La cena del Idiota

no entiendo lo que quieres decir Zylon

Alba ya lo ha hecho
La trama del relato, yo creo que ella en esta ocasión no se deja llevar por la situación o por el juego, ella es consciente que después de la cena se irán y decide ponerse esas bragas, sabiendo que puede realizar al fin su deseo y por lo tanto ya no es cuestión de Dani sino de ella misma, el amor tb de puede cambiar por deseo……..
 
La trama del relato, yo creo que ella en esta ocasión no se deja llevar por la situación o por el juego, ella es consciente que después de la cena se irán y decide ponerse esas bragas, sabiendo que puede realizar al fin su deseo y por lo tanto ya no es cuestión de Dani sino de ella misma, el amor tb de puede cambiar por deseo……..
oK, perdona Zylon
no había entendido bien tu mensaje

creía que decías que quería hacerlo antes de irse. Después de este capitulo
Y no que lo había hecho ya.

y si, estoy de acuerdo con tu opinión

Como dice DANI, con Alba no hay casualidades. Ella se había vuelto a poner sus bragas del primer día para "devolvérselas" a Anibal y ha buscado dar el esquinazo a Dani para hacérselo con " su fantasía"
 

Fin de ciclo​


Se dio cuenta al poner la vista en los interruptores. El último de los tres, parecía diferente, como si su cometido no fuera encender otra lámpara más del pasillo. Al levantar la cabeza, vio en el techo, sobre Rocho, el hueco de la trampilla que daba acceso a una buhardilla. Con total seguridad, ese interruptor accionaba la escalera que se desplegaría desde arriba para acceder a ella.

Por eso ese sicario no se despegaba de aquel lugar. Lo estaba custodiando como el Can Cerbero la puerta del inframundo. Éste se puso tenso al verlo acercarse a dos palmos de su cara.

—Lo estás disfrutando, ¿verdad? —dijo a un Rocho en guardia—. Que se follen a mi novia mientras yo doy vueltas buscándola como un idiota.

La única respuesta fue una sonrisa de medio lado mal disimulada. Había puesto los brazos en jarras y levantaba la barbilla, resaltando la diferencia de altura y marcando un territorio que no iba a dejar traspasar. Dani lo miró de arriba abajo.

—Me recuerdas a alguien que conocí hace mucho. Era como tú, alto y rechoncho. Le llamábamos Morcillo. Al final, resultó ser un buen tío. Desde aquí abajo, tú pareces más tonto.

A Rocho le desapareció la sonrisa. Al parecer, esa no era la primera vez que le decían algo parecido. Se separó un paso hacia atrás, protegiendo la parte frontal de su cuerpo y separando los brazos, preparándose para una agresión.

—Tranquilo, no he venido a pegarme contigo —añadió.

—Mejor —contestó el grandullón—. No querrías salir apaleado además de cornudo.

Dani soltó un suspiro.

—Sé que no me vas a creer, pero te aseguro que si quisiera pelea, entre tú y yo solo habría dos golpes, el que te iba a dar, y el que te ibas a pegar contra el suelo —dijo con tono sereno—, antes de rodar por las escaleras.

Rocho volvió a sonreír. Una sonrisa amplia. —Inténtalo, enano cornudo. —Introdujo el dedo índice en un círculo formado con los dedos de la otra mano. Recordándole, plenamente orgulloso de su burla, lo que le estaban haciendo a su novia en ese momento.

Dani imitó su sonrisa, pero la suya era la mueca triste de alguien que siente lástima por la persona a quien debería odiar.

—Hay dos formas de agresividad en el humor —le dijo—: Una que nace de la agresión como tal, que busca humillar y degradar a la otra persona; y otra que nace de la frustración, que busca recuperar la superioridad y recomponer el ego herido, rebajando a la persona que nos ha frustrado como una forma de ponernos por encima, de intentar ser quien no somos. Igual que te pasa a ti. ¿Me entiendes, Morcillo?

Rocho borró su sonrisa lentamente.

—Nunca serás uno de ellos —siseó Dani con rabia, en referencia a Aníbal y los demás—. Con su vida de lujo y su decadente existencia de despreocupación y desprecio. —Dio un paso adelante, volviendo a estar a dos palmos de su cara—. No eres más que un perdedor. Con un trabajo de mierda, un sueldo de mierda y una vida miserable y triste. Humillando a los que son como yo para parecerte más a los que son como él —dijo señalando a la buhardilla—. Crees que son tus amigos, pero para ellos, tú solo eres un tonto útil, sin mayor responsabilidad que la de reponer sus bebidas y limpiar los ceniceros. Te desprecian y te detestan tanto como a mí. La diferencia es que, al menos, yo lo he sabido siempre.

Sacó el móvil de Javier que aún llevaba en el bolsillo.

—Éste —dijo poniéndolo frente a su cara—, es el móvil del gasolinero. Tienen un chat donde se lo pasan en grande riéndose de mí y morboseando con mi novia. —Hizo una pausa—. Hay más de veinte miembros y tú no eres uno de ellos. Ni para eso cuentan contigo.

Se lo plantó en el pecho y se giró para bajar por las escaleras. —Que lo disfrutes. También hablan de ti, y no precisamente bien.

Descendió los escalones con la misma lentitud con la que había llegado hasta Rocho. Abajo, la fiesta parecía haber llegado a su fin. El aspecto era el de una discoteca a la hora del cierre. Vasos y restos de comida por todas partes. Solo unas pocas personas permanecían allí y, la mayoría de ellas, dormían o charlaban en susurros con sus parejas de esa noche, apoltronados por los sofás.

La curiosidad le llevó por el estrecho pasillo que conducía al pequeño salón donde había encontrado a Gonzalo y su grupo de amigos. La puerta estaba abierta y se asomó al interior. En la estancia reinaba la quietud de una sala abandonada antes de tiempo. Copas a medio vaciar y restos de bandejas con comida como únicos testigos de una huida. En una de las paredes, donde antes se encontraba el cuadro impresionista, ahora iluminaba la estancia una enorme pantalla plana, de esas que permanecen ocultas cuando no están en uso. En ella se podía leer en un fondo azul:

HA SIDO EXPULSADO DE LA SALA POR EL ADMINISTRADOR
Se quedó en medio de la estancia. Recreando en su mente los comentarios sobre él y su novia. Las burlas, los chistes y todas las anécdotas hirientes. Dolido por todo lo que habrían disfrutado a su costa

…y la de Alba.

Al fondo, en la pequeña pantalla de televisión enmudecida, la imagen de un toro corneaba a varios espectadores en su huida a través de las gradas mientras el resto corría despavorido.

De vuelta al vestíbulo, pasó delante de una puerta a medio abrir a la que no había prestado atención antes. Al asomarse, vio a alguien dentro. Celia, sentada de espaldas a él, toqueteaba la pantalla de su móvil, chasqueando la lengua y maldiciendo continuamente. Dani apoyó el hombro en el marco de la puerta.

—No consigues conectarte a la sala, ¿verdad?

Tras el sobresalto, Celia tapó su móvil contra su pecho. Se había puesto en pie y ambos se observaban en silencio.

—No sé de qué me hablas —dijo ella al fin.

—Sé que has sido tú la que ha encendido el router y ha iniciado el programa de vídeo. El mismo al que ahora no puedes conectarte. —Esperó su reacción que no llegó—. Enhorabuena, os ha salido de puta madre. Ya soy un cornudo, y Alba una puta, tal y como tú querías. —Hizo una inspiración—. Aunque no haya quedado nadie para verlo.

Celia comprobó su móvil de reojo. Después, lo apagó y lo guardó en el bolsillo de atrás. —Tampoco es para tanto.

Caminó hacia ella. La hubiera estrangulado allí mismo y tuvo que hacer varias respiraciones para no perder los nervios.

—Quiero decir —continuó ella endulzando la compostura—, que solo es un polvo. Sudor, saliva… semen. —Sonrió de medio lado—. Tú hiciste lo mismo conmigo.

—El albergue —recordó.

—Sí, el albergue. Menudo polvo me echaste. —Sonrió maledicente—. Aunque, un poco cortito, la verdad.

El recuerdo le sobrevino como un mal sueño.

—Me follaste el coño —susurró—, me chupaste las tetas y me metiste un dedo por el culo mientras te corrías; mientras me llenabas de semen. —Mostró sus dientes blancos en una sonrisa—. Tu semen, que eyaculaste para mí.

—Y que recogiste hábilmente en tus bragas —siseó—. Me engañaste. Te hiciste pasar por Alba.

—Venga ya —dijo melosa—. Sabías que era yo desde el momento que me tocaste las tetas —acercó la boca a su oído—, pero preferiste hacerte el tonto porque lo deseabas; me deseabas.

—Estaba febril… —Se calló de súbito y abrió los ojos, sorprendido—. ¿Qué haces?

Ella acariciaba su paquete. Maldijo por dentro y sujetó su muñeca.

—¡Para!

—Esta vez lo haremos sin prisas —dijo ella—. Y te dejaré que me lo hagas por el culo. Así no podrás decir que te vas de vacío.

Metió la otra mano por dentro del pantalón, asiendo su polla y produciéndole un calambrazo que recorrió su espalda. Tuvo que frenarla de nuevo, sacándola del pantalón.

—Follar contigo es lo último que me apetece. —La tenía cogida de ambas muñecas.

—Tu polla no dice eso. Tu pollita.

La apartó con todo el cuidado posible, haciendo esfuerzos para no lanzarla contra la pared. Celia deslizó uno de los tirantes de su camiseta por el hombro y repitió lo mismo con el otro. La prenda cayó hasta la cintura y sus tetas aparecieron delante de él con las areolas rosadas como dianas.

Cerró los ojos, más enfadado consigo mismo que con ella. Celia lo tomó de las manos y se las puso sobre sus tetas.

—No creas que no me he dado cuenta de cómo me las miras. En la nudista no me quitabas ojo. —Tenía esa sonrisa de diablesa que tantas veces había visto—. Venga, aprovéchate. Disfruta de mí.

Recordaba esa primera vez desnuda y cuando las tuvo contra su cara. Ahora se arrepentía de haber sido tan indiscreto. Ella lo sostenía de las muñecas, moviéndolas en círculos para que las notara en toda su extensión. Eran blandas y calentitas. Por el contacto de sus pezones, notó que ella no estaba excitada, lo cual lo humillaba más en aquel juego contra él.

Se soltó, apretó los puños y retrocedió un paso.

—Venga —insistió soltando los botones del pantalón y bajándolo lo justo para que asomara el nacimiento de su vello púbico—. Seguro que Aníbal no ha tenido tantos remilgos con las de Alba.

Él se mantuvo en su mutismo contenido. La prenda, junto con sus bragas, terminó de caer hasta los tobillos, haciendo que su excelso coño apareciera a la vista. Se podía apreciar la línea que separaba sus labios gruesos y que acababa en el huequito de luz que queda entre los muslos y que tanto le excitaba. Celia abrió ligeramente las piernas, ofreciéndose con más descaro.

Dani, sin perder su rictus indolente, seguía sin decir nada.

—¿No quieres? ¿Aunque sepas que tu novia está galopando la polla de Aníbal como una amazona? —Se puso de brazos en jarras, levantó el mentón e infló el pecho, aumentando su sexualidad. —Ahora puedes galoparme tú… y desquitarte conmigo.

Comenzó a acariciarse las tetas. Descendió una mano hasta sus muslos y se sobó el coño, mirándole fijamente mientras se mordía un labio. Dani sopesó seriamente hacerle caso y desquitarse con ella. Con su amiga. La amiga de la que tantos celos sentía por culpa del crápula que se estaba follando en ese momento.

Ella continuó tocándose, emitiendo pequeños gemidos con los que Dani estuvo a punto de mandarlo todo a la mierda y follarla hasta quedarse seco. Era una puta y así se merecía que la follara. Un digno final para una noche de mierda. Y un bonito recuerdo que dejar en su despedida de Alba.

Giró la cabeza cuando ella lo abrazó, poniendo sus labios a escasos milímetros de los suyos, metiendo la mano de nuevo en el pantalón y agarrando su polla por sorpresa.

—¿Sabes que la chupo muy bien? —susurró mientras lo masturbaba. Dani estuvo seguro de que no mentía—. Y me lo trago todo.

Se la sacó de encima con un manotazo.

—Puedes ahorrarte tu puto premio de consolación —dijo en un tono más alto del que pretendía.

Ella se quedó un instante en silencio, antes de cambiar su gesto por completo.

—¿Tú me rechazas a mí? ¿En serio? ¿Tú, con esa pollita de mierda, me dices a mí que no?

Y llegó la tormenta.

—A ver, so lerdo, Alba ha elegido a Aníbal. Te ha cambiado por él. ¿Lo entiendes? Un tío de verdad, con una polla de verdad —levantó la voz—. Quédate lloriqueando si es lo que quieres, pero te digo una cosa: A tu novia le gusta comerse una buena polla. Y teniendo en cuenta la mierda a la que la tienes acostumbrada —dijo señalando su entrepierna—, se lo tiene que estar pasando de puta madre. Y encima que me ofrezco a consolarte, tú, en vez de disfrutarlo igual que ella, ¿prefieres decirme que no?

Dani no perdió la compostura aunque sus puños seguían apretados.

—Corta el rollo. No lo haces para consolarme, sino para consolarte a ti. Para recomponer tu puñetero complejo de puta barata. Vas de tía moderna y desinhibida que ama el sexo, pero en realidad solo eres una pobre fulana que se deja follar para conseguir algo que de otra manera no tendría.

Celia abrió la boca, estupefacta.

—Tú no odias a Alba porque te robó a Rafa, sino porque Rafa pasó de ti. Igual que pasa de ti Aníbal y tantos otros como él. No te quieren, no les gustas y nunca van a ser tus novios porque para ellos, tú eres una segundona, material desechable. Solo vales lo que vale tu coño. Y, si tu coño es lo único que puedes ofrecer, es que no vales nada. —Bajó la voz y la puso más grave—. Sin embargo, para tu pesar, con Alba es distinto.

El labio inferior de Celia temblaba.

—¿Quién estaba con Rafa la noche que le puso los cuernos? ¿Quién era la chica que se folló? —atacó él. Celia no respondió, pero tampoco hizo falta viendo la cara que puso—. ¿Fuiste tú, verdad? La oportunidad para recuperarlo. Le camelaste con la chorrada de los celos y, poco a poco, conseguiste llevarle a tu terreno. Acabasteis follando en su coche. Y sin embargo, él salió corriendo tras ella, dejándote con dos palmos de narices y las bragas llenas de semen.

Celia se puso tiesa como un palo.

—Debió ser bochornoso que te follara y luego no quisiera saber nada de ti. Tanto, que te lo has tenido bien calladito. —Volvió a acercarse a su cara—. Y ahora, cuatro años después, de nuevo Aníbal te utiliza para conseguirla. Debe resultarte tremendamente humillante. Por eso le boicoteas en los juegos.

—Eres un mierda. —Ardía de rabia.

—Y tú una pobre infeliz. Por eso pusiste lo de “Que la gente me aprecie y me quiera” la noche de las confesiones. Porque estás sola, porque quieres ser como ella. Que te deseen, que te necesiten, que se fijen en ti. —Entrecerró los ojos y moduló la voz—. Que te quieran.

Celia terminó de recomponer su ropa y arrancó hacia la salida como un huracán. Sus ojos se habían llenado de lágrimas y de su porte seguro ya no quedaba nada.

—Que te den, imbécil —le tembló la voz—. A ver si encuentras una tía que se conforme con esa mierda que tienes entre las piernas. —La última frase casi no se oyó.

—¡Celia! —Ella se paró bajo el quicio de la puerta—. Puedes disimular lo que quieras, pero los dos sabemos que te jode tanto como a mí que ambos estén follando allá arriba.

Ella separó sus labios para decir algo, tal vez un insulto, pero se contuvo. En su semblante solo quedaba frustración y tristeza, con los ojos encharcados a punto de desbordar.

—Porque en el fondo —continuó—, aunque solo te quiera para conseguir follarse a otras, no puedes evitar seguir amándolo —moduló su voz para que sonara más áspera— como una buena perrita faldera.

Sus lágrimas caían una tras otra mancillando su bonita cara. Apretaba las mandíbulas, odiándolo o, quizás, padeciendo su misma soledad. Sus ojos ya no eran los de una chica mala que mastica hombres para desayunar, sino los de una niña sin amigos en el patio de colegio.

La vio desaparecer por el pasillo. Pocas veces había visto a alguien tan necesitado de un abrazo. Él todavía se quedó unos minutos en aquella habitación, con una mezcla de rabia y desolación. Cuando se calmó, volvió al vestíbulo y de ahí caminó hasta donde se servían las bebidas. Allí había dejado su chaqueta al llegar y quería recuperarla.

Al entrar vio el mismo descampado que en el resto de la casa. Vasos por doquier y apenas tres o cuatro parejas charlando con caras de no haber dormido en cien años. Con cigarros a medio apagar y maquillaje que ya no lo era. Sin saber por qué, se coló detrás de la barra de las bebidas. Se preguntó dónde guardarían la Ketamina y si habría suficiente para meter un poco en cada una de las botellas de agua que quedaban.

«Estaría bien ver flipar al resto de invitados cuando quisieran aplacar la sed por la resaca».

Al final desechó la idea y, en su lugar, pensó en tomarse un kas de limón antes de largarse de allí. La noche le había dejado la boca seca y le esperaba un largo camino. Sin embargo, cuando se disponía a llevarse la bebida a la boca, se lo pensó mejor y la dejó sobre el mostrador. No quería que a partir de ahora su sabor le recordara a ese momento.

Justo en ese instante, Rocho apareció por la puerta. Se dirigió a grandes zancadas hasta el perchero donde estaban el resto de las chaquetas y se puso a rebuscar en cada una de ellas. Tras revisar varios bolsillos, encontró unas llaves y las movió delante de su cara. En el llavero había una estrella de tres puntas.

Se las guardó y se fue con la misma cara de pocos amigos con la que había llegado. Dani asomó una sonrisa triste. «Ya ha leído el chat. Pobre idiota. —Después se fijó en el perchero—. Lo siento por el dueño que va a tener que volver andando a casa».

Con la chaqueta bajo el brazo salió de nuevo al vestíbulo. Cuando enfiló hacia la salida, una voz lo llamó desde lejos.

—¡Dani! —Alba bajaba las escaleras apresuradamente—. Cariño, estás aquí. Oye, que ya estoy. Que nos vamos. —Recorrió la distancia que lo separaba de él y se echó a su cuello para besarlo.

El besó quedó en el aire.

—¿Cariño…?

Había girado la cara, rehuyéndola y posando su mirada, fría y distante, en un punto concreto de la escalera. Aníbal bajaba por ella, escalón a escalón, con las manos en los bolsillos y el rostro serio de quien camina como si no quisiera llegar al final.

Se paró al llegar al último peldaño y se apoyó en el balaustre, observando a la pareja que, en ese momento, lo observaba a él. No hizo falta explicar lo que pasaba por la cabeza de cada uno.

Dani la apartó con suavidad, sin dejar de mirar al adonis traidor. —Puedes volver con él.

Ella se llevó una mano al pecho, angustiada. —¿Pero, qué dices, cariño…?

—Déjalo, Alba. —Movió el mentón a un lado—. Me voy.

A su novia pareció caerle una losa encima. —No es lo que piensas —dijo con media voz.

Una mirada sirvió para que no intentara ir por ese camino. Alba sintió frío en el cuerpo y le tomó del brazo con manos nerviosas. Cerró los ojos un momento previendo lo que le venía encima.

—Lo hablamos en casa, ¿vale? Te prometo que lo podemos solucionar. Vamos a casa y hablamos de todo. Te lo prometo: de todo.

Dani agachó la cabeza y tomó aire. —No, no hablamos. Se acabó.

—Mi amor, déjame que te lo explique. Solo te pido que me escuches. Hablar, nada más. En casa, a solas. Los dos tenemos cosas que contar.

Dani frunció el ceño. —Los dos…

Fue a tirar de él para llevarlo hacia la salida cuando se percató de que no llevaba el bolso colgado del hombro.

—Mierda, me he dejado el móvil y la cartera. Vuelvo enseguida —dijo palpándose donde debería estar el complemento—. Espérame aquí, ¿vale? Necesito el teléfono. Por favor, te lo ruego, voy a por él y lo hablamos. Te lo puedo compensar, lo juro. Dani, mírame. Mírame, mi amor. Lo voy a compensar y lo vamos a solucionar. Todo.

Tardó un rato en afirmar con la cabeza. —Eso seguro —dijo rotundo.

«Pero de raíz».

Alba corrió escaleras arriba, sin mirar a Aníbal y con la urgencia de quien no dispone de tiempo. —Espérame. Por favor, espérame —dijo mientras se alejaba—. Vuelvo enseguida y nos volvemos a casa, juntos.

Tras ella, solo quedó el silencio llenando la estancia. Un silencio espeso que hacía realmente incómoda la situación entre su novio y su amante corneador. Aníbal se pasó la mano por la nuca y se acercó a él.

—Ey, Dani, ¿cómo estás? —preguntó conciliador.

—Aún despierto, ya ves —contestó sin emoción.

—¿Eh? Ah, sí, claro —dijo confundido. Después, miró alrededor, quizás buscando alguna cara conocida como la de Marcos o Gonzalo. En la estancia se percibían las consecuencias de la fiesta—. Mucho… mucho desmadre, ¿no? —Dani no contestó ni dejó de mirarlo. Aníbal se rascó el mentón—. Estaba… enseñando a Alba la parte de arriba. Nos hemos liado hablando y…

—Vete a la mierda, Aníbal. Vete a la puta mierda —dijo en tono contenido, pero sereno.

El adonis congestionó el gesto y se miró la punta de los zapatos bastante rato antes de devolverle la mirada. —Lo siento, tío. Sé que es una putada, pero es que tu novia me gusta de verdad. —Puso una mano en su hombro—. No quería joderte.

A su lado, Aníbal era como Goliat. Dani apartó su mano con dos dedos. Acababa de follarse a su novia, su chica, la mujer de su vida. No soportaba tenerlo cerca, ni aguantaba oler su aliento y, menos, que le hablara como un colega. Apretaba la mandíbula haciendo esfuerzos para no soltarle un puñetazo en la cara. Retrocedió un paso recuperando la distancia.

—Siento que te hayas enterado —continuó diciendo con las cejas entornadas—. Supongo que pensarás que soy un cabrón que solo piensa con la polla, sin importarme el daño que pueda hacer, pero no ha sido solo eso.

—Corta el rollo. Sé lo de vuestro juego, tu puto juego de mierda, al que los palmeros de tus amigos te siguen como lerdos.

—¿Juego? No, tío. Ha surgido así —explicó—. Con todo el tema de la fiesta, el alcohol y el colegueo de las risas, nos hemos puesto supercalientes y…

—Cierra esa bocaza —siseó—. Tu puta bocaza de mentiroso embaucador. Te has rodeado de paletos que te adoran como a un dios para que te ayuden a conseguir precisamente esto. No ha sido sin querer; no ha sido un calentón —hizo una pausa—, y no ha sido solamente Alba a quien has querido joder.

De nuevo el silencio y, de nuevo, Aníbal bajó la mirada al suelo sin poder sostener la de Dani. Cuando la levantó, el semblante era otro. Volvió a repasar con la vista la estancia. Quizás ya preocupado por no ver aparecer todavía a ninguno de los demás. Su mentón se movía a un lado y a otro como si sopesara lo que iba a decir.

—Esta vez no ha sido solo por el juego —reconoció descubriendo sus cartas—. Ella me gusta desde el primer día que la vi. Es como una obsesión. Nunca me ha pasado con nadie.

Los ojos cansados de una noche para olvidar seguían clavados en aquel crápula, con obstinado mutismo.

—Era inevitable que esto fuera a suceder —continuó el adonis en tono conciliador—. Y, en el fondo, también tú lo sabías. Lo venías presintiendo desde que llegaste. —Hizo una pausa—. Acéptalo como algo lógico. No ha sido culpa de nadie. Entre Alba y yo siempre ha existido una atracción imposible de frenar. —Entornó los ojos y suavizó el tono—. Y lo de esta noche… solo ha sido sexo, algo físico. Ella te va a seguir queriendo igual que siempre cuando volváis a casa. Olvida lo que ha pasado y continúa tu vida.

No vio llegar la patada que le dio a la velocidad del rayo.

Cayó de rodillas con las manos entre las piernas, vaciando sus pulmones en un aullido sordo y el rostro contraído de dolor. Enterró la cara contra el suelo con los ojos en blanco, haciendo esfuerzos para contener las lágrimas. Dani seguía frente a él, mirándolo desde arriba.

—Era inevitable que esto fuera a suceder —repitió—. Y en el fondo, también tú lo sabías. Lo venías presintiendo desde que empezaste a tocarme los cojones. —Hizo una pausa—. Acéptalo como algo lógico. Después… francamente me importa una mierda lo que hagas.

Hacía esfuerzos para no rematarlo a puntapiés.

—Algún día te tocará perder algo que valores mucho —siseó—. Quizás antes de lo crees. Lástima que no esté allí para verlo. —Le dio la espalda y caminó hasta la puerta—. Dales recuerdos a tus amigos de mi parte… cuando los veas.

Cuando salía por la puerta, Aníbal lo llamó desde atrás. Lo hizo con un hilo de voz levantando los ojos del suelo lo justo para enfocarle.

—La conozco desde antes que tú —dijo con dificultad—. No eres su dueño. No te la mereces. —Se incorporó quedando de rodillas aún con una mano entre las piernas—. Ella y yo somos el uno para el otro. Entre nosotros siempre ha habido algo especial.

Dani se quedó parado bajo el quicio, dubitativo, con el pomo en la mano.

—Yo era algo especial. Tú solo eres un error.

Cerró tras de sí. Fuera comenzaba a amanecer. En verdad que las vistas eran tan fabulosas como había supuesto. Se preguntó hasta dónde habría rodado el coche de Aníbal por aquellas cuestas tan pronunciadas y si habría terminado ardiendo como en las películas.

Se subió el cuello de la chaqueta, protegiéndose del frío. Después, descendió los escalones uno a uno y cruzó el espacio hasta su coche. Por fin se había acabado aquella noche de mierda y con ella, sus vacaciones de aún más mierda.

Una simple patada a Aníbal no compensaba todo lo que había pasado por su culpa, pero eso ya le daba igual. Solo quería irse de allí y perderlo de vista junto a todos los demás, incluida Alba.

Lo último que vio por el retrovisor cuando salía por la barrera, fue la imagen de ella bajando los escalones del porche a trompicones, levantando los brazos llamando su atención, con el bolso en una mano y una chaqueta corta en la otra.

No volvería a verla hasta meses más tarde.


— · —


Deshizo el camino por todo aquel puerto lleno de curvas hasta llegar a la carretera general. Encontró un pequeño atasco provocado por un accidente de tráfico. Reconoció fácilmente el coche que se había llevado Gonzalo. Estaba volcado en la cuneta, con las ruedas hacia arriba.

Un sanitario sujetaba una bolsa de suero conectada a alguien tapado con una manta térmica en el suelo. La víctima llevaba puesta un collarín. Dani barrió con la vista toda la zona. «Menos mal, se ha hostiado él solo —pensó aliviado—. Borracho imbécil».

Llegó a casa de Marta y aparcó frente a la portezuela del jardín. Dentro olía a café recién hecho. Dedujo que ella debía estar en la cocina. Pasó de largo y subió a su cuarto dispuesto a terminar de preparar su maleta. La recuperó de debajo de la cama.

Enseguida alguien tocó la puerta. No hizo caso y continuó plegando los últimos enseres.

—¿No está Alba contigo? —preguntó Marta mientras se sentaba en la cama frente a él. Cogió una de las prendas que Dani acababa de meter en la maleta y la desplegó para observarla con curiosidad. Él la recuperó de sus manos y la volvió a colocar donde estaba.

—Se queda con Aníbal, tal y como tú querías.

—¿A dormir?

—Eso también.

Marta cogió otra de las prendas de la maleta y la volvió a desplegar. Era una camiseta. Se la colocó sobre el pecho como si se la estuviera probando, mirando cómo le quedaba por encima de la bata. Él volvió a recuperarla y, de nuevo, la colocó donde estaba con más fuerza de la necesaria. Marta se apoyó con los brazos hacia atrás.

—Sabes que Alba es mucha mujer para ti. No pensarías tenerla encerrada como un pajarillo para siempre.

Dani apoyó las manos a cada lado de la maleta y cerró los ojos. —Marta, ¿podrías irte a tomar por el culo mientras saco de esta puta casa lo último que me queda aquí?

Ella no se lo tomó mal. Al contrario, se levantó y se colocó tras él, tomando su cintura con suavidad mientras él volvía a plegar prendas.

—Venga, cariño, tampoco te lo tomes así. Ella no era para ti. —Le acarició los hombros—. Hay muchos peces en el mar. Seguro que encontrarás a otra. Desquítate, echa un polvo y pasa página. Perder a una novia, tampoco es una tragedia.

—¿Una tragedia? —inquirió Dani frunciendo el ceño. Se giró y se puso cara a cara—. No. Una tragedia es ver morir a tus padres en un accidente de tráfico desde el asiento de atrás del coche en el que viajabais. Una tragedia es permanecer atrapado de brazos y piernas durante horas, con la mirada sin vida de tu padre clavada en tus ojos mientras lloras a una madre que no responde. Una tragedia es ver cómo la única persona que te ata a este mundo y te da el poco consuelo que puede ofrecer, se marchita y degenera hasta no recordar ni su propio nombre. Apagándose en tus manos de niño que se resiste a crecer de golpe. —Llenó sus pulmones y expiró el aire lentamente, con la vista fija en los ojos de ella—. Una tragedia es pasar tu infancia al cuidado de unos servicios sociales caducos e ineficaces que forjan tu paso a la adolescencia con un adoctrinamiento deshumanizador y cruel. Fábricas de almas perdidas que nunca más volverán a reír.

Apartó la vista, buscando las palabras en algún lugar del suelo. Marta se había quedado helada.

—Que tu novia —dijo al fin—, la mujer que te ha llenado de ilusión y te ha hecho volver a amar al mundo, la que te hace creer invencible y por la que serías capaz de matar y morir —hizo una pausa—, y con la que quisieras pasar el resto de tu vida, se vuelva una arpía y te traicione con la persona más despreciable que has conocido… —Entrecerró los ojos, apesadumbrado—. Solo es otra decepción más de la vida.

Tomó la mano de Marta y colocó en su palma una cajita aterciopelada del tamaño de una caja de cerillas que había sacado de la maleta. Tenía el dibujo de dos aros dorados en su superficie.

—Enhorabuena, te lo has ganado. Has conseguido que esto valga lo mismo en tu mano que en la suya.

Marta se había quedado pasmada, con la mano extendida y la boca a medio abrir. Dani cerró la maleta y salió de allí para no volver jamás.

Fin capítulo XLVI
 
Nos dices aquello que decian unos dibujos animados...... no se vayan... aún hay másssss.... ???. Pensaba que Dani ya habia hecho lo que tenia que hacer. No quiero pensar que vuelve con Alba... si lo hace entonces ya sabe lo que le va a pasar👹🤘🤘
 
Ya he leido todos los relatos del foro, espero con ansia los demás.

Me siento identificado con Dani, no solo por el tamaño de la pilila, sino también por el maltrato que sufre.
 
Dani, parece que espabila pero... no remata, como se merecen, a la tropa masculina del grupo de what***. Poco premio para la gran apuesta viril que le hicieron.
Para la tropa de pollinas arpias ... quizá sea el jarabe adecuado: dejarlas con las ganas y, desenmascarar lo que realmente son, no es que lo diga yo, lo son... pues eso, por activa y pasiva...Dejarlas con las ganas a esta recua de insatisfechas... es lo mejor que ha podido hacer.
 
Última edición:

Y se acabó​


Se dio cuenta de que necesitaba repostar al pasar por delante de la gasolinera. Puso el intermitente y se adentró en la zona de los surtidores. Alba había dicho que ese había sido el último sitio donde paró cuando se fue del pueblo. Hoy, años después, se repetía la historia en parecidas circunstancias. Pero esta vez, el protagonista era él.

Enseguida se acercó un operario a atenderle. Era el señor del pelo cano. Éste lo reconoció nada más verlo.

—¿Ya te vas? Espero que lo hayáis pasado bien.

—Llénelo, por favor —pidió sin contestar a su pregunta.

El señor metió la manguera y dirigió la vista hacia el interior del coche, intentando encontrar a su espectacular novia en el asiento del copiloto. Una sonrisa se fue formando en su cara.

—Parece que, al final, no la encontraste —bromeó.

Lo observaba con mirada irreverente y media sonrisilla mal disimulada. Dani, en completo mutismo, se lo quedó mirando con el mismo descaro y con la sensación de cornudo más fuerte que nunca.

El tiempo que duró el repostaje se hizo eterno, durante el cual, el señor del pelo cano no dejó de observarlo con el rabillo del ojo. Se entretuvo demasiado escurriendo las últimas gotas.

—Te cobro dentro.

Le siguió a paso pulga hasta el establecimiento. El operario, que parecía tener ganas de hablar, aprovechó para iniciar una conversación.

—Y… ¿lo habéis pasado bien?

—Mucho —tardó en responder.

—¿Y habéis conocido a mucha gente?

—No. —La respuesta fue escueta y tajante.

Siguieron caminando hasta entrar en el establecimiento. De un barrido con la vista, constató que estaba completamente vacío. El operario pasó detrás del mostrador.

—Pues… uno que trabaja aquí, dice que os conoce. Que conoce a tu novia.

De nuevo le vio haciendo esfuerzos por no sonreír y sintió como si todo lo que había pasado durante los últimos días fuera de dominio público. El del pelo cano lo observaba a la espera de algún comentario morboso que llevarse a la boca. Dani mantenía la misma expresión neutra.

—Sí, Javier, el alto guapito —respondió sin apartar la vista de sus ojos—. Nos ha hablado de ti. Tú eres el viejo canoso que se la menea en el aseo con fotos de las clientas.

La cara de pasmo que puso el señor dejó claro que no había errado en su suposición. Dani ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, como si hubiese recordado algo.

—También nos contó que una de esas fotos es de mi novia.

Se apoyó con los puños en el pequeño mostrador y acercó su cara a la de él, intentando ver a través de sus ojos. Por acto reflejo, el operario se fue echando hacia atrás en perfecta coreografía. Manteniendo la escasa distancia a medida que invadía su espacio. La nuez de su cuello subió y bajó al tragar saliva.

—Espero que el vídeo que nos enseñó de ti —siseó con dientes apretados—, no haya sido con ella.

De la seguridad y el desparpajo de aquel hombre, ya no quedaba más que un guiñapo de sí mismo. Quizás por no disponer de ningún palmero que coreara sus gracias o puede que por el aliento de Dani que respiraba a menos de un palmo de su cara.

—En ciertos círculos eres muy famoso. Hombres mirando cómo se masturban otros hombres. Deberías tener más cuidado con las cámaras ocultas de tus amigos.

Al señor se le abrió la boca. A partir de ese momento le iba a tocar agachar la cabeza cada vez que alguien lo mirara de forma no natural, preguntándose si sería uno de los que le habría reconocido en internet.

Salió de allí con la mirada del viejo verde clavada en su espalda.

No volvió a detenerse hasta llegar a casa, varias horas después.


— · —


Había bloqueado a Alba nada más abandonar la casa de Aníbal. No quería hablar con ella ni recibir un solo mensaje de disculpa. “Lo vamos a solucionar”, había dicho ella. «Claro que sí —se decía él ahora—, pero de raíz».

Maldita traidora. Cómo lo había engañado. Toda su relación había resultado una farsa. Entre ella y Aníbal había habido mucho más de lo que le había hecho creer. Tantas mentiras, tanto negar lo evidente y, al final, había resultado que entre los dos se lo habían estado montando a sus espaldas desde el momento que pisaron aquel maldito pueblo.

Intentó quitárselo de la cabeza. Ahora, sin ella, empezaba una vida nueva, así que tocaba hacer borrón y cuenta nueva. No más sufrimientos por su culpa ni más comeduras de cabeza. Lo había intentado todo y había perdido.

Punto final.

Al llegar a casa todo estaba como lo dejaron, quizás con algo más de polvo, que no dejaba de simbolizar una pausa en su rutina de pareja feliz. Ahora iba a abandonar para siempre el que había sido su hogar, su nido. Adiós a la relación que él pensó que iba a ser eterna. Aquella por la que había apostado un anillo.

Pensó si no se estaría precipitando. Si no tendrían que haber tenido esa charla que le pidió Alba.

«No», se dijo. Ya nunca podría olvidar la imagen de ellos dos en la cama, con la polla de él entrando y saliendo como un martillo percutor y, lo que era peor, los gritos de placer de ella. Haciéndole sentir, no ya un cornudo, sino un incapaz en comparación.

Alba podría odiar a Aníbal con toda su fuerza a partir de hoy, arrasada por el arrepentimiento y la pena; podría detestarlo tanto que pensar en él le haría caer enferma o podría cortarle la polla que tanto le había humillado y entregársela de rodillas en compensación por su infidelidad.

…pero lo que ya no podría hacer es desfollárselo.

¿Cómo hubieran sido sus relaciones a partir de ahora? ¿Cómo podría evitar no pensar en esa noche cada vez que estuviera sobre ella? ¿En los dedos apretados contra su culo y en sus gritos?

«No», se repitió. Cortarlo de raíz es lo mejor. Y castigarla con su ausencia, si es que su relación realmente había significado algo. Si ella fuera capaz de sentir una décima parte del dolor que sentía él por la traición.

El traslado hacia su piso le llevó más tiempo del que pensaba, pero por fin, empaquetó la última caja. La dejó en la entrada y dio una última vuelta por las habitaciones para echar un último vistazo.

…y como despedida.

En la mesilla de su dormitorio estaba el retrato de ellos dos posando frente a la cámara. Era un selfie del día que estuvieron en un zoo del norte del país, ubicado en una extensa y antigua zona minera reconvertida en hábitat para animales salvajes.

Fue un día que nunca olvidarían. Una cría de león en estado casi adulto se había escapado durante su traslado al hospital del centro. Un error en su sedación dio como resultado dos veterinarios heridos de gravedad y el animal corriendo desorientado entre los aterrados visitantes.

Alba estaba junto a una papelera, vertiendo los restos de los bocadillos que habían comprado dentro del recinto. Cuando Dani vio al animal dirigirse hacia ella, su corazón se detuvo.

Pensó que la perdía.

Cerró los ojos, recordándolo. Esa foto la tomaron a la salida y, todavía se percibía en el semblante de Alba, las secuelas del susto y en el de Dani, las de su angustia. Dejó la foto en su sitio y, con la última caja en la mano, salió de allí. Esta vez sí la perdía.

Para siempre.

Dejó las llaves del coche de Alba sobre el vaciabolsillos de la entrada, cortando el último lazo con aquel sitio. Supo que no volvería a disfrutar de la tranquilidad que le dio aquel hogar. Esa fue la primera de las realidades a la que le tocaba acostumbrarse.

Ya en su piso, se dejó caer en el sofá, derrotado por la traición y con el cansancio de todo un día sin dormir. Por inercia, miró el móvil esperando encontrar algún mensaje de Alba hasta que recordó que no volvería a recibirlos. Torció el gesto. Esa era la segunda de las realidades que le tocaba encajar.

Habría más.

Los siguientes días los dedicó a no dormir y a comer sobras del día anterior.

—Debería afeitarme —pensó en una ocasión al pasar la mano por la cara.

Agotó los días libres que le quedaban, antes de volver al trabajo, encerrado como un oso cavernario. La infidelidad le había dejado jodido de verdad.

…o a lo mejor había sido por la ruptura.

Le extrañaba que Alba no intentara contactar con él, que no lo buscara. En el fondo y, aunque se negaba a reconocerlo, deseaba que ella se arrastrara pidiendo perdón. Necesitaba saber que su ausencia la estaba matando tanto como a él. Cada vez que oía el sonido del portero o un ruido en el descansillo, levantaba la cabeza esperando que ella entrara por la puerta.

Probablemente se negaría a recibirla y la castigaría con su indiferencia, fruto de su frustración, pero, al menos, le haría sentir mejor.

Nunca ocurrió.

Una mañana, al revisar su correo, descubrió un mensaje de ella. Lo había enviado dos días después de irse de aquel pueblo. El corazón le dio un vuelco y se lamentó por no haberlo comprobado antes.

Eres un cabrón y un violento de mierda.

Marcos, despeñado con su coche con las piernas rotas. Han estado dos días buscándolo hasta dar con él; León, con neumonía en un pulmón y lesiones internas; Enrico, con secuelas de hipotermia, va a perder la visión de un ojo; Gloria sigue ingresada con un ataque de ansiedad de caballo, no hace más que llorar; su marido, en coma inducido hasta que se recupere del accidente; y Javier, al pobre lo están tratando en la unidad de quemados con unos dolores horribles. Se le está despellejando la piel.

La boda se ha suspendido. Todos los invitados de vuelta a su casa y Martina, destrozada. Por ti, por tu culpa, porque eres un violento y un rencoroso.

Te has pasado tres pueblos. Sigues siendo el mismo niño vengativo y cruel. Tómala conmigo, me lo merezco, toda la culpa es mía, pero deja en paz a mis amigos y mi familia. No la pagues con ellos por tu puñetero ego personal. No tenías derecho. Que te den, psicópata de mierda.


Lo volvió a leer otra vez. No era esa la reacción que hubiera deseado encontrar. Personalmente, no sentía demasiada pena por ninguno de sus amigos. Las mayores lecciones nacen de las peores experiencias y esa panda necesitaba aprender una muy básica.

Y en cuanto a la boda… chasqueó la lengua, le dolía pensar en cómo debía sentirse Martina por su culpa, aunque, siendo sincero, la cancelación era lo mejor que podía pasarle. Quizás, con un poco de suerte, hasta se replantearía unirse de por vida a aquel monstruo.

No quiso responder, el orgullo se lo impedía. Además, con su prima colgada de su oreja, cualquier cosa que dijera en su defensa sería malinterpretado. Si había alguna posibilidad de que Alba se arrastrara hasta él, había desaparecido. Al menos, se consoló, no había nombrado a Aníbal.

Consumidos sus últimos días de vacaciones, volvió al hospital. La rutina le ayudó a ocupar su cabeza en otras cosas. El trabajo no es lo mismo cuando se hace sin ilusión, pero al menos, comenzó a llevar un hábito fuera de la autocomplacencia.

—¿Qué te pasa, mi niño? —preguntaba Nieves, la enfermera rolliza—. Tú no estás bien.

—Nada, mujer. Qué me va a pasar —se encogía de hombros.

La oronda cuidadora le dio un abrazo de oso que Dani tuvo problemas para corresponder. Algo más tarde, Estrella, la otra enfermera, le hacía compañía delante de una taza de manzanilla en la cafetería del hospital.

—Te llevará tiempo —decía ella—. Pero lo superarás. Ya lo verás.

—Claro —contestaba él una y otra vez.

Al llegar a casa recibió un WhatsApp de un número anónimo. No había mensaje, solo un video con el texto: “Míralo hasta el final”.

Al reproducirlo apareció la buhardilla de Aníbal. Era el vídeo de la infidelidad. Alba y su amante no tardaron en aparecer por un lado de la imagen.

—Vale, tenías razón, tu cuarto de juegos me ha sorprendido, ahora volvamos abajo.

—Espera, mujer, eso no era lo que te iba a sorprender. ¿En serio te quieres perder lo más bonito de esta casa?

—Ayyyy, Aníbal, de verdad, qué pesadito estás con tu dichosa casa. Ya la hemos recorrido entera. Joder, Iba a ser un minuto y llevamos dando vueltas sin parar… ni sé el tiempo. Ahora, venga, regresemos a la fiesta de una vez. Dani ya ha tenido que haber vuelto hace rato y no quiero que esté solo.

—Mira lo confortable que me ha quedado el estudio —dijo sin hacer caso—. Acostumbro a utilizarlo como sala de estimulación sensorial.

—Ey, ¿Por qué se sube la escalera?

—Es el automatismo, tranquila. ¿Has visto cómo está amueblado? —dijo posando las palmas de las manos sobre las paredes—. Es madera de Bubinga: Y esa cama tiene el colchón más cómodo del mundo. Pruébala.

La cara de ansiedad de Alba fue mutando hacia otra de odio fingido. Se cruzó de brazos y achinó los ojos mostrando una sonrisa malévola.

—Este es el truco más chungo que he visto jamás para traer a una tía a un picadero. Aparta, anda, que Dani se va a empezar a poner nervioso si no me ve pronto.

—Espera, mujer, pruébala primero, ya verás que mullida es.

La carcajada de Alba se hubiera oído a cien kilómetros de no estar el cuarto insonorizado.

—Ni de broma —espetó con una mueca cómica—. Además, con el pedal que llevo, si me tumbo en esa cama, me iba a quedar frita en cero coma dos.

Aníbal señaló con la vista y un arqueo de cejas para que lo hiciera.

—Nah, ya dormiré cuando lleguemos a casa —contestó juguetona—, baja la escalera.

Él sonrió y movió el mentón a un lado, dudando. Su sonrisa lobuna y sus ojos penetrantes se clavaban en ella.

—¿Y qué me darás a cambio?

Negó con la cabeza, incrédula y dio un sorbo a su copa, obviando un intento tan burdo por conseguir algo con ella. Él se acercó a la vez que ella retrocedía hasta tocar la pared con la espalda. Aníbal se apoyó, colocando su mano a un lado de su cabeza. En esa posición ambos quedaban cara a cara.

—Aníbal, abre esas escaleras. Íbamos a estar fuera un minuto y ya llevamos más de media hora.

—¿Y quedarte sin saber qué es eso que te he prometido? Muy pocos han tenido la suerte de verlo —dijo en voz baja y aire misterioso—. Es algo tan exclusivo que solo hay uno en el mundo y lo poseo yo —añadió—. Te juro que todo el que lo ha visto se ha quedado con la boca abierta. —Reafirmó con una caída de ojos.

Sonrió como un lobo cuando vio a Alba recorrer la habitación con la vista, escudriñando cada rincón. Después, se hizo el silencio, dejando que la curiosidad hiciera mella. Alba dio un nuevo sorbo, sin claudicar, pero sin negarse a seguir su juego.

—Te lo enseño y nos volvemos, pero… —dijo muy cerca de sus labios— si consigo dejarte con la boca abierta… —Movió la cabeza a los lados, como si alguien le pudiera oír— me das un beso primero.

El rictus de expectación de Alba mutó hasta formar una sonrisa divertida.

—Ya empezamos otra vez.

—Concédeme eso al menos. Total, si te vas a ir enseguida con tu novio de vuelta a vuestra casa.

Ella se lo pensó unos segundos.

—Con tal de salir de aquí. Pero date prisa.

—Un beso —insistió.

Alba volvió a barrer la habitación con la vista y, de nuevo, Aníbal sonrió triunfador.

—Si me dejas con la boca abierta —matizó ella—. Sin trampas, sin trucos. Y nos volvemos con mi novio.

Ahora fue él quien se lo tomó con calma, confirmándolo con una caída de ojos, pero sin querer abandonar su posición tan cerca de ella. Después, se pasó la mano por la barbilla, pellizcándose el labio inferior y se mantuvo así unos interminables segundos.

Alba, que podía sentir su aliento, se pasó la lengua por los labios. esperando impaciente. Respiraba agitada, tal vez por la ansiada sorpresa o, tal vez por la cercanía del adonis. Y entonces, como un presentador de televisión que sabe cómo mantener la atención de su público, dio dos pasos atrás, alejándose de ella, hizo un guiño y, previa pausa de expectación, levantó los ojos hacia arriba.

Ella siguió sus ojos y ambos terminaron mirando al techo. Él, concentrado en un punto determinado; ella, intentando captar lo que fuera que él mirase.

—No veo nada —dijo al cabo de un rato—. Y si sigo así me voy a acabar mareando por la melopea que llevo.

Bajó la vista, arrepentida por haber ingerido tanto alcohol y, al hacerlo, se pegó un susto de muerte. Tanto, que sus ojos se pusieron como platos y de su garganta salió un grito de sorpresa que no pudo reprimir.

—¡Uah, joder!

Aníbal había dejado caer los pantalones hasta los tobillos mostrando un oscuro pubis y una polla completamente enhiesta que destacaba como un mástil.

Enorme y grueso mástil.

Su erección era enorme y ella la miraba, obnubilada, con los ojos pegados a aquel pedazo de carne que no podía dejar de admirar. Y entonces, aunque demasiado tarde, cerró la boca con rapidez.

—Has hecho trampa. Dijiste que era algo que estaba en esta habitación.

No contestó. La respuesta era obvia por lo que se limitó a mirarla, ufano, sabiéndose vencedor.

—Has dicho…

Levantó un dedo para callarla.

—Te he llevado a error, pero no he hecho trampa.

Acto seguido, la tomó de la barbilla y la cerró con suavidad, dejando claro lo que opinaba del resultado de la apuesta.

Ella no protestó más. Aníbal tenía razón, por mucho que le doliese. Su pecho subía y bajaba con rapidez, quizás por el enfado de perder o, puede que, por la visión de aquel aparato. Aníbal volvió a apoyarse a un lado de su cabeza; ella tensó la espalda y miró hacia abajo, donde su polla casi tocaba la cintura de su vestido. Sus labios quedaban enfrente del otro y Aníbal se acercó a por su premio.

Se detuvo cuando Alba llevó la copa a sus labios, quedando él con el cuello estirado. Levantó una ceja, resignado por su continuo mal perder, pero sin enfadarse; aceptando su juego, pero negándose a entrar en él. Tomó el vaso de su mano y lo apartó con suavidad, depositándolo sobre una repisa contigua.

Ni aun así ella claudicó. Sus mofletes, inflados de líquido, hacían difícil su ansiado ósculo. Aníbal volvió a sonreír, era cuestión de tiempo que ganara ese pulso. Una batalla en la que Alba resistía y él aguantaba.

Respiraba agitada, como si le faltara el aire o como si estuviera nerviosa por lo que tenía que hacer, su pecho daba cuenta de ello. Levantó la barbilla, chulesca, retadora.

Pero el tiempo pasó y por fin ella tragó.

Cuando lo hizo, Aníbal se lanzó a por ella, llenando su boca con la lengua de él. Sin treguas, sin miramientos.

Sin más excusas.

El beso fue lento y apasionado, pero un beso, tal y como habían acordado. Luego vino otro y otro, como un dique que desborda sus aguas. Ya no era dejarse besar, tampoco era cumplir un trato. Sus pezones se remarcaban erectos bajo la tela.

Él la trajo hacia sí, pegando su polla contra su vientre, ella lo abrazó del cuello, comiéndoselo. Un rato después, lo separó poniendo una mano sobre su pecho.

—Ya está —dijo agitada—, tu beso, ahora nos vamos.

—Claro, preciosa, claro.

Tomó su muñeca y la llevó hasta su polla. No tuvo que forcejear para que ella la cogiera y se llenara la mano con ella. Un suspiro salió de lo más hondo de sus entrañas y sus dedos lo recorrieron hasta el glande. Tuvo que morderse el labio para no gemir como una gata.

—Eres un cabrón —dijo al hombre que la conocía mejor que ella misma.

Detuvo la reproducción y maldijo por dentro. Debía ser cosa de ese malnacido. Su ordenador portátil fue el único que recibió la señal de vídeo interno. Dejó caer el móvil en la mesa con brusquedad.

«Grandísimo hijo de puta», pensó.

Lo que más le escocía era saber que Aníbal se había salido con la suya. Le había levantado a su chica delante de sus narices. Dos semanas de constante acoso habían conseguido que su novia antepusiera a ese lameorejas por encima de él, tirando por la borda casi cuatro años de relación.

La lectura era clara. Aníbal ganaba, él perdía.

Solo había algo que provocaba cierta sensación de desahogo sobre él. Y es que conocía suficiente la psique de tipejos como sus amigos para saber que la desconfianza entre ellos sería moneda de cambio a partir de ahora.

Unas mentes tan recelosas como las de ese grupo funcionan a doble velocidad en los peores momentos y, las suyas, estaban inmersos en unos terribles. Ya nunca volverían a mantener la misma relación ni volverían a compartir las mismas correrías con el adonis embaucador.

…ni entre ellos.

Gonzalo y Gloria pasarían por su particular calvario a raíz del vídeo donde se la veía mamando, destapando cosas muy oscuras entre los dos. Los nombres de Javier y Aníbal saldrían a colación más de una vez en aquel desastre y, quién sabe, si también el del crápula de Marcos.

Se dirigió a la cocina a preparar algo de comer. Un vistazo a la fregadera le hizo arrugar la frente.

—A ver si me acuerdo de comprar pastillas para el lavavajillas cuando vaya de compras. —Se pellizcó la barbilla—. A ver si voy de compras.

Los días seguían pasando y cada uno era peor que el anterior. El tiempo lo cura todo, rezaba el dicho. En su caso sólo se cumpliría si fuera marcha atrás.

Decidió llamar a Rober y quedar con él. Como no le cogió, le envió un WhatsApp. Cuando le respondió, acordaron verse en el mismo bar donde conoció a Alba. La entrada al lugar fue dolorosa.

—Perdona, no me di cuenta al escoger el punto de encuentro —dijo su amigo al ver su cara.

—No pasa nada. Tampoco yo me he dado cuenta hasta que he entrado. Es igual.

La conversación estuvo llena de monosílabos. Hubiera querido desahogarse, pero no sabía cómo abordar el asunto. No sabía o no podía. Fue Rober quien terminó sacando el tema.

—Olga me ha contado algo de vuestras vacaciones —dijo con la vista baja mientras movía el vaso sobre la barra, haciendo círculos. Olga, su novia, era la mejor amiga de Alba—. ¿Qué has hecho, tío?

Lo preguntó con la cercanía que da una amistad leal, pero sonó a acusación y Dani dejó caer los hombros, apesadumbrado. «También tú», pensó.

Rober, Ironías de la vida, era su mejor y más leal amigo desde que forjaran su amistad en una de las más duras fraguas de una infancia cruel.

Dani miró su bebida y chasqueó la lengua. Podría haberle dado su versión. Podría haberle contado todas las perrerías que hicieron aquellos malnacidos a los que Alba llamaba amigos. Podía explicar el porqué de cada una de sus acciones, pero nada de eso iba a arreglar lo suyo. La infidelidad era irreversible y nada que su amigo pudiera contar le haría sentir mejor. Lo único que conseguiría sería ponerlo de su parte.

Y alejarlo de Olga.

Él le defendería a capa y espada; ella defendería a su amiga, poniendo en duda su increíble versión conspiranoica de los que habían sido los amigos de toda su vida.

Decidió, pues, volver a callar, obteniendo no mucho más que su apoyo moral y unas palmadas en el hombro. Además, a estas alturas, no había necesidad de que Alba supiera que había fotos y vídeos suyos circulando por ciertos círculos oscuros.

Cuando se despidieron, volvió a casa peor de lo que había salido. Dejó las llaves en el vaciabolsillos y entró en la cocina.

—Debería comprar comida de verdad de una vez —se dijo al abrir la nevera.

Se tiró en el sofá y se llevó a la boca un trozo de pizza recalentada. En el documental de la 2 echaban un programa sobre rutas en bicicleta de montaña. Abrió el correo para leer de nuevo el mensaje de Alba. Para su sorpresa, había enviado otros dos mensajes más. Y, de nuevo, eran de muchos días atrás.

Gracias por llevarte tus cosas de mi casa y evitar verte más. Pero te has dejado algunas mierdas tuyas. Puedes venir a por ellas cuando quieras. Te las dejo en la puerta del jardín. Si dentro de una semana no las has cogido, las tiraré a la basura.

El siguiente mensaje no era mejor que el primero.

Y una cosa te voy a decir, no pienso quedar yo como la única mala, de eso nada. Sé lo tuyo, ¿Te enteras? Sí, lo sé todo. Tu rollo con la rubita mona esa. Que me has puesto los cuernos y me lo he callado, pero mira, mejor así. Sal corriendo de mi vida y desaparece.

Ya tienes vía libre para follártela todo lo que quieras.

Cerró los ojos. Si quería hacer daño, sabía cómo hacerlo. Al igual que la vez anterior, volvió a leer cada uno de los mensajes. Sería imposible quitarle de la cabeza que se había liado con Eva. Al final, Aníbal (y su prima, seguramente) habían hecho calar la idea de ellos follando a sus espaldas. Dejó el trozo de pizza sobre el plato. Se le había quitado el hambre.

Con la relación muerta y enterrada, no tenía otra opción que tirar para adelante. No tener a Alba, también significaba dejar de sufrir por su culpa.

¿O no?

Cada día era igual que el anterior y cada noche un anticipo de la siguiente. Hacía jornadas más largas para tener su mente ocupada en otra cosa que no fueran las mentiras de Alba y su infidelidad con aquel malnacido.

Uno de esos días, al salir del hospital, su subconsciente le jugó una mala pasada y se encontró parado a la entrada de la urbanización de Alba. La rutina de varios años había guiado sus pasos sin darse cuenta de ello.

Quizás por curiosidad o puede que debido a una necesidad que no supo definir, avanzó hasta la puerta exterior de su adosado. Desde allí se veía la ventana de la cocina. En ese momento la luz estaba apagada por lo que supo que ella no estaba en casa. Inspiró con fuerza y soltó el aire, aliviado. No quería que ella le hubiera visto rondando su vivienda.

Echó un último vistazo al pequeño jardín delantero antes de irse y algo le llamó la atención. En el suelo había una bolsa con algo dentro.

«Debe ser eso que iba a tirar a la basura si no volvía a por ello», pensó.

Abrió la portezuela, se acuclilló y tiró de las asas para ver el contenido. Dentro estaban los retratos que había por toda la casa. Algunos de ellos se los había regalado él. En todos aparecían fotos de los dos. Se le rompió el corazón cuando encontró aquel en el que habían estado en el zoo el día que se escapó el León.

Nunca había pasado tanto miedo como aquel día. Jamás podría olvidar aquel momento que le había marcado tan profundamente. Le dolió que para ella significara tan poco que se deshacía de él. La foto estaba descolorida y parte había desaparecido por culpa de la lluvia que la había empapado. Pasó un dedo por encima de la imagen evocando el recuerdo de angustia. Ahora sentía otro igual de malo.

No debería haber vuelto allí, no debería obsesionarse con ella y tampoco debería haber sacado la foto del marco, pero no pudo dejar que aquella parte de su vida acabara en un contenedor.


— · —


Días más tarde, al acabar la jornada, se encontró con la persona que menos hubiera imaginado, sentada en el pasillo del hospital. Se levantó al verlo llegar, pero Dani pasó a su lado sin detenerse, desapareciendo por el corredor.

«Que te den», pensó.

Al entrar en su piso, volvió a inundarle un sentimiento de apatía. Ya no era solo por Alba, llevaba tiempo con las persianas bajadas y el cuidado de la casa dejaba que desear. Empezaba a tomar la imagen rancia de una vivienda abandonada.

—Un día debería ventilar —se dijo—. Empieza a oler mal.

Abrió la nevera. Estaba vacía. Ni tan siquiera un trozo reseco de pizza recalentada. Alguien llamó a la puerta y se dirigió a la entrada. Se rascó la barba que empezaba a picarle.

Al abrir la puerta, la vio de nuevo, había debido seguirle desde el hospital. Ella no dijo nada, solo esperó a que él la dejara entrar o, cuando menos, se quedara a escucharla. No hizo ninguna de esas dos cosas. Cerró la puerta como si no hubiera visto a nadie. Sin portazos, pero dejándola con dos palmos de narices.

«Solucionado, ya se me ha quitado el hambre», se dijo.

Se sentó en el sofá. Más bien, se desplomó a lo largo. Encendió la tele y puso un documental de la 2. Siempre le ayudaba a dormir o, cuando menos, a relajarse.

Un cuarto de hora después soltó un bufido y regresó a la puerta. Abrió una rendija, esperando no encontrar nada, pero ella seguía allí, sentada en los escalones, con la barbilla apoyada en sus manos y los codos en las rodillas. Estiró el cuello al verlo aparecer. Dani, después de unos segundos que se hicieron eternos, tiró ligeramente de la puerta, mostrándose por completo.

Marta se levantó despacio, moviéndose nerviosa, como si no lo quisiera asustar, frotándose una mano con la otra. Se plantó delante de él y esperó. Dani suspiró y volvió a retroceder medio paso haciendo que la abertura de la entrada se agrandara lo suficiente como para que pudiera pasar.

La prima de Alba se coló dentro quedando los dos en medio del recibidor. Durante mucho rato, nadie dijo nada, simplemente se limitaron a mirarse.

—Te odiaba —dijo ella por fin—. Desde antes de que llegaras.

Dani no se movió, ni un pestañeo. No hacía falta que hubiera venido hasta allí para decírselo.

—Nunca acepté que Alba no estuviera con Aníbal. Para mí era el novio perfecto y tú solo un oportunista. Y encima, con lo que me contó de ti…

Dani frunció el ceño.

—Me refiero… —se apresuró decir ella— a lo tuyo con la chica esa.

—¿De qué hablas? —Sacudió la cabeza.

—Tu compañera. La rubia. La chica que… —Hubo una pequeña pausa—. Mira… Alba os vio. Os descubrió juntos, y yo… es algo que no he podido dejar de tener presente. Por eso me caías tan mal. Es que… no te soportaba.

Dani tenía tan pocas ganas de discutir que solo pudo poner cara de asco. Ella siguió hablando, pero ya no la escuchaba.

—Oye, Marta —le interrumpió—, vete a la mierda, ¿quieres? —Cogió el pomo de la puerta y la abrió, indicando que la conversación ya había acabado.

—Perdona, perdóname, por favor —rogó juntando las palmas—. No quiero discutir. Olvida lo que he dicho. Solo he venido a disculparme y a devolverte esto. —Le ofreció el estuche aterciopelado del anillo—. Te lo devuelvo y me voy.

—Quédatelo —dijo sin mirarlo—, era un adorno para tu basura.

—Por favor. —Mantuvo la mano extendida hacia él.

Continuó inmóvil, sin hacer amago de tomarlo de su mano y sin quitar la vista de sus ojos. Ella terminó por bajar la cabeza y posar la mirada en el pequeño estuche. Lo abrió y acarició la joya con la yema de los dedos. Después, lo cerró con mucho cuidado y lo dejó sobre una repisa.

—No tenía derecho a juzgarte —dijo ella—. Ni a meterme en la vida de mi prima. Debí haber respetado su decisión y apoyarla.

—Eso ya da igual. —Se encogió de hombros.

—No, no da igual. Y menos yo que… —Soltó un suspiro y agachó la cabeza—. No soy la más indicada para hacer juicios de valor.

A Dani le dio la impresión de que iba a comenzar a contarle su vida y, lo último que quería, era oír sus lamentaciones, así que abrió ligeramente la puerta indicando que la conversación había llegado a su fin.

—Ya me voy —dijo saliendo al pasillo—. Lo lamento mucho. Todo. Y me apena que las cosas hayan terminado así por mi culpa. Ese anillo hubiera lucido muy bien en su dedo.

Se alejó y comenzó a bajar las escaleras.

—¿Qué tal está? —preguntó Dani antes de que desapareciera.

Marta se paró y encogió los hombros mostrando desconocimiento. —No me habla. Está enfadada conmigo y no quiere verme ni en pintura. —No dejaba de frotarse las manos—. Me acusa de manipuladora y de llenarle la cabeza de pájaros.

Él asintió. Marta dudó unos instantes antes de continuar.

—Por eso te he traído el estuche, no he podido dárselo. —Hizo una mueca—. El día que te fuiste estaba hecha un mar de lágrimas y gritos y la terminó tomando conmigo. —Nueva mueca de disgusto—. No fui capaz de enseñárselo.

Dani volvió a asentir. Se hacía una idea de la escena.

—¿No ha venido a verte?

—No.

—¿No ha contactado contigo?

—No.

Parecía sorprendida; seguía mirándolo con cara de pena.

—Ella te quería.

—No, no me quería —dijo con hastío.

—Te aseguro que sí. Lo de Aníbal fue un desliz. Un calentón, pero ella nunca dejó de quererte.

—Y una mierda —explotó—. Se ha pasado las vacaciones mintiéndome y tratándome como a un delincuente. Me odiaba. Me detestaba. ¿Sabes lo mal que me lo ha hecho pasar? Y todo lo hacía a propósito. No había ningún desliz.

—Porque estaba dolida por lo de… —No se atrevió a terminar la frase, pero Dani supo que acababa en “la rubia”.

—Que no tengo ningún lío con Eva, joder. Es mi amiga, es… como una hermana. Nunca ha habido nada. Todos son paranoias suyas.

—Me refiero a lo de tu compañera —dijo algo confundida—. La rubia mona esa que trabaja contigo.

Dani frunció el ceño y sacudió la cabeza. Cada vez entendía menos.

—¿Estrella? Por Dios, está casada, tiene dos hijos y su marido es amigo mío. Trabajamos juntos cada día del año y, en ocasiones, quedamos para comer en la propia cafetería del hospital. Si es eso lo que ha visto, es que ve fantasmas. —Luego puso la voz grave—. O que se está buscando una excusa cojonuda para justificar todo lo que me ha hecho.

—No te enfades conmigo, ¿vale? —dijo intentando calmarlo—. He venido en son de paz. Solo quería pedirte perdón y decirte que estoy muy arrepentida. —Se acercó a él—. Pero ella os vio —insistió—. No te juzgo —se apresuró a decir—, pero es así. Condujo hasta tu hospital porque quería comer contigo. Te llamó al llegar. —Hizo una pausa—. Y os vio salir juntos mientras le decías por el teléfono que tenías jornada completa por no sé qué.

La frente de Dani empezaba a despejarse y sus ojos comenzaron a agrandarse. Marta continuó explicándose.

—Os vio meteros en un coche y desaparecer, delante de su cara, mientras le decías que seguías en el hospital, ocupadísimo.

A Dani se le había abierto la boca, sin poder articular palabra.

—Ese día llegaste tarde a casa, ¡apestando a perfume de mujer! —continuó—. Y feliz —apostilló—. Sonriendo como un lelo. —Contrajo el rictus—. Te pilló tu escapada con ella. —Se acercó más y le habló en voz baja—. La semana anterior, Alba había estado con Rafa y se sentía mal por verle a tus espaldas. Por eso quiso quedar contigo. Pero luego tú, liándote con tu compañera…

Él seguía sin articular palabra. Marta agachó la cabeza y bajó la voz hasta hablar casi en un susurro.

—Le dije que te dejara; o que hiciera lo mismo con su ex; que volviera a llamarle y se diera un capricho. —Puso una mano sobre las de Dani—. Pero en lugar de eso miró hacia otro lado. Dijo que seguro que había sido un desliz; que vuestro trabajo es muy duro y quizás fue una vía de escape. Que solo habíais estado de tonteo.

Él negaba con la cabeza sin poder dar crédito y su semblante de desconcierto se había convertido en uno de espanto.

—¿Me vio? —preguntó casi sin voz—. ¿Me vio aquel día? —Se frotó la frente y dio un paso hacia atrás—. Joder. Joder.

—Supongo que todos cometemos errores —dijo sin rencor.

Dani daba pasos hacia atrás, hasta que su espalda tocó la pared del pasillo. —Por eso lo nuestro iba de culo. Me vio con ella y pensó que yo… que yo…

Con la cabeza embotada, caminó hasta el sofá y se sentó en el borde. Marta lo siguió y se sentó junto a él.

—Ahora sé que no tenía derecho a juzgarte, pero entiende que es mi prima. Yo estaba muy dolida contigo y verte me producía… —Se mordió los labios.

Dani no la escuchaba. Se masajeaba las sienes con ambas manos, hablando para sí mismo. —Le rogué a mi amiga que me acompañara a elegir el anillo con el que le iba a pedir que se casase conmigo. Alba no debía saber nada, por eso le dije que tenía jornada intensiva —se lamentaba—. Después estuvimos eligiendo perfumes. En realidad eran para Estrella. Se lo regalé como agradecimiento por acompañarme toda la tarde entre joyerías. No sabía que Alba…

Ahora fue Marta la que se quedó con la boca abierta. Señaló el anillo que permanecía en la repisa. Después, se llevó la mano a la boca y contuvo un lamento.

Se quedaron en silencio. Dani, comprendiendo el porqué de todo; Marta, arrepintiéndose de lo mismo. Por desgracia, a estas alturas, ya todo eso daba igual.

Permanecieron el uno junto al otro un buen rato. Sin hablar, pero haciéndose compañía. Ella, sin dejar de acariciar su mano, él notando un vacío insondable en su interior.

—Dios —se lamentó—, y yo empeñada en meter a Aníbal en su vida sin importarme más que yo misma y mis putas ganas de verlos juntos.

—Lo del consolador… —recordó Dani—. Me contaste que…

—Te mentí, fue idea mía —confesó—. Convencí a Aníbal para que se hiciera un molde, igual que los actores porno, para que Alba viera lo que se estaba perdiendo. Se lo hice llegar en su cumpleaños, ella no se lo llevó de mi casa.

—Luego, sabía que era suya.

—No, a la hora de la verdad no me atreví a revelárselo, me di cuenta de que se habría enfadado mucho. Ya sabes cómo es —suspiró—. Se lo dije hace unos meses, cuando me llamó para contarme lo tuyo con tu compañera de trabajo, la escapada. Aproveché entonces para malmeter y que viera lo que se estaba perdiendo por estar contigo.

—Para que me cambiara por una polla mejor, como la de Rafa… o la de Aníbal.

Agachó la cabeza y asintió despacio. —Lo siento —dijo con la voz quebrada—. En cualquier caso, conseguí todo lo contrario. Se enfadó mucho y dijo que me lo iba a tirar a la cabeza, que si tanto me gustaba, que me lo metiera por donde me cupiese.

Volvieron al silencio y a la compañía mutua. Marta no dejaba de secarse los ojos.

—Te odiaba más a ti que lo que la quería a ella. —Se sorbió los mocos—. Y lo que no sabía era que a quien odiaba realmente era a mí —explicó—. Tú representabas todo lo malo que yo había hecho. Castigarte, era como compensar lo mío.

Se fijó en ella por primera vez. Estaba más delgada que cuando se fue de su casa. Sus ojos, siempre vivos, estaban hundidos en unas ojeras producto de no dormir. Tuvo un presentimiento que llevaba rumiando desde hacía tiempo y, aunque no tenía ninguna gana de hacer de paño de lágrimas, no se resistió a preguntar.

—¿Tiene Cristian algo que ver?

Marta arrugó la cara y rompió a llorar. —Su padre nos pilló —confesó entre sollozos—. Solo fue una vez. —Espaciaba cada frase, respirando y moqueando—. Vino a mi cama. Le dejé meterse porque no quería dormir sola.

Le acercó una caja de pañuelos. Ella cogió uno y volvió a secarse los mocos.

—Todo se descontroló. Había empezado como un tonteo, cosquillas bajo las sábanas, besuqueos de broma…. —Nuevo llanto—. Su padre nos encontró follando mientras yo gritaba de todo.

—¿Insultabas a tu pareja mientras te corrías?

—No lo pensaba de verdad, era el momento, la tensión, el morbo de cuando estás en lo más álgido del orgasmo y dices las mayores barbaridades que se te ocurren, extasiada por esa locura febril. Despreciándolo a él y a su polla y alabando la de su hijo y lo bien que sabía follarme. —Se encogió de hombros—. Para él eso debió ser peor que verlo entre mis piernas.

Dani chasqueó la lengua. —Podría explicarte lo qué sintió.

Ella puso cara de no entender.

—Te oí la noche que se me cayó tu juego de vasos. Esa en la que mi polla de niño quedó a la vista de todos y echaste en cara a Alba mi pobre habilidad en la cama.

A Marta volvió a caerle una losa encima.

—Hablaba desde el rencor —dijo con el arrepentimiento impreso en la cara—. Fue por la frustración, para hacer daño. Nada de eso era verdad.

—Sí lo fue el asco que sentías por mi polla enana.

—Lo que sentía era envidia —rebatió—. Envidia porque tenías algo que yo nunca volvería a tener. Y me daba rabia. Porque pese a todo, a tus imperfecciones, a lo de tu compañera de trabajo y contra todo lo que yo le había dicho de ti; mi prima, que ha sido la chica más deseada de toda la zona, el bellezón inalcanzable para muchos más guapos y perfectos que tú, seguía contigo, aferrada con uñas y dientes mientras que a mí —soltó un sollozo—, que me creía la reina del mambo, Mario me abandonó sin tan siquiera molestarse en decírmelo.

Se quedó callada, recuperando el aliento y secándose los ojos.

—Por eso él no estaba allí. Se está tomando un tiempo —explicó— para pensar sobre lo nuestro, aunque, sinceramente, no creo que vuelva.

Volvieron a quedarse callados, haciéndose compañía. Para su sorpresa, empezaba a sentir lástima por ella. En el fondo no dejaba de ser una pobre desgraciada tratando de arreglar el mundo a base de malas decisiones. Hablaron algo más. Una charla en la que cada uno aclaró ciertos puntos de su estancia en la casa.

Al final, se abrazaron. El contacto del otro mitigó la sensación de soledad que venía padeciendo cada uno desde hacía mil noches. Marta rompió a llorar de nuevo y Dani la trajo hacia sí, consolándola como cuando consolaba a Alba. Cuando se separaron, mucho después, se quedaron mirando.

—Eres lo mejor que le ha pasado a mi prima. Nunca me perdonaré que hayáis roto por mi culpa.

Lo dijo realmente dolida. No hay juez más severo que uno mismo cuando se cae la venda de los prejuicios y deja aflorar sus remordimientos más profundos. Se fue de su piso poco después.

—Deberías comer algo —dijo antes de salir— y darte una ducha. —Le acarició el pelo y le besó en la comisura de los labios.

Cuando se fue, se quedó tan sólo como lo había estado hasta antes de llegar ella. Volviendo a sus propios problemas y pensamientos.

Si Alba no le hubiera visto aquel día, probablemente aquellas vacaciones en casa de su prima hubieran ido de manera muy diferente. Tal vez, si ella se lo hubiera comentado en su momento, cuando le vio con Estrella, hubiera podido explicárselo. También puede que, si la hubiera interrogado por su extraño comportamiento, ella hubiera terminado confesando que lo vio, y el entuerto hubiera quedado resuelto.

Tal vez.

La conclusión era siempre la misma. Ya todo daba igual. Y aun así, no podía quitárselo de la cabeza.

Se levantó a por su móvil y buscó el vídeo de Aníbal. Lo inició y deslizó con el dedo hasta el momento de la follada. En ese punto, lamía el coño de Alba en lentas pasadas.

—Joder, Aníbal, para. Eso no. Hummm, ooooh.
—Lo deseas.
—No. No quiero. Para… para…
—Solo te devuelvo el placer.
—Joder, Aníbal. Te lo pido por favor. Dani…
—Tu Dani se ha follado a su compañera, la rubia. No le debes nada.
—No… no lo sé… solo les he visto juntos… oooooh, Aníbal, joder… para…
—Juntos, para ir a follar. Venga, solo estás compensando su escapadita.
—En serio. Para de una vez. Mi novio…

—El cornudo de tu novio está durmiendo la mona. Relájate, preciosa. Tú también tienes derecho a disfrutar como disfrutó ella en sus brazos.

Ahora se daba cuenta de que hablaban de Estrella. Aníbal puso la puntilla en el momento crucial. A partir de ahí, Alba no volvió a decir nada. No forcejeó ni protestó, y su única oposición fue cerrar los ojos y girar la cara. Su “escapada” con Estrella había sido la estocada con la que Aníbal había terminado de derribar la última de las barreras de Alba. Ese Judas le había toreado bien y le dejaba con la pesada sensación de cornudo aplastando su espalda.

Al día siguiente no fue a trabajar. No mintió cuando dijo que no se encontraba bien. Se levantó muy tarde e intentó dar un paseo para despejarse. Caminó sin rumbo hasta volver de nuevo a casa igual que como había salido.

Los días pasaron y se centró en la rutina para que le ayudara a salir del pozo. Lo pasaba bien cuidando de los niños de la planta de oncología. Más bien, se evadía de su vida cotidiana.

Una tarde, decidió variar el rumbo hacia su casa y paró a tomar algo en una cafetería que encontró de camino, para hacer tiempo antes de enfrentarse a su soledad.

Se sentó en la barra. La camarera sonrió cuando le pidió un kas de limón en botellín con una pajita. Cerró los ojos y notó el amargor del líquido refrescando su garganta. Abrió el periódico y se dispuso a leerlo, era su droga diaria. Alguien rió al fondo del establecimiento. Al girar la cabeza la vio.

Alba estaba sentada en una mesa junto a un tipo muy apuesto bastante más alto que ella. En un primer momento pensó en Aníbal, pero aquel chico era más joven. El muchachote susurraba en su oído y ella sonreía cada vez que él se separaba.

La primera reacción fue la de taparse. Le avergonzó que pudiera verle. Su reflejo en el espejo tras la barra, dejaba la imagen de una persona muy alejada de lo que había sido en sus mejores momentos.

Ella, en cambio, estaba espléndida, quizás algo más delgada y los ojos más cansados. Sonreía. Tuvo la sensación de que se encontraba muy a gusto con su acompañante. Giró la vista y apartó el kas, dolido. Hubiera preferido no haberla visto… tan feliz.

La observó de hito en hito, girándose lo suficiente para no llamar su atención. El chico que estaba con ella parecía buena persona, tanto que le hacía difícil odiarlo. La camarera levantó una ceja cuando le vio girar el cuello por enésima vez. Debía parecerle un espía malo, o un acosador.

Pagó la consumición y se fue.

Tampoco durmió bien esa noche. Verla había sido más doloroso de lo que pensaba. No sabía si, de haber estado sola, hubiera intentado hablar con ella para haberle dado, o pedido, esa conversación que le negó al irse.

Le hubiera gustado contarle algunas cosas y echarle en cara otras tantas. Esa noche le dieron las tres de la madrugada hablando consigo mismo en conversaciones inventadas que siempre acababan a gritos o con él aporreando a Aníbal.

Al día siguiente volvió a la cafetería. Se había dicho que evitaría ir a ese lugar, pero la soledad de su corazón se inventó una excusa para no hacerle caso.

No estaba.

Tres kases y dos periódicos después, abandonaba la cafetería y llegaba a casa tan solo como siempre.

Acudió allí más días, pero no volvió a verla. Al chico tampoco. No debía ser de la zona porque no le había sonado su cara. Quizás aquella vez estuvieron allí de paso. Lo más triste era que no dejó de ir y, cada vez que salía del trabajo, alargaba la vuelta a casa por delante de aquel lugar.

Una tarde, sentado en su sofá frente a el televisor apagado, se encontró revisando sus fotos antiguas en el móvil. Añoraba aquellos momentos que ahora parecían tan lejanos. En las imágenes se veía a una Alba llena de felicidad abrazándose a él o riendo juntos. Se preguntó si ya entonces pensaría de él como la noche que folló con Aníbal.

Inició la reproducción del vídeo para oírla de nuevo o, quizás, porque era un masoquista raro. Avanzó con el dedo hasta el momento de la follada. El adonis arremetía con fuerza contra su coño mientras ella contenía gritos de placer.

—¿Te folla así él? ¿Te folla así tu novio?
—Oooooh, no. Él… no…
—Claro que no, joder. Yo te follo mucho mejor. A que sí. Dilo. Di que te follo mejor que él.
—Si… tú… mejor.
—Porque te gusta mi polla.
—Mmmmsssí.
—¿Y por qué? ¿Por qué te gusta más? Dímelo, quiero oírtelo decir.

—Porque tu polla es mucho más grande que la suya, joder. OOOOOH, AAAAAAH. Mucho más grande.
Por su boca salían gritos de puro éxtasis mientras Aníbal mugía como un poseso y amasaba las tetas que se bamboleaban arriba y abajo con cada embestida. Recordó las palabras de Marta cuando su novio la pilló follando con Cristian.

—No lo pensaba de verdad, era el momento, la tensión, el morbo de cuando estás en lo más álgido del orgasmo y dices las mayores barbaridades que se te ocurren, extasiada por esa locura febril. Despreciándolo a él y a su polla y alabando la de su hijo y lo bien que sabía follarme.

«O sí lo pensaba y me ha tenido engañado todos estos años», pensó él.

El vídeo siguió corriendo. Lo que más le llamaba la atención, eran sus enormes pelotas rebotando una y otra vez contra su coño y su ano. La polla, enorme y dura, entraba y salía a través de aquellos labios oscuros haciendo difícil creer que pudiera alojar tanta cantidad de rabo.

Doloroso fue también comprobar que Aníbal aguantaba como un martillo percutor sin desfallecer ni bajar el ritmo, mientras Alba se corría hasta el final, el tiempo que él nunca fue capaz de durar.

Con los minutos, los gritos e improperios de ella se convirtieron en gemidos y, poco después, pasaron a ser hondas respiraciones poscoitales. El polvo (o el primero de ellos) parecía llegar a su fin. Aníbal se movía sobre ella en lentas pasadas agotando los últimos estertores de placer.

Retrocedió el vídeo con el dedo, hasta el mismo punto de antes, muchos minutos atrás y volvió a dejarlo correr. Sin ser consciente, su polla se había puesto dura y se odió por excitarse con el vídeo porno de su exnovia con el hombre que le corneó.

Apagó el móvil y lo dejó a un lado. Encendió la tele para despejarse, pero, un rato después su polla permanecía igual de dura. «Hija de puta», pensó sin saber si era por su novia o por su polla.

Terminó sacándola y se la empezó a menear. «Martina…», susurró formando la imagen de su prima en su mente mientras recordaba el día de la mamada en el cuarto oscuro. Le pareció una buena manera de satisfacerse.

—Me la chupó tu prima —dijo a una imaginaria Alba—. Se tragó mi corrida.

Movía la mano con brío, imaginando la escena. Martina tendría los ojos cerrados y semblante de gusto. Su lengua saldría por las comisuras de sus labios en cada chupada. Mientras Marcos permanecía ajeno a todo.

—Cabrón de Marcos —se dijo—. Querías tirarte a mi novia y acabé corriéndome en la boca de la tuya.

A Alba también le chuparon el coño aquella noche, fue Javier. Eso le hizo arrugar la frente. El gasolinero terminaría metiéndosela. La imagen de Martina fue sustituida por otra de Alba de pie en aquel cuarto con una enorme polla entrando y saliendo de su coño, igual que Aníbal la noche de los cuernos.

Sacudió la cabeza e intentó eliminarla de su mente. Se concentró de nuevo. Esta vez, Cristina arrodillada a sus pies, se la mamaba con ganas. Se mordió el labio inferior. Había que reconocer que aquella chavala tenía mucho morbo.

En aquella ocasión Alba estaba dormida en sus brazos mientras él se corría en la boca de la jovencita. Frunció el ceño. Eso no lo dejaba en mejor lugar que cuando ella tuvo que hacerle la paja a Cristian o con la noche de Aníbal.

—No —se dijo—, no era comparable. Yo no lo busqué.

El recuerdo de Cristina le llevó a su padre y, de ahí, a la noche en que Alba y él, hasta las cejas de alcohol, estuvieron a punto de sobarse delante de todos. Más tarde, le pediría al viejo que le dejara tocarle mientras ella era tocada por él.

Ese momento fue cuando Cristian se follaba a Cristina sobre él, encapuchado. Volvió a sacudir la cabeza. No conseguía una buena imagen con la que pajearse sin que apareciera otra que lo denigrara.

Se acordó de Celia y Gloria. Se folló a una a unos metros de Alba y la otra le chupó la polla arrodillada frente a él. Sin embargo, cuando apenas había retomado la faena, volvió a detener su mano.

«¿En serio me la estoy pelando pensando en esas dos?»

Terminó abandonando la paja y marchándose a dormir.


— · —


Pasó por delante de la cafetería. Desde fuera, a través de los cristales, podía verse el interior. Alba tampoco estaba. Tuvo que ser una casualidad que ella parara en aquel lugar el día que la vio y supo que nunca la volvería a ver allí.

Llegó a su casa tarde. Había doblado turno pese a que no era necesario. Todos le decían que se fuera, pero él necesitaba seguir allí, ausentándose de su vida. Resistiéndose a soportar la soledad de su piso.

Se sentó frente a la tele, desplomado en su sofá. Algo después, sacó su móvil, lo colocó frente a la mesita de centro y reprodujo el vídeo de Aníbal.

Deslizó con el dedo hasta el momento de la follada. Necesitaba verla otra vez y no estaba muy seguro de que fuera para ver cómo le insultaba, precisamente.

La polla de Aníbal y sus huevos, arremetían con furia contra su coño. Ella, sin ser dueña de sus actos, se dejaba manejar como un barco en una tormenta en el océano, arqueando la espalda y tensando su cuello con cada grito.

De nuevo sintió su polla ponerse dura. Siempre se excitaba cuando Alba lo hacía y gritaba de aquella manera; era su punto débil, la razón por la que no duraba sin correrse. En esta ocasión no fue diferente, pese a que la estaba viendo con otro en su lugar.

Se la sacó y empezó a masturbarse. El mástil de Aníbal entraba y salía del coño de su novia con furia y sus pelotas golpeaban como dos balones a una pared. La visión de aquella obscenidad le hizo cerrar los ojos con fuerza. Sacudió la cabeza con una mueca de disgusto y se fijó en sus labios oscuros que su lascivia no abandonó excepto para fijarse en sus tetas bamboleantes.

El dolor de los cuernos le mataba por dentro y se maldijo por excitarse viéndola excitada con otro. Al menos no se corrió enseguida y aguantó el tiempo que ella tardó en acabar de gritar.

Echó la cabeza hacia atrás y gimió con Alba como cuando todavía era suya, eyaculando sobre su vientre como si fuera el interior del de ella. Después, dejó caer los párpados, permitiendo que el sopor lo venciera. Quizás esa noche pudiera dormir mejor. En el vídeo, los amantes continuaban follando.


— · —


El sueño fue breve, quizás segundos, o tal vez, minutos. Ahora, en el móvil, se veía a un Aníbal deslizándose arriba y abajo lentamente, disfrutando de los últimos coletazos del éxtasis.

El culo y sus pelotas ocupaban el centro de la imagen. Tensando los músculos cada vez que su polla penetraba hasta el fondo antes de volver a salir completamente húmeda. A través del espejo de la habitación, se veía su cuerpo, encima del de ella, moviéndose en suave vaivén. Alba miraba su reflejo, percibiendo la imagen proyectada de sí misma. Sus ojos acuosos, se cerraron un instante.

—¿Has acabado ya?

—No, nena —contestó ufano—, todavía me queda mucha energía para darte. Y todo mi semen.

Ella no replicó, pero en su labio inferior se notó un imperceptible temblor.

—Uffff, qué ganas tenía de follarte —decía él—. Seguro que no has echado un polvo así en años.

Ella se mantuvo en silencio, sin dejar de mirarse en el espejo a través del cuál, Dani veía sus ojos vidriosos.

—¿Puedes acabar ya, por favor? —El tono era apagado, como de súplica.

Aníbal dejó de moverse con su polla enteramente dentro. Dani se puso en alerta. Se recostó en el sofá y tomó el móvil entre sus manos.

—¿Pero qué dices? —dijo fijándose en ella por primera vez—. Lo hago despacio para que recuperes fuerzas. Ahora te voy a poner a cuatro patas para que grites como una perra.

Alba no dijo nada. Seguía con la cabeza ladeada hacia el espejo y la mirada perdida en él. El temblor en su labio inferior se hizo más patente.

—Ey, nena, ¿pero qué pasa? ¿Tu novio otra vez? No me jodas.

—¿Puedes quitarte? —Del temblor de su voz se percibía que estaba apunto del llanto.

—Venga ya, Alba. ¿En serio me estás haciendo esto en mitad de un polvo? ¿De verdad te está dando un ataque de moralina a estas alturas?

—No debería estar aquí —dijo ella, que no lo escuchaba, con los ojos más hundidos que antes— No debería haber subido y no debería hacerle esto a Dani.

—¿Y por qué no? Él te ha puesto los cuernos con su compañera de trabajo, con la hija del hippy e incluso con Eva.

—Yo no me he portado mejor.

Aníbal soltó un bufido. —Ese pichacorta no te quiere y tú no le quieres a él. Por eso estás aquí.

—Cállate. Sí le quiero —dijo cerrando los ojos encharcados de lágrimas.

—No, eso es lo que quieres creer —espetó tajante—. Pero en realidad solo quieres tener a alguien que te rasque la espalda cuando vuelves a casa, que te haga compañía.

—No es verdad —dijo negando con la cabeza—. Le quiero y no debería estar aquí. Quítate, por favor, no quiero seguir haciéndole más daño. Quítate.

—Claro que no quieres hacerle daño. Porque, aunque sea un pelele y alguien que no te merece, sigues sintiendo lástima por él. Lástima, no amor, pero en el fondo, lo que te atrae como un chute de adrenalina, lo que tu cuerpo te pide como a un yonki, es precisamente eso, la traición, el sabor del fruto prohibido, poseer algo que no deberías tener. Como el que mete la mano en la caja de galletas y saborea el premio de su fechoría. Reconócelo, te excita ponerle los cuernos porque es como llevarte algo de otro, algo que no te pertenece.

Alba permanecía callada, con el tormento de la culpa en su rostro.

—Me excita la fantasía, no llevarla a cabo. Lo que estamos haciendo es cruel —contestó—. Joder, se me ha ido completamente de las manos. Esto no era a lo que habíamos venido.

—¿Qué dices? Has fantaseado con esto desde que llegaste. Las escapadas, los esquinazos a tu novio, los flirteos debajo del agua…

—¡Yo no quería nada de eso! Lo que ha pasado…

—Mira, lo siento, pero no. Ni ahora ni ninguno de estos días ha pasado nada que tú no quisieras. Nadie te ha obligado a nada. Deja de hacerte la mártir.

—Tengo que irme —dijo sin escucharlo—. Dani lleva demasiado tiempo solo.

—¡Para ya, Alba! Para de una vez. Tu novio está durmiendo la mona, así que no estará preocupado por ti y no importará que llegues cinco minutos más tarde. Vamos, nena, relájate. Total, si le vas a querer igual después de follar conmigo.

—Pero me voy a odiar más de lo que ya me odio.

Puso las manos en su pecho y le obligó a separarse. La polla de Aníbal salió como una enorme anguila, manteniendo aún el estado de erección. Su tamaño y dureza seguían intimidando.

—No puedo creer me que hagas esto por ese pelele. ¡A MÍ! —bufó—. Ese tío no te quiere de verdad y no merece que te mueras por él. ¡Pero si es un puto pichacorta!

—¡No le llames así! —gritó más alto de lo que pretendía—. Puede que no la tenga grande, pero lo que le falte de polla le sobra en los huevos.

—¿Ese mindundi? Venga ya. Si bebe kas con una pajita —bufó—. ¿Se puede ser más infantil?

Alba endureció el rictus y en sus ojos pudo verse encender el fuego.

—¿Sabes por qué lo hace? ¿Y por qué cierra los ojos cada vez que da el primer sorbo? —No esperó a que Aníbal preguntara—. Cuando era pequeño, su madre iba a buscarle a la salida del colegio y le llevaba a una cafetería donde esperaban a su padre para volver los tres juntos a casa. Él bebía un kas mientras ojeaba, por encima del hombro, el periódico que leía su madre. —Hizo una pausa—. El sabor le produce la misma sensación que cuando todo era inocencia en su vida. He conocido pocas personas que se sientan tan felices con tan poco. Y te aseguro —dijo modulando la voz haciendo que sonara más áspera— que son las únicas que saben lo que es el amor verdadero. Y las únicas por las que merece la pena morir.

Se levantó y se encaró a Aníbal. —Pero eso no quiere decir que no se cabree como el que más. Si le conocieras, si conocieras a sus amigos, sabrías de qué está hecho y hasta dónde puede llegar. —Entrecerró los ojos—. No te haces ni idea de lo que es capaz —espetó.

—Me la hago y creo que a ese mindundi le faltan huevos.

Se levantó y se puso de pie frente a ella, marcando la altura y la dimensión de su cuerpo. La ancha y musculada espalda ocupaba gran parte de la pantalla. Alba no solo no se intimidó sino que provocó en ella una mueca de asco.

—Los tuvo para enfrentarse a un león —escupió—. A ti te pasaría por encima.

—¿Con una silla y un látigo? —se carcajeó— No me digas.

—Peor aun, lo hizo sin nada —cerró los ojos un momento, como si lo estuviera recordando—, para defenderme. —Lo último salió de su boca como un susurro.

A Dani le latió el pecho al ver que no lo había olvidado. Se tocó en el bolsillo donde todavía guardaba la foto. Cerró los ojos rememorando aquel día como si fuera ayer. La cría de león corría desorientada con la vista puesta en la gente que huía despavorida. La angustia casi lo mata cuando vio que se dirigía hacia Alba.

No supo cómo, pero había salido corriendo como un gamo, cubriendo la distancia que le separaba de ella a la velocidad del rayo. Pasó a su lado y se plantó ante el animal levantando su chaqueta hacia arriba, por las puntas, como si fuera la vela de un barco. Dio una patada en el suelo de tierra, levantando una nube de polvo justo cuando tuvo al animal delante a la vez que lanzaba un grito estridente.

El león frenó en seco sobre los cuartos delanteros, confuso, quedándose ambos cara a cara. Un par de segundos después, viró su rumbo y se alejó tambaleante.

Dani tuvo que tirar de Alba que no salía de su estado de conmoción. Prácticamente la arrastró hasta el coche. Se había quedado blanca.

—Pero… Dani, ¿qué has hecho? —dijo cuando estuvieron a resguardo, con la voz quebrada y a punto romper a llorar de susto.

—Lo vi en una película. Aparentar ser más grande para que el animal te confunda con un bicho mayor.

—Pero... te has puesto delante de un león.

—Todavía era una cría y… tampoco lo he pensado mucho, la verdad. Además, él estaba más asustado que yo.

—Un león, Dani, te has puesto delante de un puto león. Te has enfrentado a un león.

—Bueno —dijo rascándose la cabeza—, en realidad, el enfrentamiento ha quedado reducido a un duelo de miradas… de dos segundos de duración.

Alba lo abrazó del cuello empezando a llorar. —Pensé que me mataba.

—Yo también —dijo devolviendo el abrazo y alojando su cabeza en el hueco de su cuello—. Y no podía volver a perder a la persona que más quiero.

Alba había roto a llorar como un dique que desborda sus aguas y Dani la sintió más suya que nunca.

En la pantalla del móvil, Alba también lloraba. Había recuperado sus bragas de un tirón y recompuesto su vestido. Manipulaba algo fuera de plano.

—Cómo se abre esto, ¡joder! —gritaba— ¿¡Cómo coño se despliega la puta escalera!?

—Espera —tranquilizaba él.

Segundos después, se oía un zumbido y el vídeo se acababa. Dani se quedó mirando la pantalla apagada.

«Ha interrumpido el polvo. El arrepentimiento ha eliminado su libido por completo y no ha podido seguir». —pensó.

Ahora entendía el texto del vídeo: “Míralo hasta el final”. Esa era la parte que tenía que ver. No había sido Aníbal quien se lo había hecho llegar, sino Rocho. A él le dio el móvil de Javier. Había sido él quien le había pasado la copia.

Al día siguiente, en el trabajo, no dio pie con bolo. El dolor de la infidelidad estaba dejando paso al remordimiento de una decisión precipitada. Alba debía odiarlo con toda su alma. En comparación, él había sido el más infiel de los dos. Según lo vería ella, Dani había montado una escapada con su compañera de trabajo, Estrella; había aprovechado la oportunidad para que Cristina se la chupara y había vuelto a aprovecharse en el cuarto oscuro; por no hablar de la continua sospecha con Eva. Y como colofón, apaleaba a sus amigos y arruinaba la boda de su prima.

Y sin embargo, el dolor seguía allí; con la imagen de Alba traicionándolo con el despreciable Aníbal, carcomiéndolo por dentro.

Dos veces más pasó por su casa y, en las dos ocasiones, fruto del subconsciente que le hacía regresar al trabajo por la ruta tantas veces transitada. En las dos ocasiones no se atrevió a llamar aunque supo que hubiera sido inútil hacerlo. El jardín estaba cada vez más descuidado y la luz de la cocina siempre estaba apagada.

Alba ya no vivía allí.

Lo constató cuando pasó por su trabajo y una compañera le dijo que la habían trasladado de oficina. Fue un mazazo saber que no volvería a verla ni de casualidad.

El paso por la cafetería donde la vio una vez, se convirtió en una rutina. Ya no era por contactar con ella o recuperarla, sino por mantener la esperanza de verla de nuevo. Se sorprendió al reconocer las mismas caras de siempre. Un señor de bigote poblado y otro con una calva como una luna llena que estaban sentados junto a la entrada le saludaron con la cabeza al reconocerlo.

«Voy a terminar llamando a los clientes de este local por su nombre de pila», pensó.

La camarera levantó la cabeza al verlo entrar. Antes de sentarse, ya le había servido su kas de limón en botellín con pajita. Sonreía de medio lado, como el que ve algo gracioso. Debía parecerle un tipo raro. «Que te den», pensó. Mientras acomodaba el culo en la silla alta, ya le acercaba el periódico.

Tomó su kas y se llevó la pajita a la boca. Cerró los ojos dejando que el líquido amargo llenara sus mofletes activando todas sus papilas gustativas. Después, dejó que atravesara su garganta. Cuando los abrió, desplegó el periodico y fijó la vista en la primera página, abstrayéndose de todo.

—Faltan algunas hojas —oyó decir a la camarera—. Las más tristes —aclaró—. Las he quitado para ver si, por un día, consigo que no salgas de aquí con esa cara de pena.

Dani frunció el ceño sin entender. Ella le devolvió el mismo semblante inquisitivo como si fuera un espejo de su rostro hasta que, de improviso, guiñó un ojo para que pillara la broma.

Y, por primera vez en meses… Dani sonrió.

Solo fue un tímido gesto, apenas un pequeño movimiento de su comisura, pero provocó que la camarera mostrara la suya sin tapujos. Colocó una mano sobre la de Dani.

—Gracias, aunque no lo creas, verte sonreir me hace sentir mejor.

Fue a decir algo cuando, justo en ese momento, alguien se acercó por su izquierda de camino a la salida del local que quedaba tras él. Era el chico que estuvo con Alba.

El estómago le dio una descarga. Tuvo que mirar dos veces para asegurarse de que era él. Contuvo la respiración esperando verla aparecer por detrás.

Y lo hizo.

Ella lo vio un segundo después. Notó el sobresalto en su mirada y sus pasos se detuvieron al igual que el tiempo entre los dos. El chico salió, dejando que la puerta se cerrase sola a causa del mecanismo automático. Los ojos de Alba, que se mantenían fijos en él, en una especie de diálogo mudo en idiomas diferentes, bajaron hasta la mano de la camarera y se quedaron ahí más tiempo del necesario.

Y después de tanto tiempo imaginando este momento, Dani no supo qué decir.

Ella apartó la vista cuando la puerta ya se cerraba contra su cara, alzando las manos para sujetarla. Tras un instante de duda, terminó empujando la puerta para salir.

—Siento que todo hubiera terminado así —dijo él por fin.

Ella se paró, vista al frente, con el asa en la mano. Su compañero, que se había dado la vuelta para esperarla con el abrigo bajo el brazo, frunció el ceño. Las luces del local la iluminaban a ella y parte de la calle donde la noche ya se empezaba a hacer notar.

Alba dejó caer sus hombros y agachó la cabeza, asintiendo una vez, tímidamente.

—Lamento mucho lo de tu prima, nunca quise arruinar su boda. No te haces una idea de lo que me duele haber estropeado un día tan especial.

El tiempo parecía no correr o, cuando menos, hacerlo a cámara lenta.

—Tus amigos…

—Eso ya no importa —dijo en un susurro.

Se hizo un silencio que a Dani le aplastó el estómago. Alba movía el mentón a un lado y a otro, dudando, o como si estuviera impaciente por largarse de allí. Su compañero, de pie en la acera frente a ella, había cambiado el abrigo de mano. Su frente seguía arrugada, clavando una mirada que ella le devolvía a duras penas. Después, durante algo más de lo que dura un latido, giró la vista hacia Dani una última vez.

Dani se había puesto de pie. Tras él, la camarera los observaba con curiosidad.

Desapareció por la acera del brazo de su compañero. Dani, roto de dolor y sin dejar de mirar por donde se había ido, se dejó caer en su taburete. Cuando se giró hacia la barra, la camarera había retirado su kas y en su lugar había colocado un vaso pequeño de licor.

—A ésta invito yo.

Él no bebía, no le gustaba el sabor del alcohol, pero no lo rechazó cuando se sirvió otro vaso para ella. Brindaron a su salud y la del amor perdido.

—Debo parecerte un tío raro —dijo señalando el botellín de kas que permanecía a un lado.

—¿Por eso? Nah —contestó ella—. Aunque, la verdad, un poco raro sí que eres. —Se metió el chupito de un solo trago—. En todo el tiempo que llevas viniendo aquí no me has mirado las tetas ni una sola vez.

Se fijó en ella. Llevaba una camiseta de tiras que mostraba un generoso escote. Sus tetas eran grandes y firmes. Tenía un tatuaje en el nacimiento de una de ellas y dos más en un brazo y el dorso de la mano. Llevaba el pelo corto teñido de un negro azabache, moderno pero alternativo que contrastaba con su piel blanca. Parecía jovencita, no más de veinte años.

En otro momento esas tetas hubieran formado parte de una exclusiva lista en sus archivos mentales, pero desde lo de Alba, su cabeza no había tenido tiempo para ese tipo de cosas.

—Esa chica… —preguntó ella— ¿es un amor perdido o uno no correspondido?

—Lo primero. —Había dudado demasiado.

—Y… ¿te ha dejado muy jodido?

—Mucho.

—Ella se lo pierde.

En la cara de Dani apareció una mueca triste. No estaba seguro de quién salía perdiendo más. Bebió su chupito que le hizo contraer el gesto y cerrar los ojos con fuerza. Después tosió. Un tosido sordo y falto de aire. La chica sonrió.

—¿Te han dicho alguna vez que estás adorable cuando pones esa cara?

—Alguna que otra —contestó sin voz.

La chica se sirvió otra vez. —Si te soy sincera, empezaba a pensar que venías aquí por mí, pero que no te atrevías a hablarme por timidez. He conocido a algunos así.

—En otro tiempo, ese podría haber sido yo.

Nuevo trago de ella que se metió de un solo empujón. —¿Qué vas a hacer ahora? ¿Tienes algún plan?

Él asintió despacio. —Comer mal, no dormir y mantener un saludable aspecto de indigente bulímico. Prácticamente lo que vengo haciendo hasta ahora.

La camarera soltó una carcajada. —Tu plan es una mierda.

—Tengo otro, pero no te lo voy a contar.

La chica asintió despacio. —Algún día tendrás que olvidarla.

—Empecé ayer aunque no lo creas, pero lo he dejado para mañana. —Pasó el dedo por el borde de su vaso vacío—. Debe estar a punto de empezar a funcionar porque llevo practicándolo varios meses.

—Sal, rodéate de gente. Quizás si conocieras a otra…

—Lo tengo en tareas pendientes.

La chica lo miraba con curiosidad. Aquel muchacho parecía bastante interesante. Incluso decaído, no dejaba de hacerle sonreír, y sus ojos tristes iluminaban la cafetería con más fuerza que las lámparas del mostrador.

—Oye… yo salgo dentro de una hora —dijo poniéndole una mano sobre la suya.

—¿De dónde?

La cara de pasmo de la chica provocó la sonrisa melancólica de él. —Es broma. —Miró en el fondo del vaso y chasqueó la lengua—. No creo que sea una buena idea.

—¿Y eso por qué?

—No estoy en el mejor momento de mi vida.

—Precisamente éste es el mejor momento. Sal conmigo, vive, sacúdete las pulgas.

—En serio, no creo que sea buena idea. —Sonrió agradecido. La chica frunció el ceño no comprendiéndolo—. Las chicas como tú no salen con chicos como yo. —explicó.

—¿Y eso?

—No lo sé. Me lo dijeron una vez. Debe ser verdad porque soy un novio pésimo.

—No te estoy pidiendo que me presentes a tus padres. Hablo de pasar la noche juntos. Echar un polvo.

Se quedó sin palabras y con la boca a medio abrir. No era habitual para él encontrar chicas tan directas.

—Te decepcionaría.

—¿Eres impotente o algo así?

—Algo así. —Le había costado responder.

Se puso seria, como lo hace una madre con su hijo pequeño —¿De verdad piensas que eso me va a decepcionar? ¿Crees que sin usar la polla no podemos pasarlo bien?

—Pues…

—Mira, no sé cómo sería el rollo con tu exnovia, pero te aseguro que se puede jugar de muchas maneras sin que tengas que utilizar eso que tienes entre las piernas. —Se mordió el labio inferior, apoyó los codos sobre la barra y la cara en sus manos—. Me encantaría estar encima de ti, desnuda, piel con piel, besándote esa boca que tienes. Me haría muy feliz. Igual que me lo haría tener tu lengua entre mis piernas.

Rellenó los vasos y se metió el suyo entre pecho y espalda.

—Y no digas que lo de tu novia está muy reciente. Has dicho que llevas meses sin ella.

Dani bebió su chupito de un trago y se limpió con el dorso de la mano. De repente le había entrado sed.


Fin capítulo XLVII
 
Texto modificado respecto al libro ? El final de la conversación con Alba???. Nunca dejé de quererte?
 
Última edición:
Texto modificado respecto al libro ? El final de la conversación con Alba???. Nunca dejé de quererte?
No, en la versión de TR también aparece. Es como si se hubieran borrado un par de líneas. Tres exactamente. O a lo mejor ha sido modificación de la modificación.
 
Última edición:
Por ahí me dijeron que espere por la venganza, que iba a equiparar todo o incluso reivindicar al prota, pero a menos que salga algo más en el siguiente capítulo, pues no entiendo de que reivindicación hablaban. El está hecho un desastre y a ella no le ha pasado nada.
Además, comienza a lamentarse de un mal entendido de Alba, como si eso justificara todo.

No sé, como si estuvieran descuadradas las reacciones humanas. Quizás si el tipo recibe un golpe, se ríe, cuando le cuentan un chiste se pone a llorar, y cuando tiene fiebre se toma una pastilla para los hongos de los pies.

Y lo de la carta de ella no entendí nada. Parece que ella realmente lo odiaba.
 
A mi me parece que Alba no lo queria tanto como decía porque, parece que ya lo ha olvidado en muy poquito tiempo y está con otro.
Del coche de Anibal, no se sabe nada, no lo menciona en su carta de odio.. jeje. Respecto a los accidentados automovilisticos, mucha culpa Dani.... no tiene, uno iba borracho y el otro se fué con prisa... ya lo decia aquel.... si bebes no conduzcas.. jejee.
Esperemos acontecimientos a ver como se desarrollan...
 
Yo no entiendo que podría hacer Dani al final para que compense todo estas estupideces absurdas qué se deja hacer. Quizá violarlos a todos con estacas hasta matarlos? Hay un meme que definiría muy bien esta situación:

1728592218120.png
Repasando algunos detalles me encontré esta joyita...:aplausos1::carcajadas1:
 
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