La cena del Idiota

Jooo con Dani.. y parecía "tonto"... vaya idea ha tenido con el creido de Cristian y como lo ha hecho callar. Me alegro por Dani... pero sigo opinando que debería irse sin Alba.
 

La cena del idiota​


La cena se había organizado en un restaurante del pueblo. Aunque pequeño, tenía mucha vida, lo mismo que en el resto de comercios y bares de la zona. Estaban todos y, al igual que el primer día, el grupo al completo ocupaba una mesa alargada.

En el camino hacia la mesa, las miradas de todos los varones presentes se habían posado en Alba, como era habitual. La siguieron con la vista hasta que ocupó su asiento. A Aníbal le pasó lo mismo con las miradas femeninas.

Dani se había colocado deliberadamente en una de las esquinas de la mesa, con la intención de pasar lo más desapercibido posible y, de paso, tener a Alba lo más alejada del resto del grupo de amigos.

No hubo mucha suerte, pues Aníbal se había colocado a su lado, como la otra vez. Se llevó tres dedos al puente de la nariz. «Cenar y nos piramos», se dijo.

Para su desesperación, los ojos de Aníbal solo estaban para ella. En las primeras tres frases ya le había tirado los tejos dos veces. Quizás sabía que ésta iba a ser la última noche que iba a ver a Alba.

—Espero que disfrutes de la cena. Bueno, y de todo lo demás —dijo Aníbal mostrando su blanca sonrisa y entornando los ojos en una pose mil veces practicada.

Estuvo todo el tiempo pegado a ella, como una polilla a la luz. Ella era aconsejada tanto en los platos como recibiendo frases con segundas intenciones. Todo delante de Dani.

En el primer plato, el camarero esperaba paciente a que se decidieran.

—Te digo yo que si lo pruebas volverás con ganas de repetir —insistía Aníbal.

—No sé, no me va mucho el picante —replicaba ella poco convencida.

—El de aquí sí te va a gustar —sonreía—. Les gusta a todas.

El muy pájaro hacía como que leía la carta de ella mientras le aconsejaba. De esa manera podía ver sus tetas en una visual perfecta. Alba, que parecía no haberse dado cuenta, se hacía la juguetona y simulaba dejarse llevar por sus recomendaciones mientras Dani miraba taciturno aquel colegueo que había empezado a tocarle las narices desde el primer momento.

—Está bien, tú ganas —dijo ella—. Spaghetti alla puttanesca.

—¿Y para ti, Dani? —preguntó Aníbal en su papel de anfitrión autoerigido.

—Para mí, lo que he pedido al principio.

—Y era…

—Lo que tiene apuntado ahí, al inicio de su libreta.

El camarero corroboraba con un ademán de cabeza su afirmación.

—Ah, sí, perdón. Ya no me acordaba que habías pedido el primero. ¿En qué estaré pensando? —añadió tras una furtiva mirada a Alba.

Repitió al camarero su plato y el de Alba antes de pedir un vino que no dejó que ella rechazase. El resto de la cena transcurrió igual, comprobando cada poco las necesidades de Alba. En cuanto la copa estaba más vacía de lo necesario, ahí estaba él para rellenarla. Si su plato no se vaciaba con la suficiente rapidez, ahí estaba él para preguntar si no estaba de su gusto.

—¿Qué te ha parecido?

—Es una de las mejores cosas que he probado en mi vida —contestaba ella.

—Bueno —respondía él, picarón—, yo creo que las mejores cosas de la vida son las que te dejan el pelo revuelto —decía regalando la visión de sus dientes perfectos.

Dani ponía los ojos en blanco pero evitaba enfadarse. Y menos esta noche con las cosas como estaban. El desliz con Cristina era un lastre difícil de compensar. En su lugar, hacía como que no oía o miraba hacia otro lado, como si inspeccionara el restaurante que estaba a rebosar.

En ese momento entraron cuatro chicas. Parecía que venían de fiesta, por lo animadas que se las veía y por el color de sus mejillas. Se colocaron dos mesas más allá, justo en el rincón, montando una pequeña algarabía. Una de ellas era realmente espectacular, rubia platino con unos ojos de gata que quitaban el hipo y un cuerpazo de escándalo. La chica era verdaderamente guapa y lo sabía. De repente, el foco de atención de la sección masculina había rotado hacia el fondo del local, incluido Dani.

Antes de sentarse, la rubia platino puso sus ojos donde estaban ellos, cruzando su vista con la de Aníbal durante más tiempo de la cuenta, justo cuando éste se levantaba de la mesa para resolver un asunto fuera.

—Menudas flipadas esas —dijo Alba.

—¿Por? —contestó Dani.

—Se creen Los Ángeles de Charlie. Míralas cómo van. Sobre todo la rubia de bote esa. Menuda pinta de creída.

Sonrió el comentario. La verdad es que parecían sacadas de una película sexy, sobre todo la rubia platino. Se dio cuenta de que ella también tenía un buen par de tetas. No al nivel de su novia, pero casi.

Las chicas iniciaron una fiesta particular que enseguida se convirtió en el espectáculo del restaurante. Fotos poniendo morritos, selfies, contoneos sugerentes, abrazos más animosos de la cuenta, movimientos de pelo…

—Estoy aquí —dijo Alba.

Le había pillado mirándolas embobado y ahora ella lo contemplaba con cara severa.

—No estaba… bueno, solo miraba…

No acabó la frase porque su novia dejó de prestarle atención. Acababa de llegar Aníbal y ella se giró hacia él, aprovechando para castigarlo con su indiferencia. De nuevo la mamada de Cristina se colaba en aquella cena.

En el resto de la mesa, los demás estaban a lo suyo. Muchas risas y mucho colegueo. Se preguntó si no hubiera sido mejor haberse puesto junto a Marcos.

—¿Te ha molestado que las mire? —dijo por lo bajo.

—En absoluto.

—A ver, las chicas están muy bien, lo reconozco, pero no he mirado por eso.

—Ya sé lo que mirabas tú.

Prefirió no discutir. En la esquina del fondo, la rubia platino y sus amigas seguían con su algarabía particular.

A la altura del segundo plato, Alba preguntó a Dani si tenía algo en la cara. Sospechaba que había podido mancharse con la salsa. Aníbal no tardó en aprovechar su oportunidad para meter fichas de nuevo.

—¿Algo en la cara? Sí, la sonrisa más bonita de todo el restaurante.

—No será para tanto —se carcajeó visiblemente halagada. Quizás más de la cuenta.

—Lo digo en serio. Dani es muy afortunado —respondió mirándolo de soslayo— Seguro que es tu novio, ¿no? —bromeó.

Dani lo hubiera matado de un golpe en la sien. Ella en cambio se limitó a sonreír, escondiendo su sonrisa tras un trago de su copa.

—¿Un poco más de vino? —preguntó él.

En sus mofletes se apreciaban los colores propios de un exceso de alcohol. Y en los ojos, el brillo desinhibido que producía. Alba ofreció su copa para que la llenara sin apartar la vista de sus ojos.

Dani ya tenía ganas de salir de allí y perderlo de vista. En uno de los momentos en que Aníbal se levantó en su constante ir y venir, fue Alba la que notó algo en su semblante.

—¿Te pasa algo?

Aníbal se había desplazado hasta la mesa de las chicas del fondo y estaba hablando con la rubia platino. La chica lo devoraba con los ojos.

—Ah, no, nada. Es que… estoy en mis cosas.

Alba siguió su mirada. Las chicas reían como gallinas lo que fuera que Aníbal estuviera contando y se hablaban al oído tapándose la boca con la mano.

Alba dejó de sonreír.

Cuando Aníbal volvió y pasó junto a su mesa de camino al baño, hizo una breve parada para comprobar que las apetencias de Alba estuvieran cubiertas. Ella hizo como si no lo viera y él continuó su camino. Solo cuando se alejó por el fondo, levantó la vista para observarlo desaparecer.

A partir de ahí, el colegueo que se traía Alba con él, desapareció y ella pareció tener solo ojos para su cena. Dani por fin respiraba aliviado por no tener en su conversación las intromisiones de Aníbal cada dos por tres.

El postre llegó y la paz continuó. Aunque la conversación no mejoró ni fluida y placenteramente. Alba parecía estar con la cabeza en otra parte por lo que cada uno se concentraba en su propio plato, sin más interés que dejarlo limpio. Las chicas del fondo, en su particular fiesta, estallaron en risas.

—Ya lo están haciendo otra vez —refunfuñó Alba.

—¿El qué? ¿Estar buenas?

—No, bobo, dar la nota. Que parece que no saben cenar con educación.

—Tampoco es para tanto. Solo se divierten. Están un poco pedo, pero no se ve nada malo.

—¿Les estás sacando la cara?

—Solo digo que… nada, es igual, solo era un comentario.

Aníbal se levantó y cruzó la vista con Alba que se lo quedó mirando incluso después de desaparecer por el fondo, hacia el otro comedor.

—Necesito hacer una cosa. Ahora vuelvo.

Dani la miró con desazón. Acababa de terminar el postre y hubiese preferido irse inmediatamente. Ella dejó su bolso y la chaqueta en la silla y caminó hacia la entrada, junto a la puerta de la cocina. Los rostros de la gente parecían girasoles al sol y no solo los de los hombres.

Dani se giró hacia el resto del grupo. León era el que estaba más cerca. No le apetecía hablar con él, pero le venía bien fingir escucharlo mientras Alba estaba ausente.

Cuando volvió la cara se encontró con el rostro de la rubia platino. La chica había venido hasta donde estaba él y se apoyaba con los codos en el borde de la mesa. Su cara estaba peligrosamente cerca. Tal vez fuera por culpa de una miopía o un exceso de alcohol, pero lo cierto es que estaba invadiendo su espacio. Además, con aquellos ojos, la rubia buenorra tenía una mirada que intimidaba. Por instinto se echó hacia atrás.

La chica, que lo miraba con una alegre sonrisa, parecía disfrutar de su nerviosismo por lo que no se apresuró en abrir la boca y dejó que Dani se pusiera todavía un poco más nervioso antes de dar explicaciones de su presencia.

—¿Te importa hacernos unas fotos a mis amigas y a mí? —dijo mientras le ofrecía el móvil.

—Sí, claro. Quiero decir, no. No me importa.

Tomó el móvil pero ella no se incorporó. En su lugar se mantuvo en la misma posición, apoyada en el borde de la mesa con ambos codos, observándolo mientras él intentaba levantarse de su silla con la espalda recta, sin acercar su cara demasiado a la de la chica.

Cuando la siguió hacia el fondo, se percató de que tenía un culazo de escándalo, haciendo que sus ojos no pudieran apartarse de él. Miró hacia atrás para ver si alguno de su mesa se había dado cuenta. Por suerte, todos parecían muy ocupados entre sí.

Las chicas del fondo lo vitorearon en cuanto lo vieron acercarse detrás de su amiga. —Qué bien —dijo una de ellas—, tenemos fotógrafo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó otra.

—Dani.

—¿Eres bueno con las fotos, Dani?

—Solo cuando tomo mi medicación para el Parkinson.

Las cuatro rieron la gracia e inmediatamente comenzaron a colocarse haciendo posturas de modelo de revista pop y poniendo caras. Las chicas estaban de muerte. Todas parecían sacadas del mismo catálogo de guarrillas sexys.

Peinados perfectos, labios sugerentes, curvas de vértigo y escotes grandes como acantilados. La vista se le iba una y otra vez al mismo sitio.

Empezó a ponerse nervioso cuando se dio cuenta de que todas las miradas del restaurante comenzaban a centrarse en él, incluida la de Martina que parecía haber reparado en su presencia y que, junto a Lidia, observaban sus movimientos con una mueca extraña. Hizo varias tomas antes de devolver el móvil a su dueña. Esperó a que dieran su visto bueno para poder irse.

Mientras lo hacían, siguió notando las miradas del resto de comensales. Martina cuchicheaba algo con Lidia. Marcos levantó la cabeza fijándose en él. Un par de camareras iban de una mesa a otra llevando y trayendo platos. La música de fondo, suave y melódica, no era lo suficientemente alta como para ocultar los cacareos que se traían las chicas.

—Oye, pues sí que te das buena mano. En todas salgo genial —dijo una.

—¿Has utilizado algún filtro? Parece como que hay más luz —dijo otra.

—No, en serio —dijo la primera—. ¿No te han dicho nunca que eres muy bueno?

—No quería fardar, pero, ya que lo decís… Una vez le hice una foto a un torero y quedó tan satisfecho que se cortó una oreja para regalármela, no digo más.

Hubo un estallido de carcajadas. Les cayó tan simpático que se empeñaron en sacarse fotos con él. Una de las chicas le cogió el móvil e insistió en que se pusiera con el resto. La rubia platino le indicó que se colocara junto a ella dando unos leves golpecitos con la palma de su mano en su muslo. Azorado, se colocó a su izquierda, encajonado entre ella y las otras dos. Sintió un escalofrío cuando lo abrazó por la cintura y se apretó contra él, pegando sus cuerpos.

—Esa estirada con la que estabas, ¿es tu novia? —preguntó en su oído.

Abrió los ojos como platos y, por acto reflejo, miró en dirección por donde Alba había desaparecido. Prefirió no contestar.

—No, en serio —insistió en un susurro meloso—. ¿Siempre va como si tuviera un palo metido por el culo?

—Oye —cuchicheó en una posición incómoda en la que intentaba ponerse severo, pero no quería salir mal en la foto—, estás hablando de mi novia.

—¿Y? ¿Qué pasa, le tienes miedo?

Dani seguía con esa sonrisa estúpida de pose de retrato mientras alternaba su mirada entre la rubia platino y la chica de la cámara que parecía no terminar nunca de hacer la foto.

—No la conoces —contestó con los labios estirados—, no tienes ni idea de cómo es.

—Qué adorable. Defendiendo a su chica como un caballero de triste figura.

—A ver chicas, poneos que va —advirtió la que tenía la cámara en la mano.

Subió el brazo hasta rodear su cuello con el codo y pego su cara con la de él, mejilla con mejilla por lo que, no solo podía oler su perfume sino que hasta respiraba su mismo aliento. Si giraba la cara podría besar sus labios. La posición era muy sensual.

Demasiado.

Llevaba una camiseta de tiras por lo que su anatomía quedaba muy definida bajo la tela. No llevaba sujetador así que, simplemente bajando los ojos, podía ver mucho más de lo que nadie aquella noche iba a poder imaginar. Sintió un latigazo en su entrepierna y tragó saliva.

Carraspeó e intentó no despegar la vista de la cámara para no salir en la foto mirándole las tetas. En su mesa, varios levantaban la cabeza estirando el cuello, intrigados en sus andanzas con aquel grupito de buenorras. León era el más activo provocando comentarios y risitas.

Sonaron varios clacs desde el móvil antes de que se soltaran de su cintura. Pero no fue la única foto ni la única pose. A ésta le seguirían varias más con las chicas cacareando como gallinas.

Deseaba volver a su sitio a esconderse. Alba volvería de un momento a otro y prefería que no lo viera con ellas. Para más inri, la gente del restaurante seguía mirando y eso le estresaba todavía más. Se secó el sudor de la frente.

—Venga, ahora una tú y yo solos.

La rubia platino llevaba un rato un tanto pegajosa, parecía haberle cogido interés. Empezó a pensar si no estaría intentando ligar, pero eso era imposible, esa tía estaba en otro nivel. Aunque bien pensado, también Alba lo estaba y llevaban casi cuatro años juntos. La chica, pese a la impresión inicial, estaba siendo muy amable.

—Vale, la última, que mi novia volverá enseguida.

—Parece que te da miedo —le dijo mirándolo a los ojos peligrosamente cerca—. ¿O soy yo quien te lo da?

Tenía razón, esa chica lo asustaba. Había algo oscuro en ella. Oscuro y húmedo. Se giró y miró a la cámara para que sacara la foto de una vez. Ella rodeó su cuello de nuevo pero esta vez lo hizo con los dos brazos, y lo hizo de la manera más sensual posible. Deslizó los dedos de la mano derecha desde el ombligo hasta su hombro, provocándole un escalofrío en la nuca y un nuevo calambrazo en la entrepierna. Después inclinó su cabeza hasta apoyarla contra la de él. La que sujetaba el móvil hizo una serie de fotos con una rapidez que asustó.

—Gracias Dani, eres un tío majísimo.

—Tú también.

—Me llamo Ágata, por cierto.

—Pues… encantado, Ágata.

Le dio dos besos de despedida más cerca de lo necesario de la comisura de sus labios. Rezó por que no hubiera notado el bulto que empezaba a aparecer bajo el pantalón y que corría peligro rozarse contra ella si se acercaba más de la cuenta. Había quedado muy bien en su papel de desconocido simpático y no quería cagarla ahora con una empalmada. El resto de las amigas se despidieron también con sendos besos cada una. La chica de la cámara fue la última en despedirse. Le tomó de las manos antes de besarlo en las mejillas.

—Pareces un buen tío —dijo sin sonreír.

—Gracias, tú también.

—Lo digo en serio. —Apretaba sus manos más de la cuenta.

—Vale pues…, gracias otra vez.

En su mirada había algo extraño. Se soltó de ella con una pequeña sonrisa de gratitud. Cuando las dejó, miró el reloj. Alba estaba tardando demasiado. Mejor para él, prefería que no lo hubiera visto con ellas.

Una vez sentado en su sitio se colocó el paquete con disimulo mientras sus amigos le recibían entre bromas. Las más incisivas por parte de León. Eva lo observaba con una expresión neutra y se preguntó si tendría que ver con él o con Alba.

Alba, recordó. Llevaba mucho rato fuera.

Y por fin apareció, saliendo de la cocina, sosteniendo una enorme tarta con dos figuritas sobre ella. Aníbal la ayudaba, moviendo una mano como un director de orquesta. Una de las cocineras iba tras ellos con un montón de platos, cerrando la comitiva. Ambos cantaban a coro mientras se acercaban a la mesa junto a Marcos y Martina.

Te casastee, la cagastee
Te casastee, la cagastee

Todos se carcajearon, incluidos los novios, mientras coreaban la estrofa. Algunos de los comensales de las mesas adyacentes, aplaudían. Las figuritas sobre la tarta eran dos novios que se agarraban del cuello el uno al otro. Otra de sus particulares bromas. Alba le dio dos enormes besos a su prima y a Marcos. Aníbal, que se había quedado junto a Dani, observaba la escena.

—Va a ser una novia preciosa —le dijo Aníbal en confianza—. Aunque, bueno, tú sí que tienes una novia guapísima. Si no te molesta que te lo diga. Es… bueno, es impresionante.

—Ya, gracias.

Se dio cuenta de que Aníbal estaba mirando a la rubia platino de soslayo y que ésta correspondía con una caída de ojos. Dani se alejó de él y se colocó junto a Alba. Éste era el momento ideal para despedirse de los novios y largarse a su casa.

Nada más lejos.

Martina lo abrazó y le plantó un sonoro beso alcoholizado que le empapó la mejilla. Marcos le estrechó la mano y le palmeó la espalda en un alarde de efusividad que casi le saca los pulmones por la boca. Ninguno de los dos aceptó que se fueran tan pronto. No sin antes tomar algo juntos. El resto era de la misma opinión. Antes había que tomarse algo.

«Pero si no hemos parado de beber en toda la cena», se dijo para sí.

Abandonaron el restaurante y llegaron al primero de los pubs. El ruido allí dentro era ensordecedor, con un montón de gente botando al ritmo de la música. A los lados había mesas altas donde las parejas aprovechaban para hablarse a gritos. A través de unos escalones al fondo, se accedía a la barra que ocupaba toda la pared.

Alba y Dani subieron directamente al mostrador a por unas consumiciones. Iban acompañados de Martina y Marcos. El resto del grupo estaba desperdigado dentro y fuera del local.

Por norma general, era Alba la que se encargaba de pedir las bebidas, siendo usual que la gente se apartara para dejarla pasar y, al llegar a la barra, ser la primera en ser atendida. Dani se quedaba tras ella para ayudarla con las copas de vuelta.

Poco después, ya tenían las consumiciones. Combinados para todos, kas de limón en botellín para él.

Alba y Martina pudieron disfrutar de la música, bailando a su ritmo, rodeadas de gente pero solas en su mundo. Lidia y las demás se unieron a ellas y fue entonces cuando Marcos y él decidieron apartarse hacia la barra, dejando a las chicas a su aire mientras ellos conversaban sin necesidad de recibir empujones constantemente.

Allí se encontraron a Rocho, el amigo de Aníbal, que se empeñó en invitarles a un combinado pese a las protestas de Dani que no quería beber más alcohol. Marcos estuvo un rato charlando con él. Dani, a su lado, levantaba la vista por encima de la gente comprobando que las cabezas de Alba y las demás seguían en el mismo lugar.

Unos chicos se colocaron juntó a él.

—Pedazo tetas que tiene la del azul —dijo uno de ellos—. Y van como cubas. A éstas hay que entrarlas.

Era un grupo de cinco muchachos y supo exactamente a quién se referían.

—A esa te la aprietas fijo —dijo otro de ellos—. Mira cómo se menea pidiendo caña.

Dani puso los ojos en blanco y les dio la espalda, girando su taburete y apoyando los codos sobre la barra. Marcos, en ese momento, hablaba con unos amigos que se habían acercado a felicitarlo. Los chavales de su espalda, seguían con sus comentarios soeces. Los ignoró y se centró en sus pensamientos.

—Se la van a follar.

Había sido Rocho el que había hecho el comentario y lo había hecho en su oído, a espaldas de los chicos. Dani lo miró, confuso.

—¿Perdona?

—A esa de las tetas —insistió el grandullón— se la van a follar esta noche.

Siguió su mirada y constató que coincidía con el lugar donde bailaban Alba y las otras.

—Esa de azul —respondió con calma— es mi novia.

Pretendía que se ruborizara, pero Rocho mantuvo la misma sonrisa de bobalicón sin perder el brillo de sus ojos. Dani sacudió la cabeza. Había personas con poco tacto para las relaciones sociales y ésta era una de ellas. El amigo gordo echó un trago a su bebida sin apartar la vista de él. Dani suspiró y aprovechó que Marcos estaba ocupado para ir a mear. No quería quedarse solo con él, le hacía sentir incómodo.

Los baños estaban al fondo de un pequeño pasillo. Varias chicas hacían cola para entrar en el de señoras. El de los chicos, como de costumbre, estaba libre. Al entrar, cerró la puerta corrediza tras él. Dentro había un urinario y un cubículo con un váter. Éste tenía la puerta cerrada, señal de que había alguien ocupándolo.

La puerta se abrió y de dentro apareció Martina. Puso una sonrisa de oreja a oreja nada más ver a Dani.

—Me he colado al de los chicos porque no aguantaba —reconoció—. Los tíos nunca os quejáis cuando lo hacemos.

—Porque guardamos la esperanza de que, siendo amables con una tía que está buena, conseguiremos hacer que se enamore de nosotros.

—Sois así de inocentes —dijo en broma y rodeó su cuello con un abrazo—. Oye, dice Alba que os tenéis que ir ya. ¿Es verdad eso? —ronroneó.

Se colgaba demasiado de su cuello, señal de que iba como una cuba.

—Me han llamado del hospital —mintió—. Necesitan personal.

Martina hizo un mohín, entrecerró los ojos y se quedó pensando unos segundos. —Pues, con el permiso de Alba, me voy a quedar un recuerdo tuyo. —Dicho esto, le dio un muerdo que le empapó la boca. Tras la sorpresa inicial, se dejó hacer. También él se quedaría un bonito recuerdo de aquella mierda de pueblo. Cuando se separó, ella sonrió inocente—. Es mi cena de despedida, así que no es infidelidad —se carcajeó.

—Pensaba que no te caía bien —dijo contrariado—. Quiero decir, que nunca pensé que quisieras esto de mí.

—Lo llevo deseando desde el primer día. —Confesó. Lo observaba con aquella mirada de borrachuza sin filtro—. Si te hubiera visto antes que mi prima, no te habría dejado escapar.

Dani puso una cara de incredulidad que a ella le hizo sonreír. Después, con esa sinceridad con la que castiga el alcohol, le susurró al oído.

—Me pones un montón. —Dani frunció el ceño—. Lo digo en serio —insistió ella.

—Lo que tú digas —dijo lanzando un suspiro—. Podéis seguir con la coña si quieres, tus amigos y tú.

—Es verdad. Y si lo confieso es porque estoy borracha y sé que mañana no me voy a acordar. Y porque me apetece.

Dani abrió la boca, pero la volvió a cerrar. No le iba a decir que ella también le ponía a él por respeto a Marcos y a sí mismo. Ella, en cambio, no podía mantener la suya cerrada.

—¿Te acuerdas de la noche de los juegos en casa de Gonzalo? En una de las rondas tuve que confesar cuándo fue la última vez que me hice una paja.

—Lo recuerdo —dijo él—. Dijiste que fue ese mismo día, en la ducha.

Asintió lentamente. León hizo muchas bromas y todos se partieron de risa con ella. Excepto él, que más bien babeó con una imagen calenturienta de ella bajo el chorro de agua.

—Me la hice al volver de la playa. La sobada de tetas que me pegaste, me puso a cien.

Negó y se puso serio. —Eso no es verdad. Te cogiste un cabreo de la leche —rebatió—. Y yo me morí de la vergüenza delante de Marcos y Alba.

—Porque me pilló desprevenida, joe. Fue una reacción espontánea. Pero luego, cuando estuvimos en la toalla los cuatro, hablando… no sé, te empecé a ver diferente.

Seguía sin creérselo y ella siguió insistiendo. —¿Quién crees que puso en las confesiones de aquella fiesta que quería una noche de amor y sexo contigo?

—Venga ya, eso sí que no me lo creo —negó serio—. Todavía me acuerdo de la cara que pusiste cuando el amigo de Cristian me bajó los pantalones antes de la cena. Y era de puto asco.

—Eso fue de vergüenza, por ti. Me dio mucho coraje la putada que te hicieron. Aparté la mirada para no abochornarte más de lo que ya tenías que estar. —Le cogió de las mejillas con ambas manos—. ¿Crees de veras que me dio asco tu polla?

No se atrevió a contestar, pero así era.

—Me encantó verte desnudo —insistió—. Joder, lo sentí por ti, pero… el morbazo que me dio… —Después puso cara de culpable—. Por eso te bajé el bañador el día que fuimos a la nudista. Para verte de nuevo.

—¿Fuiste tú? ¿La que me lo arrancó debajo del agua?

—Lo siento. No pensé que te lo ibas a tomar tan mal. Solo era una broma, para verte otra vez. Pensaba que como estábamos en la nudista… —Agachó la cabeza—. Luego me arrepentí un montón.

Dani boqueó, incrédulo. Recordó las miraditas a su polla cuando salió y que ella se removía nerviosa. ¿Sería posible que se debiera a una mezcla de remordimiento y excitación?

Martina seguía viéndolo dudar. —Si no me gustara tu polla, no te la habría chupado en el cuarto oscuro.

Se le cayó la mandíbula, atónito. Sin ser capaz de verbalizar lo que se le pasaba por la cabeza.

—Supe que eras tú en cuanto te toqué. Ya habías pasado por mi lado al principio así que, la segunda vez, no me lo pensé mucho y me lancé.

El abrazo de Martina empezaba a resultar incómodo. Lo que estaba oyendo trastocaba todo lo que pensaba de ella.

—Rompí la norma de estar con una sola persona, pero… no me pude aguantar. —Se mordió el labio—. ¿Te cuento un secreto? —No esperó a que respondiera. Se había abierto el dique de las confesiones y estaba sacando todas a la luz—. Marcos y yo hacemos trampas para no follar con otros. Siempre lo hacemos entre nosotros.

La revelación no le sorprendió. Siempre dudó que ella y, sobre todo Marcos con sus celos, se prestaran a participar en aquel juego de intercambio. Al parecer, Alba y él no habían sido los únicos en pensar lo mismo.

Según le dijo, ella se sentaba siempre en el mismo lugar, esperando con las manos en las rodillas a que Marcos llegara e hiciera un gesto que lo identificara. Después, a espaldas del resto, follaban juntos, excitados por el mismo morbo que había llevado a Alba a plantearse entrar en aquel juego.

—Marcos me estaba comiendo el coño —explicaba ella— cuando llegaste hasta mí. Quizás si no hubiera estado tan excitada… —le miró de reojo—. Además, habíamos bebido mucho y, en fin, fue una pequeña maldad que no medité mucho. Sé que después te trajo problemas con mi prima. Lo siento.

—No te puedo culpar —dijo dejando caer los hombros—. Yo me dejé hacer; no lo impedí, así que, tan responsable como tú, fui yo.

De nuevo se hizo un silencio incómodo. La mamada se hizo más presente que nunca y el abrazo le empezó a agobiar incluso a ella.

—Yo te sobé las tetas —dijo en tono jocoso para romper el hielo.

Ella correspondió a su sonrisa y arqueó las cejas dos veces pidiendo opinión.

—Me encantaron —dijo él—. Muy tersas y suaves, pero… me quedo con las de Alba. No te ofendas.

Ella borró su sonrisa en el acto, mutando su cara en un semblante de disgusto.

—Mierda. —Se soltó de él y se giró con rapidez hacia el váter, vomitando una arcada de alcohol y cena dentro de la taza. A ésta le seguirían otras.

Dani apartó su pelo de la cara, recogiéndolo en una coleta con la mano. A la vez, con la otra, la sujetó de la cadera desde atrás. Parecía como si la estuviera enculando mientras le tiraba del pelo. Sonrió imaginándolo.

Cuando se levantó, parecía un cadáver. —Creo que la última Coca-Cola no me ha sentado bien —dijo ella, balbuceando.

—Seguro —se carcajeó él—. Los médicos siempre advierten de lo mismo. No porque tenga una tonelada de azúcar ni nada de eso.

La cogió de la cadera y la ayudó a caminar hasta la puerta. Se paró antes de salir y se quedó cavilando.

—¿Te puedo preguntar qué puso Marcos en su confesión la noche de los juegos?

—No lo sé —balbuceó ella—. Pero no fue lo de querer casarse con su novia. Eso seguro.

«Cierto, ese fui yo», pensó. Fue a correr el pestillo para salir.

—Pero sí sé lo que puso Lidia —dijo picarona.

Dani se quedó con la mano en alto, esperando que desembuchara. Ella lo miraba divertida dentro de la borrachera que llevaba. Se llevó una mano a la boca, tapándola parcialmente, como si eso hiciera menos grave que delatara a su amiga.

—Lidia puso que le ponía hacérselo con Eva —sonrió como una chiquilla que acaba de hacer una trastada.

Levantó las cejas, sorprendido. —Así que fue Lidia. Qué cosas. Todos pensaron que había sido yo —se lamentó.

—Sí, todos lo pensaron, pero tú pusiste lo de follar con la prima de tu novia. —Le guiñó un ojo y le dio un pequeño golpe con la cadera—. Conmigo.

Estuvo a punto de sacarla de su error, pero pensó que, después de todo lo que había contado, podría hacerle sentir mal, así que decidió hacer esa pequeña concesión. Al fin y al cabo, tampoco era del todo mentira. Sonrió e hizo un repaso mental de las confesiones que conocía.

—Entonces, ¿quién puso lo de “Chupársela a Aníbal delante de mi novio y después, follar con él a solas”? —Contaba con los dedos cada una de las chicas eliminadas—. Solo pudo haber sido Celia, pero ella no tiene novio.

—No sé. Es una chica muy rara. Igual lo hizo para vacilar.

Y con eso, las dudas sobre Alba y Aníbal, seguían en el mismo sitio. Martina emitió un gemido. Cada vez se encontraba peor, por lo que decidió sacarla de allí.

Al salir, se encontraron con Lidia que hacía cola en el aseo de las chicas. Puso cara de pena cuando vio la tez pálida de su amiga. Dani se la pasó para que se hiciera cargo de ella e inmediatamente la llevó hacia afuera.

Volvió a la barra junto a Marcos. Seguía hablando con el gordo Rocho. Éste, se apoyaba con los codos hacia atrás. Al llegar hasta él, se acercó a su oído.

—Acabo de estar con tu novia —dijo casi gritando para hacerse oír—. Lleva un buen pedal. La he dejado con Lidia.

Su amigo puso cara de preocupación. Dani hizo un gesto con la mano para tranquilizarlo. —Han salido afuera, para tomar el aire. No te preocupes. Ya ha vomitado todo el alcohol que llevaba en el cuerpo.

Marcos asintió y le dio las gracias. —Voy a ver cómo está.

Dani se quedó con Rocho en la misma situación incómoda que antes de irse. Su bebida continuaba en el mismo sitio donde la había abandonado. Se hizo con el vaso y, antes de llevarlo a la boca, lo miró con curiosidad. «Juraría que ahora está más lleno que cuando lo dejé», pensó.

Mientras esperaba a que Marcos regresara, repaso visualmente el local. Cada vez había más gente. Levantó la cabeza para comprobar que Alba seguía bailando con el resto de chicas “supervivientes” cuando, una voz conocida, resonó a su lado.

—Vaya, vaya. Qué casualidad, el fotógrafo.

La rubia platino y sus amigas acababan de llegar a la barra. Al haber poco espacio, se había colocado muy pegada a él. Tanto, que quedó encajonado entre ella y el corpulento Rocho. Éste, terminó por bajarse de su taburete y desplazarse a un lado para hacer sitio. El hueco lo aprovechó otra de las amigas por lo que, en un abrir y cerrar de ojos, se quedó rodeado de todas ellas. Tan risueñas como en el restaurante, pero un poco más borrachas.

Todo el mundo miraba a aquella chica despampanante, auténtica belleza. Sin embargo, ella solo ponía su atención en él sin dejar de hablar demasiado cerca de su cara.

—¿Y tu novia la estirada?

—No sé de quién me hablas —contestó.

—Qué galán. Ya no quedan tontos así.

Sin mostrar un ademán de disgusto, pero tampoco sin molestarse en decir nada, se giró y le dio la espalda. Levantó la cabeza, oteando, intentando ver a Alba.

—Perdona —dijo ella—. Me estaba metiendo contigo en broma. No quería ofenderte.

—No lo has hecho —dijo sin girarse—, te puedes morir tranquila.

—En serio, lo siento. —Puso una mano en su hombro y mostró una cara de una honda sinceridad—. Deja que te invite a algo para compensar.

—Ya estoy tomando algo, pero gracias. —Levantó su vaso a la altura de su nariz, pero sin mirarla, haciendo sonar los hielos.

—Os invito yo a todas —dijo Rocho con su vozarrón.

Dani se lo quedó mirando. No sabía muy bien qué pintaba aquel tipo allí. Las chicas lo celebraron cuando sirvieron las consumiciones. Sin saber cómo, se vio con otro combinado en la otra mano.

—Pero, si todavía no he acabado el anterior —protestó.

Rocho no le permitió negarse y le obligó a aceptarlo, conminándolo a que bebiera más rápido. Ágata, seguía a su lado.

—Qué generoso es tu amigo.

—No estoy muy seguro de que sea amigo mío. La verdad, hasta hoy no le había visto nunca.

—Pues está claro que le has caído muy bien.

Dani arrugó la frente. Ese personaje tan extraño no dejaba de mirarle y de sonreír como un retrasado.

—Oye, en serio —insistía ella—. Perdona por meterme con tu chica. Solo quería picarte. Para vacilar contigo, ya sabes. Pensaba que eras de los que les gusta que les den caña.

—¿Me has visto cara de masoca? —dijo con el vaso a punto de tocar sus labios.

Ella apoyó un codo en el hombro de Dani que volvía a estar sentado. Después, posó su mejilla en la palma de la mano. En esa posición, sus caras quedaban muy cerca la una de la otra. —La he visto a ella y lo he deducido.

Sonrió travieso, escondiéndose detrás de un trago. Aunque no le gustara, tenía que reconocer que la había calado a la primera.

—Tiene mucha suerte de tenerte —dijo mirándolo fijamente a los ojos.

Sostuvo su mirada mientras tragaba, preguntándose por las intenciones de aquella chica escultural. Estaba, a todas luces, muy fuera de su alcance y, sin embargo, su interés en él era más que evidente. Además, Rocho estaba invitando a todas las rondas. Daba la impresión de que, por fin, todos los astros se habían conjurado para que pasara una noche perfecta de combinados y buena compañía.

Y entonces, todavía con líquido en la boca, apartó el vaso de su cara y lo miró con detenimiento durante varios segundos. Acto seguido, giró la cabeza intentando ver a Alba. De nuevo, el corpachón de Rocho le tapaba la visión. Dirigió la vista hacia la entrada, intentando encontrar a Marcos. Éste, seguía sin aparecer.

—Perdona —dijo con los labios casi pegados a los de ella—, ¿me esperas un momento? Necesito ir al baño urgentemente.

Dejó el vaso sobre la barra y se giró hacia Rocho, intentando hablarle al oído. —Oye, necesito ir al baño. Cuídame el vaso, porfa. Y no dejes que estas tías se vayan. Creo que a esta rubia la tengo en el bote. Vuelvo echando leches.

Salió escopetado entre la gente, pero en lugar de dirigirse al baño, fue donde estaban Alba y las demás bailando.

No las encontró, como se temía.

Resopló de rabia y salió a la calle, esperando encontrarse en la entrada con Marcos y Martina. Tampoco hubo suerte. Debían estar cerca pasando la borrachera, así que caminó a un lado y a otro intentando verlos sentados en algún banco.

Nada. Ni ellos ni ninguno de los otros.

Comenzó a pensar en dónde podrían haber ido. Las únicas opciones eran algún otro bar o la casa de alguien que no viviera muy lejos. Optó por la primera opción y se dispuso a recorrer cada uno de los locales a la carrera. Había vuelto a quedarse solo.

«Por mis huevos que ésta no me la volvéis a jugar», se dijo.

Dobló la esquina justo cuando un coche pasaba junto a él. Al sobrepasarlo, frenó bruscamente. Reconoció el lujoso vehículo al instante, era el de Aníbal. La ventanilla del copiloto se abrió y dentro apareció… Alba.

—Dani, ¿pero qué haces aquí?

Tenía los ojos vidriosos por culpa de la bebida. Sonreía feliz con los brazos cruzados por fuera de la ventanilla. Dani cogió aire y lo espiró con lentitud, dándose tiempo para no soltar una mala contestación.

—Buscarte. ¿No habíamos dicho que nos íbamos en cuanto acabaseis de bailar?

Ella lo miró contrariada.

—Pensaba que estabas con Marcos. Quico nos ha dicho que habíais ido a casa de Aníbal en su coche —respondió—. Ha preparado una fiesta en honor a los novios. Ahora salíamos para allá a reunirnos con vosotros.

Aníbal, al volante, le observaba taciturno. Asentía con la cabeza corroborando sus palabras. Pero para Dani era evidente que no contaban con él en su fiesta particular y, de no ser por Alba, ahora no estaría allí parado. Lo odió más que nunca.

—Pues ya ves que no. —Intentaba no parecer enfadado—. Bueno, qué, ¿nos vamos a casa?

—Ay, cari, es que… Un poquito más, ¿vale? Y así vemos la casa de Aníbal.

—Alba… —Iba a ponerse serio, pero en su cara de súplica, vio algo que le hizo dudar.

Algo oscuro.

Ella había accedido a no acudir a la boda de su prima por él. Un gesto muy grande que había hecho antes de conocer lo de la mamada de Cristina. Si además ahora, él se empeñaba en privarla de aquella fiesta de despedida con sus amigos de la infancia, era posible que terminara enfadándose.

Tenerla cabreada con las venas llenas de alcohol no era buena idea, y menos en aquel momento. Así que, agotado el pulso de miradas, optó por claudicar y unirse a la fiesta. Era mejor estar cerca de ella, que no estar.

—Está bien, voy con vosotros.

Su novia exclamó de alegría y alargó los brazos atrayéndolo hacia sí para besar sus labios con pasión. Su alcohol en sangre subió dos grados por culpa de aquel beso.

—Tendrás que ir con Gonzalo y Gloria. Aquí no cabes —dijo Aníbal señalando hacia atrás con el pulgar.

En efecto, en los asientos traseros estaban Celia y León que lo saludaron con una mano. Y no había hueco para un quinto pasajero en aquel coche de superlujo.

Tras ellos, con los intermitentes de avería, estaba el coche de Gloria y su marido, esperando a que Aníbal reiniciara la marcha para ir tras él. Ellos tenían espacio de sobra en su todoterreno.

—Déjame un momento tu móvil —pidió Dani.

—¿Para qué?

Por toda respuesta, sonrió y guiñó un ojo. Alba estaba demasiado borracha para hacer averiguaciones, así que se lo ofreció sin hacer más preguntas. Cuando lo tomó, estuvo a punto de dibujar el patrón correcto. En su lugar, se lo devolvió como estaba.

—¿Me lo desbloqueas?

—Ah, sí, perdona.

Ya libre, se lo ofreció de nuevo. Dani tecleó con rapidez y se lo devolvió. —Ya está.

Ella lo miró un instante antes de volver a guardarlo.

—Nos vemos allí —dijo Aníbal que ya aceleraba.

Dani, en medio de la calle, fue hacia el coche de Gonzalo y se apoyó en la ventanilla. —Yo también voy a la fiesta, pero mejor os sigo con mi coche. Esperadme aquí, no tardo nada.

Gonzalo y su mujer intercambiaron una mirada.

—Puedes venir con nosotros. Tenemos hueco detrás.

—Mejor no. Alba y yo volveremos pronto y no queremos molestar para que nos traigáis de vuelta.

Su coche se encontraba en el mismo aparcamiento de donde venían ellos. Una vez dentro, maniobró hasta colocarse detrás de Gonzalo. Le dio las largas y éste inició la marcha.

Después de pasar varias calles, Gonzalo se saltó un semáforo en rojo que Dani no se atrevió a atravesar. Tamborileando con los pulgares en el volante, esperó ansioso a que se pusiera en verde. Al hacerlo, salió veloz para alcanzarlo, pero fue en vano. Gonzalo había desaparecido y él se encontraba otra vez solo, perdido en medio de la ciudad, sin saber a dónde ir.

—Ya sabía yo que iba a pasar esto.

Paró en doble fila y sacó su móvil. Inició la aplicación GPS y buscó la señal de Alba que había activado en su teléfono vía WhatsApp. Enseguida apareció su posición en tiempo real. No le sorprendió que estuviera a mucha distancia en dirección contraria, alejándose a gran velocidad. Resopló resignado.

Giró en redondo y condujo hacia ella. Pronto el camino se hizo más estrecho y, paulatinamente, las curvas fueron cada vez más numerosas y angostas. Algo después, comenzó a subir algo parecido a un pequeño puerto de montaña.

—Madre de Dios. ¡Dónde vive este fulano!

Todavía le costó un buen rato llegar arriba. De noche cerrada, no se veía nada, pero estaba seguro que allí deberían tener las mejores vistas de todo el país. No así la cobertura que empezó a dar problemas.

Constantemente, la ubicación de Alba se paraba en el mapa para, de un salto, volver a recolocarse. Como si fuera avanzando a trompicones.

—Que no se me pierda, por Dios.

Pero Dios no le escuchó. El GPS le indicó que había llegado a donde estaba ella, pero allí no había nadie. Parado en la carretera, en la última posición recibida, esperó a ver si se actualizaba. No hubo suerte.

«Mierda puta».

Decidió continuar por aquella carretera estrecha. Tampoco había más opciones. Aún tuvo que ascender un poco más antes de ver otra cosa que no fuera la oscuridad de la noche.

Encontró una desviación hacia lo que parecía una edificación iluminada. Decidió tomarla y llegó hasta unas enormes verjas metálicas que daban acceso al interior de la finca de un casoplón. Se atrevió a entrar a lo que parecía un gran aparcamiento asfaltado. Estaba lleno de vehículos y no le costó reconocer enseguida los de Aníbal y Gonzalo. Se llevó la mano a la nuca y se rascó la cabeza.

—Esto no es una fiestecilla privada. Es un puto cotillón.


Fin capítulo XXXIX
 
Está claro que Dani se subestima porque la realidad es que atrae a muchas mujeres.
Si no estuviera con Alba seguro que estaba con otra buena chica sin problemas.
No creo que se subestime, ya que realmente es un idiota y cualquiera que esté con él pierde

Es una combinación de pelele, idiota y mala suerte.
 
Dani no es tontoo... nooo... Dani supera el adjetivo con crecesss... no sé que espera para dejar a Alba. Que tipo de novia se va con un amigo y deja olvidado al novio una y otra y otra vez, y para colmo sin avisarle y sin decirle la direccion o lugar.
Yo ni lo pensaria, cogeria la maleta y marcharia sin ella y que la follaran sin problemaaa.... no la volveria a ver.
 

La casa de Aníbal​


Su coche era pequeño pero de gama alta, acorde con el estatus de Alba. Sin embargo, al lado de aquellos vehículos, quedaba tremendamente deslucido. Al bajarse, recorrió con la vista el lugar. El patio delantero era enorme. El camino por el que había llegado desde la enorme verja, atravesaba un gran jardín antes de alcanzar la fachada principal. Un precioso porche techado, daba un aspecto señorial al edificio.

Le sorprendió ver, algo alejada de la casa, una gran piscina de salto para hacer clavados. Estaba delimitada por un pequeño seto que no llegaba a las rodillas. Al acercarse, observó que debían estar reparándola puesto que había gran cantidad de material de construcción apilado en uno de sus laterales. El agua verdosa apenas cubría una pequeña porción de toda su altura. Le llamó la atención su gran profundidad. Al fijarse en los muros, se dio cuenta de que habían retirado las escalerillas y dio un paso atrás por acto reflejo. No quería caer allí accidentalmente y pasarse la noche esperando a que alguien lo viera para lanzarle una cuerda.

Su primera intención fue la de llamar a Alba, pero en el móvil no había ni una raya de cobertura.

—Tendrá mucho lujo, pero lo que se dice comunicación…

Se subió el cuello de la chaqueta. En aquel sitio empezaba a hacer frío. Se notaba que estaban a gran altitud y ésta se hacía notar más que nunca. Pronto, a medida que se metiera la noche, la temperatura descendería aun más.

Dirigió sus pasos a la casa y subió los escalones que ascendían al porche hasta plantarse frente a la puerta principal. Lo primero que notó al atravesarla fue el calor golpeando su cuerpo. Y no solo el de la estancia, sino también el humano. Un montón de gente bailaba al son de la música, perfectamente audible desde fuera. La parte baja de la casa era un espacio diáfano, libre de obstáculos y paredes, parecido a una gran discoteca.

Repasó con la mirada por encima de las cabezas antes de bajar los dos escalones que le mezclarían entre la gente. Una mano se levantó entre todas ellas para llamar su atención. Su novia hacía señas, jovial, para que se acercase donde estaban ella y Aníbal. Se abrazó a él y lo besó nada más llegar hasta ellos.

—Pensaba que no venías.

—Tuve que ir a por nuestro coche y luego me despisté un poco.

Ella sonrió de medio lado como quien conoce perfectamente las debilidades de una persona y se las está echando en cara con la mirada.

—Sé que no te gustan nada estas fiestas, empezaba a pensar que te habías arrepentido.

—¿Y permanecer separado de ti? —levantó una ceja—. Jamás.

—Solo un ratito y nos vamos. Te lo prometo.

Dani miró el reloj y se preguntó, con pesar, a qué hora amanecería en aquel lugar.

—Joder, estás aquí. —La voz era de Gonzalo y llegaba acompañado de Marcos—. Pensaba que te había perdido. He visto que no venías detrás nada más aparcar. Gloria y yo nos hemos pegado un susto de muerte. Justo acabo de decirle que iba a salir a buscarte.

—He tenido que parar en un semáforo y por eso me he quedado descolgado —dijo con el tono más inocente que pudo—. Pero después, me he guiado por la intuición. Era solo seguir la carretera, montaña arriba. Además, las luces de vuestro coche se veían desde lejos.

Gonzalo lo miraba entre el asombro y el recelo mientras él sonreía cordial. Si pensaba tomarlo por tonto, no le iba a hacer pensar lo contrario.

—Ey, vente a tomar algo —dijo Marcos— y así te presento a más gente.

—¿Y Martina? —preguntó buscándola con la vista detrás de él.

—Se ha quedado con Lidia. Estaba fatal y no iba a poder seguir la fiesta. Las he subido a un taxi para que la lleve a su casa.

En realidad, Dani trataba de echarle en cara que no hubiera vuelto con él en lugar de dejarlo tirado con Rocho. Pero Marcos, con los ojos vidriosos por el alcohol, no se dio por aludido y quiso llevarlo a la zona donde se apilaban las bebidas.

—Si no te importa, me quedo con Alba.

Nueva sonrisa amable que ocultaba a la perfección lo harto que estaba de bailar al son de los demás. Una cosa tenía clara, ni por asomo se iba a separar otra vez de su novia.

—Aníbal nos iba a enseñar la casa —le dijo ella—. ¿Vamos?

—Pero primero tomamos algo, ¿no? —contestó él, saliendo al paso—. Que no se diga que le racaneo las bebidas a mis invitados.

Allí dentro hacía un calor húmedo que hacía sudar. Dejó la chaqueta en uno de los percheros y se fueron los cinco hacia una especie de barra repleta de botellas, vasos, hielos y toda clase de complementos para preparar cualquier combinado que existiera en la faz de la tierra. Gonzalo se colocó detrás y fue preparando y extendiendo bebidas a cada uno.

—Para mí un kas de limón —pidió Dani.

Marcos le pasó la copa que le ofrecía Gonzalo.

—Esto no es kas —se quejó.

—Es tónica —respondió Gonzalo mientras preparaba la siguiente bebida bajo el mostrador—. Pero le he puesto una rodaja de limón, así que, es casi lo mismo.

Dani dio un sorbo y arrugó la cara desde la barbilla a la frente.

—¿Limón y qué más, alcohol de quemar?

Gonzalo lo miro travieso.

—Ginebra, más bien.

Todos rieron al tiempo que él resopló, pero no protestó. Sabía que sería inútil insistir. Era una fiesta de despedida por lo que, no beber hasta morir, estaba mal visto. Y no dejarían de acosarlo para que acabara como una cuba, igual que el resto. En su lugar, decidió que alargaría aquella copa lo que quedaba de noche, dando sorbos minúsculos para que nadie sospechara que apenas ingería un trago.

Algo alejados, un grupo de chicos no paraban de reír a mandíbula partida. Se dio cuenta de que, entre ellos, estaba León. Habían hecho un corro y todos miraban a alguien que, con los talones pegados a la pared, trataba de tocarse los pies sin doblar las rodillas. Era cómico ver a aquel muchacho haciendo aspavientos para no caer hacia adelante perdiendo el equilibrio.

—Típicos juegos de noche de fiesta cuando vas todo pedo —explicó Marcos—. León está en su salsa.

Avanzó unos pasos para observar mejor. Sabía que, a menos que tuviera el culo carpeta y unos zapatos de payaso, era imposible hacerlo sin caer hacia adelante. Se rió cuando el siguiente candidato probó suerte.

Dio un pequeño sorbo a su bebida notando el alcohol abrasar su esófago. Puso los ojos en blanco y sintió un escalofrío. Estaba fuerte de narices.

Sin embargo, algo, además del alcohol, le hizo fruncir el ceño. Había un regusto del que antes no se había percatado. Un sabor que no tardó en reconocer dada su profesión.

Ketamina.

La ketamina es un anestésico para uso veterinario que, en ocasiones, también se utiliza en el quirófano. En dosis subanestésicas, tiene un elevado potencial alucinógeno y un efecto disociativo que hace de ella una de las drogas más demandadas del mercado ilegal.

Se giró hacia su novia y los otros, observándolos con detenimiento.

Aníbal, absorto en ella, la escuchaba con una sonrisa que le cruzaba la cara. Marcos y Gonzalo, ahora algo más alejados, mantenían una discusión sobre algún conocido de la zona. Todos con sus copas a medio vaciar.

Ninguno de ellos parecía adormecido, desorientado o con la vista perdida, por lo que sospechó, que el único al que querían ver dormir como una morsa al sol, era a él. Movió su copa ligeramente, haciendo girar el líquido.

—Me estoy meando —les dijo a los cuatro—. ¿Dónde está el baño?

Solo Alba y Aníbal le hicieron caso. Los otros dos, seguían a lo suyo, empezando a levantarse la voz.

—Al otro lado, en mitad de un pasillo que llega hasta la cocina —explicó Aníbal, solícito.

Después de pedirle a Alba que lo esperara allí, salió hacia el aseo. Uno de los efectos de la ketamina es el incremento de la presión arterial y el pulso cardiaco. Se llevó dos dedos al cuello intentando notar los latidos. «Parece normal».

Caminó despacio. El anestésico tiene un efecto rápido si se administra por vía intravenosa, pero lento si es oral. Cuando llegó al baño, se cerró por dentro y vertió la bebida por el lavabo.

«Necesito pastillas de cafeína, por si acaso». Buscó entre los cajones y baldas del armario por si guardaban allí los medicamentos.

No tuvo esa suerte. Lo único que encontró fue sal de frutas, lo que le dio una idea.

Recogió los hielos y la rodaja de limón y la volvió a meter en la copa. Después, rellenó con agua y disolvió dos pastillas. Al removerlo, tomó un aspecto parecido al de un gin-tonic con sus burbujas y todo.

«Perfecto».

Encontró a los cuatro en el mismo sitio. Ahora sí que se fijaron en él. Dani resopló con los ojos medio cerrados.

—Uf, creo que voy borrachísimo.

Todos lo miraron extrañados.

—Pero si no has bebido nada —saltó Alba.

Se encogió de hombros y puso cara de niño bueno. Después, permaneció a su lado, atendiendo a la conversación que mantenía con Aníbal. De vez en cuando, bebía el agua con bicarbonato de su copa y se fijaba si alguno lo miraba más de la cuenta. Nadie se comportaba de manera sospechosa. O ninguno sabía nada (y había sido una casualidad que Gonzalo mezclara por error alguna sustancia de la barra) o todos eran muy buenos actores.

León seguía con sus juegos. Ahora estaban intentando saltar de una forma extraña. Uno a uno, se ponían en cuclillas y, tras unos segundos, intentaban saltar en vertical. Sin embargo, sus pies no se separaban del suelo. El resto, se partía de risa.

—Si vacías los pulmones y metes tripa, es imposible hacerlo —explicó León que se juntó con ellos—. Tu cuerpo te impide hacer fuerza.

—Venga ya —rebatió Gonzalo.

—Prueba —retó éste.

Todos se pusieron en corro cuando Gonzalo avanzó unos pasos. —Sujétame la copa— dijo. Se acuclilló en medio de todos, vació el aire de sus pulmones y metió tripa. Después, saltó con todas sus fuerzas.

Se levantó como un muelle, pero no consiguió que sus talones despegaran del suelo, un estallido de carcajadas sonó entre todos, Gonzalo incluido.

—Joder, es increíble —decía Gonzalo—. No puedo saltar.

Marcos lo palmeó en la espalda mientras reía con él. Aníbal y Alba se sujetaban el uno al otro para no caer de la risa.

—Ahora tú, Dani, prueba —dijo León.

—Paso.

—Venga, si es para reírnos un rato.

Intentó resistirse, pero incluso Alba aplaudía a coro con los demás, “que lo intente - que lo intente”. Al final, accedió obligado. Ella se ofreció a guardar su bebida mientras lo intentaba.

—Mi novio es muy hábil —le dijo al resto—. Seguro que él sí puede. Ánimo, cariño.

Estaba seguro de que eso era una tontería y que él no iba a tener problema en saltar por mucho que metiera barriga. No obstante, le iba a tocar pasar por el trámite. Así que se colocó en cuclillas donde había estado Gonzalo. Espiró todo el aire de sus pulmones, metió barriga y… saltó.

Sus pies sí se elevaron en el aire, y mucho. Lo malo vino inmediatamente después.

Nada más comenzar el vuelo, noto que agarraban su pantalón por los costados y tiraban hacia abajo con fuerza. Ahí llegaba la verdadera broma.

Al haber metido tripa, la cintura del pantalón quedaba floja, por lo que la exhibición de su desnudez de cintura para abajo estaba asegurada. La inercia ascendente del cuerpo facilitaba todo lo demás.

Pero esta vez, su polla no iba a volver a ser el foco de sus miradas. En primer lugar, los pantalones de Dani, estaban bien sujetos a su cintura. Además, por acto reflejo, había levantado un talón con fuerza, propinando una soberana coz en la cara del gracioso que tenía detrás.

El inicio de lo que iba a ser un estallido de risas, mutó en una exclamación general de espanto. Y es que León yacía de espaldas en el suelo con los ojos desorbitados como un grogui recién levantado de la siesta. De su nariz empezaron a brotar dos hilos espesos de sangre.

Intentó incorporarse de forma patosa, como un boxeador sonado, pero varios lo obligaron a que se quedara sentado donde estaba. El resto, miraba a Dani como si fuera un asesino.

«No entiendo por qué ahora no se ríen», pensó con sorna.

Alba, que se había colocado junto a él, puso una mano en su hombro, interrogándolo con la mirada.

—Ay, cari, menudo susto. ¿Qué tal estás?

—No tenía ni idea de lo que iba a hacer —susurró cariacontecido—. Te juro que ha sido sin querer. Dios, pobre León. No sabes cuánto lo siento.

Ella chasqueó la lengua.

—Si no estuviera siempre haciendo sus puñeteras gracietas.

Se quedaron mirándolo con cara de circunstancia. La gente se volcaba en León, preocupándose por su estado y preguntándole tonterías que no le ayudaban en nada. Su nariz seguía sangrando, tiñendo de rojo su barbilla y poniendo perdida su camisa.

—Igual deberías ayudarle —dijo Alba.

—Porque trabajo en un hospital, claro.

Alba sonrió, cómplice, pero puso carita de súplica para ablandarlo y que se apiadara de él. Pese a su intento de broma cruel, no dejaba de ser alguien con una herida sangrante que necesitaba ayuda.

Dani no quería ayudarlo. Quería que se desangrara delante de todos y muriera con dolor, pero prefirió no quedar como el malo de la película delante de Alba. Al final, suspiró resignado y dio un paso adelante.

—A ver, yo me encargo —dijo apartando a la gente—. Tiene una hemorragia severa, pero la solución es sencilla. Vamos, colega, acompáñame al baño.

Lo cogió por debajo de una axila y tiró de él para levantarlo.

—Ahora vuelvo, ¿vale? —le dijo a Alba—. Me llevo esto.

Tomó su bebida de la mano de su novia y se llevó a León con él. Cuando llegaron al baño, lo colocó frente al lavabo.

—Lo primero, es aplicar frío en la zona transnucal. El frío es vasoconstrictor y reduce la hemorragia.

Dicho lo cual, empapó de agua la nuca de León y parte de la espalda que, entre el pedal que llevaba y el golpe en la nariz, seguía completamente aturdido.

—Bien, ahora colocaremos un apósito en la zona afectada, ¿entiendes?

—¿Eh?

—Perfecto.

Cogió la toalla más grande que vio, la dobló dos veces y se la plantó en la cara.

—Sígueme.

Lo llevó hacia afuera, tirando de él entre la gente hasta llegar a la puerta principal. Una vez fuera, lo apartó hasta un lateral de aquel porche techado. Depositó su copa en una de las mesas de exterior y le hizo sentar sobre la barandilla. A esas horas, ya hacía un frío del demonio.

—El frío es bueno, ya lo hemos dicho. Ahora levanta el brazo izquierdo por encima de la cabeza. Eso hará que el corazón se ralentice, lo que bombeará menos sangre hacia tu nariz.

—Eh, sí, sí, claro —dijo obedeciendo en el acto.

—Tienes que respirar por la nariz hacia afuera, fuerte, intentando que no se obstruyan las vías por culpa de un coágulo. Así que, de vez en cuando, te suenas en la toalla, para que la sangre no te entre en los pulmones.

—Ah, vale.

—El caso es éste. El golpe ha provocado una vasodilatación periférica y la alteración de la distribución sanguínea que puede desembocar en hipoxemia cerebral. Lo que te puede provocar debilidad, aturdimiento, palidez, sudoración, frialdad de manos y pies, y pérdida de conciencia… Por eso es importante que permanezcas así hasta que yo vuelva.

—Sí, sí… Vale, sí.

Dani nunca había dicho una cantidad de tonterías tan grandes, pero no había podido resistirse. En las charlas que daba ocasionalmente, nunca se había cansado de repetir que, cuando se tiene una hemorragia por la nariz, lo único que se debe hacer, es algo tan sencillo como apretar el orificio nasal correspondiente con un dedo. Punto. Con ello, se tapona el sangrado. Todo lo demás, son leyendas urbanas.

—Vuelvo enseguida. Espérame y no te muevas de aquí.

—Si… espero —contestó con la voz amortiguada por la toalla que tapaba su cara.

—Y no bajes el brazo por nada del mundo.

«Gilipollas».

Le dejó de aquella guisa y entró en la casa, zambulléndose entre la gente hasta llegar donde estaba Alba. Sin embargo, allí solo vio a Gonzalo y Marcos.

—¿Y mi novia?

—No sé. Con Aníbal, creo —dijo Marcos—. Ha ido a enseñarle la casa. Vuelven enseguida.

—Igual voy a buscarlos.

—Vale. Nosotros estaremos por aquí por si te aburres —gritó por encima de la música—. ¡Ey!, ¿y tu copa?

Recordó que la había dejado fuera, junto a León.

—Ya me la he bebido —improvisó.

—Ah, pues aquí no puedes andar con las manos vacías. Ahora mismo te ponemos otro kas de limón.

Gonzalo, que estaba al lado, fue hasta la barra y preparó con rapidez otro combinado que le pasó a Marcos. Éste, se lo puso en la mano sin dejar que lo rechazara.

—Joder, me vais a matar. Llevo un rato que no soy capaz de dar un paso. Parece como si… me cayera de sueño.

En esta ocasión, sí observó cierta sonrisa contenida en ambos amigos. Cruzaron la mirada de manera fugaz.

«Qué cabrones —se dijo—. Los dos».

Se llevó la copa a los labios y simuló beber, inflando un poco los mofletes para hacerlo más creíble. Después, se metió entre la gente, sorteándolos para intentar alejarse hacia alguna parte.

Se paseó por toda la planta inferior, intentando distinguir a Aníbal. Con su altura, sería fácil ver su cabeza sobresalir, pero no hubo suerte.

Encontró unas escaleras que daban acceso al piso de arriba y decidió subir. Al acercarse, se topó con Rocho que bebía apoyado en la pared junto a ellas. Dani puso los ojos en blanco. No esperaba volverlo a ver. Éste, lo observó mientras se acercaba.

Se colocó de frente a él, manteniendo el pulso de su mirada.

—¿Has visto a Aníbal?

Por toda respuesta, el grandullón llevó su vaso a la boca sin dejar de mirarlo fijamente. Ya suponía que no iba a obtener nada de él. Le pareció que ahora era incluso más raro que antes. Lo sorteó y comenzó a subir los escalones.

—Se van a follar a tu novia —le dijo cuando estaba a media altura.

Por un instante dejó de subir. Sabía que lo decía para provocarlo por lo que había pasado en la discoteca, pero eso no lo hacía menos hiriente. Respiró hondo y decidió pasar de él.

Al llegar arriba, se encontró delante de un pasillo en semioscuridad. Había una fila de interruptores en la pared. Pulsó el primero de ellos y algunas luces del techo se encendieron. Pulsó el segundo y un nuevo tramo de luces iluminó la zona del fondo.

«Así mejor», se dijo.

Caminó por la planta superior. Era enorme, pero parecía vacía. Recorrió cada una de las habitaciones, abriendo y cerrando puertas de cada cuarto. Allí no estaba Alba.

Salió al exterior por una puerta que daba a una terracita en la parte de atrás de la casa. Desde ella, y por una escalera, bajó de nuevo al jardín trasero del casoplón. Tampoco había nadie allí, solo la poca luz de unas farolas minimalistas. Decidió bordear la casa por la derecha hasta volver a la entrada principal.

«Tal vez ya hayan vuelto».

En su camino, pasó junto a lo que parecía un cobertizo o una casa de la piscina. Decidió indagar por si acaso. La puerta tenía una llave que la atrancaba. La descorrió y se introdujo dentro. Pulsó el interruptor, pero la luz no se hizo. Debía estar estropeada o sin corriente.

Decidió iluminarse con el móvil. Había algunos muebles y un armario. No parecía muy confortable y tampoco parecía que Alba pudiera estar allí. Al volver, se percató de que, en la puerta, no se podía acceder a la cerradura exterior. Si alguien lo cerrara estando ahí, no habría podido salir, quedándose atrapado hasta que lo liberaran desde fuera. Salió y continuó su camino hasta la puerta principal.

Al subir los escalones del porche techado se fijó en que León ya no estaba donde lo dejó.

«Pobre imbécil. ¿Habrá pillado la broma?».

Antes de entrar, vio la copa de bicarbonato que había dejado sobre la mesa exterior y recordó verter la mitad de la que tenía en la mano para que pareciese que se lo había bebido. Cuando atravesó la puerta, oteó entre la gente, intentando ver a su novia o, en su defecto, la cabeza de Aníbal, pero seguía sin tener suerte.

Intentó telefonearla de nuevo, pero la nula cobertura hizo que fuera tarea estéril. Cuando volvió a levantar la cabeza, vio a Marcos. Se había movido a una zona apartada, pero en esta ocasión no estaba con Gonzalo, sino con su mujer.

Él apoyaba una mano en la cintura de Gloria mientras hablaba demasiado cerca de su oído. Ella lo escuchaba con media sonrisa y un ademán complaciente.

—No encuentro a Alba. ¿Ha vuelto? —dijo de sopetón al llegar donde ellos.

Le pareció raro que Marcos se despegara de ella como si quemara. Gloria carraspeó y se pasó el pelo detrás de la oreja.

—No, pero, estaba con Aníbal —dijo Marcos—. Tranqui, ya aparecerá.

—En ese caso, yo me preocuparía —dijo Gloria burlona.

Dani levantó los labios por los bordes forzando una sonrisa mal disimulada. Hacer bromas, no era su fuerte. —Muy graciosa, pero, en serio, no la veo y empiezo a preocuparme. Habíamos quedado en volver pronto. Mañana nos espera un viaje muy largo.

Marcos se encogió de hombros. —Pasa de comerte la cabeza y disfruta, hombre. —Señaló su bebida—. Debe estar como la sopa. Espera, que te pongo otra.

—No, no, quita —dijo apartando la copa de su alcance—. Voy fatal, ¿sabes? No sé ni cómo aguanto de pie.

Con el corazón en un puño, se alejó antes de que volviera a liarlo. A estas alturas no dudaba de que Aníbal estaría intentando camelarla, refugiado en algún lugar escondido. Y tenía la impresión de que todos estaban por la labor de que lo consiguiera.

Hizo un repaso mental. Alba, medio borracha, acompañada del adonis que humedecía sus sueños; el resquemor de Cristina todavía caliente; y un Aníbal que sabía que ésta iba a ser su última oportunidad.

Tenía que encontrarla cuanto antes. A solas con él, era cuestión de tiempo que volviera bien follada. Así que, de nuevo, decidió recorrer cada rincón de aquel sitio como si le fuera la vida en ello.

Al llegar a la cocina se encontró con una cara conocida.

—¡Eva!, Joder, qué alegría verte.

—Ey, pero, ¿qué haces aquí? —Parecía más sorprendida que contenta—. Quiero decir… no te esperaba en esta casa.

Quico se acercó a ellos con su eterno vaso de alcohol en la mano. Por primera vez, lo vio sonreír al verlo. Pasó un brazo por encima de los hombros de su novia y lo saludó con un ademán de cabeza. Dani correspondió con un saludo parecido y volvió la atención a su amiga.

—¿Tú conoces esta casa? —preguntó a la desesperada—. ¿Me puedes ayudar a buscarla?

—No, tío —respondió Quico—. Estamos en medio de una cosa.

Eva había abierto la boca para contestar, pero la cerró en cuanto su novio abrió la suya. Puso ojos lastimeros, corroborando lo que decía su novio y pidiéndole que lo comprendiera. Dani asintió como buen amigo y se despidió sin perder tiempo. Había revisado la parte de arriba, ahora se centraría en la de abajo.

Un cuarto de hora después, el resultado era el mismo. Alba y Aníbal habían desaparecido de la fiesta.

Se le ocurrió que podría haber alguna habitación secreta parecida a la que tenían Gonzalo y Gloria e intentó adivinar dónde sería un buen sitio para encontrar algo así.

Deambulando por la planta baja, se plantó delante de lo que podía parecer la entrada a un sótano. La puerta estaba cerrada. Aun así, intentó una y otra vez girar la manilla. Al pegar la oreja, pudo percibir voces desde dentro, así que llamó con los nudillos. Nadie abrió.

Volvió a insistir y, por fin, la cerradura giró y dentro apareció… Gonzalo.

—Dani, ¿Qué haces aquí?

—Busco a Alba.

Pareció dudar, pero, tras unos instantes, decidió hacerlo entrar. No era un sótano, sino más bien un pequeño salón bien amueblado con cómodos sofás y un enorme cuadro impresionista coronando una de sus paredes. Media docena de desconocidos ocupaban los asientos bebida en mano. En una mesa central había multitud de cosas para picar, tabaco, algo que no era tabaco, bebidas, cajas de pañuelos…

Pero ni rastro de Alba.

Su presencia había provocado el silencio, solo roto por el sonido de una pequeña pantalla de televisión, apartada en el fondo a modo de decoración ambiental que mostraba a un toro corriendo por un ruedo. El público ovacionaba a un torero que lo capeaba con maestría.

—Somos viejos amigos —explicó Gonzalo al ver su cara de desconcierto—. En ocasiones como ésta, nos gusta juntarnos para charlar de tranquis, apartados del bullicio de ahí fuera. Ya sabes.

Aprovechó para presentarlo al grupo. —Este es Dani, el novio de Alba, la prima de Martina.

La cara de todos se iluminó y se levantaron a saludarlo como si fuera una estrella de cine. Uno de ellos le apretó la mano con fuerza sin dejar de zarandearla.

—¿En serio eres el novio de la tetas? —preguntó con voz engolada.

—¿La has visto? —preguntó con sequedad.

Gonzalo le lanzó una mirada asesina al amigo. —No te pases, Fonso, que estás hablando de su novia. Relaja un poquito.

Lanzó la misma mirada al resto como advertencia. Una cosa era estar borracho y puesto hasta las cejas y otra, faltar al respeto.

—Aquí todavía no la hemos visto, pero no nos importaría hacerlo —dijo otro desde el fondo. Gonzalo puso la misma cara de antes.

Hubo más comentarios que no entendió, pero, al parecer, su llegada había animado al personal. Cuando creyó haber visto suficiente, decidió continuar su búsqueda. Gonzalo lo acompañó hasta la puerta.

—Oye, estaremos aquí de cháchara y tragos toda la noche. Si te aburres…

—No, mejor os dejo solos, que veo que lo estáis pasando bien a vuestro rollo.

—Que se quede, hombre —gritó uno con tono de borracho. Alguien lo mandó callar.

Dani no tenía la mínima intención de perder el tiempo con un montón de gente que no conocía, así que no les molestó más y salió al pasillo. Mientras lo recorría de nuevo notó como alguien le tiraba del codo.

Era Eva.

—¿Todavía no la has encontrado?

Dani negó con pesar.

—¿Has mirado arriba? Hay habitaciones donde las parejas a veces…

No acabó la frase. Quería decir que existían cuartos donde se podrían encontrar apartados de las miradas de la gente, pero había sonado a otra cosa. Dani no se lo tuvo en cuenta.

—Deja que te ayude —pidió ella.

Lo guió escaleras arriba. En esa ocasión había alguna persona en el pasillo superior. Tal vez de vuelta de alguna de esas habitaciones íntimas. La planta era irregular, con ese corte actual que la hacía totalmente asimétrica. Encontraron despachos, librerías con amplios sillones y como no, dormitorios al uso.

—Tal vez en ese otro —dijo Eva.

Él ya había estado en cada uno de ellos, pero no obstante, probó de nuevo. Giró el picaporte y empujó la puerta. Nada más atravesarla, algo le cayó encima, golpeando su cabeza. Sintió cómo una masa pegajosa se deslizaba desde su coronilla hasta su cuello.

—Qué coño…

Eva lo miraba cariacontecida. Por lo visto, a alguien se le había ocurrido dejar preparada una broma por si un par de incautos entraban a utilizar el dormitorio. El resultado era que Dani tenía la cabeza empapada de un líquido azul que se le empezaba a escurrir por la nuca.

—Te ha puesto perdido —dijo con cara de circunstancia—. Joder, qué graciosos son algunos.

Dani cerró los ojos y soltó un suspiro al mirarse las manos con las que se había palpado el pelo. Lo que le faltaba.

—Pasa adentro —dijo ella tirando de su brazo—. Esta habitación tiene un baño. —Lo guió hasta la puerta del aseo—. Pégate una ducha. A ver si sale esa pintura con un poco de jabón.

—¿Un poco? Voy a tener que utilizar medio bote.

—Tranquilo. Yo te espero aquí. No me moveré hasta que salgas.

Se miró en el espejo. Parecía que se había corneado con un pitufo. No lo pensó más. Se desnudó y se metió en la ducha. Al menos tuvo la suerte de que aquel líquido salió con facilidad.

Cuando corrió la mampara al salir, se dio cuenta de que no había toalla. Peor aún, su ropa había desaparecido. Quizás Eva la hubiera cogido para limpiarla. Al salir del baño encontró la habitación a oscuras.

—¿Eva? —llamó en susurros—. ¿Estás ahí?

Avanzó, completamente desnudo, hasta el interruptor que estaba junto a la puerta de entrada, pero al dar dos pasos el cuarto se iluminó por sí solo.

Una docena de personas llenaba la habitación, quedando Dani en medio de todas ellas. El estallido de carcajadas fue inmediato. La razón no era su pelo (ya sin rastro de colorante azul), sino otra cosa de la que ya estaba más que harto de padecer.

Chicos y chicas, invitados que reconoció de aquella fiesta, lo miraban y señalaban algo que había detrás. Al girarse vio, con profunda desazón, el porqué.

Javier, el gasolinero guaperas y amigo de Gonzalo, aquel que había puesto su polla en los labios de Alba en la playa de Arenas, estaba borracho como una cuba. Se había bajado los pantalones mostrando su enorme polla. El tamaño era descomunal, casi como el de Aníbal. Movía las caderas a un lado y a otro haciéndolo pendular mientras se reía a punto de perder el equilibrio.

La comparación con su pene era lo que hacía dolorosa aquellas risas. Aun así, no intentó taparse ni volver al refugio del baño, el mal ya estaba hecho y esconderse solo lo ridiculizaría más. Pero la situación se hizo más dolorosa cuando descubrió a Eva entre los que se reían. Enrico, tenía su brazo por encima de sus hombros y ella correspondía abrazándolo por la cintura con ambas manos. Ella no se carcajeaba alegre; no vaciaba sus pulmones a causa de la situación desternillante. Sin embargo, participaba del jolgorio, compartiendo con el resto lo hilarante del momento.

Miraba a su novio y éste le miraba a ella, asintiendo con la cabeza por el trabajo bien hecho. Sin ella, la broma no habría sido posible. Solo cuando sus ojos se volvieron a cruzar con los de Dani, fue cuando éstos empezaron a perder brillo. Él la observaba fijamente, con el mismo semblante de aversión con el que miraba al resto.

Poco a poco, y solo a medida que se iba haciendo consciente de lo que había provocado, su sonrisa radiante fue mutando en un rictus de arrepentimiento mayúsculo y sus ojos dejaron de estar alegres.

Sus ojos.

Fin capítulo XL
 
Este Dani es MASOQUISTA. Le gusta que lo humillen... no se que hace ya con esa tiaa.. no le hace ni puto caso a su novio y prefiere irse con otro. En serioo, que se largue de ahí YAAA.. Que ni se moleste en encontrarla y regrese a su casa.
 
Este Dani es MASOQUISTA. Le gusta que lo humillen... no se que hace ya con esa tiaa.. no le hace ni puto caso a su novio y prefiere irse con otro. En serioo, que se largue de ahí YAAA.. Que ni se moleste en encontrarla y regrese a su casa.
Es consentidor de closet, en el fondo le pone la humillación y cuernos.

Pocas veces he leído sobre un personaje tan nauseabundo como Dani. No tiene límite.
 
Es consentidor de closet, en el fondo le pone la humillación y cuernos.

Pocas veces he leído sobre un personaje tan nauseabundo como Dani. No tiene límite.

Le veremos a cuatro patas enculado por el corneador de su novia mientras este la come el coño y entre los dos le humillan como lo que es.

O tragando lefa de su corneador.

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Última edición:

La casa de Aníbal​


Su coche era pequeño pero de gama alta, acorde con el estatus de Alba. Sin embargo, al lado de aquellos vehículos, quedaba tremendamente deslucido. Al bajarse, recorrió con la vista el lugar. El patio delantero era enorme. El camino por el que había llegado desde la enorme verja, atravesaba un gran jardín antes de alcanzar la fachada principal. Un precioso porche techado, daba un aspecto señorial al edificio.

Le sorprendió ver, algo alejada de la casa, una gran piscina de salto para hacer clavados. Estaba delimitada por un pequeño seto que no llegaba a las rodillas. Al acercarse, observó que debían estar reparándola puesto que había gran cantidad de material de construcción apilado en uno de sus laterales. El agua verdosa apenas cubría una pequeña porción de toda su altura. Le llamó la atención su gran profundidad. Al fijarse en los muros, se dio cuenta de que habían retirado las escalerillas y dio un paso atrás por acto reflejo. No quería caer allí accidentalmente y pasarse la noche esperando a que alguien lo viera para lanzarle una cuerda.

Su primera intención fue la de llamar a Alba, pero en el móvil no había ni una raya de cobertura.

—Tendrá mucho lujo, pero lo que se dice comunicación…

Se subió el cuello de la chaqueta. En aquel sitio empezaba a hacer frío. Se notaba que estaban a gran altitud y ésta se hacía notar más que nunca. Pronto, a medida que se metiera la noche, la temperatura descendería aun más.

Dirigió sus pasos a la casa y subió los escalones que ascendían al porche hasta plantarse frente a la puerta principal. Lo primero que notó al atravesarla fue el calor golpeando su cuerpo. Y no solo el de la estancia, sino también el humano. Un montón de gente bailaba al son de la música, perfectamente audible desde fuera. La parte baja de la casa era un espacio diáfano, libre de obstáculos y paredes, parecido a una gran discoteca.

Repasó con la mirada por encima de las cabezas antes de bajar los dos escalones que le mezclarían entre la gente. Una mano se levantó entre todas ellas para llamar su atención. Su novia hacía señas, jovial, para que se acercase donde estaban ella y Aníbal. Se abrazó a él y lo besó nada más llegar hasta ellos.

—Pensaba que no venías.

—Tuve que ir a por nuestro coche y luego me despisté un poco.

Ella sonrió de medio lado como quien conoce perfectamente las debilidades de una persona y se las está echando en cara con la mirada.

—Sé que no te gustan nada estas fiestas, empezaba a pensar que te habías arrepentido.

—¿Y permanecer separado de ti? —levantó una ceja—. Jamás.

—Solo un ratito y nos vamos. Te lo prometo.

Dani miró el reloj y se preguntó, con pesar, a qué hora amanecería en aquel lugar.

—Joder, estás aquí. —La voz era de Gonzalo y llegaba acompañado de Marcos—. Pensaba que te había perdido. He visto que no venías detrás nada más aparcar. Gloria y yo nos hemos pegado un susto de muerte. Justo acabo de decirle que iba a salir a buscarte.

—He tenido que parar en un semáforo y por eso me he quedado descolgado —dijo con el tono más inocente que pudo—. Pero después, me he guiado por la intuición. Era solo seguir la carretera, montaña arriba. Además, las luces de vuestro coche se veían desde lejos.

Gonzalo lo miraba entre el asombro y el recelo mientras él sonreía cordial. Si pensaba tomarlo por tonto, no le iba a hacer pensar lo contrario.

—Ey, vente a tomar algo —dijo Marcos— y así te presento a más gente.

—¿Y Martina? —preguntó buscándola con la vista detrás de él.

—Se ha quedado con Lidia. Estaba fatal y no iba a poder seguir la fiesta. Las he subido a un taxi para que la lleve a su casa.

En realidad, Dani trataba de echarle en cara que no hubiera vuelto con él en lugar de dejarlo tirado con Rocho. Pero Marcos, con los ojos vidriosos por el alcohol, no se dio por aludido y quiso llevarlo a la zona donde se apilaban las bebidas.

—Si no te importa, me quedo con Alba.

Nueva sonrisa amable que ocultaba a la perfección lo harto que estaba de bailar al son de los demás. Una cosa tenía clara, ni por asomo se iba a separar otra vez de su novia.

—Aníbal nos iba a enseñar la casa —le dijo ella—. ¿Vamos?

—Pero primero tomamos algo, ¿no? —contestó él, saliendo al paso—. Que no se diga que le racaneo las bebidas a mis invitados.

Allí dentro hacía un calor húmedo que hacía sudar. Dejó la chaqueta en uno de los percheros y se fueron los cinco hacia una especie de barra repleta de botellas, vasos, hielos y toda clase de complementos para preparar cualquier combinado que existiera en la faz de la tierra. Gonzalo se colocó detrás y fue preparando y extendiendo bebidas a cada uno.

—Para mí un kas de limón —pidió Dani.

Marcos le pasó la copa que le ofrecía Gonzalo.

—Esto no es kas —se quejó.

—Es tónica —respondió Gonzalo mientras preparaba la siguiente bebida bajo el mostrador—. Pero le he puesto una rodaja de limón, así que, es casi lo mismo.

Dani dio un sorbo y arrugó la cara desde la barbilla a la frente.

—¿Limón y qué más, alcohol de quemar?

Gonzalo lo miro travieso.

—Ginebra, más bien.

Todos rieron al tiempo que él resopló, pero no protestó. Sabía que sería inútil insistir. Era una fiesta de despedida por lo que, no beber hasta morir, estaba mal visto. Y no dejarían de acosarlo para que acabara como una cuba, igual que el resto. En su lugar, decidió que alargaría aquella copa lo que quedaba de noche, dando sorbos minúsculos para que nadie sospechara que apenas ingería un trago.

Algo alejados, un grupo de chicos no paraban de reír a mandíbula partida. Se dio cuenta de que, entre ellos, estaba León. Habían hecho un corro y todos miraban a alguien que, con los talones pegados a la pared, trataba de tocarse los pies sin doblar las rodillas. Era cómico ver a aquel muchacho haciendo aspavientos para no caer hacia adelante perdiendo el equilibrio.

—Típicos juegos de noche de fiesta cuando vas todo pedo —explicó Marcos—. León está en su salsa.

Avanzó unos pasos para observar mejor. Sabía que, a menos que tuviera el culo carpeta y unos zapatos de payaso, era imposible hacerlo sin caer hacia adelante. Se rió cuando el siguiente candidato probó suerte.

Dio un pequeño sorbo a su bebida notando el alcohol abrasar su esófago. Puso los ojos en blanco y sintió un escalofrío. Estaba fuerte de narices.

Sin embargo, algo, además del alcohol, le hizo fruncir el ceño. Había un regusto del que antes no se había percatado. Un sabor que no tardó en reconocer dada su profesión.

Ketamina.

La ketamina es un anestésico para uso veterinario que, en ocasiones, también se utiliza en el quirófano. En dosis subanestésicas, tiene un elevado potencial alucinógeno y un efecto disociativo que hace de ella una de las drogas más demandadas del mercado ilegal.

Se giró hacia su novia y los otros, observándolos con detenimiento.

Aníbal, absorto en ella, la escuchaba con una sonrisa que le cruzaba la cara. Marcos y Gonzalo, ahora algo más alejados, mantenían una discusión sobre algún conocido de la zona. Todos con sus copas a medio vaciar.

Ninguno de ellos parecía adormecido, desorientado o con la vista perdida, por lo que sospechó, que el único al que querían ver dormir como una morsa al sol, era a él. Movió su copa ligeramente, haciendo girar el líquido.

—Me estoy meando —les dijo a los cuatro—. ¿Dónde está el baño?

Solo Alba y Aníbal le hicieron caso. Los otros dos, seguían a lo suyo, empezando a levantarse la voz.

—Al otro lado, en mitad de un pasillo que llega hasta la cocina —explicó Aníbal, solícito.

Después de pedirle a Alba que lo esperara allí, salió hacia el aseo. Uno de los efectos de la ketamina es el incremento de la presión arterial y el pulso cardiaco. Se llevó dos dedos al cuello intentando notar los latidos. «Parece normal».

Caminó despacio. El anestésico tiene un efecto rápido si se administra por vía intravenosa, pero lento si es oral. Cuando llegó al baño, se cerró por dentro y vertió la bebida por el lavabo.

«Necesito pastillas de cafeína, por si acaso». Buscó entre los cajones y baldas del armario por si guardaban allí los medicamentos.

No tuvo esa suerte. Lo único que encontró fue sal de frutas, lo que le dio una idea.

Recogió los hielos y la rodaja de limón y la volvió a meter en la copa. Después, rellenó con agua y disolvió dos pastillas. Al removerlo, tomó un aspecto parecido al de un gin-tonic con sus burbujas y todo.

«Perfecto».

Encontró a los cuatro en el mismo sitio. Ahora sí que se fijaron en él. Dani resopló con los ojos medio cerrados.

—Uf, creo que voy borrachísimo.

Todos lo miraron extrañados.

—Pero si no has bebido nada —saltó Alba.

Se encogió de hombros y puso cara de niño bueno. Después, permaneció a su lado, atendiendo a la conversación que mantenía con Aníbal. De vez en cuando, bebía el agua con bicarbonato de su copa y se fijaba si alguno lo miraba más de la cuenta. Nadie se comportaba de manera sospechosa. O ninguno sabía nada (y había sido una casualidad que Gonzalo mezclara por error alguna sustancia de la barra) o todos eran muy buenos actores.

León seguía con sus juegos. Ahora estaban intentando saltar de una forma extraña. Uno a uno, se ponían en cuclillas y, tras unos segundos, intentaban saltar en vertical. Sin embargo, sus pies no se separaban del suelo. El resto, se partía de risa.

—Si vacías los pulmones y metes tripa, es imposible hacerlo —explicó León que se juntó con ellos—. Tu cuerpo te impide hacer fuerza.

—Venga ya —rebatió Gonzalo.

—Prueba —retó éste.

Todos se pusieron en corro cuando Gonzalo avanzó unos pasos. —Sujétame la copa— dijo. Se acuclilló en medio de todos, vació el aire de sus pulmones y metió tripa. Después, saltó con todas sus fuerzas.

Se levantó como un muelle, pero no consiguió que sus talones despegaran del suelo, un estallido de carcajadas sonó entre todos, Gonzalo incluido.

—Joder, es increíble —decía Gonzalo—. No puedo saltar.

Marcos lo palmeó en la espalda mientras reía con él. Aníbal y Alba se sujetaban el uno al otro para no caer de la risa.

—Ahora tú, Dani, prueba —dijo León.

—Paso.

—Venga, si es para reírnos un rato.

Intentó resistirse, pero incluso Alba aplaudía a coro con los demás, “que lo intente - que lo intente”. Al final, accedió obligado. Ella se ofreció a guardar su bebida mientras lo intentaba.

—Mi novio es muy hábil —le dijo al resto—. Seguro que él sí puede. Ánimo, cariño.

Estaba seguro de que eso era una tontería y que él no iba a tener problema en saltar por mucho que metiera barriga. No obstante, le iba a tocar pasar por el trámite. Así que se colocó en cuclillas donde había estado Gonzalo. Espiró todo el aire de sus pulmones, metió barriga y… saltó.

Sus pies sí se elevaron en el aire, y mucho. Lo malo vino inmediatamente después.

Nada más comenzar el vuelo, noto que agarraban su pantalón por los costados y tiraban hacia abajo con fuerza. Ahí llegaba la verdadera broma.

Al haber metido tripa, la cintura del pantalón quedaba floja, por lo que la exhibición de su desnudez de cintura para abajo estaba asegurada. La inercia ascendente del cuerpo facilitaba todo lo demás.

Pero esta vez, su polla no iba a volver a ser el foco de sus miradas. En primer lugar, los pantalones de Dani, estaban bien sujetos a su cintura. Además, por acto reflejo, había levantado un talón con fuerza, propinando una soberana coz en la cara del gracioso que tenía detrás.

El inicio de lo que iba a ser un estallido de risas, mutó en una exclamación general de espanto. Y es que León yacía de espaldas en el suelo con los ojos desorbitados como un grogui recién levantado de la siesta. De su nariz empezaron a brotar dos hilos espesos de sangre.

Intentó incorporarse de forma patosa, como un boxeador sonado, pero varios lo obligaron a que se quedara sentado donde estaba. El resto, miraba a Dani como si fuera un asesino.

«No entiendo por qué ahora no se ríen», pensó con sorna.

Alba, que se había colocado junto a él, puso una mano en su hombro, interrogándolo con la mirada.

—Ay, cari, menudo susto. ¿Qué tal estás?

—No tenía ni idea de lo que iba a hacer —susurró cariacontecido—. Te juro que ha sido sin querer. Dios, pobre León. No sabes cuánto lo siento.

Ella chasqueó la lengua.

—Si no estuviera siempre haciendo sus puñeteras gracietas.

Se quedaron mirándolo con cara de circunstancia. La gente se volcaba en León, preocupándose por su estado y preguntándole tonterías que no le ayudaban en nada. Su nariz seguía sangrando, tiñendo de rojo su barbilla y poniendo perdida su camisa.

—Igual deberías ayudarle —dijo Alba.

—Porque trabajo en un hospital, claro.

Alba sonrió, cómplice, pero puso carita de súplica para ablandarlo y que se apiadara de él. Pese a su intento de broma cruel, no dejaba de ser alguien con una herida sangrante que necesitaba ayuda.

Dani no quería ayudarlo. Quería que se desangrara delante de todos y muriera con dolor, pero prefirió no quedar como el malo de la película delante de Alba. Al final, suspiró resignado y dio un paso adelante.

—A ver, yo me encargo —dijo apartando a la gente—. Tiene una hemorragia severa, pero la solución es sencilla. Vamos, colega, acompáñame al baño.

Lo cogió por debajo de una axila y tiró de él para levantarlo.

—Ahora vuelvo, ¿vale? —le dijo a Alba—. Me llevo esto.

Tomó su bebida de la mano de su novia y se llevó a León con él. Cuando llegaron al baño, lo colocó frente al lavabo.

—Lo primero, es aplicar frío en la zona transnucal. El frío es vasoconstrictor y reduce la hemorragia.

Dicho lo cual, empapó de agua la nuca de León y parte de la espalda que, entre el pedal que llevaba y el golpe en la nariz, seguía completamente aturdido.

—Bien, ahora colocaremos un apósito en la zona afectada, ¿entiendes?

—¿Eh?

—Perfecto.

Cogió la toalla más grande que vio, la dobló dos veces y se la plantó en la cara.

—Sígueme.

Lo llevó hacia afuera, tirando de él entre la gente hasta llegar a la puerta principal. Una vez fuera, lo apartó hasta un lateral de aquel porche techado. Depositó su copa en una de las mesas de exterior y le hizo sentar sobre la barandilla. A esas horas, ya hacía un frío del demonio.

—El frío es bueno, ya lo hemos dicho. Ahora levanta el brazo izquierdo por encima de la cabeza. Eso hará que el corazón se ralentice, lo que bombeará menos sangre hacia tu nariz.

—Eh, sí, sí, claro —dijo obedeciendo en el acto.

—Tienes que respirar por la nariz hacia afuera, fuerte, intentando que no se obstruyan las vías por culpa de un coágulo. Así que, de vez en cuando, te suenas en la toalla, para que la sangre no te entre en los pulmones.

—Ah, vale.

—El caso es éste. El golpe ha provocado una vasodilatación periférica y la alteración de la distribución sanguínea que puede desembocar en hipoxemia cerebral. Lo que te puede provocar debilidad, aturdimiento, palidez, sudoración, frialdad de manos y pies, y pérdida de conciencia… Por eso es importante que permanezcas así hasta que yo vuelva.

—Sí, sí… Vale, sí.

Dani nunca había dicho una cantidad de tonterías tan grandes, pero no había podido resistirse. En las charlas que daba ocasionalmente, nunca se había cansado de repetir que, cuando se tiene una hemorragia por la nariz, lo único que se debe hacer, es algo tan sencillo como apretar el orificio nasal correspondiente con un dedo. Punto. Con ello, se tapona el sangrado. Todo lo demás, son leyendas urbanas.

—Vuelvo enseguida. Espérame y no te muevas de aquí.

—Si… espero —contestó con la voz amortiguada por la toalla que tapaba su cara.

—Y no bajes el brazo por nada del mundo.

«Gilipollas».

Le dejó de aquella guisa y entró en la casa, zambulléndose entre la gente hasta llegar donde estaba Alba. Sin embargo, allí solo vio a Gonzalo y Marcos.

—¿Y mi novia?

—No sé. Con Aníbal, creo —dijo Marcos—. Ha ido a enseñarle la casa. Vuelven enseguida.

—Igual voy a buscarlos.

—Vale. Nosotros estaremos por aquí por si te aburres —gritó por encima de la música—. ¡Ey!, ¿y tu copa?

Recordó que la había dejado fuera, junto a León.

—Ya me la he bebido —improvisó.

—Ah, pues aquí no puedes andar con las manos vacías. Ahora mismo te ponemos otro kas de limón.

Gonzalo, que estaba al lado, fue hasta la barra y preparó con rapidez otro combinado que le pasó a Marcos. Éste, se lo puso en la mano sin dejar que lo rechazara.

—Joder, me vais a matar. Llevo un rato que no soy capaz de dar un paso. Parece como si… me cayera de sueño.

En esta ocasión, sí observó cierta sonrisa contenida en ambos amigos. Cruzaron la mirada de manera fugaz.

«Qué cabrones —se dijo—. Los dos».

Se llevó la copa a los labios y simuló beber, inflando un poco los mofletes para hacerlo más creíble. Después, se metió entre la gente, sorteándolos para intentar alejarse hacia alguna parte.

Se paseó por toda la planta inferior, intentando distinguir a Aníbal. Con su altura, sería fácil ver su cabeza sobresalir, pero no hubo suerte.

Encontró unas escaleras que daban acceso al piso de arriba y decidió subir. Al acercarse, se topó con Rocho que bebía apoyado en la pared junto a ellas. Dani puso los ojos en blanco. No esperaba volverlo a ver. Éste, lo observó mientras se acercaba.

Se colocó de frente a él, manteniendo el pulso de su mirada.

—¿Has visto a Aníbal?

Por toda respuesta, el grandullón llevó su vaso a la boca sin dejar de mirarlo fijamente. Ya suponía que no iba a obtener nada de él. Le pareció que ahora era incluso más raro que antes. Lo sorteó y comenzó a subir los escalones.

—Se van a follar a tu novia —le dijo cuando estaba a media altura.

Por un instante dejó de subir. Sabía que lo decía para provocarlo por lo que había pasado en la discoteca, pero eso no lo hacía menos hiriente. Respiró hondo y decidió pasar de él.

Al llegar arriba, se encontró delante de un pasillo en semioscuridad. Había una fila de interruptores en la pared. Pulsó el primero de ellos y algunas luces del techo se encendieron. Pulsó el segundo y un nuevo tramo de luces iluminó la zona del fondo.

«Así mejor», se dijo.

Caminó por la planta superior. Era enorme, pero parecía vacía. Recorrió cada una de las habitaciones, abriendo y cerrando puertas de cada cuarto. Allí no estaba Alba.

Salió al exterior por una puerta que daba a una terracita en la parte de atrás de la casa. Desde ella, y por una escalera, bajó de nuevo al jardín trasero del casoplón. Tampoco había nadie allí, solo la poca luz de unas farolas minimalistas. Decidió bordear la casa por la derecha hasta volver a la entrada principal.

«Tal vez ya hayan vuelto».

En su camino, pasó junto a lo que parecía un cobertizo o una casa de la piscina. Decidió indagar por si acaso. La puerta tenía una llave que la atrancaba. La descorrió y se introdujo dentro. Pulsó el interruptor, pero la luz no se hizo. Debía estar estropeada o sin corriente.

Decidió iluminarse con el móvil. Había algunos muebles y un armario. No parecía muy confortable y tampoco parecía que Alba pudiera estar allí. Al volver, se percató de que, en la puerta, no se podía acceder a la cerradura exterior. Si alguien lo cerrara estando ahí, no habría podido salir, quedándose atrapado hasta que lo liberaran desde fuera. Salió y continuó su camino hasta la puerta principal.

Al subir los escalones del porche techado se fijó en que León ya no estaba donde lo dejó.

«Pobre imbécil. ¿Habrá pillado la broma?».

Antes de entrar, vio la copa de bicarbonato que había dejado sobre la mesa exterior y recordó verter la mitad de la que tenía en la mano para que pareciese que se lo había bebido. Cuando atravesó la puerta, oteó entre la gente, intentando ver a su novia o, en su defecto, la cabeza de Aníbal, pero seguía sin tener suerte.

Intentó telefonearla de nuevo, pero la nula cobertura hizo que fuera tarea estéril. Cuando volvió a levantar la cabeza, vio a Marcos. Se había movido a una zona apartada, pero en esta ocasión no estaba con Gonzalo, sino con su mujer.

Él apoyaba una mano en la cintura de Gloria mientras hablaba demasiado cerca de su oído. Ella lo escuchaba con media sonrisa y un ademán complaciente.

—No encuentro a Alba. ¿Ha vuelto? —dijo de sopetón al llegar donde ellos.

Le pareció raro que Marcos se despegara de ella como si quemara. Gloria carraspeó y se pasó el pelo detrás de la oreja.

—No, pero, estaba con Aníbal —dijo Marcos—. Tranqui, ya aparecerá.

—En ese caso, yo me preocuparía —dijo Gloria burlona.

Dani levantó los labios por los bordes forzando una sonrisa mal disimulada. Hacer bromas, no era su fuerte. —Muy graciosa, pero, en serio, no la veo y empiezo a preocuparme. Habíamos quedado en volver pronto. Mañana nos espera un viaje muy largo.

Marcos se encogió de hombros. —Pasa de comerte la cabeza y disfruta, hombre. —Señaló su bebida—. Debe estar como la sopa. Espera, que te pongo otra.

—No, no, quita —dijo apartando la copa de su alcance—. Voy fatal, ¿sabes? No sé ni cómo aguanto de pie.

Con el corazón en un puño, se alejó antes de que volviera a liarlo. A estas alturas no dudaba de que Aníbal estaría intentando camelarla, refugiado en algún lugar escondido. Y tenía la impresión de que todos estaban por la labor de que lo consiguiera.

Hizo un repaso mental. Alba, medio borracha, acompañada del adonis que humedecía sus sueños; el resquemor de Cristina todavía caliente; y un Aníbal que sabía que ésta iba a ser su última oportunidad.

Tenía que encontrarla cuanto antes. A solas con él, era cuestión de tiempo que volviera bien follada. Así que, de nuevo, decidió recorrer cada rincón de aquel sitio como si le fuera la vida en ello.

Al llegar a la cocina se encontró con una cara conocida.

—¡Eva!, Joder, qué alegría verte.

—Ey, pero, ¿qué haces aquí? —Parecía más sorprendida que contenta—. Quiero decir… no te esperaba en esta casa.

Quico se acercó a ellos con su eterno vaso de alcohol en la mano. Por primera vez, lo vio sonreír al verlo. Pasó un brazo por encima de los hombros de su novia y lo saludó con un ademán de cabeza. Dani correspondió con un saludo parecido y volvió la atención a su amiga.

—¿Tú conoces esta casa? —preguntó a la desesperada—. ¿Me puedes ayudar a buscarla?

—No, tío —respondió Quico—. Estamos en medio de una cosa.

Eva había abierto la boca para contestar, pero la cerró en cuanto su novio abrió la suya. Puso ojos lastimeros, corroborando lo que decía su novio y pidiéndole que lo comprendiera. Dani asintió como buen amigo y se despidió sin perder tiempo. Había revisado la parte de arriba, ahora se centraría en la de abajo.

Un cuarto de hora después, el resultado era el mismo. Alba y Aníbal habían desaparecido de la fiesta.

Se le ocurrió que podría haber alguna habitación secreta parecida a la que tenían Gonzalo y Gloria e intentó adivinar dónde sería un buen sitio para encontrar algo así.

Deambulando por la planta baja, se plantó delante de lo que podía parecer la entrada a un sótano. La puerta estaba cerrada. Aun así, intentó una y otra vez girar la manilla. Al pegar la oreja, pudo percibir voces desde dentro, así que llamó con los nudillos. Nadie abrió.

Volvió a insistir y, por fin, la cerradura giró y dentro apareció… Gonzalo.

—Dani, ¿Qué haces aquí?

—Busco a Alba.

Pareció dudar, pero, tras unos instantes, decidió hacerlo entrar. No era un sótano, sino más bien un pequeño salón bien amueblado con cómodos sofás y un enorme cuadro impresionista coronando una de sus paredes. Media docena de desconocidos ocupaban los asientos bebida en mano. En una mesa central había multitud de cosas para picar, tabaco, algo que no era tabaco, bebidas, cajas de pañuelos…

Pero ni rastro de Alba.

Su presencia había provocado el silencio, solo roto por el sonido de una pequeña pantalla de televisión, apartada en el fondo a modo de decoración ambiental que mostraba a un toro corriendo por un ruedo. El público ovacionaba a un torero que lo capeaba con maestría.

—Somos viejos amigos —explicó Gonzalo al ver su cara de desconcierto—. En ocasiones como ésta, nos gusta juntarnos para charlar de tranquis, apartados del bullicio de ahí fuera. Ya sabes.

Aprovechó para presentarlo al grupo. —Este es Dani, el novio de Alba, la prima de Martina.

La cara de todos se iluminó y se levantaron a saludarlo como si fuera una estrella de cine. Uno de ellos le apretó la mano con fuerza sin dejar de zarandearla.

—¿En serio eres el novio de la tetas? —preguntó con voz engolada.

—¿La has visto? —preguntó con sequedad.

Gonzalo le lanzó una mirada asesina al amigo. —No te pases, Fonso, que estás hablando de su novia. Relaja un poquito.

Lanzó la misma mirada al resto como advertencia. Una cosa era estar borracho y puesto hasta las cejas y otra, faltar al respeto.

—Aquí todavía no la hemos visto, pero no nos importaría hacerlo —dijo otro desde el fondo. Gonzalo puso la misma cara de antes.

Hubo más comentarios que no entendió, pero, al parecer, su llegada había animado al personal. Cuando creyó haber visto suficiente, decidió continuar su búsqueda. Gonzalo lo acompañó hasta la puerta.

—Oye, estaremos aquí de cháchara y tragos toda la noche. Si te aburres…

—No, mejor os dejo solos, que veo que lo estáis pasando bien a vuestro rollo.

—Que se quede, hombre —gritó uno con tono de borracho. Alguien lo mandó callar.

Dani no tenía la mínima intención de perder el tiempo con un montón de gente que no conocía, así que no les molestó más y salió al pasillo. Mientras lo recorría de nuevo notó como alguien le tiraba del codo.

Era Eva.

—¿Todavía no la has encontrado?

Dani negó con pesar.

—¿Has mirado arriba? Hay habitaciones donde las parejas a veces…

No acabó la frase. Quería decir que existían cuartos donde se podrían encontrar apartados de las miradas de la gente, pero había sonado a otra cosa. Dani no se lo tuvo en cuenta.

—Deja que te ayude —pidió ella.

Lo guió escaleras arriba. En esa ocasión había alguna persona en el pasillo superior. Tal vez de vuelta de alguna de esas habitaciones íntimas. La planta era irregular, con ese corte actual que la hacía totalmente asimétrica. Encontraron despachos, librerías con amplios sillones y como no, dormitorios al uso.

—Tal vez en ese otro —dijo Eva.

Él ya había estado en cada uno de ellos, pero no obstante, probó de nuevo. Giró el picaporte y empujó la puerta. Nada más atravesarla, algo le cayó encima, golpeando su cabeza. Sintió cómo una masa pegajosa se deslizaba desde su coronilla hasta su cuello.

—Qué coño…

Eva lo miraba cariacontecida. Por lo visto, a alguien se le había ocurrido dejar preparada una broma por si un par de incautos entraban a utilizar el dormitorio. El resultado era que Dani tenía la cabeza empapada de un líquido azul que se le empezaba a escurrir por la nuca.

—Te ha puesto perdido —dijo con cara de circunstancia—. Joder, qué graciosos son algunos.

Dani cerró los ojos y soltó un suspiro al mirarse las manos con las que se había palpado el pelo. Lo que le faltaba.

—Pasa adentro —dijo ella tirando de su brazo—. Esta habitación tiene un baño. —Lo guió hasta la puerta del aseo—. Pégate una ducha. A ver si sale esa pintura con un poco de jabón.

—¿Un poco? Voy a tener que utilizar medio bote.

—Tranquilo. Yo te espero aquí. No me moveré hasta que salgas.

Se miró en el espejo. Parecía que se había corneado con un pitufo. No lo pensó más. Se desnudó y se metió en la ducha. Al menos tuvo la suerte de que aquel líquido salió con facilidad.

Cuando corrió la mampara al salir, se dio cuenta de que no había toalla. Peor aún, su ropa había desaparecido. Quizás Eva la hubiera cogido para limpiarla. Al salir del baño encontró la habitación a oscuras.

—¿Eva? —llamó en susurros—. ¿Estás ahí?

Avanzó, completamente desnudo, hasta el interruptor que estaba junto a la puerta de entrada, pero al dar dos pasos el cuarto se iluminó por sí solo.

Una docena de personas llenaba la habitación, quedando Dani en medio de todas ellas. El estallido de carcajadas fue inmediato. La razón no era su pelo (ya sin rastro de colorante azul), sino otra cosa de la que ya estaba más que harto de padecer.

Chicos y chicas, invitados que reconoció de aquella fiesta, lo miraban y señalaban algo que había detrás. Al girarse vio, con profunda desazón, el porqué.

Javier, el gasolinero guaperas y amigo de Gonzalo, aquel que había puesto su polla en los labios de Alba en la playa de Arenas, estaba borracho como una cuba. Se había bajado los pantalones mostrando su enorme polla. El tamaño era descomunal, casi como el de Aníbal. Movía las caderas a un lado y a otro haciéndolo pendular mientras se reía a punto de perder el equilibrio.

La comparación con su pene era lo que hacía dolorosa aquellas risas. Aun así, no intentó taparse ni volver al refugio del baño, el mal ya estaba hecho y esconderse solo lo ridiculizaría más. Pero la situación se hizo más dolorosa cuando descubrió a Eva entre los que se reían. Enrico, tenía su brazo por encima de sus hombros y ella correspondía abrazándolo por la cintura con ambas manos. Ella no se carcajeaba alegre; no vaciaba sus pulmones a causa de la situación desternillante. Sin embargo, participaba del jolgorio, compartiendo con el resto lo hilarante del momento.

Miraba a su novio y éste le miraba a ella, asintiendo con la cabeza por el trabajo bien hecho. Sin ella, la broma no habría sido posible. Solo cuando sus ojos se volvieron a cruzar con los de Dani, fue cuando éstos empezaron a perder brillo. Él la observaba fijamente, con el mismo semblante de aversión con el que miraba al resto.

Poco a poco, y solo a medida que se iba haciendo consciente de lo que había provocado, su sonrisa radiante fue mutando en un rictus de arrepentimiento mayúsculo y sus ojos dejaron de estar alegres.

Sus ojos.

Fin capítulo XL
Me lo acabo de leer de tirón es morboso a más no poder pero Dani va a suicidarse ni a karrman en souht park le humillaban tanto
 
Esta semana no ha habido capitulo...y nosotros esperando ya a ver si termina todo para Dani o se dá cuenta que va a ser cornudo consentido...Para hacernow una idea.... cuantos capitulos quedan ??. 😉😉🙂🙂
 

Ojos​


Los ojos empapados de lágrimas de la niña no conseguían ablandar el corazón de aquella docena de chavales. Tampoco sus súplicas.

—Por favor. Por favooor —lloraba.

—Cerdiiita, cerdiiita. Vamos, gruñe como una cerdita —decía el que parecía ser el cabecilla—. Oink, oink.

—Sacadme de aquí. Tengo miedo —lloraba ella.

El cabecilla se apoyaba en la puerta del armario haciendo fuerza con la espalda. Era el más grande del grupo y no solo porque tuviera un año más. Junto con su complexión hacía que les sacara a todos una cabeza. La niña seguía aporreando desde dentro sin conseguir nada más que las carcajadas de los chicos.

—Diiita, cerdiiiita. Oink, oink, oink.

Hasta que una sombra se acercó a gran velocidad, derribando al grandullón y haciéndolo caer. Liberada la puerta como un dique que revienta sus aguas, la niña salió y se coló a un lado, pegándose a la pared, muerta de miedo y sin dejar de llorar. Todos miraron con odio a aquel intruso que les estropeaba la diversión. Era un niño pequeño, delgado y fibroso con el pelo cortado de forma irregular.

Levantó el brazo señalando al grandullón, pero, antes de que pudiera abrir la boca, uno de los que estaba a su lado se le echó encima, derribándolo contra el suelo y colocándose sobre él a horcajadas. Inmediatamente comenzó a darle puñetazos en la cara. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. La cabeza del niño se balanceaba a los lados con cada golpe como un saco de boxeo. El resto de niños comenzó a jalear.

El espectáculo regresaba de nuevo.

El niño braceaba intentando parar los golpes, pero apenas conseguía desviar alguno haciendo que le rozara la mejilla. El otro continuaba la paliza, envalentonado frente al resto de sus amigos. Izquierda, derecha, izquierda.

Pero todo volvió a truncarse cuando el niño del suelo consiguió atrapar uno de sus puños y se lo llevó a la boca. El alarido de dolor provocó el silencio de todos los que jaleaban en la estancia que callaron de súbito.

—Aaaaiiiiiiaaaaaaiiiiaaaaaaaaaaaa.

Cuando consiguió separarse, tenía el dedo meñique casi colgando y un reguero de sangre corría por su muñeca.

El espectáculo había dejado de tener gracia.

El niño fibroso se levantó del suelo y se colocó junto a la niña, pegado a la pared, justo medio paso por delante de ella.

El chico herido, con unos ojos como platos, comenzó a llorar y a bracear al ver su dedo en una posición que no era natural. El resto no tardó en darse cuenta de que allí iba a haber problemas serios que les iban a pringar a todos.

—Mmmamma, mmmamma, mmmamma —gritaba, brazo en alto.

—El puto Tejón —blasfemó el grandullón que volvía a ponerse al frente—. EL PUTO TEJÓN. Siempre tiene que estar jodiendo. ¿Por qué no te meterás en tus asuntos, enano cabrón?

—¿Y tú, por qué no te metes con alguien de tu tamaño, Morcillo?

Los golpes le habían abierto una brecha en la ceja y otra en el labio que hacía que la sangre le empapara toda la cara. El resultado era un aspecto macabro como el de una película de terror. Su boca también estaba llena de sangre por lo que, al hablar, mostraba unos dientes rojos por las comisuras. Motitas de saliva colorada, salían disparadas al aire.

El chico herido hiperventilaba sin saber qué hacer ni cómo recomponer su dedo. Seguía llorando desconsolado sin apartar la vista de su apéndice.

—Eso te lo tendría que ver Don Antonio —se oyó una voz a su lado.

Dos de ellos lo acompañaron hacia la salida entre lloros y berreos de dolor. Otros tantos lo siguieron escopetados por detrás, aprovechando para escaquearse del gran problema que se avecinaba.

—Aquí nadie va a decir NADA —gritó Morcillo a los que se alejaban—. Como soltéis algo del desván, os vais a acordar de mí.

El desván era como llamaban al camarote de una casa en ruinas. Era un bajotejado con las paredes de piedra medio deshechas, el suelo de tablas de madera y goteras por todas partes.

—Y tú, enano cabrón —lo señalaba con el dedo—, que siempre vas pegado al suelo como un puto tejón. Vas a aprender a meterte en tus asuntos.

—¿Y me vas a enseñar tú, Morcillo?

Agarró a la niña de un hombro y tiró de ella, desplazándose por la pared e intentando alejarse del abusón.

—Que no me llames así, puto enano cabrón.

El grandullón dio un paso a un lado volviendo a quedar delante del chico y la niña, evitando que se escurriera por un lateral.

—¿No te gusta que te llame Morcillo, Morcillo?

Nuevo paso a un lado, desplazándose por la pared que, inmediatamente, fue repetido por el niño abusón como un espejo.

—¿Y a ti, puto tejón, que no levantas un palmo del suelo?

El niño sonrió con malicia y volvió a deslizarse otro paso que fue imitado por el abusón. Continuaron así hasta que llegaron a la esquina. Morcillo sonrió al tenerlo atrapado entre dos paredes, pero el niño fibroso sonrió aun más.

Dejar que se escurriera hasta el rincón suponía varias ventajas para Tejón y la niña. Por un lado, el frente por donde Morcillo o alguno de los otros pudieran atacarlo, se había reducido de 180 a 90 grados. Por otro, el tejado se combaba tanto en esa parte, que obligaba a alguien de la altura de Morcillo a agacharse si quería llegar a él. Cuando el abusón se dio cuenta, ya era demasiado tarde.

Sin embargo, uno de sus lacayos quiso ganarse un punto delante de los demás. Se echó hacia él y lo tomó de la pechera tirando con fuerza para sacarlo del hueco. Tejón le propinó un golpe en la cara que lo tumbó hacia atrás, cayendo en el acto como un peso muerto.

Lo más sorprendente no fue la rapidez del guantazo, sino la fuerza con la que había logrado derribarlo. Todos se quedaron asustados al ver al chico noqueado que tardó varios segundos en comenzar a reaccionar. Cuando lo hizo, se incorporó quedando sentado en el suelo, medio grogui. Un hilo de color rojo cruzó su cara desde la frente hasta la barbilla. Al llevarse la mano a la herida, la vio completamente teñida de sangre.

—Mammmaaaaaaaaa.

Se levantó como un boxeador sonado y salió corriendo a trompicones como si la vida se le escapara por la herida abierta. Con él, tres chicos más aprovechaban para huir. Con ello, ya solo quedaban Morcillo y dos de sus fieles. Ninguno de los tres daba crédito al efecto de aquel puñetazo. Tejón reveló la causa enseguida.

En su mano guardaba una piedra enorme. La debió coger cuando se levantó del suelo. El abusón echaba chispas por los ojos.

—Serás hijoputa. Pero no te vas a salir con la tuya por mucho que te escondas en ese agujero. Somos tres contra uno. Puede que al próximo que trate de sacarte le partas la cabeza, pero los dos que queden te van a moler a palos.

Para su sorpresa y del resto, Tejón sonrió de oreja a oreja. Su cara, completamente manchada de sangre, y sus dientes teñidos de rojo acentuaban su aspecto tétrico.

—¿Y quién va a ser el primero que lo intente? —dijo balanceando la piedra de su puño.

Un detalle que no habían tenido en cuenta. Por acto reflejo, los dos amigos que flanqueaban a Morcillo dieron medio paso atrás. En esa posición, el que quedaba más adelantado para iniciar el asalto, era el grandullón. Y por su altura debería agacharse bastante si quería alcanzarlo. Además, para empeorar las cosas, algunas tablas del suelo estaban rotas, dejando huecos por el que podría colarse un pie si daba un mal paso. Apretó las mandíbulas, dudando.

La situación se había complicado.

Ambos se miraban fijamente, evaluándose. Tejón con media sonrisa ladina en su cara. El abusón, ardiendo de rabia sin saber cómo encauzar el problema que, de pronto, había llegado a un callejón sin salida.

—¿En serio te vas a dejar dar una paliza por una gorda que no conoces?

—¿Y tú, Morcillo? —contestó elevando la piedra en su mano.

Nueva respuesta que lo volvió a dejar descolocado. Se miraron unos a otros constatando que estaban en un punto muerto.

—Al menos ella tiene quién la defienda —dijo Tejón señalando con la barbilla a los dos secuaces que habían vuelto a alejarse un poco más.

El abusón estaba rojo de ira pero, al final, terminó por claudicar y desistió de intentar apresarlo. Tenía más que perder de lo que iba a ganar.

—No merece la pena —piafó—. Un enano y una gorda. Ya nos veremos las caras.

Inició una salida honrosa, indicando con un ademán de cabeza a sus dos amigos que lo siguieran, pero cuando comenzó a alejarse, Tejón lo llamó.

—Morcillo —gritó—, no creas que estamos en paz. —Señaló la brecha de su frente y la de su labio superior—. Tal vez tarde un mes, un año, o toda mi puta vida, pero algún día te pillaré solo y desprevenido y, entonces… me las vas a pagar. —Escupía motitas de saliva ensangrentada mientras siseaba con odio—. No te confíes, no te duermas y sobre todo, nunca, jamás, se te ocurra darme la espalda.

Incluso con su altura, su enorme porte y su carácter cruel, no pudo evitar sentir un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Después, previa mirada de desprecio, se dirigió a la salida seguido por sus matones. Lo hizo a paso lento, con todo el aplomo de una huida obligada.

Sus pies no llegaron a la puerta.

Una piedra cortó el aire, volando a través de la estancia hasta golpear la nuca del abusón. Éste cayó hacia adelante como un peso muerto, siendo su frente el primer punto de contacto contra el suelo. Su cuerpo quedó tendido todo largo con los brazos a cada lado y la cara pegada a la tarima.

Inerte.

Los amigos del abusón, atónitos, se miraron entre sí y al cuerpo sin vida de su amigo. El chico del corte de pelo irregular les miraba a ellos con el mismo odio irracional que hacía erizar los pelos de la nuca, preparado para defender o atacar.

Matar o morir.

Vieron mover su mandíbula antes de escupir algo rojo como la sangre.

—Lo ha matado —dijo uno de ellos con los ojos como platos—. ¡Joder, que lo ha matado!

Ambos chicos salieron huyendo como si les persiguiera la muerte, con la firme convicción de no volver al desván ni a cruzarse con ese pequeño camorrista que había fulminado a su amigo. Por su parte, el niño, todavía en su rincón, observaba el cuerpo inmóvil del abusón sin creerse del todo lo que había hecho. Y no solo era haber puesto en fuga a una docena de abusones más grandes que él.

Había matado a Morcillo.

Era un abusón y un torturador sin escrúpulos que disfrutaba con el dolor ajeno. El terror del patio y de cualquier sitio que albergara su sombra. Sin él, la vida sería un poco mejor y más placentera. Sin embargo, la satisfacción de la victoria traía aparejada una honda preocupación por las consecuencias que vendrían a partir de ahora.

Había matado a un niño.

Dejó caer los hombros y suspiró con resignación. «Que venga lo que tenga que venir —se dijo—. No será peor que con él».

Sin embargo, pasados los segundos, el cuerpo del suelo comenzó a moverse. Primero la cabeza y después los brazos hasta conseguir sentarse en el suelo. Le llevó un tiempo recordar dónde estaba y lo que había pasado. El dolor hizo que llevara la mano a la parte trasera de su cabeza y la viera teñida de rojo.

Lo siguiente fue mirar a Tejón.

De nuevo la angustia oprimiendo el estómago del niño de la cara ensangrentada que preveía, con pavor, las consecuencias de su agresión. Ahora sí que estaba la suerte echada. Morcillo iría a por él con todo. Y sabía que, a las bravas, aquel grandullón tenía todas las de ganar. No se conformaría con unos puñetazos, una nariz rota o una paliza. Su venganza duraría bastante más y pasaba por torturarlo dentro de una de las alacenas de aquella casa vieja durante horas o dejarlo en un agujero del sótano hasta que amaneciera. Y así, día tras día.

Sin tiempo para pensar, cogió otra piedra del suelo y se lanzó a por él. Tenía que rematarlo antes de que se repusiera. Por desgracia, el desván era grande y la distancia a recorrer, considerable. Con Morcillo consciente y enfadado, sus posibilidades eran pocas y nada halagüeñas.

Ya no se trataba de matar o morir, sino de morir o perder la vida.

El abusón ya se estaba recomponiendo. Su corpachón empezaba a tensarse cuando vio al chico acercarse a gran velocidad. Un obús de puro nervio bajo un mal corte de pelo, armado con una piedra más grande que su puño, abalanzándose sobre él a la velocidad del rayo.

Morcillo era un matón sin escrúpulos; un niño grande acostumbrado a pelear y abusar de todo y de todos; un niño fuerte y cruel capaz de lo peor.

…pero un niño, al fin y al cabo. E hizo lo que un niño suele hacer cuando se ve solo y amenazado.

Llorar.

Aún sentado, levantó una mano como efímero escudo ante lo que se le venía encima mientras, con la otra, seguía taponando la herida de su cabeza por la que se le iba la vida. Tejón, ya sobre él y con la piedra a punto de descargar con toda su fuerza, se quedó descolocado por un instante, sorprendido por la reacción de aquel abusón.

Su cara, contraída en una mueca de sí mismo y con los ojos llenos de lágrimas, no recordaba a la de ese matón que aterrorizaba solo con mirarlo. Tenía la boca abierta en un llanto que tantas veces él mismo había padecido como propio. Su rostro, afeado por la congoja, ya no parecía el de un malhechor.

Y allí, a poco más de un metro sobre el suelo, junto a aquella mole de músculo y mocos, con el brazo en alto y los nervios en tensión, permaneció parado sin saber qué hacer.

Es curioso lo que unas lágrimas pueden lograr a veces.

El tiempo se había detenido. El abusón, con la mano todavía en alto, lloraba desconsolado en un torrente de lágrimas que no podía frenar. Tejón le observaba aún con el brazo tenso sobre su cabeza, dudando.

De repente, ya no le tenía miedo. Y, de repente, ya no le odiaba ni anhelaba rematarlo.

Dio un paso atrás, observando sus gemidos. Luego otro y otro más. Algo más tarde dejó caer la piedra. Sin dejar de llorar y con la mano en la nuca, Morcillo se levantó y se fue hacia la puerta. Lo hizo con movimientos torpes y sin perder contacto visual con su atacante. Tejón lo llamó antes de que la cruzara bajo el quicio.

—Rober. —Éste se paró y clavó sus ojos en él—. No me voy a chivar.

Rober, alias Morcillo, asintió hipando y desapareció escaleras abajo. Cuando Tejón volvió donde la niña, ésta seguía llorando.

—¿Estás bien?

—No quiero estar aquí —contestó lastimera—. Quiero irme a mi casa.

Él se quedó pensativo unos momentos.

—Tú tampoco tienes padres, ¿no?

La niña negó tímidamente. Tejón asintió, comprensivo.

—Me temo que vas a pasar aquí mucho tiempo, igual que yo. Pero puedo ser tu amigo, si quieres —ofreció—. Me llamo Dani.

—Eva —dijo limpiándose los mocos.

La niña no era muy agraciada. Era un poco obesa, con la cara redonda y dientes separados. Lo mejor de ella eran sus ojos, limpios y cristalinos que le daban una mirada sincera.

Aquellos ojos.
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Fin capítulo XLI
 
Cuando he empezado a leer... pensaba que se habia confundido de relato pero luego ya he visto que no. Me he quedado muy parado porque tal y como estaba la situacion, lo suyo hubiera sido continuar y no retroceder taaaannto en el tiempo. Si tenemos que esperar otros 7 ú 10 dias mas.... pacienciaaa....😐😐
 
jo, pero como nos dejas con el dani así y nos metes este flashback!!!!!! :eek:
Cuando he empezado a leer... pensaba que se habia confundido de relato pero luego ya he visto que no. Me he quedado muy parado porque tal y como estaba la situacion, lo suyo hubiera sido continuar y no retroceder taaaannto en el tiempo. Si tenemos que esperar otros 7 ú 10 dias mas.... pacienciaaa....😐😐
Pasado mañana, viernes, el siguiente capítulo.
Dentro de lo malo que ha sido esta espera (por descuido mío), la de ahora será más cortita. Solo dos días.
 
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