La naturalidad con la que Edu asumió la ruptura pareció dolerme más a mí aunque no se lo hice saber. Yo había sido la culpable de dar el paso. Pero los dos sabíamos que ya sólo nos unía el sexo. Lo que había empezado como una amistad se había transformado en deseo pero nunca había fraguado como relación de pareja. Me moría de gusto con su cuerpo pero me quedaba corta con su mente. Y el tiempo nos había puesto en nuestro lugar. La aparición de César no había hecho más que dejar patentes nuestras incompatibilidades.
Ni siquiera nos despedimos haciendo el amor. Aquella mamada en mi sofá había sido nuestro último acto común cerrando el círculo de aquella otra que le había hecho casi un año antes en el vestuario de la planta de cardiología.
Lo curioso es que yo no sabía si realmente interesaba a César para algo más que nuestras conversaciones. Como buen caballero jamás había cruzado el límite del flirteo siendo mi mente la que me había jugado malas pasadas.
Además según nos íbamos conociendo su vida se iba mostrando más claramente, y aunque éramos muy distintos en algunas cosas compartíamos bastantes intereses y gustos.
Él se movía en diversos ambientes de la ciudad y tenía una antigua amistad con Amelia siendo más colaboradores que rivales en sus respectivos bufetes. Su vida, muy alejada de los deseos de su familia, no era del todo opuesta a sus principios. Se consideraba cristiano en su fe y su obrar caritativo hacia los más necesitados, pero llevaba una vida aparentemente licenciosa con diferentes parejas en ambientes públicos y sociales, aunque siempre rodeados de la discreción. Ahora los rumores me situaban en esa circunstancia sin que ni él ni yo hubiésemos expresado más interés que la amistad, pues mis pensamientos eran sólo míos y, por supuesto, la sospecha de Edu.
César se movía en ambientes cofrades como mucha de aquella sociedad con la que yo me mezclaba en óperas, teatros, toros o actos benéficos de la ciudad. De hecho. Él estaba detrás de la organización de más de uno de aquellos saraos donde le sacaba el dinero a la alta y media alta sociedad de la ciudad para ayuda a inmigrantes, madres solteras, Cáritas parroquial o la construcción de una guardería gratuita para padres de pocos recursos.
Aquella cuaresma me invitó a más de uno de esos actos comentándose que desde hacía tiempo yo era su única compañía femenina soltera. Fue algo parecido a mi inicio con Edu. Todo el mundo daba por hecho algo que no había ocurrido pero que no tardaría en pasar cuando poco antes de Semana Santa me invitó a llevarme en su moto a un delicioso restaurante en la sierra disfrutando de la incipiente primavera comiendo las últimas carnes de caza de la temporada.
Atravesar esas carreteras sinuosas abrazada a su cuerpo mucho más menudo que el de Edu como paquete en su moto me resultó bastante cómodo como todas las conversaciones del día. Su curiosidad, su capacidad de aprendizaje y sus lecturas constantes hacían su charla siempre agradable para otro espíritu ávido de conocimiento como el mío.
Cuando me dejó en mi casa me besó al bajarme de la moto y quitarnos los cascos aunque me dejó descolocada cuando rechazó mi invitación de subir a tomar algo en el apartamento. Me preocupó que pensara que estaba deseando dar el paso con él y que sus intenciones no fuesen en esa dirección. Pero salí de dudas cuando me llamó al día siguiente para preguntarme por mi siguiente día libre para invitarme a cenar y no dudé en hacerlo el primer día que no tuve guardia de noche.
Después dudé haber aceptado tan precipitadamente cuando apenas tuve tiempo de pasar por casa para arreglarme. Aún así me maquillé, me puse un vestido de primavera de manga larga, pero espalda al aire sin medias y con sandalias de tacón. No iba muy diferente a como acudía alas reuniones sociales aunque aquel día nada más llegar a su ático directamente alabó mi belleza.
No voy a negar que me había depilado a conciencia previendo que César diera el paso de colarse entre mis piernas. ¿Cómo aquel hombre menudo y despeinado podía atraerme más que el musculoso Edu? La respuesta estaba en su carácter y cultura que sustituían con creces a lo meramente físico.
Bueno, su ático también debió impresionar a más de una visitante. Yo sólo vi al entrar un vestíbulo amplio que daba paso a un inmenso salón de cocina americana con el comedor como separación de los tres ambientes abierto a un gran ventanal abierto de par en par a una terraza más grande que el propio salón con muebles de exterior y antorchas antimosquitos. Pero lo más impresionante eran las vistas. Enclavado en el barrio de los Remedios tenía espectaculares vistas al río y el centro de la ciudad con el palacio de san Telmo en primer plano.
No recuerdo lo que cené pero sí que estaba delicioso, así como los distintos vinos que probé. Pero mientras tomábamos el postre acompañado de una copa de Pedro Ximénez helado me quejé de los pies pasándome la mano por los tobillos. Llevaba todo el día de pie y el tacón de aguja no había mejorado el cansancio y dolor de mis pies.
De forma caballerosa se ofreció a masajeármelos. Me pareció directo y atrevido como nunca antes pero al menos ya nos habíamos besado. Él mismo se agachó a desabrocharme la hebilla de la sandalia. Era un experto pues estaba relajando mis músculos y reactivando la circulación de mis arterias como si fuera fisioterapeuta. Desde Borja no recibía un masaje así. Pero César era más delicado hasta el punto de verme obligada a ahogar los gemidos que sus dedos en mis pies y pantorrillas empezaban a generar.
Cuando su mano se aventuró a llegar a mis muslos yo ya estaba dispuesta a todo y me daba igual que al subir el vestido descubriera mi ropa interior negra. Y así fue. Pensé que me llevaría a su dormitorio pero de forma inesperada se arrodilló colocando mi pierna en su hombro, masajeando y besando mi muslo hasta que su cara quedó a pocos centímetros de la fina tela que separaba mi coño de su aliento.
Tras mirarme a los ojos me pidió permiso para continuar, que yo le concedí tácitamente y apartando mi braga con delicadeza me practicó un cunnilingus que me dejó temblando de placer despatarrada sobre sus hombros.
Avergonzada por haberme dejado llevar de aquella manera hasta el orgasmo quise cubrirme mientras César se levantaba del suelo para tras limpiarse mis flujos de la barbilla y la boca apurar la copa de Pedro Ximénez comentando:
-Claudia, pasar una velada contigo es delicioso en todos los sentidos…