La cena del Idiota

Ojos que no ven​


Cristina no volvió para hablar con él. Y habían pasado dos horas. Durante ese tiempo Dani llegó a tres conclusiones. La primera era que no iba a seguir comiéndose la cabeza por culpa de esa cría. La segunda y más importante, que no iba a perder a Alba en aquel pueblucho por nada del mundo, pese a todo lo que estaba aguantando por ella ni por sus propias meteduras de pata. La tercera, que su piel echaba fuego, por lo que se iba a meter en el agua de inmediato.


— · —


Le había costado entrar a causa del contraste, pero por fin se encontraba con el agua hasta el cuello. Ahora, atemperado, ya no le parecía tan fría. Permaneció un buen rato rebajando la temperatura de su cuerpo, con las rodillas algo flexionadas para mantenerse sumergido hasta las orejas. Dormitando con los ojos cerrados. Al abrirlos, descubrió a la señora tetona junto a él. Su marido estaba con ella. Ambos lo miraban con curiosidad. Dani levantó las palmas de las manos por encima del agua y las movió exhibiéndolas.

—Nop, esta vez no las tengo ocupadas —dijo con una sonrisa de complicidad.

Ella se la devolvió, intercambiando su mirada entre su marido y él.

—Yo no juzgo, chico. Ya te lo dije. Esta playa es libre para hacer lo que cada uno quiera.

El agua llegaba a la señora justo por los pezones. El ligero vaivén de la marea mecía sus tetas con suavidad. A esa distancia le parecieron obscenamente más grandes, al igual que sus areolas. La señora se percató de su mirada, pero no se molestó, tampoco su marido. En su lugar mantuvo la misma sonrisa maternal sin intentar cubrirse.

El señor del bigotito, un paso por detrás de ella, seguía con la mirada en él, quizás esperando algo. Dani tardó en comprender y, cuando lo hizo, sonrió lo más amablemente que pudo.

—Me encantaría, de verdad, pero… no va a poder ser.

El hombre asintió y le saludó llevándose dos dedos a la frente. —Claro —contestó.

Comenzó a caminar hacia la orilla cuando la mujer le habló a la espalda.

—¿Quizás otro día?

Se giró hacia ellos y se quedó pensando, pero solo para no parecer descortés. A esa distancia, la altura del agua le llegaba por los muslos. La señora y su marido no perdieron ojo de lo que dejaba a la vista.

—Quizás —contestó antes de retomar su camino.

Salió del agua y abandonó la playa, pero no fue directamente a casa. Antes debía hacer una cosa.


— · —


Llegó tarde, tal y como pretendía. Alargando cada uno de los minutos que le regalaba a su novia para darle el espacio que necesitaba. Las luces de las farolas comenzaban aparecer y el sol ya se ocultaba en el horizonte. Supuso que después de estar todo el día sin verse y con la cabeza más fría, sería más probable conseguir de ella un acercamiento.

Entró en la casa y llegó al salón. Tal y como suponía, su novia estaba allí, pero lo que vio, casi le tiró de espaldas.

Junto a ella y su prima, se encontraban Cristian y su novia además de Andrés y Aníbal. Por acto reflejo, Dani dirigió la mirada a Marta. Tal y como temió, ésta se la devolvió satisfecha, corroborando la sospecha de que había sido idea suya traer a todos aquellos invitados. Por la posición que ocupaban, parecía que Andrés hacía de acompañante de Marta mientras que Aníbal hacía lo propio con Alba. La imagen del consolador se coló en su cabeza.

La única sonrisa sincera que recibió fue la del grandullón desgreñado que levantó un vaso hacia él, invitándolo a unirse a ellos. No le costó reconocer las botellas que poblaban la mesa. Todas de fabricación casera.

Esa reunión improvisada trastocaba todos sus planes. Se fijó en Alba. Por su rictus y sus ojos achispados temió que quedarse con ellos podría ser la peor de todas las ideas. Ella no pararía de castigarlo, y ya sabía cómo se las gastaba. Meditó una solución y al final se decidió por la menos mala.

—Cuando tengas un rato, Alba, me gustaría hablar contigo.

Localizó su bolso en el lateral de uno de los sofás y deslizó un paquete dentro. Sostuvo su mirada durante unos segundos antes de desaparecer escaleras arriba.

Sabía que Alba no iba a acudir a él con prontitud, así que se desvistió y se sentó en la cama armado de paciencia, apoyando la espalda en el cabecero. Se puso a ojear el móvil para hacer tiempo. Después de repasar WhatsApps y correos se pasó por la galería de fotos. Enseguida descubrió una de sus preferidas y se paró en ella ampliándola con dos dedos.

Él aparecía en medio de un grupo de gente. Franqueándolo por cada lado, estaban Estrella y Nieves, sus dos compañeras de enfermería. Una, esbelta y exuberante como una modelo de ropa interior, la otra, gorda como un planeta. Ambas con un corazón que no les cabía en el pecho. A su lado, David, economista y gerente del hospital, al igual que muchos voluntarios, se pasaba a contar cuentos a los niños. Anna, con sus enormes gafas y sus pelos de bruja, era la secretaria de admisión. Siempre pegada a su pantalla de ordenador, pero atenta a las necesidades de cualquiera de ellos. Y, por último, Enric, voluntario ocasional que acudía a enseñar ajedrez a los chavales.

Todos ellos eran su Pequeña Familia; su refugio y, en esos momentos, los añoraba más que nunca. Con esa imagen le venció el sopor haciendo que cayera adormecido. Pasaron más de dos horas antes de que el ruido de la puerta le despertara de su sueño.

Era Alba.

Tenía los ojos vidriosos y las mejillas demasiado encendidas. Su pelo estaba algo despeinado. Dani se incorporó y suspiró deseoso de que le hubiese tenido presente sea cual fuera lo que hubieran estado haciendo los seis en el salón.

Pensándolo mejor, deseó que no hubiera pensado en él con demasiada fuerza. Ella se acercó y se sentó al borde de la cama. Escondía algo detrás de la espalda.

—He visto lo que me has dejado en el bolso.

Mostró una caja que abrió con dos dedos. Estaba vacía, pero en el fondo había escrita una frase:

DIME DE QUÉ LA TENGO QUE LLENAR PARA QUE ME PERDONES

—He estado pensando, ¿sabes? —dijo ella—. Y ya sé de qué quiero llenarla.

Contuvo el aliento. Había esperado que le pidiera que la llenara de besos a ella… o quién sabe si de otra cosa, quizás de polla, la suya. Viendo su sonrisa malévola, no parecía el caso.

Y no lo era.

Sacó otra cosa de detrás de las espalda. Eran unas esposas.

—Tuviste sexo en la misma habitación que yo sin que pudiera hacer nada. —Hizo una pausa demasiado larga, alargando la agonía de la incertidumbre—. Quiero lo mismo.

Balanceó los grilletes delante de su cara a la espera de su aprobación. Dani tensó la espalda, se frotó las muñecas y puso los ojos como platos.

—Son de juguete, se pueden soltar. Me las ha dejado Marta —atajó ella adivinando sus pensamientos.

Su mirada traviesa y su respiración agitada mostraban que se encontraba realmente caliente. Le preocupó lo que lo hubiera provocado o quién y sintió una pequeña descarga al recordar la fiesta del salón. Marta no era la única que jugaba en su contra. Todos lo hacían, de hecho. A saber qué habrían montado esos liantes.

Aunque, a lo mejor, el castigo se volvía “interesante”. Alba se mordía el labio inferior ávida de sexo y lo iba a tener esposado al cabecero de la cama.

Disimulando una sonrisilla nerviosa, asió las barras del cabecero colocando los brazos en cruz. Ella ató cada una de ellas con un sonoro crick. El rubor de Alba se hizo más patente. Sonrió de medio lado y se acercó a su oído, susurrando en tono húmedo.

—Yo no pude ver nada, así que tú tampoco. —Arrastraba las palabras.

De su espalda sacó lo que parecía una máscara. Antes de que pudiera protestar, se la colocó por la cabeza dejándolo ciego y casi sordo. Era una prenda de cuero como un pasamontañas que le cubría prácticamente toda la cabeza hasta el cuello, a excepción de la nariz y boca que asomaban por una cremallera vertical que terminaba en mitad del tabique nasal.

Tampoco protestó cuando se sentó sobre él a horcajadas, aplastando su incipiente erección.

—¿Estás cómodo? —ronroneó.

—No mucho, la verdad, pero si tengo que aguantar así para que me perdones…

—¿Perdonar? Tuviste sexo a mis espaldas, sin que yo viera nada. ¿Cómo te sentaría si hubiera hecho lo mismo?

—Ya te lo he dicho, te quiero demasiado para quedarme sin ti —contestó veloz.

Alba no pareció convencida o no dio muestras de estarlo porque no se movió ni dijo nada. En su lugar se quedó sobre él, meditando.

—Es decir que, si yo tuviera sexo sin ti… me perdonarías sin más.

Dani ahogó un lamento. Iba a autosatisfacerse en su cara sin que él pudiera catarlo. Alba se deslizó sobre su polla adelante y atrás, haciendo que notara su calor a través de la tela de su pantaloncito corto del pijama.

Por el difuso sonido que le llegó a través de la máscara de cuero, adivinó que ella acababa de quitarse una prenda, tal vez la camiseta de tirantes. Se la colocó alrededor del cuello de él. Dani frunció el ceño, extrañado. Esa prenda no llevaba su fragancia habitual, pero recordaba con nitidez dónde había olido antes ese aroma.

En el cuarto oscuro.

—Te aseguro que siento lo de ayer, Alba, de verdad.

—Sssssh, no se puede hablar —Lo besó con suavidad, sellando sus labios—. Igual que la noche del cuarto oscuro.

Metió parte de la prenda que rodeaba su cuello en la boca y cerró la cremallera tirando del cursor hacia abajo, hasta la barbilla, amordazándolo e impidiendo con ello que pudiera volver a articular palabra.

—Mmm, mmm.

Notó cómo ella se incorporaba y se levantaba de la cama. Aguzó el oído intentando adivinar sus próximos movimientos y, por acto reflejo, intentó protegerse. Desgraciadamente sus muñecas estaban esposadas al cabecero. En cualquier caso, no llegó ninguna agresión. En su lugar percibió sus pasos alejándose.

Oyó un chirrido que no supo identificar, dos veces. Sintió una corriente de aire acariciando sus piernas desnudas y, un poco después, los pasos volvieron hasta él. Alba volvió a subirse a horcajadas rodeando su cuello con los brazos. Acercó la boca a su oído y la escuchó gemir a través de la máscara. De nuevo ella apretó su pubis contra su falo erecto bajo el calzoncillo y, de nuevo, noto el calor que emanaba de su coño.

Estaba realmente caliente.

Lo besó en el cuello. Un beso largo y húmedo. Después fue bajando por su pecho, levantándole la camiseta para tocar su piel. Cuando llegó a la altura del calzoncillo, cesó su recorrido. «Cómo no», pensó él. Sus dedos circundaron la goma del elástico a lo largo de toda la circunferencia, llegando a introducir las yemas por los costados, lo que hizo que contuviera el aliento, pero no llegó a bajarlo.

Ella se movió hacia abajo quedando a cuatro patas con la frente apoyada sobre su paquete. En esa posición notó su aliento en sus ingles. Una mano se había soltado de su cadera y casi al instante el aliento se convirtió en jadeo.

Se estaba masturbando. Y no le iba a dejar participar.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que llegó el primer gemido, luego llegó otro y después otro. Cada vez más sonoros, cada vez más seguidos. Su frente se movía sobre la polla erecta de él, lo que hacía que se mantuviera como una piedra.

No se sentía tranquilo inmovilizado al cabecero con una máscara agobiante. La sensación de claustrofobia volvía a sobrevolar por su cabeza. De no haber sido Alba, jamás se hubiera dejado esposar. Saber que podía soltarse las esposas cuando quisiera también ayudaba. En cualquier caso, intentó seguir los pasos que había aprendido para estas situaciones. El más importante era saber mantener la respiración. Concentrándose en sí mismo, lleno los pulmones por completo.

Un gemido más fuerte que los anteriores cruzó la habitación. Dani aguzó el oído bajo la máscara que taponaba sus orejas. Hubiese jurado que era un gemido en un tono más grave, más ronco.

Alba volvió a presionar su frente contra su paquete. La movía de forma rítmica a causa del placer que intentaba contener. Terminó aplastando su cara por completo y la mantuvo ahí hasta que la levantó para exhalar un hondo suspiro. Su erección no había disminuido un ápice.

Ella se apoyó en sus ingles y apretó los dedos contra su piel, como una gata ronroneando. Las puntas de los pulgares se colaron bajo la pernera de su calzoncillo. Un gritito de placer se escapó de su garganta pese a que en ese momento no se estaba tocando. Dani tensó el cuello y volvió a aguzar el oído. Allí pasaba algo raro. De nuevo Alba emitió un jadeo más sonoro a la vez que apretaba los dedos contra su carne lo que le hizo tensar la espalda.

—Ougfff.

Dani sacudió la cabeza. Aquel gemido no había salido de la garganta de Alba. Quiso gritar su nombre para que le explicara qué estaba pasando, pero la mordaza no se lo permitía.

—Mmmf, mmmf.

Sus manos, aún apoyadas en él, comenzaron a darle leves empujoncitos y un imperceptible clop-clop comenzó a oírse en la habitación. A Dani casi se le para el corazón. Si pretendía torturarlo, había elegido una forma macabra para hacerlo. Se concentró en respirar intentando percibir los sonidos que aquella máscara le permitían, convenciéndose de que Alba no sería capaz de llegar tan lejos.

Todo empeoró cuando la cama también comenzó a moverse con la misma cadencia que los gemidos de su novia y de sus empujones.

Alguien la estaba follando desde atrás.

Trató de soltarse para quitarse la máscara. Necesitaba saber qué estaba pasando. Dio unos tirones con sus muñecas, pero las esposas no cedieron. Alba había dicho que eran de juguete, pero por más que tiraba de ellas no se soltaban. El tintineo con las barras de la cama dejaba claro que eran de acero. Otra nueva mentira. De repente, la situación dentro de su oscuridad empezó a ser asfixiante, y las esposas seguían sin ceder.

—Mmmmmmf —gritó de rabia.

De nuevo intentó relajarse y pensar con calma. Su novia no podía ser tan cruel. Seguramente estaba haciendo teatro. No le habría costado mucho convencer a alguno de los chicos. Quizás Andrés no se prestara a seguir la broma, pero los otros dos… Sacudió la cabeza intentando deshacerse de esos pensamientos y razonar con calma, pero eso era lo único que no tenía.

Los empujones de su novia habían aumentado en cadencia y ritmo, con envites rápidos pero largos, dignos de una polla bien grande de alguien que sabe cómo utilizarla.

«No me jodas —pensó—, no sería capaz».

Pero habían estado los seis en su fiesta particular hasta las tantas. Todo ello regado del brebaje de Andrés. Desinhibidos y borrachos.

Los gemidos ahogados continuaban al compás de los arreones que recibía Alba. Y parecían no tener fin. El tiempo pasaba y él no podía hacer otra cosa que soportarlos como convidado de piedra. Inspirando y expirando aire con una cadencia contenida. Intentando no perder el control.

Sacudió la cabeza e intentó enfocarlo desde otra perspectiva. Alba no hacía sino equilibrar la balanza y esperaba que, por mucho que le pesara, cumpliera su palabra y lo aceptara como compensación por lo del cuarto oscuro. Se odió al darse cuenta de que estaba deseando que, al menos, el elegido, fuese Andrés. Pero es que no soportaría que fuera Aníbal.

El hippy le había dejado claro que no desaprovecharía una ocasión con su novia si ella estuviera predispuesta. Además, motivos para aceptar no le faltaban. Había confesado haberse corrido en la boca de su hija.

El clop-clop se hizo más sonoro al igual que los gemidos de ambos amantes. Cada vez más indecorosos y cada vez menos disimulados.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Y si fuera Cristian? «No, ese no —pensó con rapidez—. Cristina también estaba con ellos en su fiesta. No se atrevería con ella delante».

El tiempo pasaba y los estrincones de la cama estaban llegando a su punto álgido, señal de que Aníbal, Andrés o quizás el niñato de Cristian estaban a punto de correrse en el coño de su novia. La mano de ella se deslizó por su ingle hasta introducirse por debajo del calzoncillo. Dani se puso tenso cuando sus dedos tocaron su polla todavía tiesa y se maldijo por seguir empalmado en aquella situación.

Y se puso peor cuando su mano agarró el falo y empezó a masajear su glande con dos dedos, aumentando su sufrimiento y su frustración. Dani sacudió la cabeza. «No —se dijo—, no vas a hacer que me corra con vosotros. Solo faltaba eso». Cerró los ojos con fuerza y se concentró en sus amigos. Estrella, David, Anna, Enric… Eva.

Los gemidos del maromo que la penetraba desde atrás se hicieron más sonoros, sin ambages ni disimulos. Los “OUGHHH-OUGHHH”” masculinos penetraban en su cabeza incluso con los oídos enfundados en la capucha.

El follador embestía a Alba, moviéndola adelante y atrás como una marioneta. Ella transmitía sus empujones a Dani y a la propia cama que hacía golpear al cabecero contra la pared. Dani se agarraba a las barras con la única preocupación de no correrse con ellos.

Su polla babeaba por dentro del calzoncillo en los dedos de Alba. Por primera vez, agradeció llevar la máscara puesta para que no vieran su cara desencajada por la humillación de un placer tan amargo como patético.

Los envites seguían, cada vez con más fuerza; y la paja continuaba, con mayor rapidez. Dani no se revolvía por miedo a empeorarlo más o porque no podía mover un músculo. Soplaba y resoplaba aguantando como podía sin correrse. O paraba pronto o no lo iba a conseguir.

Los gemidos del maromo aumentaron de intensidad indicando que debía estar a punto; los de ella, ahogados en su vientre donde aplastaba su cara, también. Por fin, unas bocanadas después, se hizo el silencio en la habitación.

Estaba hecho. Alguno de los tres se había corrido en el coño de su novia. Ella, desfallecida, resoplaba a bocanadas contra su paquete. Dani también lo hacía. Recuperaba el resuello mientras maldecía por dentro su extraña forma de torturarlo y a sí mismo por pusilánime.

—Mmm, mmm.

Empezó a quejarse para que lo liberara de una vez, pero por toda respuesta, solo logró que ella se girara y quedara tumbada con la nuca sobre su regazo, descansando boca arriba. Notaba las bocanadas de ella recuperando el aliento. Casi se acompasaban con las suyas.

Y, de nuevo, volvió a notar algo fuera de lo común. El tiempo pasaba y su novia parecía no terminar de recuperar el resuello. Seguía percibiendo su respiración profunda con la misma cadencia prolongada. Supo entonces la causa.

Le estaban comiendo el coño.

Si ya había sido humillante oírle follar, no era menos doloroso que disfrutara tumbada entre sus piernas, en un terreno que él creía exclusivo suyo.

Esta vez el tiempo no pasó tan rápido. Su amante no debía tener prisa o, quizás, disfrutaba alargando su agonía. La de él.

No supo calcular cuánto permanecieron así, pero fue muchísimo. En alguna ocasión, ella se retorcía o movía la cabeza a uno y otro lado disfrutando del placer. Tapando su boca con el dorso de la mano para ahogar los gemidos.

Lo peor para Dani no era estar atado, sino permanecer ciego y medio sordo, ajeno a todo lo que ocurría. El sentimiento de claustrofobia se mitigaba por el enfado y la frustración. También, no estar encerrado en un cubículo minúsculo ayudaba bastante. Además, ella lo soltaría si las cosas se ponían realmente feas para él. Su corazón, pese a las circunstancias, se mantenía estable dentro de lo razonable.

Y el tiempo pasaba y la comida de coño continuaba hasta que, por fin, ella tuvo lo que Dani pudo sentir como un orgasmo. Su cuerpo tembló y su espalda se arqueó para caer desfallecida acto seguido.

Llegó la calma y, con ella, el más absoluto silencio. Él continuaba como convidado de piedra, atento pero abatido. Con la soga del cornudo ahogándolo. Dolido por que disfrutaran de su novia.

—Mmmm, mmmm.

Movió la cadera para llamar su atención y que lo soltara de una vez. Ella, con lentitud, como si estuviera agotada, se incorporó y bajó de la cama. Unos pasos se oyeron en dirección a la puerta que, de nuevo, sonó al abrirse. Volvió a notar el aire frío acariciar sus piernas desnudas mientras algo parecido a unos besos se oían en la lejanía. Alba se entretenía más de la cuenta en su despedida con su amante.

Por fin notó los pasos acercarse y subirse a la cama volviendo a ponerse a horcajadas sobre él. La cremallera de su boca se abrió y la capucha salió de su cabeza. Cuando enfocó la vista, se encontró de nuevo la misma cara de pilla. Sus mejillas estaban más coloradas y su aliento seguía acelerado. Su frente perlada de sudor dejaba bien claro lo caliente que todavía estaba su cuerpo.

Estaba en sujetador y bragas. Dani escupió de su boca la prenda que había hecho de mordaza y contuvo un grito de rabia. Cerró los ojos un momento intentando contar hasta diez antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse. Recordó el plan. Faltaban seis días para la boda y para que pudiera irse de allí con ella, juntos. Seis días aguantando para no perderla a manos de aquella gente.

Alba cruzó los brazos y apoyó los codos en el pecho de Dani, quedando cara a cara con los ojos fijos en él, esperando su reacción. Su respiración era una mezcla de excitación e intento por recuperar el resuello.

—Joder. ¿No me jodas que has hecho lo que yo creo?

—No sé. ¿Qué crees?

—Venga ya. ¿En serio has follado? ¿DE VERDAD?

Ella no contestó. Permaneció en la misma posición y con la misma mirada perversa, como si estuviera orgullosa de su pillería. Meditó la respuesta, pero solo para crear mayor expectación.

—Ahora ambos hemos sido infieles —dijo ella—. Y según tú, estamos en paz y todo vuelve a ser como antes.

Metió la mano a través del elástico del calzoncillo, asiendo su miembro, ya en retirada y palpándolo en su mano. Dani apretaba las mandíbulas. No, no estaban en paz. Aquello había sido premeditado y con el fin de hacer daño. Abrió los ojos. No podría ser tan cabrona.

—Me estás mintiendo. No has podido haberlo hecho.

—Puede ser —se encogió de hombros—. En realidad puede ser cualquier cosa mientras no lo sepas con certeza, ¿no crees? Como eso del gato de Schrödinger. Yo he cerrado los ojos mientras lo hacía pensando en ti. Igual que hiciste tú.

Dani se quedó con la boca abierta. Le devolvía su propia excusa de un revés, haciendo que explotara en su cara.

—Y dime —dijo tocando con un dedo la frente de él—, ¿qué has pensado tú?

Se cuidó mucho de expresarlo a las claras. «El plan es volver a casa con ella», se recordó. Con lentitud y tomándose su tiempo, asintió levemente con la cabeza. Alba, atenta a su reacción, lo observaba con una ceja levantada, sintiendo su respiración agitada. Se mantuvieron en silencio un buen rato, observándose, midiéndose.

—De acuerdo, tienes razón. Yo te he sido infiel con una de tus amigas. Tú solo has equilibrado la balanza. —Intentó decirlo calmado, sin que se notara su enfado—. ¿Con quién? —insistió— ¿Con quién ha sido?

Alba movía el mentón a un lado y a otro, meditando.

—Eso no te lo voy a decir.

—¿Ha sido Aníbal? —Espero unos segundos—. Ha sido Aníbal, ¿no? venga, dime. No creas que no me he dado cuenta de los arreones que te daba ese animal.

Ella negó una sola vez, con un imperceptible movimiento de cabeza.

—¿Andrés? ¿Ha sido Andrés? Me lo puedes decir si ha sido él. —No obtuvo reacción esta vez, solo su mirada hierática—. ¿O el bobo de Cristian? Venga, no me jodas, dímelo.

—He dicho que no te lo voy a decir. Tampoco yo sé quién te la ha chupado. Tú no me has dicho en qué boquita has puesto tu semen.

—Porque no lo sé, joder. Era un cuarto oscuro. No se veía nada.

—Pues, como ves, estamos en paz.

Dani volvió a coger aire llenando los pulmones. Dándose tiempo a hacer varias respiraciones.

—Después de esto, creo que al menos merezco saberlo. ¿No crees?

Ella se lo pensó, pero no parecía dar el brazo a torcer. Dani no dejó de insistir.

—Por ahí hay alguien que sabe que te ha follado delante de mí. Alguien, a mis espaldas, se está regodeando mientras yo permanezco en la incertidumbre. Eso es todavía más cruel que el polvo que os habéis pegado.

—La que te sobó la polla también supo a quién se la chupaba —velado ataque a su tamaño que Dani encajó con resignación—. Así que también hay una de mis amigas que sabe que se la ha chupado a mi novio, y tampoco yo sé quién es.

Lo soltó como si lo estuviera escupiendo. Al parecer, ella también padecía todos y cada uno de los dolores de su novio. Dani relajó el semblante. Él no era el único que sufría por lo mismo. Su novia también relajó el suyo y se quedaron en silencio unos largos segundos.

Lo abrazó para besarlo, pero él apartó la cara.

—Que lo acepte no quiere decir que me haga gracia —dijo él.

El beso quedó en el aire y la cara de Alba se congeló, como si no entendiera la reacción de su novio. Ya no parecía la loca sádica de antes.

—Tal vez deberías dormir con tu prima esta noche también. Ahora es a mí a quien le hace falta un poco de espacio para digerirlo.

Alba tensó la espalda tan sorprendida como dolida. Había serenado el rostro, pero seguía mirándolo, indolente. De nuevo pareció meditar más de lo necesario hasta que decidió moverse. Asintió lentamente y se hizo con la camiseta que Dani aún tenía alrededor del cuello. Después, se levantó alejándose hacia la puerta.

—Mañana hablaremos de lo que ha pasado, si quieres —dijo antes de salir en un tono que podía ser conciliador.

—Y quítame esto ya —dijo dando tirones de los grilletes.

—Son de juguete, ya te lo he dicho, compradas en un Sex Shop.

Dani se fijó entonces en un pequeño gatillo que tenía cada una de las esposas junto a los cierres. Apretó con el pulgar en una de ellas y el trinquete se desbloqueó, liberándolo. «Si lo hubiera sabido antes», se lamentó.


Fin capítulo XXXI
 
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