La muestra aparente de que todo estaba resuelto fue simplemente que terminamos haciendo el amor de forma muy sentida. Aunque tengo recuerdos muy nítidos de aquellos días todo lo que hicimos en realidad fue poco relevante. Comimos en un restaurante a pocos metros del hotel sentados al sol invernal hasta que hizo frío y nos refugiamos en una cafetería colindante. Luis no podía andar mucho y no sé qué pasaba por su cabeza, pero en la mía prefería evitar la habitación de hotel para que no saliera de nuevo el tema.
Pero aunque no saliera por mi cabeza no dejaba de rondar una idea: él, que me ponía los cuernos al menos con dos tías ¿me perdonaba? Y encima por algo que ni siquiera había ocurrido. Era un absurdo monumental. Un ataque al raciocinio que la independiente y segura Claudia estaba consintiendo de buena gana. Pues la actitud de Luis parecía demostrar que esas dos relaciones no significaban nada para él y prefería sostener la nuestra aún perdonándome un desliz.
Que a ratos me parecía maravilloso estar allí y a ratos sentir que había cometido el mayor error del mundo y tenía que afrontar aquello de otra manera. Y todo disimulando. Pues ante sus ojos yo estaba feliz por su perdón. Pero ¿lo estaría él por el mío? ¿Le contaba la conversación con Vanessa?
Porque yo me iría al día siguiente sabiendo que Luis probablemente estrenaría el año follando con otra sin ningún remordimiento mientras yo huía del piso donde había residido en Bolonia simplemente por decirle que no a un tío. Cierto que no me gustaba. Cierto que jamás haría nada obligada. Pero al fin y al cabo todo el problema se reducía a un polvo.
Sin embargo no siempre obramos como debemos. Y más concretamente en las cuestiones que tienen que ver con el sexo y el corazón. No voy a justificar a ninguna mujer que espera pacientemente que su maltratador cambie. Yo en ese momento ya era consciente de que Luis era tal y como se había comportado con la rubia insoportable de su clase y su exnovia sevillana, y no tanto como la imagen que yo había creado de él en la residencia en aquellos días felices de junio de aquel mismo año.
Pero podía irme de vuelta a mi ciudad y a Italia rota por el dolor del fracaso o podía esperar y dejar que él fuera quien reaccionase. A fin de cuentas, y es algo que no dejaba de repetirme desde que Vanessa me llamó, yo le había dado permiso para follar con otras. Así que opté por lo segundo y me comporté como si no hubiera pasado nada.
En nuestra normalidad como pareja el sexo siempre había sido muy importante. No voy a negar que ambos disfrutábamos de una buena sesión de sexo aunque a él parecía no importarle tanto con quién. Aún así tras una cena ligera en la que nos bebimos una botella de vino me decidí a hacerle algo que sabía que era lo que más le gustaba para dejarle claro que pese a lo que le había contado aquella mañana para mí comerle su polla era el mayor placer.
Quizá no fue la mejor elección, pero es algo que no pensé en ese momento. Yo le había contado que se la había comido a otro y ahora me lanzaba de forma tozuda a vaciarle los huevos con mi boca. El problema, como ya me había pasado otras veces con él es que mamando me ponía más caliente que el palo de un churrero de modo que aunque él quiso detenerme en varias ocasiones yo no soltaba mi presa de la boca como mi mano no dejaba de reproducir en mi coño el placer que mi boca pretendía darle a su polla.
Impaciente porque no alcanzaba el orgasmo, supongo que por los dos polvos que llevábamos ese día terminó follándome la boca con cierta violencia. Pero yo recibía sus pollazos en la garganta como una muestra de su deseo de modo que me corrí casi a la vez que sus primeros lefazos me llenaban la garganta de un sabor más ácido del que recordaba y que terminaría tornándose en amargo.
Entre la cervecita al sol del mediodía, el vino y el sexo caí en un sopor que me recordó a los tiempos felices de nuestros inicios quedándome dormida abrazada a él como si sospechara que en realidad quizá fuera la última vez que eso ocurriera. Sin embargo, en mitad del sueño sentí su ausencia y me asusté. Abrí los ojos y vi su silueta dibujada en el ventanal mirando al escaso tráfico a esa hora de la madrugada. Tuve un mal presentimiento. Su actitud durante la mamada no había sido la habitual. Algo rondaba por su cabeza.
Me levanté sigilosa y lo abracé por detrás. No me esperaba y se estremeció.
-¿Qué haces aquí levantado? ¿Por qué no te vienes a la cama?- pregunté sin ocultar mi preocupación.
Tomó aire y respondió con voz grave:
-Claudia, te quiero mucho. Muchísimo. Más que a nadie. Pero tenemos que hablar…
Estaba claro que su capacidad de perdón o de culpa no era la mía. Yo estaba dispuesta a soportar su infidelidad física mientras su alma siguiera conmigo. Pero él no podía. Y mi mentira le pesaba mucho más que su verdad.
Pero aunque no saliera por mi cabeza no dejaba de rondar una idea: él, que me ponía los cuernos al menos con dos tías ¿me perdonaba? Y encima por algo que ni siquiera había ocurrido. Era un absurdo monumental. Un ataque al raciocinio que la independiente y segura Claudia estaba consintiendo de buena gana. Pues la actitud de Luis parecía demostrar que esas dos relaciones no significaban nada para él y prefería sostener la nuestra aún perdonándome un desliz.
Que a ratos me parecía maravilloso estar allí y a ratos sentir que había cometido el mayor error del mundo y tenía que afrontar aquello de otra manera. Y todo disimulando. Pues ante sus ojos yo estaba feliz por su perdón. Pero ¿lo estaría él por el mío? ¿Le contaba la conversación con Vanessa?
Porque yo me iría al día siguiente sabiendo que Luis probablemente estrenaría el año follando con otra sin ningún remordimiento mientras yo huía del piso donde había residido en Bolonia simplemente por decirle que no a un tío. Cierto que no me gustaba. Cierto que jamás haría nada obligada. Pero al fin y al cabo todo el problema se reducía a un polvo.
Sin embargo no siempre obramos como debemos. Y más concretamente en las cuestiones que tienen que ver con el sexo y el corazón. No voy a justificar a ninguna mujer que espera pacientemente que su maltratador cambie. Yo en ese momento ya era consciente de que Luis era tal y como se había comportado con la rubia insoportable de su clase y su exnovia sevillana, y no tanto como la imagen que yo había creado de él en la residencia en aquellos días felices de junio de aquel mismo año.
Pero podía irme de vuelta a mi ciudad y a Italia rota por el dolor del fracaso o podía esperar y dejar que él fuera quien reaccionase. A fin de cuentas, y es algo que no dejaba de repetirme desde que Vanessa me llamó, yo le había dado permiso para follar con otras. Así que opté por lo segundo y me comporté como si no hubiera pasado nada.
En nuestra normalidad como pareja el sexo siempre había sido muy importante. No voy a negar que ambos disfrutábamos de una buena sesión de sexo aunque a él parecía no importarle tanto con quién. Aún así tras una cena ligera en la que nos bebimos una botella de vino me decidí a hacerle algo que sabía que era lo que más le gustaba para dejarle claro que pese a lo que le había contado aquella mañana para mí comerle su polla era el mayor placer.
Quizá no fue la mejor elección, pero es algo que no pensé en ese momento. Yo le había contado que se la había comido a otro y ahora me lanzaba de forma tozuda a vaciarle los huevos con mi boca. El problema, como ya me había pasado otras veces con él es que mamando me ponía más caliente que el palo de un churrero de modo que aunque él quiso detenerme en varias ocasiones yo no soltaba mi presa de la boca como mi mano no dejaba de reproducir en mi coño el placer que mi boca pretendía darle a su polla.
Impaciente porque no alcanzaba el orgasmo, supongo que por los dos polvos que llevábamos ese día terminó follándome la boca con cierta violencia. Pero yo recibía sus pollazos en la garganta como una muestra de su deseo de modo que me corrí casi a la vez que sus primeros lefazos me llenaban la garganta de un sabor más ácido del que recordaba y que terminaría tornándose en amargo.
Entre la cervecita al sol del mediodía, el vino y el sexo caí en un sopor que me recordó a los tiempos felices de nuestros inicios quedándome dormida abrazada a él como si sospechara que en realidad quizá fuera la última vez que eso ocurriera. Sin embargo, en mitad del sueño sentí su ausencia y me asusté. Abrí los ojos y vi su silueta dibujada en el ventanal mirando al escaso tráfico a esa hora de la madrugada. Tuve un mal presentimiento. Su actitud durante la mamada no había sido la habitual. Algo rondaba por su cabeza.
Me levanté sigilosa y lo abracé por detrás. No me esperaba y se estremeció.
-¿Qué haces aquí levantado? ¿Por qué no te vienes a la cama?- pregunté sin ocultar mi preocupación.
Tomó aire y respondió con voz grave:
-Claudia, te quiero mucho. Muchísimo. Más que a nadie. Pero tenemos que hablar…
Estaba claro que su capacidad de perdón o de culpa no era la mía. Yo estaba dispuesta a soportar su infidelidad física mientras su alma siguiera conmigo. Pero él no podía. Y mi mentira le pesaba mucho más que su verdad.