Memorias de una solitaria

El último capítulo me ha roto el alma, es muy triste vivirlo desde Claudia, desde alguien que sigue enamorado y sabe que debe renunciar a ese amor que no sabe quererla. Y además lo hace por el bien de los dos.
Para colmo el auto lo escribe tan bien, que no puedes evitar meterte dentro del personaje que lo cuenta.

Me he quedado con el corazón en un puño, y eso que sabía lo que iba a pasar, pero verlo desde los ojos de Claudia ha sido aún más triste. No me extraña que tardase en superarlo.

Nunca lo superó...tiene a Luis enquistado en su corazón. :confused::(
 
La naturalidad con la que Edu asumió la ruptura pareció dolerme más a mí aunque no se lo hice saber. Yo había sido la culpable de dar el paso. Pero los dos sabíamos que ya sólo nos unía el sexo. Lo que había empezado como una amistad se había transformado en deseo pero nunca había fraguado como relación de pareja. Me moría de gusto con su cuerpo pero me quedaba corta con su mente. Y el tiempo nos había puesto en nuestro lugar. La aparición de César no había hecho más que dejar patentes nuestras incompatibilidades.

Ni siquiera nos despedimos haciendo el amor. Aquella mamada en mi sofá había sido nuestro último acto común cerrando el círculo de aquella otra que le había hecho casi un año antes en el vestuario de la planta de cardiología.

Lo curioso es que yo no sabía si realmente interesaba a César para algo más que nuestras conversaciones. Como buen caballero jamás había cruzado el límite del flirteo siendo mi mente la que me había jugado malas pasadas.

Además según nos íbamos conociendo su vida se iba mostrando más claramente, y aunque éramos muy distintos en algunas cosas compartíamos bastantes intereses y gustos.

Él se movía en diversos ambientes de la ciudad y tenía una antigua amistad con Amelia siendo más colaboradores que rivales en sus respectivos bufetes. Su vida, muy alejada de los deseos de su familia, no era del todo opuesta a sus principios. Se consideraba cristiano en su fe y su obrar caritativo hacia los más necesitados, pero llevaba una vida aparentemente licenciosa con diferentes parejas en ambientes públicos y sociales, aunque siempre rodeados de la discreción. Ahora los rumores me situaban en esa circunstancia sin que ni él ni yo hubiésemos expresado más interés que la amistad, pues mis pensamientos eran sólo míos y, por supuesto, la sospecha de Edu.

César se movía en ambientes cofrades como mucha de aquella sociedad con la que yo me mezclaba en óperas, teatros, toros o actos benéficos de la ciudad. De hecho. Él estaba detrás de la organización de más de uno de aquellos saraos donde le sacaba el dinero a la alta y media alta sociedad de la ciudad para ayuda a inmigrantes, madres solteras, Cáritas parroquial o la construcción de una guardería gratuita para padres de pocos recursos.

Aquella cuaresma me invitó a más de uno de esos actos comentándose que desde hacía tiempo yo era su única compañía femenina soltera. Fue algo parecido a mi inicio con Edu. Todo el mundo daba por hecho algo que no había ocurrido pero que no tardaría en pasar cuando poco antes de Semana Santa me invitó a llevarme en su moto a un delicioso restaurante en la sierra disfrutando de la incipiente primavera comiendo las últimas carnes de caza de la temporada.

Atravesar esas carreteras sinuosas abrazada a su cuerpo mucho más menudo que el de Edu como paquete en su moto me resultó bastante cómodo como todas las conversaciones del día. Su curiosidad, su capacidad de aprendizaje y sus lecturas constantes hacían su charla siempre agradable para otro espíritu ávido de conocimiento como el mío.

Cuando me dejó en mi casa me besó al bajarme de la moto y quitarnos los cascos aunque me dejó descolocada cuando rechazó mi invitación de subir a tomar algo en el apartamento. Me preocupó que pensara que estaba deseando dar el paso con él y que sus intenciones no fuesen en esa dirección. Pero salí de dudas cuando me llamó al día siguiente para preguntarme por mi siguiente día libre para invitarme a cenar y no dudé en hacerlo el primer día que no tuve guardia de noche.

Después dudé haber aceptado tan precipitadamente cuando apenas tuve tiempo de pasar por casa para arreglarme. Aún así me maquillé, me puse un vestido de primavera de manga larga, pero espalda al aire sin medias y con sandalias de tacón. No iba muy diferente a como acudía alas reuniones sociales aunque aquel día nada más llegar a su ático directamente alabó mi belleza.

No voy a negar que me había depilado a conciencia previendo que César diera el paso de colarse entre mis piernas. ¿Cómo aquel hombre menudo y despeinado podía atraerme más que el musculoso Edu? La respuesta estaba en su carácter y cultura que sustituían con creces a lo meramente físico.

Bueno, su ático también debió impresionar a más de una visitante. Yo sólo vi al entrar un vestíbulo amplio que daba paso a un inmenso salón de cocina americana con el comedor como separación de los tres ambientes abierto a un gran ventanal abierto de par en par a una terraza más grande que el propio salón con muebles de exterior y antorchas antimosquitos. Pero lo más impresionante eran las vistas. Enclavado en el barrio de los Remedios tenía espectaculares vistas al río y el centro de la ciudad con el palacio de san Telmo en primer plano.

No recuerdo lo que cené pero sí que estaba delicioso, así como los distintos vinos que probé. Pero mientras tomábamos el postre acompañado de una copa de Pedro Ximénez helado me quejé de los pies pasándome la mano por los tobillos. Llevaba todo el día de pie y el tacón de aguja no había mejorado el cansancio y dolor de mis pies.

De forma caballerosa se ofreció a masajeármelos. Me pareció directo y atrevido como nunca antes pero al menos ya nos habíamos besado. Él mismo se agachó a desabrocharme la hebilla de la sandalia. Era un experto pues estaba relajando mis músculos y reactivando la circulación de mis arterias como si fuera fisioterapeuta. Desde Borja no recibía un masaje así. Pero César era más delicado hasta el punto de verme obligada a ahogar los gemidos que sus dedos en mis pies y pantorrillas empezaban a generar.

Cuando su mano se aventuró a llegar a mis muslos yo ya estaba dispuesta a todo y me daba igual que al subir el vestido descubriera mi ropa interior negra. Y así fue. Pensé que me llevaría a su dormitorio pero de forma inesperada se arrodilló colocando mi pierna en su hombro, masajeando y besando mi muslo hasta que su cara quedó a pocos centímetros de la fina tela que separaba mi coño de su aliento.

Tras mirarme a los ojos me pidió permiso para continuar, que yo le concedí tácitamente y apartando mi braga con delicadeza me practicó un cunnilingus que me dejó temblando de placer despatarrada sobre sus hombros.

Avergonzada por haberme dejado llevar de aquella manera hasta el orgasmo quise cubrirme mientras César se levantaba del suelo para tras limpiarse mis flujos de la barbilla y la boca apurar la copa de Pedro Ximénez comentando:

-Claudia, pasar una velada contigo es delicioso en todos los sentidos…
 
Aquel hombre era increíble. ¿Cómo se contenía? ¿Es que sólo le interesaba comerme el coño? No. La forma como había degustado mis pechos demostraba que disfrutaba. Y yo…

Tenía una sensación extraña pues me sentía follada totalmente sin que siquiera me hubiera metido la polla. Y es que como él decía el sexo era mental y César estaba llevándome como quería. Pero yo nunca he siso de dejarme dominar desde que tras el Negro se me abrieron los ojos. Así que una tarde tras salir de trabajar me planté en su casa con una botella de vino singular como ya sabía que le gustaban. Cuando me abrió la puerta ya en su rellano me recibió con sorpresa:

-¿A qué debo tu inesperada visita?- dijo guardando el vino en la vinoteca a 18 grados- Ni siquiera he comprado nada para cenar.

-No vengo a que me des de cenar.

Su sorpresa se hizo mayor expresándose en su rostro para indagar mi presencia.

-Tú dirás entonces, querida…

-Es fácil, César. Hoy he venido a follarte…

No di opción a respuesta. Directamente empecé a besarlo mientras mi mano por primera vez osaba amasar su paquete que parecía reaccionar favorablemente a mi atrevimiento. Tiré de su mano llevándolo a su dormitorio, que aún no conocía, con una enorme cama en el centro rodeada de un vestidor y la puerta del baño. Sin contemplaciones lo desnudé de cintura para abajo descubriendo una polla que si bien no era el armatoste increíble de Edu en ese momento me pareció la más deliciosa del mundo.

Tras tumbarlo en la cama con una sonrisa de satisfacción me desnudé igualmente de cintura para abajo y me monté sobre él que sólo me detuvo un instante para darme un condón de su mesilla y que se lo pusiera. Un lamentable retraso del momento que yo buscaba que fue dejar que se clavara en mí cabalgándolo sin controlar mis expresiones de deseo hasta que me sobrevino un orgasmo que me impidió continuar. Ocasión que aprovechó César para despojarse de su camisa y a mí de mi top y follarme a lo misionero hasta que llenó el condón con la misma cara de placer con la que lo había visto comerme el coño en otras ocasiones.

Qué decir que mientras seguía clavado en mi los temblores y contracciones de mi orgasmo retornaron a mi cuerpo hasta que mi amante tuvo que salirse de mi coño para evitar que su ya disminuida polla derramara el contenido del preservativo en lugar tan peligroso.

Se fue al baño a tirarlo a una papelerita que tenía y salió con un albornoz dejándome en la cama. Su actitud me desconcertó cuando poco a poco fue siendo consciente del lugar y el momento. Pero a los pocos minutos regresó con una bandeja en la que traía algo de queso y unos patés con panecillos dejándola sobre la mesilla. Después me ofreció una bata de seda y regresó con dos copas y mi botella de vino abierta.

Tras la frugal y relajada cena volvimos a follar con menos prisa y me quedé a dormir con él. Fue la primera de innumerable días y noches aquel verano en que dormíamos juntos hasta que ambos empezamos a dejar ropa y neceseres en casa del otro. No vivíamos juntos pero casi. Algo que no sorprendió a nuestro entorno pero sí a su familia que consideraba más intolerable la convivencia “en pecado” con la misma mujer que el rosario de parejas que César había tenido antes.

Pero yo había descubierto algo con él que pensaba no volver a tener nunca después de romper con Luis. César me ilusionaba. Veía un futuro con él. Hacíamos casi todo juntos menos trabajar. Estaba recuperando el concepto de pareja que sólo había disfrutado unos meses con Luis. Y lo mejor de todo es que si alguien entendía mis sacrificios para conseguir ser una cirujana cardiovascular de prestigio era César, que a pesar de su fama y relevancia sabía estar en un segundo plano cuando me tocaba a mí ser protagonista.

Incluso cuando le anuncié que tenía que pasar una temporada en el extranjero para asistir a una formación concreta de una técnica que yo misma había colaborado a desarrollar fue mi mayor animador. No tuve las dudas de cuando con 19 años le dije a mi novio temerosa que me iba a Bolonia. De hecho durante los meses que pasé en Londres César se convirtió en un asiduo de la línea aérea entre Sevilla y Londres que el viernes por la mañana lo traía a la capital del Reino Unido y lo devolvía a Andalucía la mañana del domingo. No sé cómo haría para traerme en uno de sus viajes una botella de manzanilla de Sanlúcar en rama, jamón de Jabugo al vacío y unas coquinas de Huelva que temí que se hubieran estropeado en el viaje.

Cuando regresé a la ciudad para convertirme en jefa del servicio de cirugía cardiovascular del principal hospital privado de la ciudad heredando dicha plaza por jubilación del doctor García a la vez que mantenía mi puesto de adjunta en el hospital público donde hice mi residencia.

El día de mi toma de posesión en un acto organizado por la dirección de la empresa propietaria del hospital fue quizá uno de los más emocionantes de mi vida. Todas las personas más queridas por mí estaban allí presentes. Mis padres, totalmente emocionados. Mi madre no dejaba de llorar abrumada. Mi tía, probablemente la persona que más había contribuido a que yo estuviera allí. Lourdes, que vino desde Granada a pesar de estar embarazada con un Víctor prematuramente encanecido. Incluso Borja y Edu, con los que seguía manteniendo amistad estaban invitados, aunque el segundo se ausentó por tener turno de trabajo a esa hora.

Y por supuesto, César, que ya en ese momento y a pesar de nuestra relación extraña, en la que manteníamos cada uno nuestros pisos abiertos aunque solíamos dormir en uno de los dos, era mi pareja. Se había convertido en mi compañero acabando con mi soledad de años.

¿Cómo encajaría alguien de su clase social con mi familia? Pues para mi sosiego el abogado estuvo absolutamente encantador con mi madre y llano con mi padre con quién habló largamente del escalafón taurino y de los carteles de la próxima Feria de Abril.

Cuando terminó el coctel servido tras el acto me quedé un rato a solas con Lourdes con la que lloré abrazada mientras feliz me decía:

-Tanto sufrir da sus frutos, amiga. Lo has conseguido…
 
No sé, pero todo lo de Luis me parece poco. En teoría, Claudia ya debió haberse olvidado totalmente de él.

Aunque, el corazón muchas veces te juega chueco.
 
Cuando me encontré a Luis al salir del quirófano pude disimular la impresión que me había provocado. Aunque él parecía más impresionado que yo. Había cambiado. Ya no era el muchacho que guardaba en fotos de aquella época y en mi memoria. Pero maduraba bien. Estaba guapo.

Sin embargo, no fue ese mi primer pensamiento al verlo. Disimulé una naturalidad que no tenía pues llevaba temiendo aquel encuentro años. Y no era por él. De hecho Luis entre otras cosas también había dañado mi vanidad pues demasiado pronto pareció olvidarse de mí.

Superado el trance de saludarlo me sentí extraña. ¿Qué me estaba pasando? Pues no me estaba pasando nada. Tampoco voy a mentir. Sí me pasó. Se removieron recuerdos del pasado, se avivaron temores y el nerviosismo me hizo temer que patinara al dirigirme a él.

Pero no ocurrió nada de todo eso. Porque en realidad yo ya no era aquella Claudia que se había ido de su casa despidiéndose con una carta para cortar todo lazo. De hecho mi mayor extrañeza fue precisamente esa: no pasó nada. No sentía ni miedo, ni duda, ni necesidad de lanzar ningún reproche.

Cuando pasé por el dormitorio y me presentó a su mujer entendí que se olvidara de mí. Era guapa, elegante, inteligente…aunque por lo que supe más tarde, bastante insegura. Aunque si sabía las andanzas de su maridito antes de estar con ella, normal…

Me había pasado años agobiada por un recuerdo y ahora que lo tenía delante me daba cuenta de que había hecho un mundo de una simple relación adolescente. También me di cuenta de algo más. De que el recuerdo de Luis había influido en todas mis relaciones posteriores excepto ahora con César. Eso sí que me puso nerviosa. Porque me estaba ocurriendo algo que creía no poder volver a repetir: estaba enamorada hasta el tuétano del hombre con el que compartía mis días. Por eso había olvidado a Luis y ahora veía todo lo ocurrido en nuestro pasado como algo insignificante.

¿Un clavo saca a otro clavo? Borja y Edu no lo habían hecho. De hecho me autofustigaba sintiéndome una persona solitaria incapaz de ser amada. Pero resultaba que no era así. En realidad había sido una adolescente solitaria de pocas amigas, especialmente tras huir de mi pueblo por el asesinato del Largo. Esa imagen de mí misma la había alimentado mi ruptura con Luis y mi nueva huida. Pero en realidad yo no estaba sola. Llevaba mucho tiempo sin estarlo.

Tenía una familia que me había ayudado a llegar donde estaba ahora con el sacrificio de mis padres y la colaboración de mi tía. Aunque entre mis hermanos y yo habíamos intentado sacarlos del barrio e incluso del pueblo lo más que habíamos conseguido es que se mudaran a una promoción de adosados con jardín cerca del barrio para poder mantener sus amistades y comprar en las tiendas de toda la vida.

Tenía la amistad de mis grandes mentores, el Dr. García y mi queridísima Amelia. Un sinfín de amistades con una vida social increíble y más aún desde que César y yo éramos pareja.

Lourdes había sido mi compañera desde la distancia tantos años y seguíamos siendo uña y carne además de confidentes. Una amistad verdadera no se rompe aunque vivamos en ciudades separadas.

Y mi gran soporte en esos momentos era César. Mi temor a las relaciones me había hecho no valorar suficientemente lo que aquel hombre me había aportado. Y no hablo sólo de comer verdadero jamón de Jabugo en Londres.

Mi naturalidad era pasmosa frente a su nerviosismo cuando nos fuimos a tomar un café aquella misma tarde. Luis parecía impresionado por mi cambio en la forma de vestir y mi soltura de cirujana experta. Él en cambio parecía algo abrumado tratando de mostrar serenidad delante de su mujer, guapísima, aunque parecía algo incómoda con la situación.
 
Pues este capítulo sólo me ha reafirmado mi punto de vista. Luis está totalmente superado. Y es que todo lo vivido hace que esa experiencia adolescente con Luis quede muy pequeña.

Lo único que me queda por pensar, quizás por el estereotipo que siempre de que la mayoría quisiera formar una familia con hijos, es que Claudia está sin nada de eso, ni siquiera vive junto a su nueva pareja por lo que entendí. Y eso siempre me deja un descuadre.

Claudia realmente está feliz?

Y por otro lado, si bien Luis tiene todo eso, como que tampoco lo veo plenamente realizado y estable emocionalmente.

Luis realmente está feliz?
 

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