Y éste es otro donde Dani permanecía en el bar mientras Gustavo (en un primer momento se llamaba Eduardo) intentaba ligar con Laia. El final del capítulo acababa de otra forma
—¿Kas de limón? ¿sin nada de alcohol? vaya, así estás de guapa. Porque eres muy guapa. Realmente preciosa. Mi vida no va a ser lo mismo a partir de hoy. Ahora que te he visto y que sé tu nombre no voy a poder dejar de pensar en ti.
—Buuuogh.
Dani simuló otra arcada y Laia sonrió de nuevo. Tuvo que apartar la mirada para que no resultara demasiado evidente. Lamentablemente Eduardo ya empezaba a estar harto de ese moscón que interrumpía continuamente su más que merecido trofeo. Decidió obviarlo de momento. Lo peor que puede hacer un hombre es mostrarse agresivo cuando está con una mujer. Muy al contrario de lo que marcan los tópicos, las mujeres huyen del conflicto por lo que los salva-damiselas son una bomba de relojería a evitar.
—¿Puedo preguntar qué te trae por aquí? ¿Quizás algún desfile? —decía repantingándose hacia atrás lo que provocó que Dani se viera obligado a inclinarse sobre su asiento empujado por el frontón que tenía por espalda —Porque tú debes ser modelo, ¿no?
Laia hizo esfuerzos por no poner los ojos en blanco.
—Oye, mira. Ya sabes mi nombre y me has invitado a algo tal y como querías. Te aseguro que no estoy interesada en ti.
—Tranquila Laia —dijo condescendiente—. Ya te dije que no intento nada contigo, solamente quiero volver con mis amigos sabiendo que he conseguido tomarme algo contigo. Puro ego masculino. Ya conoces cómo somos los hombres. Venga mujer.
—Vale. Está bien.
El camarero trajo la consumición con pajita incluida y la colocó frente a Eduardo. Ella levantó su vaso y lo ofreció como brindis. Él chocó el botellín consumando el brindis pero receló de chupar de la pajita, le pareció tan infantil que dudó de si no se trataría de una broma suya, más si cabe cuando Laia bebía de un vaso un líquido oscuro.
—No me has dicho a qué te dedicas.
—Porque no quiero continuar esta conversación. Eduardo, de verdad, no quiero ser borde pero me lo estás poniendo difícil.
—Vaya, has pronunciado mi nombre. Me encanta como suena de tus labios.
Se mesó su precioso pelo hasta la parte inferior de la nuca levantando ostensiblemente el codo por encima del hombro lo que le permitió lucir bíceps y de paso, mostrar parte de su pectoral bajo la chaqueta que se había abierto con el gesto. Al hacerlo golpeó con su hombro a Dani, otra vez. La lectura a estas alturas era imposible por lo que decidió que si debían compartir espacio lo harían a su manera.
Eduardo notó cómo alguien se pegaba a su espalda, colocaba las manos sobre sus hombros y susurraba obscenamente cerca de su oído.
—Siempre me ha gustado cómo huele tu pelo.
Dani había pegado todo su cuerpo a la espalda de Eduardo que sentía su calor a través de la ropa. El Adonis reaccionó como un resorte. Se levantó del taburete sacudiéndose del abrazo como si fuera la peste.
—¿Pero qué haces, tío? ¿Qué coño te pasa?
Dani volvió a recuperar su espacio. Apoyó el codo izquierdo sobre la barra repantigándose en ella mientras sonreía al hombretón de frente a él.
—¿Nadie te ha dicho que eres muy guapo? A parte de tí, me refiero, durante las tres últimas horas que has estado maquillándote frente al espejo antes de venir —su sonrisa, sin ser chulesca, era insultante— ¿Puedo acariciarte el pelo?
Esta situación no era infrecuente para Eduardo en la que un toca cojones se empeñaba en joderle la noche metiendo los morros donde nadie le llama. La violencia nunca era una respuesta satisfactoria en estos casos pues le haría parecer un violento delante de la chica pero un pequeño amago a veces finiquitaba el problema de raíz. Puso los brazos en jarras y sacó pecho mostrando lo bien esculpidos que tenía sus pectorales de gimnasio. Los brazos tensos, se apretaban dentro de las mangas remarcando sus bíceps. Levantó el mentón con aire chulesco para hablar desde más arriba. Avanzó un ligero paso quedando provocadoramente cerca de Dani. La chaqueta quedaba completamente abierta.
—Joder tío. Me has metido un pectoral en el ojo. ¿Puedes apartarte un poco?
—¿Quieres hacer el favor de apartarte tú y dejar de molestar? —dijo en tono neutro pero taxativo—. Por favor.
Por toda respuesta, dani cogió su refresco sin apartar la vista en esa velada guerra de miradas y la acercó a su boca. Buscó la pajita con los labios y tomó un sorbo. Después la dejó sobre la barra, abrió la boca y sacó ligeramente la lengua intentando eructar sin conseguirlo.
—Mierda, no me sale otra vez, pero tú haz como si hubiera echado un eructo en tu cara en este diálogo gestual de machos que tenemos entre tú y yo.
Laia no pudo evitar que la risa contenida saliera a través de su nariz y Eduardo lo notó aunque ella rápidamente giró la cara y se tapó la boca. Se quedó boquiabierto. No podía creer que ella se riera con sus gracias. Las gracietas de ese... bufón. Pero si no era más que un mierda. No era ni la mitad de guapo que él, vestía de tiradillo y su cuerpo era el de una escoba con abrigo. ¿Qué estaba pasando aquí?
Y entonces se percató de algo que no había visto hasta ahora. El gilipollas bebía lo mismo que Laia había pedido para él, un kas de limón en botellín con pajita. ¿Cómo no lo vio antes? Reflexionó sopesando la situación. En ese momento, con gusto hubiera soltado una buena hostia a ese imbécil pero Eduardo era un corredor de fondo y sabía cómo manejar estas situaciones y había algo más que Eduardo tenía muy claro, esos dos no eran novios.
—Vale, lo pillo —dijo dirigiéndose a Laia levantando las palmas de las manos a modo de rendición—. Me has tomado el pelo. Me lo merezco por confiar como un tonto en quien no debo. Eres muy mala conmigo, Laia.
Ella sonreía pero no dijo nada. Bastante había hablado con él. No tenía peligro ni nada ese Adonis y ambos lo sabían.
—Creo que por esto merezco al menos que me des dos besos.
Laia tamborileó con los dedos en la barra sopesando su siguiente movimiento haciendo que la espera de Eduardo se hiciera más dura hasta que por fin, tras pensarlo lo suficiente, se levantó y se acercó a él. Eduardo sonrió con malicia para sus adentros. Se irguió para remarcar su altura pero no bajó la cabeza para recibir sus preciados ósculos. De esa manera, dada su altura, ella debería pegarse a él si quería besarlo en las mejillas. Un truco para obligar a las féminas a pegar sus tetas contra su cuerpo. Las de esa hembra eran las mejores que había visto en su vida. Antes de que Laia llegara a él, dirigió una breve mirada a Dani y guiñó un ojo de manera muy sutil sin que ella lo viera. Tal vez fuera el único de los tres que supiera que era él quien estaba ganando la guerra. No la batalla, pues esa la tenía perdida, pero Eduardo era un corredor de fondo. La próxima vez que la viera no se iba a escapar. De momento había llegado sin nada y se iba con dos besos y una restregada de tetas que se iba a pegar.
Se preparó para tomarla por los hombros y apretarla contra sí para sentir mejor su melonar. Sin embargo ella apenas se acercó lo justo para rozar sus cuerpos levemente. No hizo intención de besarlo. Se quedó parada frente a él sin apartar la mirada de sus ojos y se deslizó entre su cuerpo y el taburete que había desocupado Eduardo. Después se sentó en él terminando de apoyar su cuerpo en la barra. Justo donde Dani apoyaba su codo. Sus cuerpos quedaron el uno junto al otro. El gilipollas de su amigo seguía sonriendo como un imbécil.
Eduardo intentaba mantener una sonrisa a esas alturas patética.
—Eres muy cruel. Me has hecho daño aquí dentro —dijo tocándose el pecho.
—Yo soy enfermero. Tal vez pueda ayudar —interrumpió Dani—. A ver, desnúdate de cintura para arriba y tócate donde te duele, pero hazlo flexionando los brazos por encima del hombro, como antes.
Eduardo no le prestó atención aunque le estaba costando horrores no soltarle una hostia bien dada.
—Laia, tú no quieres que me vaya. Ambos lo sabemos.
Laia apartó la mirada y no contestó. Eduardo sonrió para sí. La conocía mejor que ella misma. Volvió a mesarse el pelo desde la frente hasta la parte inferior de la nuca luciendo pectoral, bíceps y pose de estudio. Dani se preguntó cómo era posible que no acudieran todas las mujeres de la ciudad con las bragas en la mano. Solo faltaba que se girara a coger algo del suelo sin doblar las piernas.
—Dime que me vaya y lo haré.
Laia dudó un instante, cogió su botellín de kas de la barra y bebió de su pajita. Después abrió la boca, sacó la lengua y… eructó.
No hubo más discusión.