Capítulo 779
Seguía sin entender el motivo de por qué no la quería subir. Ella me explicó que no era como Irene y que no quería que ni ella ni Mario sintieran algo remotamente parecido a lo que había sentido yo en su día con la foto que ella subió y que tanto daño me hizo. No pensaba yo que esa foto fuera a afectarles para nada viendo el plan en el que estaban, pensando yo que la podía subir sin problema.
Ángela me preguntó si estaba seguro, porque no quería más problemas, sobre todo para mí, pero es que no entendía qué podía pasar si subía esa foto. An fin y al cabo fueron tanto Irene como Mario los que estuvieron distantes en la cena de Nochevieja y eran ellos los que pasaban de nosotros.
Sí, lo hacían en gran parte por mi culpa, pero también había detalles que se escapaban a mi persona, como su manera de comportarse en casa de Ángela después de que ella les invitara a la cena. Estaban muy a su bola, pareciendo casi que ni estaban por momentos. Tampoco ayudaba no contarle a Sofía que se habían vuelto a ver con Elena.
Al final, Ángela se animó a subirla, pero sin poner ningún comentario ni nada, por si Irene se sentía aludida por algún motivo. Le dije que seguía viendo aquello como una tontería, pero con subir la imagen se quedó bastante tranquila. No tardamos en llegar a la ciudad, dejándola yo en su casa a para que pudiéramos estar un rato con la familia.
Antes de bajarse me preguntó riendo si estaba su regalo entre todas esas bolsas que guardé en el maletero del coche antes de que saliéramos. Le dije que sí, que por ahí se encontraba, no pudiendo esperar para abrirlo, aunque dijo que sería paciente y esperaría hasta el día siguiente, quedando en que nos daríamos los regalos una vez quedáramos todos.
Ya sí que se bajó y entró en su casa, yendo yo a la de mis abuelos, no sin haber avisado a mi madre antes de salir de casa. Ella estaba encantada con aquello, como pude ver al llegar allí. Saludé a todos y estuve un rato por allí hasta que llegó la hora de recoger a Ángela para ir a ver la cabalgata, poniéndome más guapo, como ella me pidió.
Mi madre me miraba con una cara que expresaba mucho cuánto le gustaba verme así vestido, pues era bastante raro en mí ir con camisa y jersey, aunque no tanto desde que me fui a vivir solo, pero claro, ella no es que pudiera verme todas las veces que salía por allí. Sí que lo hacía cuando iba allí y salía por mi ciudad, pero aún a esas alturas no podía evitar mirarme con esa cara.
Mis abuelos también comentaban que les gustaba mucho verme así vestido, preguntándome a dónde iba. Les expliqué que iba a ver la cabalgata con unos amigos, pareciéndoles a todos genial y comentándome que ellos también la verían al pasar por una calle paralela a la que estábamos. Mi madre me preguntó si iba a cenar fuera o si volvería para hacerlo allí, no teniendo yo ni idea de aquello.
No me dijo nada más, tan solo que me lo pasara bien, porque se me notaba que tenía ganas de salir, pero que llevara cuidado a la vez. Me despedí de todos y me puse el abrigo para ir a por Ángela, aunque su casa me pillaba retirada, pero coger el coche en ese momento era un problema.
Al final quedamos a medio camino para no perdernos la salida de la cabalgata, porque ella se empeñó en verla salir. Así que nos encontramos cerca de donde lo iba a hacer, teniendo un poco de problema para hacerlo, pues había mucha gente en la calle. De hecho, fue ella la que me encontró a mí, abrazándose a mi brazo diciendo que con lo alto que era le resultó muy fácil dar conmigo.
Nos dimos un buen abrazo, viendo lo guapa que iba con ese vestido blanco de lana, aunque en la parte de arriba llevaba un abrigo que le llegaba hasta las caderas, siguiendo con unas medias negras y unas botas con tacón. Me agradeció el piropo cuando le dije que estaba preciosa, comentando que a ella también le gustaba cómo iba yo. Nos perdimos más el tiempo y nos fuimos hasta casi la misma entrada de donde salía todo, esperando para verlo bien en primera fila.
Ya me había contado que le gustaba mucho la Navidad y el tema de las cabalgatas, los regalos y demás, pero verla en ese momento era algo muy diferente a lo que me esperaba. Ángela era toda una niña viendo la cabalgata. Pese a ir maquillada, ponía una expresión tan tierna que parecía una niña más de las que había por allí.
Hasta gritaba el nombre del Rey Mago que salía, pidiéndole que le lanzara caramelos. Ni qué decir de que se agachaba a coger en varias ocasiones, pidiéndome a mí que también lo hiciera. Hasta llevó un par de bolsas para ir guardándolos.
Me llevé más de un caramelazo en la cabeza, pero me hacía mucha gracia verla así, por lo que yo también colaboraba, pero no llegaba a ponerme como ella gritando ni nada parecido. A Ángela le gustó tanto que una vez acabó el desfile de carrozas y gente disfrazada, con alguna que otra atracción rara, me pidió de ir a verla de nuevo.
De camino veíamos a mucha gente que se dirigía a lo mismo que nosotros, aunque no sabía si ya la habían visto o no, pero el caso es que Ángela iba repartiendo los caramelos que habíamos cogido antes, guardándose solo un puñado en el bolsillo de su abrigo. Me explicó que lo hacía por pasarlo bien en el momento, que ella no era mucho de comer caramelos y que los repartía cuando terminaba de ver la cabalgata.
Tuvo lugar una anécdota cuando el desfile estaba por encerrarse, siendo en el mismo lugar del que salió, pero cuando todas las carrozas se encerraron, abrían las puertas de ese lugar, dando paso a un patio grande donde, desde unos balcones interiores, los tres Reyes Magos lanzaban unos cuantos caramelos más, además de algunos pequeños juguetes, como pelotas o peluches. Obviamente, Ángela y yo entramos para verlo y para recoger lo que pudiéramos. Hacía muchísimos años que no entraba ahí, pues era una tradición que tenía lugar desde siempre en la ciudad.
Recogimos bastantes cosas, volviendo a llenar las bolsas y saliendo de allí cargados, además de aporreados. En lo que se refiere a la anécdota, tuvo lugar al poco de salir de allí. Como el resto de personas que estaba en aquel patio, empezamos a salir, escapándonos del barullo al apartarnos un poco, aunque tuviéramos que dar un pequeño rodeo hasta donde queríamos ir, pues decidimos cenar juntos en algún lugar.
En esos momentos, nos encontramos a una familia, una mujer y un hombre de poco más de 30 años, los cuales tenían dos hijos. Tenían una niña de unos 3 años y un niño de unos 2. Ambos estaban llorando porque no les había dado tiempo a ir al evento del que veníamos nosotros y Ángela se percató de ello.
Cada uno tenía en brazos a un hijo para consolarlos, diciéndoles que el próximo año no se lo perderían y que no tenían que estar tristes por ello, porque los Reyes les iban a dejar regalos igualmente.
Ángela se acercó a ellos, tirando de mí y diciéndoles que no pasaba nada, que nosotros teníamos un regalito para ellos, entregándoles las dos bolsas que llevábamos cargadas de caramelos y juguetes. A ambos se les abrieron los ojos mucho, brillando su mirada al ver aquello.
Los padres nos dijeron que no teníamos que hacer eso, que no pasaba nada y que de hecho, eran demasiadas cosas, pero Ángela le hizo un gesto que expresaba que no importaba. La niña llegó a preguntar si yo era un Rey Mago, por aquello de la barba tan larga, improvisando Ángela diciendo que era el hijo de uno de ellos y que al final habían tenido suerte.
Ambos niños estaban encantados y ahora no dejaban de sonreír, despidiéndonos después de ellos para continuar con nuestro camino para ir a cenar mientras que ellos se quedaban mirando lo que había dentro de las bolsas, con sus padres dándonos las gracias de nuevo.
Ángela dijo de ir a un bar, pero yo me empeñé en ir a un restaurante, ya que era una noche especial y me apetecía. Volvió a hacer referencia a que últimamente andábamos mucho de restaurantes, llegando a decir que había ido a comer y a cenar conmigo a esos sitios más que con cualquier pareja que había tenido.
También me preguntó si me importaba si subía un par de fotos que nos habíamos hecho mientras veíamos la cabalgata, no poniendo yo ninguna pega y diciéndole de hecho que si quería nos podíamos echar alguna más, como acabamos haciendo mientras cenamos. Las subió todas, sin que faltara el comentario de que a lo mejor le molestaba a Irene, pero no veía yo cómo podía pasar eso.
Por suerte, no se mencionó más el tema y pasamos a hablar de otras cosas. Cuando acabamos de comernos el postre, nos fuimos dando un paseo, acompañándola yo a casa, pues tenían como costumbre madrugar para abrir los regalos, como ya me contó. Me despedí de ella con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.
Fue muy chocante para mí volver a tener ganas de besarla y de que pasara algo más aquella noche. Estuve a punto de darle un beso antes de marcharme, pero no lo terminé de hacer. De camino a casa de mis abuelos intenté entender por qué tenía tantas ganas de ella sabiendo cómo estaba la cosa con Elena, porque ya sí que era consciente de que seguía enamorado de ella.
No me daba la cabeza para entender cómo podía estar aún tan enganchado de mi ex y también ver a Ángela como la estaba viendo, de manera muy parecida a como la veía antes de que se fuera a Francia, por no hablar del deseo...
De hecho, ya en casa de mis abuelos, una vez llegué y dejé preparados todos los regalos que compré para ellos junto a los que ya había colocados, me masturbé pensando en Ángela una vez me fui a la cama. Fue algo satisfactorio y a la vez frustrante, porque no le encontraba ninguna explicación lógica.
El día siguiente me levanté bastante temprano, tal y como solía hacer siempre. Fui el primero en hacerlo, bajando para prepararme un café, aunque no hice para todos, pues era demasiado pronto para despertarlos a todos. Estuve tomándolo tranquilamente en la cocina, tratando de buscar una explicación lógica tanto a seguir enamorado de mi ex después de lo que había pasado y especialmente en el tema de Ángela.
No entendía cómo podía seguir despertando esas cosas en mí dándome cuenta de cómo seguía viendo a Elena. Me daba cuenta de que me gustaba mucho pasar tiempo con ella. No me aburría, se me pasaba rápido de hecho y me seguía pareciendo tan guapa y atractiva como el día en el que la conocí, o puede que incluso más.
Solo llegué a la conclusión de que le tenía un cariño tan elevado que lo confundía con otra cosa, a la vez que sentía un deseo muy potente. Mi resolución fue que esa mezcla de cariño y deseo me confundía más de la cuenta, pero que mi corazón estaba ocupado por una persona en su gran mayoría.
Y eso planteaba otro problema, porque ya tenía más que decidido establecer contacto con ella, pero, ¿y si no salía bien la cosa? Me daba pavor pensar en ello, porque si tras la ruptura me hundí bastante, no quería pensar qué podría ser de mí si aquello no salía bien, porque, aunque no me gustara reconocerlo y no se lo terminara de decir a nadie, no dejaba de pensar en ella.
No lo hice en ningún momento, volviendo todos esos recuerdos con mucha fuerza con la vuelta de Noelia, especialmente en las últimas semanas en las que nos estuvimos viendo hasta que decidí cortar todo contacto con ella. Se me ponía muy mal cuerpo, porque todo indicaba que no iba a salir bien.
Ahora tenía un bebé y lo más probable es que estuviera con la persona con el que lo había tenido. Quizá estaba hasta casada. ¿Cómo iba a hacer para tratar de encontrar un acercamiento para ver qué pasaba con ella? Aunque era demasiado pronto para decir eso, pero mi cabeza no podía evitar crear escenarios en los que nos volvíamos a encontrar y volvíamos a tener algo, empezando a salir bien y yendo hasta el final.
El detalle de que tuviera un bebé ahora pesaba, y mucho. Por mucho que yo tratara de recuperarla, ella tenía una responsabilidad muy grande y tenía que pensar qué era lo mejor para esa pequeña personita que ahora formaba parte de su vida. No la veía alterando sus vidas como para permitir que yo formara parte de ellas también.
Tan solo me podía agarrar a una cosa, a una conversación que surgió cuando aún estábamos juntos y que fue en la presencia de Noelia. Elena dijo que ella lucharía por la persona de la que estaba enamorada sin importarle que esa persona tuviera pareja.
Esas pocas palabras hacían que viera algo de luz en el tema para que pudiera salir bien, pero la realidad era muy distinta ahora, porque una cosa es tener pareja y otra es tener un bebé y seguramente estar casada. Se me llegó a pasar por la cabeza llamar a Irene para tratar de obtener algo de información, ahora que se estaban volviendo a ver, pero era muy inviable por lo enfadada que seguía conmigo.
Por suerte, no pensé mucho más en ello cuando mi madre apareció por la puerta de la cocina, dándome los buenos días y diciendo que sí que madrugaba para lo poco que me gustaba años atrás. Tras eso se preparó un café para ella y se sentó a mi lado, pegándose a mí por el frío que hacía. Le pasé un brazo por encima de los hombros, agradeciendo ella el gesto y dejando caer su cabeza sobre mi hombro.
Me preguntó cómo fue el plan del día anterior, pues cuando yo llegué, todos ya dormían. Le expliqué un poco cómo fue, contándole qué hicimos Ángela y yo, mencionando incluso la anécdota que tuvo lugar con aquellos niños a los que les dimos todas esas chucherías y juguetes.
Ella reía por la ocurrencia de la niña al preguntarme si era un Rey Mago y también por la respuesta que le dio Ángela, aunque luego me preguntó si me pasaba algo al verme tan callado. Le dije que no pasaba nada y le pregunté si quería que fuera a por churros para que desayunáramos todos, pareciéndole bien, volviendo a quedarnos callados.