo caso. En su lugar se fue corriendo hasta su toalla dando saltitos. Dani no fue el único que siguió su trayectoria ondulante y lo peor es que su empalmada se hizo más grande.

Nunca se la había cascado en el mar y pensó que lo mejor sería meterse hasta donde le cubriera por el cuello, para que no se notara el movimiento de su brazo. Cuando se aseguró de estar relativamente solo, apartado del resto de bañistas, comenzó a pajearse para bajar su empalmada.

A lo lejos vio las cabezas de señoras y de muchachas mecerse con las escasas olas que llegaban a la orilla. Todas ellas le servían en su propósito. Sonrió pensando en que ninguna de ellas sospechaba que se la estaba pelando a su salud y la del resto de bañistas femeninas.

No tardó mucho en llegar a las puertas del ansiado orgasmo, pero en ese momento se fijó en la figura de una señora muy mayor acercándose hacia donde se encontraba él. Aceleró el ritmo para correrse antes de que llegara a su altura y le jodiera la paja.

Bien por los nervios o porque la señora era más rápida de lo que creía, el caso es que se plantó frente a él justo cuando llegaba la corrida.

—¿Te pasa algo, chico? Te he visto poner mala cara desde allí.

La corrida era inminente. Tenía los ojos cerrados y los labios apretados. Solo pudo negar con la cabeza, rogando por que la señora no se acercara más y se diera cuenta de lo que hacía bajo el agua. Se le escapó un leve gemido. La señora puso los ojos como platos y dio un pequeño gritito.

—Ya sabía yo que te estaba dando un corte de digestión. Aguanta y mantén la cabeza fuera, chaval.

Le agarró de la barbilla desde debajo y se la levantó, hundiéndole los mofletes y haciendo que sus labios quedaran estrujados como los morros de un pez.

…justo cuando llegaba la primera descarga.

—¡NOHH! —protestó Dani con un quejido sordo.

Apartó la mano de la señora agarrándola por la muñeca nada más llegar la segunda descarga. Después, perdió el control de cintura para abajo.

Fue en ese momento cuando la mujer se dio cuenta de lo que pasaba realmente. Lo supo en cuanto hubo puesto la otra mano sobre su hombro y notó su movimiento martilleante llegar a través de él. Se estaba masturbando.

Durante los primeros momentos no supo qué hacer y se quedó como convidada de piedra, viendo a aquel pervertido sufriendo un orgasmo delante de sus narices. La cara que veía él mientras se corría, era la de una mujer aterrada. La que veía ella no era mejor: Ojos en blanco, boca semiabierta y ahogados gemidos de agonía orgásmica en una actitud fuera de sí.

Cuando acabó y la última gota de semen lo abandonó para formar parte del grandioso mar, se topó de frente con la realidad de la situación.

La señora lo seguía mirando, tan atónita como sofocada. Dani se dio cuenta de que seguía sosteniendo la muñeca de la señora por encima del agua y se dio cuenta de lo bochornoso que resultaba haberse corrido agarrado a ella mientras se miraban. Había sujetado su mano durante toda la corrida sin poder evitarlo; impidiéndole irse. Como si la obligara a presenciarlo o se masturbara con ella, follándosela imaginariamente. La soltó en el acto y fue como un gong que marcara el inicio de la huida de sí mismos.

La señora se recompuso del susto. Se pasó las manos por el pelo ajustándose las horquillas y miró hacia los lados, con ademán nervioso, intentando distinguir si alguien los había visto. No era capaz de articular palabra, solo boqueaba y parpadeaba sin cesar.

Tampoco él tenía palabras y rogaba por la discreción de la mujer mayor y, sobre todo, por que no empezara a gritar en medio de aquella playa. Por suerte estaba tan ruborizada como él y lo único que hizo fue dar un paso hacia atrás intentando poner distancia. Después dio otro paso y luego otro hasta que por fin se dio la vuelta alejándose hacia donde había venido.

«De cojones —se dijo—, voy a terminar en la cárcel de pervertidos».

Él también comenzó a caminar para salir del agua, pero a paso lento, dejando que ella se distanciara hasta llegar a la arena. Cuando salió, se fijó en ella. Desde atrás tenía todas las hechuras de una persona de su edad: algo ancha de caderas, con muslos fuertes que acababan en un culo redondo pero no grande.

Pensó que iría donde su marido a contárselo, así que él también intentó poner tierra de por medio. Por suerte, su toalla estaba en dirección opuesta a la de la señora.

Alba lo esperaba con una sonrisita y él se tumbó junto a ella, boca arriba.

—Qué, ¿estás más relajado?

—Pues no. Me has dejado solo, cabrona. —Prefirió no contarle nada del bochornoso incidente—. Y me da palo estar allí con el tema… sin ti.

Sonrió y se pegó a él. —¿Te he dicho alguna vez lo guapo que estás cuando te pones así?

—¿Haciendo pucheros?

—No, con la pollita al aire. Se ha quedado pequeñita. —La movió a un lado y a otro con un dedo—. Ya no parece la de antes.

—Eres tontísima, ¿lo sabes?

Dani se puso boca abajo. Alba se rió a brazo partido y se pegó más a él. Besó su cuello y succionó el lóbulo de su oreja.

—Hmmm, ¿sabes qué? a mí esto de estar desnuda al sol también me está poniendo un poco cachonda. —Dani notó sus pezones clavarse contra su costado—. A lo mejor tengo que ir yo también un rato dentro del agua.

Se la empezó a imaginar bajo el agua, en una situación parecida a la suya, cuando le sobrevino la imagen de un señor mayor tratando de ayudarla justo cuando ella comenzaba a correrse. Se preguntó si la reacción del viejo hubiera sido la misma que la de la mujer. «Seguro que no», se dijo. Con toda probabilidad el hombre aprovecharía la situación para intentar follársela allí mismo. O, al menos, tocar teta.

—Pues si vas, te acompaño.

—No creo que me hagas falta.

Alba había clavado los codos en la arena y apoyaba la barbilla sobre sus manos, fijando la vista hacia adelante. Sus ojos tenían un brillo especial. Dani siguió su mirada hasta llegar a unos chicos que, en ese momento, pasaban delante de ellos con sus ganchudos cipotes al aire.

—¿No son muy jovencitos? —preguntó Dani.

—Perdona, no me he fijado en su cara. ¿Qué edad tenían?

Se la acababa de devolver por la de antes con las chicas. Y lo peor es que ella era de las que tardaban en olvidar. Temió que no fuera la última ocasión en recordárselo así que encajó la puya y sonrió resignado.

No tardó en entrar en ese estado soporífero por culpa del sol y el calor. Alba, junto a él, también acabó sucumbiendo al sueño acumulado.

Se despertó al cabo de un tiempo. La piel de su espalda estaba muy caliente por lo que supuso que su siesta no habría sido breve. Alba estaba sentada junto a él, con las rodillas dobladas bajo la barbilla y sus antebrazos apoyados en ellas. Tenía la vista puesta en la gente que paseaba por la orilla.

Un señor mayor, de unos cincuenta y pico o sesenta años, cruzó por delante en ese momento. Tenía el pelo un poco largo por detrás y desaliñado. Varios tatuajes salpicaban su cuerpo. Lo reconoció enseguida. Era el hippy moderno-playero que conoció el primer día que cruzó las rocas que dividían la playa. Aquel que le invitó a seguir su paseo hasta el final de la zona nudista.

En esta ocasión se había desprendido de su bañador rojo y lucía un pollón descomunal. Dani parpadeó para estar seguro de lo que veía.

Aquel señor, antiguo conquistador de playas olvidadas, surfista de tierra adentro con ínfulas de fumador de marihuana añeja, naturista bohemio en tiempos modernos, caminaba despreocupado dedicando su cuerpo al sol con una polla tan grande como la de Aníbal.

No fue el único que se quedó mirando, obnubilado. Los ojos de su novia también lo siguieron durante todo el tiempo que permaneció en su campo de visión, incluso cuando su espalda era lo único apreciable de él.

Cuando desapareció entre la muchedumbre, ambos cruzaron la mirada. La de Dani era de extrañeza, la de Alba de un extraño brillo y una respiración apagada. Se mordía el labio inferior. Turbada, serenó su rostro y carraspeó incómoda.

—¿Qué? Estaba mirando a la gente —dijo ella retadora.

—No he dicho nada.

—No es malo mirar.

—Te repito que no he dicho nada.

Alba se pasó la mano por el pelo y se rehízo la coleta. Dani se fijó en sus pezones erectos y ella se dio cuenta enseguida. Rápidamente se cruzó de brazos y se ruborizó, incómoda. Se quedaron en silencio unos segundos.

—Ya te he dicho que estar desnuda me excita —dijo a la defensiva—. Tú siempre dices que te gusta verme así.

—Alba, no te he dicho nada. Y por mí puedes mirar a quién quieras.

«Siempre que no sea Aníbal, Rafa o el imbécil Polla-Gorda de Javier».

Volvieron a quedarse en silencio, cada uno con sus cavilaciones, pero ambos pensando lo mismo.

—Es enorme, ¿no? —dijo Dani por fin.

Alba se carcajeó y se tapó la boca roja de turbación. —Ya te digo. Joder, parecía un tercer brazo. Qué pasada de pollón.

—Esa es de las que te gustan a ti.

—Ay, bobo —lo dijo como ofendida, pero en tono meloso, como un ronroneo.

—Qué, ¿no es verdad?

No contestó y en su lugar se puso a buscar en su bolsa de playa intentando que no viera lo colorada que acababa de ponerse. Sacó la crema de sol y se dedicó a aplicársela con esmero intentando abstraerse de todo.

—Empalmada, igual es tan grande como el consolador ese tuyo —tentó Dani.

—¿Tú crees? —contestó saliendo de su ensoñación.

—Seguro, y parecía bien gorda. Eso te tiene que llenar entera.

Alba giró la vista hacia el lugar por donde había desaparecido el hombre y se mordió el labio inferior.

—¿Te imaginas? —tanteó Dani— ¿Que te mete ese aparato entero?

Todavía estuvo unos segundos con la vista fija en la lejanía antes de girarse hacia él. Le sostuvo la mirada, auscultándolo. Movió el mentón hacia un lado y otro, señal de que cavilaba.

—¿Y tú? —preguntó por fin.

Dani se encogió de hombros. —Yo, qué.

—¿Que por qué me preguntas eso?

—Por nada, solo quería saber si te pone pensarlo.

Alba ensombreció el semblante y arrugó la frente. —No estoy pensando en follar con él, si es lo que estás imaginando. Ni con ningún otro —en referencia velada hacia Aníbal que Dani captó a la primera.

—No digo eso. Me refiero… —Escogió las palabras con cuidado— a la fantasía. El morbo de follar con un extraño con una polla como esta.

—Y a ti, ¿te pone imaginar que me folle? —Se lo había estado pensando durante unos segundos.

—Pues… no lo he pensado nunca, pero…

—¿Pero? —inquirió Alba.

Dani apartó la vista y cerró las piernas en un gesto que reveló que se sentía intimidado y avergonzado por la polla de ese hombre. —Pero nada.

Ella lo agarró de la mano. —No te voy a cambiar por otro solo porque tenga la polla más larga. No sé por qué tienes que pensar eso. Ya lo hemos hablado en infinidad de ocasiones. Y voy a terminar enfadándome si sigues así.

—Solo era una pregunta, nada más. No he querido decir nada.

El ambiente se enfrió bastante y ambos se quedaron en silencio sin saber cómo romperlo, como si se hubiera roto algo entre los dos. Empezaron a mirar a un lado y a otro, paseando la vista por la inmensidad de la nada. Una familia llegó a su lado comenzando a desplegar sus toallas y a despojarse de toda la ropa.

—Puede que un poco sí que me ponga —dijo de repente Alba—. Como fantasía solo. Sin películas raras.

Dani asintió lentamente y meditó unos segundos antes de hablar. —La verdad es que el tío no está mal para su edad. Tiene un aire a lo Sean Connery en sus horas buenas. —Alba sintió compartiendo su opinión—. Y tiene un rabo de la hostia.

—Ya te digo —se carcajeó ella—. Menudo cipote que gasta el cabrón. —Lo miró divertida, aliviada de verlo sonreír y se quedaron mirando el uno al otro—. Sí, quizás me guste la fantasía de hacérmelo en la playa, con un tío con una polla como esa.

Esperó la reacción de su novio. Éste levantó una ceja y de nuevo sonrió agradecido por la complicidad que suponía esa confianza.

—Tumbada boca arriba, con él entrando y saliendo de mí, y yo gritando a pleno pulmón —dijo sin apartar la vista de sus ojos, vigilándolo—. Y él berreando de placer. Y yo chupándosela, porque se la chuparía. —Volvió a esperar la reacción hasta que éste asintió—. Y le lamería los huevos, que seguro que también son enormes. Le cogería las pelotas mientras se la meneo con la otra mano y me la metería en la boca hasta el fondo. Hasta hacerle correr su polla enorme. Su superpolla golosa.

Pero entonces percibió en Dani la sombra de la inseguridad. Su sonrisa se había ido apagando y, en su lugar, solo quedaba una mueca en la que intentaba levantar los labios por los bordes. Alba lo abrazó por el cuello y lo besó con ternura.

—Ey, estamos jugando. Sabes que solo fantaseo.

—Ya lo sé —dijo dejándose besar una y otra vez—, no es por eso. Es que…

Ella sonrió con la misma ternura que cuando lo había besado. —...te asusta su polla —dijo con suavidad—. ¿O es porque me ponen las grandes?

Dani se encogió de hombros. —Igual lo segundo—. Bajó la mirada avergonzado por plasmar en voz alta algo que ya sabían ambos en el silencio de su intimidad.

—Pues estate tranquilo, porque eso solo forma parte de mi fantasía, ¿vale? —Dani asintió tímidamente aún con la mirada baja—. Ey, mírame —dijo ella—. Tu polla es la única que quiero. Y la quiero sobre todo por lo que trae adosada.

Se quedaron mirando. Alba con ternura, Dani con ojos de cachorro malherido.

—¿Te he dicho que me encanta cuando te pones así? —Se mordió el labio inferior.

La miró sin comprender. «¿Herido, humillado, amenazado por otro…?».

—Cuando te sientes intimidado, tienes una cara adorable. Me encanta y me dan ganas de comerte. O de abrazarte y acunarte hasta que te duermas.

—Ya, gracias, lo recordaré la próxima noche de insomnio.

Alba sonrió y volvió a pegar sus labios a su oreja. La besó y atrapó su lóbulo succionándolo. Todavía se notaba el calentón que llevaba. Notaba su respiración en el oído y su aliento más húmedo de lo habitual. Se separó ligeramente hasta ponerse cara a cara y Dani pudo ver que sus pezones estaban erectos. Alba siguió su mirada y luego se pegó a él.

—No sé si es por estar desnuda o es este sol que calienta tanto —se justificó con voz melosa.

—Pues me encanta —dijo con el inicio de una sonrisa.

—¿Y sabes qué otra cosa me pone cachonda? —preguntó ella.

Dani la invitó a seguir con un leve movimiento de su barbilla.

—El otro día, cuando te bajaron los pantalones… —Dani se puso tenso—. Te quedaste expuesto delante de todos. Fue una putada, lo sé. Esos niñatos son unos cabrones, pero…

Dani levantó una ceja temiendo lo que pudiera decir y tuvo miedo de que el nombre de Cristian apareciera en una frase no deseada. Alba ladeaba la cabeza intentando encontrar las palabras adecuadas.

—No te enfades conmigo, pero… me puso un montón que te vieran así. —Dani arrugó la frente por completo—. A ver, o sea… —Tomó aire—. Es que tú eres la hostia, ¿vale? Cuando veo la cantidad de cosas que has hecho en la vida y todo lo que vales. Tus amigos, tu trabajo, la cantidad de gente que te aprecia, que son la hostia también, y te veo allí… expuesto… delante de aquellos niñatos y sus chicas tontas…

»Es, no sé, como abrirte en canal, sobre tu pedestal y enseñar lo más prohibido de ti; lo que nadie salvo yo debería ver jamás.

Dani tenía los ojos entrecerrados, intentando comprender.

—Sé que no me entiendes pero… —continuó Alba— es como ayer en la playa, cuando tuviste que salir desnudo del agua.

—¿Te gustó que me humillaran? —No sabía muy bien lo que trataba de decirle.

—No, no, eso nunca. O sea, a ver, reconozco que yo también fui un poco cabrona porque te la quise devolver. —Tomó aire y lo soltó con fuerza pensando cómo salir de ese jardín—. Lo de ayer, me gustó porque estabas expuesto, como si alguien que no se lo merece consiguiera algo prohibido de ti, como si te lo robara lo más íntimo. De ti, de mi Dani.

Dani movía la cabeza sin comprender. —¿Te excita que las chicas se hubieran excitado conmigo?

—Sí, bueno, no sé, tampoco lo he pensado. No es tanto que se exciten contigo sino más bien que se sorprendan… de ti, de lo que no deberían ver. Si hubieras sido tú; si te hubieras quitado el bañador a posta y te hubieras exhibido de motu proprio, no sería lo mismo.

—Te pone que muestre lo que no quiero. —Alba asintió con la cabeza—. Y te pone que se sorprendan conmigo, viéndome mis intimidades, vulnerable. —Nuevo asentimiento que Dani tomó con aire reflexivo—. Entonces… ¿te excitaría ver a alguna chica conmigo?

—Uff, eso sí que no. Para nada. Me pondría celosísima, vamos.

Meditó sobre lo que acababa de oír intentando comprenderla. Intentando descifrar cómo funcionaba su mente. Debía ser algo parecido a lo que sentía él al imaginarla expuesta a los demás. Pensando en la gente deseándola y fantaseando con ella.

—¿Y a ti? —preguntó ella—. ¿No te pone celoso que fantasee con otra polla?

—Solo es una fantasía. Además, si eso hace que estés caliente para mí…

Alba lo miró con una ceja levantada y una sonrisa de extrañeza. No se dijeron mucho más, quizás por la incomodidad del momento. Se volvieron a tumbar el uno junto al otro y decidieron dormitar otro poco. Dani tenía las manos por detrás de la cabeza.

—La verdad, tiene la polla más grande que he visto nunca —dijo él—. ¿Cómo lo llamarán sus amigos, Caballo?

Alba comenzó a partirse de risa y él la siguió después. La gente que pasaba se los quedaba mirando.

Al final se quedaron dormidos sobre las toallas. Dani durmió como un bebé, quizás por el sueño acumulado que no terminaba de recuperar. Permaneció así el tiempo que determinó su reloj biológico.

— · —

Al levantar la cabeza se percató de que Alba no estaba junto a él. Se giró boca abajo, apoyando la barbilla sobre sus manos y la buscó entre la gente con la vista. Barrió la playa de lado a lado. Tampoco la encontró dentro del agua.

Y cuando se disponía a darse por vencido y volver a su tarea interrumpida, dio con ella.

Estaba a cierta distancia, casi oculta por la cantidad de gente que se interponía entre ellos dos. Se había metido en el agua que, dependiendo del vaivén de la marea, dejaba al aire su pubis. Junto a ella había un hombre. Dani arqueó la espalda para elevarse e hizo visera con la mano. Reconoció su cara, y su enorme pene caballuno.

No pudo evitar sentir una punzada de celos. Si estaba con él, no había sido por casualidad. Seguro que habría salido a buscarlo. Se preguntó si habría pasado algo más en el rato que había estado dormido.

«Dani, joder. Para de una puta vez. Te vas a volver loco si sigues así. Es tu novia y te quiere. Solo están hablando y entre los dos no ha pasado ab-so-lu-ta-men-te nada».

Se tumbó boca arriba y cerró los ojos dispuesto a relajarse y a dejar de emparanoiarse como un novio celoso. Su novia no iba a hacer nada con ese hombre que no había visto hasta hoy, y menos en sus morros en una playa atestada de gente. Cogió aire hasta llenar sus pulmones y lo expiró lentamente. Lo repitió varias veces hasta conseguir rebajar las pulsaciones de su corazón. Sintiéndose cada vez más relajado, cada vez mejor.

Unas gotas de agua fría cayeron como punzones en su piel caliente. Se contuvo lo suficiente para no pegar un grito de chica. Al abrir un ojo vio la sonrisa radiante de Alba sobre él. Tenía el pelo empapado.

—Ah, hola. No sabía que te habías ido —mintió—. ¿Dónde has ido?

—Por ahí. —Seguía con su sonrisa de oreja a oreja. Mirándolo divertida.

Se sentó con las piernas dobladas como los indios y se frotó los ojos. Alba, imponente con su cuerpo desnudo completamente empapado, tenía un brillo especial en los ojos. Como si hubiera hecho alguna travesura. El estómago le dio una descarga.

—Mira a quién he conocido mientras paseaba por la orilla —dijo haciéndose a un lado.

Tras ella un señor mayor intimidantemente alto, de anchas espaldas y con una polla enorme lo saludó levantando la mano.

—Se llama Andrés. —Levantó la muñeca y mostró una pulserita de plata—. Y si no es por él, la habría perdido.

—Ibas delante de mí —respondió él—. He visto caer una cosa brillante. No ha sido difícil recuperarla.

—Y me ha regalado esta otra. ¿No te parece bonita? —dijo girándose hacia Dani.

Junto a la primera pulsera había otra hecha con hilo de colores y dibujos extraños

—Las hago yo. Tengo muchas —añadió Andrés—. Ésta es… —dudó— para fortalecer el alma. Tiene el símbolo bordado, ¿ves?

Ese tipo de creencias le parecía tan efectivo como beber agua para prevenir la alopecia, pero no dijo nada y, en su lugar, se mostró cordial y educado.

—Pues muchas gracias por rescatar la pulsera de mi novia. Me llamo Dani, por cierto.

Antes de que pudiera levantarse, Andrés se acercó solícito y le ofreció su enorme mano. Al estar sentado y haber quedado el hombretón demasiado cerca de él, se encontró estrechando su mano a escasa distancia de su zona genital. Alba carraspeó y se atusó el pelo.

Acabaron los tres sentados. Andrés y él compartiendo toalla. Alba, frente a ellos, sentada en la suya, apoyada con las manos hacia atrás. En esa posición sus tetas parecían elevarse más.

Tal y como ocurrió cuando estuvo desnudo junto a Aníbal, Dani volvió a sentirse cohibido por aquel pollón que lo acomplejaba, así que terminó doblando las rodillas bajo la barbilla y cruzando los tobillos.

Sin embargo, el nuevo amigo resultó ser el típico hombretón incapaz de hacer daño a una mosca. Hablaba despacio, con frases cortas que meditaba durante unos segundos antes de soltarlas. Fruncía el ceño continuamente intentando concentrarse en la conversación, como si le costara procesar la información o lo hiciera a menor velocidad que el resto.

Tenía un mentón prominente que resaltaba todavía más cada vez que sonreía, y lo hacía muy a menudo. Era, sobre todo, un hombre feliz. Feliz y tranquilo.

Andrés era, ante todo, un hippy de la vieja guardia. De los que rellenan su espíritu con rayos de sol y sus pulmones con humo de marihuana. De los que rezan debajo de un árbol pero santifican la botella (de orujo de hierbas, por supuesto).

Vivía muy cerca de la playa, en la trastienda de un puesto de souvenirs y piezas esotéricas de su propia elaboración. Así es como se ganaba la vida.

A Dani le cayó bien desde el principio y acabó sintiéndose muy cómodo en su compañía. Tanto, que terminó apoyado hacia atrás, con las piernas abiertas y su pene cayendo lacio, sin importarle la demoledora comparación con la anaconda de su acompañante.

Hablaron de todo, pero principalmente de aquello relacionado con la vida y lo efímero de la existencia. También salió el tema del sexo, pero el de Andrés era de un estilo más… tántrico, más interior y siempre relacionado con la persona que uno es o que quiere ser. A Dani se le escapaba tanta filosofía profunda. Alba, en cambio, lo escuchaba embobada. Con la barbilla apoyada en sus manos que posaba sobre las rodillas.

No se acordaron de la hora hasta que el pitido de un WhatsApp, les obligó a volver a la tierra.

—Es mi prima —dijo con la vista en la pantalla—. Que si vamos a comer o pasamos aquí el día. —Puso unos ojos como platos—. Joder, es tardísimo.

Se despidieron de él con la promesa de visitarlo algún día en su “rincón del mundo”. Al alejarse, a Dani le pareció que hacía algo similar a unas poses de yoga, justo donde habían estado sentados. «Un tío interesante», pensó.

Antes de alcanzar las enormes rocas que delimitaban la zona nudista se percató de una señora que lo miraba con detenimiento. La reconoció enseguida como la mujer que trató de ayudarlo en el agua cuando se estaba pajeando. Junto a ella, estaba el que debía ser su marido, un señor delgado de bigotito fino y pelo entrecano.

Por la forma en que lo miraba, diría que su mujer ya le había contado lo del incidente. Lo más molesto era que ella no quitaba la vista de su polla. La primera reacción fue la de taparse, pero pensó que lo mejor era corresponder mirando con la misma intensidad sus grandes tetorras de areolas rosadas y su oscuro coño.

Incluso se pasó la lengua por los labios con toda la intención. En aquella guerra de miradas, fue ella quien terminó bajando la vista y tapándose disimuladamente con un cambio de posición, avergonzada. «Coño ya —pensó—. Tanto mirar mi polla y tanta gaita».

No hubo más playa aquel día, ni más descansos.

A la noche, cansados de una tarde de paseos y visitas a los lugares más pintorescos de la zona, se fueron a acostar. Dani ya estaba metido en su lado de la cama en modo sueño, cuando Alba se acercó por detrás y lo abrazó clavando sus pezones en su espalda. Estaba desnuda y parecía que demandaba guerra.

Todavía debía arrastrar el calentón de la mañana. Entre el sol, el nudismo y la polla de Andrés debía tener bastantes ganas de sexo.

—Lo siento cariño, pero me duele la cabeza —dijo él sonriendo por dentro.

Ella ya había bajado la mano y lo estaba acariciando entre las piernas. Se quedó parada cuando lo oyó, después continuó masajeando su polla y posteriormente sus huevos. Los abarcó con toda su mano y los apretó ligeramente dando la impresión de que le iba a doler otra cosa si seguía haciendo ese tipo de gracias.

—¿De verdad no te apetece jugar un poquito?

Se dio la vuelta para encararla y ella lo recibió con una mueca divertida.

—Pero no podemos hacer ruido —susurró—. Me ha dicho mi prima que, con este calor, tanto ella como Cristian duermen con la puerta abierta para que haga corriente con la ventana. Seguro que se oye todo.

«Como si a estas alturas no te hubieran oído ya», pensó maledicente.

—A lo mejor deberíamos hacer lo mismo y abrir la nuestra. Esto se va a poner como una olla dentro de un rato —dijo él.

—¿Tú crees? Ay, no sé. Va a ser como si estuviéramos haciéndolo con ellos delante.

Abrió la boca, sorprendido de que ella se lo hubiera tomado en serio. —¿De verdad te estás planteando que la abramos? —Su tono hizo que ella se diera cuenta por fin de la broma.

—Ay, qué bobo eres. Pues claro que no. Te seguía la corriente.

Se desnudó al igual que ella y empezó con los preliminares. En esta ocasión jugaba con la ventaja de tenerla a punto de ebullición antes incluso de empezar. Besó sus labios y fue paseando la lengua hacia donde ella ya lo esperaba con más humedad de la habitual. Se entretuvo sin prisa en acabar.

—Para, para —susurró ella—, que si no, me corro ya y quiero hacerlo con tu polla dentro.

—¿No prefieres que te acabe primero?

—No, tengo ganas de polla.

—¿Ah, sí? ¿Mucho? —Ella asintió con la cabeza— ¿Y por qué tienes tantas ganas?

—No sé. Me apetece. Venga, métemela.

Dani se puso de rodillas entre sus piernas y ella alargó las manos hasta hacerse con su polla dura. La masajeó desde los huevos hasta la punta del glande. Los colores de sus mejillas eran más sonrosados de lo habitual. Respiraba agitadamente mientras la acariciaba en todo su volumen. Se mordió el labio inferior y tiró de él hasta que la punta rozó la entrada de su coño.

—Mmsí, méteme tu polla.

— · —

Otra noche más sin sorpresas. Pese a que tenía todo de cara, volvió a ocurrir el desastre. Y es que era verla empezar a gemir y perdía el control. Le excitaba sobremanera que su novia alcanzara el punto de no retorno.

Esta vez ella no se molestó en consolarlo. Simplemente se quedó boca arriba con él encima, respirando. Tampoco Dani intentó excusarse. ¿Qué sentido tendría después de la enésima derrota?

—Vale, vamos a dormir ya —dijo ella poniendo sus manos en el pecho para apartarlo.

Aunque le costaba tener que dejarla libre en la soledad de su lado de la cama, terminó por apartarse y tumbarse junto a ella, sin tocarla, sin hablarla, sola. Cerró los ojos con fuerza y se maldijo a sí mismo. Ya no era solo cuestión de tenerla pequeña, además era un novio incapaz.

Hacía calor. Quizá por eso sus respiraciones seguían encendidas un rato después, sobre todo la de ella: profunda, larga… resignada.

—Espera —dijo él.

Se levantó y rodeó la cama. Abrió el último cajón de un mueble y metió las manos hasta el fondo hurgando dentro.

Cuando se plantó delante de la cama, Alba seguía de espaldas. Él no la llamó ni hizo ningún ruido para llamar su atención. Quizás porque no estaba seguro de lo que estaba haciendo o quizás porque le avergonzaba hacerlo.

Pasaban los segundos, Dani cada vez con más dudas, Alba más extrañada por el silencio de su novio tras ella. Al final, la curiosidad le pudo y levantó la cabeza hacia él.

—¿Qué haces? ¿Qué es eso…?

Se calló de súbito, abriendo unos ojos como platos. No hizo falta que su novio se explicara. Ella ya conocía lo que había en ese estuche que sujetaba nervioso.

—Joder, eso es…

—Lo encontré el otro día en la guantera.

—Mierda, joder. Lo siento. —Se frotó la frente—. No te mosquees, ¿vale? Te lo puedo explicar.

—No hace falta.

—No, de verdad. No es lo que piensas. Lo he traído por… —Estaba realmente nerviosa—. Verás, es que…

—Te digo en serio que no hace falta. No me importa, de verdad.

Ella se quedó callada. Seguía igual de nerviosa, pero esperaba paciente la reacción de Dani que parecía habérselo tomado con demasiada tranquilidad. Dio un paso hacia ella.

—Hoy he comprendido que esto no es más que un juguete. Un trozo de plástico que solo sirve como fantasía. —Alba asintió lentamente, insegura—. Es… parecido a lo de esta tarde con Andrés. Hemos fantaseado, nos hemos reído y lo hemos pasado bien. Tú y yo, los dos. Él —por Andrés— solo ha sido el “juguete”; la herramienta de nuestro disfrute.

Se sentó en la cama.

—No quiero que nos vuelva a pasar esto. No quiero verte así… —Hizo una pausa— otra noche más. —Alba abrió la boca para decir algo, pero Dani continuó hablando—. Prefiero verte satisfecha con este chisme antes que frustrada por mi culpa.

—Pero si yo no estoy frustrada contigo. —Lo tomó del brazo.

—Tampoco satisfecha, eso desde luego. Y, mira, si no me he sentido mal con Andrés, ¿por qué voy a estarlo por este cacharro?

—Ya hemos hablado de esto. Si te molesta el consolador…

—Me molesta no haberme dado cuenta antes de que podemos jugar los dos; juntos, como esta mañana. —Pegó su frente a la de ella—. Dejando que esto sea solo un mero juguete. Nuestro, de los dos.

Ella puso la mano en su mejilla y sonrió con ternura.

—¿Seguimos donde lo habíamos dejado? —preguntó él.

— · —

De nuevo se encontraba de rodillas entre sus piernas abiertas. Ella acariciaba el enorme aparato que Dani sujetaba frente a su coño, solo que esta vez utilizaba las dos manos. Dani la observaba deleitarse con él, con su reencuentro compartido.

—Es más grande que la mía.

—Sí, mucho más. —Desde su posición veía las dos pollas, una junto a la otra.

Comenzó a pasar el dildo por toda la raja una y otra vez hasta que decidió meterla poco a poco.

—Uff, despacio. Hace mucho que no tengo una polla así ahí dentro.

—Acabas de tener la mía.

—Sí, pero la tuya es más… pequeñita. —Arrugó la frente y puso cara de dolor—. Espera, espera, lubrícala primero, anda, que me roza un poco.

Eso significaba ensalivarla con la lengua. Dani dudó unos momentos si llevársela a la boca. Cuando lo hacía, se sentía como si, de alguna forma, chupara el pollón de otro. Cuando pasó la lengua por el glande, Alba se mordió el labio inferior. La ensalivó bien y volvió a colocarla en la entrada.

—Más, más —pidió ella—. Lubrícala entera.

Tampoco esta vez rechistó. Si había accedido a rebajarse a utilizarlo, lo haría por la puerta grande. La cogió por la base y la metió en la boca hasta donde le entró, aplicando bien la lengua. Metiéndola y sacándola varias veces como si la estuviera mamando de verdad. Alba, con los ojos muy abiertos, exhaló el aire con los mofletes colorados de la excitación y emitió un audible “mmmfffff” cuando lo vio hacerlo.

Ahora sí que la metió en su coño sin mayor dificultad. Lo hizo mediante leves y cortos envites …hasta el fondo. Alba emitía gemiditos de placer con cada empujón.

—¿Te gusta?

Ella solo pudo contestar asintiendo con la cabeza. Sus manos agarraban el cabecero y su cuerpo empezaba a hacer ligeros movimientos sin su control.

—¿Crees que la de Andrés se pondrá así de grande cuando se empalma?

—No sé —dijo con tiento—. En la playa parecía muy grande.

Se quedaron callados, mirándose.

—Yo creo que sí —dijo él. Metiendo y sacando el dildo.

Alba abrió la boca y exhaló una bocanada. Nuevo silencio y nuevas miradas entre ambos.

—Follar con él debe ser algo como esto. ¿No crees? —dijo Dani.

Su novia siguió en silencio, pero continuó mirándolo fijamente, observándolo. Dani se tomó su tiempo y continuó hablando de él. —Cuando estábamos sentados, no te ha mirado las tetas ni una sola vez.

—Sí, ya me di cuenta. —Nueva respiración profunda que le obligó a cerrar los ojos de placer—. Qué raro, ¿verdad?

—Sin embargo… —Hizo una pausa— creo que le he pillado mirándote el coño.

—Qué dices, solo te lo has imaginado —Había tardado en contestar—. Habrá sido casualidad.

—Que no. Ha bajado la vista con toda la intención. Te quiere follar —dijo él—. Con su polla de caballo.

Se agarró con más fuerza al cabecero y emitió un gemido —Ooooh. ¿Tú crees?

—Seguro. Te lo ha mirado porque te la quiere meter por ahí.

—Mmmm, qué tonto eres.

—¿Le dejarías? —Al oírlo, Alba abrió los ojos, alerta—. En tu fantasía, digo, ¿le dejarías?

—¿En mi fantasía? —Tardó bastante en contestar—, ¿la de hacerlo en la playa? —De nuevo se quedó en silencio sin dejar de mirarlo fijamente—. Puede.

—¿Solo puede?

—No sé. Ufff, sigue.

—Tumbada sobre la toalla —insistía él—. Con ese maduro tatuado.

—Sí, follando con él. Aaaaah, ooooh. En la arena.

—Sí, en la arena, debajo de él, boca arriba.

—No, yo, bocabajo. Mmmfff.

—¿Bocabajo?

—Con él detrás. Hummm. Cogiéndome de las caderas.

—Sí, follándote desde detrás. Y yo… ¿Dónde estaría yo? —Alba no contestó. Abrió la boca para gemir pero ahogó el sonido en un gesto mudo—. Dime, yo dónde estaría.

—Tú… —Siguió respirando a bocanadas— mirando.

La sonrisa lujuriosa de Dani se apagó paulatinamente. Ella fantaseaba con él mirando mientras Andrés se la follaba. «Chupársela a Aníbal delante de mi novio y luego follar con él a solas», recordó de la noche de las confesiones.

La conversación acabó allí mismo pues en ese momento Ella giró la cabeza clavando la cara contra la almohada y comenzó a gemir lo más bajo que podía para que no los oyeran. El resto fueron dos minutos de algo que Dani hacía mucho que no vivía.

Cuando acabó, se quedó sobre ella, besándola suavemente unos instantes antes de tumbarse a su lado. Alba respiraba agotada.

—Ha estado bien —dijo Dani.

—Uff, sí. Ya ni me acordaba de lo que era esto. —E inmediatamente se bajó de la cama tirando suavemente de él

—¿Qué?, ¿qué haces?

—Ven, vamos.

Cuando puso los pies en el suelo, ella se arrodilló frente a él y le cogió la polla. Después, para su sorpresa, se la llevó a la boca y se la mamó hasta ponerla dura. Cuando lo consiguió, continuó la tarea con las tetas. Dani alucinaba en colores.

—No entiendo, Alba.

—No solo yo voy a disfrutar de lo que me gusta, ¿no?

«¿Cubana y facial?», pensó al instante.

Lo era. Se la estuvo masajeando hasta que estalló en chorros. El estropicio fue abundante pese a que ya se había corrido antes. Debía tener las pelotas muy llenas. No solo tenía semen en sus ojos, nariz y boca. El pelo también había salido damnificado al igual que sus tetas, que se llevaron la peor parte.

—Estabas a tope, ¿eh? —dijo ella—. Cómo me has puesto.

Dani estaba sudando. Le temblaban tanto las piernas que se tuvo que sentarse en la cama. —Dios, qué pasada. Pues sí que ha merecido la pena utilizar este cacharro. Vamos a tener que usarlo más a menudo.

—A ver si le vamos a terminar poniendo nombre —dijo Alba bromeando. Dani sostenía el aparato en su mano y se lo quedó mirando. Seguía pareciéndole enorme.

—Pues lo llamaremos “Caballo”.

Su novia se levantó y se miró de arriba abajo. —Voy al baño a limpiarme. Ahora vuelvo. —Con la cara ligeramente levantada se dirigió a la puerta.

—¿Vas a ir así, desnuda?

—No me voy a poner la camiseta encima de toda tu lefa y pringarla. Total, el baño está aquí al lado. No me va a ver nadie. A estas horas, todos están durmiendo.

Mientras la esperaba, se tumbó en la cama con una sonrisa tonta en la cara. El consolador seguía en su mano. Lo levantó sobre su cara y lo observó con detenimiento recordando los gritos ahogados de Alba contra la almohada.

—Al final has ganado tú, puto Caballo cabrón.

Terminó por quedarse dormido esperándola y solo el ruido de la puerta al abrirse lo sacó de su sopor. Alba cerró y se metió en la cama con rapidez. Apenas un “Buenas Noches” obligatorio antes de darse la vuelta.

—Has tardado —dijo Dani.

—Ah, sí. He estado más tiempo de la cuenta en el baño.

—¿Te has duchado o qué?

—No, solo que… —Cogió aire y lo expulsó de un suspiro— que me he encontrado con Cristian y nos hemos quedado hablando.

La descarga estomacal casi le hace dar un gemido poniéndolo en alerta al recordar cómo había salido de allí.

—¿Te ha visto llena de lefa?

—No, eso no, menos mal. Ha sido cuando he ido a salir del baño. Me he dado de bruces con él. —Seguía tumbada dando la espalda—. Menudo susto. No sabía dónde meterme.

Cristian se había encontrado con Alba completamente desnuda en mitad del pasillo. A Dani le subían sudores fríos sospechando que no había sido mera casualidad. Ese chaval era más espabilado de lo que creía.

—Nada más verlo me he vuelto a cerrar dentro del baño —dijo ella—, pero hemos empezado a hablar a través de la puerta y, bueno, he terminado saliendo y nos hemos quedado allí de palique.

—¿Has salido desnuda?

—Sí, porque… a ver, él tenía razón. Ya nos vimos desnudos en Arenas durante todo el día, así que para qué escondernos a estas alturas. Y la verdad, una vez que ya nos hemos visto, es una tontería andar escondiéndonos.

Cristian había convencido a Alba para que se mostrara delante de sus narices completamente en pelotas en mitad del pasillo. «Y qué le tendría que decir ese mangarrán a las mil y monas de la noche», pensó. Seguro que ahora mismo estaría haciéndose una paja o quién sabe si…

—Pues me sigue pareciendo mucho rato para estar solamente hablando.

Se arrepintió de abrir la boca nada más decirlo. Se mordió la lengua y apretó los puños con fuerza rezando para que Alba no lo hubiera oído. Podía contar los latidos que comenzaban a aporrear sus sienes. Uno, dos, tres… una gota de sudor frío le resbaló por la frente …cuatro, cinco, seis… no llegó al siete cuando Alba comenzó a incorporarse quedando apoyada sobre un codo frente a él.

—¿Qué coño has querido decir con eso? —Silabeó cada palabra.

—Nada.

—No, dilo, a ver. Crees que he estado follando con él, ¿no? —siseó entre dientes. Dani se quedó cortado—. Eso es lo que piensas.

Y cometió el error de callar, y con ello confirmar la acusación de Alba.

—Ya estás otra vez. No puedes parar. Siempre pensando lo peor. Para ti soy una puta que se folla todo lo que se cruza en mi camino.

—Cariño…

—Que te den. —Se tumbó dándole la espalda—. Eres gilipollas.

Se odió a sí mismo, pero odió más aquel niñato metomentodo. Bufó desconsolado. «Solo nueve días más para volver a casa», se dijo.

Fin capítulo 24.
Cada capítulo es mejor que el anterior, ahora entra en escena Andrés
 
Bueno, se juntó de nuevo el viejo equipo. El novio bueno defectuoso y acomplejado, la novia buenísima insatisfecha, el patán follador macho alfa (ex novio) y la amiga que la incentiva a divertirse pasando del novio.

Una combinación de mucho rating. Veremos que tipo de desenlace tendremos.
Regresaron los Avengers
 

Chupitos de marihuana​


Se levantaron igual que se acostaron, enfadados. Dani intentó algún tímido acercamiento sin muy buen resultado. Esa mañana no salieron de casa, Alba había decidido que pasarían el día con su prima, descansando en las tumbonas junto a la piscina. En la cháchara de ambas chicas, él no pudo meter bola, principalmente porque su novia no se molestó en introducirlo en la conversación.

Por suerte su prima pequeña llegó de visita y lo hizo acompañada de Marcos, lo que ayudó a que la mañana fuera más amena. Se metió con su amigo en el borde de la piscina mientras las tres chicas continuaban ajenas con su charla.

Y si el día ya estaba siendo cuando menos extraño, llegaron los amigos de Cristian para estropearlo un poco más. Alba y Dani cruzaron una mirada en cuanto el muchacho apareció entre ellos. Casi pudo percibir cómo se le endureció la cara antes de apartarla con frialdad.

Decidió que no quería verse con ese idiota que enseguida empezó a hacer de las suyas en el agua, así que se salió de la piscina. Marcos volvió con las chicas y él fue hasta la mesa de madera donde reposaba el periódico que Marta compraba a diario y que estaba relativamente lejos de todos. Allí pasó el resto del tiempo, ajeno a lo que ocurría en aquel jardín, incluida la zona de tumbonas. Autoexcluido de todo lo que tuviera que ver con aquel lugar.

Un buen tiempo después, cuando cerró el diario por la última página, estiró las piernas con las manos en el regazo y pasó la mirada por todo el jardín. Era, como siempre, una zona de guerra ocupada por la pandilla de Cristian. Lo buscó con la vista y no lo encontró. Dirigió rápidamente la atención a la zona de Alba. Tampoco estaba con ella y sus primas.

Y entonces lo vio.

Llegaba desde la casa con una bandeja repleta de bebidas en vasos de cartón llenos hasta el borde. Caminaba tal como lo hizo él días atrás, dando pisadas cortas con sumo cuidado de no dar un mal paso. Sus amigos lo esperaban sedientos.

Y ahí fue cuando vio su oportunidad de vengarse.

Se acercó por detrás como si pasara por casualidad y, cuando estuvo pegado a él, bajó su bañador hasta los pies de un rápido tirón. Se apartó ligeramente preparado para ver el espectáculo. No había peligro de que se rompiera ninguna vajilla puesto que todo lo que llevaba en sus manos era de papel o plástico, así que, en caso de caída, su planchazo contra el suelo sería lo más grave.

Por desgracia, el percance no ocurrió como él tenía pensado.

En primer lugar, Cristian se había quedado parado en cuanto notó bajar la prenda; con los pies en la misma posición y sus pantalones reposando sobre ellos, completamente desnudo.

—¿Qué haces, pavo? —le dijo Cristian con despreciable calma. Tenía una mueca de extrañeza y decepción.

Marta y las chicas miraban a Dani con la boca abierta. Sintió el desprecio de Alba que movía la cabeza en sentido negativo, sin dar crédito a su actitud infantil. Los amigos de Cristian tenían rictus similares. La broma no tenía gracia cuando era su amigo quien la recibía.

Para su desazón, y en contra de lo que había creído, acababa de quedar como un niñato en medio de una pataleta. Pero la desgracia no acababa ahí.

Si pensaba que Cristian iba a quedar en ridículo iba listo. Constató con especial dolor que gastaba una polla enorme y que las miradas que estaba recibiendo eran de admiración. Y es que aquel niñato, aquel chaval imberbe que no sabía crecer con su edad, dejaba caer ganchuda una polla que colgaba hasta debajo de los huevos, muy lejos del tamaño que Alba le había hecho creer que tenía. No era como la de Aníbal, pero tampoco le tenía mucha envidia.

Cristian, orgulloso, no se molestaba en cubrirse ni hacer amago de girarse. Al contrario, se exhibía arrogante recibiendo toda la atención.

Dani miró a Martina por acto reflejo, quizás pensando en sí mismo la noche anterior y cerró los ojos con pesadumbre al ver el brillo de su mirada. Imaginó lo que le estaría pasando por su cabeza (y la de todos los demás). La comparación debía ser odiosa. Incluso la propia Marta, la novia de su padre, había bajado las gafas para mirar por encima de ellas con inusitado interés.

—¿Alguno puede echarme una mano? —Cristian pedía con una sonrisa que alguien le subiera los pantalones puesto que él, con las manos ocupadas, no podía hacerlo por sí solo. Para mayor escarnio fue precisamente Alba quien acudió a ayudarlo.

Observó, consternado, cómo se arrodillaba frente a él, quedando su cara justo delante de su polla. Asió su bañador, empapado, con ambas manos y comenzó a subirlo tirando de un lado y otro, despegándolo de su piel a la que se adhería constantemente a causa de la humedad. Su polla pendulaba con cada tironcito amenazando con rozarla en cualquier momento.

Y mientras Alba se concentraba en cubrir, cuanto antes, sus partes con la tela que no dejaba de pegarse, Cristian lo miraba con esa cara de suficiencia que tan “hasta los cojones” le tenía, asomando media sonrisita de niño cabrón por tener a su novia a sus pies o, mejor dicho, frente a su polla.

Y todavía se agrandaría un poco más cuando Alba trató de subir el último tramo hasta la cintura. La polla, que había quedado colgando por fuera del elástico, dio un “latigazo” hacia arriba antes de esconderse dentro de la prenda con el último estirón, lo que hizo que casi rozara su cara. A Dani le costó no cerrar los ojos.

Cuando se levantó, no supo si le dolió más su cara de enfado o la sonrisa de satisfacción de Cristian que ya comenzaba a caminar hacia sus amigos.

—Ya te vale —le susurró su novia—. No pensaba que te rebajarías a esto. Eres, eres…

Apretó las mandíbulas de rabia y se lamentó al darse cuenta de lo que acababa de hacer a ojos de ella. No había sido solo una venganza pobre e infantil contra un crío irreverente y rebelde, sino el ataque de un novio celoso, controlador y malpensado contra la misma persona a la que ayer acusó de follar con ella.

La vio alejarse hacia las tumbonas donde la esperaban sus primas y Marcos. Éste estaba algo apartado de ellas. Le hizo una seña para que se sentara con él. Cuando lo hizo no intercambiaron muchas palabras, pero a Dani le bastó con su compañía en aquel día tan amargo. Se maldijo por su mala suerte. Alba no le hablaba, había quedado como un rencoroso y, por si fuera poco, Cristian tenía un rabo el doble que el suyo, plasmando una vergonzante comparación a todos los presentes.

Y para terminar de fastidiar la mañana, Cristian apareció un poco después. Se plantó con un vaso de cartón delante de las chicas.

—Toma, prima. Todavía está fresquito. —Alba se incorporó, quedando sentada en la tumbona. Alzó un brazo y lo recibió con una amable sonrisa—. No te lo tomes todo de golpe.

—Con este sol no te lo puedo asegurar —contestó ella llevando el vaso a los labios—. Me estoy asando.

Cristian arrugó la frente como si estuviera cavilando.

—¿Y no sería mejor que tomaras el sol sin la parte de arriba? Te van a quedar unas marcas muy feas y total, estás en familia.

Dani se incorporó como un suricata. Aquel crápula estaba tratando de despelotar a su chica delante de todos sus amigotes. Alba cruzó la mirada con él que se la devolvía suplicante. En sus ojos brillaba el mismo rictus indolente que cuando le bajó el bañador al imberbe.

—Claro, por qué no. Total, estamos en familia.

Le devolvió el vaso para que se lo sostuviera y se llevó las manos a la espalda. Cuando la prenda cayó a sus piernas, las tetas rebotaron hacia arriba, libres, excelsas. Una ovación llegó desde el otro lado de la piscina.

Para empeorar las cosas, extrajo un botecito del capazo y comenzó a darse crema por el cuerpo poniendo especial atención en las zonas más delicadas, lo que hizo las delicias de la grada de adolescentes. Cristian, a su lado, esperaba paciente con el vaso en la mano durante toda la operación. No tenía ninguna prisa en volver con sus compañeros, las vistas desde allí eran inmejorables.

—Gracias —dijo alargando el brazo para que le devolviera su bebida.

Él se dobló por la cintura con una mano a la espalda, amagando el gesto de un camarero. Prácticamente colocó el envase delante de sus tetas, justo donde tenía puestos sus ojos. Alba no se dio prisa en hacerse con el recipiente.

Cuando por fin desapareció de allí para volver a su sitio, ella volvió a cruzar la mirada con Dani. Solo fue una fracción de segundo, lo que tardó en esconderla tras un trago de su bebida, pero suficiente para ver ese brillo vengativo tan particularmente suyo.


— · —


A la tarde las cosas retornaron parcialmente a su cauce, quizás porque Alba había visto resarcida su revancha. Volvían a hablarse y habían decidido caminar hasta el centro del pueblo. El paseo junto a la playa estaba concurrido de gente. También la playa lo estaba, con un mar de cuerpos tumbados al sol. No tardó en salir el tema de la piscina.

—¿Por qué has tenido que quitarte el bikini delante de Cristian y sus amigos?

—Lo he hecho para que no me queden marcas. —El tono era cortante, a sabiendas de que los dos sabían perfectamente el motivo real.

—Venga ya, Alba. No me ha hecho maldita gracia que me putees con ese imbécil.

—Pues no te comportes como otro imbécil.

—Ya te he pedido perdón por lo de ayer —respondió sulfurado—. Te fuiste completamente desnuda y tardaste la hostia en volver. Y luego me dices que estabas con él, en pelotas, en mitad de la noche. —Movía las manos delante de su cara—. Joder, tía. Es que cualquiera pensaría mal.

—Yo no soy una cualquiera, Dani —La última palabra sonó a advertencia.

—Tal vez tú no —se mordió la lengua—, pero es que ese Cristian no pierde ni una contigo. Siempre está ahí… como un salido.

Ella retuvo unos momentos sus palabras antes de encararse a él.

—No soy una máquina que de repente se desconecte y deje de gustar a los chicos porque sí. —Hizo una pausa—. Si a ese chaval, con sus hormonas y su tontería de adolescente le gusta mirarme, será su problema. Pero eso no va a hacer que yo te sea infiel.

Encajó la respuesta y siguieron caminando, pensativos en cada una de las palabras del otro.

—Anda que, menudo festín se han dado esos chavales cuando te has soltado las tetas —dijo algo cortado—. Seguro que ya tienes club de fans.

Alba río su comentario, relajando el ambiente. —¿Tú crees? Pues alguno de esos chicos no estaba nada mal.

La miró con la boca abierta. Ella se carcajeó y le golpeó con la cadera. —Eres muy bobo ¿Lo sabes?

Lo abrazó y lo besó con fuerza y Dani la recibió agradecido. Al menos se había acabado la tirantez. Después continuaron caminando cogidos de la mano.

—Por cierto —dijo Dani al cabo de un rato—, Cristian la tiene enorme.

—Sí, es verdad —corroboró ella en tono neutro.

—Dijiste que la tenía pequeña.

—Eso creía. —Se encogió de hombros—. Me confundí.

Siguieron caminando con Alba mirándolo de reojo.

—Estás muy mono cuando pones esa cara.

—¿Qué cara?

—La misma que cuando viste la polla de Aníbal junto a la tuya.

Recorrieron todo el paseo que bordeaba la línea costera hasta llegar a una zona llena de callejuelas. Se perdieron entre ellas hasta que, un rato después, encontraron espacio abierto, como una especie de plaza o rambla donde se juntaban diferentes puestos para veraneantes. Esa tarde estaba lleno. Recorrieron las filas de vendedores hasta llegar a una tienda de aspecto alternativo. Ocupaba el bajo de uno de los edificios que bordeaban esa especie de placita.

—Fíjate, Alba, aquí venden pulseras como la tuya, con garabatos igual de raros.

—¿Ah, sí? A ver.

En ese momento el dueño salió de la trastienda. Era un tipo con aspecto hippy, tan alto que tuvo que agachar ligeramente la cabeza al pasar por la puerta.

—Hola de nuevo, chicos, ¿os puedo ayudar?

Andrés sonreía tan complacido como sorprendido de verlos por allí. Llevaba una camisola muy holgada y deshilachada abierta por el pecho y un pantalón bastante cómodo. Se quedó de pie cogiéndose las manos por delante. Dani no tardó en ofrecerle la suya para saludarlo.

—Así que aquí es donde te ganas la vida —dijo él.

—Me gano la vida… y la vivo —contestó haciendo un pase con la mano señalando la estancia repleta de productos artesanales, con su marca personal en todas ellas.

—Menuda casualidad tan grande que hayamos ido a dar contigo justo aquí.

—Sí, ¿verdad? —dijo Alba demasiado sonriente.


— · —


Acabaron los tres en la trastienda, donde les enseñó su área de trabajo así como el resto de su vivienda. A Dani no le sorprendió su aspecto aunque, era tremendamente peculiar comparado con una vivienda normal.

La estancia principal era una especie de salón-cocina-comedor con viejos sofás raídos, una mesa alargada repleta de botellas, cuencos con cosas raras, plantas y demás objetos extraños.

Andrés se sentó en un sillón-mecedor viejísimo. Tenía tapetes en los brazos que ayudaban a tapar parte de los innumerables chinotes acumulados a lo largo de amplias tertulias filosóficas con sus más que predecibles numerosos amigos. Tan alternativos y peculiares como él. Porque Andrés era en sí mismo peculiar. Peculiar pero transparente. Tal vez no muy sano de cuerpo, pero sí de espíritu.

Acabaron bebiendo unos chupitos de licor de su propia fabricación. Riendo con él mientras contaba sus historias y vivencias, porque si algo tenía aquel hombretón era mucha vida a sus espaldas.

Nunca había estado casado, pero tenía una hija; jamás había tenido una nómina, pero no le faltaba dinero; no fue a la universidad, pero aprobó las asignaturas más importantes. Era, ante todo, un hombre de pocos empleos y muchos oficios.

—¿De verdad trabajaste en un circo? —preguntaba Alba divertida—. No te imagino.

—Y podría seguir haciéndolo.

Se levantó de su sillón y se plantó en mitad de la estancia. Se dobló por la cintura hasta apoyar las palmas de las manos en el suelo sin doblar las rodillas con una elasticidad pasmosa. Contrabalanceó su peso y comenzó a despegar los pies, elevándolos hasta formar una T. Después los izó, formando una figura completamente vertical. Aguanto unos diez segundos antes de volver a ponerse de pie y saludar teatralmente.

—Formaba pareja con una chica. Nos sujetábamos el uno al otro haciendo figuras y posturas de equilibrio y fuerza.

—A ver yo. —Alba se levantó y se puso frente a él. Iba algo tocada de tanto chupito por lo que tuvo que hacer dos intentos antes de tomar posición—. De pequeña lo hacía muy bien.

Imitó el movimiento de Andrés, poniendo ambas palmas en el suelo. Pero lo hizo doblando las rodillas por lo que la postura no quedó muy estilizada que digamos. El culo se le iba hacia un lado y a otro. Dani se masajeó las sienes. «Qué hostia se va a dar —pensó—. Bueno, el suelo es de hule, algo amortiguará».

Comenzó a desplazar el peso hacia sus brazos. Después, para sorpresa de todos, levantó un pie del suelo, luego el otro. Pero ahí quedó todo. Alba se había quedado a medio camino entre un vertical y un oso acróbata.

El hippy la cogió de la cintura. —Sigue. Venga levanta las piernas hasta arriba.

Alba lo intentó a su manera, la manera de una chica medio borracha. Las levantó arqueando demasiado la espalda por lo que sus talones golpearon la cabeza de Andrés, y no lo hizo una sola vez porque, intentando conseguir la verticalidad, se puso a “pedalear” en el aire soltando coces a diestro y siniestro. El hombretón lo resolvió levantándola en el aire por encima de su cabeza con una facilidad asombrosa. Al sentirse sin apoyos, Alba acompañó sus coces involuntarias con manotazos al aire intentando asirse a algo.

—Sube las piernas, vamos súbelas —le decía él. Alba se movía como un conejo flotando en el espacio—. ¿Pero quieres hacerme caso y subir las piernas?

Pero ella estaba en modo pánico y no atendía a razones. Entonces Andrés hizo algo que no esperaba nadie. Abrió la bocaza y le dio un mordisco en el culo. Dani parpadeó para estar seguro de lo que acababa de ver. Andrés había encajado su hocico entre las dos nalgas de Alba metiendo parte de su anatomía entre sus mandíbulas antes de clavarle los dientes por encima de su pantaloncito corto.

El efecto fue inmediato. Por acto reflejo arqueó la espalda y elevó las piernas intentando proteger la zona y, de paso, poniéndose tiesa. Casi consigue la verticalidad deseada. Había soltado un grito y se frotaba la zona dolorida.

—Ayy, me has mordido el culo. —Arrastraba las palabras.

—Ahora estira las piernas y ponlas rectas —animó—. Venga, ponte derecha.

Pero ella seguía intentando alcanzar el suelo con las manos. No lo conseguía, pero al menos había dejado de patalear.

—Dios, qué mareo tengo. Creo que no estoy bien.

Andrés la giró en el aire como un reloj de arena y la posó con suavidad. Ella se abrazó a él como un náufrago a un barril antes de lanzarse a por el sofá más cercano donde se dejó caer como un plomo.

Dani tenía un chupito en su mano. Se lo quedó mirando con detenimiento. «Quizá esto no sea tan sano para el cuerpo como dice Andrés», pensó.

Se estaba acabando la tarde y las luces de la calle eran cada vez más mortecinas. Fue entonces cuando llegó la sorpresa del día. Alguien entró desde la tienda a la zona de la vivienda plantándose delante de ellos. Era una adolescente muy mona de una belleza natural que les sonrió nada más verlos. Ante ellos acababa de aparecer nada menos que la hija de Andrés.

Cristina.


— · —


Nunca hubiera imaginado que fuera precisamente la novia de Cristian, la hija de aquel hombretón. Tan simpática como siempre y muy vivaracha. Tenía una relación con su progenitor muy cercana y bromeaba con él como si fuera uno de sus colegas. Enseguida había entrado en la conversación bromeando y riendo tan fuerte como los demás. Pese a su edad, estaba reduciendo la diferencia de chupitos que le llevaban de ventaja con asombrosa velocidad.

Dani y Alba estaban sentados en el sofá central; Cristina ocupaba otro junto a ellos, formando un ángulo recto con el suyo. Al tenerla tan cerca, pudo apreciar con más detenimiento su cuerpo. La muchacha era delgada pero voluptuosa. Lo mejor de todo era su culo que había podido escanear en varios de los viajes que había hecho hacia la cocina. Llevaba un pantaloncito corto de deporte ajustado que remarcaba a la perfección su trasero con forma de cereza invertida.

Alba le había cazado un par de veces siguiéndola con la mirada, pero iba tan borracha que no se había enterado de nada. Se preguntó qué edad tendría la muchacha. No le gustaría estar poniéndose las botas con alguien sin los años necesarios. Apartó la vista con rapidez cuando se dio cuenta de que Andrés se había quedado mirándolo.

Terminaron hablando del infructuoso intento de Alba haciendo el pino mientras ella se reía a brazo partido.

—Y me ha mordido el culo —decía casi al borde de las lágrimas.

—Te lo merecías. Casi me rompes la crisma a patadas. —Se giró hacia su hija—. No era capaz ni de levantar el trasero del suelo. —Había vuelto a sentarse en su sillón junto al sofá central.

—Que voy pedo, joder. Ya me gustaría veros a vosotros. —Simuló ponerse seria.

—Tu padre la ha levantado en el aire como si fuera una pluma. Es fortísimo —dijo.

—Dani también es muy fuerte —contestó Alba—. A mí me levanta con un solo brazo.

—¿En serio? —preguntó Cristina enormemente interesada—. A lo mejor podrías trabajar también en el circo. Yo una vez intenté entrar allí de equilibrista. Podríamos hacer pareja.

—Seguro que sí —contestó él—. Tú de acróbata y yo recogiendo los cacahuetes para comérmelos en mi jaula.

—No digas eso. —Alba se le echó al cuello besando su mejilla, visiblemente ebria—. Tú eres muy fuerte. Podrías trabajar de eso si quisieras y serías el mejor. —Dani negó con una sonrisa dando a entender que su novia lo quería demasiado para ser imparcial. —Es verdad, es muy fuerte —insistía ella dirigiéndose al resto—. El día que nos conocimos le dio una paliza a tres tíos tan grandes como tú —dijo señalando a Andrés.

Cristina y su padre pusieron una cara entre la duda y la sorpresa.

—No eran tan grandes y, por supuesto, no fue una paliza —rebatió Dani, abrumado. Se vio en la obligación de explicarse para no parecer un buscalíos del tres al cuarto—. Solo hubo una patada en los huevos, un puñetazo en la tráquea y una nariz rota.

Cristina lo observaba con los ojos como platos. —¿Y no quisieron pegarte?

—Lo intentaron, por eso se llevaron una patada en los huevos, un puñetazo en la tráquea y una nariz rota.

—Es que Dani se crió en un orfanato —dijo Alba—. Pero uno chungo de esos con profesores crueles y compañeros cabrones. Ahí es donde aprendió a defenderse.

Él arrugó un poco la cara. No se sentía cómodo hablando de ello.

—Sí, estuve en muchas peleas, por desgracia —se justificó—, pero no os vayáis a pensar, en aquel colegio yo era de los que recibía. —Señaló la cicatriz de la ceja y la del labio.

—Ayy, mi niño —dijo Alba besándolo maternalmente—. Si yo hubiera estado allí, no habría dejado que te hicieran nada.

—Si hubieses estado allí —respondió con una sonrisa—, hubieras acabado como yo, encerrada en el cajón de una cómoda durante horas, donde apenas cabía hecho un ovillo, a la espera de que se cansaran de torturarte.

Cristina se llevó la mano a la boca ahogando un lamento; su padre frunció el ceño consternado. No era de esos que toleraba muy bien la violencia. El hombretón movía la cabeza incrédulo.

—Qué horror.

Cristina se sentó junto a él y lo abrazó rodeando su cuello. Después lo besó, quizás demasiado cerca de la comisura de los labios.

—Oye, oye, que corra el aire, culo bonito —bromeó Alba—, que esto de aquí es todo mío. Tú ya tienes a ese tío grande de ahí atrás —se quedó mirándolo— …con un montón de cosas grandes. Y ahora mi novio me va a levantar a mí igual que ha hecho tu padre antes. —Se levantó haciendo eses por culpa de tantos chupitos y puso las manos en el suelo—. Vamos Dani, sujétame.

Entre todos la convencieron para que se olvidara de hacer nuevas acrobacias, pero la muy cabezona insistía una y otra vez en demostrar su destreza. Tuvieron que sentarla en el sofá a la fuerza. Cristina era la que más forcejeaba con ella. Cayeron en el maltrecho diván como plomos partiéndose de la risa.

—Eres majísima, Cristi. —Alba la abrazó y la besó en la mejilla—. ¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? —Había entrecerrado los ojos y la señalaba con el dedo. Su cara estaba casi pegada a la de Cristina. Ésta esperó paciente a que se lo dijera—. Que eres majísima.

Dani se llevó la mano a la cabeza. «Está como una cuba», pensó.

—Pues a mí lo que más me gusta de ti —dijo Andrés a Alba—, es tu vitalidad. Desde luego eres incombustible.

—Oy, qué bonito —contestó—. Ahora vosotros. Venga, decidme qué es lo que más os gusta de mí —pidió con la vista puesta en Dani.

Éste comenzó a toser de forma falsamente exagerada. —Cough, cough, TETAS, cough—. Nuevas risas de todos.

—Eres lo más “tonnto” del mundo —contestó Alba—. Pero te perdono porque soy incombustible. Y porque estoy borracha.

—A mí lo que más me gusta de ti es tu novio —dijo Cristina. Dani se quedó con la boca abierta. Alba la miraba sin saber exactamente el significado de lo que había dicho, parpadeando a la espera de que soltara una frase que finalizara la broma—. Debes ser una chica muy especial y merecer mucho la pena para que un chico como él esté contigo.

Seguía mirándola con una ceja levantada. El alcohol no le permitía interpretar con claridad cuáles eran las intenciones reales de lo que había dicho. Lentamente comenzó a afirmar con la cabeza.

—Lo soy —dijo con sentida afección.

—¿Y a ti, Dani? ¿Qué es lo que más te gusta de mí? —preguntó Cristina todavía abrazada a su novia.

Las dos en el sofá central, mirándolo. Una borracha y la otra no tanto como parecía, pero ambas con la misma mirada de águila que observa una presa hacer un mal movimiento.

—Pues… tu simpatía.

—¿Mi simpatía? —Cristina fruncía el ceño contrariada—. De tu novia te gustan las tetas, ¿y de mí solo dices que soy simpática? —se puso seria—. Venga, dime la verdad.

Su padre lo observaba desde su sillón, con un chupito vacío en la mano que terminó por depositar en la mesita cercana. Su semblante seguía siendo complaciente, aunque ya no sonreía. Ninguno lo hacía, de hecho; como si de su respuesta dependiera el resultado de un examen. No sabía cómo, pero de repente la situación se había vuelto muy rara.

Le hubiera gustado poder ser totalmente sincero y decir que lo que más le gustaba de ella era imaginar follarla, a ser posible desde atrás, con una buena panorámica de su perfecto y prieto culo.

—Bueno, es que… a ver. —¿Habían empezado a jugar a algo y no se había enterado?—. No sé qué decir. —Miró a Andrés dubitativo. Éste se dio cuenta de que pasaba el tiempo y no dejaba de observarlo.

—¿Acaso me estás mirando a mí para que te de permiso para hablar con sinceridad? —preguntó con esa calma que le caracterizaba.

Alba y Cristina seguían atentas, esperando. Dani cogió aire y lo expulsó lentamente.

—Tus labios —dijo por fin—. Son gruesos y carnosos; tiernos como dos pétalos de flor. Se elevan formando un hoyuelo muy sugerente en el medio, que dan ganas de llenarlo a besos. Seguro que los tuyos deben ser muy dulces. —hizo una pequeña pausa—. Y, sobre todo, enmarcan tu sonrisa, haciendo que brille de una forma especial.

Cristina, que escuchaba con la mirada clavada en él, tenía el rictus de concentración, meditando lo que acababa de oír. Como si de alguna manera, aquellas palabras tan bonitas, no fueran la respuesta correcta.

—Es curioso —dijo contrariada—. Creía que lo más bonito de mi cuerpo era mi culo. ¿Es que a ti no te lo parece?

—Claro que sí. Es redondito, prieto y con forma de cereza invertida. De esos que dan ganas de agarrar con las dos manos. Se eleva formando una figura muy insinuante por detrás. De hecho, esos pantalones —dijo señalando con el dedo—, realzan todo lo mejor y más provocativo de él, como ese huequito de luz que queda entre las ingles y que atrae las miradas de los chicos como a las polillas. Es sin duda lo más tentador y atrayente de tu cuerpo.

—Y entonces, ¿por qué has dicho que eran mis labios? —Giró la cabeza de medio lado como si le hubiera pillado en una mentira.

—Pero, habíamos dicho... —Ahora el que ponía semblante fingidamente contrariado era él— que dijera lo que más me gusta de ti, ¿no?

Cristina comenzó a sonreír a cámara lenta, lo que provocaba que sus mejillas se elevaran y sus ojos se cerraran hasta formar una línea recta. Su sonrisa, enmarcada por aquellos labios, brilló de una manera especial.

Dani había hecho el triple mortal y había caído de pie. Alba lo miraba con ese fulgor que aparecía en los momentos más delicados. Movía el mentón sin apartar la vista de sus ojos, evaluándolo.

—¿Y de Andrés? —le preguntó su novia por fin—. ¿Qué es lo que más te gusta de él?

—Ahí no tengo dudas —atajó Dani rápidamente—. Su polla.

Cristina se atragantó con el chupito que acababa de llevarse a la boca, escupiéndolo en una nube de alcohol. Alba soltó una carcajada con la boca completamente abierta e inmediatamente se tronchó a reír. Las chicas se sujetaban la una en la otra.

—Es verdad —corroboró cuando pudo hablar—. Fue en lo primero en lo que nos fijamos Dani y yo cuando le vimos. —Y vuelta a partirse de risa.

—Sí, mi padre suele provocar que las miradas de todo el mundo se concentren en esa zona de su cuerpo. Cualquier día se la van a carbonizar.

Alba volvió a partirse de risa. Entre las dos se lo estaban pasando de miedo.

—¿Sabes que le pusimos un mote a su aparato?

Lo dijo tapándose la boca y la nariz intentando contener un nuevo ataque de risa. Andrés interrogó a Dani con la mirada. Éste, que había dejado su vaso a medio camino de sus labios, movió la cabeza a un lado y a otro, apesadumbrado.

—Es cierto —corroboró—. No te miente. No nos odies. —Terminó de dar el trago a su bebida. En la última media hora apenas había probado un sorbo.

—Claro que no lo hago —sonrió amable—. También yo me fijé en vosotros cuando os vi. Al fin y al cabo estábamos desnudos.

Colocó la vista en la entrepierna de Alba deliberadamente antes de terminar dirigiéndola a los ojos. Ella se la sostuvo durante el tiempo que se metía otro trago. Cuando bajó el vaso, se limpió con el dorso de la mano. Tenía las mejillas sonrosadas. También ella dirigió un fugaz vistazo a la parte baja de su cuerpo.

Dani carraspeó incómodo, preocupado por el efecto desinhibidor de aquellos chupitos caseros.

—¿Cuánto te mide?

La pregunta de Alba llegó a bocajarro. Tanto que los tres levantaron las cejas desconcertados. Incluso Andrés, que había rebosado calma durante toda la tarde, estuvo unos momentos con el rictus congelado procesando la pregunta.

—La verdad, no lo sé. Nunca la he medido. —Bebió de su vaso—. Ni lo pienso hacer. Me parece denigrante.

A Dani le costó creer que le resultara vejatorio con ese pedazo de pollón. Andrés se apresuró a explicarse.

—No quiero decir que no esté orgulloso de lo que tengo. Lo estoy, e incluso aprovecho lo mucho que gusta a las mujeres para procurarme sexo con ellas. Pero medirla sería como medirme yo; como si me valorase por la longitud de mi pene en lugar de hacerlo por lo que tengo aquí dentro. —Se señaló el pecho.

—¿Me la enseñas? —preguntó Alba como si hubiese oído llover. —¿La podemos ver otra vez?

De nuevo bocas abiertas y ojos como platos. Dani volvió a dar un carraspeo doble, intentando dar un toque de atención a Alba para que no virara por caminos no deseados. Andrés sonrió conciliador y se tomó su tiempo en responder.

—Claro, cómo no. Y después… ¿me lo enseñarás tú? —señaló entre sus piernas con un movimiento de barbilla.

A Alba le brillaban los ojos. Mucha culpa tenía la cantidad de chupitos que llevaba entre pecho y espalda. Movía el mentón a un lado y a otro disimulando una sonrisa. Cruzó una pierna sobre la otra tapando figuradamente la zona señalada y se apoyó en el reposabrazos.

—No puedo, guapetón. Tengo novio.

—Seguro que no le va a importar. Además, ya lo he visto antes, ¿no?

Dani frunció el ceño. Juraría que estaban tonteando delante de su cara sin ningún pudor. Cristina debió pensar igual que él porque le puso una mano en la rodilla para tranquilizarlo. Estaba sentada en el borde del sofá, pegado al suyo y le sonrió transmitiéndole esa complicidad de quien está acostumbrada a ese juego de artificio de toma y daca.

—De hecho —continuó diciendo Andrés—, podríamos desnudarnos todos, como en la playa. ¿Qué te parece? Sería… una fiesta nudista.

—Eso estaría bien —intervino risueña su hija—. A lo mejor a mí también me gustaría ver lo que tiene Dani. —Él se quedó cortado por la salida de la muchacha—. Me han dicho que no solo es un chico interesante por dentro.

Sufrió una descarga estomacal. Por supuesto ella debía saber lo de la bajada de pantalones. «Maldito Cristian». Hizo esfuerzos por no ponerse colorado.

Alba retuvo la vista en la mano de Cristina sobre la rodilla de su novio. Después volvió a recuperar su pose. Descansaba con el codo en el reposabrazos, al otro lado del sofá que compartía con la adolescente. Apoyó la barbilla sobre el dorso de su mano y se dirigió a Andrés.

—Si adivinas el mote que le pusimos a tu polla, me desnudo yo sola —dijo con todo el aplomo que su estado ebrio le permitió.

Andrés se echó hacia atrás en su sillón, meditabundo. Entrelazó los dedos de sus manos excepto los índices que los apoyó en su mentón.

—¿Sabes cuál es la parte más atractiva de ti? —preguntó haciendo caso omiso a su propuesta.

—Sí, me lo has dejado claro —contestó ella.

—¿Y sabes por qué? —sus ojos entrecerrados intentaban penetrarla— ¿Sabes por qué no son tus tetas, o tus pezones oscuros, o tus ojos de pantera?

Alba esperaba expectante la explicación con las mejillas encendidas. A Dani le sudaba la camiseta. Cristina apretó ligeramente la mano sobre su pierna. Había subido ligeramente. Lo tranquilizaba con una caída de ojos. “Mi padre controla”, parecía decirle.

Andrés se echó hacia adelante, colocando su cara frente a la de Alba.

—La gente se fija en lo más evidente —explicó con su calma habitual—. Muchas veces influidos por esta sociedad que nos bombardea con estereotipos e ideas preconcebidas que nos han hecho creer que lo más bonito es aquello que cumple ciertas reglas establecidas. Pasando por alto lo realmente cautivador de cada mujer, tan personal y particular que solo unos pocos son capaces de captar. —Hizo una pausa—. Igual que Dani con los labios de Cristi.

Alba volvió a desviar la vista un segundo sobre su novio. La mano de Cristina se había desplazado un poco más.

—La forma de tu pubis y cómo lo llevas, refleja tu forma de ser más que el resto de tu cuerpo —continuó Andrés—. Es tu personalidad o la que tú intentas que sea. Pero lo que hay fuera de tu control… El vello tan fino, pero tupido; esos labios oscuros y gruesos que se intuyen debajo; la piel blanca de alrededor que contrasta con la negrura de tu coño… eso, chiquilla, va impreso en tu carácter más reservado, eres tú en esencia pura. —Hizo una pausa—. Salvaje, indomable, caprichosa… sexual. —Volvió a hacer otra pausa más larga—. Muy sexual...

Dani quedó pasmado por lo bien que había descrito a su novia. Y lo había deducido por su coño. Ya no le parecía un hippy despistado fuera de su comuna de soplaflautas. Ese hombre tenía más mundo del que pensaba.

—Cuatro intentos —dijo Andrés rompiendo el momento—. Y con que te desnudes de cintura para abajo será suficiente.

—¿Me la dejarás tocar? —contestó ella enrocada en sus trece. Andrés pareció no comprender—. Cuando pierdas, ¿te la podré tocar?

—¿Me dejarás que te toque yo a ti? —devolvió en un revés—. Si acierto, por supuesto.

Dani se metió el chupito de golpe. Lo retuvo en su boca unos segundos antes de hacer pasar el líquido por su garganta. Su novia volvía a jugar sola en ese peligroso juego de posturas y pavoneo, en el que solo él tenía las de perder. Cristina volvió a tranquilizarlo. Su mano ya no dejaba de apretar su muslo.

—Dime, ¿me dejarás hacerlo si gano yo?

Dani fue a abrir la boca, pero Cristina tiró de él. Al mirarla, ésta negó con la cabeza y le guiñó un ojo. Se fijó en ella con detenimiento y, por primera vez, no estuvo seguro de que estuviera tratando de tranquilizarlo. Dio un nuevo trago sin dejar de observarla. Con aquella sonrisa ladeada le parecía todavía más guapa y no pudo evitar imaginarla usando sus labios para una cosa que no era dar besos.

Levantó su vaso y lo observó con curiosidad. Después, lo depositó lejos. Debía dejar de beber, ya.


— · —


El juego había empezado en el mismo sitio donde lo habían dejado. Alba mirándolo a través de sus ojos acuosos y Andrés recostado hacia atrás, intentando leer en ella el mote de su pene. Cristina estaba junto a Dani, en su mismo sofá. Había hecho un viaje a la cocina y, al volver, se había sentado con él.

—Anaconda —dijo por fin. Alba sonrió de medio lado sin dar exageradas muestras de alegría. Más bien como una victoria a plazos. Negó con la cabeza.

—¿Tiene nombre de animal?

—No te lo voy a decir —contestó retadora.

—Sí. —La respuesta de Dani cruzó el aire como un trueno cegador. Todos quedaron sorprendidos, incluido él mismo. Cristina, que estaba pegada a él hombro con hombro, levantó las cejas, divertida. Alba movió el mentón hacia adelante antes de volver su atención a Andrés.

El hombretón, en cambio, seguía mirando a Dani, intrigado. No lo había visto así en toda la noche. Se pasó la mano por la barbilla. Volvió a recostarse clavando en él su atención. De nuevo se tomó su tiempo en volver a dar una respuesta.

—Boa constrictor. —Se lo había dicho a Dani. Éste, sin embargo, no reaccionó. Estaba mirando a su novia que le sostenía la vista, impertérrita. Ella tampoco se preocupaba de desmentirlo. Pasaban los segundos sin que ninguno de los dos desvelara nada. Cristina le interrogó con un golpe de su codo.

—¿Es ese?, ¿ha acertado?

Dani esperaba no sabía a qué y su novia seguía en silencio. Ella llevó el vaso a la boca sin perder contacto visual con él y llenó los carrillos antes de tragar. Después se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos.

—No, tampoco. Es un animal mucho más grande —posó el vaso en la mesita junto a ella—. De cuatro patas.

Estaba claro que allí había dos pulsos y en cualquiera de ellos Dani iba a salir mal parado.

…o no.

Cristina agarraba su brazo y se apretaba a él, nerviosa. Podía notar el calor de sus tetas traspasándolo. Al llevar los dos, pantalones cortos, sus piernas estaban en contacto, piel con piel. La muchacha deslizó un pie por detrás colocándolo entre los suyos.

—Todavía quedan dos oportunidades —dijo la chica a su padre.

Andrés asentía lentamente. Comprendiendo algo que no solo pasaba por su cabeza.

—Un animal grande —Repitió el hippy. Alba asintió lentamente, corroborando. —De cuatro patas —Nuevo asentimiento.

Cavilaba intentando filtrar las posibles opciones que coincidieran con las pistas.

—¿Más grande que una persona? —Alba volvió a asentir sin sonreír, pero se veía la excitación en sus mejillas.

Cristina se apretó más contra el brazo de Dani. Casi podía notar los latidos acelerados de su corazón.

—Trompa de elefante. Elefante —Alba negó y por una vez, dejó aflorar un inicio de sonrisa.

Andrés se quedó meditabundo con la mirada fija en Dani. Como si esperase una reacción de éste u otra pista que lo acercara sin ambages a la respuesta final. No llegó ninguna de las dos.

Su hija seguía encaramada a su brazo. El pie que había colado por detrás del de Dani se había desplazado arrastrándolo entre los suyos. Ahora el pie de él estaba atrapado entre los de Cristina. Alba también los miraba, pero no con los mismos ojos que Andrés …ni la misma calma.

—Creo que éste es buen momento para terminar aquí la noche —dijo de repente Andrés, levantándose de su sofá.

—¿Ya? Pero el juego no ha terminado —Cristina miraba a su padre contrariada—. Queda una oportunidad más.

—Cierto, y eso quiere decir que nadie pierde.

Y como si acabaran de despertar de un sueño, comenzaron a levantarse y a prepararse para volver a su casa. Ni Alba ni Dani pusieron objeción a la finalización del juego. Solo Cristina sentía frustración por no ver su desenlace.

Dani se despidió de su anfitrión con un fuerte apretón de manos. Cada vez le parecía más interesante aquel individuo. Al borde del precipicio, él había sido el único capaz de dar un paso atrás. Alba, por el contrario, tuvo una reacción fría. Tal vez por el excesivo alcohol que circulaba por sus venas.

—¿Sabéis volver? —preguntó Andrés.

—Claro, Alba se conoce la zona.

Ella estaba en ese momento apoyada en un poste de la entrada de una manera no muy vertical. Trataba de colocarse la tira del bolso por encima de la cabeza sin conseguirlo. Casi se cae al suelo en el último intento.

Decidieron que Cristina les acompañaría para que no se perdieran callejeando, lo cual fue todo un acierto porque Alba terminaría cogiendo varias direcciones equivocadas en cada esquina. Andrés, por su parte, iba a dar su habitual paseo nocturno. Al parecer le gustaba caminar por la playa de punta a punta al albur de la oscuridad.

A Dani le pareció harto extraño esa práctica, pero tampoco le dio mayor importancia siendo él como era, tan peculiar de carácter. Frunció el ceño cuando le vio encaminarse entre las callejuelas, lejos de la zona de costa.

Al cabo de un rato, cuando dejaron atrás la telaraña de calles y llegaron al paseo junto a la playa, Cristina les convenció para continuar por la arena. Se descalzaron y continuaron el trayecto hacia su casa en línea recta. Llegó un momento en que la conversación dejó de ser de tres para convertirse en una de dos. Alba hacía silencios cada vez más prolongados hasta que, sin previo aviso, se dobló por la cintura y vomitó.

Llevaban recorrido más de la mitad del camino. Dani la sostuvo para que no cayera de bruces mientras Cristina le sujetaba el pelo. Hubo algunas arcadas más hasta que su cuerpo encontró la paz.

—Dios, estoy fatal. Descansamos un rato, ¿vale?

Sin esperar respuesta se arrodilló en la arena justo antes de posar el culo y dejarse caer a un lado. Después apoyó la cabeza en un brazo y cerró los ojos. No hubo más Alba aquella noche.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Cristina—. No sé si yo estoy en condiciones de poder ayudar mucho.

Efectivamente, Cristina se movía a un lado y a otro involuntariamente, cambiando el peso de cada pie continuamente. Los chupitos también le estaban pasando factura. Dani suspiró con resignación y levantó a Alba en brazos.

—Agárrate a mí, anda. No te vayas a caer —le dijo a la muchacha comenzando a caminar. La adolescente obedeció instantáneamente asiéndose de su brazo.

—Tu novia tenía razón, eres muy fuerte —dijo con deje borrachuzo—. Pero… hay mucha distancia hasta tu casa. ¿Ya vas a poder con ella hasta allí?

—¿Qué dices, chiquilla? Mis brazos son de acero. —Ella se carcajeó y se pegó a él agarrándose más fuerte de su brazo.

—Ya lo veo —dijo palpándolo hasta el pecho—. ¿Sabes que me fijé en ti cuando te vi en la piscina? No me pareció que estuvieras tan cachas.

—En realidad tengo unos brazos tan gordos como Chuacheneguer. Es tu embriaguez lo que nubla la visión de mis músculos.

Cristina no dejaba de reír…y de arrimarse. Dejó caer la cabeza contra su hombro.

—También me pareciste muy mono. No sabía que además eras tan gracioso.

El efecto desinhibidor del alcohol provocaba un cortejo de Cristina cada vez más descarado que, a Dani, empezó a agobiarle un poco. Lo último que quería era liarse a espaldas de Alba, y menos con la hija de Andrés. Aunque no podía negar que la chica exudaba sensualidad por cada poro de su piel. Estuvo tentado de corresponder a su halago con otra confesión y decirle que a él también le pareció muy guapa, pero temía que ella dedujera maniobras equivocadas por su parte.

—Ha sido una pena que mi padre no quisiera acabar el juego. ¿No crees?

—Si lo piensas bien —contestó eligiendo las palabras—, ha sido el mejor final para una bonita noche.

—Pues a mí me hubiera gustado que acabase.

Sonó a rabieta de niña enfurruñada. Dani, en cambio, había respirado aliviado. Las cosas se ven de diferente manera cuando el cerebro no está regado de alcohol y, no estaba del todo seguro de que, a la mañana siguiente, le hubiera hecho mucha gracia que Alba hubiera terminado la noche meneándole la polla a su padre, o que Andrés terminara sobándole el coño y quién sabe si algo más, tal y como estaba transcurriendo la velada.

—Para saber cómo lo tenía tu novia ahí abajo —explicó ella—. Mi padre lo ha puesto tanto por las nubes que me he quedado con la intriga.

Dani sonrió al ver el intento de Cristina por despistar sus verdaderas intenciones. Aun así, ella continuó su hostigamiento. —Y al final ¿cuál es el mote que le habéis puesto al pene de mi padre?

—No se puede decir. Es algo entre Alba y yo. —Su novia seguía inconsciente en sus brazos ajena a toda la conversación.

—¿Es el mismo que utilizáis para ti? ¿También lo llamáis así entre tú y ella cuando…?

—No te lo pienso decir. —Sonrió misterioso. Si su polla tuviera un apelativo no iba a parecerse al de su padre ni de lejos.

—Seguro que sí lo es —dijo ella haciendo caso omiso—. Cristian me dijo que eras un chico muy interesante por ahí abajo.

Dani volvió a sonreír, enigmático. O le vacilaba, o quizás su novio no le había contado todos los detalles del incidente.

Cristina arrastraba cada vez más las palabras y se colgaba más de él para sujetarse, señal de que la borrachera le seguía subiendo.

—A mí me lo puedes decir —insistía ella.

—O podemos dejar que haya algo de misterio entre nosotros. ¿No te parece?

Ella le golpeó con la cadera en una respuesta de complicidad, interpretando el sentido contrario de lo que quería decir.

Por fin llegaron a las rocas desde donde comenzaba la ascensión hacia la casa de Marta. Pensó que ya era el momento de despedirse de ella y así se lo hizo saber.

—¿Y no prefieres que te acompañe hasta arriba? Podrías necesitar ayuda para subir a través de este montón de piedras —protestó ella.

—Nah, mi superfuerza es inagotable. Y ya no queda nada —contestó él.

Pero ella no hizo caso y se empeñó en acompañarlo. El camino era muy estrecho así que la obligó a que se agarrase a su cadera, tras él, con ambas manos. La chica iba cada vez peor y temía que se rompiera la crisma entre aquellos pedruscos.

La cuesta con Alba en brazos no fue tan llevadera como pensaba. Le dolían los hombros y además iba tirando de Cristina que caminaba como un zombi, desequilibrándolo continuamente. Le costaba hablar, haciendo que los espacios entre sus palabras fueran cada vez más grandes.

Cuando se plantó delante de la portezuela del jardín, Cristina se adelantó para abrirla. «Al menos, traerla ha servido para algo», pensó. En cuanto la cruzó, Cristina volvió a ponerse tras él y a tomarlo de las caderas, pero en esta ocasión pegada completamente a su espalda. A estas alturas ya iba como una cuba. Deslizó las manos por su cintura hasta colarlas en los bolsillos de él. Las introdujo hasta dentro extendiendo los dedos hasta donde le permitía la tela. Dani los sintió muy cerca de sus ingles y el calambrazo en su entrepierna fue instantáneo.

—Tus bolsillos son enanos —se quejó ella.

—Ya, bueno —contestó dubitativo—, pero deja de empujarlos tanto que me vas a bajar los pantalones.

—¿Sabes qué? —preguntó haciendo caso omiso mientras jugueteaba con las manos todavía en ellos—. Mi amiga y yo decimos que tú eres un chico de tercer vistazo.

No quiso preguntar qué era eso y se concentró en llegar a la puerta principal sin perder los pantalones por el camino. Era muy complicado caminar con ella pegada a los talones y con su polla cada vez más dura por culpa de sus manos maniobrando tan cerca de esa zona.

—La primera vez que te vimos —continuó diciendo Cristina—, nos dijimos: “bueno, vaya”. —Hizo una pausa observando la reacción de él—. La segunda vez, recuerdo que estaba con Cristian, y fue como… “No está mal”.

—¿Me puedes abrir la puerta?

Habían llegado a la entrada a tiempo para que ella no continuara con su explicación. Cristina tardó en reaccionar y cuando lo hizo se movió despacio, como si le costara abandonar aquel abrazo de oso. Le rodeó y subió el escalón, pero en lugar de abrir la puerta, apoyó la espalda en ella quedando frente a él.

—A partir de la tercera fue cuando me dije: “Este tío no está pero que nada mal”. Y desde entonces, cada vez que te veo, me pareces más guapo. Bueno, guapo no, es… como si fuera otra cosa. Es algo que tienes y que atrae. Y no soy solo yo, mi amiga dice lo mismo.

—Cristi, ¿podrías abrir la puerta ya? Se me empiezan a cansar los brazos.

Ella no se movió y en su lugar se fijó en Alba. Dormía como una marmota, con la cabeza apoyada en el hombro de Dani y la boca un poco abierta.

—Hacéis muy buena pareja —dijo ella que parecía no escuchar—. Me dais mucha envidia. Ella tiene mucha suerte de estar contigo.

—Cristi…

—¿Te cuento una cosa? Ayer, Cristian y yo follamos en vuestra cama. Él no lo sabe, pero yo pensaba en ti mientras lo hacíamos. —Hablaba como si su lengua fuera de trapo. Se tapó la boca como una niña mala.

Dani se quedó con la boca abierta. Después, por acto reflejo, pensó en Cristian con la seguridad de que él había pensado lo mismo, imaginando que era a Alba a quien se la metía. Se preguntó de quién habría sido la idea de hacerlo en su cama y recordó que esa noche, el niñato de su novio, había bajado para ver en pelotas a Alba, en el baño.

—No sé cómo tomarme eso, pero en serio… —La apremiaba para que abriese de una vez.

Cristina se mordía el labio inferior con la vista fija en él. Sus ojos vidriosos indicaban que la borrachera le había subido por completo. Sin perder contacto visual, se llevó las manos hacia atrás y accionó la manija empujando la puerta con el culo. Dani pasó entre ella y el marco.

Una vez dentro atravesó el vestíbulo hacia los sofás. No veía el momento de liberar sus brazos de ese peso. Dos escalones cruzaban la estancia partiéndola en dos. El vestíbulo, en la superior, y la zona con los sofás, en la inferior. Se plantó ante ellos preparado para bajarlos con cuidado. Con Alba delante no veía por dónde pisaba, por lo que tanteó con la punta del pie buscando el inicio del escalón. Sin embargo Cristina lo volvió a abrazar desde atrás sujetándolo, y esta vez sus manos no se detuvieron dentro de los bolsillos. Una mano le agarró la polla por encima del pantalón y la apretó con fuerza.

—Lo sabía. Estaba segura de que la tenías dura.

Se quedó de piedra, inmóvil. El aire de sus pulmones se vació por completo. Ella comenzó a besuquearlo en un lado del cuello dando pasadas con su lengua. La cabeza de Alba estaba apoyada en el otro.

—Pero qué coño haces —vociferó en un susurro para no despertarla—. Estate quieta, joder.

Pero Cristina hacía tiempo que no oía. Y no solo no se retiró sino que metió la mano por dentro del pantalón, agarrando su polla por completo.

—Humm, vaya, qué curioso.

—HOSSS-TIAS. Joder, ¡Para! —Susurró lo más enérgicamente que pudo.

Y por segunda vez, en menos de una semana, sus pantalones bajaron hasta los tobillos. Acto seguido la mano de ella volvió a su polla y empezó a pajearlo. Lo hacía tan bien que Dani tuvo que cerrar los ojos y morderse los labios para no soltar un gemido.

Alba cada vez pesaba más. Necesitaba descargarla cuanto antes para descansar su espalda y liberar sus brazos. Los escalones estaban justo delante. Podía tocar el borde del primero con la punta del pie, pero si intentara bajarlos, con el pantalón enredado en los tobillos, la hostia estaba asegurada. Hacia atrás tampoco podía ir. Cristina lo tenía acorralado.

—Tendríamos que habernos desnudado los cuatro en casa de mi padre. Como una especie de fiesta nudista. Lo hubiéramos pasado bien.

—No lo creo. Cristina, para. Oummm. —Resopló de nuevo por la paja. Con la otra mano le sobaba los huevos—. Por favor, que Alba está aquí delante. Ufffff.

—A tu novia le pone mi padre. —Se había tomado un tiempo en contestar.

—Y a mí me pone ella, que para eso es mi novia. Jodd-dder, mmmmm. Y para ya, que se va a despertar.

—Mmmm, no la tienes así de dura por ella, ¿verdad?

Sintió el regusto del amargo remordimiento en el estómago. No tenía respuesta para eso y se mordió la lengua culpable.

—Dilo, di que te la pongo dura. Reconoce que me quieres follar.

Había ralentizado la paja y en su lugar le acariciaba con suavidad en toda su longitud.

—Reconócelo y lo dejo.

Dani no dijo nada y ella continuó con el masaje, apretando un poco más la mano cada vez. Él siguió con su mutismo, con la polla cada vez más cerca del clímax mientras ella aumentaba la velocidad.

—Ooooooh… vale, me pones —dijo por fin. Pero ella no paró.

—¿Solo eso? Venga, sé sincero. Di todo lo que sientes. Dime cuánto te gusto si quieres que deje de pajearte.

Dani luchaba consigo mismo y con sus impulsos. Una batalla que tenía perdida de antemano.

—Me pones mucho, hummm. Quiero follarte. Y quiero hacerlo a cuatro patas, desde atrás, para poder agarrar ese culo prieto de putita que tienes. Estás buenísima. Para. Oooooh, oooooh.

Y para su sorpresa, paró, y Dani soltó un suspiro que ni él mismo supo si era de alivio o de frustración.

Pero antes de que se pudiera dar un respiro, Cristina se colocó delante, de rodillas y se la metió en la boca. Lo hizo sin preámbulos ni delicadezas. Se tragó su polla hasta que sus labios tocaron el pubis.

Por acto reflejo comenzó a retirarse hacia atrás pero ella lo frenó apoyando las rodillas entre sus pies, sobre sus pantalones, dejándolo totalmente inmovilizado.

—Habías dicho…

—Que dejaba de pajearte.

Volvió a meterla en la boca. Después todo fue humedad, calor y un suave deslizar. Se la estaba chupando. Aquella niñata le estaba haciendo una mamada de campeonato.

—Joder… Cristina, pero tú… ¿Qué edad tienes?

Ella no contestó con rapidez y todavía dio unas mamadas más antes de sacársela de la boca.

—La suficiente.

Alba seguía en brazos, completamente ajena a todo. Sin saber que a su novio se la estaban chupando delante de sus narices, o mejor dicho a sus espaldas. Dani pegó su frente con la de ella con los ojos fuertemente cerrados mientras recibía todo el placer de la adolescente. Había que reconocer que la chica era muy buena chupando.

Sin ser consciente había terminado flexionando las piernas y había ido abriendo las rodillas para facilitar el acceso a su polla y a sus huevos. Se mordía con fuerza los labios, gimiendo en la cara de su novia unos inaudibles “mmff” acompasados con cada chupada. El momento del orgasmo se acercaba y Cristina también lo notó.

—¿Quieres que pare?

Dani no dijo nada. Solo aguantaba la respiración y cerraba los ojos con fuerza.

—Dímelo, dime que pare y lo haré. —El mismo mutismo—. Tu novia está aquí, contigo. ¿Vas a ser capaz de ponerle los cuernos corriéndote en mi boca? —Le pajeaba con la mano cada vez que se la sacaba para hablar—. Solo una palabra y paro. Venga, dime que pare, dime que lo deje.

Calló y se odió a sí mismo. Ella sonrió.

—¿Quieres saber mi edad? —preguntó maledicente. Dani volvió a callar como un hipócrita. Abrió los ojos y vio la cara de su novia. Descansaba como un ángel con la boca ligeramente abierta y la respiración rasposa. —Dime, ¿quieres saber cuántos años tengo? Ralentizó la paja y dejó de sobarle los huevos. —Venga, ¿no quieres saber si te la está chupando una niñita?

Alba estaba preciosa con la camiseta de tirantes y esos pantaloncitos cortos. Se veía un huequito de luz en el nacimiento de sus piernas. Se fijó en esa zona y recordó su coño negro a la vista de todos en la zona nudista. Se preguntó si el de Cristina sería igual. Sacudió la cabeza y volvió a cerrar los ojos con fuerza.

—No. —Se odió a sí mismo. Cristina sonrió satisfecha y aceleró la mamada.

Y allí, en medio del vestíbulo a altas horas de la noche, con los pantalones en los tobillos, las piernas flexionadas y las rodillas completamente abiertas como una rana, comenzó a correrse en la boca de una adolescente con los labios más bonitos y sensuales que hubiera visto nunca.

Y cuando todo acabó, cuando las bocanadas de aire y placer dejaron de ahogarse en su garganta; cuando todo el semen acumulado en sus pelotas acabó en la boca de aquella muchacha sinvergüenza de labios como pétalos de flor, fue consciente de lo que acababa de suceder.

Él, con todas sus sospechas y celos, con todo su rencor por las personas que rodeaban a su novia, acababa de ponerle los cuernos delante de su cara. Y nunca mejor dicho. Porque se había corrido mientras la sostenía en brazos mirándola a la cara, ajena a lo que su infiel novio estaba haciendo allí, con ella.

Cristina se levantó y se colocó tras él para besarlo en la mejilla.

—No ha estado mal, pero… —estuvo pensando un momento— yo me había esperado otra cosa.

Depositó un pañuelo de papel donde había escupido todo el semen de su boca, sobre el regazo de Alba. Después, desapareció por la puerta.

Con el ánimo por los suelos, arrastró los pies hasta el primer escalón y deslizó la punta del pie hasta tocar el siguiente peldaño sin que se enredaran los pantalones. Luego deslizó el otro y repitió la operación hasta conseguir colocar los dos sobre la alfombra. Comenzó entonces a caminar como un pingüino hasta el sofá. Sintió un alivio tremendo cuando la depositó en el mueble y pudo, por fin, liberar sus brazos.

Se masajeó los hombros y sacudió las manos doloridas. Un ruido llamó su atención. Al girarse descubrió con estupor a alguien mirándolo desde el descansillo de la escalera. Era Marta y su cara no era muy diferente a la que tenía él en ese momento, solo que además la suya estaba llena de asco. Se agachó con rapidez para subirse los pantalones, como si con ello pudiera esconder lo que había hecho el último cuarto de hora. Marta, con una mano en el pecho y otra en la boca, negaba con la cabeza con un semblante de decepción. Después se dio la vuelta y desapareció escaleras arriba.

Y allí se acababa su relación con Alba. No por culpa de Rafa, Aníbal o alguno de los idiotas que la rondaban. Se acababa por su propio error de cerdo pervertido. Porque había sido él quien hubiera podido pararlo y no lo hizo.

Se sentó junto a Alba y se llevó las manos a la cabeza. Mañana se sabría todo y la bronca sería lo menos duro de aquella ruptura.

Fin capítulo XXV

Perdón por la tardanza. Se me olvidó completamente. Si no me llegan a avisar...
 

Si puede ser​


Había salido del hospital algo tarde por lo que aceleró el paso para no demorarse más. La noche había empezado a caer y el frío ya se hacía notar. Cuando cruzó la puerta del bar, la vio en la barra, sentada en una de las sillas altas, como era habitual. Delante de ella, un periódico mal cerrado y un kas de limón a medio acabar. Sonrió, últimamente se le estaban pegando muchas de sus costumbres.

La observó durante unos segundos antes de acercarse, disfrutando orgulloso. Ella, ese bellezón inalcanzable; imán para los hombres, estaba ahí por él, esperándolo. Era su chica, su amor y su media mitad. Para no variar, a su lado, un par de muchachotes tan guapos y elegantes como dos maniquíes de Zara, no paraban de hablar con ella, intentando ligársela.
Como de costumbre.

Ella asentía a sus comentarios y, de vez en cuando, les regalaba una sonrisa forzada de enigmático significado detrás de un discreto sorbo a su bebida o una caída de ojos con aire cansado. Uno de ellos, el que parecía llevar la voz cantante, se había tomado la libertad de hablar demasiado cerca de su oído, posando, como quien no quiere la cosa, la mano sobre su cintura. Ella cambió el rostro y tensó la espalda. Su compañero, sonreía. Hubo un guiño de ojos que ella no vio.

—Perdona —dijo Dani levantando un dedo para llamar la atención de la chica.

Se había acercado a ellos quedando a un paso de distancia. Los tres se giraron a mirar a aquel chico fibroso y de pelo desaliñado. Antes de que ninguno de aquellos dos hombretones abriera la boca, se dirigió a ella seguro de sí mismo.

—Disculpa mi osadía, pero, te he visto desde la entrada y quería decirte que te encuentro sexualmente atractiva. Me preguntaba si podría invitarte a tomar algún tipo de bebida alcohólica con el fin último de mantener algún tipo de relación tórrida, salvaje e ininterrumpida, una y otra, y otra, y otra —hizo una pausa—, y otra vez.

Los dos maromos se miraron entre sí molestos por la interrupción, pero aguantándose la risa. Uno de ellos iba a decir algo cuando se percató del semblante huraño de la chica, por lo que prefirió que fuera ella quién bañara en agua fría a aquel idiota entrometido.

—Si puede ser —añadió Dani alargando en exceso la palabra “puede” por la mitad.
Alba, que había vaciado el resto de su bebida en la boca, pasó el líquido de un moflete a otro, inflando cara carrillo antes de tragar.

—¿La tienes grande?

—Nah, así solo. —Mostró una distancia entre su dedo pulgar e índice, escasa incluso para él.

—Entonces vale. Paso de que me hagan daño cuando lo hago por el culo.

Sin más preámbulos, se levantó y se dirigió con paso decidido hacia la salida, arrancando su chaqueta del respaldo de la silla con la intención de que él la siguiera. Dani se rascó la barbilla con la vista en el suelo, dubitativo.

—Es que yo por el culo no sé si… —se encogió de hombros—. Vale, por qué no.

La siguió hasta la calle en donde, antes de que la puerta se cerrase tras ellos, la tomó de la cintura posando su mano en el culo. No vieron la cara que se les quedó a los dos pobres pretendientes, pero ellos seguro que sí oyeron sus carcajadas nada más alejarse del local.

Caminaban a trompicones, apoyándose el uno en el otro para no caer de la risa.
—¿Te parecería mal que entre a pedirles que me dejen un condón? —preguntó Dani.

Alba, que no podía parar de carcajearse, se sujetó en su cuello.

—Y de paso pídeles algo de pasta —decía casi sin aire—. Diles que no te llega para invitarme.

Él la miraba obnubilado. En esos momentos la quería más que nunca. Riéndose de todo y de todos, al otro lado de la línea donde se encontraba el resto del mundo. Porque eso era lo que ella había hecho desde que se conocieron, permanecer al otro lado de la línea, su lado. Sin importarle nada más que ellos dos.

Ella lo miraba con los mismos ojos. Lo abrazó y lo besó todo lo que su risa le permitió.

—Me encanta cuando hacemos esto —dijo frotando la punta de la nariz.

Él correspondió a su gesto tocando la frente con la suya, disfrutando de ella y queriéndola más que nunca. Sintiéndola como la parte de su alma que lo complementaba y por la que apostaría un anillo para nunca perderla. La observó así hasta que paró de reír.

—Así que por el culo, ¿eh?

—Si puede ser —contestó Alba alargando la palabra “puede” por la mitad.

Fin capítulo XXVI

Primer capítulo del segundo libro:
LA CENA DEL IDIOTA 2. LA NOCHE MÁS OSCURA
 

Un paso atrás​


Se despertó con la cabeza embotada por la resaca. El remordimiento de la infidelidad lo había torturado durante toda la noche impidiéndole dormir más de quince minutos seguidos. Se sentó en la cama, con la espalda pegada al cabecero y resopló con los ojos cerrados. La luz se filtraba por la persiana, iluminando el cuerpo de Alba que, bajo las sábanas, continuaba inmersa en su profundo sueño etílico.

Se frotó la cara y entrelazó los dedos entre su pelo, sin saber cómo iba a afrontar el problema. Tras un buen rato de indecisión, decidió bajar y esperar a que Alba se despertara por sí sola. Inconscientemente, solo trataba de ganar tiempo.

Llegó al jardín. No había nadie, lo cual agradeció. No estaba preparado aún para encararse a Marta (ni a ningún otro). Antes o después, ella le contaría a Alba la versión perversa de su retorcida relación con la novia de Cristian. Y quizás fuera mejor así. Aceptaría la reacción de su novia y su decisión, fuera cual fuera.

Pero antes de la tormenta que daría fin a la mejor parte de su vida, necesitaba resolver un tema pendiente.

Bajó por las rocas y caminó por la playa hasta llegar a los farallones que la separaban de la zona nudista. En lugar de cruzarlos, viró tierra adentro hasta alcanzar el paseo y se adentró entre las callejuelas. No tardó en encontrar el puesto de productos artesanales de Andrés. Se encontraba sentado frente a un atril, trabajando sobre una talla. Sonrió al verlo llegar.

—Sabía que anoche te habías quedado con sed. ¿Voy a por dos vasos?

—El mío que sea de cola-cao, por favor. Ya no estoy tan seguro de que tu brebaje sea tan medicinal como decías —La cabeza le martilleaba.

Andrés rió con ese alegre vozarrón que hacía amanecer la noche más oscura. Dani lo acompañó con una sonrisa tan triste como su dolor de cabeza.

—Créeme que lo es, mi pequeño amigo. Medicina del espíritu.

—¿Y Cristi lo cree también? Porque ayer, su espíritu no caminaba muy recto que digamos.

—Porque su espíritu es indomable. Alma pura y espíritu libre, Joven Dani.

—Ya, y resaca aún más libre. Supongo que estará en casa durmiendo la mona.

—No.

—¿No? ¿No está en casa?

—No, se ha levantado pronto para aprovechar el día. Si tiene resaca, la estará pasando en la playa.

—¿Seguro? He venido caminando por la arena desde casa y no la he visto.

—¿Es que la buscabas?

—Ah, no, no, solo que… me ha parecido que la tendría que haber visto si hubiera estado. Sin más.

Andrés tardó unos segundos en dejar de mirarlo fijamente, asintiendo con la cabeza como si estuviera procesando algo. Después, continuó con su talla, concentrado en pequeños detalles con la punta de su estilete.

—La verdad, hay que reconocer que tiene mucho aguante bebiendo —insistía Dani.

No hubo respuesta más allá de un leve asentimiento de cabeza al estar abstraído en su talla.

—Y me sorprendió lo madura que es. Parece que es una chica de mundo, como tú.

Andrés asentía sin dejar de trabajar, intentando lograr un complicado detalle en la madera. Dani no desistía su interrogatorio. —¿Cuántos años tiene?

El gran hippy tardó muchos segundos en levantar la vista hacia él. Lo hizo a cámara lenta, recostándose hacia atrás. Tenía los ojos entrecerrados como si intentara penetrarlo con la vista, auscultándolo.

—¿Por?

Dani carraspeó, incómodo. Ese hombre ya había demostrado conocer mejor a las personas de lo que creía y tuvo el presentimiento de que, con su insistencia, había levantado la sospecha.

—Porque habla como una de 60, bebe como una de 30 y ríe como una de 10 —improvisó en tono de guasa.

Andrés no correspondió a su broma. En su lugar, asintió con esa parsimonia que lo caracterizaba. Como si cada pregunta fuera una consulta vital de un alma atormentada.

—Los suficientes, muchacho. Los suficientes.

La no respuesta fue suficiente para que decidiera no seguir insistiendo. Respiró hondo y apartó la vista hacia la calle por la que había venido. Se hizo un silencio más largo de lo deseable.

—¿Hay algo que te preocupe, muchacho?

—¿Aparte del calentamiento global?

De nuevo la sonrisa de Andrés, pero esta vez sin el brillo de antes. Estaba claro que a su amigo no se le escapaba una. Ese hombre sabía que nadie pregunta nada porque sí y, durante unos segundos, ambos se quedaron callados. Dani, miró a un lado y a otro dubitativo.

—Nada que sea grave —reconoció al fin, intentando quitar hierro.

—Bien, si el problema tiene solución —dijo en el mismo tono sentido—, entonces no hay por qué preocuparse.

—Bueno, tal vez… éste no lo tenga —musitó.

—En ese caso… —dijo encogiéndose de hombros— ¿Para qué preocuparse?

El hombretón bajó la cabeza de nuevo y continuó su labor, dejando a Dani a solas con sus pensamientos y, por un momento, la paz que irradiaba Andrés, le hizo sentir mejor.

Cuando se despidió de él, volvió tras sus pasos hasta alcanzar la playa. Su amigo había dicho que Cristina debía estar por allí, pero en su caminata no la había visto. Se le ocurrió un sitio donde podría estar. Un lugar tranquilo y poco concurrido.

Atravesó las rocas que formaban el farallón. Se deshizo de la camiseta pero conservó el pantalón y comenzó a caminar barriendo la arena con la vista, desde el agua hasta el acantilado. Pasó por delante de una señora mayor que lo observaba atentamente, sentada en su toalla. Era una mujer de tetorras generosas y amplios pezones. A su lado, su marido, un señor de bigotito, leía el periódico.

Dani se paró, apretó los puños y soltó una honda respiración. Después, giró sobre sus talones y guio sus pasos hacia ellos.

—Perdone…

La señora se puso alerta y tensó la espalda cuando se plantó delante de ella. Su marido posó el periódico en sus piernas y levantó la cabeza.

—Lamento profundamente lo del otro día —dijo Dani—. Usted vino a ayudarme y me encontró… en fin. Me avergüenza haber hecho lo que hice. —Tomó una bocanada de aire—. Le aseguro que no soy un pervertido y me gustaría que aceptara mis más sinceras disculpas.

La mujer miró a su marido, nerviosa, que le devolvió la misma expresión de desconcierto.

—No les molesto más —dijo viendo su mutismo—. Que pasen un buen día.

Les dio la espalda y volvió por sus pasos. Al menos iba a abandonar aquel lugar de la mejor manera posible. Apenas había dado media docena de pasos cuando la señora lo llamó.

—Eh, chaval. —Dani se giró—. No creo que seas un pervertido.

Asintió lentamente, agradecido por su respuesta. Después, continuó su camino.

Tuvo que llegar casi al final de la playa para encontrar a Cristina. Estaba con sus amigas, alguna de ellas sin nada en la parte de arriba. Se quedó quieto sin atreverse a acercarse para que no le vieran. No había contado con que no estuviera sola y chasqueó la lengua, pesaroso.

Si se acercaba y le pedía que hablasen a solas, delante de las demás, iba a provocar un tsunami de especulaciones. Sabía muy bien lo que una imaginación adolescente daba de sí.

Se quedó de pie con los brazos en jarras, esperando que ella girara la cabeza para verlo. No le importó que la gente de alrededor sospechara de él como un mirón pervertido. Al final, ocurrió y sus miradas conectaron. Cristina aguantó unos segundos en los que se pudo apreciar su cara de sorpresa. Dani había levantado una mano en señal para que acudiera.

Para su desconcierto, ella hizo caso omiso y volvió a su cháchara con sus amigas, ignorándolo.

«De cojones —se dijo—, ni esto voy a poder quitarme de encima».

No quiso dar más vueltas al asunto. Caminó hacia el farallón y se coló entre las rocas. En el último momento miró de nuevo hacia el final de la playa, donde estaba Cristina. Le pareció que volvía a tener la vista hacia él, pero no se quedó a asegurarlo.

Pese a que ralentizó su caminar, llegó a la casa antes de lo que hubiese querido, que era nunca. Encontró a Alba en el balancín, con su prima. Había apartado la mirada nada más verlo. Marta, en completo mutismo, se levantó y se alejó hacia la casa como si no existiera o, quizás, como si no soportase su presencia. Él respiró hondo y se dirigió hasta Alba, ocupando el lugar que había dejado su prima. Una vez sentado, esperó a que su futura exnovia, que continuaba con la cara girada, le soltara su discurso de ruptura.

Ella, sin embargo, permaneció callada, mirando a lo lejos. Quizás esperando que fuera él quien iniciara algún tipo de acercamiento.

—¿No tienes nada que decir? —dijo ella por fin.

Él mantuvo la boca cerrada. Pocas explicaciones se pueden dar en circunstancias como aquella.

—Dime que lo que me ha contado mi prima no es cierto.

Dani abrió la boca para decir algo, pero decidió cerrarla de nuevo. No iba a negar lo evidente ni a intentar suavizar algo tan despreciable como la traición.

—¿En serio te hiciste una paja en mi cara? ¿Mientras dormía la mona?

La cara que puso fue todo un poema; intentando comprender lo que acababa de oír por boca de su novia.

—Yo… no… —balbuceó— ¿Una paja?

—Venga ya. No te hagas el tonto. Mi prima me lo ha contado todo. Te pilló con los pantalones en los tobillos y la polla fuera. ¿Te la meneaste delante de mi cara?

—Yo… —y entonces, en ese momento, frente a su novia, mirándole a los ojos, con todo el dolor de su corazón partido, decidió tomar la más cruel de las decisiones.

Mentir.

Lo hizo arrepentido, diciendo verdades a medias y rellenando los huecos necesarios para mantener el embuste. Como si con ello la mentira fuera más pequeña.

—Ayer… llegué a casa… muy caliente. No sé, quizás,... por el juego ese entre tú y Andrés.

Alba levantó una ceja, escéptica.

—No sé explicarlo pero… después de que la otra noche hubiéramos fantaseado con él mientras follamos, me dio… no sé, morbo que pudierais… —Se pasó la mano por la frente—. A ver, habíais apostado quedaros desnudos… y hasta tocaros. —observó la reacción de su novia. Ella lo miraba atenta—. Imaginar que podíais haber acabado allí, a los dos, delante de mí… y conmigo, claro.

»No me lo quité de la cabeza durante todo el trayecto de vuelta. Llegué a casa con un calentón del copón. —Tragó saliva porque no todo lo que decía era inventado—. Cuando te posé en el sofá, te vi tan… tan tú. Y me acordé de lo que dijo Andrés de ti: Salvaje, indomable, caprichosa, sexual. —Hizo una pausa imitando la suya—. Muy sexual.

Le pareció que Alba relajaba algo el rictus.

—Te juro que, con el pedo que llevaba, meneármela no me pareció tan mala idea. —Se frotó la frente con fuerza—. Joder, debo ser el único tío del mundo que se pajea pensando en su novia.

Alba movía el mentón a un lado y a otro y, por acto reflejo, se miró la ropa. Dani adivinó sus pensamientos.

—No me corrí encima de ti, si es lo que piensas. Toda mi lefa acabó en un pañuelo. Lo juro.

Esa parte era estrictamente cierta. Alba se lo estuvo pensando un buen rato. Al final, bajó la mirada un momento, antes de ofrecer media sonrisa y abrazarlo.

—Ven aquí, anda. Si la culpa es mía por haberte tenido “a dieta” tanto tiempo. Pobre.

Casi se derrite al tenerla en sus brazos, queriéndolo. Lo malo fue que se sentía como un traidor mentiroso y cobarde.

Alba lo encaró y le susurró en la punta de sus labios. —Mi pobre prima se dio un susto de muerte. Cree que eres un pajillero crónico.

—Saberlo me hace feliz. —Irónicamente, también eso era cierto.

—¿Sabes una cosa? —dijo ella—. Yo también estaba un poco cachonda. Entre lo pedo que iba y la posibilidad de… ya sabes. La fantasía de la playa.

—¿Lo hubieras hecho? —preguntó de sopetón—. La apuesta, digo. En cualquiera de los casos, uno acabaría sobando al otro.

Alba se lo pensó sin dejar de observar la reacción de su novio. —¿Y tú? ¿Lo hubieras permitido?

Dani bajó la vista, pensándolo seriamente. Al final, movió la cabeza como si no estuviera seguro de la conclusión a la que había llegado. —En cualquier caso, Andrés lo paró a tiempo. ¿No crees?

Alba sonrió, mostrando la blancura de sus dientes. Después, lo beso con ternura y humedad a partes iguales. Estuvieron así un buen rato, reconciliándose, amándose.

Y todo fue dulce y multicolor hasta que llegó Cristian. Había salido de la casa, seguramente recién levantado a estas horas. Se sentó lejos de ellos, junto a la mesa de madera, sin dejar de toquetear el móvil. Alba lo observó en su trayectoria.

—¿Qué te parece si volvemos a la zona nudista y pasamos allí el resto de la mañana? Sin mi prima, sin Cristian. Tú y yo solos.

Música para sus oídos. Ella había decidido alejarse de ellos de motu proprio. Asintió feliz mientras su chica ya se levantaba y se dirigía hacia la casa.

—Subo a cambiarme, cojo las cosas de la playa y nos vamos. —Le guiño un ojo.

La vio desaparecer por la puerta acristalada. Después, fijó la vista en Cristian que continuaba absorto en sí mismo. Era curioso observar los cambios en las facciones de su cara a medida que leía la pantalla. Sin duda, chateaba con alguien.


— · —


—¿Qué hay? —saludó Dani mientras se sentaba frente a él.

Cristian levantó la vista lo justo para saber de quién provenía la voz. Intrigado por su acercamiento y, tras unos segundos de duda, devolvió el saludo levantando el mentón, antes de volver los ojos a su pantalla.

—Tú… no madrugas mucho, ¿no? Debiste estar de fiesta hasta muy tarde, ayer.

De nuevo tardó en levantar la vista y, cuando lo hizo, apenas contestó con un monosílabo inaudible.

—Pse.

Pareció pensárselo mejor porque enseguida matizó su respuesta.

—Estoy de vacaciones. ¿Algún problema?

Dani dedujo, con alivio, que no sabía lo que había ocurrido esa noche en el salón de la casa.

Se quedó mirando al horizonte, como si fueran dos extraños en compañía. El adolescente, seguía abstraído en la pantalla de su móvil. Se preguntó si sería Cristina con quien chateaba.

Su novia le había hecho una mamada de campeonato. Pensó en si debería sentir lástima por él. Al fin y al cabo, por muy gilipollas que fuese, acababa de ponerle los cuernos con la chica con la que acababa de comprometerse.

El mismo gilipollas que le había ridiculizado delante de todos.

—¿Has estado alguna vez en una pelea? —le soltó a bocajarro. Cristian levantó la vista de golpe, como si no hubiera oído bien—. Dime, ¿alguna vez te han partido la cara? Alguna vez que no estuvieras rodeado de tus amigos, me refiero.

Dejó de teclear y miró en derredor, tal vez buscando a Marta. Bajó el móvil y se incorporó en el asiento.

—¿Qué pasa, tío? —No parecía amedrentado.

—Pasa, que vas buscando problemas a la vida y te vas a encontrar con Dios de cara.

—¿Y a mí qué me cuentas?

—Me bajaste los pantalones. Me ridiculizaste delante de todos.

—¿Pero qué ladras, pavo? Si fuiste tú el que me los bajó a mí. —Se mostraba ofendido, sacando pecho como un adolescente que lo sabe todo de la vida.

—Porque tú me los bajaste primero.

—Pero que no fui yo, ¡joder!

Dani puso los ojos en blanco.

—Fue mi colega —explicó el adolescente.

Abrió la boca para decir algo pero la volvió a cerrar. Recordó haber visto a su amigo corriendo detrás de él. Cerró los ojos una décima de segundo, preguntándose si no se habría colado.

—La verdad —continuó Cristian—, flipo con que un tío como tú lleve cuatro años con una tía como Alba.

—Y yo flipo con que un capullo de tu tamaño salga con una chica como tu novia. Pero qué se le va a hacer. Los idiotas siempre han tenido un imán para llevarse a las mejores tías.

—Que lo digo en plan bien, joder. A ver si relajas. Lo que estoy diciendo es que si lleva tanto tiempo contigo será por algo. —Hizo una pausa observándolo—. A ver si el idiota que se lleva a la mejor tía vas a ser tú.

Le aguantó la mirada unos segundos. —Eso es porque ella tiene mejor el cerebro que tú la vista.

—Sí, será eso —soltó Cristian con una risa floja—. Qué pavo.


— · —


Caminaban por la arena cogidos de la mano, con la vista puesta a lo lejos, en el farallón. Lo más probable era que, al cruzar, coincidieran con Cristina. Alba y ella habían hecho muy buenas migas ayer por lo que, si se vieran, correría a saludarla. Iba a ser un trago difícil de digerir ver a las dos en alegre cháchara, sabiendo que una de ellas le ha comido el rabo al novio de la otra. El suyo, concretamente.

Rogó porque, llegado el momento, Cristina mantuviera la compostura. Bastante tenía con no desmayarse por la angustia.

—Entonces, lo de ayer… —tanteó Alba— ¿Qué opinas?

—¿Del rato que estuvimos con Andrés? —caviló—. Me gusta mucho su compañía. Y lo pasé bien charlando. Es un tío interesante.

—Ya sabes a qué me refiero.

Dani se tomó su tiempo, cavilando una respuesta que ni él mismo conocía. —Supongo que no me hubiera encontrado muy cómodo si, al final, hubiera acertado su mote.

—Le diste una pista cuando falló el primer intento. Casi se lo chivaste tú.

—Ya, bueno. Creo que, con tanto chupito, se me fue la pinza más de la cuenta —dudó—, pero, con la mente fría, creo que ese tipo de cosas solo funcionan cuando se quedan como lo que son, recursos de la imaginación para nuestros juegos secretos.

Alba asintió y cambió sutilmente de tema. —Oye y, Cristi, qué tía más maja, ¿no crees?

—Y muy madura. Se parece a su padre.

—¿Viste cómo bebía la tía? A saber la de locuras que hará cuando vaya como una cuba.

A Dani le dio un vuelco el estómago. En ese momento el sonido de un WhatsApp sonó en el capazo de Alba. Lo que él agradeció sobremanera.

—Es Martina —dijo Alba cuando recuperó su móvil—. Dice que están todos en casa de Gonzalo y Gloria. Que han quedado para hacer una barbacoa.

Por acto reflejo, giraron sus cabezas hacia el interior de la costa. Habían caminado la distancia justa para encontrarse casi a la altura de su casa. El edificio lindaba con el paseo que bordeaba toda la playa. Desde donde estaban, se podían ver los arbustos que cercaban la propiedad. Los dos se miraron, interrogándose con la vista.

—Podemos ir, si quieres —concedió Dani. Ella dudó, mordisqueándose el labio inferior.

—Nah, hemos dicho que hoy lo pasamos nosotros solos. —Continuó caminando hacia el final de la playa.

Dani la tomó de la muñeca, parándola. —En serio, Alba. Si te apetece, podemos ir con ellos.

—Me apetece estar contigo.

Dani sonrió con toda la ternura que pudo arrancar desde lo más profundo de su remordimiento. Sabía que ella se moría por volver a verlos y reír con ellos. Esos puñeteros trastornados y su forma de ver la vida aún más trastornada.

—Venga, vamos. —Decidió que se lo debía. Eso y mucho más. Prácticamente, la deuda moral era inabarcable. Además, siendo sincero, tampoco le apetecía que ella y Cristina se encontraran.

Alba lo besó agradecida. —Ya verás qué guapo. Glori y Gonzalo se lo montan superbién. Ponen música, bebidas y mogollón de picoteo. Y siempre acabamos de risas con toda la juerga—. Caminaron hasta alcanzar el paseo. Desde allí, alcanzaron la puerta que daba acceso al jardín trasero.

Fin capítulo XXVII
 

El gato de Schrödinger​


Los abrazos llegaron nada más aparecer junto a la piscina. Estaban todos, la mayoría desparramados por las tumbonas o dentro del agua. Le llamó la atención que algunas de las chicas se encontraban haciendo topless. Eva era una de ellas pero, a diferencia de las demás, no parecía muy cómoda sin la prenda. Estaba en una tumbona, tomando el sol apartada del resto. Buscó a Enrico con la vista y lo encontró hablando con León, con un vaso casi vacío en la mano.

Y mientras Alba no tardaba en hacer corro con el resto de las chicas. Aníbal y Marcos, en la otra punta de la piscina, lo llamaron para que fuera con ellos. Dani se sentó entre los dos con los pies dentro del agua.

—Qué guay que hayas venido —dijo el adonis chocando la palma con la suya.

—Sí, como ayer no nos vimos, Alba ya tenía morriña. Así que cuando Martina le ha dicho que estabais todos aquí…

Aníbal arqueó una ceja y giró la cabeza hacia ella. Alba se carcajeaba con Celia por algo que estaba contando. Señalaba hacia ellos con el pulgar.

Gonzalo, como buen anfitrión, había empezado a repartir bebidas y fue cuando Aníbal se levantó a por la suya dejándolo a solas con Marcos. Éste aprovechó la intimidad para confesarse con Dani.

—Oye, —había bajado la voz—, ahora que estamos a solas… quería pedirte perdón.

Dani frunció el ceño.

—Sí, a ver, es… —Marcos se frotó la barbilla—. Por todo, joder. Si es que… no he hecho más que cagarla contigo todo el tiempo. Y no lo digo solo por la putada del armario o que te dejáramos tirado la primera noche que, anda que, ya nos vale —resopló—. Es… todo, o sea, todo; lo del Playa, Arenas, la puta piscina donde te dejamos caer…

—Ya, bueno, respecto a eso… ya os voy conociendo. Os van las bromas pesadas. No pasa nada. Aunque no lo creas, ya estoy acostumbrado.

—No digo eso. A ver, sí, ya has visto que nos gusta darnos caña, pero me refiero a que no me estoy comportando como debería. Como un buen amigo. Que por mi culpa, te estoy puteando.

Dani agachó la cabeza recordando la sobada de tetas que le dio a su novia el primer día. Reconoció que, en el fondo, siempre albergó dudas de que Marcos no se estuviera vengando por celos.

Le ofreció a su amigo una sonrisa sincera. —Vale, entendido. Pero no te preocupes, por lo que a mí respecta, está todo arreglado.

—¿En serio?

—De verdad.

Gonzalo llegó y se sentó junto a ellos, donde había estado Aníbal y le ofreció un kas de limón en botellín con una pajita. Dani lo miró estupefacto.

—Es lo que te gusta, ¿no?

Dirigió la mirada hacia Alba que lo miraba desde la otra punta de la piscina, sonriendo. Le guiñó un ojo y comprendió que había sido cosa de ella. La saludó levantando el botellín.

Al cabo de un rato, mientras hablaban, algo parecido a un trapo golpeó en la cara de Marcos, tapándola por completo de una manera muy cómica. Cuando cayó sobre sus piernas, la levantó con dos dedos observándola detenidamente.

—Esto —dijo Marcos dirigiéndose a Gonzalo con cara de repugnancia— es la braga del bikini de tu mujer. Y me ha pegado en toda la cara. Qué puto asco —Lo dejó caer al agua.

—Y a mí qué me cuentas —contestó su amigo rompiendo a reír.

Gloria se carcajeaba desde la distancia. Estaba en la mitad de la piscina y levantaba los brazos llamando su atención. —Perdona, se lo quería tirar a Gonzalo. Venga, sosos, meteos en el agua—. Daba saltitos, haciendo que sus tetas emergieran del agua y se volvieran a sumergir. Los pezones asomaran por encima con cada vaivén. Dani parpadeó al constatar que se había quedado totalmente desnuda. Carraspeó y se acomodó la entrepierna.

—Ahora verás. —Gonzalo saltó al agua y se quitó el pantalón del bañador. Después, levantó el brazo para lanzar la prenda a la cara de su mujer pero, en su lugar, la lanzó hacia atrás, terminando de nuevo en la cara de Marcos, de la misma manera cómica.

Todos se partieron de risa por la jugada de Gonzalo, Dani incluido.

—Joder, qué puto guarro, y me has pillado con la boca abierta. Me he comido la zona que frota tus huevos. —Saltó al agua y nadó a toda velocidad a por él, que ya se alejaba hacia su mujer, muerto de la risa.

Dani, que sabía que era un imán para los problemas, aprovechó para huir de allí e ir donde su amiga Eva, ocupando la tumbona contigua.

Ésta se sorprendió al verlo e intentó reducir la sobreexposición de su cuerpo frente a su amigo, aunque lo hizo de una manera un tanto ineficaz. Juntó las manos a la altura de su ombligo y estiró los brazos por lo que, como consecuencia, provocó que sus tetas se juntaran la una a la otra pero sin ocultarlas lo más mínimo. Dani carraspeó al ver la cara de su amiga y aquel par de tetas apretujadas.

—Eva, tienes un cuerpazo espectacular. Más de una se estará consumiendo de envidia, pero si no te sientes cómoda, ¿por qué no te pones el bikini? No tienes que hacer topless solo porque a él le guste.

—No, si soy yo la que quiere hacerlo —balbuceó—. Es por las marcas del sol. —No se lo creía ni ella, pero su amigo tampoco quiso hacerle sentir peor, por lo que no insistió en el tema.

Mientras pasaba unos agradables momentos de plácida conversación con su amiga, los demás, comenzaron una pelea de bandas en la piscina. Chicos contra chicas, seguramente. Se alegró de haberse alejado de allí y tener a Eva como refugio donde permanecer ajeno a todo aquello.

El sol y el calor provocaban un agradable sopor que, junto a su compañía, estaba amenizando mucho la jornada piscinera. Hasta que de repente:

—Hos-tias, jod-der —bramó de súbito.

Alba acababa de llegar corriendo desde el agua, chorreando, y se había tumbado sobre él, cuerpo contra cuerpo en toda su longitud. Se partía de la risa viéndolo dar estertores de dolor.

—Cabrona, estás helada.

—¿No serás tú, que tienes la piel ardiendo?

—Calla. ¿A ver si va a ser por estar tomando el sol tranquilamente?

Lo besó entre risotada y risotada. —¿No prefieres meterte con nosotros en vez de estar aquí de palique?

—Quita, quita, con lo que moja el agua. Nah, prefiero seguir aquí de cotilleo.

—¿Sí? ¿Y de qué hablabais?

—De ti. Eva dice que eres la primera o segunda mujer más guapa del mundo, yo digo que no entras entre las 20 primeras.

Eva puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, corroborando que se lo acababa de inventar. —Qué tonto —dijo suspirando.

—¿Tú qué opinas? —preguntó a su novia.

Alba se pavoneó, orgullosa, echando el pelo hacia atrás. Primero de un lado y después de otro. —Que Eva tiene razón… eres mu tonto.

Dani tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Os importa que me quede con vosotros? Así me seco un poco —dijo Alba.

Le hizo sitio en su tumbona para que se colocara junto a él, quedando ella en medio de los tres.

—Y también me quito esto, para que no me queden marcas.

Se soltó la parte superior del bikini haciendo que sus tetas resurgieran excelsas. De repente, Dani tenía frente a sí, dos pares de tetones de quitar el hipo. Unas, las de Alba, bien moldeadas, formando una leve curvatura ascendente. Sus pezones, tan anchos como oscuros, estaban erectos a causa del frío. Las de Eva, redondas sin ser enormes, culminaban en sendos pezones rosados.

Alba se apoyó sobre los codos y se lo quedó mirando. El mensaje era claro: “Mis tetas son las únicas que debes mirar”. De paso, marcaba el territorio con una Eva que había terminado por taparse, esta vez sí, más intimidada de lo que ya estaba. Él optó por apearse de la tumbona y quedar sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y la espalda recta. Estaba a punto de decir algo cuando una prenda parecida a un trapo empapado le dio en la cara, ocultándola por completo de una forma entre cómica y humillante.

Las dos chicas lanzaron una carcajada al unísono con la boca completamente abierta. Dani despegó la prenda de su cara y la extendió frente a sí. La reconoció enseguida.

—Es de Gloria —corroboró Alba terminando de reír—. Llevan todo el rato jugando a lanzárselo. Yo me he pirado en cuanto han empezado a bajarse los bañadores unos a otros.

Se preguntó si Aníbal se habría atrevido a despelotar a su novia y por eso había salido de la piscina. Tal vez esos pezones erectos no estaban así a causa del frío. Desde el agua, Celia levantaba los brazos llamando su atención.

—Venga, vosotros, adentro ¿Qué hacéis ahí?

El agua le llegaba justo hasta los pezones. Estos asomaban sobre la superficie provocando que Dani parpadeara varias veces. Justo en ese momento, Celia lanzó un chillido a pleno pulmón. Alguien, buceando desde atrás, había bajado su bikini.

Desapareció bajo el agua, seguramente forcejeando con su atacante que intentaba desnudarla. Dani se acomodó el paquete imaginando la escena.

Los chicos empezaron a salir. Algunos, como Gonzalo o Quique, no llevaban bañador y mostraban sus cipotes ganchudos. Gonzalo fue a preparar unas bebidas, el resto tomaron asiento alrededor de ellos.

Quique se tumbó junto a Eva a la que besó en toda la boca con sobada de teta incluida. Marcos lo hizo en el suelo junto a Dani, en la misma posición que él, con las piernas cruzadas y la espalda recta. Otros como Aníbal, se habían quedado en la piscina con el resto de chicas.

Charlaban animadamente cuando vieron llegar a la carrera a Gloria. Venía completamente desnuda, riendo a carcajadas mientras sus tetas botaban con cada zancada. Se arrodilló tras Dani y lo abrazó por el cuello, pegándose contra su espalda como si se estuviera escondiendo. Dani notó un calambrazo al notar sus pezones duros por el frío.

—Me quedo con vosotros —dijo como si fuera una primicia.

Tras ella llegaron el resto de chicas, todas partiéndose de la risa al igual que Gloria. Y, como ella, se refugiaron al amparo de los que estaban tomando el sol. Se fijó en que Celia había conseguido mantener la parte baja de su bikini. Chasqueó la lengua por lo bajo, le hubiera gustado verla al natural. Alba se había incorporado ligeramente en la tumbona. Tenía una ceja levantada y miraba a Gloria con curiosidad.

Aníbal llegó el último, lo hizo caminando. Estaba completamente desnudo pero, para sorpresa de Dani, su cipote no pendulaba con cada paso.

Y no lo hacía porque ya no tenía esa posición ganchuda y laxa sobre sus huevos. Se mostraba parcialmente erecta. No mucho, lo justo para casi obtener la horizontalidad. Sin embargo, su tamaño había crecido ostensiblemente. Tragó saliva, abochornado.

—Te vas a quedar bizco como lo sigas mirando así —le susurró Marcos.

—Será por eso que la veo doble.

Se plantó ante ellos, brazos en jarras. Las chicas no paraban de reír como si supieran un secreto cruel.

—Muy graciosas. ¿Quién ha sido? —Aníbal lo preguntaba con un enfado fingido.

Las chicas multiplicaron sus carcajadas para desconcierto del resto. Marcos levantó los hombros cuando Dani le interrogó con la mirada.

—A ver, chicas —insistía el adonis—, que no es que me importe que me despelotéis mientras me ahogáis, en serio. Pero estaría bien que me dijerais quién ha sido la cabrona que me ha pajeado.

Al parecer habían unido sus fuerzas para hundirlo en el agua. Inmovilizado bajo la superficie, y mientras se intentaba zafar para no ahogarse, alguna le había cogido la polla y había decidido pajearlo. Su semierección daba muestra de ello.

Alba clavó la mirada en su novio y éste negó sutilmente con la cabeza. No, a él no lo habían pajeado cuando intentaron ahogarlo en la playa.

—¿Has sido tú? Has sido tú, ¿no? —le decía Aníbal a Gloria—. Venga, dímelo.

—A mí no me digas. Estaba aquí hace mucho —decía abrazando a Dani con más fuerza como si, anclándose a él, reforzara sus palabras—. Yo he sido la primera en salir.

Martina, por su parte, también se refugiaba tras su novio, agarrándolo por debajo de los brazos. Dani supuso que sus tetas también se estarían clavando a él bajo su bikini.

—¿Y qué más te da? —dijo ésta—. ¿Lo has disfrutado? Pues ya vale.

—Además —intervino Celia—, lo bueno de no saberlo es que puedes decidir quién de las cuatro te hubiera gustado que fuera.

—¡Ja! Muy buena. Es una paradoja —dijo Quico—. Mientras no lo sepas, es como si te la hubiesen meneado las cuatro. Qué cabrón.

—Esas mierdas filosóficas las dejamos para cuando nos desnudamos a ciegas en el cuarto de Gonzalo. Ahora estamos aquí, a la luz del día. Venga, guapitas, me habéis hecho salir así para partiros el culo. Por lo menos merezco saberlo.

Alba y Dani dieron un respingo y se quedaron mirando, alarmados. —¿Qué cuarto? —preguntó ella— ¿El del otro día? ¿Ese en el que no había nada?

Todos al completo se quedaron helados, incluso Aníbal, que ahora miraba a Gonzalo con ojos de culpabilidad. Metedura de pata, gorda.

—¿En serio tenéis un cuarto oscuro? —insistía Alba sin dar crédito—. Lo flipo. ¿Y jugáis entre vosotros?

Hubo carraspeos e intercambios de miradas incómodas. Su prima no le pudo sostener la vista, agachando la cabeza, avergonzada. Eva tampoco le sostuvo la suya a su antiguo amigo, constatando que, pese al desconcierto que fingió la noche de los juegos, también conocía del uso de ese habitáculo. Parpadeó incrédulo al imaginarla junto a los demás, jugando a algo tan bizarro como una orgía; desnudos, sudorosos… calientes. Alba resoplaba incrédula.

—Tampoco te vayas a escandalizar ahora, ¿eh? —advirtió Celia—. Que hemos hecho cosas peores estando tú.

—Sí, pero… de crías, joder.

—Y qué, Albita. ¿Qué tiene de malo que hagamos un cuarto oscuro entre nosotros? —Aníbal tomaba la palabra—. Somos adultos y todos tenemos bien claro que lo que pasa ahí dentro, se queda allí dentro.

—Ya, pero… —Hizo un barrido con el dedo señalando a cada uno, dando a entender que todos habían follado con todas. Amigos de toda la vida. Algunos de ellos casados.

—Tampoco pienses así —intervino Marcos—. No es un “todos-con-todos”. Es como… un intercambio; cada uno escoge una pareja, y tenemos unas reglas para que nunca sepamos con quién hemos estado. De esa manera… técnicamente es… algo así como el gato de Schrödinger. Podría haber estado con Martina o podría no haber estado. En cualquier caso, mientras nadie lo sepa, nunca habré estado con ninguna que no sea ella y, a la vez, si yo quiero, habré estado con todas.

Ni Dani ni Alba se hubieran imaginado que la buena y dicharachera de Martina se hubiera prestado nunca a eso. Y Eva tampoco, si no fuera porque la obligara su novio.

—Nunca lo hacemos con menos de seis parejas —añadió Celia—. Y al menos una es de fuera del grupo. De esa manera añadimos mayor incertidumbre. Y también más morbo.

De repente, Alba y Dani, se sintieron el centro de atención en medio del grupo, sin quedar claro quién examinaba a quién. Dani carraspeó. El contacto con Gloria, aún desnuda, empezaba a resultar incómodo. Su marido ofreció una bebida a Alba y se sentó junto a ella. Tampoco él llevaba nada de ropa y su polla quedaba vergonzantemente expuesta.

—Y aunque así sea —dijo Gonzalo—, ¿qué más da que nuestra pareja esté con otro? Al fin y al cabo, ambos estamos disfrutando de lo mismo. Separados pero juntos. Porque de eso se trata, de hacerlo juntos. Chocó su vaso con el de Alba, que lo mantenía sobre su vientre, a modo de brindis unilateral.

Ella movió la cabeza. —Yo no estaría muy tranquila de cháchara con aquella que haya estado con mi novio, con la imagen de los dos… —Contrajo la cara—. Sería muy raro.

Gonzalo puso una mano en su hombro para tranquilizarla, y la dejó ahí. —Pues eso es lo bueno de nuestro método. Que nunca sabes quién ha estado con quién.

—Utilizamos dos cuartos. —Su mujer tomaba la palabra—. El que viste tú, ese en el que solo hay dos sofás, es para las chicas. Nos desnudamos, apagamos la luz y nos repartimos por la habitación. Ellos entran después, ya desnudos, con la luz de fuera también apagada para que no se distinga nada a contraluz.

Dani y Alba escuchaban sin dejar de mirarse el uno al otro.

—Ya pero… —ella seguía dudando de su juego—. ¿Entre vosotros? Nos conocemos de toda la vida. Somos casi como familia. Es… raro.

—Por eso lo de la pareja que no sea del grupo, para crear la probabilidad de la incertidumbre y romper la certeza de que coincidamos entre nosotros. Además, seguimos unas normas para que nadie sepa con quién ha estado. —Comenzó a enumerar tocándose los dedos—. Está prohibido hablar o identificarse de alguna manera ni llevar objetos que puedan ser reconocidos; pendientes, abalorios o cualquier cosa que nos pueda delatar. Ponemos música a todo volumen para que no se oigan sonidos ni voces.

—Y otra cosa más importante —añadió su marido en tono solemne—, en ese cuarto entran dos, y salen dos.

De pronto, Dani se sintió más desnudo que los propios Gonzalo o Gloria. Notó cómo ella se movía tras él y un escalofrío le recorrió hasta la coronilla. Alba dio un trago a su bebida más largo de la cuenta sin dejar de mirar a sus amigos de manera extraña.

—Tampoco es que lo hagamos a menudo, Albi. —Martina tomaba la palabra con una vocecita arrepentida.

—Sí, solo en ocasiones especiales y únicamente con las personas adecuadas, como hoy. —Todos miraron a Quico que, sentado junto a Eva, sonreía ufano por la indirecta, escondiendo una mirada lobuna detrás de un trago—. Somos seis parejas —continuó después de tragar—, y una de ellas es de fuera del grupo. —Los señaló a ellos con un golpe de barbilla.

Las miradas de todos giraron en su dirección.

—Uo, uo, uo, tranquilidad —pidió Dani levantando las manos—. Yo me apeo de este carro.

—¿Y tú , Alba? —Aníbal, incisivo, no perdía ocasión.

Para sorpresa de todos, incluido el propio Dani, no contestó con rapidez. Se quedó callada, con el líquido inflando sus mofletes. Se lo estaba pensando.

Fin capítulo XXVIII
 

Cuarto oscuro​




—¿Me lo estás diciendo en serio? —preguntaba Dani.

Alba y él estaban en un rincón del jardín, con un trozo de pizza y un vaso de refresco cada uno. Se habían apartado del grupo buscando privacidad. Ella asentía con una sonrisa de oreja a oreja, feliz.

—¿Un intercambio, Alba? —insistía él, perplejo— ¿Con tus amigos?

—Eso es lo bueno, que no vamos a hacer ningún intercambio. Entramos y nos desnudamos. Pero nos lo hacemos juntos, tú y yo, sin que nadie sepa nada.

Negaba sin llegar a comprender mientras su novia se reía por lo bajo y susurraba. —Se me ha ocurrido una idea superbuena. Escucha.

El método ideado por Alba era sencillo y eficaz. Según habían contado, las chicas se sentaban repartidas por los sofás después de apagar la luz. Sin embargo, ella se quedaría pegada a la pared, junto a la puerta. Cuando los chicos entraran, irían a por ellas, hacia el fondo. Dani solo tenía que deslizarse pegado a la pared hasta dar con Alba.

—Podemos tener una seña, por si acaso —matizaba ella—. Por ejemplo, no sé, el pulgar levantado o algo así. Cada uno busca la mano derecha del otro y comprueba que tiene el pulgar levantado, esa será la señal de que somos nosotros.

—No sé, me da canguelo. —Dani se masajeaba la barbilla.

Alba agachó la cabeza y la levantó de nuevo. —A mí también, no creas, pero, ¿sabes? —Sonrió como una chica mala—. Eso de hacerlo delante de todos, me pone mogollón. Además, no sabes el calentón que tengo desde ayer. Tú al menos te has desquitado —ronroneó—, en mi cara.

Dani sintió una punzada de remordimiento. Ella lo miraba con el mismo brillo en los ojos que la última media hora.

—Follar en una orgía, con tus amigos —dijo él para sí, dudando.

—Follar conmigo. Rodeados de mi grupo de amigos. No en una orgía.

Movió la cabeza indicando que se lo estaba pensando. Quizás la idea no estuviera tan mal. El morbo de follarla en medio de todos, con Martina y las otras en la misma actitud. Cuerpos sudorosos de chicos y chicas a escasa distancia. Casi podía oír los gritos de ellas corriéndose a pleno pulmón.

—Es que… me cuesta creer que me propongas eso. Precisamente tú.

Alba se removió incómoda. Apartó la vista a un lado y se quedó cavilando un pequeño rato antes de encararlo y hablarle en voz muy baja.

—La noche de los juegos, cuando escribimos nuestras fantasías en un papel, las que se leyeron en voz alta. ¿Te digo cuál fue la mía? —lo dijo con cautela. Dani se puso recto—. No te lo quise contar la otra noche porque me dio palo. —Hizo una pausa—. Y tampoco quiero que ahora te enfades cuando te lo diga, ¿vale?

Por acto reflejo, miró por encima del hombro de su novia. Tras ella, apartado, se encontraba Aníbal, aún desnudo, hablando con Enrico y León. Sus miradas se cruzaron. El musculoso compañero lo observaba atento desde la distancia. Se llevó un vaso a la boca y sus facciones desaparecieron detrás del trago. Su enorme polla continuaba flácida sobre sus huevos. «Chupársela a Aníbal delante de mi novio y después follar con él a solas», recordó. Aguantó la respiración esperando oír la confesión de su novia. Ella lo hizo en un susurro.

—Hacerlo en público. —La última sílaba casi no se oyó.

Frunció el ceño y sacudió ligeramente la cabeza. —¿Esa era tu confesión? ¿Que te da morbo follar en público? —Estaba tan perplejo como contrariado— ¿Y te daba palo decírmela?

—Joe, Dani, acababas de decirme que tu fantasía era casarte conmigo. Me sentía supermal habiendo escrito lo mío. ¿Cómo iba a contarte que era follar delante de gente?

Se acarició el mentón, cavilante. —Te pusiste como una moto cuando fantaseamos con Andrés —reconoció para sí, atando cabos—, en la playa, con gente mirándote. ¿Por eso te pone tanto hacer lo de hoy?

Alba asintió abochornada. —Es una fantasía de hace mucho. Por eso, esto me da tanto morbo. Es una sobrada, lo sé, pero… lo hago contigo.

Dani asintió. Comprendiendo, asimilando.

—¿Te parece mal? —preguntó ella.

—En absoluto, solo que, me hubiera gustado saberlo.

—Y a mí me hubiera gustado haber sido la que puso que quería follar contigo, en vez de esa… —Cerró la boca con una mueca de disgusto y una mirada hacia Eva que continuaba en su tumbona con Enrico.

—Me vale con saber que siempre te tengo conmigo —sonrió.

Alba correspondió coqueta con una caída de ojos. —¿Entonces, qué?

Dani tamborileó con los dedos sobre la mesa. En el fondo, como fantasía, no dejaba de ser morbosa, y sería un puntazo hacerla realidad con Alba. Volvió a fijarse en Aníbal que continuaba de charla con los otros dos. Se reía tranquilo y recordó la actitud con la que había salido de la piscina, empalmado. Pese a su situación vergonzante, se había mostrado relajado y seguro de sí mismo. Manejando la situación con naturalidad. Nada parecido a como lo hizo él cuando le hicieron lo mismo en la playa. Ahora, su enfado de aquel día, le parecía una actitud infantil. Tal vez le estaba dando demasiada importancia a hechos que para esa gente eran plato común.

—Podría estar bien.

Alba sonrió a cámara lenta. Mostrando su blanca dentadura de oreja a oreja. Los ojos formaban una línea sobre unos pómulos levantados. Él correspondió con otra sonrisa de complicidad.

—Y por cierto, no fue Eva la que puso que quería follarme.

—¿Por qué lo sabes?

—Porque me lo ha dicho.

—¿Le has preguntado a tu amiga si quería follar contigo? —Había dejado de sonreír.

Dani frunció el ceño. Dicho así había sonado muy mal. Alba ya tensaba la mandíbula.

—No, me lo ha contado antes. Todos pensaron que había sido ella y se quería quitar la espina —mintió—. No quería que yo también tuviera una idea equivocada.

No quedó muy convencida y Dani supo que su maquinaria seguía cavilando. Eliminada Eva de la ecuación, la lista de candidatas a tirarse a su novio se reducía y ninguna le parecía muy plausible. Dani la tomó de su mano por encima de la mesa y sonrió de medio lado.

—No tengas miedo, no voy a dejar que ninguna de esas lobas me violente en la oscuridad de ese cuarto.

Ella le devolvió la misma sonrisa cómplice con los ojos entrecerrados fijos en él. —Ninguna de mis amigas va a tocarte un pelo, so creído. —Acercó la cara a la suya—. A ti solo te follo yo.

Unas voces lo hicieron girarse. Al hacerlo, vio con estupefacción a Javier, el gasolinero guaperas. Se encontraba hablando con Marcos y Gonzalo. Estaban al otro lado de la piscina, junto a la esquina de la casa. Éste, en camiseta y pantalón corto, tenía en sus manos un paquete de cervezas. Aún no había olvidado que le puso la polla en la boca a su novia en Arenas. Se revolvió al verlo apuntarse a la fiesta.

Alba, que también lo había visto, endureció la mirada y comenzó a ponerse la parte de arriba del bikini.

El paquete de cervezas cambió de manos. Gonzalo lo sujetaba ahora bajo su brazo y permanecía de pie un paso por detrás de los otros dos. Mientras tanto, Marcos daba toquecitos con un dedo en el pecho de Javier. Daba la impresión de que discutían.

Al final desapareció, haciendo que la tarde volviera a ser tan agradable como antes. «Falsa alarma», se dijo, y volvió a respirar tranquilo. Lidia se acercó con dos vasos de refresco. Sus tetas lucían desnudas detrás de cada uno.

—Aquí tenéis, que os vais a deshidratar. —Colocó sendos vasos frente a ellos—. ¿Y qué, al final os animáis? Sin vosotros no hay juego.

Aunque la pregunta era para ambos, se lo dijo a él, observándolo durante más tiempo de la cuenta mientras lo apuntaba con ambos pezones. De cerca, sus tetas eran mucho más bonitas y deseables. Dani hacía esfuerzos por no mirar y clavaba su vista en su novia. Alba, a su vez, la miraba a ella con inquieta curiosidad. Después de unos momentos, tomó uno de los vasos y lo llevó a la boca, dio un largo trago y lo depositó en el mismo sitio.

—Lo que diga Dani —concedió por fin.

Observó a su novia con detenimiento mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa de madera. Le había quedado algo de líquido en la comisura de su boca. Ella se lo limpió con el dorso de la mano. Después, se pasó la lengua, humedeciéndola. Su pecho subía y bajaba con más velocidad de lo habitual.

—De acuerdo, hagámoslo.


— · —


Las chicas ya estaban dentro del cuarto. Habían cerrado la puerta justo cuando Gonzalo ponía a todo volumen, en el hilo musical, un disco pregrabado para esas ocasiones. La canción que sonaba en ese momento era “Rock ‘n’ roll, part 2” de Gary Glitter.

Algunos chicos corearon la melodía simulando tocar una guitarra imaginaria.

—Pa, pa, paouuu.

Esa canción era parte del procedimiento. Durante el tiempo que duraba, tanto chicos como chicas se quitarían la ropa, así como cualquier abalorio capaz de identificarlos: relojes, cadenas, anillos… y lo depositarían todo en las estanterías colocadas al efecto. Ellas, además, llevarían recogido el pelo en una coleta.

Después, cuando la canción terminara, se apagaba la luz de ambos cuartos. Ellas, se repartirían por los sofás; ellos, entrarían cerrando la puerta tras de sí.

Tenían el tiempo que duraba el disco, aproximadamente algo menos de una hora, para hacer lo que quisieran. Siempre en parejas, una sola durante todo el tiempo, y siempre con pleno consentimiento del otro. Otra cosa más, si se entraba, se hacía con todas las de la ley. No era lugar para timoratos.

Al llegar a la última canción, el disco volvía a reproducirse, sonando de nuevo Gary Glitter y su famoso tono de guitarra. Esa era la señal para que los chicos abandonasen el cuarto oscuro y volvieran por la misma puerta que entraron. Acabada la canción, volvían las luces y se reunían de nuevo, ya vestidos, en el habitáculo de los chicos.

Se le hizo extraño a Dani mostrarse desnudo junto a todos los demás. Aquello no era como el vestuario de un gimnasio o las duchas de un polideportivo. Había algo diferente, quizás una constante comparación con ellos, o puede que fuera por lo que estaba a punto de hacer.

Alba lo había besado antes de entrar, llenando su boca con la excitación del momento. Feliz, exaltada, nerviosa. Antes de desaparecer por la puerta, junto a las demás, había levantado su pulgar con una doble intención recordándole su seña. Él, había sonreído y se la había devuelto. En el fondo, también estaba notando la excitación de lo que iban a hacer. Su corazón iba a tope e intentaba ralentizar la respiración. Se secó el sudor de las manos.

Sintió una mano en el hombro. Era Marcos.

—¿Qué tal, colega, bien?

Respiró hondo antes de contestar. Tuvo que elevar la voz para hacerse oír por encima de la música. —Sí, bueno, un poco tenso.

Marcos se quedó mirándolo con detenimiento.

—Oye, si no estás seguro, se para.

—No, no, es solo que, los nervios, ya sabes. —Dudó más de la cuenta.

Marcos lo volteó, encarándolo y cogiéndolo por los hombros. —Esto es para disfrutar, si no estás seguro es mejor no seguir. Todos somos conscientes de que lo que vamos a hacer no es una tontería. —Alzó una mano para llamar la atención de Gonzalo y pararlo antes de que finalizara la canción. Dani lo tomó de la muñeca antes de que abriera la boca.

—No, está bien, en serio.

Su amigo no pareció muy convencido. —La he cagado contigo un montón de veces, y no quiero que vuelvas a acabar el día jodido solo por seguirnos el rollo. No lo hagas si no lo ves claro. Te lo digo en serio, si crees que esto no es para ti, se para y punto. No pasa nada.

Gonzalo se había acercado junto a ellos, interrogándolos con la mirada.

—No lo hagas si tienes dudas —insistió Marcos. Señaló a Gonzalo con un golpe de cabeza, indicando que, con un simple aviso, todo se interrumpiría de manera rápida y sencilla—. Si esto te va a causar un problema con Alba… —Dani negó con una caída de ojos. Tras unos segundos de duda en los que Marcos resistía dar su brazo a torcer, asintió. Después, miró a Gonzalo confirmando que seguían adelante.

Éste se dirigió a la puerta, colocó su mano en el pomo y apagó las luces de ambos cuartos haciendo que la oscuridad les cubriera a todos. La canción había terminado. “Highway to hell”, de AC/DC, comenzaba a sonar.

—Dani —gritó Marcos en su oído—, recuerda, entran dos; salen dos.


— · —


Lo primero que le llamó la atención, nada más cruzar el umbral, fue el penetrante olor del ambiente. La habitación estaba fuertemente perfumada para que tampoco pudieran reconocerse por el olor. Habían pensado en todo.

Se deslizó a su derecha y se pegó a la pared, dejando que el resto continuara su camino hacia los sofás. Cuando calculó que habría entrado el último y la puerta estaría cerrada, empezó a moverse. Paso a paso, con un brazo extendido, y sin dejar de tocar el tabique, fue tanteando la oscuridad con cuidado de no tropezar. Su corazón latía desbocado, no iba a estar tranquilo hasta encontrar a Alba. Tenía la sensación de que todo iba a salir mal. Muy despacio, fue avanzando a lo largo del cuarto. En la oscuridad, todo parecía más lejano. Intentaba respirar con calma obligándose a no gritar su nombre para llamarla. De pronto, se topó con algo y paró para verificar lo que era, o quién.

Había llegado a las estanterías empotradas donde las chicas habían dejado su ropa. El estómago le dio una descarga.

Alba no estaba.

Por un momento su cerebro fundió al negro. Sin ideas, pero con la esperanza de sentir sus manos agarrándolo en cualquier momento, se quedó a la expectativa, rogando para que apareciera entre la negrura. Extendió los brazos aguardando a encontrar los de ella.

Fue en vano.

Dio varias hondas respiraciones e intentó pensar con toda la calma que pudo reunir. Quizás se encontraba hacia el otro lado de la puerta.

Volvió tras sus pasos, con la misma forma de caminante sonámbulo, sin abandonar el amparo de la pared. Cuando llegó a la puerta, pasó de largo, hasta que sus manos se toparon con la pared contraria.

Alba tampoco estaba. Se quiso morir.

Confundido, en medio de la oscuridad absoluta y con el ruido de la música a todo volumen. Decidió volver al punto de partida. En esta ocasión, a paso ligero, extendiendo por completo sus brazos para abarcar más espacio. Llegó de nuevo a las estanterías con las manos vacías.

Se pasó la mano por la frente quitándose el sudor. Su mente iba a cien por hora. Alguno se había adelantado. Alguien había dado con ella y se la había llevado de allí. Eso significaba que ahora estaría con el resto, entre los sofás. Tragó saliva, aterrado.

Se iban a follar a su novia.

Se le revolvió el estómago. Con la espalda pegada a la pared y con la oscuridad como única compañía, el concepto de abandono tomaba una nueva dimensión. Su respiración seguía estando a pleno pulmón. No soportaba la idea de que saliera bien follada por alguno de esos majaderos. Una cosa tenía clara, en aquella esquina no iba a encontrar nada, así que decidió ir a buscarla.

Caminó con el brazo extendido a lo largo de la pared de la estantería. Una frase le rondó por la cabeza: Follar a Alba y hacerle gritar como una perra.

No tardó en toparse con el primer sofá, el de la derecha. Dos personas se encontraban magreándose en el lado más cercano a él. Al palpar, supo que la chica montaba a horcajadas al chico. Ambos abrazándose y sobándose el uno al otro.

La única manera que tenía de identificar a Alba, y la más evidente, era por sus tetas, así que palpó a la chica desde atrás. Se llenó las manos con cuidado, notando sus pezones duros. Podría ser ella, pero no estaba seguro. Reconocerla por el tacto era más difícil de lo que pensaba.

Amasó al vaivén de su cuerpo, palpando, sintiendo. Solo tenía clara una cosa: eran grandes. Quizás como las de Alba… o Eva… o Martina… quizás.

Recordó ver botar las de Gloria antes de que las pegara a su espalda. Tampoco podría asegurar que no fueran de ella.

Cuando el chico que estaba bajo ella notó sus zarpas, las apartó de un empujón. Posiblemente, enfadado porque otro intentara probar parte de su pastel. Habían dicho que era un intercambio, no una orgía, así que entendía su reacción.

Miró hacia abajo, a través de la oscuridad, intentando adivinar si no sería Alba la que galopaba. Sacudió la cabeza y con los nervios a flor de piel, tocó de nuevo la espalda de la chica hasta localizar su hombro. Deslizó su mano hasta la muñeca y tiró de ella. Después, la obligó a posar la mano sobre su pulgar extendido. La chica se deshizo de él.

No era ella.

Reanudó su búsqueda. La siguiente pareja ocupaba el lado opuesto del sofá. Tocó una rodilla. Por la suavidad supo que era de una chica. En esta ocasión, estaba sentada hacia atrás, con las piernas abiertas mientras, su “pareja”, colocada entre ellas, la penetraba con suavidad. Los envites que percibía a través de la espalda del chico, eran lentos y largos, señal de una polla de longitud generosa.

¿Aníbal?

Metió la mano entre los dos hasta dar con una de sus tetas. La amasó, era grande, quizás no tanto como la anterior… o quizás sí, no estaba seguro, la posición bocarriba desvirtuaba la comparación. Rozó su pezón con el pulgar. No estaba duro. Volvió a amasar la teta y la apretó con suavidad.

Un codazo en las costillas le obligó a dar un paso hacia atrás. Y de nuevo se quedó con la duda. Podía ser cualquiera.

Desesperado, intentó probar con la siguiente chica. Avanzó hasta encontrar la pared del fondo, recorriendo el trecho que la separaba del sofá. Después, comenzó a deslizarse por ella, hacia el siguiente sofá, en el lado izquierdo de la habitación. Lo hizo con una mano hacia adelante, braceando en medio de la negrura.

Antes de llegar, se dio de bruces con una pareja que se encontraba de pie. Por lo que pudo palpar, ella estaba frente al tabique, con el cuerpo pegado a él. El chico, desde atrás, la penetraba con lentitud, pero finalizando cada recorrido con un golpe seco de cadera.

Intentó tocarle las tetas, pero apenas pudo magrear el nacimiento de éstas al tenerlas aplastadas. De nuevo le parecieron grandes y, de nuevo, tuvo una tercera candidata para ser Alba.

Otra vez, su pareja se deshizo de él de un empujón al notarlo a su lado sobando su pastel. A estas alturas, casi no le latía el corazón.

Alguien lo empujó, rozando su espalda. Probablemente, cambiando de lugar. Si la gente empezaba a moverse por la habitación iba a ser muy difícil que diera con ella. Decidió continuar su recorrido. Rodeó a la pareja de la pared, pero se encontró con qué, el siguiente dúo, estaba muy pegado a estos.

Aquí la espalda del chico indicaba que también estaba de pie, algo inclinado hacia delante, follándose a “su chica” a cuatro patas. Ella con las manos extendidas hasta el sofá donde se sujetaba, recibía de lo lindo. Fue más fácil hacerse con una de sus tetas. Su pezón estaba duro como una piedra, pero, de nuevo, no pudo definir el tamaño. Quizás, y solo quizás, no fueran lo suficientemente grandes como para ser de Alba.

Resopló desconsolado. Estaba siendo más complicado de lo que pensaba. Para su sorpresa, una mano le cogió de la polla. La chica había echado el brazo hacia atrás y había empezado a sobarlo.

Lo que más le sorprendió no fue la suavidad con la que lo hacía, ni la velocidad con la que lo soltó cuando se dio cuenta de que alguien diferente a su amante la estaba tocando. Era otra cosa, y estaba relacionado con él.

Estaba completamente empalmado.

No supo cuándo había ocurrido, pero su polla había actuado por iniciativa propia durante su recorrido. Embobado, tardó más de lo que deseaba, pero por fin reaccionó y se hizo de nuevo con la muñeca de la chica, tirando de ella y colocando su mano sobre el pulgar extendido. La chica lo tomó y lo palpó, pero lo soltó enseguida. No conocía la seña.

O no quería conocerla.

Dio un paso atrás, desconsolado, pero odiándose por tener la polla tan dura. Tragó saliva y se secó el sudor de su frente. Su respiración estaba acelerada y esta vez no era solo por los nervios.

La siguiente pareja estaba justo al lado. Aquí la chica permanecía de rodillas frente al sofá. Por el movimiento de su espalda y cuello supo que estaba haciendo una mamada. Sin pensarlo, metió las manos por cada lado y se hizo con sus tetas. Pezones duros y cuerpo sudoroso. Amasó con detenimiento. No parecía que fueran las de Alba, quizás tampoco de Eva. Decidió comprobar una cosa y bajó una de las manos hasta el coño, notando con la punta de los dedos la suavidad de su vello púbico.

Tampoco era Martina.

La chica levantó el culo provocando que su polla quedara encajada entre sus glúteos. Por acto reflejo, se apretó contra ella sin dejar de acariciarla con ambas manos, una en cada lugar. Tenía la polla a reventar y la posición era idónea. Solo tenía que bajar un poco la cadera y la encajaría con facilidad.

Y lo hizo.

La chica se había movido y la punta de su polla quedó alojada en la entrada de su coño. Lo notó caliente, húmedo. Apenas un empujón y se la colaría hasta dentro. Se follaría a una de las amigas de Alba, daba igual quién. Podría ser incluso a la propia Alba que ahora estaría chupando la polla de Aníbal sentado frente a él. Quizás por eso se estaba dejando magrear rompiendo la regla de solo sexo con la misma persona.

«Alba», pensó. Había salido a buscarla para que no se la follaran y, sin embargo, él estaba a punto de clavársela a la primera que le plantaba el coño. Se dio cuenta de que la tenía bien sujeta y se apartó hacia atrás como un muelle. Si ni él mismo era capaz de contenerse, qué podría esperar de su novia que había entrado caliente como un clavo al rojo vivo. Se llevó las manos a la cara y enterró los dedos entre los cabellos, deslizándolos hacia atrás.

Sin apenas esperanzas, continuó la búsqueda. Braceó en la oscuridad dando pasos de ciego hasta que topó de nuevo con una pared. Era la de la puerta. Desde allí, con más agilidad, llegó hasta las estanterías, donde debería haber estado Alba desde el principio. Había dado la vuelta completa. Se apoyó con la espalda en la pared, cerró los ojos y suspiró con pesadumbre. Su intento de rescate no había dado sus frutos.

Se confirmaba. Se estaban follando a su novia.

De nuevo volvía a estar abandonado y jodido, a diferencia de ella que, “de nuevo” volvía a estar bien acompañada, pero ahora con la certera seguridad de estar siendo penetrada. Alguno de sus amigos se estaría poniendo las botas.

Quizás algún despistado había topado con ella y no hicieron la seña. O quizás se la sabía porque no era tan despistado. Recordó que Aníbal lo miraba mucho cuando hablaban sobre lo de entrar haciendo “trampas”. ¿Les habría oído? Quizás había aprovechado para adelantarse y llevársela de allí antes de que llegara él. En ese caso ahora estaría en sus brazos. Y quien dice en sus brazos, dice ensartada en una polla como una olla.

Sacudió la cabeza, abotargado. No, Aníbal no había estado lo suficientemente cerca como para haber captado ninguna palabra. Además, recordaba perfectamente que estaba al final de la cola para entrar al cuarto oscuro.

La música seguía sonando y las canciones se iban sucediendo. Había perdido la noción del tiempo y no sabría calcular cuánto faltaría antes de que tocara salir. Solo sabía que se le iba a hacer eterno.

De repente, sus rodillas toparon con el sofá donde estaba la primera pareja. Sin ser consciente, había ido dando pasos hacia adelante. Se sintió extraño sabiendo que a escasos centímetros había alguien follando.

Una mano le tocó el vientre y, acto seguido, se deslizó hasta su polla. Era una mano femenina y notó cómo lo palpaba con curiosidad. Ya no la tenía dura, habiendo recuperado su tamaño en estado de laxitud, por lo que adivinó que aquella mano sabía a quién estaba tocando. Manipulaba su miembro con suavidad, moviéndolo a un lado y a otro.

Para su sorpresa, empezó a pajearlo.

Dani llenó sus pulmones por la impresión, y su polla no tardó en ponerse como una piedra. De nuevo la sensación de culpabilidad.

La caricia era muy placentera y el ritmo empezaba a ser frenético. Puso su mano sobre la de ella y la mantuvo unos segundos sintiéndose un adúltero. Sin embargo, esta vez, no retrocedió. En su lugar siguió el tacto de su brazo hasta llegar a su hombro y de ahí a sus tetas.

La chica ya no estaba en la posición de antes. Ahora se encontraba sentada, echada hacia atrás, mientras, entre sus piernas abiertas y de rodillas en el suelo, alguien le comía el coño.

Dani amasaba con lascivia, notando entre sus dedos, los pezones duros de la chica. Sus tetas eran redondas pero no enormes y se llenó las manos con ellas, disfrutándolas, aun con la necesidad de saber si eran de Alba.

La chica se movió y su boca terminó chupando su polla. Soltó un “Uffff” cuando su lengua le acarició el glande.

Que su novia estuviera follando con alguno de ellos no hizo que su culpabilidad desapareciera. Al contrario, hubiera querido zafarse y salir de allí para lamentar su mala suerte a solas, sin embargo, aquella boca tan húmeda hacía difícil que moviera sus pies. Aunque, más bien parecía que se la chupaba con timidez, como si se lo hiciera por compasión, pero le daba tanto placer...

La canción terminó y enlazó con la siguiente, sin proporcionar un solo instante de silencio, lo mismo que la mamada que hacía que Dani solo pensara en la chica y en aquellas redondas tetas tan suaves.

Intentó entonces apartarse hacia atrás para parar aquello que empezaba a resultar extrañamente doloroso. La muchacha lo frenó poniendo las dos manos en su culo, atrayéndolo hacia ella. Dani dudó, pero terminó cogiendo sus muñecas y las apartó con suavidad. Sin embargo, permaneció con ellas en sus manos más tiempo del que hubiese querido, con la cadera hacia adelante. La había adelantado inconscientemente.

La chupaba tan bien.

Terminó abriendo las piernas como una rana cuando ella atrapó sus huevos y los empezó a masajear. Lo hacía con suavidad, lo hacía despacio y, sobre todo, lo hacía húmedo. Se mantuvo así, incansable mientras terminaba la canción y sonaba la siguiente. Fue cuando ya no pudo aguantar más. Tocó su hombro indicándole que la corrida era inminente, pero no se dio por aludida. La empujó con suavidad. Tampoco la chica cejó en su empeño.

Al final se corrió en su boca y ella lo recibió con naturalidad dejando que la lefa resbalara por sus labios y el tronco de su polla. Se quedó perplejo. Había estado intentando avisarla, pero le había dejado acabar dentro llevando su placer al éxtasis.

Después: solo un pitido atronador dentro de su cabeza.

Fue recuperando el resuello poco a poco, dando bocanadas profundas. Se ventiló con las manos debido al calor que hacía allí dentro. Dio un paso atrás, luego otro y otro hasta que su espalda tocó la pared junto a la estantería. Entonces, cerró los ojos y se llevó las manos a la cabeza.

Había salido todo mal.

Alguien, en algún lugar de aquel cuarto, se estaba follando a su novia y, mientras tanto, él había dejado que se la mamaran. Se mordió los labios, arrepentido. No debió dejar que Alba lo convenciera para entrar.

La música sonaba a todo volumen sin dar tregua a sus oídos. El tiempo transcurrido parecía una eternidad y ya solo quería que acabara todo para que ambos pudieran salir de allí.

Y entonces, como el puño de un boxeador, una revelación le golpeó en la cara.

Había contado cinco parejas. Dos en cada sofá y otra más en la pared del fondo, pero debería haber una persona más, la que correspondería con él para formar la sexta pareja. Por obligación, una de las chicas debería estar desparejada. Sin embargo, esa chica no estaba allí. Estaba seguro porque había recorrido toda la habitación.

¿La había recorrido entera?

En ese momento, alguien tocó su hombro, luego su pecho y descendió palpando hasta sus manos que atrapó entre las suyas. Notó un pulgar extendido apretar contra su palma. Dani dejó inertes las suyas incapaz de corresponder al mismo gesto, la congoja lo asfixiaba. Al final lo hizo, y al notarlo, Alba se echó sobre su cuello llenándolo de besos. Notó el calor de su cuerpo que ya se pegaba contra él.

Lo primero que sintió fue alivio, emponzoñado por una tonelada de arrepentimiento. Ella lo atraía hacia sí, restregándose e intentando que participara con la misma pasión. Lo besaba, se lo comía. Por desgracia, él no tenía el mismo ánimo. Al final, para que ella no notara nada raro, atrapó sus tetas a dos manos y las amasó rozando sus pezones con los pulgares.

Constató que, efectivamente, aquella chica era Alba. Ahora podía asegurarlo por comparación. Tenerla entre sus brazos, había conseguido relajarlo y que respirara aliviado, por fin. Ella continuaba manoseándolo y comiéndoselo. Una mano bajó hasta su polla y lo pajeó, haciendo que la punta rozara la entrada de su coño. El calor y la humedad le indicaron que Alba estaba a cien.

Respiró de alivio… pero blasfemó de frustración. Su polla había perdido su rigidez y ahora solo era un guiñapo de lo que había sido hacía escasos segundos.

Su polla.

Ella dejó de besarlo y se separó ligeramente. Su mano ya no lo pajeaba, lo palpaba con curiosidad. El estado viscoso y su flacidez dejaban muy claro lo evidente. Un dedo hacía pasadas por la punta del pene, notando su pegajosidad. Quiso retenerla cuando notó su brazo flojear en su cuello.

La abrazó intentando atraerla de nuevo, intentando explicar sin palabras lo que iba a ser imposible justificar de ninguna manera. Notó su enfado a través de su braceo con el que intentaba zafarse. Al final, se deshizo de un empujón y desapareció a través de la oscuridad. Dani se quedó en medio del cuarto, de pie con los brazos levantados hacia adelante, derrotado.

No supo cuántas canciones más oyó antes de que volviera a sonar Gary Glitter, la señal para abandonar el cuarto. No se movió, con la vista aún fija en la negrura. Notó un roce en su hombro. Alguien pasaba junto a él en dirección a la puerta. Notó otro más y después otro. Estuvo tentado de quedarse allí y que lo descubrieran en medio de todas. Ya le daba igual todo.

Al final, recobró parte de la compostura y se giró hacia la salida. Encontró el pomo y salió, cerrando tras de sí. Justo en ese momento la canción cesó y con ello el alto volumen que lo acompañaba.

Con el silencio llegó la luz; tenue, para no cegarlos. Todos se miraron unos a otros y empezaron a sonreír. Algunos, como Gonzalo o Aníbal, se daban un choque de manos. Otros, como León o Quico, se sonreían entre gestos de triunfo, como el que gana una prueba de rally. Las pollas brillantes eran la señal inequívoca de que habían estado follando a base de bien.

Marcos llegó hasta él con el rostro serio.

—Ey, colega, ¿qué tal?

—Eh, bien.

—¿En serio? Yo no te veo bien.

—Ah, no, es solo… —movió la mano en el aire como si intentara quitar transcendencia—, los nervios. Es la primera vez y… me sobrepasa un poco.

Frunció el ceño. No se lo había creído.

—Es por Alba, ¿no? —Le puso una mano en el hombro—. Ya sabía yo que tenía que haberlo parado.

Le volteó haciendo que ambos dieran la espalda al grupo. —No te comas la cabeza. Ya está hecho. A mí también me daba palo con Martina al principio, al pensar que otro…

Dani levantó una ceja, escéptico. —¿Y por qué lo haces?

—Por lo mismo que tú; morbo, adrenalina, follar con otras… Pero no me como la cabeza. Acabaría muy mal si lo hiciera. Con la misma cara que tienes ahora.

—Ya, vale.

Marcos no tenía ni idea de lo que le pasaba por su cabeza. Su amigo cogió aire y se enderezó un poco.

—Dani, lo que pasa en ese cuarto se queda ahí dentro. Te lo dije antes de meternos; entran dos: salen dos. No le eches en cara a tu novia lo mismo que has hecho tú.

—No lo hago. —Agachó la cabeza para que su amigo no viera que lo que estaba era arrepentido, no dolido.

Fin capítulo XXIX
 
La taimada Alba haciéndose la ofendida, sin estar en su sitio.
Dani, un pardillo sin igual.

Y la genial mano de A. Seneka, meciendo la cuna.
 

Punto de interrupción​




Volvieron por el paseo, recorriéndolo con el capazo al hombro y las toallas al cuello. Una estampa un poco extraña teniendo en cuenta que el día había tocado su fin. Las estrellas comenzaban a brillar en el cielo y el horizonte pintaba azul marino. Alba no había abierto la boca en todo el trayecto. Él iba por detrás de ella, siguiendo su paso firme y largas zancadas. Su pelo largo ondulaba con cada pisotón.

—He dicho que lo siento, Alba.

—Y yo que no pasa nada. Hemos entrado a eso, ¿no? Pues ya está.

—No, no hemos entrado a eso, pero… joder, es que… —Intentaba pararla cogiéndola del brazo—. No estabas, Alba. Te busqué por toda la habitación.

—Y decidiste echar un quiqui para no aburrirte. Pues muy bien, ya te has desquitado. Estarás contento.

—No, eso no es así. No es lo que piensas.

Tuvo que ponerse delante de ella para obligarla a encararlo. —¿Me dejas explicarme? Por favor.

No hizo caso, le apartó de un manotazo y siguió caminando a zancadas. —Déjalo ya. La culpa ha sido mía, por querer hacerlo. Tanto insistir con entrar. Me lo merezco, por querer jugar con fuego. Así aprenderé que no puedo confiar en ti.

—No estoy tratando de justificarme, no tengo ninguna excusa. Te estoy pidiendo perdón —rogaba con todo el aplomo que podía reunir—. Me emparanoié, pensé que tú estabas, estabas… —No le salían las palabras correctas—. Fui a buscarte, lo juro. Me colé entre todas las parejas. Y alguien, o sea, alguna de tus amigas que estaba… bueno, que supongo que estaba cerca de mí empezó a tocarme —tragaba saliva—. Tenía la cabeza embotada, y la deje…, dejé que me… joder, lo siento.

Se paró y lo miró fijamente. Sus ojos lo perforaban. —La dejaste que te tocara porque te gustaba. —Levantó una ceja, inquisitiva—. ¿O porque creías que yo estaba follando con otro?

Cualquiera de las dos opciones era mala, así que responder a eso era como pegarse un tiro en la sien.

—Alba —contestó con calma aprovechando el pequeño paréntesis que se le ofrecía—, estaba muy nervioso. Lo he estado desde que decidimos dar el paso. Y me acojoné todavía más en cuanto se apagó la luz. Sabes que no llevo bien depende qué situaciones, y mucho peor si me quedo a ciegas y con un ruido de mil demonios. No voy a justificar lo que hice. Estuvo mal, pero… solo te pido que no seas tan dura conmigo. La he cagado, lo reconozco. En otra situación no hubiera pasado lo mismo.

Alba continuaba con su respiración acelerada y los ojos echando chispas. Mantuvo la vista clavada en él durante largo rato.

—Has follado, Dani. Con otra.

—No, no he follado. —Movía la cabeza con lentitud, intentando recuperar parte del aplomo que había dejado al salir de casa de Gonzalo—. Me pajeó. Quien quiera que fuera me sobó la polla. Le cogí de las muñecas para pararla. —Alba volvió a levantar la ceja—. Es verdad, lo juro. Luego… tardé en retirarme, y ella… —llenó los pulmones y expiró el aire antes de decirlo—. Se la metió en la boca. Me la chupó —hizo una pausa—. Pensé que…

Se hizo un silencio largo. Después agachó la cabeza y disparó una bala al aire. No se sintió orgulloso por lo que iba a decir, pero no iba a permitirse perderla en aquel puñetero pueblo de ninguna de las maneras, a menos de una semana para la boda y para volverse con ella a casa.

—Quise pensar que eras tú.

Su gato de Schrödinger. Alba quedó algo descolocada. Dudando entre perdonarle o mandarle a la mierda por manipulador. Dani sabía que se rifaba un beso o una hostia y esperó paciente cualquiera de las dos, sin protestar.

Ella dudaba. Él le cogió de las manos y se las llevó a los labios para besarlas.

—¿Dónde te habías metido, Alba? ¿Por qué no estabas allí? Conmigo. —No era un reproche, sino un lamento. Un ruego para que guardara algo de piedad por su alma pecadora.

Ella apartó la cara, quizás porque la rabia le impedía encararlo, o quizás por un sentimiento de culpabilidad mal enfocado. Dudó unos instantes antes de darle una explicación.

—Justo antes de apagar la luz me dijeron que todas debíamos esperar de pie junto a la pared del fondo, cogidas de las manos. Que hasta que los chicos no entraran no podíamos soltarnos. Seguramente para evitar que ninguna tratara de hacer lo que íbamos a hacer nosotros. —Hizo un pequeño mohín—. Otra más de sus reglas para mantener el anonimato y evitar trampas.

Mantuvo la cabeza gacha en señal de que le iba a costar contar lo que sucedió.

—Cuando llegaron, note un mar de manos encima de mí. Me sobaron de arriba a abajo. —Echó un ojo a Dani que la miraba circunspecto—. Las chicas que tenía a cada lado no terminaban de soltarme, así que no me pude deshacer de quien fuera hasta que ellas decidieron dejarme libre. Para entonces, el chico que se había pegado a mí, ya me tenía contra la pared, metiéndome mano por todos los sitios y pegándome una sobada de campeonato.

Dani tragó saliva. Ella hizo una pausa y continuó relatando.

—Me deshice de él en cero coma dos —atajó antes de que su novio atara, con demasiada celeridad, cabos que no eran—, pero su mano se enganchó a la goma de la coleta y salió por los aires. Sé que él se dio cuenta porque me tocó la cabeza y me palpó el pelo suelto. Si salía así, sin coleta, quien fuera que hubiera estado sobándome y chupándome, iba a saber que había estado conmigo.

Miró a Dani fijamente con ojos como platos.

—Me muero si alguno de éstos sabe que era yo con la que se estaba poniendo las botas. —Él abrió la boca para decir algo, pero ella continuó—. Me tiré media hora gateando por el suelo buscando el puñetero coletero.

Sacó la mano del bolsillo de su pantaloncito corto y mostró una goma de pelo rota. Había hecho un nudo uniendo sus puntas.

—La encontré debajo de uno de los sofás, rota. La até como pude y fui a buscarte. —Cerró los ojos e hizo una pausa antes de continuar—. Y mientras tanto, tú estabas… estabas…

Dani sintió un puñal en el corazón. Se acercó y pegó su frente con la de ella.

—Estaba solo, Alba. Buscándote. ¿No me puedes perdonar?

Alba movió el mentón a un lado y a otro.

—¿Y si hubiera sido yo la que hubiera aparecido llena de semen? ¿Me perdonarías?

Dani boqueó, indeciso. La pregunta se las traía. ¿Sería capaz el de perdonarla si hubiera sucumbido a otro?; ¿si le hubieran comido el coño después de sobar todas las pollas de aquel cuarto? o, directamente, ¿si se la hubieran follado? Se tomó su tiempo en contestar.

—Me enfadaría, me sentiría como una mierda y, quizás, hasta dejaría de hablarte por un tiempo, pero tengo claro que te quiero lo suficiente como para no querer perderte —contestó al fin.

Había sido completamente sincero, pero técnicamente no había dicho que sí. Ella lo miró con detenimiento, quizás más tiempo del necesario. No la siguió cuando se soltó de él y comenzó a caminar. En su lugar la llamó en voz alta.

—¡Alba! —Ella se giró, pero solo parcialmente—. Dime qué tengo que hacer para que me perdones.

No contestó y siguió su camino. Dani se quedó apoyado en el muro, con la vista en el suelo.

Estuvo no menos de media hora. Después, saltó a la arena y se descalzó. Caminó a paso lento hasta llegar a las rocas; de nuevo, demasiado antes de lo que deseaba. No quería volver tan pronto y decidió hacer tiempo. Recorrió toda la playa, vacía a esa hora, hasta la zona nudista donde se sentó a meditar. «Como Andrés», pensó. Después, harto de procrastinar, decidió volver y enfrentarse al problema. Había sido infiel. Otra vez. Así de duro y así de crudo. Tocaba afrontar las consecuencias.

Cuando entró en la casa, la encontró a oscuras. Hacía rato que todo el mundo se había ido a la cama. Subió despacio las escaleras hasta su habitación. Esa noche tampoco había luz en su mesilla. Peor aun, no había nadie en la habitación.

Llegó a la conclusión de que ella no quería dormir en la misma cama y lo lamentó sobremanera. Haciendo memoria, recordó que le había contado que, en ocasiones, ella y su prima dormían juntas, de cotilleo. No se le ocurrió mayor cotilleo que el de esa noche, así que supuso que estaría con ella.

Efectivamente, bajo la puerta del cuarto de Marta se colaba una rendija de luz. Al pegar la oreja, oyó voces. No distinguía ninguna palabra, pero supo que eran de ellas dos.

Volvió a su habitación y se metió en su cama intentando dormir lo que fuera posible. Mañana sería un día duro, posiblemente el último en aquel lugar.


— · —


A la mañana, no quiso hablar con él. Le había pedido espacio para pensar y él decidió dar un paseo para lamentarse y despejar su mal de amores a solas. Antes, se encontró con su prima en el salón. Estaba sentada en uno de los sofás, con una pierna sobre la otra y los brazos cruzados.

—Menudo cabrón estás hecho —dijo nada más bajar el último escalón.

—Buenos días a ti también, Marta.

—Es que no sé qué hace Alba contigo.

Aquella mujer no tenía derecho a meterse en su vida, pero al alojarse en su casa y ser la voz susurrante en el oído de Alba, decidió ofrecerle la cortesía de recibir su reprimenda. No quería aumentar más su enemistad y, además, sabía que le tocaba agachar la cabeza. Tal vez, hasta podría hacer llegar sus excusas a Alba a través de ella. Se sentó en el sillón de enfrente dispuesto a escuchar su perorata.

—Nunca debió irse de aquí sola, sin Aníbal.

—Te refieres a cuando se fue, hace cuatro años.

—Es más hombre que tú —insistía sin oírle.

Dani adivinó una referencia velada hacia su pene que encajó con la más serena, imperturbable y tremendamente asquerosa de sus sonrisas.

—A lo mejor es porque ella me mide por lo que tengo entre las orejas, en lugar de hacerlo por lo que tengo entre las piernas.

—Pues a lo mejor, después de lo de esta noche, cambia su baremo para medir. Y, te aviso, le van con la polla muy grande.

—En ese caso, tengo una suerte bárbara de que no le haya visto en su máxima plenitud —dijo en referencia a Aníbal con la mayor indiferencia que pudo.

La cara de Marta se iluminó a cámara lenta, sonriendo maledicente. —¿Quién dice que no lo ha hecho?

Dani permaneció con el semblante neutro. Se había tirado un farol, pero ni él mismo estaba seguro de que su novia no le hubiera visto plenamente empalmado en las ocasiones que habían estado desnudos. Marta se echó adelante, apoyó los codos en sus rodillas y bajó la voz.

—El último año que Alba veraneó aquí, había estado tonteando con Aníbal a espaldas de Rafa. Le tenía unas ganas locas, pero, en ese juego que se trae siempre de chica difícil, le estuvo puteando durante todo el verano. Al final, cuando acabó lo de Rafa, y ella bajó de su pedestal y parecía que por fin se iban a liar, él se la devolvió enrollándose con… —dudó— con otra. —Hizo una pausa para captar toda su atención—. Y para rematar la venganza, le regaló un molde hiperrealista de su polla en plena erección, para dejarle claro lo que acababa de perder. Yo misma se lo hice llegar en este mismo salón. —Volvió a su posición, apoyando los brazos a cada lado del respaldo—. Así que, sí, sabe muy bien cómo es Aníbal en su máxima plenitud.

Dani se había quedado de piedra. El consolador que llevaba años utilizando; ese que tanto se empeñaba en lubricar con su propia saliva, metiéndoselo hasta la garganta para que quedara completamente húmedo; el mismo que tantas veces había sujetado entre sus manos mientras ella se corría a voz en grito era… la polla de Aníbal.

¡Alba llevaba casi cuatro años follándose a Aníbal en su fantasía!

No dejó de mirar a Marta, haciendo esfuerzos por no exteriorizar su frustración; odiándola por dentro. Ella, a su vez, lo observaba con interés, atenta a sus gestos y pequeños cambios en su rostro. Comenzó a sonreír, mostrando unos dientes blancos y perfectos.

—Y por lo que veo, también tú lo has visto.

Satisfecha, se levantó y se dirigió a la cocina.

—¿Te cuento lo más curioso? —No esperó a que Dani respondiera—. Aquello fue tan ofensivo que, de la rabia, derribó aquella figurita con el consolador —dijo señalando una figura de porcelana de un jinete sin cabeza que había al otro lado del salón—. Lo quité de la vista y lo escondí para que no le diera un ataque.

Se alejó por el pasillo hacia la cocina desde donde se la oyó decir:

—Pero me lo cogió del cajón antes de irse. Así que ya ves cuántas ganas le seguía teniendo.


— · —


Todavía tardaría un buen rato en levantarse de allí, sin poder creer lo que negaba una y otra vez para sí mismo. «¿Cuántos secretos escondes, Alba?». Completamente roto por la revelación, sus pasos terminaron llevándolo hasta el puesto de Andrés. Al igual que la última vez, se encontraba tallando. Sonrió nada más verlo aparecer.

—Hola, mi joven amigo. Me alegra verte de nuevo. —Se lo quedó mirando con detenimiento—. No tienes buena cara.

—No he dormido bien.

—¿Otra vez? ¿Hay algo te quite el sueño?

—Puede.

—¿Y ese algo, tiene solución?

Dani mostró una sonrisa triste —Y si no la tiene, por qué preocuparse, ¿verdad? —respondió de manera lacónica.

Andrés asintió con un guiño. —¿Tiene algo que ver con lo que pasó la otra noche? —pregunto sincero.

—No, no… bueno —dudó—, quizás algo sí. Esa bebida tuya. Se nos fue la pinza, creo que destapó algo que no quería ver.

—¿Algo de la apuesta? ¿Es eso lo que no te deja dormir?

Dani se mantuvo en silencio, cavilando. Casi se había olvidado de ella. Se masajeó la barbilla con ademán nervioso.

—¿La hubieras cumplido? —preguntó por fin—. La apuesta digo. Uno de los dos iba a dejarse sobar por el otro. Y posiblemente la cosa no terminaría ahí.

Andrés asintió lentamente y volvió a su talla, tomándose su tiempo para contestar. Lo hizo con calma.

—Dime una cosa. Alba y tú… ¿Sois liberales?

—Uff, no, no. Alba no soportaría verme con otra.

—Ya —Andrés pareció reflexionar profundamente—-. ¿Y tú?

—¿Yo? no, no. Tampoco.

—Estás seguro.

—¿Que si estoy seguro de lo que acabo de responder? —sonrió comprensivo.

El Hippy continuó esperando, sin levantar la cabeza, como si no hubiera oído lo que acababa de contestar o no fuera suficiente.

—No lo sé. No creo —añadió moviendo la cabeza a un lado y a otro—. No, decididamente no.

—No es esa la impresión que me llevé. —Vio a Dani levantar una ceja, contrariado—. Me diste pistas para que lo adivinara y también dejaste que Alba lo hiciera.

—Puede que la situación, el alcohol… —se justificó— Ni yo mismo sé por qué lo hice.

Andrés asintió, asimilando cada una de sus frases, continuando con su trabajo. Se mantuvo en silencio hasta que Dani decidió romperlo.

—¿Y bien?

Andrés levantó ligeramente los ojos. —¿Y bien…? —repitió. No entendía la pregunta.

—Que si lo hubieras cumplido.

—Claro —dijo como una obviedad.

—¿Conmigo delante? Te he dicho que no soy liberal.

—En ese caso, lo hubieras parado, ¿no crees?

Dani lo pensó unos momentos. —¿Y si no hubiera estado para pararlo? ¿Y si hubierais estado Alba y tú? Solos, a sabiendas de que esa apuesta podría hacerme daño.

El hombretón inspiró todo el aire que cabía en sus pulmones asintiendo lentamente mientras meditaba la respuesta. —¿Buscas sinceridad o una respuesta que te deje tranquilo?

—Ambas, en realidad.

De nuevo un lapso de tiempo antes de contestar. Y de nuevo lo hizo a su manera.

—Me recuerdas a esos que escriben relatos en internet. Almas inseguras mendigando por una opinión sincera sobre su trabajo, pero en el fondo, cruzan los dedos por recibir una montaña de alabanzas. —Chasqueó la lengua—. La realidad es que lo único que consiguen es martirizarse.

No rebatió sus palabras y, en su lugar, esperó a que respondiera a su pregunta.

—Sin duda —dijo Andrés por fin—, sí.

—¿Sí?, ¿hubieras dejado que Alba te pajeara?

—En realidad hubiera preferido ser yo quien le pajeara a ella.

La boca abierta de decepción de su joven amigo le obligó a ampliar su respuesta.

—Pero no porque esté buena. No porque sea una chica de infarto, ni por sus tetas o su cuerpo perfecto. —Se encaró, fijando sus ojos en los de su joven amigo—. Tampoco por su coño que exuda sensualidad y que es lo que más me atrae. O su mirada y su carácter ingobernable. —Apoyó ambas manos, una sobre la otra—. Lo que hace que lo desee tanto, es verla gozar en mi mano, o en mi boca. Ser yo el causante de la pérdida del control de su cuerpo; ser yo quien provoque su placer, su orgasmo. No es poseerla, como muchos otros desean, sino hacer que quiera ser poseída por mí.

Hubo un pequeño silencio antes de que Andrés continuara su explicación.

—A lo largo de mi vida he estado con muchas mujeres. De todo tipo; guapas, no tan guapas, jóvenes, otras que no lo eran tanto… y siempre, lo que me ha excitado de ellas; lo que hace que alcance mi propio orgasmo, ha sido sentir el suyo. Pero por mí —matizó—. ¿Entiendes?

Perfectamente. Precisamente ese era el problema de su eyaculación precoz con Alba. Era verla gemir y su polla empezaba a escupir chorros de semen. No obstante, eso no minimizó su decepción.

—Vaya, que hubierais acabado follando… no me lo esperaba.

—¿De ella o de mí?

—Pues… de ti, claro.

—¿Por qué? Si hubiera ocurrido, sería porque ella lo hubiera deseado.

—También tú. Alba no follaría contigo si tú te negaras a hacerlo.

—¿Y por qué iba a hacer tal cosa?

Dani estaba atónito. No era el tipo de respuesta que hubiera esperado de él.

—A ver —se explicó el hippy—. Si tu novia decidiera suicidarse, ¿crees que el veneno sería el culpable?, ¿o el cuchillo?, ¿o el balcón por el que decidiera saltar? Pues yo, igual. Solo soy el medio de hacer realidad un deseo.

—Ya, pero…

—Si tu novia hubiera querido hacerlo la otra noche, o si decidiera serte infiel cualquier otra; a tus espaldas, sin tu consentimiento, no sería a mí a quien deberías pedir explicaciones. Yo no sé lo que pasa por su cabeza, ni en vuestra relación; si se está vengando, o si simplemente sois una pareja abierta. No es algo que dependa de mí o que pueda controlar —y añadió—, ni quiero.

—¿Aunque entre tú y yo exista una amistad?

Andrés se recostó hacia atrás sabedor de lo espinosa de su respuesta y meditó sus palabras, como de costumbre.

—Nunca he dicho que no a una chica que quiera hacerlo conmigo si ella me resulta atractiva. Independientemente de su pareja o de los problemas que le pueda acarrear en su matrimonio. Si ella quiere y yo quiero —levantó los índices de cada mano y los juntó por las puntas—, se acabó el problema.

Dani parpadeaba estupefacto. Andrés siguió hablando.

—Si una mujer tiene claro que va a acostarse con otro, lo hará. Quizás no hoy ni mañana, pero sí algún día. Y en ese caso, prefiero que sea conmigo. —Esperó a que asimilara lo que estaba diciendo antes de continuar—. Otra cosa son las chicas que se hacen de rogar, las que dudan o que desean que las cortejen, pero sin tener nada claro. En ese caso —separó los dedos levantando cada pulgar, formando dos pistolas imaginarias—, sí hay problema.

Dani seguía intentando procesar la información. El hombretón siguió con su explicación.

—No voy a forzar una infidelidad ni a provocar una ruptura solo por echar un polvo. Esa es mi regla de oro. Y eso sí es meterme donde no debo. —Ensombreció el semblante—. Nunca he soportado a esos lameorejas que acosan a una chica para llevársela a la cama. Sin importarles recibir un NO tras otro hasta conseguir hacerles claudicar. —Y añadió—. A costa de los cadáveres que puedan dejar por el camino.

Dani se frotaba la barbilla, dubitativo.

—Entonces, ¿por qué lo paraste? ¿Por qué no terminaste el juego?

Ahora fue su amigo el que sonrió de manera triste, como si esperara la pregunta que le iba a doler contestar.

—Cristina.

Dani sintió una descarga de ácido en el estómago. Aguantó la respiración y tensó la espalda asustado por lo que su compañero pudiera saber. Andrés tardó más de lo deseable en explicarse.

—No creas que no me di cuenta de lo mucho que mi hija se pegaba a ti.

Dani asintió despacio, instando a que continuara.

—También tu novia era consciente. No le quitó ojo en toda la noche. Y más desde que empezamos el juego.

Sin duda era más perspicaz de lo que parecía, pese a sus pintas de hippy despistado.

—Creo que los dos sabemos que la noche habría terminado… —buscó las palabras correctas— no muy bien, ¿no crees?

—Entiendo —respondió por fin—. No deja de ser la novia de Cristian.

—¿Cristian? —sonrió de oreja a oreja, moviendo la mano frente a su cara—. No, mi joven amigo. Puede que él posea el corazón de mi hija, pero su cuerpo —dejó la frase en el aire—, su cuerpo no tiene dueño. Cristi puede hacer lo que le venga en gana. No va a dejar de querer a su novio porque disfrute un poco contigo.

—Me pierdo.

Andrés lo miró de una forma que a Dani le hizo pensar que no estaba viendo algo tan obvio que, en cualquier momento, se daría de bruces con ello.

—Digamos que —dijo el hombretón—, Alba no miraba a Cris de la misma forma que tú me mirabas a mí.

Dani lo miró raro, sin comprender.

—Te lo he dicho, no me lío con chicas que no lo tengan claro. Tu novia hubiera disfrutado conmigo como una loba, pero no creo que hubiera soportado ver a mi hija encima de ti.

No fue difícil llegar a la conclusión de que, de no haber estado allí, Andrés hubiera terminado follándosela como un poseso. Sin reparos ni remordimientos.

—¿Y a ti?, ¿no te hubiera importado ver a tu hija…?

—¿Por qué? Ya es mayorcita.

Ahí vio su oportunidad para resolver su duda.

—¿Qué edad tiene?, por cierto.

Andrés volvió a tomar su pose meditabunda. Dani se sintió observado y supo que, de nuevo, su amigo volvía a atar cabos con velocidad pasmosa.

—¿Hay algo que te preocupe de ella? —preguntó a bocajarro.

—¿Por qué me preguntas eso? —Se había puesto tenso.

—El hecho de que no dejes de preguntar por su edad y que ahora no me hayas contestado con un sí o un no, me dice que te pasa algo con ella.

Seguía cortado, sin saber qué responder. Andrés se adelantó a sus dudas.

—Mira, Dani. La madurez no se consigue al soplar unas velas un día determinado. Son las vivencias las que te hacen crecer como persona. Y no todos la consiguen a la misma velocidad. La mayoría de edad, entendiéndolo como el momento en que ya has alcanzado la madurez, no la establecen los hombres con un calendario sino la vida y sus experiencias.

Dani asentía a sus explicaciones. Andrés continuaba su retahíla.

—¿Quién determina que se adquiere la madurez a partir de un momento concreto; de un preciso segundo a una hora exacta?

—Básicamente, el código penal —contestó lacónico.

Andrés sonrió y se lo quedó mirando de nuevo. —Puedes estar tranquilo, entonces. Y ahora, ¿me vas a decir qué te pasa con ella?

—¿Quieres sinceridad o una respuesta correcta?

—La sinceridad es el mejor regalo que se le puede hacer a un amigo. Por muy cruda que pueda resultar.

—En ese caso, digamos que —miró hacia el fondo de la calle por la que ha venido, meditando su respuesta y suspiró—, en el camino de vuelta pudo pasar algo.

—¿Algo?

Dudó de nuevo, cogió aire y lo expulsó con sonoridad. Después movió la cabeza a un lado y a otro. —Se podría decir que, el pañuelo donde tu hija escupió mi semen, me está trayendo dolores de cabeza.

La cara del hippy se congeló. Se había quedado con la boca ligeramente abierta y una frase a medio empezar. Ya no parecía el afable hombre de mundo, forjado en mil experiencias. Tras unos segundos, asintió meditabundo. Dani no supo descifrar su estado de ánimo.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Es tu hija. Te ha molestado.

Negó con la cabeza y una sonrisa tierna. —No, pero me ha sorprendido que tú dieras ese paso viendo lo “buen chico” que eres. Si tantos problemas te causa. ¿Por qué lo hiciste?

Cerró los ojos un momento, conteniendo un suspiro. —Creo que no puedo contestar a eso.

Después, se hizo el silencio. Andrés miraba a Dani y éste no levantaba la vista del suelo. —¿Por eso preguntabas tanto por ella?

Dani asintió con un leve movimiento de cabeza. —Hay algo que tengo que aclarar.

El hippy volvió a su talla, acercando la cara y entornando los ojos para fijarse en un detalle de la madera. —Puede que esté en la playa. Iba a quedar con sus amigas.


— · —


No tenía pensado volver pronto a casa. Alba le había pedido espacio y tenía pensado darle todo el día. Se dirigió directamente a la zona nudista. Cruzó las rocas que hacían de separación y respiró hondo. Aunque no era obligatorio, decidió quitarse el bañador y quedarse desnudo por completo.

«Qué coño», pensó. Caminó con paso decidido hacia el final de la playa. La señora mayor del coño negro y tetorras generosas se estaba dando crema. Lo saludó con una sonrisa que él devolvió de la misma manera. Su marido, un señor delgado de bigotito, también le saludo con un ademán de cabeza. Se alegró del gesto y de haber dejado cerrada aquella herida.

Al menos algo terminaba bien, pensó. Llegó hasta el final de la playa. Ni Cristina ni sus amigas se encontraban allí. Lanzó un suspiro y decidió quedarse. La esperaría tomando el sol.

Extendió su camiseta a modo de minitoalla y dejó el bañador y las chancletas a un lado. Después, cruzó las piernas como los indios y posó las muñecas sobre las rodillas.

Y esperó.

Pasó casi una hora hasta que oyó unas voces conocidas. Al abrir los ojos reconoció a las amigas de Cristina.

—Mira, está ahí. Es ese —dijo una de ellas.

Venían en grupo. Cristina y otra amiga iban rezagadas. Cuando levantó la cabeza sus miradas se cruzaron. Apenas un segundo después, la desvió como si no lo hubiera visto. Aun así, se mantuvo en el sitio. Tal vez ella decidiera acercarse más tarde.

Mantuvo la espalda recta y se concentró en respirar, absorbiendo los rayos de sol. Paciente como un caimán en la orilla del agua.

Fin capítulo XXX
 

Punto de interrupción​




Volvieron por el paseo, recorriéndolo con el capazo al hombro y las toallas al cuello. Una estampa un poco extraña teniendo en cuenta que el día había tocado su fin. Las estrellas comenzaban a brillar en el cielo y el horizonte pintaba azul marino. Alba no había abierto la boca en todo el trayecto. Él iba por detrás de ella, siguiendo su paso firme y largas zancadas. Su pelo largo ondulaba con cada pisotón.

—He dicho que lo siento, Alba.

—Y yo que no pasa nada. Hemos entrado a eso, ¿no? Pues ya está.

—No, no hemos entrado a eso, pero… joder, es que… —Intentaba pararla cogiéndola del brazo—. No estabas, Alba. Te busqué por toda la habitación.

—Y decidiste echar un quiqui para no aburrirte. Pues muy bien, ya te has desquitado. Estarás contento.

—No, eso no es así. No es lo que piensas.

Tuvo que ponerse delante de ella para obligarla a encararlo. —¿Me dejas explicarme? Por favor.

No hizo caso, le apartó de un manotazo y siguió caminando a zancadas. —Déjalo ya. La culpa ha sido mía, por querer hacerlo. Tanto insistir con entrar. Me lo merezco, por querer jugar con fuego. Así aprenderé que no puedo confiar en ti.

—No estoy tratando de justificarme, no tengo ninguna excusa. Te estoy pidiendo perdón —rogaba con todo el aplomo que podía reunir—. Me emparanoié, pensé que tú estabas, estabas… —No le salían las palabras correctas—. Fui a buscarte, lo juro. Me colé entre todas las parejas. Y alguien, o sea, alguna de tus amigas que estaba… bueno, que supongo que estaba cerca de mí empezó a tocarme —tragaba saliva—. Tenía la cabeza embotada, y la deje…, dejé que me… joder, lo siento.

Se paró y lo miró fijamente. Sus ojos lo perforaban. —La dejaste que te tocara porque te gustaba. —Levantó una ceja, inquisitiva—. ¿O porque creías que yo estaba follando con otro?

Cualquiera de las dos opciones era mala, así que responder a eso era como pegarse un tiro en la sien.

—Alba —contestó con calma aprovechando el pequeño paréntesis que se le ofrecía—, estaba muy nervioso. Lo he estado desde que decidimos dar el paso. Y me acojoné todavía más en cuanto se apagó la luz. Sabes que no llevo bien depende qué situaciones, y mucho peor si me quedo a ciegas y con un ruido de mil demonios. No voy a justificar lo que hice. Estuvo mal, pero… solo te pido que no seas tan dura conmigo. La he cagado, lo reconozco. En otra situación no hubiera pasado lo mismo.

Alba continuaba con su respiración acelerada y los ojos echando chispas. Mantuvo la vista clavada en él durante largo rato.

—Has follado, Dani. Con otra.

—No, no he follado. —Movía la cabeza con lentitud, intentando recuperar parte del aplomo que había dejado al salir de casa de Gonzalo—. Me pajeó. Quien quiera que fuera me sobó la polla. Le cogí de las muñecas para pararla. —Alba volvió a levantar la ceja—. Es verdad, lo juro. Luego… tardé en retirarme, y ella… —llenó los pulmones y expiró el aire antes de decirlo—. Se la metió en la boca. Me la chupó —hizo una pausa—. Pensé que…

Se hizo un silencio largo. Después agachó la cabeza y disparó una bala al aire. No se sintió orgulloso por lo que iba a decir, pero no iba a permitirse perderla en aquel puñetero pueblo de ninguna de las maneras, a menos de una semana para la boda y para volverse con ella a casa.

—Quise pensar que eras tú.

Su gato de Schrödinger. Alba quedó algo descolocada. Dudando entre perdonarle o mandarle a la mierda por manipulador. Dani sabía que se rifaba un beso o una hostia y esperó paciente cualquiera de las dos, sin protestar.

Ella dudaba. Él le cogió de las manos y se las llevó a los labios para besarlas.

—¿Dónde te habías metido, Alba? ¿Por qué no estabas allí? Conmigo. —No era un reproche, sino un lamento. Un ruego para que guardara algo de piedad por su alma pecadora.

Ella apartó la cara, quizás porque la rabia le impedía encararlo, o quizás por un sentimiento de culpabilidad mal enfocado. Dudó unos instantes antes de darle una explicación.

—Justo antes de apagar la luz me dijeron que todas debíamos esperar de pie junto a la pared del fondo, cogidas de las manos. Que hasta que los chicos no entraran no podíamos soltarnos. Seguramente para evitar que ninguna tratara de hacer lo que íbamos a hacer nosotros. —Hizo un pequeño mohín—. Otra más de sus reglas para mantener el anonimato y evitar trampas.

Mantuvo la cabeza gacha en señal de que le iba a costar contar lo que sucedió.

—Cuando llegaron, note un mar de manos encima de mí. Me sobaron de arriba a abajo. —Echó un ojo a Dani que la miraba circunspecto—. Las chicas que tenía a cada lado no terminaban de soltarme, así que no me pude deshacer de quien fuera hasta que ellas decidieron dejarme libre. Para entonces, el chico que se había pegado a mí, ya me tenía contra la pared, metiéndome mano por todos los sitios y pegándome una sobada de campeonato.

Dani tragó saliva. Ella hizo una pausa y continuó relatando.

—Me deshice de él en cero coma dos —atajó antes de que su novio atara, con demasiada celeridad, cabos que no eran—, pero su mano se enganchó a la goma de la coleta y salió por los aires. Sé que él se dio cuenta porque me tocó la cabeza y me palpó el pelo suelto. Si salía así, sin coleta, quien fuera que hubiera estado sobándome y chupándome, iba a saber que había estado conmigo.

Miró a Dani fijamente con ojos como platos.

—Me muero si alguno de éstos sabe que era yo con la que se estaba poniendo las botas. —Él abrió la boca para decir algo, pero ella continuó—. Me tiré media hora gateando por el suelo buscando el puñetero coletero.

Sacó la mano del bolsillo de su pantaloncito corto y mostró una goma de pelo rota. Había hecho un nudo uniendo sus puntas.

—La encontré debajo de uno de los sofás, rota. La até como pude y fui a buscarte. —Cerró los ojos e hizo una pausa antes de continuar—. Y mientras tanto, tú estabas… estabas…

Dani sintió un puñal en el corazón. Se acercó y pegó su frente con la de ella.

—Estaba solo, Alba. Buscándote. ¿No me puedes perdonar?

Alba movió el mentón a un lado y a otro.

—¿Y si hubiera sido yo la que hubiera aparecido llena de semen? ¿Me perdonarías?

Dani boqueó, indeciso. La pregunta se las traía. ¿Sería capaz el de perdonarla si hubiera sucumbido a otro?; ¿si le hubieran comido el coño después de sobar todas las pollas de aquel cuarto? o, directamente, ¿si se la hubieran follado? Se tomó su tiempo en contestar.

—Me enfadaría, me sentiría como una mierda y, quizás, hasta dejaría de hablarte por un tiempo, pero tengo claro que te quiero lo suficiente como para no querer perderte —contestó al fin.

Había sido completamente sincero, pero técnicamente no había dicho que sí. Ella lo miró con detenimiento, quizás más tiempo del necesario. No la siguió cuando se soltó de él y comenzó a caminar. En su lugar la llamó en voz alta.

—¡Alba! —Ella se giró, pero solo parcialmente—. Dime qué tengo que hacer para que me perdones.

No contestó y siguió su camino. Dani se quedó apoyado en el muro, con la vista en el suelo.

Estuvo no menos de media hora. Después, saltó a la arena y se descalzó. Caminó a paso lento hasta llegar a las rocas; de nuevo, demasiado antes de lo que deseaba. No quería volver tan pronto y decidió hacer tiempo. Recorrió toda la playa, vacía a esa hora, hasta la zona nudista donde se sentó a meditar. «Como Andrés», pensó. Después, harto de procrastinar, decidió volver y enfrentarse al problema. Había sido infiel. Otra vez. Así de duro y así de crudo. Tocaba afrontar las consecuencias.

Cuando entró en la casa, la encontró a oscuras. Hacía rato que todo el mundo se había ido a la cama. Subió despacio las escaleras hasta su habitación. Esa noche tampoco había luz en su mesilla. Peor aun, no había nadie en la habitación.

Llegó a la conclusión de que ella no quería dormir en la misma cama y lo lamentó sobremanera. Haciendo memoria, recordó que le había contado que, en ocasiones, ella y su prima dormían juntas, de cotilleo. No se le ocurrió mayor cotilleo que el de esa noche, así que supuso que estaría con ella.

Efectivamente, bajo la puerta del cuarto de Marta se colaba una rendija de luz. Al pegar la oreja, oyó voces. No distinguía ninguna palabra, pero supo que eran de ellas dos.

Volvió a su habitación y se metió en su cama intentando dormir lo que fuera posible. Mañana sería un día duro, posiblemente el último en aquel lugar.


— · —


A la mañana, no quiso hablar con él. Le había pedido espacio para pensar y él decidió dar un paseo para lamentarse y despejar su mal de amores a solas. Antes, se encontró con su prima en el salón. Estaba sentada en uno de los sofás, con una pierna sobre la otra y los brazos cruzados.

—Menudo cabrón estás hecho —dijo nada más bajar el último escalón.

—Buenos días a ti también, Marta.

—Es que no sé qué hace Alba contigo.

Aquella mujer no tenía derecho a meterse en su vida, pero al alojarse en su casa y ser la voz susurrante en el oído de Alba, decidió ofrecerle la cortesía de recibir su reprimenda. No quería aumentar más su enemistad y, además, sabía que le tocaba agachar la cabeza. Tal vez, hasta podría hacer llegar sus excusas a Alba a través de ella. Se sentó en el sillón de enfrente dispuesto a escuchar su perorata.

—Nunca debió irse de aquí sola, sin Aníbal.

—Te refieres a cuando se fue, hace cuatro años.

—Es más hombre que tú —insistía sin oírle.

Dani adivinó una referencia velada hacia su pene que encajó con la más serena, imperturbable y tremendamente asquerosa de sus sonrisas.

—A lo mejor es porque ella me mide por lo que tengo entre las orejas, en lugar de hacerlo por lo que tengo entre las piernas.

—Pues a lo mejor, después de lo de esta noche, cambia su baremo para medir. Y, te aviso, le van con la polla muy grande.

—En ese caso, tengo una suerte bárbara de que no le haya visto en su máxima plenitud —dijo en referencia a Aníbal con la mayor indiferencia que pudo.

La cara de Marta se iluminó a cámara lenta, sonriendo maledicente. —¿Quién dice que no lo ha hecho?

Dani permaneció con el semblante neutro. Se había tirado un farol, pero ni él mismo estaba seguro de que su novia no le hubiera visto plenamente empalmado en las ocasiones que habían estado desnudos. Marta se echó adelante, apoyó los codos en sus rodillas y bajó la voz.

—El último año que Alba veraneó aquí, había estado tonteando con Aníbal a espaldas de Rafa. Le tenía unas ganas locas, pero, en ese juego que se trae siempre de chica difícil, le estuvo puteando durante todo el verano. Al final, cuando acabó lo de Rafa, y ella bajó de su pedestal y parecía que por fin se iban a liar, él se la devolvió enrollándose con… —dudó— con otra. —Hizo una pausa para captar toda su atención—. Y para rematar la venganza, le regaló un molde hiperrealista de su polla en plena erección, para dejarle claro lo que acababa de perder. Yo misma se lo hice llegar en este mismo salón. —Volvió a su posición, apoyando los brazos a cada lado del respaldo—. Así que, sí, sabe muy bien cómo es Aníbal en su máxima plenitud.

Dani se había quedado de piedra. El consolador que llevaba años utilizando; ese que tanto se empeñaba en lubricar con su propia saliva, metiéndoselo hasta la garganta para que quedara completamente húmedo; el mismo que tantas veces había sujetado entre sus manos mientras ella se corría a voz en grito era… la polla de Aníbal.

¡Alba llevaba casi cuatro años follándose a Aníbal en su fantasía!

No dejó de mirar a Marta, haciendo esfuerzos por no exteriorizar su frustración; odiándola por dentro. Ella, a su vez, lo observaba con interés, atenta a sus gestos y pequeños cambios en su rostro. Comenzó a sonreír, mostrando unos dientes blancos y perfectos.

—Y por lo que veo, también tú lo has visto.

Satisfecha, se levantó y se dirigió a la cocina.

—¿Te cuento lo más curioso? —No esperó a que Dani respondiera—. Aquello fue tan ofensivo que, de la rabia, derribó aquella figurita con el consolador —dijo señalando una figura de porcelana de un jinete sin cabeza que había al otro lado del salón—. Lo quité de la vista y lo escondí para que no le diera un ataque.

Se alejó por el pasillo hacia la cocina desde donde se la oyó decir:

—Pero me lo cogió del cajón antes de irse. Así que ya ves cuántas ganas le seguía teniendo.


— · —


Todavía tardaría un buen rato en levantarse de allí, sin poder creer lo que negaba una y otra vez para sí mismo. «¿Cuántos secretos escondes, Alba?». Completamente roto por la revelación, sus pasos terminaron llevándolo hasta el puesto de Andrés. Al igual que la última vez, se encontraba tallando. Sonrió nada más verlo aparecer.

—Hola, mi joven amigo. Me alegra verte de nuevo. —Se lo quedó mirando con detenimiento—. No tienes buena cara.

—No he dormido bien.

—¿Otra vez? ¿Hay algo te quite el sueño?

—Puede.

—¿Y ese algo, tiene solución?

Dani mostró una sonrisa triste —Y si no la tiene, por qué preocuparse, ¿verdad? —respondió de manera lacónica.

Andrés asintió con un guiño. —¿Tiene algo que ver con lo que pasó la otra noche? —pregunto sincero.

—No, no… bueno —dudó—, quizás algo sí. Esa bebida tuya. Se nos fue la pinza, creo que destapó algo que no quería ver.

—¿Algo de la apuesta? ¿Es eso lo que no te deja dormir?

Dani se mantuvo en silencio, cavilando. Casi se había olvidado de ella. Se masajeó la barbilla con ademán nervioso.

—¿La hubieras cumplido? —preguntó por fin—. La apuesta digo. Uno de los dos iba a dejarse sobar por el otro. Y posiblemente la cosa no terminaría ahí.

Andrés asintió lentamente y volvió a su talla, tomándose su tiempo para contestar. Lo hizo con calma.

—Dime una cosa. Alba y tú… ¿Sois liberales?

—Uff, no, no. Alba no soportaría verme con otra.

—Ya —Andrés pareció reflexionar profundamente—-. ¿Y tú?

—¿Yo? no, no. Tampoco.

—Estás seguro.

—¿Que si estoy seguro de lo que acabo de responder? —sonrió comprensivo.

El Hippy continuó esperando, sin levantar la cabeza, como si no hubiera oído lo que acababa de contestar o no fuera suficiente.

—No lo sé. No creo —añadió moviendo la cabeza a un lado y a otro—. No, decididamente no.

—No es esa la impresión que me llevé. —Vio a Dani levantar una ceja, contrariado—. Me diste pistas para que lo adivinara y también dejaste que Alba lo hiciera.

—Puede que la situación, el alcohol… —se justificó— Ni yo mismo sé por qué lo hice.

Andrés asintió, asimilando cada una de sus frases, continuando con su trabajo. Se mantuvo en silencio hasta que Dani decidió romperlo.

—¿Y bien?

Andrés levantó ligeramente los ojos. —¿Y bien…? —repitió. No entendía la pregunta.

—Que si lo hubieras cumplido.

—Claro —dijo como una obviedad.

—¿Conmigo delante? Te he dicho que no soy liberal.

—En ese caso, lo hubieras parado, ¿no crees?

Dani lo pensó unos momentos. —¿Y si no hubiera estado para pararlo? ¿Y si hubierais estado Alba y tú? Solos, a sabiendas de que esa apuesta podría hacerme daño.

El hombretón inspiró todo el aire que cabía en sus pulmones asintiendo lentamente mientras meditaba la respuesta. —¿Buscas sinceridad o una respuesta que te deje tranquilo?

—Ambas, en realidad.

De nuevo un lapso de tiempo antes de contestar. Y de nuevo lo hizo a su manera.

—Me recuerdas a esos que escriben relatos en internet. Almas inseguras mendigando por una opinión sincera sobre su trabajo, pero en el fondo, cruzan los dedos por recibir una montaña de alabanzas. —Chasqueó la lengua—. La realidad es que lo único que consiguen es martirizarse.

No rebatió sus palabras y, en su lugar, esperó a que respondiera a su pregunta.

—Sin duda —dijo Andrés por fin—, sí.

—¿Sí?, ¿hubieras dejado que Alba te pajeara?

—En realidad hubiera preferido ser yo quien le pajeara a ella.

La boca abierta de decepción de su joven amigo le obligó a ampliar su respuesta.

—Pero no porque esté buena. No porque sea una chica de infarto, ni por sus tetas o su cuerpo perfecto. —Se encaró, fijando sus ojos en los de su joven amigo—. Tampoco por su coño que exuda sensualidad y que es lo que más me atrae. O su mirada y su carácter ingobernable. —Apoyó ambas manos, una sobre la otra—. Lo que hace que lo desee tanto, es verla gozar en mi mano, o en mi boca. Ser yo el causante de la pérdida del control de su cuerpo; ser yo quien provoque su placer, su orgasmo. No es poseerla, como muchos otros desean, sino hacer que quiera ser poseída por mí.

Hubo un pequeño silencio antes de que Andrés continuara su explicación.

—A lo largo de mi vida he estado con muchas mujeres. De todo tipo; guapas, no tan guapas, jóvenes, otras que no lo eran tanto… y siempre, lo que me ha excitado de ellas; lo que hace que alcance mi propio orgasmo, ha sido sentir el suyo. Pero por mí —matizó—. ¿Entiendes?

Perfectamente. Precisamente ese era el problema de su eyaculación precoz con Alba. Era verla gemir y su polla empezaba a escupir chorros de semen. No obstante, eso no minimizó su decepción.

—Vaya, que hubierais acabado follando… no me lo esperaba.

—¿De ella o de mí?

—Pues… de ti, claro.

—¿Por qué? Si hubiera ocurrido, sería porque ella lo hubiera deseado.

—También tú. Alba no follaría contigo si tú te negaras a hacerlo.

—¿Y por qué iba a hacer tal cosa?

Dani estaba atónito. No era el tipo de respuesta que hubiera esperado de él.

—A ver —se explicó el hippy—. Si tu novia decidiera suicidarse, ¿crees que el veneno sería el culpable?, ¿o el cuchillo?, ¿o el balcón por el que decidiera saltar? Pues yo, igual. Solo soy el medio de hacer realidad un deseo.

—Ya, pero…

—Si tu novia hubiera querido hacerlo la otra noche, o si decidiera serte infiel cualquier otra; a tus espaldas, sin tu consentimiento, no sería a mí a quien deberías pedir explicaciones. Yo no sé lo que pasa por su cabeza, ni en vuestra relación; si se está vengando, o si simplemente sois una pareja abierta. No es algo que dependa de mí o que pueda controlar —y añadió—, ni quiero.

—¿Aunque entre tú y yo exista una amistad?

Andrés se recostó hacia atrás sabedor de lo espinosa de su respuesta y meditó sus palabras, como de costumbre.

—Nunca he dicho que no a una chica que quiera hacerlo conmigo si ella me resulta atractiva. Independientemente de su pareja o de los problemas que le pueda acarrear en su matrimonio. Si ella quiere y yo quiero —levantó los índices de cada mano y los juntó por las puntas—, se acabó el problema.

Dani parpadeaba estupefacto. Andrés siguió hablando.

—Si una mujer tiene claro que va a acostarse con otro, lo hará. Quizás no hoy ni mañana, pero sí algún día. Y en ese caso, prefiero que sea conmigo. —Esperó a que asimilara lo que estaba diciendo antes de continuar—. Otra cosa son las chicas que se hacen de rogar, las que dudan o que desean que las cortejen, pero sin tener nada claro. En ese caso —separó los dedos levantando cada pulgar, formando dos pistolas imaginarias—, sí hay problema.

Dani seguía intentando procesar la información. El hombretón siguió con su explicación.

—No voy a forzar una infidelidad ni a provocar una ruptura solo por echar un polvo. Esa es mi regla de oro. Y eso sí es meterme donde no debo. —Ensombreció el semblante—. Nunca he soportado a esos lameorejas que acosan a una chica para llevársela a la cama. Sin importarles recibir un NO tras otro hasta conseguir hacerles claudicar. —Y añadió—. A costa de los cadáveres que puedan dejar por el camino.

Dani se frotaba la barbilla, dubitativo.

—Entonces, ¿por qué lo paraste? ¿Por qué no terminaste el juego?

Ahora fue su amigo el que sonrió de manera triste, como si esperara la pregunta que le iba a doler contestar.

—Cristina.

Dani sintió una descarga de ácido en el estómago. Aguantó la respiración y tensó la espalda asustado por lo que su compañero pudiera saber. Andrés tardó más de lo deseable en explicarse.

—No creas que no me di cuenta de lo mucho que mi hija se pegaba a ti.

Dani asintió despacio, instando a que continuara.

—También tu novia era consciente. No le quitó ojo en toda la noche. Y más desde que empezamos el juego.

Sin duda era más perspicaz de lo que parecía, pese a sus pintas de hippy despistado.

—Creo que los dos sabemos que la noche habría terminado… —buscó las palabras correctas— no muy bien, ¿no crees?

—Entiendo —respondió por fin—. No deja de ser la novia de Cristian.

—¿Cristian? —sonrió de oreja a oreja, moviendo la mano frente a su cara—. No, mi joven amigo. Puede que él posea el corazón de mi hija, pero su cuerpo —dejó la frase en el aire—, su cuerpo no tiene dueño. Cristi puede hacer lo que le venga en gana. No va a dejar de querer a su novio porque disfrute un poco contigo.

—Me pierdo.

Andrés lo miró de una forma que a Dani le hizo pensar que no estaba viendo algo tan obvio que, en cualquier momento, se daría de bruces con ello.

—Digamos que —dijo el hombretón—, Alba no miraba a Cris de la misma forma que tú me mirabas a mí.

Dani lo miró raro, sin comprender.

—Te lo he dicho, no me lío con chicas que no lo tengan claro. Tu novia hubiera disfrutado conmigo como una loba, pero no creo que hubiera soportado ver a mi hija encima de ti.

No fue difícil llegar a la conclusión de que, de no haber estado allí, Andrés hubiera terminado follándosela como un poseso. Sin reparos ni remordimientos.

—¿Y a ti?, ¿no te hubiera importado ver a tu hija…?

—¿Por qué? Ya es mayorcita.

Ahí vio su oportunidad para resolver su duda.

—¿Qué edad tiene?, por cierto.

Andrés volvió a tomar su pose meditabunda. Dani se sintió observado y supo que, de nuevo, su amigo volvía a atar cabos con velocidad pasmosa.

—¿Hay algo que te preocupe de ella? —preguntó a bocajarro.

—¿Por qué me preguntas eso? —Se había puesto tenso.

—El hecho de que no dejes de preguntar por su edad y que ahora no me hayas contestado con un sí o un no, me dice que te pasa algo con ella.

Seguía cortado, sin saber qué responder. Andrés se adelantó a sus dudas.

—Mira, Dani. La madurez no se consigue al soplar unas velas un día determinado. Son las vivencias las que te hacen crecer como persona. Y no todos la consiguen a la misma velocidad. La mayoría de edad, entendiéndolo como el momento en que ya has alcanzado la madurez, no la establecen los hombres con un calendario sino la vida y sus experiencias.

Dani asentía a sus explicaciones. Andrés continuaba su retahíla.

—¿Quién determina que se adquiere la madurez a partir de un momento concreto; de un preciso segundo a una hora exacta?

—Básicamente, el código penal —contestó lacónico.

Andrés sonrió y se lo quedó mirando de nuevo. —Puedes estar tranquilo, entonces. Y ahora, ¿me vas a decir qué te pasa con ella?

—¿Quieres sinceridad o una respuesta correcta?

—La sinceridad es el mejor regalo que se le puede hacer a un amigo. Por muy cruda que pueda resultar.

—En ese caso, digamos que —miró hacia el fondo de la calle por la que ha venido, meditando su respuesta y suspiró—, en el camino de vuelta pudo pasar algo.

—¿Algo?

Dudó de nuevo, cogió aire y lo expulsó con sonoridad. Después movió la cabeza a un lado y a otro. —Se podría decir que, el pañuelo donde tu hija escupió mi semen, me está trayendo dolores de cabeza.

La cara del hippy se congeló. Se había quedado con la boca ligeramente abierta y una frase a medio empezar. Ya no parecía el afable hombre de mundo, forjado en mil experiencias. Tras unos segundos, asintió meditabundo. Dani no supo descifrar su estado de ánimo.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Es tu hija. Te ha molestado.

Negó con la cabeza y una sonrisa tierna. —No, pero me ha sorprendido que tú dieras ese paso viendo lo “buen chico” que eres. Si tantos problemas te causa. ¿Por qué lo hiciste?

Cerró los ojos un momento, conteniendo un suspiro. —Creo que no puedo contestar a eso.

Después, se hizo el silencio. Andrés miraba a Dani y éste no levantaba la vista del suelo. —¿Por eso preguntabas tanto por ella?

Dani asintió con un leve movimiento de cabeza. —Hay algo que tengo que aclarar.

El hippy volvió a su talla, acercando la cara y entornando los ojos para fijarse en un detalle de la madera. —Puede que esté en la playa. Iba a quedar con sus amigas.


— · —


No tenía pensado volver pronto a casa. Alba le había pedido espacio y tenía pensado darle todo el día. Se dirigió directamente a la zona nudista. Cruzó las rocas que hacían de separación y respiró hondo. Aunque no era obligatorio, decidió quitarse el bañador y quedarse desnudo por completo.

«Qué coño», pensó. Caminó con paso decidido hacia el final de la playa. La señora mayor del coño negro y tetorras generosas se estaba dando crema. Lo saludó con una sonrisa que él devolvió de la misma manera. Su marido, un señor delgado de bigotito, también le saludo con un ademán de cabeza. Se alegró del gesto y de haber dejado cerrada aquella herida.

Al menos algo terminaba bien, pensó. Llegó hasta el final de la playa. Ni Cristina ni sus amigas se encontraban allí. Lanzó un suspiro y decidió quedarse. La esperaría tomando el sol.

Extendió su camiseta a modo de minitoalla y dejó el bañador y las chancletas a un lado. Después, cruzó las piernas como los indios y posó las muñecas sobre las rodillas.

Y esperó.

Pasó casi una hora hasta que oyó unas voces conocidas. Al abrir los ojos reconoció a las amigas de Cristina.

—Mira, está ahí. Es ese —dijo una de ellas.

Venían en grupo. Cristina y otra amiga iban rezagadas. Cuando levantó la cabeza sus miradas se cruzaron. Apenas un segundo después, la desvió como si no lo hubiera visto. Aun así, se mantuvo en el sitio. Tal vez ella decidiera acercarse más tarde.

Mantuvo la espalda recta y se concentró en respirar, absorbiendo los rayos de sol. Paciente como un caimán en la orilla del agua.

Fin capítulo XXX
Como ya es habitual y, que no conste en acta ni peloteo es, Mr. Seneka mece magistralmente la cuna con los hilos de la trama.
 
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