Capítulo 40
Todo en ella rezumaba sensualidad y un erotismo exagerado, rozando lo obsceno. Ese bamboleo de sus tetazas, esta vez atrapadas bajo un sujetador negro que se le transparentaba por debajo de la camisa blanca, sus poderosos muslos, firmes a cada paso que daba, el movimiento exagerado de sus caderas, su pelazo suelto, el culo redondo, carnoso, con sus glúteos bien diferenciados bajo la tela y ese vestuario con el que era imposible que pasara desapercibida.
A su paso todos los tíos se giraban para contemplar bien aquella maravilla de la naturaleza, preguntándose quién era esa jodida diosa. Y yo internamente sacaba pecho diciendo, «Esa es la puta de mi novia».
Llegó hasta nosotros y nos plantó dos besos bien sonoros en la mejilla a cada uno.
―Ya nos podemos ir, chicos…
Entonces pude ver en su cara el miedo y la incertidumbre. Yo creo que ni ella misma sabía lo que le iba a deparar esa noche y no tenía ni idea de cómo librarse de la situación que se le había planteado. Lo único claro es que el morbo le había consumido, nublando su razón, y ahora estaba en manos de Javier.
No hacía falta que nadie me lo dijera, llevaba el suficiente tiempo con Sara como para darme cuenta de que ella había salido muy excitada de su habitación. Lo percibía en el rubor de sus mejillas, en los caracolillos de la nunca encrespados, en su manera de andar, de hablar…
Y en el vestuario de puta calientapollas que se había puesto.
Ya dudaba de todo. Incluso me llegué a plantear si Javier y Sara no se habían confabulado contra mí y se lo estaban pasando bien a mi costa. Era una posibilidad que no debía descartar, aunque si era así, desde luego que los dos eran muy buenos actores.
Lo más lógico es que ni Javier ni Sara fueran cómplices en ese juego, así que pensé que, de los tres, yo era el único que jugaba con todas las cartas marcadas. Javier no sabía que Sara era mi novia, Sara no sabía lo que Javier pretendía hacer con ella ni que yo estaba al tanto de su infidelidad…
Era todo muy enrevesado, pero la tensión sexual flotaba en el ambiente con claridad y cuando Sara se sentó en medio de los dos en el taxi y dobló ligeramente la pierna enseñándome el muslo, se me puso dura como una jodida piedra. Y todavía fue peor cuando bajó la mano y, sin que lo viera Javier, puso su dedo meñique sobre el mío, en una caricia furtiva que me puso la piel de gallina.
La cena fue una pasada, Javier siempre acertaba con los restaurantes y la cuenta le debió salir por un buen pico, y después de los postres Sara nos dejó solos para ir al baño y nuestro jefe aprovechó para hablar conmigo.
―¡Uf!, ¡cómo ha venido la niñata!, es que no puedo dejar de mirar esas tetas… ¿Y tú cómo estás, Pablito?, me imagino que como un flan, pensando que luego te la vas a follar, ¿no?
―Sí, estoy un poco nervioso ―le contesté, y no era mentira―, aunque sigo sin verlo muy claro…
―Ahora vamos a tomar una copa y después pones cualquier excusa y nos dejas solos, y ya lo único que tienes que hacer es esperarla sentado en tu cama…, del resto me encargo yo, ja, ja, ja…
―¿En serio vas a intentar que venga a mi habitación y se me ofrezca?
―Sí…, y cuando eso pase, joder, a ver si espabilas, tío, si toca en tu puerta es que ya va sin bragas, solo tienes que sacarte la polla y follártela, más fácil no lo vas a tener en tu puta vida…, ¿de acuerdo?
―¿Es que no quieres acostarte hoy con ella?
―Cuando se presente en tu habitación, a saber lo que hemos hecho ya…, ja, ja, ja, no puedo asegurarte nada, no soy de piedra y la niñata está muy buena…, lo mismo eres el segundo plato, je, je, je, eso sí…, intentaré al menos no correrme dentro de ella…, por si eres muy escrupuloso…
Aquella frase me repugnó y me excitó a partes iguales, pero no tuve tiempo de contestarle ni de pensar en ella, pues Sara regresó de su breve excursión al baño.
―¿Nos vamos ya?
―Sí, claro…
Y los tres salimos a la calle en busca de un garito que no estuviera muy lejos. Nos recomendaron uno que se llamaba Catwalk, cerca de la playa, y fuimos caminando hasta allí. Tenía varios ambientes, pero nosotros nos quedamos en la terraza, que era muy cool con vistas al mar, y pedimos tres copas por las que nos soplaron más de 50 pavos.
Javier era demasiado descarado mirándole las tetas a Sara, que desde luego se había dado cuenta de dónde ponía los ojos nuestro jefe, pero parecía que no le importaba, ella se encontraba en su salsa siendo el centro de atención, rodeada por sus dos compañeros de trabajo.
El que no estaba nada a gusto allí, era yo. No entendía cómo había accedido al juego de Javier y me avergonzaba de mí mismo por estar con ellos como si nada, con la chica que me acababa de destrozar la vida y el cerdo que la humillaba cuando le daba la gana.
A media copa se me revolvió el estómago y me excusé para ir al baño.
Llegué a duras penas, empujando a todo el que salía a mi paso y en cuanto entré a un reservado, devolví la cena en apenas veinte segundos. No es que me hubiera sentado mal, es que lo que estaba haciendo era impropio de mí y me sentía tan fuera de lugar que se me encogió la tripa y los nervios se me anclaron en el vientre.
Lo pensé mejor y, sinceramente, ya me daba igual cómo terminara la noche y lo que hicieran. No quería seguir en ese garito con Javier y Sara. Se lo iba a poner bien fácil. La idea de Javier era absurda y no me apetecía ser cómplice de su plan. Salí del baño un poco más tranquilo una vez que me había aclarado, pero en cuanto los divisé a lo lejos, algo se despertó en mí e involuntariamente volví a tener una erección, una empalmada potente que aprisionaba mi polla bajo el pantalón y como un autómata fui rodeando la barra para salir por el otro lado sin que me vieran. Me sentí un gilipollas de primera, pero me quedé unos minutos espiándoles a unos siete u ocho metros de distancia, escondido entre la gente.
La mano de Javier estaba en la cintura de Sara y le decía algo al oído, con una sonrisa de suficiencia que me repateaba. Hizo su gesto característico de atusarse el pelo hacia atrás, no podía ser más chuloputas, y Sara afirmaba, sin apenas abrir la boca, cohibida por la situación, sabiendo que su novio estaría a punto de regresar del baño; pero, aun así, la mano de Javier se perdió por debajo de su camisa y seguramente estuviera palpando su culo por encima del culotte que cubría su ropa interior.
Al menos Sara tuvo un mínimo de cordura y enseguida se apartó mirando alrededor para ver si me veía, y Javier volvió a la carga, apoyando sus sucias manos en la cintura de mi novia y diciéndole algo al oído. El muy cabrón ya la tenía sometida sin apenas esfuerzo, podía verlo en la cara de Sara, en cómo bajaba la mirada, avergonzada, sumisa.
Cachonda.
El brazo de Javier se coló por debajo de su camisa, y esta vez Sara permitió que sobara su culo unos segundos antes de apartarse de él y recriminarle que lo hubiera vuelto a intentar. Ese fue el momento en que decidí salir de mi escondite y acercarme a ellos.
―Ey, ya has vuelto ―disimuló Sara abochornada, pasándose el pelo por detrás de la oreja.
―No me encuentro nada bien, creo que me voy a ir…
Javier sonrió y afirmó con la cabeza mientras le daba un trago a su copa, pensando que estaba haciendo lo que habíamos planeado.
―Bueno, Pablo, pues ha sido un placer trabajar contigo. ―Se acercó y me dio un abrazo de despedida y luego se giró hacia ella―. Tú te quedas, Sara, ¿verdad?
―Eh, no, deberíamos irnos, Pablo no tiene muy buena cara, está pálido…
―No te preocupes por mí, de verdad, estoy bien, solo me ha sentado mal la cena, son los nervios… ―dije―. Quedaos a tomar otra copa, el sitio está genial, permitid que os invite en mi último día ―les pedí sacando un billete de 50 euros y dejándolo sobre la barra.
―Por lo menos deja que te acompañe fuera… ―me pidió Sara.
―Que no hace falta…
―Yo creo que sí hace falta… ―insistió ella.
―Voy pidiendo otras dos copas para cuando vuelvas, ¿vale? ―afirmó Javier cogiendo mi billete justo cuando Sara y yo enfilábamos la salida.
Nos costó un mundo abrirnos paso entre la gente que abarrotaba el local y respiré aire fresco en cuanto salimos. Cerca había una parada de taxis y Sara me acompañó sin decir nada, pero antes de que me montara en uno me apartó a un lado y se me quedó mirando con los brazos cruzados.
―¿En serio te vas a ir y me vas a dejar sola con Javier?
―Sí…
―Pues no lo entiendo, después de todo lo que hemos pasado por culpa de esto y ahora…, no sé, parece que quieres dejarme con él…
―Es que, sinceramente…, ya me da igual…
―¿Cómo dices?
―Sí, Sara, que me da igual que te quedes con Javier, al salir del baño he visto cómo metía la mano bajo la camisa y te tocaba el culo…
―Bueno, eeeeh, sí, pero yo no lo he dejado…
―Si hacéis eso cuando estoy yo…, no me quiero ni imaginar…
―No digas tonterías, creo que este año te he demostrado que…
―¡Lo sé todo, Sara!
―¿Que sabes todo?, ¿de qué estás hablando?
―Pues de qué va a ser, de lo que pasó la semana pasada entre vosotros en Bilbao, ¡Javier me lo contó!
―¡¡¿Cómoooo?!!
―Sí, no hace falta que sigas fingiendo, ¡lo haces muy bien, por cierto!, serías muy buena actriz…
―Ah, por eso estabas así estos días, claro…, no era por lo del trabajo…
―Evidentemente, ya te supondrás que no me sentó nada bien enterarme de que el día de nuestro primer aniversario Javier te estaba rompiendo el culo…
Sara se quedó sin palabras. Agachó la cabeza con los brazos cruzados y antes de que pudiera decirme nada continué yo, era el momento que había estado esperando y una vez que había empezado ya no me iba a detener.
―¡Se acabó, Sara!, no quiero volver a verte ni saber nada más de ti…, mañana por la tarde te lo iba a decir cuando regresáramos de la auditoría, pero mira, ya que ha surgido ahora prefiero terminar con esto cuanto antes… Te recogeré lo que tienes por casa y te lo haré llegar, ¡pero no quiero verte más en mi puta vida!
―Pablo…
―Ala, ya tienes vía libre para follar hoy también con Javier, puedes hacer con él lo que te dé la gana. Y no te preocupes porque esté en la habitación de al lado y pueda escucharos…, me da igual…, ¡me importa una mierda si te folla o no esta noche!
―¡No digas ton…!
―¡Olvídame, zorra! ―fue lo último que dije antes de darme la vuelta y dejar a Sara con la palabra en la boca.
Ni me giré para ver si me seguía o volvía a entrar en la discoteca o qué hacía. Ya no me importaba. Me había liberado por fin y respiré aliviado por el peso que me acababa de quitar de encima.
Eso no significaba que me encontrara bien, de hecho, estaba muy jodido, porque Sara me gustaba de verdad y de un día para otro no me iba a desenamorar de ella, pero al menos ya no tendría que afrontar ese duro momento de la separación; todo había sido muy rápido y apenas nos había dado tiempo a discutir.
Quizás no debería haberme despedido de ella con un insulto después de todo lo que habíamos pasado. Yo no era así, pero Sara no se merecía otra cosa.
Llegué a la habitación unos minutos más tarde, me pegué una ducha, me puse la camiseta blanca interior y enseguida me acosté. A pesar de lo a gusto que me había quedado el corazón me seguía bombeando con fuerza, y sabía que esa noche me iba a costar dormir.
Entonces lo sentí, un ruido casi imperceptible que me sobresaltó. Alguien estaba llamando a mi puerta con los nudillos y a esa hora solo podían ser Sara o Javier. No me apetecía ver a ninguno de los dos, así que no me moví ni un milímetro, pero el que estuviera fuera insistió, esta vez con más intensidad y al final salí de la cama malhumorado y me puse unos vaqueros por encima antes de acercarme a la puerta.
Abrí y allí estaba. Igual que como la había dejado media hora antes. Con el bolso al hombro y los brazos cruzados. Era Sara. Sin que le diera permiso se metió en mi habitación y dejó el bolso sobre la mesa.
―¿En serio piensas cortar conmigo así, llamándome zorra?…, deberíamos hablar…
―Ya te dije antes que no tenemos nada que decirnos…, vete de aquí…
―Pues yo creo que sí…, y si tú no quieres hablar, me parece bien, pero ahora me vas a escuchar…