La mariposa
Habían vuelto paseando por la orilla. Él, con un bañador que le había dejado Marcos; ella, monísima, como siempre, con un pareo alrededor de la cintura que realzaba una figura escultural. El resto de la tarde, después de comer, la pasaron en compañía de Marta disfrutando de la tranquilidad de su casa y la soledad de su jardín. Habían decidido reposar lo que quedaba de día junto a la piscina.
El buen clima, duró hasta que llegó Cristian. Dani no quería volver a hablar con él pero, para su desgracia, Marta lo llamó con la mano en alto para que se acercara y se sentara con ellos. Le recibió con una sonrisa radiante y dos sonoros besos. Lo acompañaba su deslumbrante Cristina, un paso por detrás de él, con las manos a la espalda poniendo cara de niña buena.
—Hay que felicitarlos —dijo Marta feliz—. Han formalizado su noviazgo.
Cristina levantó una mano y mostró una pulserita dorada. Sonreía con candidez. Se la había regalado él por sus primeros tres meses juntos. Ese mismo día lo habían hecho oficial.
«Menuda cosa —pensó Dani—, ni que fuera un anillo de diamantes y se fueran a casar».
Alba lo saludó con alegría comedida. No supo descifrar su mirada ni sus gestos. Estaba algo cortante, pero no la veía muy enfadada teniendo en cuenta que ayer mismo él y su amigo le habían puesto una polla en la boca. Sacudió la cabeza, debía dejar de emparanoiarse tanto.
Cristian se sentó entre las dos primas; su novia lo hizo junto a Dani, lo que agradeció porque de esa manera no tenía por qué hablar con él. No tardaron en entablar una conversación fluida entre los dos.
—Así que lleváis ya tres meses —le dijo Dani —. Eso es… un montón.
Cristina mantuvo la mirada durante unos segundos antes de mostrar una sonrisa triste de medio lado. Después bajó la vista a la pulserita y pasó un dedo por ella. Había captado su sarcasmo.
—Perdona —dijo, arrepentido. Cristian era un gilipollas, pero no por eso tenía que burlarse de ella.
—A mí también me parece que es una chorrada —dijo sorprendiéndolo—. Noventa días, ya ves tú. —Echó una miradita a su novio—. Y la verdad, no me gusta que me regalen cosas solo por estar con alguien durante determinado tiempo. Parece que es como un premio. O como si me estuvieran atando.
«O comprando», pensó Dani, maledicente.
—Una relación no se mide en días, ni se valora en oro —continuó Cristina—. Se hace en etapas: barreras que se van superando a través de la vida. Haciendo camino, juntos. ¿No crees?
—Y pone sus propios hitos sin necesidad de marcarlos en un calendario —remarcó él.
—Ni de exhibirlos.
Tuvo la impresión de que era una chica con la cabeza bien amueblada. Parecía la más madura de los dos. Y, como muchas otras al igual que ella, se había liado con un capullo. «Cabrón con suerte», pensó.
—Y dime, ¿en cuál de las etapas estáis vosotros? —preguntó él.
Volvió a mirar a su novio de la misma manera que él miraba a Alba antes de hacer el amor.
—Creo que todavía no hemos pasado de la primera.
—¿Y cuál es esa?
—Cuando te das cuenta de que tu amor tiene dueño, y lo ha encontrado sin tu permiso.
Cristian, en ese momento, estaba echando una miradita al escote de Alba disimuladamente. Le hubiera gustado decirle a Cristina que esa etapa no iba a durar los mismos capítulos para los dos, pero prefirió no hacer spoiler y dejar que lo descubriera por sí misma.
La tarde se fue acabando y Alba y Dani decidieron que debían irse a acostar. Había sido un día raro y ya tenía ganas de que acabara. Cuando se levantaron, Cristina lo saludó desde atrás.
—Hasta luego, Dani.
Se despedía con la mano levantada y una sonrisa. La muchacha era realmente simpática y muy agradable. En poco tiempo habían hecho muy buenas migas. Lástima que su novio no se pareciera en algo. Alba y él continuaron su camino hacia la casa.
—Te veo muy callado —tanteó Alba—. Estás un poco raro desde que hemos venido de la playa.
Habían subido al cuarto y se estaban desnudando para meterse en la cama.
—Igual es porque tus amigas me han dejado completamente en pelotas y os habéis reído de mí como un tonto.
—Ay, no digas eso. —Lo abrazó desde atrás y lo besó en el cuello—. Las chicas estaban de broma. Además, los otros también se han desnudado contigo.
—Eso ha sido peor —Resopló—. No me dijiste que Aníbal tenía ese pedazo de aparato.
—Ay, qué bobada. ¿Y qué más da?
—¿Que qué más da? Pues… todas allí mirándome… con él al lado. Me ha dado palo, joder. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué no me dijiste anoche que tenía ese pollón?
—¿Para qué? ¿Para hacerte más daño? Además, yo te prefiero así.
Dani no protestó. En el fondo ella tenía razón. Decírselo al volver de Arenas solo le hubiera hecho sentir peor. Alba lo abrazó con más fuerza y se apretó contra él.
—Me encanta cuando haces esos pucheros. Estás para comerte… la pollita.
—Eres muy boba, ¿lo sabes? —Se le había escapado media sonrisa—. Y todavía estoy enfadado por hacerme ir a la zona nudista.
—Anda ya. Con lo bien que te lo has pasado mirando tetas.
—¿Pero qué dices? Yo no he mirado nada.
—Pues a tu amiga bien que le has repasado sus tetas gordas.
—No es verdad. No le he mirado nada.
—Eso no es lo que me ha parecido cuando te he visto con ella. Y, por cierto, bien contenta que estaba con tu atención. Tenía los pezones como piedras de lo cachonda que la has puesto.
—Qué va, los tenía normal. No empieces a…
Se calló de golpe lamentando ser tan bocazas. Había caído como un tonto. Alba levantó una ceja y movió el mentón a un lado sojuzgándolo.
—Tú le has enseñado las tuyas a Aníbal —contraatacó él.
—Porque te lo merecías —contestó ella sin perder el tono desenfadado—. Que a veces te vuelves un poco capullo. Así aprenderás que las únicas tetas que tienes que mirar son las mías.
Le volteó, poniéndolo de cara frente a ella y se deshizo de la camiseta quedándose desnuda de cintura para arriba.
—¿Es que ya no te gustan?
Dani sintió que su polla saltaba como un resorte. Sin pensarlo, cogió una de ellas y se la llevó a la boca.
—Dime —insistía Alba—. ¿No te gustan más que las de Eva?
—Ya sabes que sí. —Intentó volver a chuparla pero ella le frenó.
—Dímelo.
—Me gustan más tus tetas que las de Eva, mucho más. —Quiso chuparla de nuevo, pero ella volvió a frenarle dejando su pezón huérfano. Tenía una mirada inquisitiva. Dani tardó en comprender. —Tus tetas son las únicas del mundo que me gustan.
Alba sonrió de oreja a oreja. Respuesta acertada. Ahora sí que lamió su pezón y se lo metió en la boca.
—Y no vas a volver a mirar ninguna más que las mías.
—mmm, pfssí —dijo sin dejar de chupar.
—Prométemelo.
—Te lo prometo.
La levantó del suelo y la tumbó sobre la cama sin dejar de chupar y mamar.
—Y tú me prometes que no le vas a enseñar las tuyas a nadie, y menos a Aníbal.
—Ya veremos —dijo con una sonrisa maliciosa y media carcajada.
Antes de que pudiera protestar, Alba atrapó su boca llenándola con su lengua. Después, cuando ella empezó a masajear su polla, se le olvidó lo que tenía que decir. En su lugar, metió la mano entre las piernas de ella y noto el calor que guardaba entre sus pliegues.
—Vaya, empieza a gustarme eso de la playa nudista.
—Mmm, Y eso que no has estado en Arenas. Te hubiese encantado. El sitio era de flipar. ¿Y sabes qué? Había mogollón de gente haciendo nudismo.
—Uff, entonces no sé si me gustaría. Paso de tirarme todo el día boca abajo en la toalla.
—Pero qué bobo eres —dio un gemidito al sentir dos dedos meterse en su coño—. Cuando llevas un rato desnudo te olvidas de que vas sin ropa… Ufff, qué gusto… —Dani jugaba con sus dedos—. Y los demás también. La sensación es de libertad… Ummmm.
Alba aceleró el masaje de su polla.
—Ya. Seguro que es muy chulo —dijo a duras penas.
—Pues sí, una pasada. ¿Quieres ver las fotos que he sacado? —La cara que puso él dejaba bien claro lo poco que le importaban en ese momento los pintorescos paisajes de la zona—. También salen las chicas.
Eso lo cambiaba todo. Levantó las cejas no sabiendo exactamente cómo aceptar sin que sonara demasiado pervertido.
—Ellas te han visto a ti desnudo —dijo Alba—, así que es justo que tú también las veas a ellas.
Sabía que no era un gesto altruista. Si se las enseñaba era solo como compensación por lo de esa tarde, pero no dijo nada y dio gracias por estar empalmado. No quedaría bien empezar a empinarse ahora que las había nombrado. Le iba a mostrar a sus amigas en pelotas. El morbo era doble. Se apartó para que ella se levantara de la cama y se hiciera con el móvil. Después se sentó con él en la cama y encendió la pantalla.
Las primeras imágenes eran panorámicas del lugar. Fotos desde lejos, impersonales y mal enfocadas. Casi enseguida comenzaron los selfies entre ellas y, como no, con el sempiterno Aníbal. Estaba mazado, con un cuerpo de nadador. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía marcas de moreno en la piel. Debía ser asiduo a esos sitios donde podía exhibirse en todo su esplendor.
Cuando llegaron las primeras fotos de desnudos sintió un calambrazo en la entrepierna. En una de ellas aparecía con Celia y Gloria abrazadas por la cintura frente a la cámara. Lo primero que resaltaba de aquella imagen eran sus tetas excelsas.
Casi inmediatamente los ojos se le fueron directos a sus coños. El de Celia rubio, cortito, muy arreglado, dejaba entrever los labios muy sutilmente. El de Gloria era parecido. Más oscuro y ancho quizás. Pero el que hacía perder la respiración era el de Alba.
Verla entre las dos, completamente desnuda, era como observar una pantera entre dos gatas. Morena azabache, con una mirada de ojos esmeralda y cuerpo perfectamente torneado. Tenía los labios del coño oscuros, casi negros, bordeados de un fino pero espeso vello que le daba forma en toda su longitud. No demasiado ancho ni demasiado largo. El contraste era mayor al estar encerrado en un triángulo de piel blanca.
A su lado, sus dos amigas parecían las consortes de la leona reina.
—¿Quién sacó la foto?
—No sé. Cristian, creo. No recuerdo.
«Puto niñato. Seguro que estará imaginando a Alba cuando folle con su novia», pensó. Pasó más fotos con el dedo sin dar tiempo a Dani a deleitarse. Le pareció curioso que no hubiera ninguna de Eva, como si las hubiera borrado. Llegó a una foto que le llamó la atención.
—Ey, Martina no está desnuda.
Alba no hizo caso del comentario y pasó a la siguiente deslizando el dedo con más fuerza de lo normal.
—¿Por qué no está desnuda? Joder, solo hace toples.
—¿Tanto te interesa ver a mi prima? —El rictus serio, de advertencia.
—No es lo que piensas —dijo en el mismo tono enfadado—. Es que ella lleva ropa, Alba. En una nudista.
Lo miró sin comprender.
—Habías dicho que era obligatorio ir sin nada. Que te viste acorralada para desnudarte por completo. Pues resulta que tu prima va tapada.
Se quedó callada, buscando una explicación plausible mientras él esperaba con el ceño fruncido.
—No es lo que piensas. El desnudo sí es obligatorio, y todas tuvimos que quedarnos sin nada. Hasta tu amiga la mojigata. Lo que pasa… —se llevó dos dedos a la frente y se masajeó la sien. Estaba buscando una excusa improvisada y Dani se dio cuenta.
—Alba, que nos conocemos. Estaba vestida en una nudista, y tú no. Me has dicho…
—Vale, joe, tienes razón, pero no es lo que piensas. —Soltó el aire haciendo que se moviera su flequillo—. Mira, te voy a contar una cosa, pero no se lo puedes contar a nadie —amenazó—. Pero a nadie, ¿eh?
«Ya empezamos —pensó—. A ver qué milonga me cuenta ahora».
Alba se acercó y habló en voz baja como si alguien en aquella habitación pudiera oírla además de él.
—El tema es… que Marcos y Martina tienen una especie de juego entre ellos. Un rollo con una mariposa. —Dani levantó una ceja—. Sí, es… o sea, en privado él siempre le dice que ella es su mariposa. Que si es dulce, que si es como la primavera… —Dani iba a amagar una arcada como siguiera diciendo cosas como esa—. El caso es que ella, hace una semana, para darle una sorpresa…
Se quedó callada, dudando seguir contando o quizá para darle más intriga al asunto.
—A ver, que se ha tatuado una mariposa en el pubis. Así, como lo oyes. Y es supergrande. Le ocupa casi toda la zona del bikini. —Se llevó la mano a la frente y se la frotó de parte a parte—. Es que lo flipo.
Dani frunció el ceño.
—Te lo digo en serio. Y claro, le da mucho palo que la vean. Encima se ha depilado entera para poder tatuarse. Ya ves tú qué corte si la ven todos de esa guisa.
Su ceño seguía arrugado. Parecía como si no se tragara del todo la historia que le contaba su novia. En realidad estaba utilizando todas sus neuronas, imaginando al tatuador a menos de un palmo de su coño depilado. Oliendo a hembra durante horas de sesión, sufriendo porque el dibujo no saliera más torcido de la cuenta por culpa del calentón.
¿Estaría Marcos delante mientras otro hombre disfrutaba de un plano corto del coño de su novia? ¿Mientras la marcaba para él? ¿Aprendiendo de memoria aquellos labios con los que, a buen seguro, se iba a hacer mil pajas?
—Que sí, que sí. No te engaño. Tampoco yo me lo podía creer hasta que se abrió un poco el bikini y me lo enseñó. —Sonreía divertida—. Cuando terminamos lo de los barros y llegamos a la playa con el resto, y nos dijeron para quitarnos todo, se quería morir. Pobrecita. —Se tapaba la boca intentando no reírse demasiado—. Así que nos inventamos una excusa. Entre las dos convencimos al resto de que tenía una movida en la piel de esa zona, una especie de alergia, y que no le podía dar el sol.
Dani se preguntó por qué no utilizó alguna otra excusa también para sí misma. Si a él ya le volvía loco su coño negro, a ojos de los demás no sería menos obsceno y morboso.
—No le pega nada a Martina hacer eso. ¿No crees? —preguntó Alba.
—La verdad, no lo hubiera pensado de ella ni en un millón de años.
Sin embargo no podía parar de recrearlo en su imaginación. La buena y dicharachera Martina tatuándose el coño. Una colorida mariposita adornando su coñete. Se imaginó a Marcos metiendo su polla bajo sus alas.
—Es un secreto, ¿vale? Solo lo sabemos tú y yo; aparte de Marcos y Martina, claro.
Él hizo como si se cerrara la cremallera de los labios y tirara la llave. Alba lo besó con la punta de los labios y pegó su frente a la de él.
—La gente está muy loca, ¿no crees?
—Ya te digo.
—Menos mal que tú y yo no hacemos esas cosas.
—Sí, menos mal.
—Porque… a ti no te gustaría que lo hiciera, ¿no? Que me depilara entera y me tatuara el pubis.
—Uff, no, qué horror. Me pone menos cero. Y encima depilada. Si lo haces, te dejo.
Alba sonrió. Su novio había contestado con cruel sinceridad, pero había acertado en su respuesta. De otro modo hubiera sospechado que fantaseaba con su prima.
—Pobre Martina. Con el corte que ya daba tener que quitarnos lo de arriba…
Dani solo pensaba en cómo sería esa mariposa mientras la mano de Alba se colaba dentro de su pantalón de pijama retomando lo que habían dejado antes. Él hizo lo propio con ella y notó que ella emanaba más calor de lo normal.
—¿Te cuento otro secreto? —dijo Alba con voz melosa—. Lo de estar desnuda en la playa hace que me ponga un poco cachonda.
«Cachonda y rodeada de buitres. Joder», pensó.
—¿Por eso hemos ido hoy a la zona nudista?
—No —susurró—, eso ha sido porque a veces eres un poco capullo.
—Humm —puso cara de duda— ¿Y no sería porque querías volver a ver las pililas de los chicos?
—Qué tonto eres. —Se dieron un pico.
—No has dicho que no —susurró al oído antes de atrapar su lóbulo con los labios y succionarlo.
—No, no lo he dicho. —Guiñó un ojo, juguetona. Si Dani buscaba guerra, había elegido mal adversario.
Terminaron tumbados sobre la cama, desnudos. Uno dentro de la otra. Alba clavando sus dedos en el culo de Dani y él arremetiendo contra ella con furia.
—¿Y dices que había mucha gente en la playa nudista?
—Un montón —contestó ella entre gemido y gemido.
—¿Y… había alguno al que mereciera la pena ver?
—Qué bobo eres. —Había dado tres ondas respiraciones antes de contestar.
—Seguro que a los demás les pone a cien verte desnuda.
—No lo creas. Estábamos entre amigos.
—A mí me pondría.
Alba abrió los ojos y los clavó en él como si no le creyera.
—Pues sí, me pondría verte —insistió—. Joder, debo ser el único novio del mundo que se hace pajas con su chica. Habrás sido el centro de atención de toda la playa.
Aumentó la cadencia y golpeó con su cadera a mayor velocidad y con más fuerza, algo que a ella le volvía loca. Sus tetas se bamboleaban arriba y abajo obligándola a morderse los labios para no gemir en alto.
—Tu amiga sí que era el centro de atención —dijo al cabo de un poco—. Tan blanquita, tan rubita y tan mona. —Continuó respirando a bocanadas concentrada en recibir los envites de su novio—. Además de los pezones, también tiene rosas los labios del coño. —Alba seguía al borde del orgasmo sin ser muy dueña de lo que decía—. Seguro que esa zorra tiene rosita hasta el agujero de su culo, joder.
Dani no podía evitar recrear con todo lujo de detalles cada una de las partes que acababa de describir. Sacudió la cabeza intentando deshacerse de esos pensamientos tan sucios que estaba teniendo de su buena amiga.
—Qué va. Seguro que era a ti a quien más miraban. A tus tetas —añadió—. Y a las de Martina, que menudos melones que gasta la cabrona de tu prima.
—¿Martina? —Había abierto los ojos y ralentizando su respiración.
—Sí, ¿no? —tentó—. A ver, es muy guapa. Y hay que reconocer que tiene un busto bonito.
Alba mantenía una mirada que no parecía muy halagüeña. Dani se dio cuenta de que había metido la pata y ahora ella lo miraba sin verlo. Sin saber si entrecerraba los ojos por el placer o por el desconcierto.
—Pero no pasa nada, ¿no? Solo reconozco lo evidente. A ver, que ya sé que es tu prima, pero… si tiene buenas tetas pues, hay que reconocerlo.
Alba cerró los ojos y giró la cabeza. Solo sus jadeos revelaban que seguía con él.
—También hay chicos que están muy bien y seguro que más de una de vosotras se ha deleitado mirando.
Ella soltó las manos de su trasero y las dejó caer un poco hacia los lados.
—Pero es algo normal —insistía—. También se puede disfrutar de esas cosas. Y no pasa nada. Yo no me enfadaría.
Su novia parecía seguir ausente. Concentrada en sí misma y sus pensamientos. Sin responder a sus comentarios ni reaccionar a ellos. Dani seguía golpeando con fuerza temeroso de que se estropeara el momento.
—Hoy, en la playa, he visto muchos chicos que no estaban nada mal. De los que te gustan a ti, bien armados, ya sabes.
No cesaba de embestir a la desesperada, intentando arreglarlo. —Como por ejemplo Aníbal. Menudo animal. Está cuadrado el tío. No me extrañaría que todas las tías de la playa lo hayan estado repasando sin parar. Y menuda polla tiene.
Alba se mordió los labios.
—Me da que el tío debe ser una máquina en la cama. Tiene pinta de saber cómo moverse en ese terreno.
—Y está buenísimo el cabrón —dijo al fin antes de soltar un largo gemido y volver a apretar el culo de Dani contra ella.
Él se quedó momentáneamente cortado. Lo reconocía. Había reconocido que le ponía Aníbal.
—Dame, joder. Dame con fuerza —le apremió tirando de él—. Así, así, fóllame. Más, más. Quiero más. Quiero polla. QUIERO TODA TU POLLA.
Y entonces le empujó, volteándolo y colocándose encima de él como una amazona. Comenzó a cabalgarlo moviendo la cadera como una loca, galopando hacia el orgasmo.
Dani ya llevaba rato al borde del suyo, haciendo esfuerzos por no acabar, como siempre, antes de tiempo. Ahora, además, tuvo que hacer esfuerzos para no salirse mientras ella lo galopaba tan fuerte como podía. Sus tetas subían y bajaban frente a su cara. Sus pezones, tan negros como sus anchas areolas, ocupaban toda su visión y, de nuevo, sobrevino la imagen de ella desnuda frente a todos, y de todos frente a ella, mirándola. Una imagen que lo turbaba y le excitaba.
No lo podía negar, imaginarla expuesta delante de extraños que se la comían con los ojos, le encendía
Apretó las mandíbulas y sacudió su cabeza intentando retrasarlo todo lo posible. Faltaba poco para que Alba comenzara a “explotar”.
— · —
Al final, no hubo sorpresas y se corrió dejándola a las puertas del orgasmo. Y eso que intentó disimularlo continuando el mete y saca con la polla flácida. Terminaron quedándose quietos, la una sobre el otro, con la habitual disculpa y los eternos lamentos.
—No pasa nada —repetía ella.
—Te lo hago con la boca, como te gusta —imploraba él.
—He dicho que no pasa nada, está todo bien. Tranquilo, vamos a dormir.
Lo besó en la punta de los labios y se giró hacia su lado dispuesta a dormirse. Dani sentía el corazón encogido. La abrazó desde atrás haciendo la cucharita que ella acogió receptiva. Tardó mucho en dormirse, perdido en la cuenta de cuántas noches como ésta llevaban ya.
Fin capítulo XXIII