Capítulo 20 - La furia del mar contra la Víbora Roja: El ‘Nivis Cor’ aguarda
Grace despertó de golpe. No hubieron palabras, ni deseos de buenos días, ni tan solo el té dulzón y especiado de Bhagirath recoriendo la garganta. Tan solo gritos y desesperación. Salió corriendo a cubierta, como alma que lleva al diablo. Al abrir la puerta lo sintió, el aire era eléctrico, el viento rugía con fuerza, el cielo era oscuro como la noche.
- ¡TORMENTAAAAAAA A ESTRIBOOOOOR! - el grito desgarrado de Halcón desde la cofa retumbó como un presagio funesto. Su único ojo parecía encendido por el terror, fijo en el horizonte donde el cielo mismo se partía en dos.
Grace giró sobre sus talones y lo vio: un muro negro avanzando hacia ellos, una bestia descomunal de viento y agua. Los glaciares crujían, rompiéndose como juguetes de sal bajo la fuerza del océano desatado. El viento rugía con un bramido ancestral, y las olas se alzaban como si quisieran tragarse el mundo entero.
- Maldita sea! - rugió Grace, los cabellos pegados a su rostro por la lluvia incipiente.
Muy arriba, encaramado al palo mayor como un loco furioso, Macfarlane reía con la furia de un condenado. El agua le azotaba el rostro, el viento quería arrancarlo del mástil, pero él levantó el puño contra la oscuridad.
- ¡¿ES ESTO LO ÚNICO QUE PUEDES HACER, PADREEEE?! - bramó con una voz que apenas podía imponerse al estruendo del mar - ¡VEEEEN, AQUÍ TE ESPEROOOO, BASTARDOOO!
Su puño alzado mientras su cuerpo era azotado por el vendaval. Su risa era la de un hombre que había dejado atrás el miedo hacía mucho tiempo, y la tripulación lo miraba con un respeto tembloroso, como si el escocés estuviera desafiando a la misma muerte. En ese instante, una sombra ligera descendió por el poste como una ráfaga. Akuma, casi etérea en medio del caos, pasó junto a Macfarlane y aterrizó al lado de Grace con la suavidad de un susurro.
- Hay que ir más rápido, capitana - dijo con esa voz fría, inmutable, que no se agitaba ni con la furia del mar - El tuerto no miente. Esa tormenta devorará el navío como el fuego devora el papel.
- No podemos fantasma! El agua está llena de glaciares, el Red Viper no lo resistiría!
- ¡Yo bajar, reforzar casco! - gritó Yrsa, adelantándose con los ojos encendidos como brasas.
Grace le agarró la muñeca con violencia.
- ¡Ni hablar! - vociferó, hundiendo la mirada en los ojos de la vikinga - ¡Es un suicidio! No lo permitiré.
- ¡Casco no fuerte aún, no terminar trabajo! - gruñó Yrsa, tensando el brazo como una bestia que se resiste.
- ¡No me importa! - tronó Grace - ¡No vas a bajar, Yrsa! ¿¡Entendido!?
La vikinga apretó los dientes, furiosa, pero el rugido del mar le arrebató cualquier respuesta.
Grace corrió hacía el timón, aferrándolo con toda la fuerza de sus brazos mientras el viento intentaba arrancárselo. Su voz se alzó sobre el caos, vibrante, imposible de ignorar.
- ¡HOMBRES, MUJERES! - rugió, su garganta deshaciéndose contra el vendaval - ¡DADME TODA LA VELOCIDAD QUE GUARDA ESTE NAVÍO! ¡QUE VUESTRO SUDOR Y SANGRE SEAN EL VIENTO DE ESTAS VELAS! ¡HOY NO SEREMOS QUEBRADOS, HOY NO DOBLAREMOS LA RODILLA ANTE LA NATURALEZA!
El Red Viper gritó, vivo, como si entendiera el desafío. La tripulación corrió a sus puestos, tensando cabos, desplegando velas, maldiciendo y rezando a la vez. El barco se puso en movimiento rugiendo contra la furia del mar, y en el timón, Grace se erguía como un fuego indomable, gritando su desafío al mismo cielo que intentaba aplastarlos.
El mar, enfurecido, respondió, rugiendo como una bestia enloquecida y el Red Viper se sacudió de un costado al otro, chirriando con un sonido agónico, como si el casco mismo estuviera a punto de partirse en dos. Una ola gigantesca, más alta que el mástil principal, se levantó frente a ellos y cayó sobre la cubierta como una montaña de agua helada.
Los gritos se mezclaron con el bramido del viento. Hombres y mujeres rodaron por el suelo, golpeando contra los tablones, agarrándose a lo primero que encontraban para no ser arrastrados por la furia del mar. El frío era tan brutal que cada gota que tocaba la piel ardía como fuego helado. Los glaciares a su alrededor estallaban al chocar entre sí, levantando fragmentos afilados como cuchillas que el mar lanzaba contra el casco. Cada impacto era un recordatorio de lo frágil que era la nave frente al poder de aquel mundo salvaje.
- ¡A LAS VELAS, VALIENTES! - tronó Grace desde el timón, con las manos ensangrentadas de tanto aferrarse a la helada rueda - ¡NO OS RINDÁIS, LEVANTAD ESA TELA O ESTAREMOS MUERTOS!
Vihaan y Bhagirath corrían entre cabos y mástiles, sus cuerpos empapados, las manos agarrotadas por el frío, pero aún así tiraban con toda la fuerza que les quedaba. Los dos, hombro con hombro, arrastraban las sogas como si fueran cadenas de acero, mientras el viento les arrancaba trozos de piel de las palmas de sus agrietadas manos.
Macfarlane seguía riendo como un poseso, trepando por el mástil mayor para ajustar una vela desgarrada. El agua lo azotaba de un lado y el viento lo lanzaba contra la madera, pero el escocés respondía con carcajadas y maldiciones, como si la tormenta no fuera más que un duelo personal contra él.
Halcón, aún en la cofa, resistía el vendaval como una gárgola de hielo. Tenía las manos moradas, los labios partidos, y aun así gritaba órdenes hacia la cubierta, guiando a la capitana con el único ojo que la tormenta aún no había cegado.
Rodrigo Cortés se aferraba a un cañón, rezando a medio grito y a media borrachera, mientras intentaba sujetar con cadenas lo que el mar quería arrebatarles. El ron se mezclaba con la sal del agua en su barba, y su voz era un rosario desesperado entre los rugidos del océano.
En la proa, Yrsa se lanzó contra las planchas sueltas del refuerzo, sujetándolas con sus manos desnudas, rugiendo como una bestia mientras los clavos le partían la piel. Cada golpe de martillo que lograba asestar en medio de aquel infierno era un milagro arrancado a la tormenta.
Gláfur no se partaba de ella, una mole blanca enfrentándose al oleaje. Rugía con furia, interponiéndose contra bloques de hielo que amenazaban con destrozar el casco, chocando contra ellos como si fuera él mismo un rompehielos viviente.
Yara, empapada y temblando, sostenía a Mordisquitos que había resbalado, arrastrándolo de vuelta a cubierta. El africano movía los labios en silencio, invocando a sus dioses, mientras ella lo levantaba con una sonrisa obstinada, como si se negara a dejar que el miedo arrancara su calor.
En medio de todo, Akuma se movía como un espectro. Nadie podía seguirla con la mirada, ya que aparecía aquí o allá, asegurando cabos, salvando a un marinero que caía por la borda, clavando sus cuchillas en la madera para no ser arrastrada. Su rostro no mostraba emoción alguna, pero sus ojos brillaban con la intensidad de alguien que baila con la muerte y la conoce demasiado bien.
El mundo entero era ruido, agua, viento y hielo. Y en medio de aquella furia implacable, el Red Viper resistía, como una brasa diminuta que se negaba a ser apagada por el rugido del ártico.
La cubierta era un caos de agua, gritos y acero. Bum-Bum se esforzaba en levantar a dos españoles que rodaban por el suelo, sujetándolos de las ropas como muñecos empapados y ayudandolos a ponerse en pie. Pero de pronto, una ola monstruosa, alta como una muralla, cayó sobre ellos. El agua lo arrastró sin piedad, rompiendo cadenas y barandillas como si fueran ramas. Bum-Bum rugió con un bramido ahogado mientras su pequeño cuerpo desaparecía bajo la espuma helada, cayendo sin remedio en el profundo mar.
- ¡Bum-Buuuuum! - gritó Yara, sintiendo que la sangre se le helaba.
En el último instante, un destello de acero relució rapidamente. La japonesa se lanzó hacia el vacío, de cabeza, sin pensarlo si quiera, su cuchillo clavado en la madera, la otra mano atrapando al niño antes de que el mar lo devorara. Con una fuerza inhumana para su pequeño cuerpo, resistió lo imposible, tensando cada músculo como si el mismo abismo tirara de ella.
Pero otra ola, aún más brutal que la anterior, cayó sobre la cubierta, y esta vez los arrancó a ambos del navío. La capitana vio cómo la sombra y el niño desaparecían en el mar embravecido.
- ¡AL AGUA, MALDITOOOOS! - rugió Macfarlane, lanzando sogas y cabos con una furia desquiciada.
Vihaan y Bhagirath se lanzaron sobre los cabos, tensándolos entre sus cuerpos como si fueran anclas humanas. Yara, con el rostro empapado y los dientes castañeando, se sujetó de los mástiles y ayudó a tirar. Hasta Cortés, tambaleante y con su botella aún en la mano, dejó escapar un gruñido y se sumó al esfuerzo.
Todos tiraron. Todos rugieron. Nadie se quedó quieto. Y de entre las olas, primero la mano de Akuma emergió como un espectro, y tras ella el brazo quemado de Bum-Bum. Entre maldiciones, esfuerzo y lágrimas, los izaron de vuelta a cubierta, cayendo los dos sobre la madera empapada como cadáveres devueltos por el mar.
La tripulación estalló en vítores, golpeando el suelo con puños y botas, aullando como locos poseídos contra la tormenta como si hubieran derrotado a un demonio. La unidad del Red Viper ardía más que nunca, brillando contra la oscuridad que intentaba devorarlos.
Pero el infierno no daba tregua. Halcón, petrificado en la cofa, gritó con toda la fuerza que le quedaba:
- ¡¡¡Capitanaaaaaa!!! ¡¡¡El mar se acaba, solo hielooooo en el horizonte!!!
Grace mordió sus labios hasta sangrar. El timón temblaba en sus manos, la tormenta desgarraba las velas y la nave estaba a punto de estrellarse contra bloques de hielo flotante. Y entonces lo vio: la llanura blanca, infinita, un desierto sólido que se levantaba como una muralla imposible de sortear. Con un rugido, apretó el timón y escupió al cielo:
- ¡¡¡YRSAAAAA!!! - gritó, con la voz poseída por mil demonios - ¡¡¡Hoy te ganarás tu lugar en el salón de tus dioses!!! ¡¡¡EL RED VIPER CORTARÁ EL HIELOOOOO!!!
El casco de proa, armado con la cuchilla de la vikinga, impactó con una violencia indescriptible contra la muralla helada. El crujido fue tan brutal que todos volaron por los aires, como si un titán los hubiera sacudido de un manotazo. Y sin embargo… el barco siguió. Abriendo el hielo, desgarrándolo como un afilado cuchillo la carne de un enemigo. Yrsa, empapada y sangrando, alzó los brazos al cielo y gritó con un rugido salvaje que fue respondido por toda la tripulación.
Pero la voz de Halcón, de nuevo, cortó el rugido de victoria con un chillido de espanto:
- ¡¡¡CAPITANAAAA!!! ¡¡¡La tormenta nos alcanza, la tenemos encimaaaaaa!!!
Grace giró la cabeza. A su espalda, la monstruosa furia del océano rugía a escasos metros de la popa, escupiendo espuma y oscuridad, deseosa de tragárselos. Volvió la vista al frente, asustada pero decidida, observó a su tripulación, a sus amigos, a sus hermanos. Decididos a luchar hasta el fin de sus fuerzas. Y al alzar más la vista, de frente... un atisbo de esperanza.
Una montaña de hielo colosal se alzaba en mitad del desierto blanco. A sus pies, una gruta oscura y enorme, como la boca misma del infierno, los esperaba. Grace no dudó. Ni un segundo. Apretó los dientes, giró el timón con violencia y el Red Viper obedeció, clavando su proa en dirección a aquella oscuridad.
- ¡¡¡TODOS A SUS PUESTOS!!! - rugió con la voz rota y feroz - ¡¡¡HACIA EL INFIERNO, SIN MIEDO. NO DEJAREMOS QUE ESTE MALDITO MAR NOS DEVORE!!!
Y la nave, maltratada, herida, con hombres y mujeres aferrados a sus maderas, se lanzó hacia la gruta que emergía como la última esperanza en medio del caos. El Red Viper rugía y crujía como si estuviera vivo, como si gritara de dolor. La tormenta había caído sobre ellos con toda su furia: ráfagas de viento huracanado azotaban la popa y arrancaban tablas enteras de madera, que volaban por los aires como proyectiles. El timón vibraba bajo las manos de Grace, cada sacudida amenazaba con partirle los brazos.
- ¡¡¡AGUANTAAAAAAD!!! - bramó, con la garganta desgarrada - QUE LOS DIOSES LO INTENTEN, TODO EL DIA SI QUIEREN, NOSOTROS RESISTIMOOOOS!
Los mástiles gimieron. Los hombres gritaron. El viento los empujaba con tanta furia que las velas se desgarraron como piel arrancada a un animal. Las jarcias se mecían violentas, golpeando a los marineros, que se aferraban donde podían mientras el mar, encolerizado, barría la cubierta como si quisiera reclamar cada alma para sí.
Una ola rugió por encima de la borda, arrastrando a dos hombres que gritaban desesperados hasta que Bhagirath y Cortés los sujetaron de las piernas, clavando uñas y dientes contra la madera mojada. El agua se lo llevaba todo: barriles, armas, sogas… cada segundo era un infierno de espuma y gritos.
Y entonces, todos la vieron. La boca negra de la gruta. La entrada a la montaña de hielo, como una garganta abierta que los llamaba.
- ¡¡¡VIREEE A ESTRIBOOOOR CAPITANAAA, ESTAMOS CERCAAAA!!! - gritó Halcón desde la cofa, aunque su voz apenas era un murmullo en medio del rugido de la tormenta.
Grace sujetó el timón, que temblava a punto de romperse, y lo giró con toda su fuerza. La nave se inclinó, chirriando como un animal herido, y la proa se clavó en la entrada. La oscuridad los engulló justo en el último instante.
La diferencia fue brutal. Como si hubiesen atravesado una frontera invisible, el rugido del viento se quebró de golpe. La tormenta, con toda su furia, quedó afuera. El silencio los recibió con un eco sepulcral, apenas roto por el goteo helado que descendía de las paredes invisibles.
Grace se giró, jadeante, y vio a través de la boca de la gruta cómo la destrucción continuaba allá afuera: el mar arrancaba jirones de hielo, las olas se estrellaban contra las paredes con furia asesina, y el viento desgarraba el mundo. Un abismo blanco que quería devorarlos… y ellos, apenas a salvo, adentrándose en la negrura.
El Red Viper avanzó una decena de metros más… y entonces, sin previo aviso, el mar desapareció bajo sus pies. Un estremecimiento recorrió la nave. De pronto, no había agua. No había nada. Los cuerpos se alzaron en el aire, flotando por un instante como hojas arrastradas por el viento. Grace casi soltando el timón gritó con toda la fuerza de su pecho:
El eco de su voz rebotó en la caverna negra, amplificado como un trueno. Y después… la caída.
El barco entero se precipitó hacia un abismo invisible. El vacío los tragaba, una oscuridad absoluta que parecía no tener fin. El estómago de todos se encogió, los gritos se mezclaron con el rechinar de la madera, y el Red Viper, con toda su tripulación, descendió hacia el desconocido corazón de la tierra helada.
El mundo se quebró bajo ellos. El bergantín ya no navegaba, caía. La madera crujía, los clavos chillaban como almas condenadas arrancándose de las tablas. Los hombres gritaban, algunos rezaban, otros maldecían. Las antorchas se apagaron en un suspiro, y la oscuridad los devoró.
- ¡¡¿Estáis vivos?!! - gritó Cortés, con la voz rota por el pánico.
- ¡Aquí! ¡Aquí estoy! - respondió Bhagirath, mientras trataba de sujetar a un marinero que flotaba en el aire como un muñeco.
- ¡Yo también! - chilló Yara, su risa nerviosa estallando pese a todo - ¡Aunque me estoy cagando viva!
La gravedad los arrojaba hacia el vacío y, sin embargo, por instantes parecían flotar, suspendidos como si el tiempo mismo se hubiera vuelto loco. La sensación de caída se mezclaba con la irrealidad de estar colgando en un sueño sin final. Y entonces, la voz de Macfarlane. El loco escocés, agarrado de una cuerda que se sacudía como una serpiente, comenzó a cantar a pleno pulmón una canción marinera, animada, fuera de contexto, desquiciada:
- ¡Levanten velas, muchachos, que el mar nos lleve al infierno…!
Su canto resonaba en la oscuridad, rebotando contra paredes invisibles, como si cien voces lo acompañaran. Algunos estallaron en carcajadas nerviosas, otros lloraban mientras lo escuchaban. Era absurdo, grotesco, pero los mantenía vivos en medio de lo imposible.
Grace, aferrada al timón con una mano y a Akuma con la otra, gritaba con toda la fuerza de sus pulmones:
- ¡¡Aguantad, agarraos a lo que podáis!! ¡¡¡No os soltéis!!!
El Red Viper caía hacía el corazón del Ártico, allí donde ningún hombre había llegado, o de haberlo hecho, jamás había vuelto para contarlo.
La oscuridad era total. No había horizonte, ni mar, ni cielo. Solo el rugido del aire en sus oídos, la madera gimiendo al borde de la fractura, los gritos de los hombres y las risas de un loco que cantaba a la muerte como si bailara con ella.
Caían hacia un destino que no comprendían, hacia un abismo prohibido que olía a hielo antiguo, a muerte y a secretos olvidados por los dioses. Aunque toda caída tiene un final. Y el impacto fue como el rugido de un gigante.
El Red Viper se estrelló contra lo desconocido con un estruendo que desgarró la oscuridad eterna. La madera se arqueó, crujió, gritó como un animal herido. El barco entero tembló, y por un instante todos creyeron que se partiría en dos.
Grace voló por los aires, su cuerpo azotado con violencia contra la cubierta. El golpe la dejó sin aire, los ojos abiertos un segundo antes de que la negrura la envolviera. La capitana cayó en el reino de los sueños.
La bruma la rodeaba. Una bruma cálida, dorada, imposible en el frío que la había devorado. Un olor a salitre y madera vieja la recibió, y allí estaba él: De la Vega, erguido junto al timón, con aquella sonrisa serena y esa voz grave que podía calmar cualquier tormenta.
- Ven aquí, pequeña - le dijo, abriendo un brazo.
Grace, diminuta, con apenas unos años y los ojos brillantes de emoción, corrió hasta él. Subió sobre una caja para alcanzar el timón y estiró las manos con decisión.
- ¿Así, señor? - preguntó, sus deditos apenas alcanzando la madera.
De la Vega rió suavemente, apoyando su gran mano sobre la suya.
- Nada de “señor”, niña. Solo Diego. Y sí… así mismo. Pero recuerda: un barco no se lleva con fuerza, sino con respeto. ¿Lo entiendes?
Grace apretó los labios, seria, concentrada.
- ¡Lo entiendo! ¡Lo entiendo! ¡Como si fuera un amigo!
- Eso es - asintió él, con ternura en la mirada - El mar también es así. No se domina a golpes ni a gritos. Hay que escucharlo… hablarle bajito, como a un caballo salvaje.
La niña ladeó la cabeza, pensativa.
De la Vega se agachó, quedando a su altura. Le colocó un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja y sonrió.
- Entonces tú gritas más fuerte que él, pequeña Grace. Y no dejes que te tiemble el pulso. Porque el mar solo respeta a quienes no se rinden.
Los ojitos de Grace brillaban como dos estrellas, y apretó el timón con toda la fuerza que tenía.
- ¡Lo haré, Diego! ¡Seré la mejor capitana del mundo!
Él rió de nuevo, con un orgullo que no intentaba ocultar.
- De eso no me cabe duda, niña… de eso no me cabe duda.
- ¡Grace, vamos, responde! - gritó Yara, arrodillada junto a la capitana.
- ¡Vihaan, rápido! ¡Trae un paño caliente, está perdiendo mucha sangre!
- ¡Voy! - gritó saliendo disparado, corriendo entre la tripulación.
- ¡Vamos, Red! ¡Despierta, joder! ¡No me dejes ahora! - su voz se quebró entre lágrimas.
La tripulación, congelada en el tiempo, observaba con el corazón encogido. El rostro de Grace estaba cubierto de sangre, los ojos cerrados, y el silencio de la cueva se mezclaba con el eco lejano de la tormenta.
Un tosido rasgó el aire. Grace se movió, intentó incorporarse, pero un mareo brutal la golpeó, y las náuseas la hicieron vacilar.
- ¡Eh! ¡Ahí estás! Despacio, despacio - susurró Yara, con lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
- ¿Qué… qué ha pasado? ¿Dón… dónde estamos? - dijo Grace, tambaleándose mientras trataba de enfocar la vista.
Los hombres se apartaron y, poco a poco, Grace pudo ver lo que la rodeaba. El sueño de un loco parecía concentrarse allí mismo, y sin embargo… todo parecía perfecto.
El Red Viper flotaba sobre aguas tranquilas, sin rastro de oleaje. La cueva que los envolvía era gigantesca, colosal, tan vasta que parecía sostener el cielo mismo. La mortecina luz filtrada a través del hielo teñía todo de un azul etéreo, casi mágico.
Yara y Yrsa la ayudaron a ponerse en pie, mientras Vihaan secaba la sangre de su frente con manos firmes y cuidadosas. Grace se apoyó en la barandilla, parpadeando varias veces, intentando asimilar la escena.
- ¿Alguien me puede explicar qué es esto? - preguntó, con la voz cargada de incredulidad.
Delante de ellos se desplegaba un mar subterráneo, sereno y silencioso. Pequeñas islas emergían del agua cristalina, coronadas por árboles desconocidos que se mecían suavemente, con extraños colores luminosos que parecían alumbrarlo todo. Pájaros nunca antes vistos sobrevolaban el cielo de la cueva, como centinelas de un mundo que parecía no tener reglas.
Cada detalle parecía desafiar la razón, cada sombra sugería un misterio que no podía comprenderse, y aun así, la calma reinaba. Grace sintió cómo el asombro y la incredulidad se mezclaban con un cosquilleo de miedo: estaban en un lugar que ningún hombre había visto antes, un corazón secreto del Ártico, donde lo imposible parecía realidad. El Red Viper, silencioso y maltrecho, flotaba a duras penas, como si descansara en un sueño de opio.
- ¡Lo conseguimos, capitana! - masculló Macfarlane, acercándose a ella con el cuerpo magullado, lleno de sangre y moratones.
- ¿Dónde estamos, escocés? - preguntó Grace, sin poder dejar de contemplar aquel extraño paisaje que se extendía ante sus ojos.
- Donde nadie estuvo antes - respondió él, con un brillo de emoción mezclado con miedo - Ahora solo queda sobrevivir… para poder contarlo.
Grace giró la vista hacia su tripulación, y una muesca de dolor le cruzó el rostro.
- Faltan hombres… ¿dónde están los demás? O’Neal, Hrafnkel… Bjorn, Callum, Jensen… - susurró, la voz quebrada.
- Callum y Jensen… abandonaron capitana… - dijo Bhagirath preocupado por ella.
- Ah! Es verdad! Cierto! - Grace se tocó la frente, el dolor visible en su rostro.
- A los demás… desgraciadamente el mar los reclamó - dijo Bhagirath, bajando la mirada - No pudimos salvarlos.
El silencio se extendió por la cubierta como un manto solemne. La tripulación bajó la cabeza en señal de duelo, respetando a los que habían caído.
- Luchasteis como fieros piratas, bigotes - gruñó Macfarlane, apretando los dientes - Todos y cada uno de vosotros. Así que bebamos… por los vivos y por los muertos.
Grace casi se desplomó; solo Yara y Yrsa la sostuvieron, evitando que cayera sobre el suelo.
- Capitana, será mejor que descanse - le dijo el contramaestre con autoridad y cuidado - Yo me ocupo de los destrozos.
Antes de bajar hacia su camarote, Grace giró una última vez la mirada, tomando todo en cuenta. El Red Viper estaba destrozado, los mástiles torcidos, el casco dañado por las embestidas del hielo y las olas. Era un naufragio en miniatura, un barco que apenas respiraba. Parecía imposible que volviera a surcar los mares. Y, sin embargo, más allá del desastre, el horizonte se abría ante ellos como un mundo secreto y oculto, un lugar desconocido que esperaba ser explorado. La promesa de nuevas aventuras flotaba en el aire, un nuevo comienzo que solo los valientes podrían enfrentar.
Yara se inclinó sobre la capitana, limpiándole con delicadeza las heridas mientras sus dedos temblorosos pero seguros acariciaban la piel enrojecida. Entre sus manos, Grace parecía más pequeña, más frágil, y aun así con una fuerza que intimidaba al mundo entero.
La cubana canturreaba una vieja canción caribeña, ligera y melódica, que se filtraba entre los gritos de la tripulación y los martillazos que resonaban desde cubierta. La música parecía contener la furia de aquel lugar, transformando la tormenta de afuera en algo soportable.
- Se puede saber a qué viene esa cara de gatito abandonado - rió Yara, apartando un mechón de pelo rojo de la frente de Grace.
- ¿Cuántos hemos perdido? - susurró Grace, con la voz quebrada.
- Pocos, capitana. Realmente pocos, teniendo en cuenta a lo que nos acabamos de enfrentar - respondió la cubana, con calma, con convicción.
- Los he llevado a la muerte… Ese traidor, Callum, tenía razón. Venir aquí ha sido un suicidio - musitó Grace, bajando la mirada.
Yara le acarició la mejilla pecosa, con ternura, sonriendo suavemente.
- Todos los que te seguimos no estamos aquí por casualidad, amiga. Ansiamos lo mismo que tú: la aventura, la gloria y la libertad. No has llevado a nadie a la muerte, los has liberado de las cadenas que oprimían sus vidas.
- Cuéntale eso a los que reposan en el fondo del mar… - murmuró Grace, con un hilo de voz.
- Mejor morir rápido y libre, que vivir eternamente bajo el yugo de una vida anodina - respondió Yara con firmeza.
Grace comenzó a reír, aunque un acceso de tos y mareo la sacudió de inmediato.
- Bum-bum… - preguntó entre toses.
- Está bien, ese pequeño diablo es resistente como la piedra - le aseguró Yara.
- ¿Y Mordisquitos? - preguntó Grace, con voz más calmada.
- Herido… pero se recuperará. Es duro también - dijo, rozando con cariño la cabeza de su amiga.
- Me alegro por ti, amiga… - susurró Grace, con una sonrisa.
- ¿Por qué dices eso? —preguntó Yara, sorprendida.
- Eres feliz junto a ellos. Y te lo mereces más que nadie en el mundo, creeme. Verte con ellos, ver tu sonrisa al abrazar al pequeño… Eso me hace feliz - respondió Grace, mientras las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas.
- ¡Oooh! ¡Cállate! - exclamó Yara, tratando de ocultar sus propias lágrimas con una carcajada sofocada.
- ¿Estás llorando? - preguntó Grace, con una sonrisa entre triste y divertida.
- No, es que… es que se me ha metido algo en el ojo - mintió Yara, girando la cara.
- Ya!… anda, ven aquí, vamos - dijo Grace, abrazándola con fuerza.
Las dos amigas se fundieron en un abrazo largo y sincero, sus corazones latiendo al unísono, cercanos y reconfortados. Afuera, la tripulación trabajaba sin descanso, devolviendo la vida a un Red Viper maltrecho y maltratado por el destino, mientras adentro, entre lágrimas y risas contenidas, la fuerza de la amistad y el cariño mantenía a su capitana en pie.
En cubierta, el Red Viper se había convertido en un hormiguero. La inmensa cueva que los rodeaba, parecía haber olvidado el frio amenazante del Ártico. Ahora, en la barriga del mundo, los atrapaba el calor tropical que emanaba del mar subterráneo, y el aire pesado y húmedo envolvía a los marineros mientras trabajaban sin descanso. Cada golpe de martillo, cada sierra que mordía la madera, cada clavo que era clavado con precisión, parecía insuficiente para domar los daños que habían sufrido.
Macfarlane recorría la cubierta como un general canallesco, gritando órdenes y corrigiendo movimientos.
- ¡Vamos, perros del mar! ¡Que nadie se relaje! ¡Cada minuto cuenta, cada golpe importa!
Los hombres y mujeres respondían con disciplina y energía. Rodrigo Cortés trabajaba codo a codo con Bhagirath, cargando planchas y ajustando refuerzos del casco. Hablaban entre ellos, mientras el calor les pegaba la ropa a la piel.
- Nunca pensé que vería un lugar así, hermano - comentó Rodrigo, apoyando una barra de metal sobre la cubierta.
- Ni yo, señor - asintió Bhagirath, martilleando - Pero si algo nos enseñó este viaje, es que donde hay voluntad, hay camino.
Más cerca de la proa, Yrsa trabajaba con Vihaan, ambos coordinando las planchas que reforzaban el casco bajo la superficie del agua, mientras la vikinga se zambullía y emergía con fuerza sobrehumana, el astronómo le lanzaba más clavos.
- No dejes que la corriente te arrastre - decía Vihaan, sujetando la cuerda con firmeza.
- Tu tranquilo - respondío Yrsa, emergiendo del agua - No haber corriente. Mar estar quieto como niño en brazos de madre.
Halcón, asegurando cabos y velas, vigilaba el horizonte mientras guiaba a Bum-Bum para que se asegurara de que ningún aparejo se desmoronara:
- ¡No sueltes la cuerda, pequeño! - gritaba, el viento cálido empapando su cara.
- ¡Bum-Bum! - respondía el tuareg, esforzándose por mantener el equilibrio mientras el casco se tambaleaba bajo sus pies.
En un momento, Macfarlane se acercó a Akuma, señalándole un conjunto de cuerdas que necesitaban ajustarse en la cubierta más alta. La japonesa, que hasta entonces estaba atenta a los movimientos de los marineros y vigilando los materiales, se giró hacia él con la mirada desafiante y fría, como retándolo a insistir.
- Akuma - repitió Macfarlane, esta vez con un tono más firme pero respetuoso - Necesitamos que te encargues de esas cuerdas ahora… por favor.
Akuma asintió, girando el cuerpo con fluidez, y desapareciendo entre la cubierta y los mástiles, trabajando con precisión silenciosa y eficiente.
Macfarlane murmuró para sí mismo, observando cómo se movía:
- Maldita sea… me encanta esa mujer.
El trabajo continuó sin descanso. Los marineros se movían con una sincronía casi instintiva, sus músculos tensos y sus respiraciones pesadas, mientras de vez en cuando sus ojos se alzaban hacia el horizonte. Más allá del calor tropical de la cueva, la oscuridad del mar subterráneo y la luz azul filtrada del hielo ofrecían un misterio que ninguno podía ignorar. Deseaban partir, descubrir qué secretos escondía aquel mundo olvidado, qué peligros y maravillas aguardaban más allá del horizonte silencioso.
Cada golpe de martillo, cada maniobra de cuerda, cada plancha ajustada era un recordatorio: estaban vivos, estaban juntos, y su destino aguardaba más allá del silencio azul del mar subterráneo.
Mientras el Red Viper seguía retumbando bajo el calor de la cueva y el esfuerzo incansable de los marineros, Rodrigo Cortés se apoyó un instante sobre uno de los tablones que transportaba, soltando un leve suspiro. Bhagirath subía otro paquete con la ayuda de Vihaan, su frente perlada de sudor, los músculos tensos pero controlados.
Rodrigo lo miró con curiosidad y preguntó:
- Y dime, ¿qué te trajo a este barco, hindú?
Bhagirath, sin perder la concentración ni la postura firme, respondió con calma:
- Sirvo a mi señor Vihaan. Mi deber y mi lealtad están con él. Y con la capitana O’Malley, por supuesto.
Rodrigo dejó caer los tablones que llevaba y se rió, sacudiendo la cabeza:
- Te vi pelear en las mazmorras… extraño sirviente eres. ¿Acaso en Oriente todos los criados empuñan las armas con tal destreza y fiereza?
Bhagirath esbozó una sonrisa tranquila, casi filosófica:
- No, señor Cortés. Yo soy el único.
El español se echó a reír con fuerza, mirando a su compañero con admiración y respeto:
- Pues doy gracias a Dios porque aquí estés, hoy me salvaste la vida amigo. Y yo jamás olvido algo así.
Se hizo un momento de pausa en su trabajo, los dos compartiendo un breve instante de camaradería mientras retomaban sus esfuerzos. El calor de la cueva, el ruido de la cubierta y los martillazos continuaban a su alrededor, pero por un instante, entre bromas y risas, la dureza del trabajo parecía un poco más soportable.
Vihaan, se sentó un momento a recuperar el aliento. El calor era sofocante. Yrsa saltó a cubierta y la observó salir del agua calmada, cada movimiento irradiando fuerza y determinación. Con un tono ligero, intentó bromear mientras evaluaba la situación:
- ¿Mejor así, agua templada y relajada, no? - preguntó, secándose la frente con el dorso de la mano.
Yrsa bufó, sudando por todo su cuerpo mientras continuaba martilleando el casco con fuerza sobrehumana.
- ¡Odiar calor! - exclamó entre martillazo y martillazo - Cuerpo pegajoso, siempre tener sed…
Bum-Bum, al escucharla, se acercó corriendo con un odre lleno de agua.
- Gracias pequeño - dijo Yrsa, frotándole el turbante con una sonrisa y zarandeándolo con fuerza - ¡Eres diablillo fuerte como roble!
Vihaan sonrió al ver la interacción, observando cómo la tripulación, hombres, mujeres, niños y animales por igual, se coordinaban en perfecta armonía, cada uno aportando lo suyo para que el Red Viper siguiera su camino en aquel mundo oculto.
Macfarlane bajó del puesto de mando y se acercó al vigía que miraba preocupado el velamen.
- ¿Qué te preocupa, tuerto? - preguntó, con esa sonrisa canalla que no dejaba de retar al mundo - Las velas están muy estropeadas, ¿verdad?
- Nada que no se pueda arreglar, loco - respondió Halcón, sin apartar la mirada del horizonte - No es eso…
- ¿Entonces? - insistió Macfarlane, apoyándose en el mástil con brazos cruzados.
- El viento… - musitó el vigía, torciendo el rostro.
- ¿Qué viento? - replicó el escocés, divertido.
- Eso mismo es lo que digo. No lo hay - dijo Halcón, encogiéndose de hombros - ¿Cómo vamos a movernos si no sopla el viento?
Macfarlane suspiró, dejando que la sonrisa se ensanchara mientras seguía observando las velas arrugadas y rasgadas por la tormenta pasada.
- Ya pensaremos en eso más tarde - dijo finalmente, dándole una palmada al hombro del vigía - Ahora a trabajar, vamos. Si luego hay que soplar, pues soplaremos todos juntos.
El tuerto le lanzó una mirada divertida y resignada mientras retomaba su puesto, sabiendo que con Macfarlane al mando, la audacia y el ingenio serían las únicas armas para mover aquel navío en el corazón del Ártico.
Toc-toc-toc.
Yara se giró hacia la puerta y gritó:
Bishnu asomó la cabeza por la puerta entreabierta, con su típica sonrisa tranquila y la mirada penetrante.
- Hola anciano, pasa, pasa, por favor - dijo Grace, tumbada en la cama.
Bishnu entró en silencio, acompañando la puerta con cuidado para que hiciera el mínimo ruido posible. Lentamente se acercó a la cama de la capitana.
- Yara… hazme un favor - dijo Grace incorporándose dolorida - Abre el primer cajón y acércale la botella, antes de que este viejo empiece a romperme la cabeza con sus metáforas indescifrables…
La cubana sonrió y cogió la botella de arrack, ofreciéndosela a Bishnu, que permanecía quieto enfrente de la cama, sin dejar de sonreír.
- No hace falta, capitana - dijo el viejo - Ya vine preparado.
De debajo de su túnica sacó una botella de ron medio vacía y la sostuvo con calma, el aroma fuerte del alcohol llenando el camarote.
- Ya veo… y dime… ¿a qué debo tu presencia? ¿Qué quieres contarme?
Bishnu se sentó a los pies de la cama y empezó a hablar, con voz sosegada y calmada, mientras giraba la botella entre sus manos como si cada trago ordenara sus pensamientos. El único hombre sobre la faz de la tierra que el alcohol lo hacía más locuaz.
Yara y Grace negaron al mismo tiempo.
- Bien… porque yo tampoco.
- Pues ahora sí que estamos jodidas - exclamó Grace divertida - Eres nuestra única brújula a partir de ahora.
- Erratica brújula, si me permitís la corrección - dijo Bishnu con su habitual calma - He oído hablar de este lugar, pero jamás llegué a conocerlo.
- ¿Y qué oíste? - preguntó Yara, sentándose frente a la cama con curiosidad.
- Historias y leyendas - respondió Bishnu - cuentos imprecisos contados a la luz de una hoguera. Algunos lo llaman el Nivis Cor.
- ¿Qué significa eso? - preguntó Grace, arqueando una ceja.
- En latín antiguo - explicó el viejo, tomando un sorbo de ron - significa Corazón de Hielo. Es el nombre que dieron quienes intentaron atravesarlo y nunca regresaron.
Yara frunció el ceño, fascinada y un poco temerosa al mismo tiempo.
- ¿Y qué hay allí? - preguntó - ¿Por qué dicen que nadie ha regresado?
Bishnu sonrió levemente, como si contemplara algo lejano, y sus ojos brillaron bajo la luz tenue del camarote.
- Porque allí, en el Corazón de Hielo, el tiempo y el espacio no se comportan como en nuestro mundo. Algunos dicen que lo que entra jamás vuelve igual. Que la nieve, la oscuridad y los hielos guardan secretos que ni los hombres más valientes pueden soportar.
Grace se incorporó un poco más, apoyándose en la almohada.
- Perfecto… justo lo que necesitábamos, ¿verdad, Yara? Una cueva gigante, un mar peligroso y un viejo que nos habla de secretos imposibles.
- Así es, capitana - respondió Yara sonriendo - Mientras estemos juntas y los nuestros a salvo, no hay nada que no podamos enfrentar.
Bishnu asintió, apoyando la botella entre sus rodillas, y sus ojos centellearon un instante.
- Así es, mis valientes y jóvenes compañeras. Solo recordad una cosa… los que buscan el Corazón de Hielo no hallan lo que esperan, sino lo que merecen.
- ¿Es aquí donde encontraremos la siguiente pista? - preguntó Grace, apoyándose con cuidado en la pared del camarote
- ¿Cómo que siguiente pista? - respondió Yara nerviosa - Dirás el Sundra-Kalash, ¿verdad?
Grace puso la mano sobre la de la cubana, calmando un poco su agitación.
- Ya te contaré… - dijo con una mueca de dolor, tocándose las costillas - Dime, Bishnu, ¿vamos en buen camino o no?
El viejo dio otro trago de ron y permaneció en silencio un largo rato, observando el interior del camarote con sus ojos profundos y cansados.
- No estoy seguro - dijo finalmente - Pero, de algún modo, si estamos aquí y seguimos vivos, es que vamos en el buen camino… no obstante, no he venido para eso…
- Entonces… ¿para qué? - preguntó Grace, entrecerrando los ojos.
- Para advertirla, capitana - la sonrisa desapareció de su rostro un instante - Que no le engañe el clima cálido ni el mar calmado de este mundo subterráneo. En estas aguas aguardan tesoros, cierto. Pero también peligros que los protegen. Peligros que escapan al entendimiento humano, pesadillas hechas realidad.
- Tal y como lo cuentas, no apetece demasiado adentrarse en esta cueva, huesitos - exclamó Yara, apoyando una mano sobre el hombro de Grace.
- Apetezca o no, debemos hacerlo - replicó Bishnu, con esa calma que imponía respeto - Pues la única salida está en el horizonte, alegre mujer.
La advertencia del sabio pesaba en la habitación como un manto denso, apagando por un instante los murmullos del camarote. Grace se acercó, dolorida y despacio, al ventanal, apoyando la frente sobre el cristal. La inmensidad de la cueva la hacía sentirse diminuta, un punto insignificante frente a la vastedad que se extendía ante sus ojos.
A lo lejos, islotes e islas surgían del agua calmada, con una vegetación que parecía desafiar toda lógica: árboles de troncos retorcidos, hojas iridiscentes y flores que emitían un leve resplandor, como si respiraran con vida propia. El sol, filtrándose a través del hielo que cubría la cúpula de la cueva, teñía todo de un azul profundo, creando reflejos que bailaban sobre el mar subterráneo.
El fuego que ardía en su interior se encendió de repente, despertando su energía, su deseo de recuperarse y salir pronto a explorar aquel mundo que parecía existir fuera del tiempo y de la realidad que conocía.
Nivis Cor se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un territorio de maravillas y peligros que ningún hombre había explorado. Las aguas se movían suaves con un ritmo hipnótico, reflejando el brillo del hielo y las luces de la vegetación extraña. Cada isla, cada recodo, prometía secretos antiguos, ruinas escondidas o criaturas que no tenían nombre en ningún mapa conocido. Todo allí parecía irrepetible, un universo paralelo debajo del mundo que ella creía conocer.
Y, mientras la contemplaba, un estremecimiento recorrió su espalda. Algo se movió en la penumbra del techo de la cueva. Fué solo un instante, un pestañeo, pero se movió. No se podía distinguir, no había forma, ni nombre que lo definiera. Solo se intuyó su tamaño descomunal, su presencia imposible: un par de ojos que brillaban como brasas en la oscuridad y una boca sedienta que parecía devorar la luz misma. Grace contuvo la respiración, consciente de que aquel mundo no solo estaba lleno de belleza y misterio… también de un peligro que podía devorarlos a todos.
El Red Viper flotaba en silencio sobre las aguas calmas, mientras la capitana, temblando por la emoción y el miedo, comprendía que aquel lugar escondía secretos demasiado antiguos, demasiado vivos, como para dejarlos escapar sin advertencia.
Muy lejos de la caverna donde los valientes resistían a su destino, a millas y millas de distancia, un silencio solemne dominaba el despacho de Sir Reginald Hargrave.
El salón era una obra de ostentación británica: paredes revestidas en madera oscura, alfombras persas que amortiguaban cada paso, y cortinas de terciopelo rojo que caían pesadas hasta el suelo. Estantes repletos de volúmenes encuadernados en cuero rodeaban la estancia, junto a mapas desplegados en marcos dorados que mostraban rutas comerciales, océanos aún desconocidos y territorios marcados con el sello de la Compañía de las Indias Orientales. Sobre la mesa de roble macizo reposaban plumas de ave, tinteros de plata y un candelabro de siete brazos que arrojaba destellos dorados sobre los papeles.
Sir Reginald escribía con precisión, la pluma deslizándose firme sobre el pergamino. Frente a él, en un sillón menor, el hombre de mayor rango justo por debajo suyo esperaba en silencio, moviéndose nervioso, sin atreverse a interrumpir. Sus manos jugaban con el borde de su sombrero, mientras gotas de sudor le nacían en la frente.
Al fin, Sir Reginald dejó la pluma, secó la tinta y selló la carta con el emblema de la Compañía. La levantó con gesto solemne y la entregó sin levantar la voz.
- Esta es la última. Hazlas llegar a cada uno de nuestros puertos. Quiero que todos los hombres sepan la urgencia de encontrar al Red Viper.
El subordinado tragó saliva antes de responder.
- Mi señor… ¿que sucederá si desviamos tantos recursos? Los puertos quedarán descubiertos, el comercio se verá afectado… la Compañía no puede descuidar sus obligaciones…
No hubo respuesta. Solo la mirada de Sir Reginald, penetrante, helada. Dos segundos bastaron para quebrar cualquier resistencia. El hombre se encogió, balbuceó una disculpa torpe, se levantó apresurado y salió de la habitación sin osar mirar atrás.
Sir Reginald permaneció inmóvil un instante, y luego se incorporó de su enorme silla de respaldo tallado. Lo siguió con la mirada llena de desprecio hasta que la puerta se cerró. Entonces caminó lentamente hacia el ventanal, apartó las pesadas cortinas y se detuvo frente al río Támesis.
La ciudad de Londres se extendía más allá de la ventana. Era un hervidero de actividad: los mástiles de los barcos asomaban como un bosque de madera en los muelles, las chimeneas lanzaban columnas de humo gris al cielo plomizo, y las campanas de las iglesias se mezclaban con el bullicio de mercaderes y pregoneros. Carretas cargadas de especias, sedas y té recorrían las calles embarradas, mientras nobles con pelucas empolvadas compartían acera con mendigos que extendían las manos. Una ciudad rica y miserable a la vez, orgullosa de sus conquistas y hambrienta de más.
- ¿Tenemos noticias de la ciudad flotante? - preguntó sin apartar los ojos del río.
- Aún no, mi señor - respondió una voz desde las sombras de la estancia - Suponiendo que los hayan interceptado, aún es muy pronto para que lleguen noticias.
Sir Reginald se giró despacio, midiendo cada segundo, y lo miró con severidad.
- ¿Estás seguro… de que se dirigen al Ártico? - preguntó Sir Reginald, severo, clavando la mirada en la penumbra.
- Sí, mi señor - respondió la voz con calma, y una sonrisa apenas visible - Allí me dirigía yo antes de toparme con Hong Long.
Hubo un silencio, denso como el plomo, hasta que la voz añadió, con un matiz de orgullo en su tono.
- Conozco a esa mujer… yo mismo le enseñé todo lo que sabe. Su corazón es intrépido, jamás se rinde. Seguirá navegando hasta encontrarlo, os lo prometo.
Sir Reginald entrecerró los ojos y, por primera vez en toda la velada, dejó que una sonrisa maliciosa se dibujara en su rostro.
- Parece que la admiráis - dijo con un deje burlón.
De entre las sombras emergió la figura del hombre que hablaba: un joven de mirada astuta y sonrisa fácil, cuyos grilletes en muñecas y tobillos no alcanzaban a borrar su aire de libertad innata. La natural alegría en sus facciones desentonaba con el hierro que lo encadenaba.
- Si hay alguien que pueda encontrarlo, es ella - afirmó con firmeza - Podéis estar seguro de mis palabras.
Sir Reginald lo observó un instante, como un depredador que mide la fuerza de su presa antes de decidir si devorarla o no. Se giró lentamente hacia el ventanal, el río Támesis aún palpitando bajo la bruma.
- Espero que así sea, De la Vega - murmuró con voz gélida - Por tu propio bien. Porque los dos sabemos perfectamente lo que te ocurrirá… si no vuelves a pisar pronto el mar.
El tintineo metálico de los grilletes resonó en la estancia, como un presagio oscuro.
La sonrisa seguiá, pero el misterioso hombre que se ocultaba detrás de ella, se estremeció. Tan solo podía desearle suerte a su jóven amiga, a su alumna, a la que había llegado a considerar su propia hija.
Continuará…