Capítulo 8
Carraspeó como si tuviera algo muy importante que decir, le dio otro trago a su cóctel y con una sonrisa cínica se dispuso a contarlo todo con pelos y señales.
―¿Viste qué faldita llevaba?, ¡no me jodas!, si parecía un cinturón, ¿verdad?
―Sí, sí, era minúscula.
―A ver, que yo no me puse en plan baboso ni nada, y eso que hay que reconocer que la nena está muy buena, solo le dije que había hecho un buen trabajo y que tenía que entender que fuera duro con ella, pero que lo hacía por su bien…, y ella en plan «Sí, lo entiendo, no pasa nada…», y se pegaba cada vez más a mí. Te lo juro que fue ella la que vino a buscarme…
―¿Tan fácil te resultó ligártela?
―Siempre he tenido éxito con las tías, pero teniendo pasta no tiene ningún mérito, van como las moscas a la miel, y en cuanto te fuiste, me allanaste el camino. Ella sabía lo que quería y cómo conseguirlo. No tuve que hacer nada.
―¿Se te insinuó o qué…?
―Estábamos tan cerca que puse una mano en su cintura para hablar con ella, pero eh, hasta ahí, tal y como están las cosas hoy en día hay que ir con mucho cuidado, si se le ocurre denunciarme o algo por el estilo, me ponen de patitas en la calle en un suspiro.
―¿Y entonces?
―Fue ella, no veas qué manera de zorrear, ya te digo que esta sabe latín, con lo buena que está se folla al que le dé la gana de toda la puta discoteca. Se pegó a mí de manera descarada, tanto que cuando me quise dar cuenta ya me estaba rozando con las putas tetas en el brazo.
―Joder…, ¿y qué más pasó? ―pregunté con un morbo enfermizo.
Sí, todo lo que me estaba contando Javier era demencial y hablaba de Sara con un desprecio que me daba asco; sin embargo, mis manos temblaban de excitación, tenía un nudo en el estómago, el corazón a ciento cincuenta pulsaciones y una erección involuntaria, molesta, inoportuna y dolorosa.
Tenía la polla tan dura que me avergonzaba de mí mismo.
Tuve que moverme con cuidado en el taburete para que Javier no se diera cuenta de lo que pasaba bajo mis pantalones y que lo que me relataba me estaba volviendo loco.
―Yo seguía con la mano en su cintura, y me andaba con pies de plomo, pero uno no es de piedra, te aseguro que no es nada fácil coquetear conmigo y excitarme con la facilidad con la que lo consiguió esa niñata, pero claro, con esas tetas pegadas a mí y enseñándome así toda la pierna…, joder…, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no bajar más la mano y soltarle un azotazo en toda la nalga…
―Ja, ja, ja, ya te digo…
―Tenía la mano en su cintura y ella venga a rozarme con las tetas…, y dale, te lo juro que sentí cómo se le pusieron duros los pezones…
―¡Ala!, ¿en serio?
―Y tan en serio, y se me acerca al oído y me dice: «¿Quieres tomar otra?, si quieres, te invito, para que veas que no te guardo rencor…».
No podía creerme lo que me contaba Javier. Con lo mal que se había portado con Sara y a las primeras de cambio no solo le invitaba a una copa, es que, además, se le estaba insinuando descaradamente en medio del bar.
―No sé qué chorrada contesté, se notaba que había bebido algo e iba «contentilla», y empezó a decirme que si había quedado con unos amigos y tal, pero me daba igual, yo solo estaba pendiente de esas tetas y del movimiento de sus caderas contra mí. No podía evitarlo, es que tenía su escote allí, ¡tenía sus putas tetas delante de mi cara!, y ella me pilló mirándoselas de manera descarada un par de veces… y coge y me suelta: «Espero que hoy sí te guste lo que llevo puesto». Me dejó roto. Y mira que es difícil dejarme callado, pero durante unos segundos no supe ni qué contestar a eso.
―Normal…, ¿y qué le dijiste?
―Pues algo así como que no me importaba lo que llevara cuando salía de fiesta, que me parecía muy bien, y que sí que me gustaba su falda…, y me dice: «Ya veo que te gusta, y a tu mano también».
―¿A tu mano?, ¿por qué dijo eso?, ¿es que le habías tocado el culo?
―No, la tenía en el mismo sitio, en su cadera, pero ella debía considerar que la estaba tocando o algo por el estilo, y así se lo hice saber en un tono serio: «No te he tocado, chica», y me contestó: «No creo que a mi novio le hiciera mucha gracia ver dónde tienes la mano», así que yo seguí: «Ah, ¿tienes novio?, no sabía nada…, ¿y qué pensaría si te viera así, tan cerca de tu jefe?».
―Mmmm, bien tirada…, ¿y te contestó?
―Sí, algo así como que «Pues se enfadaría, seguramente», y yo le seguí el juego: «¿Y no queremos eso, no?», y ya no me contestó, pero se acercó a mí y me susurró al oído: «¿Entonces, nos tomamos esa copa o no quieres?», y le dije: «Si a tu novio no le importa, me parece bien», y va y me suelta «Qué cabrón eres», y le pregunte por qué, entonces se puso más seria y se intentó hacer la digna; pero así, medio borrachilla y con esas pintas de putón no sonó muy convincente, ja, ja, ja.
―Ja, ja, ja.
―Me dijo toda ofendida: «Yo aquí intentando hacer las paces e invitándote a una copa y tú hablando de mi novio», yo le contesté que había sido ella la que había sacado el tema del novio y entonces me tiró una frase que me dejó fulminado. ¿Y sabes por qué?
―¿Por?
―Porque tenía toda la razón del mundo.
―¿Y qué te dijo si se puede saber?
―Me dijo que llevaba casi cinco meses en la empresa y no había sido capaz de llamarla ni una puta vez por su nombre.
―¡Joder!, ¿nunca la has llamado por su nombre?…, ¡hostia!, es que es muy fuerte, Javier.
―Pues lo mismo, pero no me había dado ni cuenta…, normalmente me dirijo a ella sin nombrarla, y se notaba que eso le jodía mucho. Se debió pensar que iba a ablandarme, ja, ja, ja.
―¿No te disculpaste?
―No, le dije: «Cinco meses sin llamarte por tu nombre y mira cómo estamos ahora, ¿te creerías si te digo que no me acuerdo de cómo te llamas?».
―¿Quéééééé?
―Eso lo dije para provocarla, claro que me acordaba, pero quise tensar la cuerda un poquito más…
―Mmmmm, ¿y?, te mandó a la mierda, claro ―afirmé sin creerme mis propias palabras porque sabía que habían terminado follando.
―No, más bien al contrario…, no dejé que hablara y le dije con un tono autoritario: «No soy como esos niñatos con los que estás acostumbrada a tratar y con los que seguramente te salgas siempre con la tuya. He conocido a muchas como tú y, sinceramente…, me importa tres cojones cómo te llamas».
―Joder, tío, parece que estabas buscando que te mandara a la mierda.
―Pues en cierta medida, sí, pero ella seguía allí quieta, zorreando conmigo, entonces me di cuenta de que a la muy cerda le ponía cachonda que la trataran así…
―Venga ya…
―Tenías que haber visto su cara, no te miento, a esta no le habían hablado así en su vida, lo mismo hasta lo del novio era inventado, vete a saber.
―No, eso es verdad, yo lo conozco, un día vino a buscarla al trabajo, un guaperas alto…, vamos, de su mismo nivel…
―Pues pobrecillo, no sabe la guarra que tiene por novia, ja, ja, ja…, bueno, sigo, pues se queda unos segundos todo seria y me dice: «Vete a la mierda», se me escapó una sonrisilla y le contesté: «Entonces, ¿no me invitas a esa copa?, pensé que ya no me guardabas rencor, aunque no sepa ni cómo te llamas». Y yo creo que con esa frase se mojó enterita.
―Seguro… ―respondí como un imbécil, escuchando a Javier faltarle al respeto a la chica que me gustaba.
Y cuanto más hablaba, más dura se me ponía. Era adictivo. Yo quería que siguiera contándome aquella noche más y más. Parecía todo una fantasía inventada e irreal si no fuera porque los vi juntos antes de salir del bar y luego escuché cómo se lo montaban en la habitación de Sara.
―¿Y después que pasó?
―Yo creía que se iba a pirar o me iba a insultar, algo de eso, aunque estuviera cachonda…, porque es que estaba muy cachonda, pero se acercó más a mí, no podía tener las tetas más pegadas en mi brazo, y me susurró al oído: «¿Quieres tomarla en el hotel?».
―¡Adiós!
―Así, directa al grano. ¡Pum!, como un disparo…
―¡Madre mía!, y le dijiste que sí, claro.
―Me tocan mucho las narices estas zorritas que van de divas por la vida, ¿tenía ganas de tirármela?, por supuesto, pero en ese momento me apeteció putearla un poquito, a ver hasta dónde estaba dispuesta… ―Le dio un trago a su copa apurándola hasta el final, haciendo una pausa que todavía hacía más interesante su relato― a rebajarse…
―¿Y…?
―Le dije que prefería tomármela allí, que estaban muy buenas… y me gustaba el bar…
―Venga ya, yo hubiera salido pitando para el hotel.
―Ja, ja, ja, parece mentira que hayas estado casado tantos años, Pablito, y no tengas ni puta idea de cómo son las mujeres ―dijo el experto―. Si eres un buenazo con ellas, no te van a tomar en serio y vas a terminar siendo un títere en sus manos, lo que les pone son los malotes… y, bueno, la pasta, je, je, je, pero eso es otra cosa, como te decía, lo que les da morbo es que seas un cabronazo. Y cuanto más mejor. Y lo estaba comprobando de primera mano, cuanto más puteaba a la niñata, más cachonda se ponía…, ni te imaginas lo que me dijo luego ―añadió removiendo los hielos del fondo de su vaso.
―Cualquier cosa, porque me estoy quedando a cuadros con lo que me estás contando…
―¿En serio?, ¿y qué te esperabas?, esta va de supermodelo, pija, guapa, estirada, moderna, y no es más que una niñata que acaba de salir de la universidad, cobra 300 euros de prácticas y sigue viviendo en casa de los papás…
―Eso me parece bien, lo hemos hecho todos.
―Sí, ¿y tú te dabas esos aires?, joder, que sí, que está muy buena, pero parece que hay que ir besando el suelo por donde pisa. ¿Y también estabas dispuesto a tirarte a tu jefa para que te contrataran?… Que no, tío, sé que te llevas muy bien con ella y lo mismo es hasta maja y todo, pero a mí estas busconas que se aprovechan de lo buenas que están… nunca me han gustado… Bueno, yo creo que deberíamos irnos ya.
―¿Y no me vas a contar qué es lo que te dijo?
―Ah, sí, es verdad, se me había olvidado, pues eso, que me apetecía putearla un poco más y le comenté que la copa nos la tomábamos en el bar, ella no sé si es que no quería que sus amigos la vieran conmigo o es que tenía ganas de verdad por irse al hotel; así que se jugó la baza que mejor sabe utilizar y me murmuró en el oído: «Si quieres, la tomamos en mi habitación», y me cogió la mano que tenía en su cintura y la bajó un poquito, todo muy sutil, no me la puso directamente en su culo, pero casi…
―Uf…, yo se lo hubiera tocado, no sé cómo te pudiste aguantar, ¿es que no te gusta Sara?
―Claro que me gusta, tenía una empalmada exagerada, y ella lo sabía…, porque tonta no es; pero me encantaba putearla, casi me gustaba más eso que follármela, ja, ja, ja… y a mí esos jueguecitos de tocar, sí, pero no, cogerme la mano y ponerla casi sobre su culo, a ver, chica, si quieres que te sobe en medio del bar, tienes que ser más directa, que yo ya tengo una edad para estas gilipolleces.
―¿Y qué le contestaste a lo de tomar la copa en su habitación?
―Cuando me soltó la mano, puso la suya sobre mi muslo, así abriéndola, y con el dedo pulgar me llegó a rozar el paquete. Aquello me puso muy cerdo.
―¿Te sobó la polla en medio del bar?
―Se puede decir que sí, no fue descarada, pero lo hacía con una sensualidad que puffff…
―Joder, debía de ir muy borracha para hacer eso.
―Algo había bebido, pero iba bien, yo, si va borracha, no me gusta aprovecharme, aparte de que no me ponen nada las tías pasadas de alcohol…, Sara iba bien ―dijo pronunciando su nombre por primera vez en toda la noche.
―Y luego os fuisteis a su habitación…
―Sí, aunque antes… no fui tan sutil como ella, bajé la mano, bueno, tampoco es que tuviera que bajar mucho con esa falda cinturón que llevaba, ja, ja, ja…, y le sobé el culazo.
―¡Guau!, ¿por debajo de la falda?, ¿te dejó que la tocaras allí en medio del bar?
―Sí, fui descarado, aunque no se nos veía mucho, ella tenía el culo pegado a la barra y casi no se notaba lo que estaba pasando. Apenas llamamos la atención.
―¿Y qué tal?, ¿tiene tan buen culo como parece? ―pregunté humillándome un poco más.
―Hay tías que cuando están vestidas parece que están muy buenas, y luego al verlas desnudas te llevas una decepción…
―No me digas que no tenía buen culo, pues parece que…
―La niñata no es de ese grupo, Pablo, tiene un tipazo y cualquier cosa le sienta bien, pero cuando se desnuda…, joder, desnuda está todavía más buena. Hazme caso, que he estado con muchas zorras y también tengo experiencia en esto. Veinticinco años, ni muy joven ni muy mayor, ni delgada ni entrada en carnes, ¡menudo culo, tío!, redondo, no de esos duros de gimnasio que no me gustan, esta lo tenía carnoso, no era pequeñito, pero tampoco exagerado. ¡Perfecto!, sin vérselo ya sabía que ese culo estaba en su punto dulce y, además, no tenía tela que me molestara para sobárselo bien…
―¿Es que no llevaba ropa interior?
―Se ponen las mierdas esas de tangas que se les meten por el ojete y es como si no llevaran nada, ja, ja, ja.
―¡Uf!, ¿y te dejó que la tocaras mucho tiempo?
―No, unos segundos, pero suficiente, luego me volvió a susurrar: «Entonces, ¿vienes a mi habitación?», ya ni me dijo lo de tomar una copa ni nada, ya era directamente que si iba a su habitación…, y bajé un poco más la mano para acariciar su coñito por encima del hilo dental ese que llevaba puesto y noté lo mojada que estaba, aunque tampoco se lo hice a lo bestia, apenas la rocé con los dedos, pasándolos entre los labios vaginales. ¡Solo quería comprobar lo cachonda que estaba! ―exclamó un emocionado Javier, al que se le notaba que revivir aquello también le gustaba.
Como se suele decir, lo bueno de follarse a un pibón como Sara no es hacerlo, que también, lo mejor es poder contárselo a alguien. Somos hombres y es nuestra naturaleza y Javier tenía ganas de darse aires después de haberse acostado con una jovencita como Sara. Yo terminé mi copa y me revolví incómodo en la silla. Mi excitación no solo no había disminuido, es que mi polla palpitaba con tal intensidad que hacía rato que había mojado los calzones y me babeaba, literalmente.
Era visualizar a Sara haciendo todo eso, comportándose de esa manera, y sentía un morbazo superior a mí. No podía controlar el cuerpo y la sensación de mi polla emitiendo un espasmo involuntario cada dos o tres segundos me tenían cachondísimo.
Imaginaba a mi jefe metiendo la mano bajo esa faldita, magreando de manera vulgar su culo, y quería que me diera asco. Era repulsivo, aquel viejo acariciando a la chica que me gustaba, pero ¿por qué estaba tan excitado?
Javier me sacó de mis pensamientos y siguió contándome lo que había pasado aquella noche en Bilbao.
―Después de tocar su culo fue cuando me apeteció mucho follarme a esa niñata… y le contesté a la proposición de ir a su habitación, le dije algo así como «Vale, creo que me has convencido», ja, ja, ja.
―¡Qué cabrón!, ja, ja, ja ―le seguí el rollo como si fuéramos dos colegas.
―Bueno, ahora sí, ¿qué hacemos?, ¿nos vamos?, estoy muy cansado…
―¿Y vas a dejarme así? ―le imploré―. ¡No me fastidies!, de eso nada, tienes que contarme lo que pasó luego…
―Pues qué va a pasar, si ya nos escuchaste…
Claro que los había escuchado, pero me apetecía conocer la historia por boca de Javier. Que me lo contara todo con ese tono tan despectivo. Eso me estaba volando la cabeza.
―Venga, te invito a otra copa… ―le propuse para que siguiera hablando.
―Está bien, si me invitas a una, no te voy a decir que no… ―Y levantó la mano para llamar al camarero―. Otras dos de lo mismo…
―Claro, caballero.
―Bueno, pues seguimos… ―afirmó Javier dispuesto a continuar con su historia―. ¿Por dónde íbamos?, ah, sí, cuando le dije que me había convencido. Salimos del bar y llamamos un taxi para que nos llevara al hotel ―reanudó el relato mientras el atento camarero nos servía las copas.
Ahora venía la parte más interesante, la que llevaba toda la noche deseando escuchar. Javier se relamió, disfrutando de su propia historia. Reviviéndola de nuevo. Y me puse cómodo sabiendo que mi jefe no iba a escatimar en detalles…