Memorias de una solitaria

MIENTRAS TANTO LUIS...

Aquel verano volvimos a formar equipo con nuestras clases de refuerzo para los alumnos que tenían que examinarse en septiembre. Pero a diferencia del verano anterior Alba y yo nos reservamos unos días en agosto para escaparnos al menos dos semanas y no sólo aquella semana que habíamos pasado en el País Vasco con Viqui y Mikel.

El tener coche había incrementado mis gastos, aparte de salir a cenar y de copas con amigos, por lo que el dinero del verano nos venía muy bien.

Alba y yo éramos una pareja de jóvenes universitarios que podríamos calificar de normal. ¿Y qué entendemos de normal? Pues dos jóvenes que sin dejar sus obligaciones intentan pasar el máximo tiempo juntos a la vez que siguen saliendo con sus amigos y realizando sus actividades propias como podía ser en mi caso el fútbol sala. Y normal en el sentido de que como jóvenes y enamorados follábamos todo lo que podíamos y cuando podíamos aunque el tiempo que ya teníamos de experiencia y el conocimiento mutuo hubieran hecho que esas situaciones se dieran con una periodicidad diferente.

Nuestro callejón se había quedado en el recuerdo. No necesitábamos aliviarnos en un rincón oscuro y maloliente cuando al día siguiente podíamos echar un `polvo en el asiento trasero de mi coche. Otro aspecto significativo también era que aunque en nuestros inicios casi toda iniciativa partía de mí, ahora era mi novia la que cuando tenía ganas lo expresaba abiertamente.

Incluso, algo que había incrementado el gasto en gasolina, y que aquel verano se convirtió en costumbre cada vez que teníamos oportunidad era coger el coche y aprovechar el apartamento vacío de la playa para echar unos cuantos polvos y relajarnos en una tarde de playa hasta la puesta de sol.

Visto con el tiempo aquella situación era más que envidiable y nos permitía una situación de privilegio que otras parejas no disfrutaban pues el propio Álvaro, ya en confianza, alguna noche con copas de más se lamentaba de las visitas al trastero de Nieves. Que por cierto yo nunca conté haber visitado. La broma y el nivel de confianza llegó a tal nivel que dentro del grupo de amigos la frase eufemística para decir que habíamos echado un polvo con la pareja era “hemos pasado por el trastero”.

El problema generalmente en esas etapas de la vida es que no llegamos a apreciar todo lo que tenemos. Tendemos a considerar que esa felicidad será permanente, que no pasará nada grave y que todo el mundo la disfruta como nosotros y se quejan por vicio.

Pero siempre ocurre algo que supone un bache en esa percepción y que en ocasiones te recuerda la fragilidad de esa felicidad y como para disfrutarla hay con construirla día a día, y más específicamente en una relación de pareja, donde la comprensión, la confianza, la comunicación son la piedra angular donde se sostiene precisamente esa felicidad.

Lo sucedido con Pastora era una muestra de que mi confianza para contar lo ocurrido a mi novia y su comprensión hacia la chica había convertido una situación incómoda en una oportunidad para seguir creciendo como pareja y además ganar una amistad que seguíamos disfrutando pese a que la chavala y yo ya no fuésemos compañeros de clase. Pero seguíamos desayunando juntos muchas mañanas y hasta saliendo algún fin de semana con ella y con el chaval con el que empezó a salir al curso siguiente, por cierto, compañero mío del equipo de la facultad, pues yo mismo se lo había presentado en la cafetería una mañana.

Pero como os decía hay momentos en los que incluso cumpliendo esas premisas sucede un bache. Y el primero ocurrió en junio de mi último curso en la universidad. Alba y yo habíamos llegado a nuestro último año de carrera y ella se iba en abril de viaje de fin de curso. Ella había estado con los mismos compañeros desde el primer año prácticamente y se fue encantada para celebrar su último curso con ellos, Álvaro incluido.

Yo apenas tenía relación con los compañeros con los que em graduaba salvo algún miembro de nuestro equipo de fútbol sala, por lo que no estaba muy animado a pasarme una semana en un resort en el Caribe por muy divertido que pudiera parecer en un principio con gente con la que apenas me había tratado. Pero Alba me convenció.

A final de junio cuando ya habíamos terminados los exámenes nos presentamos casi 60 personas, la mayoría mujeres, en el aeropuerto para volar a la República Dominicana tras transbordar en Madrid. El ambiente eufórico se notaba desde el primer momento, especialmente cuando ya volando sobre el atlántico algunos hicieron uso del minibar del avión de modo que llegaron chisposos.

Yo trataba de dormir para evitar los inconvenientes del jet lag. Pero era precisamente mi zona del avión donde más risas y animación había. Ya desde el aeropuerto me arrimé a Arturo, el único compañero con el que había compartido clases y equipo. No es que fuésemos íntimos pero tras los partidos siempre caía una cerveza y en alguna ocasión también al salir de clase.

Estos viajes de fin de curso al Caribe son bastante simples. Generalmente consisten en soltar a los jóvenes en un resort con todo incluido, especialmente el alcohol, que se expende permanentemente para mantener esa sensación de fiesta permanente. Todo ello aderezado con actividades como buceo, snorkel, windsurf o bailes latinos, unos incluidas en el precio y otras a las que debes apuntarte después abonando con facilidad en euros pues la mayoría de estos hoteles pertenecen a cadenas norteamericanas o europeas que admiten sus monedas como válidas.

Por otra parte te pasas toda la semana encerrado en el resort o participando en una de sus excursiones organizadas pues lo primero que te dicen al registrarte en el hotel es que por nada del mundo salgas solo pues hay una elevada inseguridad y los alimentos y bebidas no son aptos para los exquisitos estómagos, o quizá más claramente intestinos, de los ricos europeos.

Con esa premisa, esos enormes resorts se convierten en microciudades con vida propia entre sus miles de alojados en habitaciones en el edificio principal o por los bungalós repartidos por sus enormes instalaciones que incluyen áreas deportivas, spa, discoteca, varias piscinas y, por supuesto, playa privada.

También hay que tener en cuenta el tipo de clientela que reciben estos hoteles. Cuando el precio es más bajo con todo incluido, hasta el vuelo, que una estancia general en el continente se explica en gran medida que la clientela sea generalmente joven. Como pudimos comprobar nada más llegar la inmensa mayoría no había ido a conocer la cultura ni la historia del país, sino exclusivamente playa, alcohol y fiesta. La mayoría de la clientela alojada estaba compuesta por recién casados o despedidas de soltero norteamericanas y viajes de estudiantes europeos.

Con ese componente, y salvando a la parejas de recién casado, es fácil adivinar como puede acabar ese exceso de alcohol y fiesta en cuerpos jóvenes. A lo que se le suma un tercer ingrediente: el personal del hotel, concretamente el de servicios está formado por gente muy joven y muy guapa del propio país. Mulatos en su mayoría que extrema amabilidad y disposición que ganan sueldos míseros para nuestros niveles de renta pero mucho mejores que la media del país y que además pueden ganarse un extra a través de las propinas que reciben de sus ricos clientes.

A diferencia de los cruceros donde la gestión de las propinas está centralizada y es la empresa quien las distribuye como un complemento al sueldo, en estos resorts son los camareros, asistentes de playa o piscina, botones, asistentes de habitaciones o recepcionistas (éstos últimos generalmente europeos) quienes reciben directamente de los clientes el premio por su servicio al final de la estancia, de modo que pugnan por su servicialidad, a veces rozando lo servil, para ganarse ese dinero extra.

Pero dadas actitudes, y como decía antes, el porte de muchos de estos trabajadores es habitual que además de la propina se lleven algún otro premio. Y es que ya sean despedidas de solteras, ya sean estudiantes, algunas mujeres aprovechan la distancia de sus lugares habituales de residencia y no desaprovechan la ocasión de comprobar si realmente la fama de los amantes caribeños es cierta, por lo que no es raro ver cuando terminan sus turnos de trabajo a estos trabajadores “visitar” las habitaciones de las chicas alojadas o verlos enseñar bailes latinos de forma práctica y con mucho roce de cebollón a las encantadas europeas.

En aquellos días vi confraternizar a alguna compañera con algún trabajador. De hecho, había un mozo en la playa encargado de atender las hamacas que trabajaba con una bermuda quizá algo ajustada a sus trasero y paquete y una camisa abierta mostrando un pecho fuerte y abdominales marcadas sirviendo con una sonrisa permanente de dientes blanquísimos entre labios gruesos a los que nos refugiábamos del sol fortísimo del Caribe con un cóctel en la mano.

Se de buena tinta que ese chaval conoció el interior de algunas de las habitaciones de mis compañeras y casi seguramente también el interior de mis compañeras y no estoy hablando de nada espiritual.

Pero yo en realidad no estaba disfrutando de aquel viaje. Aunque me apunté a bastantes actividades acompañando al activo Arturo, yo habría preferido estar en aquel paraíso tropical con Alba. No estaba disfrutando de las fiestas como la mayoría de la gente y en realidad lo único que hacía era vivir en una semiborrachera permanente bebiendo mojitos y daikiris entre canapés t aperitivos.

Así fueron trascurriendo los días hasta que el último no tenía ninguna actividad programada. Me eché una siesta después de almorzar y cuando me levanté me puse un bañador, prenda única que sólo nos cambiábamos por la noche para cenar e ir a los distintos bares y discotecas del resort, para salir a buscar a Arturo.

Lo encontré en una de las piscinas con bar dentro que había allí charlando animadamente con la camarera. Admito que es todo un lujo estar sentado una banqueta sumergida en una piscina de agua a temperatura ambiente mientras te apoyas en la barra y conversas tomando un cóctel.

La camarera era una preciosa mulata de pelo alisado artificialmente con su uniforme consistente en una camisa blanca y pantalón color tabaco y su placa con su nombre que preparaba todo tipo de cocteles con una conversación distendida y divertida. Se llamaba Alisa. Debía tener nuestra misma edad y no sé si por curiosidad o por simple amabilidad nos preguntaba por nuestro estilo de vida, estudios o previsiones de futuro.

Estaba auxiliada en la pequeña barra por otra chuica también mulata algo más joven, pues yo no le calculaba más de 19 o 20 años. Más bajita y menudita que la otra chica tenía el pelo recogido en trenzas desde la raíz y rematadas con unos hilos de colores tranzados junto a su cabello que le enmarcaban la cara y su también sonrisa permanente. Se llamaba Yulissa, haciéndome gracia la rima de sus nombres. No podía mantener tanta conversación pues era la encargada de reponer hielo y abrir zumos o refrescos, o incluso cerveza, mientras su compañera preparaba las diferentes bebidas en la coctelera.

Entre charlas, risas y una innumerable cantidad de bebida, pues perdí la cuenta de cuantos mojitos llevaba, cayó la noche. Se nos pasó la hora de cenar siendo además los últimos en permanecer sentados en la barra con el agua hasta la cintura. Después de tanto tiempo de remojo debíamos tener los pies como pasas y algo dentro de nuestros bañadores también.

Yo estaba mareado por el exceso de alcohol pero Arturo seguía con su conversación ágil. De hecho le dijo a la chica que le gustaría darle una buena propina pero que tenía el dinero en la habitación pues el sistema de pago dentro del hotel es una pulsera con el nombre y número de habitación que lleva cada hospedado en la muñeca. La chica le agradeció el gesto pero le indicó que se acababa su turno y que ya cerraba el kiosko de la piscina.

-¿Y si cerrais y os venís a nuestra habitación? Os invitamos a una copa y os damos la propina pues ya nos vamos mañana.

Las chicas se miraron buscando complicidad y fue la más joven la que dijo:

-¿Nos esperáis que cerremos el kiosko y nos cambiemos de ropa en el vestuario de personal?

-Claro, os esperamos en esas hamacas- respondió Arturo.

Yo iba tan mareado que cuando nos fuimos a las hamacas y Arturo empezó a secarse las piernas y el bañador me tumbé y casi me quedo dormido, pero en apenas 5 minutos las chicas regresaron vestidas de calle. Me ayudaron a levantarme pues llevaba una buena cogorza y los cuatro nos fuimos al bungaló que nos servía de habitación a Arturo y a mí.

Di más de un trompicón sin llegar a caerme por lo que Yulissa me dejó apoyarme en su hombro hasta que llegamos a la habitación. No era raro ver a inquilinos del hotel acompañados de personal en sus ratos libres. Como decía antes la mezcla de alcohol gratis, fiesta y juventud daba una triple combinación: que los estudiantes se liaran entre ellos, que se liaran con otros huéspedes o que acabaran con algún empleado del hotel. Lo curioso es que eran más las mujeres que abiertamente buscaban a los mulatos musculosos para sacarse una espinita.

El bungaló estaba formado por un saloncito con un sofá y un par de sillones, televisión y un mueble-bar y dos amplios dormitorios con cama doble y baño propio. Durante el camino noté que mi vejiga había dicho basta y nada más entrar a la casita, que formaba una hilera adosada a otra iguales, me fui a mi baño pegando bandazos que hicieron temer a mis acompañantes que me cayera de bruces.

Pero no sé cómo conseguí orinar y salir lo más dignamente posible de nuevo con el bañador puesto. Arturo ya había ofrecido bebida a las chicas y charlaban como unos instantes antes en la barra. Al verme llegar recordó la excusa para traer a las chicas a la habitación y se levantó para buscar dinero en su dormitorio. Volvió con un sobre con el membrete del hotel de los que te dejan junto con papel y bolígrafo y se lo entregó a Alisa diciéndole que era la propina para las dos. La chica educadamente cogió el sobre sin mirar en su interior confiando seguramente en una buena propina.

La pobreza de estos países hace que una propina de 50 o 100€ se convierta en un sobresueldo, pues los salarios apenas alcanzan los 300 o 400€ mensuales. Cuando al día siguiente le pregunté a Arturo para compartir el gasto me confesó que había sido bastante generoso aunque no me dijo la cantidad que había metido en el sobre.

No sé cómo interpretar lo que recuerdo que ocurrió después, pues mi borrachera era importante pero no suficiente para borrar completamente lo ocurrido aunque no fuese del todo dueño de mi voluntad. Pero tuvo unas consecuencias que verdaderamente no puedo olvidar.
 
Quedó confirmado que si era ella quien le pareció ver Luis en la fiesta del pueblo

No, fueron momentos diferentes, ella lo vió con Alba en una fiesta, y él, le pareció verla mientras procesionaba en semana santa, fueron momentos distintos. Si era ella o no la de semana santa, no lo sabemos. En todo caso, no creo que si era Claudia, llegara a reconocerlo vestido de cofrade, por lo tanto no tendrá ese recuerdo.
 
No, fueron momentos diferentes, ella lo vió con Alba en una fiesta, y él, le pareció verla mientras procesionaba en semana santa, fueron momentos distintos. Si era ella o no la de semana santa, no lo sabemos. En todo caso, no creo que si era Claudia, llegara a reconocerlo vestido de cofrade, por lo tanto no tendrá ese recuerdo.
Diablos, me falló la puntería
 
Un salto de tiempo interesante.
Ahora hay que ver si Claudia vuelve a retroceder en el tiempo y nos cuenta como le fue en Italia y porque tomo las decisiones que tomo en ese momento.
 
No le di demasiada importancia al comentario de mi tía, pero a partir del día siguiente cada vez que me decía que mirara a algún tío bueno yo le daba mi opinión: “vaya culito…”, o “menudos ojazos”…

Me estaba soltando. ¿Por qué no? Si ya no había duelo, tampoco viudedad. Pero no estaba pensando en tener ningún rollito de verano. Además me resultaba divertida mi tía con sus gustos.

Aquella mañana habíamos llegado en ferry a Santorini y tras visitar las ruinas de Akrotiri, la Pompeya del Egeo, y el pintoresco pueblecito de Oia, nos fuimos al hotel para darnos una ducha y pasear por las calles de Thera, la capital de la isla. Al final nos sentamos en uno de los típicos restaurantes con terrazas orientadas al cráter del volcán que formó la isla y que explotó en el 1750 a.C. La vista era espectacular al tardío atardecer veraniego, la temperatura muy agradable y mi tía estaba especialmente divertida.

El camarero que nos servía la mesa era un chico joven, con el pelo largo recogido en una coleta en la nuca. Era bastante guapo, no lo voy a negar. Con su barba de pocos días y su cabello rizado me recordaba a uno de aquellos kuroi que habíamos visto en los museos arqueológicos que llevábamos visitados desde que llegamos al país heleno.

Yo lo miré un par de veces de soslayo pero mi tía me decía que me miraba fijamente. Que estaba claro que yo le había gustado.

-Mirará así a todas las turistas- quité importancia intentando ocultar que el muchacho me parecía bastante mono.

-Pues si a mí me mirara así…¿no has visto que espaldas tiene?

Justo al girar la cabeza para contentar a mi tía el camarero se volvía hacia nosotras y me pilló observándolo haciendo que me ruborizara como una niña traviesa. Ya no me acordaba de lo que era tontear, y creo que lo estaba haciendo. ¿A eso se refería mi tía?

Pero mi vergüenza aumentó cuando el camarero se dirigió a nosotras para preguntarnos el postre y esta vez nos preguntó en nuestra lengua:

-¿Sois españolas?

-Claro- respondió mi tía encantada.

-Me encanta hablar con los españoles. Estoy aprendiendo vuestra lengua y tenéis una cultura muy similar.

Puede parecer una tontería, pero aquella escena en que mi tía y el camarero, que se presentó diciéndonos su nombre, Alex, bueno Alexandrou, se pusieron a charlar mientras yo cortada en silencio observaba, me recordó de golpe a aquel primer día en la residencia en que Vanessa me presentó a Óscar y su compañero de piso, un chaval delgado y muy callado.

El restaurante estaba prácticamente vacío pues los guiris ya habían terminado de cenar y sólo quedábamos locales y un par de españolas acostumbradas a las tardías cenas mediterráneas.

Mi tía y Alex se pusieron a hablar ante mi asombro mientras el chico en un buen español con muy poco acento nos contaba que el restaurante era de su tío y que el trabajaba allí en verano pues estudiaba Historia del Arte en Knosos. Yo me sentía una tonta siguiendo en silencio la conversación mientras el camarero nos contaba regalándome su sonrisa casi constantemente.

Entonces se ofreció a llevarnos a tomar algo a mi tía y a mí a un local sólo para griegos. Mi tía respondió que sí encantada, pero en cuanto salimos del restaurante después de que Alex se cambiara su uniforme negro de camarero por unas bermudas y una camisa floreada, con la excusa del cansancio y un dolor de cabeza me dejó sola con el griego sin dejarme poner objeciones:

-Divertiros, que sois jóvenes…-dijo dándome una de las tarjetas de entrada a la habitación del hotel para que no la despertara al volver.
 
Después que su tía te contará a Claudia su historia de su vida.
Claudia ha decidido dejar su duelo por Luis y lo está haciendo de a pocos.
Ahora que pasara con Alex, el griego, le gusta y de seguro será una aventura que le vuelva hacer vivir, que es lo que necesita para seguir con su vida.
 
Yo me quedé bastante cortada. ¿Qué pretendía mi tía? ¿Qué me tirara al camarero? El chaval estaba muy bien. Alto, delgado, espaldas anchas, un pecho velludo muy masculino asomando entre los botones desabrochados de su camisa hawaiana, y ese pelo ensortijado recogido en una coleta descuidada. Pero nada más. No pasaba por mi mente tirármelo. Aunque tampoco había sido así con mi compañero en la fiesta de la primavera y el tío de la discoteca. Demasiado forzado por mi tía. Además seguro que el chaval iba a terminar siendo el típico guapito que se tira a todas las turistas con tres frases preparadas.

Pero no. Alex resultó ser un agradable conversador, eso sí, que sabía utilizar sus armas. Y la primera fue el lugar. En aquella ciudad aparentemente construida para provocar rincones pintorescos donde los turistas se hacían fotos sobre el acantilado o frente al incipiente volcán el griego me condujo a un pequeño local al que se entraba cruzando una pequeña taberna. Después un pasillito lleno de cajas de bebidas y barriles de cerveza daba paso a un pequeño patio cubierto con un cielo de bombillitas donde música griega moderna amenizaba las acaloradas charlas y risas de grupos de griegos de aproximadamente nuestra edad, entre 22 y 25 años.

Alex saludó afectuosamente en su idioma, lógicamente, a varios chicos y chicas allí sentados antes de dirigirnos a una mesita en el otro extremo del patio. El camarero, al que también conocía, nos sirvió dos cervezas locales bien frías mientras mi acompañante me explicaba qué era aquel lugar.

Mientras los turistas en la isla buscan terrazas con vistas espectaculares, ellos acostumbrados a la belleza del lugar, se reunían en locales cerrados o patios como aquel, escondidos de la mirada de los forasteros. La mayoría de la gente que a aquella ya tardía hora llenaba el lugar eran camareros y trabajadores de los hoteles cercanos, muchos estudiantes como él que se ganaba un dinero extra en la temporada alta de verano.

Hablamos de estudios, de viajes, de deseos de futuro y, por supuesto, de arte. Alex era un apasionado de la cultura española, no sólo de los grandes pintores como Velázquez, Murillo, Goya o Picasso. Al saber que en la ciudad donde vivía podía ver los cuadros de Murillo colgados en las paredes de los conventos e iglesias para los que habían sido pintados en el siglo XVII fascinó y me sorprendí ofreciéndome como cicerone si nos visitaba cuando en realidad él sabía de arte mucho más que yo.

Estaba a gusto con aquel tío. No me sentí conquistada por un embaucador que sólo buscaba colarse entre mis piernas con palabras bonitas. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan relajada con compañía masculina y cuando al anunciarnos que cerraba el establecimiento Alex me propuso terminar la velada en su pequeño apartamento me sorprendí aceptando la invitación imaginando lo que aquello podía significar.

De hecho, antes de salir pasé un momento al baño y me miré en el espejo para ver si realmente estaba guapa. Había salido para cenar con mi tía con un vestido muy cómodo de verano largo y abotonado por delante, pero sólo ligeramente ajustado a mi cintura con una correilla de cuero fino, lo único que podíamos llamar sexi que tenía es que llevaba un botón suelto en el escote y los tres últimos de abajo desabotonados de forma que al sentarme mis piernas quedaban a la vista hasta medio muslo. Sin embargo, no había sentido que los ojos de Alex se hubieran paseado por esos detalles, ni que se hubiera fijado en que no llevaba sujetador.

Me recoloqué la melena algo más larga de lo habitual que llevaba en aquella época y salí del baño dudando si pedirle que me acompañara al hotel o me indicara como llegar. Pero su sonrisa cálida de dientes grandes entre labios finos enmarcados por su barba oscura de pocos días me hizo preguntarme: ¿por qué no?

Estaba nerviosa y ya sentía como salivaba más de la cuenta y cierto cosquilleo en la entrepierna mientras me decía a mí misma: “Claudia, no va a pasar nada…sólo vais a tomar la última copa.”

Aunque trabajaba en un restaurante de su familia, Alex prefería vivir con dos primos suyos en un pequeño apartamento sobre el almacén de su familia en una de las últimas calles de la ciudad. Sin embargo, tenía una vista preciosa del semicírculo de la caldera del antiguo volcán y los cruceros fondeados en medio desde un pequeño balconcito en el salón.

No vivía sólo, y me pidió que habláramos bajito para no despertar a sus primos que se levantaban temprano para el turno de desayunos del restaurante. Me sirvió un chupito de un fortísimo aguardiente griego que ayudó a mantener el nivel de ingesta alcohólica iniciado con el vino de la cena y las dos cervezas que nos habíamos bebido en el patio del local para griegos.

Estaba realmente fuerte y se rio al ver como casi se me cerraba un ojo al probar aquella bebida tan fuerte. Para no hacer tanto ruido me propuso pasar a su dormitorio que estaba en el extremo contrario del apartamento de donde dormían sus primos. Yo sabía que me estaba llevando a su lecho y me dejé llevar.

La habitación era bastante pequeña, con una cama individual en el centro, un pequeño armario y una silla. Pero Alex la había decorado de carteles de exposiciones de arte y posters de viajes sorprendiéndome con uno precioso de la Alhambra, el monumento principal de la ciudad donde Luis y yo nos habíamos conocido, y el más visitado de España.

Al quedarme de pie observando la fotografía sentí que el griego se acercaba por detrás a mí rozando levemente mi culo con su cadera. Sentí un escalofrío a la vez que pude percibir su aroma a hombre, esa mezcla de sudor y perfume masculino.

-No sólo el Partenón se basa en la proporción áurea- me dijo casi al oído- toda la Alhambra guarda la misma proporción para que Alá parezca su arquitecto…

Mientras lo decía sentí sus manos apoyarse en mi cintura y continuar explicándome cómo los arquitectos nazaríes utilizaban la medida que se consideraba divina en las proporciones entre columnas, arcos, techos…

Yo dejé de oír lo que decía concentrándome en los demás sentidos de mi cuerpo hasta que sentir sus labios posándose en mi cuello y me abandoné dejando caer mi cabeza sobre su hombro entre gemiditos. Ya estaba todo dicho. Su mano desabrochó un botón de mi vestido a la altura de mi cintura acariciando mi piel hasta descubrir mi pecho desnudo. A mi gemido se unió el suyo.
 
-Belísima…-confundía el griego los idiomas mientras acariciaba mis pechos tras haber desabrochado un par de botones más de mi vestido.

Yo con la cabeza contra su hombro besaba su barba y cuello reconociendo sus caricias. Hacía mucho tiempo que no sentía deseo por un hombre y Alex lo había despertado en mí.

Mi vestido ya resbalaba por mis brazos y el griego lo ayudó a caer del todo. Me alegré de haberme puesto un tanga sin pensar que acabaría así. A mi amante ocasional pareció gustarle también pues me giró para besarme y acariciarme las nalgas desnudas por tan escasa prenda interior.

Ya no había marcha atrás, así que yo también quería disfrutar de su cuerpo y le desabroché la camisa descubriendo un pecho cubierto de vello ensortijado formando un denso triángulo que desde los hombros a la boca del estómago y enmarcado entre dos grandes pezones oscuros. El vértice inferior del triángulo continuaba en una línea de vello que atravesaba su vientre y ombligo perdiéndose dentro del pantalón que él mismo ya desabrochaba.

Aunque yo ya estaba caliente como una perra y sentía mi flujo humedecer mi entrepierna desde que Alex había desabrochado mi vestido la caída del pantalón provocó en mí tres decepciones. La primera fueron unos slips rojos muy ajustados. Nunca me ha gustado ese tipo de ropa interior masculina. La segunda fue encontrarme un sexo totalmente rasurado que rompía la masculinidad de aquel pecho velludo. Y la tercera fue un pene semiflácido, no corto pero sí muy fino que ni mi calentura me invitaba a chupar.

Alex, que no podía leer mis pensamientos se despojó empujando con el pie de ambas prendas inferiores y regresó a besarme esta vez sí apretando su cuerpo al mío de modo que noté como ahora su polla se erguía y endurecida no perdiendo su forma alargada y fina.

El griego no tenía prisa y estuvimos besándonos y acariciándonos unos instantes de pie en la habitación. Incluso me incliné a lamer sus pezones comprobando que eran sensibles y dándole pie a que su boca se apoderara de los míos que se endurecieron ante el buen hacer de sus labios.

Quizá incómodo por la postura encorvada para llegar a mis tetas el griego me condujo a la cama y allí frente a frente retomamos besos, caricias y abrazos hasta que su mano se coló en mi tanga descubriendo mi humedad. De nuevo me regaló un gemido al comprobar mi excitación y yo reprimí un gritito. Ni me acordaba lo que se sentía cuando otro cuerpo exploraba por ahí abajo.

Entonces Alex pareció enloquecer buscando apresuradamente la forma de despojarme de la única prenda que me quedaba y una vez conseguido con mi colaboración se lanzó a lamer mi vientre dirigiéndose a mi entrepierna. No era la primera vez que un desconocido se lanzaba a por mi chocho así, ya había ocurrido en un aparcamiento, pero a oscuras. Sin embargo, mi resistencia inicial se ablandó al sentir su respiración en mi vello púbico.

Alex sabía lo que se hacía y los chispazos de placer empezaron a recorrer mi cuerpo. Además me gustaba su melena. Mientras su cabeza se incrustaba entre mis piernas y su lengua me llevaba al cielo podía agarrar y tirar de su pelo entre movimientos involuntarios de cadera y gemidos ahogados. Joder, si tanto me gustaba el sexo ¿por qué lo practicaba tan poco?.

Alcancé el orgasmo en pocos minutos para regocijo de mi amante que crecido sacó una caja de condones para ponerse uno mientras yo era incapaz de cambiar de postura tumbada boca arriba con las piernas abiertas y flexionadas en posición de recibir al macho relamiéndome aun con las últimas contracciones que la experta boca del camarero había provocado.

Sin pedir permiso se encajó entre mis piernas pues sabía que lo recibiría conforme. Alex se acomodó tras penetrarme con facilidad. Estaba tan sensible que el escaso grosor de la polla del griego no impidió que vaciara mis pulmones y cuando empezó a moverse mi respiración se acompasara al ritmo de su follada. Mis manos no podían dejar de recorrer su pecho, costados, espalda y culo que se endurecía cuando contraía sus nalgas para profundizar dentro de mí.

Alex de vez en cuando me besaba dejando caer su pelo sobre mi cara que yo retiraba para poder seguir tocando su cuerpo. De vez en cuando decía algo en griego que yo no entendía aunque me pareció reconocer mi nombre. Él no quiso cambiar de postura y yo no dejaba de sentir placer con su cuerpo encajado entre mis piernas así que de ese modo alcancé un segundo orgasmo durante el cuál pude percibir que mi compañero de juegos aumentaba el ritmo de su follada hasta que se tensó.

Mi placer se reintensificó en uno de esos multiorgasmos que había descubierto con Luis y que no había vuelto a sentir. Quedando rendida en la cama mientras Alex se salía de mí tras besarme y se quitaba el condón. Mientras yo seguía ausente el camarero se encendió un cigarro y se sentó en la cama a fumárselo acariciando mi barriga con su mano huesuda. Empezó a hablarme, creo que de una chica de su facultad a la que yo le recordaba, pues yo seguía concentrada en atrapar los últimos ramalazos de placer que el polvo con el griego me había dejado. Me quedé dormida sintiendo el calor de su cuerpo desnudo sentado en la cama y escuchando su voz.

Me desperté horas después. Alex dormía a mi lado tranquilo. Entraba la luz de la luna casi llena por la ventana ahora que la de la habitación estaba apagada. Me levanté y la vista desde la ventana me deslumbró. Se veía perfectamente el arco que conformaba la isla envolviendo el mar donde la luna se reflejaba entre las olas. Todo salpicado de pequeños barquitos y algún gran crucero. Me pareció una visión hermosísima.

No me di cuenta de que Alex se había levantado, seguramente al sentir mi ausencia en una cama tan estrecha, y me abrazó por detrás. La calidez de su cuerpo hizo contraste con el relente de la mañana que entraba por la ventana. Me besó el hombro y me preguntó:

-¿Qué tal todo?¿Bien?¿Estás disfrutando?

Asentí en silencio mientras mis brazos se agarraban a los suyos que me envolvían. Me gustaba sentir ese abrazo masculino. Pero por educación le devolví la pregunta:

-¿Qué tal tú?

Se pegó más a mi cuerpo sintiendo ahora su polla en mis nalgas y me dijo que era una mujer increíble. Tras un breve silencio empezó a contarme una historia mitológica sobre el enfado de Hefaistos con Afrodita, tanto que provocó la explosión del volcán pues ella disfrutaba del amor en la isla. No sé si era real o inventada, pero la historia, y como la contaba Alex me estaba gustando. Y a él hacerlo abrazado a mí pues sentí que su polla se endurecía. Por curiosidad acerqué mi mano rozando su glande con el dorso. No se lo esperaba y dio un respingo.

-¿No quedaste satisfecho anoche?- pregunté mimosa.

-Mucho, pero con una mujer como tú…-no terminó la frase pues mi mano seguía acariciando ese glande fino.

Sus manos empezaron a desplazarse por mi cuerpo atrapando una teta y acercándose a mi pubis mientras su boca ya besaba mi cuello. Me entregué a la calidez de su cuerpo intentando no perder de vista el paisaje tan increíble sustituyendo el dorso de mi mano por mis dedos para acariciar su churra. Me sentía como la diosa Afrodita entregada a los placeres del sexo.

Al fin su mano se coló estimulando mi sexo como hacía la mía con el suyo. Lo hacía suave, sin invadirme, despertando mi deseo y encendiendo mi sensibilidad. Arrastrada por la sensación me olvidé de su polla hasta que sentí como se colaba entre mis nalgas.

-Anoche te descubrí…-me susurró al oído- y ahora me tienes lleno de deseo…

Si tenía ganas de follar de nuevo no iba a decirle que no. Pero sentí como presionaba con su polla entre mis glúteos más arriba de mi coño. Parecía no dar con su entrada. También me di cuenta de que no había ido a por el condón como unas horas antes. Entonces descubrí su objetivo. Estimulaba mi clítoris mientras trataba de presionar mi ano.

Sólo Luis había entrado por allí. Por un momento pensé decirle que parara. Pero en realidad no me hacía daño. Sentía su respiración excitada en mi oído y eso hizo que me relajara. Casi no sentí cuando su glande atravesó mi esfínter dado su grosor poco mayor a un dedo pulgar. Mi respiración se entrecortó y su dedo arreció en mi clítoris. Tuve que inclinarme apara poyarme en el alfeizar de la ventana y Alex aprovechó para profundizar su penetración. Ahora si estaba algo más molesta pero no dolorida.

-Eres increíble, belísima…

¿Increíblemente fácil? Me estaba dejando encular por un chico que había conocido unas pocas horas antes. ¿A esto se refería mi tía con una noche loca? Alex gemía y empezaba a moverse despacio dentro de mis entrañas mientras mi ano se acomodaba a su fina invasora y su mano acariciaba mi pecho y regresaba a mi clítoris. De nuevo sentí placer.

La bella vista se había convertido en sexo guarro y ahora Afrodita se sentía una puta usada. Sin embargo fue algo breve. Sin apenas moverse un poco dentro de mí recto noté las contracciones de su polla justo cuando su semen caliente me quemaba por dentro. Sin embargo, fue el instante más sorprendentemente placentero para mi cuerpo que no para mi mente.

El griego quiso acariciarme para estimularme a pesar de su orgasmo precoz, pero me excusé con la necesidad de irme al baño. Allí oriné y me limpié como pude el semen de mi ano. Me dio el bajón que hay tras el sexo y al salir me vestí apresuradamente. Creo que era evidente que me sentía incómoda.

Alex hizo un intento de disculpa pero yo le quité importancia. No merecía la pena. Tras vestirme me despedí con un pico y llegué amaneciendo a la habitación donde me duché intentando no despertar a mi tía y queriendo borrar los restos de aquella noche loca de sexo.
 
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