Capítulo 6
Me pilló tan de improvisto que casi no me dio tiempo a reaccionar y cuando me quise dar cuenta, ya había entrado su mensaje.
Sara 3:37
No tranquilo, Javier no se puso muy pesado, estuvo hasta simpático
Estuve un ratillo con él y luego volví con mis amigos
Cerré el WhatsApp, pero ya era tarde. Ella sabía que yo había visto su contestación. Preferí no poner nada, entre otras cosas porque no sabía ni lo que decir. Que a esas horas estuviera despierto solo podía significar que la había escuchado follando unos minutos antes y que me había delatado yo solo.
Dejé el móvil en la mesa y enseguida me quedé dormido.
A las ocho de la mañana alguien tocó tímidamente en la puerta, era la hora a la que habíamos quedado para bajar a desayunar, ya que cogíamos el tren de vuelta muy pronto. Acababa de salir de la ducha y me miré en el espejo terminando de peinarme y al abrir me encontré a Sara.
Estaba fresca y radiante. Recién duchada. Como si hubiera descansado doce horas y yo tenía unas ojeras que me llegaban hasta el suelo.
―¡Buenos días! ―me saludó efusiva con un vestido veraniego largo ajustado de color azul clarito y lunares blancos.
―Ya estoy…
Bajamos juntos sin esperar a Javier, que, por cierto, ya estaba terminando de desayunar cuando nosotros entramos en el comedor.
A primera vista parecía que se comportaban de manera normal, no notaba nada raro entre ellos; por lo que a medida que degustaba el café y las tostadas fui desechando la idea de que hubiera sido mi jefe el que se follara a Sara.
Desde luego que no pegaban nada.
Javier, serio, leyendo prensa económica internacional en su tablet, con americana, camisa abierta, su canoso pelo repeinado hacia atrás y Sara, joven, salvaje, moderna, ojeando su móvil y pasando un video tras otro en su TikTok mientras nos mostraba la pierna a través de una de las aberturas de la falda de su vestido.
Se atusaba el pelo y apenas nos prestaba atención, pero yo sí me fijaba en esos tirantes tan finos, en ese escote que enseñaba sin enseñar, en su pose descuidada y juvenil y levantó la cabeza para sorprenderme y obsequiarme con una sonrisa de cortesía.
Bajé la cabeza avergonzado, aunque intentaba no pensar en ello, me era imposible no recordar lo que había escuchado unas horas antes. Sara le había sido infiel a su novio y había dejado que se la follaran a cuatro patas en la habitación de al lado y que otro se corriera en su boca.
Y yo que pensaba que Sara era de las que no hacían esas cosas. ¡Qué equivocado estaba!
O quizás es que, aunque me sentía mucho más joven que Javier, en el fondo seguía teniendo una mentalidad muy tradicional y no entendía que los chicos de hoy en día nos daban cien vueltas en cuanto a vivir la sexualidad.
No parecía preocupada. Ni arrepentida. Había disfrutado de una noche de sexo, posiblemente con algún amiguete, y después regresaba a casa con su novio, con el que quedaría por la tarde para comer un helado, dar un paseo y luego echar un polvo.
El viaje de vuelta se me hizo muy largo. Eché una pequeña cabezada y cuando desperté, Sara estaba viendo una serie en su tablet. E involuntariamente, el traqueteo del tren me puso muy caliente, teniéndola a mi lado y sin poder dejar de mirar el muslo que asomaba por la abertura de su falda. Luego estuvimos charlando un rato y me preguntó por mis planes del fin de semana. Quise hacerme el interesante y le comenté lo de mi cita a ciegas en casa de Daniel y no pareció que le hiciera mucha gracia, pues puso una risa forzada y me deseó que fuera todo muy bien.
―Bueno, ya me contarás lo del sábado… ―me dijo al despedirse en la estación con dos besos y después de darle otros dos a Javier, sorprendido ante la efusividad de la chica de prácticas.
Durante toda la tarde de viernes no pude dejar de pensar en ella. Sara se me había metido en la cabeza y ya estaba obsesionado con esa chica, sin saber exactamente lo que sentía por ella.
¿Me gustaba como amiga, estaba enamorado o solo era atracción sexual?
Seguía sin asimilar qué cojones había pasado en Bilbao. Jamás había experimentado esa sensación tan extraña: celos y a la vez un morbo enfermizo. Me moría porque otro tío se la estuviera follando a escasos metros de mí, tan solo separados por un tabique, pero había conseguido sacarme de un letargo en el que llevaba inmerso más de un año y terminé pajeándome escuchando cómo llegaba al orgasmo mientras otro se la metía.
Me levanté el sábado con la determinación de no acordarme de Sara en todo el fin de semana. Tenía que olvidarme de ella, al fin y al cabo, solo quedaba poco más de un mes para que terminara sus prácticas y luego saldría definitivamente de mi vida.
Eso era lo que tenía que hacer.
Pero Sara no me lo ponía nada fácil, porque, mientras desayunaba en casa, me llegó un mensaje de ella.
Sara 9:25
Buenos días, Pablo.
Espero que pases un gran fin de semana y muchas gracias por todo, de verdad
No te imaginas lo contenta que estoy por lo bien que salió la auditoría y ha sido gracias a ti.
Ojalá tu cita de esta noche vaya genial, porque te lo mereces. Eres una gran persona
Un beso y ya me contarás…
¿A qué estaba jugando?
Ahora me deseaba suerte en mi cita sorpresa y, además, quería que le contara cómo me había ido. Medité seriamente la respuesta, intentando contestar lo más seco posible.
Pablo 9:30
Buenos días.
No tienes por qué dármelas, ha sido todo mérito tuyo
Enhorabuena por tu trabajo y que pases un gran finde también
Un abrazo
Educado, sin ser borde, pero manteniendo las distancias. Sara no volvió a escribir, aunque reconozco que estuve unos minutos mirando el móvil esperando que lo hiciera.
Limpié la casa, salí a correr y bajé a comer yo solo a un bar cercano en el que servían un buen menú casero. Un rato de siesta, una peli y a media tarde comencé a ponerme nervioso por la cita que tenía en casa de mi amigo Daniel.
Era la primera después de mi divorcio y tampoco sabía qué es lo que estaba buscando realmente en esa mujer. No sabía nada de ella. Tampoco lo había preguntado. Solo que era amiga de Isabel y que tenía cuarenta y siete años.
Quise vestirme de manera correcta, pero informal, intentando estar acorde a lo que era una cena en casa de mi mejor amigo. Una camisa lo veía demasiado clásico, una camiseta podría mostrar desinterés; así que opté por un vaquero largo a pesar de que estábamos en verano y un polo blanco. Llegué a casa de Daniel media hora antes de lo acordado con una botella de vino tinto en la mano y le ayudé con los preparativos.
―¿Nervioso?
―Pues sí, la verdad es que no lo estaba, pero ahora estoy atacado de los nervios… ¿La conoces?, cuéntame lo que sepas…
―No, un día Isabel me habló de ella, parece ser que juegan juntas al pádel, se conocen desde hace cuatro o cinco años. Creo que es profesora de música en un instituto y poco más te puedo decir…
―Bueno, algo es algo… ¿Y físicamente no la has visto?
―No.
―Joder, serás cabrón, no me vuelvas a meter en una de estas…
―No seas así, seguro que lo pasamos muy bien.
―¿Cómo se llama?
―Lorena…
―Está bien…
Puntuales tocaron el timbre y me puse nervioso como hacía años que no lo estaba. Con una copa de vino salí a recibirlas y las dos mujeres llegaron inundando la casa de buen rollo y simpatía.
―¿Se puede? ―preguntó Isabel, que llevaba una tarta pequeña en la mano.
Impaciente esperé a que pasara para ver a su acompañante y allí estaba. Lorena. De una primera impresión me pareció que tenía un cuerpazo, mejor de lo que me esperaba, pero de cara no me gustó nada. No es que fuera fea, pero no era mi estilo. Demasiado maquillaje que estropeaban el conjunto. Y eso que tenía un culo pequeño muy apetecible, embutido en unos shorts vaqueros, pero lo que más destacaba en ella eran sus imponentes tetas operadas que lucía descaradamente con un top negro. Media altura, pelo largo y moreno, me saludó efusivamente con dos besos y noté que ella también me pegaba un buen repaso visual.
―Lorena, Pablo; Pablo, Lorena ―nos presentó Isabel antes de darse un pico con Daniel.
Ojalá se hubiera parecido a ella: rubia, natural, simpática, media melena y un par de tetazas que quitaban el sentido. Isabel no era ningún pibón, ni falta que le hacía, esos kilos de más que lucía todavía hacían que estuviera más apetecible. Además, era de esas mujeres con las que se podía hablar horas y horas de cualquier cosa. Daba gusto escuchar lo bien que se expresaba y ese tono de voz tan agradable. No me extrañaba que fuera guía turística. Podría perderme durante varios días con ella por el museo del Prado deleitándome con sus explicaciones.
Seguía sin entender qué es lo que hacía con mi amigo Daniel, que era buen tío, pero más plano que una regla y desde su divorcio solo le gustaba salir en moto, hacer deporte y follarse a todo lo que se movía.
Solo esperaba que Lorena al menos fuera tan simpática como ella, tampoco pedía mucho más.
Nos sentamos en la mesa cada uno frente a su «pareja» y, aunque Lorena no tenía la cultura ni el mundo de Isabel, se notaba que al menos puso interés en agradarme. Y yo hice lo propio. Me contó que estaba divorciada y tenía dos hijos ya mayores, de veinticinco y veinte años. Daba clases de música en un instituto, como me había comentado Daniel, y desde hacía años su pasión era jugar al pádel, la lectura y el mar.
Con Isabel era imposible que una cita de ese tipo fuera aburrida y no dejaba de bromear y contarnos anécdotas de su trabajo hasta que terminaba contagiando a todos de ese espíritu tan vital que tenía. Luego nos preparó un par de juegos de mesa muy divertidos con los que pude soltarme con Lorena y ella conmigo.
Y cerca de la una de la mañana, Isabel y Daniel comenzaron a recoger la mesa en una clara invitación a que nos fuéramos.
―¿Acercas tú a Lorena a casa, no? ―me preguntó Daniel, mientras Isabel esbozaba una sonrisilla traviesa por detrás.
―Claro, si a ella le parece bien…
―Yo encantada ―dijo Lorena.
―Bueno, chicos, pues muchas gracias por todo. ―Y nos despedimos de ellos.
―Pasadlo bien ―enfatizó Isabel antes de que saliéramos por la puerta.
Yo no sabía muy bien lo que se suponía qué tenía que hacer, y Lorena percibió mi inseguridad. Ella parecía mucho más rodada en este tipo de citas y, mientras bajábamos en el ascensor, me preguntó:
―¿Lo has pasado bien?
―Sí, claro, genial, la verdad es que no me lo esperaba así…, ha estado muy bien. ¿Y tú?
―Yo igual, esperaba encontrarme a un viejo y aburrido auditor, ja, ja, ja.
―Oye, ¿cómo que viejo?, que solo tengo cuarenta y cinco años, ¿tan mal estoy?
―No, no, al contrario, me has sorprendido.
―Espero que para bien.
―Sí, para bien, claro.
Fuimos caminando hasta mi coche, que se encontraba a unos escasos cincuenta metros, e invité a Lorena a que subiera.
―¡Guau, menudo cochazo!, nunca había estado en un X6 ―exclamó.
―Gracias…, ¿dónde te apetece ir? ―pregunté.
―Donde tú quieras, ¿quieres tomar una copa?
―Claro…, ¿conoces algún sitio así que esté bien? ―pregunté.
―Sí, unos cuantos, podemos ir a uno tranquilo…, así estaremos más a gusto… ―me susurró en un tono relajado y cruzando las piernas.
―Me parece muy bien, dime alguno.
―O en tu casa…
Joder con Lorena. Era directa y decidida. No se andaba con rodeos. Me iba a ahorrar con ella muchos quebraderos de cabeza, porque estaba tan desentrenado que daba pena ligando. Jamás me había llevado a la cama a una mujer la primera noche.
Pero Lorena llevaba años divorciada y tenía pinta de que me sacaba kilómetros de experiencia.
―Eh, no, claro, si te parece bien, por mí perfecto ―afirmé arrancando el coche.
Entramos en mi apartamento, que era muy pequeñito, pero muy moderno y lujoso. Le hice un pequeño tour por toda la casa y terminamos en el salón.
―No tengo mucho para tomar, ¿qué te apetece? ―le pregunté mientras ella se ponía cómoda en el sofá.
―Cualquier cosa me va bien, un licor, por ejemplo, con un hielo, eso sí tienes, ¿no?
―Eso sí, ¿de finas hiervas, de almendra, de crema…?
―Del que tú te pongas.
―Vale.
Era la primera vez que llevaba a una mujer a casa y también mi primera cita desde hacía mil años. Llevaba tantísimo tiempo sin estar con otra que no fuera mi ex que mientras echaba un par de hielos grandes en un vaso de tubo me puse un poco nervioso.
Por suerte, la noche anterior me había corrido dos veces y eso había hecho que mi organismo se desperezara, porque a pesar de que Lorena tenía buen cuerpo, su cara no me atraía nada y dudo mucho que un par de días antes hubiera alcanzado ni tan siquiera una erección con ella.
Entré en el salón y me senté a su lado. Lorena estiró el brazo y chocamos los vasos despacio mientras bebíamos sin dejar de mirarnos a los ojos. Luego ella apartó el vaso de mi boca y se inclinó hacia mí.
―Shhh, tranquilo, estás un poco nervioso…
―Sí, perdona, hacía años que… Bueno, que desde que me separé que…
―Calla, anda. ―Y puso los labios sobre los míos.
Me dejé llevar y Lorena entrelazó los dedos en mi pelo para meterme la lengua en la boca. La cabrona besaba muy bien y apoyó una mano en mi muslo, bastante cerca de mi paquete. Yo estaba muy cortado y no me atrevía ni a tocarla. Entonces ella fue más decidida y se soltó los tres botones de su blusa.
Apartó la tela y me mostró uno de sus pechos. Tenía una forma extraña y no me gustó especialmente, así que me sentí decepcionado porque pensé que Lorena tenía unas tetazas de la leche.
Aun así, estiré el brazo y lo colé por debajo de su blusa para acariciárselo con timidez, ella volvió a buscar mi boca y después me palpó el paquete por encima del pantalón.
―¿Te gustan? ―me preguntó.
―Sí, están muy bien ―mentí quitándole la blusa para dejarla desnuda de cintura para arriba y luego amasé sus pechos con las dos manos.
Lorena hizo lo propio con mi polo, luego me desabrochó el pantalón, y se le cambió la cara cuando coló los dedos por debajo del calzón para encontrarse con mi pito flácido.
―¿Estás bien?
―Sí, perdona, es que estoy un poco nervioso…
―Ya te he dicho que no te preocupes, solo vamos a pasar un buen rato y ya está, ¿no? ―suspiró agarrándomela con dos dedos y comenzando a sacudírmela―. ¿Hay algo que te ponga?, ¿quieres algo especial?
―No, soy normal…
―Ja, ja, ja, ¿normal?
―Bueno, quería decir…
―Ya te he entendido, solo que me ha hecho gracia.
Yo no dejaba de acariciar sus tetas y ella se afanaba en ponérmela dura, pero de momento no lo estaba consiguiendo, y cerré los ojos dejando que me comiera el cuello.
Entonces me acordé de Sara. De su vestido veraniego del viernes por la mañana. De cómo se le salía una pierna descarada por aquella abertura tan sensual, de su sugerente escote, de su piel tan morena, de su despeinado pelo, de sus firmes glúteos, de su carnosa boca y su rostro casi perfecto.
¡Qué guapa era la muy cabrona!
Lorena me comía el cuello, lo devoraba con besos cortos, pasando la lengua hasta llegar al lóbulo de la oreja. Y mi polla despertó como por arte de magia.
El truco era bien sencillo. Fantasear con Sara.
Tenía sus gemidos metidos en la cabeza y cuando recordé los jadeos previos a su orgasmo, se me puso la piel de gallina y la polla dura como un poste. Lorena sonrió satisfecha y orgullosa de su trabajo y abarcó mi tronco con la palma para comenzar a pajearme con toda la mano.
―Vaya, vaya, parece que esto te gusta ―ronroneó sin dejar de comerme el cuello.
―Mmmmm, sí, lo haces muy bien…
―¿Quieres ir a la cama? ―preguntó buscando algo en el interior de su bolso con la mano que tenía libre.
Enseguida descubrí que se trataba de un condón y nos pusimos de pie para dirigirnos a mi habitación. Lorena tan solo llevaba puestos los shorts y yo el vaquero abierto, por el que asomaba mi erecta polla cuando agarré su mano para salir juntos.
En ese momento me la imaginé desnuda en mi cama, revolcándome con ella entre mis sábanas, y no me gustó nada la idea. No quería follármela así. Consideraba mi habitación y mi cama un sitio muy privado y no me apetecía compartirlo con Lorena.
―Espera un segundo… ―le pedí antes de salir del salón.
―¿Qué pasa?, ¿estás bien?
―Sí, es que… Da igual, dame eso. ―Y le quité el condón de la mano. Lo abrí con los dientes y me lo puse allí de pie, delante de ella.
―¿Qué haces?
Luego tiré de su mano, volvimos a entrar al salón y me acerqué hasta la mesa. Hice que se diera la vuelta y me pegué a su culo para desabrochar su pantalón mientras ella restregaba su cuerpo contra mí.
―¿Es que quieres follarme aquí?
―Sí, voy a follarte aquí. ―Y bajé sus shorts dejándola tan solo con un tanguita muy sensual.
Si sus tetas me habían decepcionado no podía decir lo mismo de su trasero. Tenía un culito pequeño, duro y muy suave que acaricié unos segundos antes de quitarle el tanguita de un solo tirón. Ella abrió las piernas y se inclinó hacia delante, emitiendo un gemidito cuando sintió que mi capullo rozaba sus labios vaginales.
Apoyé la cabeza en la parte alta de su espalda y cerré los ojos justo cuando empezaba a abrirme paso en su coño. La penetré desde atrás con facilidad y besé su hombro comenzando a moverme con embestidas rápidas, como un puto conejo.
Me la follé con golpes secos, sin dejar de pensar en Sara, clavando mis dedos en sus costados y metiéndosela duro. Lorena pasó una mano hacia atrás y me arañó los glúteos buscando que se lo hiciera más fuerte. Le iba la marcha.
―Más, más, dame más…, ¡fóllame!
―Shhh, cállate ―le ordené para no perder la concentración, sin dejar de besuquear su espalda y su cuello.
―¡Fóllame, vamos! ―me pidió girándose hacia atrás.
Yo no quería ver su careto ni escuchar su voz. Solo quería fantasear que era Sara la que estaba conmigo.
―No termines dentro, aaaah, quiero que me lo eches encima, ¿me has oído?, ¡quiero que te me corras encima!, aaaaah, ¡en mi cara!, mmmm, ¡córrete en mi cara! ―insistió al ver que estaba muy cerca de llegar al orgasmo.
Pero ya no la escuchaba y tiré de su cabeza hacia abajo para que se volviera a girar y así no verla y, además, estuviera con el pico cerrado. Me sentía mal por tratarla así…, me molestaba su voz, su cara…, todo. Lo único que quería era correrme y terminar de una vez.
Aceleré las embestidas y ella trató de zafarse de la mano que sujetaba su pelo.
―¡No te corras dentro!…, aaaaah, aaaaah…, pero ¿qué haces, tío?, joder, suéltame la puta cabeza…
Y yo comencé a correrme inmediatamente en su interior, gimoteando muy bajito el nombre de Sara y babeando patéticamente la espalda de Lorena.
―Ooooh, me corro, Sara, me corroooo…, aaaah, aaaah, aaaah…
―Nooooo, nooooo ―protestó Lorena sin dejar de ofrecerme su culo para que lo siguiera embistiendo mientras me corría.
No dejé de follármela mientras me vaciaba en su interior y solté su cabeza, pero ya era demasiado tarde. La había cagado…, y bien. Aun así, Lorena ronroneó y dejó que pasara las manos hacia delante para que sobara sus tetas hasta que mis contracciones terminaron.
Todavía nos quedamos un par de minutos más así, con Lorena ofreciéndome su culo, yo jugueteando con sus pezones y besando tiernamente su espalda, hasta que mi polla perdió dureza y se salió de dentro de ella.
―Lo siento, no sé qué me ha pasado ―me disculpé―, no quería…
―No te preocupes, no pasa nada… ―dijo ella agachándose para subirse el tanguita y el short.
Parecía molesta y se acercó hasta el sofá para recoger su blusa y ponérsela en unos pocos segundos. Era una situación muy extraña, pero enseguida entendí que para Lorena no era nueva y caí en la cuenta de que debían haber sido muchos tíos los que la habían tratado así.
Eso hizo que todavía me sintiera peor e intenté ser agradable y respetuoso con ella. Lorena cogió el vaso de chupito que estaba sobre la mesa y le dio un pequeño trago, dejándolo por la mitad.
―Bueno, Pablo, me voy…
―¿No te quedas un poco más? ―pregunté por cortesía, porque en el fondo yo también tenía ganas de que se fuera, y ella lo percibió en mi voz―. Deja que te acerque a casa…
―No, tranquilo, ya cojo un taxi…, así me echo un cigarro en la calle mientras lo espero…
―Como quieras…
Se puso el bolso al hombro y nos despedimos con un beso en la mejilla.
―Adiós, Pablo.
―Me ha gustado conocerte, a ver si otro día…
―Claro.
Me quedé esperando hasta que llegó el ascensor y ella me saludó con la mano antes de meterse en él. Derrotado me acerqué hasta el sofá y me dejé caer. Me avergonzaba de mi comportamiento y por haber usado así a una buena persona como Lorena.
Había sido enfermizo follármela sin dejar de pensar en Sara, pero es que no me la podía sacar de la cabeza. Cualquier cosa me recordaba a ella y mi libido había vuelto a lo bestia gracias a la chica de prácticas.
Por supuesto, no volví a tener noticias de Lorena. Tampoco le había dado mi teléfono ni ella el suyo. No hacía falta ser un genio para adivinar que nuestro encuentro había sido un desastre e incluso dudaba de si no hubiera escuchado como gimoteaba el nombre de Sara mientras me corría dentro de ella.
Recogí el salón, puse los vasos en el fregadero y me acosté pensando en que no podía seguir así. No era sano vivir con esa obsesión por Sara…, pero es que era superior a mí; además, el lunes tendría que volver a encontrarme con ella en la oficina.
Ahora ya no es que solo me gustara y me resultara agradable pasar tiempo con ella, es que también me excitaba sexualmente… y mucho.
Esa noche de hotel en la que había escuchado a Sara follando había sido un punto de inflexión. Y de lo que en ese momento no tenía ni puta idea era que aquello solo acababa de comenzar…