Capítulo 42
Me incliné hacia delante y apoyé las manos en la mesa. Temblando, nervioso, con un nudo en el estómago. Rozaba con los testículos en la madera y mi polla palpitaba involuntariamente, con el capullo muy hinchado y una gota de líquido preseminal que se me había quedado colgando.
Allí me encontraba. En mi habitación. Solo.
Diez minutos antes tenía a Sara abierta de piernas delante de mí. Desnuda. Cachonda. Rabiosa. Hubiera podido metérsela, y correrme en unos pocos segundos, como ella me había dicho. Estuve muy tentado de penetrarla, era casi imposible resistirse teniendo delante a una chica como ella, ofreciéndose de una manera tan lasciva, con ese cuerpazo, con su coño húmedo y desesperado por tenerme dentro.
Apoyé la polla en sus labios vaginales, nuestros sexos entraron en contacto, duros, sensibles, deseando fundirse el uno en el otro, entonces Sara volvió a preguntarme:
―¿Qué prefieres?
―Ooooh, Sara, quiero metértela… ―dije en bajito, casi para que no me escuchara.
―¿En serio…?
―Sí…
―Está bien, pues hazlo…, pero eso no es lo que quieres…
―¿Por qué…?
―Porque estás deseando que vaya a la habitación de Javier… Y cuando regrese contigo, podrás disfrutar eso que llevas tanto tiempo esperando…
―Sara, nooooo… ―gimoteé cuando ella me agarró la polla, pegó un par de sacudidas y se la puso justo a la entrada.
―Pero si esa es tu elección, adelante… ―Y abrió el bolso para sacar un condón.
Se me quedó mirando fijamente mientras cogía el preservativo, y después de tirar el envoltorio al suelo me lo apoyó en la punta.
―¡Toma, hazlo tú!
Desenrollé la goma a lo largo de mi tronco y en diez segundos ya estaba listo para follármela. Ella seguía con las piernas abiertas, en la misma posición, con la camisa abrochada, pero en su cara pude ver la decepción por lo que estaba a punto de suceder.
Y dejé la polla reposando en su coño. Me dejé caer hacia delante y apoyé la frente en su hombro.
―¿Entonces, puedo follarte…? ―pregunté en un susurro.
―Ya te lo he dicho…, si me la metes, te vas a correr en unos pocos segundos… y después será nuestro final.
―No será el final porque tú y yo ya no somos nada…, antes he cortado contigo…
―¿Y por eso estás aquí…?, temblando de excitación, vamos, Pablo…, no luches más, sabes que no lo vas a hacer…, ¡no puedes metérmela!, ¡no quieres follarme hasta que…!
―Sara, noooo…, no me hagas esto…
―Ya no hay vuelta atrás…
―Noooo, noooo…
―Solo tienes que empujar y follarme, joder, ¡hazlo!… y deja de gimotear… ―me ordenó poniendo mi polla justo a la entrada de su coño.
Con un solo golpe de cadera se la hubiera metido hasta los cojones, pero yo seguía temblando, sintiendo una excitación desconocida para mí. Humillado y sumiso. La cogí por el pelo y besé su mejilla; ella me miró furiosa, con sus aires de diosa, y me repitió:
―Estás a punto de perderte la mejor experiencia de tu vida, lo vas a arruinar todo por tu estúpido orgullo, ya te lo dije antes…, pero es lo que has decidido, ¡se acabó!, ¡métemela y acabemos con esto de una puta vez!
―Saraaaa, noooo…
―¿Nooo?, ¿qué te pasa?
―¡Te odio, joder, te odio! ―exclamé apartándome unos centímetros de ella.
Me tenía extrañamente hechizado. Algo en mi mente me impedía penetrarla. Solo tenía que follármela y acabar con todo ese juego de una maldita vez, y en lugar de eso me retiré sollozando, suplicante, y con rabia me quité el condón y lo lancé contra el suelo.
Agaché la cabeza y Sara me puso el dedo índice en la barbilla. Me obligó a que levantara la vista y a que la mirara directamente a los ojos. Se le escapó una sonrisa triunfal y volvió a preguntarme con voz de zorra.
―¿Quieres que vaya a la habitación de Javier?
Intenté retirarle la mirada, apartarme de ella, pero Sara me lo impidió.
―¡Contesta!, quiero oírtelo decir…
―Sara…
―Vamos, ¡dilo!
―Sí… ―dije en una especie de suspiro.
―¿Sí…?, ¿qué?
―Que quiero que…, ufff, no puedo decirlo…, perdona, Sara, no puedo hacer esto…
―Claro que puedes, lo estás haciendo muy bien, vamos, sigue, Pablito…, ya casi lo has conseguido…, solo te falta un poquito más…
―Noooo…
―No lo pienses, suéltalo y ya está…, ¡terminemos con esto de una maldita vez!
―Quiero que vayas a la habitación de Javier… ―afirmé al fin.
―¿Ves cómo no era tan difícil? ¡Y ahora repítelo, más fuerte!
―¡Quiero que vayas a la habitación de Javier y te folle!
Me dio mucha vergüenza escucharme a mí mismo pronunciar esas palabras, pero mi polla pegó una sacudida involuntaria que le hizo mucha gracia a Sara. ¡Dios!, ¡qué humillante y placentero era todo aquello!
―Mmmmm, ¡qué cachonda me acabas de poner! ―murmuró mordiéndose los labios―. Ahora espérame aquí, desnudo, y con la polla igual de dura, ¡ni se te ocurra moverte!
―Sara…
―¿Qué pasa…? ―preguntó ella cerrando las piernas y bajándose de la mesa.
―No tardes, por favor… ―le pedí sujetándomela y agachando la cabeza.
―La espera merecerá la pena…, te lo aseguro…, lo único que tienes que hacer es no correrte, ¿vale?
Y me dio un beso en la mejilla antes de pasar de largo. Se detuvo unos segundos frente al espejo y tiró de la camisa hacia abajo, arreglándose para él. Debajo no llevaba ropa interior, ni sujetador ni el tanguita, y así iba a presentarse en la habitación de Javier.
―No te muevas… ―insistió antes de salir de la habitación.
Dejó la puerta abierta y yo me quedé en la misma posición. Desnudo. De pie. Preguntándome cómo había permitido que Sara me ninguneara así.
Pasados esos diez minutos iniciales, me llegó el primer gemido. Lo escuché con total nitidez en el silencio de la noche. A pesar de que estaban a dos habitaciones contiguas distinguí la manera tan sensual de jadear de mi novia. Exnovia. O lo que fuera.
Seguía igual de empalmado que cuando Sara se había ido, no podía parar de temblar, y ni tan siquiera tenía que acariciarme para que mi polla se mantuviera dura. Y cuando Sara comenzó a gemir, elevó mi calentura a otro nivel.
Cerré los ojos, como si con eso no pudiera escuchar a Sara, pero sus gritos de placer se debían sentir ya en toda la planta del hotel. Javier se la estaba follando a lo bestia y me hubiera gustado ponerme unos pantalones y acercarme hasta la puerta de su habitación para pegar la oreja.
Pero Sara me había prohibido moverme. No podía hacer nada. Solo esperar de pie y desnudo en la misma posición que ella me había dejado. Sus gemidos fueron a más, y yo negué con la cabeza, no, no…, aquello ya era una tortura para mí. Pensé que no podría soportarlo más y en unos instantes mi polla terminaría con aquel suplicio escupiendo una abundante corrida sobre la mesa.
Tuve que estrangulármela por la base para controlarme. De repente Sara comenzó a gritar. Se estaba corriendo y yo tuve que apretar con más fuerza, o seguiría su mismo camino. Viendo que eso no iba a ser suficiente, me dejé caer de rodillas, apoyé los codos en la mesa y me tapé los oídos.
No podía seguir escuchando los gemidos de Sara, o me iba a correr.
Cualquiera podría haber entrado en mi habitación y encontrarme así. Desnudo, de rodillas, cubriendo mis orejas y recitando frases ininteligibles para que retumbaran en mi cabeza y que no me llegara ningún sonido del exterior.
Se hubieran pensado que estaba como una puta cabra.
Y tampoco irían muy desencaminados, había que estar muy loco para someterse así.
Por suerte, los siguientes minutos fueron más tranquilos y no escuché nada, lo que hizo que recuperara mi posición original y me incorporara, quedándome de pie frente a la mesa. En lo que esperaba a Sara, volví a agarrarme la polla y me masturbé despacio, no quería disfrutar, solo que mi pene siguiera duro; así que lo hacía a cámara lenta, apretándolo en todo el recorrido arriba y abajo.
No sé el tiempo que llevaba esperando a Sara, seguro que más de media hora, pero a mí me pareció una eternidad. Entonces escuché el ruido de la puerta cerrándose. Me giré y allí estaba.
¡Por fin había vuelto conmigo!
Y si cuando había salido de la habitación estaba excitada, no podía describir cómo se encontraba en ese momento. Con el pelo revuelto, sudando, los coloretes encendidos, la camisa abierta, el cinturón en la mano, la respiración acelerada… ¡Había venido así desde la habitación de Javier!
¡Cualquiera podría haberla visto!
Dejó caer la camisa al suelo y se quedó completamente desnuda. Bueno, solo con las botas negras por encima de las rodillas.
―Sabía que me ibas a hacer caso… ―dijo acercándose decidida.
Caminó despacio, sin prisa, para que contemplara bien lo puta que era y luego se puso delante de mí.
―¡Javier me acaba de follar!, mmmmm… ¿Lo has escuchado? He gritado bien alto para ti… ―Se dio la vuelta y me mostró su espalda y su tremendo culazo. Se inclinó en la mesa y me quedé de piedra al ver la mano de Javier marcada en su glúteo derecho.
―¡Sa…, Sara!…, ¡te ha pegado!
―Sí, me ha castigado, me encanta que me azote mientras me folla…
―Joder…
―Y ahora, agáchate y mira bien… ―dijo abriendo las piernas e inclinándose hacia delante.
Apoyé las manos en sus glúteos y besé sus nalgas mientras me ponía de rodillas detrás de ella. Le pegué un pequeño mordisco en el culo, justo en el mismo sitio donde lo tenía más rojo por los cachetazos de Javier, y después me quedé mirando su coño.
Tal y como me había pedido Sara.
Si ya estaba nervioso y excitado, lo que vi me pareció lo más jodidamente erótico que había contemplado en la vida. ¡Del coño de Sara manaba el semen de Javier y se le escurría por la cara interna de los muslos!
Tenía tres o cuatro regueros bien marcados en cada pierna y un par de ellos habían logrado atravesar las botas de Sara. Se notaban perfectamente las manchas de semen resbalando hacia el suelo a través del cuero negro y yo puse las manos en sus caderas sin dejar de temblar. Su coño olía a sexo. Apestaba a sexo. Y no dejaba de salir de su interior una densa sustancia, mezcla de sus jugos y el esperma de Javier.
―¿Te gusta…? ―preguntó la muy cabrona acariciándome el pelo para después aplastarme la cabeza contra su culo―, pues es todo tuyo…
Yo me revolví y me aparté de ella, pero me quedé de rodillas. Entonces Sara se dio la vuelta y apoyó el culo en la mesa, se abrió de piernas subiendo los pies y me ofreció su coño recién follado.
―¡Es todo para ti, mmmm, mira qué rico…! ―repitió tirando hacia fuera de sus labios vaginales para que viera su interior―. ¿Es que no te gusta?
―¡Dios mío, Sara!, Javier se ha…, se ha… ―tartamudeé sin atreverme a terminar la frase―, … se ha corrido dentro…
―Siempre lo hace, ¡y me encanta!, me pone muuuuy cachonda…
―Joder…
―Te gusta mirar, ¿eh?…, no puedes dejar de hacerlo.
Sara tenía razón. Era hipnótico ver esa humedad salir de su coño, resbalando por sus muslos hasta su culo al tener las rodillas levantadas, y depositarse en la mesa, en la que ya se había formado un pequeño charquito.
―¡Hazlo, no te cortes…! ―sonrió Sara.
―¿Qué haga el que…?
―Lo que estás deseando… ―Y tiró de sus labios vaginales hacia fuera de manera exagerada, enseñándome su interior.
―Noooo, Sara, no voy a hacer eso…
Ella misma se metió un par de dedos en el coño y los sacó empapados, rebosantes, echó la cabeza hacia atrás, gimiendo, y comenzó un mete-saca para terminar con unas pequeñas palmaditas a modo de azote en su entrepierna.
―Aaaaah, aaaaah, me acabo de correr, dos veces, y no veas lo caliente que sigo…, me pone mucho que estés así, aaaaah, ven aquí, Pablito…, aaaaaah. ―Y estiró el brazo para acercar sus dos dedos a mi boca―. Toma, chupa…
―Noooo, noooo…
―¡Qué la abras, joder…!
Yo obedecí. Era mi rendición final. La humillación más absoluta, degustar el semen de Javier a través de los dedos de Sara. Y eso solo fue el principio; todavía fue peor cuando retiró la mano, me cogió por el pelo y acercó mi cara a su coño.
―Noooo, nooooo…
―Sííííí, sííííí, sííííí, aaaaah, aaaaaah, aaaaaah, venga, hazlo, no te resistas, aaaah…, sííííííí, así, por fin, mmmmm, ¡qué maravilla!, eso es, ¿ves como no era tan difícil?, mmmmmm, cómemelo, no pares, no te pares, joder, ¡¡ufff!!, ¡¡qué puto gustazo!!, aaaaah; ahora vas a ser bueno y me vas a comer mi coñito recién follado por otro…, ¿no es eso lo que querías?
Con mi lengua recorrí su rajita en toda su longitud y la penetré con ella, llegué incluso hasta su culo, que se llevó de regalo un par de lametones, y volví hacia arriba, sacándole lo que llevaba dentro y haciendo que se fuera depositando en mi boca. Luego besé sus muslos, ya estaba como loco y se los lamí, sin dejar ni una sola gota, no se los pude dejar más limpios, y luego regresé al exquisito manjar que no dejaba de fluir entre sus piernas.
¡No sabía que se pudiera sentir eso lamiendo el coño de una mujer que acaba de ser follado por otro!
Sara reía, jadeaba, movía las caderas, se sobaba las tetazas de manera vulgar. Se había salido con la suya y yo solo era un pelele de rodillas en el suelo de la habitación que se afanaba en lamer su entrepierna como si no hubiera un mañana.
―¡¡Más, mássss, joder, me voy a correr, me voy a correr!!
Tensó las caderas y me incrustó todo el coño en la boca. Ni tan siquiera tuve que jugar con su clítoris, Sara quería que siguiera perforándola con la lengua, sacando cantidades ingentes de flujo que fueron llenando mi boca. Al final me lo tragué, pues ya la tenía rebosando y me resbaló por la garganta una sustancia densa y viscosa que en parte era semen de Javier, pero me daba absolutamente igual.
Yo solo quería que Sara se corriera.
¡Y vaya si lo hizo!
―¡Muy bien, Pablito, mássss, másssss, joder, me estás matando, síííííí, sííííííí…, másssssss!, sííííííííí… ―explotó en un orgasmo tremendo.
Pero yo seguí lamiendo, y esta vez atrapé su clítoris erecto entre mis dientes, aunque eso no pareció gustarle mucho y me apartó de un puntapié.
―¡Aaaaah, hijo de puta, ahora no…, que está muy sensible!
Levanté la cabeza y la imagen de Sara era espectacular. Con las piernas abiertas, jadeando deprisa. Me llamó la atención lo duros que tenía los pezones, que apuntaban hacia el techo de la habitación y ella no dejaba de acariciárselos con dos dedos.
¡Frotándoselos como una puta actriz porno!
―Perdona… ―dije sin poder dejar de mirarla desde el suelo.
Ella seguía jugando con sus tetas, no había cerrado las piernas y en unos pocos segundos ya se había recuperado del orgasmo que acababa de tener. Me quedé recostado, sin saber qué hacer y entonces fue Sara la que me ordenó:
―Vamos, levántate, ¿qué coño haces ahí…?…, ¿es que no piensas follarme?
―Eeeeh, sí, claro, perdona ―dije incorporándome para situarme frente a ella.
―Mmmmm, ya veo que sigues con la polla durísima, ¿te ha gustado comerme el coño después de que Javier se haya corrido dentro?
Yo bajé la cabeza. Avergonzado. Era una situación muy humillante, y sentí una gota de líquido en la comisura de mis labios. Saqué la lengua para atraparla, pero Sara ya se había dado cuenta.
―¡Madre mía!, no has dejado ni una gotita…, ¿te lo has tragado todo?
―Sí… ―afirmé.
―Joder, Pablo, qué cachondísima estoy…, ¿ahora vas a follarme?
―Sí, quiero follarte…
―Espera, no me la metas todavía…, ¿no quieres saber lo que he hecho con Javier? ―me preguntó dándome un pico en los labios. Luego me obligó a que me morreara con ella y cuando terminamos, sonrió―. ¡Dios!, ¡te apesta el aliento a lefa…!
―Lo siento…, yo no…
―No te disculpes, me ha encantado, mmmmmmm… Y ahora deja que te cuente cómo me ha follado Javier…
―Ooooh, Sara ―gimoteé apoyando mi polla entre sus labios vaginales.
―No esperaba que fuera a su habitación, se ha sorprendido al verme. Cuando estábamos en la discoteca, nos hemos ido de manera apresurada y él ya pensaba que hoy no…; así que he entrado y sin decir nada he comenzado a desabrocharme los botones de la camisa, uno a uno…
Yo cerré los ojos para centrarme en lo que estaba relatando. Escuchar aquello con la susurrante voz de zorra de Sara era un vicio. Y ella me pasaba el dedo por el estómago, recorriendo mi torso de arriba abajo, sin tocármela, sabiendo que a la mínima explotaría encima de su cuerpo.
―El muy cabrón se ha reído, ha puesto esa cara de chulo que me pone tan caliente y me ha mirado mientras me quitaba la camisa. La he dejado caer al suelo, me he quedado desnuda frente a él y es cuando me ha dicho: «Vaya, así que vienes con ganas de polla, ¿eh?». Me he puesto de rodillas delante de él y yo misma se la he sacado, eso le gusta mucho, y luego se la chupado, le he hecho una buena mamada, aunque no hacía falta, porque ya la tenía muy dura, pero es que…, mmmmmm, ¡me encanta comérsela!
―Mmmm, Sara, ufffff ―murmuré sintiendo los espasmos de mi polla, que golpeaba sobre su coño sin que nadie la tocara.
―Sí, me pone mucho meterme su polla en la boca, me siento muy guarra, mmmmmm, y él me pide que le chupe los huevos, que le coma las pelotas, mmmmmm, y yo lo hago también, aaaaah, Pablo…, esto te vuelve loco, puedo sentir cómo te palpita…, mmmmmm, ya sé que a ti no te lo he hecho nunca, pero en el fondo te da mucho morbo saber que a él se la como y a ti no…, no lo niegues…
―¿Y qué ha pasado luego?
―Pues luego me ha follado, me he abierto de piernas en la cama y me la ha metido, sin condón, aunque creo que de eso ya te habías dado cuenta, ¿verdad?
―Joder, Sara…
―Y entonces es cuando ha empezado a decirme que era su niñata… y que quería que fuera su puta…, ooooh, eso ya me ha puesto fuera de sí, cerdísima, mmmmm, y le he dicho que sí, que me ordenara lo que quisiera y… ¿sabes lo que me ha pedido?
―Noooo…
―Esto te va a encantar…, ¡me ha ordenado que después viniera a follar contigo!, ja, ja, ja, ¿te lo puedes creer?
―Uf…
―Y yo he aceptado, pero le he puesto una condición…, que antes me tenía que correr con él…
―Mmmmmm…
―Sí. Después de eso me ha puesto a cuatro patas y me ha follado desde atrás mientras me azotaba el culo con fuerza… ¡y nos hemos corrido casi a la vez!, ni me ha pedido permiso para hacerlo…, cuando ha querido, me lo ha echado todo dentro, mmmmmmmm…, me pone mucho eso…; después me ha preguntado otra vez si estaba dispuesta a ser su puta…
―¿Y qué le has dicho? ―pregunté de manera inocente.
―¿Tú qué crees…?, pues que sí, cariño…, claro que quiero ser su puta, su niñata, ¡lo que me pida! Hoy ha dado la casualidad de que eras tú, pero otro día me hará follar con otros, con Chus, con Luis…, con cualquiera de la auditoría, y yo haré lo que me ordene…, incluso estoy dispuesta a tatuarme lo de «niñata» en el coño. ¿Te gustaría eso?, tú lo verías cada vez que me lo comieses, sabiendo que llevo eso marcado en la piel por Javier, ¡¡porque soy suya!!, porque él me lo ha pedido… y lo verías cada vez que tuviéramos sexo, cada vez que me la metieras, ¡cada vez que follemos!, mmmmm, para que siempre tengas bien presente de quién soy la puta…, ¿te parece bien?…, dime, Pablo, ¿me acompañarías a hacerme el tatuaje?
De repente mi polla pegó una sacudida bestial y yo me la agarré, estrangulándome la base. Apretándola todo lo fuerte que pude.
―¿Qué te pasa…? ―preguntó Sara.
―No, no, noooo. ―Y contra mi voluntad comencé a eyacular sobre ella.
Yo no quería que pasara, y no lo disfruté, pero ya era inevitable que sucediera y poco a poco me fui corriendo sobre su pubis.
―¡Noooooooo…!, ¿en serio…?, pero si no… ―protestó Sara.
―Lo siento, mmmmm, lo siento, no he podido…
―Joder, Pablo, lo has estropeado todo, ahora tenías que follarme, no correrte encima de mí…
―Perdona, pero… no te preocupes…, sigo muy excitado, creo que podré hacerlo…
―Eso espero…, porque para los que son como tú debe de ser la mejor experiencia del mundo, ya me entiendes…, follarse a su novia después de que otro lo haya hecho…, ¿es qué no quieres hacerlo?
―Sí…
―Ya sé que ha sido demasiado fuerte lo que acabas de escuchar…, y ahora imagínate lo que podríamos hacer en un futuro, sería brutal cada vez que te contara cómo me ha follado otro, cómo he hecho lo que Javier me ordena…, ¡esto es adictivo!, ¡¡no voy a poder dejarlo!!
―¡Dios mío, Sara!
Me quedé mirándola detenidamente. Sara era la viva imagen de la lujuria, desnuda, abierta de piernas, con el pelo alborotado, con esa caída de ojos parecía una guarra, tenía los coloretes encendidos y los labios de su boca con un color natural muy intenso, los pezones duros como piedras, debían medirle un par de centímetros, se le escurrían gotas de sudor que bajaban desde el cuello y se resbalaban entre sus pechos, avanzando por su vientre firme hasta llegar al ombligo.
Y qué decir de ese coño, enrojecido, abierto, palpitando, manchado con mi semen que ella misma se esparcía por su pubis.
―¡Vamos, métemela, Pablito, métemela…!, mmmmmm, ¡vamos a ser tan felices…!
Yo no podía más y como un autómata le pedí que me diera un condón. Ella sonrió y rebuscó en su bolso para sacar uno. Estaba tan acostumbrado a ponérmelo que ni tan siquiera me cuestioné si podía metérsela a pelo. Y Sara, con una muesca burlona dejó que me lo pusiera y cuando estuve preparado, me acerqué a su coño y la puse a la entrada.
―¡Mmmmm!, eso es…, ¡quiero que me folles!
Pero antes de clavársela, ella me apartó poniendo la mano en mis abdominales.
―¿Qué pasa…? ―pregunté.
―No pasa nada, solo es que… ―Y me agarró la polla para quitarme el preservativo de un solo tirón― hoy puedes follarme sin esto…
―¿Cómo…?
―Sí, que hoy puedes metérmela así…, ¿no es lo que querías?…, llevabas mucho tiempo pidiéndomelo, pues hoy es el día… Javier se acaba de correr dentro de mí y ahora…, me apetece que me folles tú también, para que sientas lo caliente que estoy…, vamos, ven aquí…
―Pe… pero…
Sara me agarró la polla, la puso a su entrada, sacó las caderas hacia fuera y empujó mi culo contra ella. Entró suave. Resbalando como una cuchilla en el hielo. Abriéndose paso hasta que llegó al final y nuestros cuerpos chocaron.
¡¡Fue una puta locura!!
Una sensación indescriptible, que Sara disfrutó a su manera, emitiendo un gemido desesperado. Yo agarré sus caderas y la embestí una sola vez. Me quedé mirando cómo se le bamboleaban las tetazas y luego nos fundimos en un morreo salvaje, sacando nuestras lenguas ansiosas.
―¿Te gusta? ―preguntó Sara cuando le pegué otro golpe de cadera y se la clavé hasta los huevos.
Y luego otro más.
―Sí, sí, me gusta, oooooh, claro que me gusta…, joder, Sara, no sé si voy a poder aguantar mucho…
―No sé por qué, ya me lo suponía ―dijo metiéndome un dedo en la boca para que se lo lamiera―. No te preocupes, Pablito, puedes correrte dentro tú también…
―¿En serio puedo hacerlo…?
―Pues claro que sí… ―Después retiró el dedo y bajó las dos manos para ponerlas sobre mi culo, pidiéndome que la follara más deprisa.
―No puedo, Sara, aaaah, aaaah, aaaaah…, me voy a…
Quince, veinte embestidas. No creo que pudiera darle muchas más. Después me dejé llevar y me derramé dentro de ella. Dentro de su coño. Ella cerró los ojos, satisfecha, acariciándome el culo y empujando contra su cuerpo.
―Mmmmm, sigueeee, sigueeee, córrete, eso es…, córrete, Pablito, córrete…
Recuerdo una frase de la película Trainspotting cuando el protagonista se mete su primer pico de heroína: «Coge tu mejor orgasmo y multiplícalo por mil»… Pues eso es lo que sentí.
Aquello debía ser como una droga. Jamás había experimentado un orgasmo con esa intensidad, mi cuerpo temblaba descontrolado, no podía parar de eyacular y Sara besuqueaba mi cuello mientras me vaciaba en su interior.
Me retiré de ella asustado, como si acabara de cometer una locura, y caí hacia atrás en la cama. Mi polla seguía palpitando, y todavía escupía leche. Al salirme de Sara mi semen comenzó a salir de su coño y ella, abierta de piernas, dejó que escurriera hasta la alfombra.
―¡Ha sido increíble, Pablo, uffffff, increíble! ―jadeó manoseándose sus enormes tetas.
Antes de bajarse de la mesa se acarició el coño unos segundos, mirándome fijamente, y por fin cerró las piernas. Apoyó los pies en el suelo y después comenzó a ponerse la camisa. Y con ella abierta, el bolso al hombro y el cinturón en la mano se acercó a mí.
―Piensa en lo que acaba de pasar y en si te gustaría repetirlo…, aclárate y este fin de semana hablamos… ―dijo agachándose y dándome un beso en la boca.
Pasó su dedo pulgar por mis labios y me dejó en la cama, confundido, asustado, muerto de miedo, temblando, desnudo, con la polla fuera, y salió de la habitación sin tan siquiera abrocharse la camisa.
Luego escuché el ruido de la puerta cerrarse y unos minutos más tarde la ducha de su habitación. Yo ni tan siquiera me podía mover, tratando de asimilar lo que había sucedido, pero no era nada fácil. Una experiencia así es de las que te dejan muy marcado. Para siempre.
«Joder, Sara, ¿qué acabas de hacer conmigo?».