Era difícil controlarse en el trabajo sabiendo que debajo de su pijama sólo llevaba unos calzoncillos que le quedaban tan bien. Pero el premio cuando salíamos juntos era follar y dormir en la misma cama o lo contrario, o sea, dormir en la misma cama y follar después. Y aunque pareciera algo planificado en realidad era espontáneo y esperado.
Con él follaba con la misma libertad que había tenido con Luis. Nos apetecía y empezábamos. Podía ser al llegar a casa de trabajar, al despertarnos, en la siesta o las pocas noches que salíamos juntos. Y yo me sentía con esa misma libertad de comerle la polla cuando tenía ganas o cabalgarlo a placer mientras que a él se le notaba que le gustaba ponerme a cuatro para darme caña desde atrás. Así cuando me fallaban las piernas él podía seguir bombeándome desde atrás hasta casi hacerme perder el sentido a pollazos.
También era verdad que nuestra relación no iba más allá. Él se negaba a acudir a mis reuniones y yo le di libertad para quedar con sus amigos cuando quisiera sin necesidad de yo ir. Era relativamente fácil con nuestros turnos de trabajo. Sólo hacíamos planes juntos cuando coincidían nuestros turnos, eso sí, ahí pasábamos todo el tiempo juntos, trabajando y después.
Pero le cambiaron el turno a Edu y ya no estaba en cardiología conmigo. Aunque coincidíamos en algunos horarios, ya no en la misma planta ni en los descansos de guardia. Teníamos que buscarnos por el hospital pues pasados ya unos meses todo el mundo sabía que éramos algo más que compañeros. De hecho levanté la envidia de alguna otra examante del enfermero por haberlo retenido tanto tiempo a mi lado.
Entonces empezamos a planificar de otra forma nuestra vida en común. Él seguía viviendo en su piso compartido y sólo venía a dormir a casa cuando así habíamos quedado. Decidimos hacer escapadas juntos para no caer en la rutina.
Una de ellas fue a la costa de Cádiz. Aprovechando la temporada baja del otoño nos reservamos un apartamento en los Caños de Meca para disfrutar de las playas, solitarias en esa fecha, los restaurantes aunque ya no fuese temporada del atún rojo, y por supuesto los paisajes espectaculares con los atardeceres rojizos de otoño.
El irnos entre semana favoreció la tranquilidad de los lugares que visitamos asegurando sentarnos en terrazas de restaurantes de vistas increíbles y disfrutar del sol en playas casi desiertas. Así descubrí que a Edu le gustaba practicar el nudismo pues cuando anteriormente habíamos estado en verano en la costa estaban todas las playas abarrotadas y no me había comentado nada. Pero en la playa de los Caños al pie de la Breña semiocultos entre pinos y dunas estábamos muy alejados de mirones y Edu prescindió de su habitual bañador ajustado mientras que yo me sentí más cómoda practicando mi habitual topless con mi braga de bikini negra.
Era un espectáculo ver a mi chico desnudo. No entiendo a las mujeres a las que la desnudez masculina no enciende porque yo llevaba toda la tarde tontorrona viendo a aquel portento de macho ir varias veces al agua a bañarse. Le gustaba broncearse pues como me había explicado en los entrenamientos de remo deben tener la piel curtida para no quemarse. Aparte de crema solar él sabía que si previamente ganaba color moreno su piel estaba mejor protegida.
Además Edu evidentemente era presumido. Las camisetas ajustadas y monos con los que competían les dejaban marcas del sol en brazos y muslos. El motivo por el que empezó a hacer nudismo fue eliminar esas señales, especialmente de los muslos pues no es raro ver a los remeros por el río con el torso desnudo para delicias de las damas. Aunque también había mucho de narcisismo. Edu era consciente de su increíble anatomía y no perdía ocasión de lucirla. De modo que el pulpo no era patrimonio exclusivo de sus amantes sino que cualquier mujer que se cruzara con él en la playa podría disfrutar de su tentáculo balanceándose entre sus muslos al caminar.
Aunque el sol calentaba no me apetecía bañarme, pero Edu si se zambulló varias veces regalándome la estampa de su cuerpo desnudo y mojado acercándose hacia mí que lo observaba con mis gafas de sol permitiéndome recorrer su anatomía pudiendo deleitarme en el bamboleo de su churra apenas afectada ya por el agua más fría del otoño. No sé si se llegaría a percatar de como me mordí el labio o si mis pezones estaban empitonados por la brisa marina o el deseo que empezaba a acumular.
Pero también empezaba a ser consciente de algo. El enfermero y yo éramos amantes y nada más. No habíamos construido una relación en los meses que llevábamos acostándonos y en realidad nuestros estilos de vida eran tan distintos que difícilmente podríamos llegar a más de lo que ya teníamos. Y aunque esa idea me rondaba la cabeza desde hacía semanas, en aquel viaje se me hizo muy evidente, aunque en cuanto aparecía el sexo se me difuminaba el pensamiento. Y sí observándolo de pie secándose al sol en los rayos ya mortecinos del atardecer esa idea se me había disipado totalmente y era mi entrepierna la que empezaba a mandar con cierto cosquilleo y roce de muslos.
Edu se tumbó boca arriba en la toalla y yo mimosa me eché en su abdomen acurrucándome.
-¿Tienes frío?- me preguntó apoyando su manaza algo fría por el baño en mi espalda.
No contesté mientras mi dedo paseaba por su ombligo. En realidad tenía frío. Pero a la vez calor. Mi dedo dibujaba la cabeza del pulpo y sentí un impulso. No era la primera vez que me ocurría en una playa pero con Edu era distinto. Ya habíamos follado en un vestuario y el coche, y nos habíamos metido mano en un ascensor con besito en su polla incluido. Además estábamos alejados de otra pareja que se veía a unos 90 o 100 metros en actitud cariñosa. ¿Por qué no?
Mi dedo continuó rodeando los tentáculos del pulpo hasta llegar al más largo. Edu no dijo nada pero apoyó los codos incorporándose ligeramente. Al llegar al extremo de su prepucio con mis dedos tiré de él descubriendo parte de su glande. No decía nada por lo que interpreté que había vía libre, así que adelantando mi cabeza lo pasé por mis labios notando un ligero sabor salado que confirmé pasando la punta de mi lengua.
Se dejó caer hacia atrás apoyando su mano en mi cintura doblada por el frío que tenía pero a la vez para poder acceder desde su barriga a su polla. Introduje su glande completamente en mi boca rozando mi lengua contra su suavidad sintiendo como su polla empezaba a cobrar vida creciendo y endureciéndose. Mi cosquilleo ya era humedad y el sonido del mar apenas acallaba mi gemido mimoso ni su respiración profunda.
La longitud de su polla me permitía manejarla para pasarla por mis labios y mi boca sin tener que incorporarme así que mientras chupaba su cabezona mi mano amasaba sus cojones generosos que apenas unos minutos antes vi colgones y mojados acercarse hacia mí bajo el balanceo de mi postre.
Ya no sé si alguien podía vernos pues había cerrado los ojos concentrando mis sentidos especialmente en el gusto y el tacto y agudizado cuando Edu empezó a acariciarme una teta ronroneando al sentir la dureza casi dolorosa de mi pezón. Ahí ya pasé mi brazo por encima de su abdomen agitado y empecé a mamar y tragando cuanto podía de su pollón ya totalmente duro y brillante dispuesto para mí.
El chup-chup de mi mamada era rítmico pero su gemido no y supe el motivo cuando con voz ronca me dijo:
-Como sigas así me vas a ordeñar en nada ¿no quieres que te folle?
Me quedé un instante saboreando mi pieza, que ya había perdido el exceso de sal disuelta en mi saliva y sin contestar me puse de pie ante la expectación de Edu y me sacudí la arena del muslo y las nalgas para poder sentarme sobre el mástil bien lubricado.
Me senté sobre su polla estrujándola con mi peso sobre su pubis y Edu me ofreció su boca. Me resultó muy dulce comparada con el sabor salado de su churra que ni su líquido preseminal consiguió cambiar demasiado. Como ya me conocía no tomó ninguna iniciativa dejando que fuese yo quien me decidiera a iniciar la cópula apartando la braga para empalarme. Lo hice despacio a pesar de estar bien lubricada para sentir como se abría paso en mi vagina mi festín de unos segundos antes. Con Edu la sensación de plenitud era evidente.
Pero en vez de cabalgarlo me eché adelante sobre su pecho cediéndole a sus caderas la iniciativa de marcar el ritmo. Tras acomodarse y alcanzar la posición optima en varias penetraciones de tanteo la fuerza de sus músculos y su resistencia iniciaron una follada rápida e intensa que me hizo olvidarme del sitio donde estaba y de que alguien pudiera vernos u oírnos dejando que mis gemidos se propagaran en el aire.
Siempre me gustó follar duro. Y a Edu también. En cinco minutos estaba temblando de placer despatarrada sobre mi macho. A pesar de saber que yo ya me estaba corriendo siguió machacándome hasta que rogué que parara con un hilito de voz. Le encantaba matarme de placer. Y a fe que lo conseguía.
Satisfecho me envolvió entre sus brazos. Pasé en pocos minutos del sofoco del orgasmo a sentir algo de frío que sólo el calor de su piel en mi pecho y barriga combatían. Debió notarlo y me propuso irnos. Sin darnos cuenta se había ido el sol y empezaba a oscurecer. Sin el calor del sol se hacía patente la estación en que estábamos.
Me propuso irnos al apartamento y darnos una ducha caliente antes de irnos a cenar. Aún sentada sobre él me puse la camiseta larga que había utilizado como vestido de playa. Pero al levantarnos me di cuenta de que Edu seguía medio empalmado. Aunque esa misma noche o al día siguiente habría más sexo no podía dejar que se fuera así cuando había sido yo la provocadora. Antes de que se pusiera unas bermudas que había traído me arrodillé delante suya.
-¿Qué haces?- me preguntó dando por hecho que nos íbamos.
Tiré de su mano para que se acercara más a mí y sin más cogí su polla con la mano descapullándola. Su glande seguía sensible y sus venas rápidamente volvieron a hinchar su pedazo de carne caliente. Sin responder empecé a chupar despacio recreándome de nuevo en esa fuerza de la naturaleza.
Con Edu de pie y yo de rodillas no era difícil desde la distancia saber qué hacíamos pero en la playa sólo quedaba la pareja del fondo que por los movimientos parecía estar haciendo algo parecido a nosotros. Tras volver a ensalivarlo bien levanté la mirada y le dije:
-Ahora vas a ser bueno y me vas a dar todo ¿verdad?
No contestó pero empezó a pajearse con fuerza. A pesar de la oscuridad ver la tensión de los músculos de su brazo y abdomen recorriendo con su mano la longitud de su falo era una imagen increíble. Yo mientras pasaba mi lengua por su glande. Para ayudar empecé a provocarlo:
-Hoy me tienes muy caliente…mira cómo me has puesto- decía pasándome la mano por la braga- Estoy muy caliente todavía por lo pollazos que me has dado. ¿Me vas a dar postre?
Edu no decía nada pero se machacaba con intensidad. Menudo meneo tenían sus pelotas. Quise provocarlo más
-Me tienes tan cachonda que me da igual donde me lo eches…te dejo elegir…
Por fin habló:
-¿Estás segura?
-Ajam…estoy muy perrita…
-Te lo echo con la condición de que no te lo puedes limpiar…
Pensé que querría correrse en mi boca o en mi pecho y volví a quitarme la camiseta. Además aproveché para acariciarle el bajo vientre y las pelotas con la boca abierta en espera. Pero cuando la tensión de sus muslos y la intensidad de su mirada me anunciaron que ya venía fui a atrapar su glande con los labios pero me apartó con la mano a un palmo viendo como un primer lefazo me caía en el pelo. Otro en la cara obligándome a cerrar los ojos y el resto con menos fuerza entre mi barbilla y el pecho.
Efectivamente tuve que regresar sin poder limpiarme al apartamento. No sé si alguien se percataría de que serían los churretones que llevaba en la cara y el pelo, pero el cabrón se rio bastante al cruzarnos con dos señoras en el trayecto entre el coche y el edificio de apartamentos. Lo gracioso es que mi aparente cabreo era tan falso como que acabamos partidos de risa al entrar en el alojamiento y terminamos echando otro polvo más sosegado.